Capítulo. VIII
Siglo XVIII, 1710, 14 de abril
3:01 A.M.
—Acompáñenme —nos pide mi tío.
Al escucharlo Mavra se tomó de un trago toda su taza de café y saboreó lo que dejó atrás su textura, la miré con ternura mientras experimentaba algo nuevo y, muy probablemente, desconocido para ella. Seguimos a mi tío, después de salir de su oficina, y fuimos a un cuarto del hospital.
—Recuéstate, Mavra.
Le hizo caso, acostándose sobre la camilla cubierta con telas blancas suaves, pero no sin antes quitarse su camiseta. A la par de que lo hacía me di la vuelta, avergonzada, sintiendo un calor hiriente por todo mi rostro, mientras mi tío seguía sacando utensilios y cosas que necesitaría cuando ni siquiera sabe de qué se trata.
—Cubre tu cuerpo y solo deja expuesta la herida, por favor —le pide amablemente.
Me di la vuelta, después de escuchar movimiento, y lo que hizo fue cubrir desde su pecho hacia su abdomen con la camiseta descuidada.
—¿Cuándo se inventaron las tijeras, profesor? —le pregunta Mavra, curiosa—. Hace mucho que no veía unas —agrega sonriente.
—Ya extrañaba tu curiosidad insaciable —le dice con cariño—. Pero, mi querida Mavra, antes de adoptar su forma actual, las tijeras nacieron como pequeñas cizallas, una sola pieza de bronce en forma de U con ambos extremos afilados para cortar con la presión de la mano —le explica alegre—. La forma actual, dos piezas unidas por un tornillo, apareció en Roma en el primer siglo de nuestra era, y poco después empieza a documentarse su presencia en todo el mundo, desde occidente hasta China.
Observé como a medida que hablaba movía sus manos con mucha agilidad, cortó la venda que yo le había puesto a Mavra y examinó su herida.
—Pero algo muy curioso es que no hay pruebas para sugerir que los antiguos egipcios las utilizaban. De forma similar, las cizallas no aparecieron en Egipto hasta el período Ptolemaico. —Levantó la mirada y me negó con la cabeza con desaprobación, después de ver la herida, mientras le explicaba a Mavra—. Que por cierto, la dinastía ptolemaica fue fundada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno. Esta dinastía gobernó en el Antiguo Egipto durante el período helenístico desde 323 antes de la era común hasta 30 antes de la era común, cuando perdió su independencia y se convirtió en provincia romana.
Sonreí al ver cómo se desviaba un poco del tema para agregar otro dato y Mavra se alegró de escucharlo. Mi tío me pidió que me acercara con su mano y así lo hice, le di la vuelta a la camilla y me posicioné justo detrás de él.
—Como te decía, el mundo se arregló sin cizallas durante muchas eras, cortándose la tela con un cuchillo de hoja redondeada. Hacia el 400 antes de la era común el genio mecánico de Italia inventó las cizallas, que en dos o tres siglos más se ajustaron a los dedos, y así comenzaron las tijeras. —Bañó las tijeras en alcohol y cortó los puntos que le di a la herida, con su silencio me pidió que observara con atención, abrió la herida con sus dedos y empezó a coser su piel desde adentro hacia afuera—. Sin embargo, investigaciones más recientes les atribuyen un origen anterior; pero no en Egipto, sino en Oriente Próximo. Todo porque se incluían tijeras entre los objetos hallados en la antigua ciudad de Emar, datados en el siglo XIV antes de nuestra era.
—Entiendo... Entonces se podría decir que su origen aún es desconocido —comenta Mavra, quien no mostraba ni una pizca de dolor.
—Así es. —Suturó la herida con un patrón más estricto y más seguro que el mío, cuando terminó limpió toda la superficie con alcohol y no la vendó.
Mavra se quedó recostada, observando cómo quedó su herida fresca y limpia.
—Lo hiciste bien —reconoce mi tío, dejando de lado los utensilios—. Hay que practicar más la forma de suturar, pero de ahí en fuera está excelente tu proceso de curación. —Asentí a sus palabras—. ¿Y a ti no te dolió? —le pregunta a Mavra.
—Solo me pica —le responde—. Y es algo soportable.
Mi tío limpió los instrumentos y los envolvió en una hilera de tela fresca.
—¿Por qué usan alcohol para limpiar las heridas? —pregunta Mavra después de olfatear la botella con un líquido amarillento casi transparente.
—Hipócrates recomendaba el uso de vino o de agua hervida para lavar heridas. Galeno, quien ejerció la medicina en Roma, hacía hervir los instrumentos que usaba para atender las heridas de los gladiadores. Y hasta el día de hoy, aunque no podamos comprender en su totalidad la razón de estos cuidados, sabemos que son eficaces.
—Sabe, aprendí algo parecido en el ejército —interviene Mavra—. Los persas sabían que el agua conservada en recipientes de barros perdía su condición de potabilidad, por eso se usan de cobre o plata, para que se mantengan bebibles. ¿Es cierto eso?
—Sí, Mavra, quien te haya dicho eso tiene la razón —le asegura—. ¿Llegaste a ver como hervían agua en los refugios?
—Sí, y creo que esa era la que bebíamos.
—Así es; Aristóteles le recomendó a Alejandro Magno que para evitar enfermedades en las tropas debía hervir el agua antes de beberla o usarla para el cuerpo expuesto —le explica sonriente.
—El flameado es un método de purificación empleado y mencionado en la Biblia —agrego a su recopilación de datos.
—Sí, y eso hago con todos los instrumentos —nos dice, mostrándonos la tela donde los tiene, para agitarla y hacer sonar un tintineo.
Se dio la vuelta para poner todo en su lugar y cuando vi a Mavra sentarse en la camilla giré sobre mis talones para no verla. Mi vestido revoloteó por mi acción y llevé mis dos manos a mis mejillas para bajar la temperatura de estas.
—Princesa, ¿qué pasó con la doncella que se llevaron los guardias? —me pregunta.
Relajé mi cuerpo y bajé mis manos con molestia, volteé a verla y su rostro tan inocente me derritió el corazón.
—La tienen bajo su custodia, cuando vaya a verla veré qué hago —le respondo en un suspiro.
—¿Por qué? —insiste.
—Porque ofendió a todos los médicos dentro de este edificio —le explico con poca paciencia.
Frunció el ceño y arqueó una ceja por ser incapaz de comprenderlo, abrió la boca para decirme algo pero mi tío le resolvió todas sus dudas.
—Porque nos dicen matasanos —espeta, dándose la vuelta para verla, cruzó sus brazos frente a su pecho y pensó unos segundos.
—¿Eso a qué se debe?
—Usualmente todo el personal utiliza prendas negras, esto por los estereotipos que dejó atrás la peste negra, además de que es una forma de nosotros demostrar luto. Sé que el negro está asociado con la muerte y que genera desconfianza pero eso no fue una razón suficiente para hacer cambiar... todo.
—Debería de inclinarse más por la comodidad de los pacientes —le aconseja Mavra.
—Es difícil —le responde—. Pero surgió algo nuevo, y es que cuando fui a Francia, en la Confrérie de Saint-Côme et de Saint-Damien los médicos de cirugía mayor usaban una larga bata blanca mientras que los de menor rango usaban bata blanca corta. No tenían problemas como nosotros, y tengo la sospecha que a causa de nuestras prendas estamos transmitiendo infecciones innecesarias.
—¿Eso pudo haber sido la causa de la enfermedad del mayordomo? —le pregunto asustada, llevándome las manos frente a mi boca para jadear en silencio.
—Sí —me dice decepcionado—. Estoy esperando la importación de la tela, en el momento que estén listas pienso renovar todo. Desde ahora en más los hospitales vestirán de blanco.
—Me gustaría poder ayudarle, pero no me es posible en estos momentos. El rey me encomendó varias tareas que consumirán gran parte de mi tiempo —espeta entristecida Mavra.
—No te preocupes —le pide mi tío, dándole unas palmadas suaves a su espalda—. Primero tienes que reposar para que la herida se cierre y ya después veremos qué podemos hacer aquí. —Giró su cabeza hacia mí bruscamente y me amenazó con la mirada—. Y no puedo creer que le hayas hecho esto a mi pobre niña, estás viendo que apenas y puede respirar —me dice mientras abraza su cabeza y la mece de un lado a otro, Mavra sollozó en burla y le siguió el juego—. Pobrecita. —Y los dos lloraron ruidosamente.
—Ya basta —les ordeno, volteando los ojos por su escena actuada.
—Tú herida tardará un poquito más en sanar, pero todo está bien —le asegura entre risas.
—Gracias, profesor —dice risueña.
—¿Quieren más café? —nos pregunta cordial.
—Por favor —le digo—, tú no deberías de beber más, Mavra. Tienes cosas que hacer por la mañana.
—Está bien —me dice decaída, como un cachorro que acaba de perder de su vista a su madre.
—Quién soy yo para hablar por ti, haz lo que gustes, luna mía.
Alzó la cabeza y me miró con unos ojos tan brillantes, que la obsidiana se había convertido en plata, por el reflejo de todas las velas en su rostro rudo.
—¿Le puedo hacer otra pregunta? —le inquiere a mi tío.
—Sí, Mavra —accede antes de marcharse.
—¿De dónde viene el... café?
—Oh, mi niña, te explicaré su despampanante historia —expresa alegre para irse casi corriendo a traernos café.
Se rio un poco antes de que se marchara y yo la acompañé con una sonrisa.
—¿Crees que me haya perdonado por lo que hice? —espeta, mirándome con un destello muy interesante en sus ojos oscuros.
—No hay ninguna razón para disculparte, Mavra, pero, si te gana tu inquietud, puedo asegurarte que todos lo hicieron desde el primer día que regresaste a Vreoneina... Te hemos esperado bastante, y a pesar de todo este tiempo aún mantuvimos nuestros brazos bien abiertos a tu llegada —le respondo serena, demasiado, hablando en voz baja con ternura.
Agachó su cabeza y sollozó silenciosamente, me di cuenta por cómo se contraía su cuerpo al no poder respirar con facilidad. Me acerqué a ella a la cama, deslicé sutilmente mi mano por su pecho, hasta su mentón, para que me mirara.
—No llores, luna mía —pido en un susurro.
—Siento que el mayordomo me esperó... —me confiesa trémula—. Siento que si no hubiera regresado nada de esto estaría pasando...
Gimoteó con fuerza y la abracé por sus hombros, sentándome en la camilla, para que no viera cómo contengo mi llanto ahogado.
—Él realmente lo hizo, luna mía. Luchó meses con tal de poder verte una última vez... —Me alejé de ella, sin soltar sus hombros, solo para poder verla a los ojos y confirmar que no se trata de una simple ilusión—. Estoy segura de que fue un alivio inmenso para él el poder visualizarte, el poder escucharte y tocarte. Estoy segura porque si yo estuviera en su lugar mi corazón estaría en paz... por volver a ver a un ser tan querido para mí regresar a casa sano y salvo.
—¿Crees que todo esto sea para bien? —se quiebra.
—Sí, Mavra —le digo llorando—. Tiene qué.
Le di un abrazo apretado, teniendo cuidado de su herida, y ella me correspondió con firmeza y gentileza.
—Quiero que sepas que te quiero... Te quiero mucho, el mayordomo te quiso mucho, mi tío te adora, tu familia te ama y todos tus conocidos te extrañan. —Sollocé con fuerza, por la falta de aire y retuve mis quejidos—. Y también quiero que sepas muy bien que no es ningún error ni nada maligno el que tú hayas regresado a tu hogar... Este es tu lugar, Mavra...
Las dos nos lamentamos, nos extrañamos, nos queremos y nos amamos. Esta noche tan joven y fresca marcaría un antes y después en nuestras vidas.
Mi tío llegó unos momentos después con una charola de plata y todo el juego de porcelana encima, su sonrisa desapareció porque nos vio con los ojos hinchados y rosados, yo me reí al verlo.
Entró al cuarto y dejó sobre un mueble la bandeja, le entregó un tazón a Mavra y yo fui por el mío. Observó a mi bella luna y frunció el ceño de una forma melancólica.
—Saben lo mucho que las amo y cuánto me importan, ¿cierto? —nos pregunta.
Mavra asintió a sus palabras y yo le di la razón.
—Pero no saben la impotencia que siento en estos momentos —dice, riendo incrédulo, espantado por la realidad que estamos viviendo—. Me lastima el no ser capaz de protegerlas, que ese poder no sea igual de grande que mi cariño por ustedes.
Mavra siguió cabizbaja mientras yo suspiraba con tristeza, porque tiene razón, y comparto su sentir.
—Por ustedes... —espeta mi tío y agrega—: soy capaz de cortarle la cabeza a un rey e ir en contra de todo su reinado, solo por ustedes.
—Yo sé que eres capaz de ello, Dante... Pero no debes —le digo antes de que Mavra sobre piense sus palabras y se vea inclinada a su iniciativa.
Se sirvió café, dando respiraciones profundas para controlarse, y yo me quedé a la deriva de sus acciones.
—Bueno, respondiendo a tu pregunta, Mavra —prosigue mi tío—. La historia del café empieza en el cuerno de África, en Etiopía, sobre el siglo IX. Se sabe el origen geográfico, la provincia de Kaffa, pero no el momento exacto, ya que no existen documentos sobre cuándo el hombre empezó a consumir granos de café. La leyenda cuenta que un miembro de la tribu de Kaldi, habitantes de las zonas de más altitud de Etiopía, observó como las cabras tenían mucha más energía tras comer un tipo de frutos, parecidos a las cerezas. Al probarlas él mismo, descubrió las propiedades energizantes y excitantes y las trasladó a su tribu. —Bebió de su café y disfrutó de su sabor amargo—. Sea cierta o no esta leyenda sobre el origen del café, de lo que no cabe duda y está documentado es que en el siglo XV había plantaciones en Yemen y un gran comercio de café entre Sudán y Arabia a través del puerto yemení de Moca.
—¿Y cómo llegó hasta acá? —le pregunta dudosa, cayendo en su cambio de tema repentino.
—Los holandeses fueron los primeros europeos en conseguir semillas fértiles, llevarlas a su país y cultivar la planta en invernadero en 1616 —le explica—. Las condiciones climáticas en los Países Bajos no son las más idóneas para el cultivo de café, así que trasladaron estas semillas a otras partes del planeta. Holanda fue la responsable que empezara el cultivo de café en Asia y partes de América; en el siglo XVII se comenzó a cultivar café en India y en la isla de Java, pero las colonias holandesas son las grandes suministradoras de café de Europa.
—Entiendo —dice pensativa a su explicación, unos segundos después sonrió al comprenderlo y le regaló una sonrisa.
—¿De dónde sacaste este juego de té? Nunca lo había visto.
—Me lo regaló una paciente —me responde, mirando la ilustración en su taza con las comisuras de sus labios alzadas.
—¿Y eso? —le pregunto pícara, es raro verlo así.
—Nada —me dice, negando con la cabeza sutilmente—. Sanó y se marchó, el día que llegue alguien tú serás la primera en saberlo, niña —señala, en un suspiro, rendido por mi insistencia.
—Estás muy solo.
—Me gusta estarlo, además de que yo sé que no va a haber nadie nunca más para mí —me confiesa melancólico.
—No te enjaules así —le recomiendo con razón y en un intento de convencerlo.
—¿De qué me perdí? —interviene Mavra dudosa.
—Dabria quiere que conozca a una mujer para tener una compañía amorosa —le contesta—. Pero no lo haré, no por mi último amor. —Y dejó a Mavra pensativa.
—Si yo fuera usted... también haría lo mismo, pero sería por mi primer y único amor. No volvería a enamorarme —admite sincera, mirándome a la par de decir su última frase.
—Ay, ustedes dos...
Pero los entiendo, sé que es difícil, son tan devotos a su corazón que serían incapaces de entregárselo a otras manos desconocidas, que en el transcurso no lo serían, pero que son inútiles en contenerlos y por ende imposibles de amar.
—Las primeras tazas de té no tenían asas y se conocen como tazones de té —espeta mi tío al ver cómo Mavra observaba la ilustración de su taza.
—¿Entonces las personas se quemaban? —le pregunta extrañada.
—El té es más una bebida cálida que caliente —le responde con una sonrisa—. Las primeras piezas de colección fueron realizadas en la fábrica de Meissen, cerca de Dresden. La instalación fue fundada alrededor de 1710 y fue la primera en fabricar productos de porcelana de pasta dura fuera de China.
—¿El juego le pertenece a esa fábrica? —le pregunta impresionada.
—Sí, y de seguro costó una fortuna.
Mavra le acercó su taza al instante, tomando con mucha delicadeza su asa para no tocarla demás, con una cara de terror. Mi tío se rio al ver su expresión y le pidió que se tomara su café primero, desde ahí en más sostuvo la taza solo con la yema de sus dedos y suma delicadeza.
—No te preocupes, Mavra, hay más tazas.
—¿No tenías chocolate por aquí? —le pregunto en un bostezo a mi tío.
—No, solo tomo café bien amargo.
Arrugué la cara porque ya sabía de qué tipo de amargura hablaba, es un nivel que ya no se considera amargo sino ácido. Mi tío se rio y en los ojos de Mavra encontré preguntas emocionadas.
—A principios del siglo XVII, el chocolate era la bebida de moda entre la aristocracia española —le cuento con una media sonrisa.
—Tiene razón —acepta mi tío.
—El chocolate caliente se extendió enseguida por Europa, pero no solo llegó de América. —Me puso mucha atención, tanta que sus labios estaban entreabiertos, me reí por su curiosidad tan hambrienta y ella sonrió—. A finales del siglo XVII, Hans Sloane estuvo en Jamaica y se enamoró del método que utilizaban en las Islas del Caribe para hacer chocolate caliente. La mezcla consistía en cacao puro con agua caliente, aunque Sloane añadió leche caliente antes de presentarlo ante la aristocracia de Inglaterra.
—¿Hans Sloane?
—Es un médico, naturalista y coleccionista irlandés —le responde—. Mi competencia —dice entre dientes, apretando su puño y bajando su cabeza para tensar sus aires.
Las dos nos reímos y mi tío y yo seguimos respondiendo las preguntas de nuestra querida Mavra a medida que surgían.
Después de tantos años, en esta mañana tan novicia a sus ojos.
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Fuentes solicitadas en: 1 de Febrero del 2023
• https://www.monografias.com/trabajos74/resena-historica-uso-desinfectantes/resena-historica-uso-desinfectantes
• https://www.bbvaopenmind.com/tecnologia/visionarios/pequenos-grandes-inventos-las-tijeras/#:~:text=Seg%C3%BAn%20la%20arque%C3%B3loga%20textil%20Gillian,Ptolemaico%20%5Bdesde%20el%20305%20a.
https://www.bonka.es/amor-por-el-cafe/origen-del-cafe#:~:text=La%20historia%20del%20caf%C3%A9%20empieza,a%20consumir%20granos%20de%20caf%C3%A9.
• https://ropalaboralonzor.com/blog/origen-y-usos-de-la-bata-blanca/
• https://mvillanueva67.wixsite.com/coleccionotazasdete/copia-de-la-mas-cara-1
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