Capítulo. VI
Siglo XVIII, 1710, 13 de abril
7:29 P.M.
—¿Qué pasa? —pregunta Mavra asustada.
Miré cómo el personal del hospital corría de un lado a otro en el primer piso, me extrañó ver una pequeña multitud en la habitación del mayordomo, pero mi corazón dio un vuelco al ver las expresiones de todos.
Tomé a Mavra de la mano con firmeza y poca sutilidad, me apresuré en evadir los cuerpos vestidos de negro y entré a la habitación.
«Matasanos» escuché detrás de mí y volteé molesta, buscando a la persona con boca suelta.
—¡¿Quién dijo eso?! —cuestiono en voz alta.
El silencio se expandió desde mi garganta hasta la entrada del edificio, pronto una mujer se arrodilló frente a mí para implorar mi perdón.
—¡Guardias! —ordené y cuatro siluetas se acercaron en seguida.
—¿Qué estás haciendo, Dabria? —me pregunta Mavra, aferrándose a mi brazo, mirándome a los ojos con el ceño fruncido.
Entre disculpas y quejidos la llevaron afuera mientras yo me soltaba del agarre de Mavra, pero mi tío ya me estaba mirando preocupado y decepcionado.
—No... —espeto.
Me acerqué rápido a la camilla, dejando atrás al cúmulo de gente que se estancaba en la puerta, observé al mayordomo y su debilidad me hirió más.
—Por favor... resista —le pido, acercándome a su lado mientras derramo lágrimas dolorosas.
No he sido capaz de hacerle frente a su enfermedad desde que mi tío encontró esa bacteria en su cuerpo, lo he visto sufrir tanto que verlo ahora con esta paz y tranquilidad agita mi corazón preocupado.
Pasos, a mis espaldas, se acercaron, escuché crujir mis flores en cuanto las dejaron a los pies de la camilla y Mavra no tenía palabras al ver lo que yacía pacíficamente frente a sus ojos.
—Mayordomo...
Tan pronto como escuchó su título, alzó su cabeza con orgullo e intentó abrir sus párpados débiles.
—¿Un sueño? —pregunta en un murmullo viejo.
Todos guardamos silencio mientras Mavra se arrodillaba a su lado, frente a mí, buscó su mano entre las sábanas y la tomó con fuerza.
—Mayordomo, soy yo... Mavra...
Alzó sus cejas con sorpresa y sus labios temblaron a la par de escuchar ese nombre olvidado, su respiración aumentó en ritmo y profundidad, era evidente que estaba emocionado.
—He regresado, mayordomo... Lo extrañé tanto, señor...
Con dificultad apretó la mano de Mavra e hizo un gesto muy tenue, como si estuviera intentando revivir con muchas esperanzas, por medio del tacto, todo lo que vivió a su lado.
—Ayuda a Dabria... Hija mía... Guíala y nunca la dejes sola... Ya no más... Mavra...
Ella apretó sus labios con fuerza al escucharlo tan débil y frágil, asintió con la cabeza con firmeza y reprimió sus lágrimas tanto como pudo. Su corazón gélido no era capaz de interponerse y por ello dejó fluir todas sus emociones, se rio por sus palabras de la forma más dolorosa —intentando sonar incrédula y ofendida— y mi corazón se contrajo al verla así de rota.
—Le juro que nunca más los dejaré, los voy a proteger a todos con mi vida y daré hasta mi último aliento de amor y cariño por ustedes —le responde alegre, llevando la mano del mayordomo a su frente para poder sentirlo más cerca a su ser.
El mayordomo le concedió un perdón silencioso y eterno, Mavra besó sus dedos y sollozó frente a su piel frágil.
De nuevo, el mayordomo apretó su mano y ella correspondió su gesto con mucha delicadeza, los dos se estrecharon como un saludo formal entre dos almas sabias que han vivido incontables y muy valiosas experiencias de vida.
—Fue un placer... Mavra —concluye—, Aurelio. —se presenta, llevándose una sonrisa hasta su eterno descanso.
—El placer es mío, Aurelio —corresponde entre sollozos y sonrisas, lo observó con ternura y mordió sus labios, intentando contenerse.
—Mavra... ya está durmiendo —espeta mi tío después de unos minutos en silencio en los que Mavra aún buscaba vida dentro de su cuerpo.
—Me alegra saberlo... —dice con suavidad.
Volteé a verlo extrañada y él me miró con dos bellas esmeraldas cristalizadas a punto de romperse.
—No, Mavra... Él ya duerme para siempre... —le explica, dejando escapar una lágrima brillante.
Al escucharlo decir aquello ni siquiera volteó a mirar a nadie en busca de veracidad, no buscó a alguien para refugiarse en, simplemente llevó una mano frente a sus ojos para cubrirse del mundo, apretó la mano pálida del mayordomo y lloró.
Me acerqué a ella y la abracé, se aferró a mi torso, sin dejar ir su mano, y las dos lloramos la pérdida eterna de nuestro querido maestro.
***
Mavra no quería abandonar su lado, se negaba a hacerlo a pesar de que todos ya se habían ido. Mi tío nos observaba desde el umbral de la puerta, se rehusaba a acercarse por ella, y yo me mantenía a su lado.
«¿Qué sentirá?», me pregunté, siendo incapaz de encontrar una respuesta.
¿Cómo eres capaz de asimilar que alguien ya no está ahí, para ti, cuando esa persona fue una razón tuya para vivir tu vida tal como eres? ¿Siquiera puede aceptar su partida en estos momentos?
—Mavra... —la aliento, acariciando sus hombros.
Aún no soltaba la mano del mayordomo, no quería hacerlo, fue la primera vez, después de tantos años, y sabía bien que si la soltaba ahora ya nunca, jamás, sería capaz de sostenerlo.
Lloró en silencio, sin hacer ningún tipo de ruido, quizá por falta de consciencia o porque simplemente hacía mucho que ya no lloraba y no era capaz de expresarse abiertamente.
¿La habrán privado de sus emociones? ¿Acaso podía mostrar alguna otra expresión que no fuera seriedad en estos últimos años? No, no puede ser. Mi Mavra le es fiel a su pequeño corazón de oro.
—Se siente como si te rompieras en pedazos —espeta en un murmullo tembloroso y quebradizo—, y en el proceso de volver a armarte, darte cuenta que se perdieron piezas... muy pequeñas, pero que sin ellas no eres capaz de estar completa de nuevo.
No supe cómo responderle y dejé que mi cuerpo lo hiciera con su lenguaje tan único. Me incliné hacia su cabeza y planté un tierno y profundo beso con la esperanza de reconfortarla un poco.
—Se va a notar su ausencia en mi vida... —dice en un suspiro—. No debí de regresar...
Se inclinó dolida hasta pegar su frente a la mano del mayordomo, donde lloró ruidosamente hasta el cansancio. Me arrodillé, al no ser capaz de poder cargar mi propio peso, y lloré la pérdida eterna junto con mi pequeña Mavra.
***
—Interesante, ¿no? —me pregunta mi tío, viendo a lo lejos como Mavra arregla en un jarrón el ramo de flores que trajo—. Cómo funciona la cadena del desgaste emocional; cómo una persona que no sale de su círculo vicioso es capaz de afectar, de alguna forma, a la gente que le rodea, y esta, así misma, se desgarra emocionalmente.
—¿De qué forma se desarrolla esa cadena? —le inquiero más tranquila, a sabiendas de que el entierro del mayordomo será pronto.
—Me afectan a mí y yo a mis compañeros, al no entregarles mi mejor cara, y ellos no van a ser capaces de laborar de la forma correcta.
—¿Por qué te afec...
—Ella, más que nadie —interviene, sin quitarle los ojos de encima.
—Te advierto que va a doler bastante, a mí me hizo llorar todo lo que no he llorado este año...
—No lo dudo —acepta, negando con la cabeza de un lado a otro, mientras sus ojos adquirían un color rojizo por el futuro llanto que derramarán—, me duele verla así...
Mavra se despidió del mayordomo cuando la luna ya había alcanzado una altitud considerable en el cielo, yo seguí lamentándome de la forma más discreta posible y mi tío aguardaba pacientemente el momento para hablar con Mavra.
Esa misma noche se llevaron el cuerpo del mayordomo para prepararlo, pues habían priorizado su entierro ya que la enfermedad que le arrebató la vida aceleraba su proceso de putrefacción.
Mavra se quedó de pie, haciéndole guardia a la camilla donde se encontraba el mayordomo postrado por casi más de un año, yo la acompañé y las dos lloramos en silencio mientras recordábamos con mucho cariño todo lo que vivimos a su lado.
—¡¿Dónde está?! —gritan en el pasillo.
—¡¡No puede pasar, señor!!
—¡¿Dónde está?! ¡¿A dónde se lo llevaron?!
Mavra se interpuso entre la puerta y yo, levantó su guardia y en seguida su expresión cambió. No tenía una cara seria, estaba furiosa, pero en sus ojos aún se encontraba el vacío de la pérdida.
—¿Cuándo llegará mi paz? —pregunta al aire, fulminando con la mirada a la figura que se intentaba asomar por la puerta.
—¿Mayordomo? —pregunto yo, después de verlo luchar contra varias enfermeras.
Me escabullí entre un espacio vacío para liberarme de la protección de Mavra y esta, en vez de detenerme o rechazar mis movimientos, caminó junto a mí hasta la puerta, siempre procurando no dejar un espacio tan grande entre nuestros cuerpos para así ser capaz de moverse rápidamente si hay algún tipo de peligro.
—Princesa, oh, princesa —me llama aliviado a la par de que ordené que lo dejaran ir.
Se acercó a mí tembloroso y Mavra cambió su cara, por una más frágil y melancólica, en seguida de verlo y reconocerlo.
—Princesa, ¿usted sabe a dónde llevaron a mi hermano? No pude salir del castillo más temprano porque el rey me requería... —Dobló su cuerpo enternecido, casi hasta llegar al suelo, pero Mavra fue capaz de sostenerlo en el proceso.
Llevó uno de sus brazos por encima de sus hombros anchos y lo sostuvo como si estuviera herido, herido físicamente, no del corazón. Y lo cargó con tal de que el peso de lo que estoy a punto de decirle no lo hagan recaer más.
—Señor... Su hermano tuvo que despedirse hoy, luchó demasiado estos últimos meses y hoy decidió descansar —le digo suavemente, con los ojos cristalinos, para que los tres lloráramos a la par—. Fue muy valiente y se fue como un gran guerrero... —agrego—, lo siento muchísimo...
Mavra me tomó sutilmente por la cintura y nos abrazó a los dos con mucho cariño y con firmeza, nos entregó esa calidez que necesitamos en estos momentos.
—Fue una gran persona... —espeta entre sollozos, susurrando entre nuestros oídos para no asustarnos—. Aurelio realmente fue una gran persona...
El mayordomo del ala izquierda se sorprendió al escuchar su nombre y se separó de Mavra, con cuidado ella lo dejó ir para regalarle una inmensa sonrisa que pude notar de reojo.
—Su hermano significó mucho para mí, usted también, y quiero agradecérselos.
Me separé de su cuerpo al escucharla decir eso y ella le ofreció la reverencia que el mayordomo del ala derecha le enseñó en su niñez.
—Venit ex corde et anima. —Inclinó su cabeza profundamente y se levantó con lentitud.
—Eres el caballero de la princesa —dice, recordando a la pequeña Mavra.
Le regaló una sonrisa, y unas cuantas lágrimas, el mayordomo se acercó a ella y con dudas le dio un abrazo.
—Gracias por estar con mi hermano en sus últimos momentos... Él realmente las quería y me da mucho gusto saber que ustedes estuvieron con él —nos dice con mucha gratitud, y dolor—. Con eso sé que realmente se fue feliz...
—Tuve la inmensa fortuna y suerte de poder hablar con él una última vez —le comenta Mavra, dejando caer muchas lágrimas.
—Ya no llore, caballero, a Aurelio no le hubiera gustado vernos así, mucho menos por él —nos alienta sonriente—. Ese viejo era la felicidad andante.
Los tres nos reímos con ternura, poco a poco las lágrimas se fueron secando. Le presentamos nuestras condolencias al mayordomo y nos despedimos de él para que pudiera decirle un último adiós a su hermano.
—Tiene razón su... hermano —dice Mavra ante la noche—. No deberíamos de estar melancólicos, tenemos que sonreírle al mundo hasta que lo reciba entre sus brazos para que vaya en paz.
—Sí... —me replanteo—. Hay que sonreír ante la pérdida, porque de alguna u otra forma nuestros caminos se van a volver a encontrar, tan siquiera rozar, aquí o en el más allá —concluyo, viendo a la luna resplandecer en lo más alto del cielo.
—Eres fuerte —espeta después de un silencio, uno muy corto donde no me di cuenta que me estaba observando con gentileza.
—Tengo que serlo... —le confieso.
Descruzó sus brazos a la par de dejar de recargarse en la pared, me tendió una mano y yo la tomé con seguridad, gentilmente tiró de mi mano hacia ella para recibirme entre sus brazos.
—Lo siento tanto por todo lo que pasaste...
—Yo también lo siento —me dice.
Me alejé de su pecho y alcé la cabeza para mirarla a los ojos.
—No soy capaz de ser la misma Mavra de antes... Lo voy a seguir intentando, pero no creo que regrese aquella niña tan... viva.
—No importa. —Sostuve su rostro entre mis manos y pegué mi frente a la suya, a la par de que ella se aferró a mi torso para abrazarme gentilmente—. La Dabria que alguna vez conociste también dejo de existir, no por completo ya que conservo sus mejores cualidades pero... Nadie es capaz de ser la misma persona después de tanto tiempo, luna mía.
—Yo no quiero ser así... —me susurra con la voz temblorosa.
Le di un suave beso en su pómulo y otro en su frente, abracé sus hombros y ella correspondió mi acción con mucha gentileza.
—Yo sé que no, mi sonrisa de hojalata. —Le regalé un beso en su oreja y ella se rio en voz baja—. Tú y yo, desde ahora en más, vamos a mejorar. Vamos a aspirar a ser las mejores personas que podamos ser porque anhelo bastante que las dos nos encontremos bien... Ya me cansé de vivir así.
—Yo también... Tenemos que cambiar.
—Y lo vamos a hacer, luna mía —le aseguro.
Las dos nos alejamos un poco, no tanto como para dejarnos ir, y la miré a los ojos, después sus labios y antes de poder acercarme me dijo:
—Nos pueden ver...
—¿Y eso a mí en qué aspecto me importaría? —le pregunto, susurrando contra sus labios—. Yo soy una princesa —le recuerdo, de forma burlona, mi posición aquí.
—Yo sé lo que eres...
Me besó, lentamente subió una mano por toda mi espalda hasta mi nuca, entrelazó sus dedos con mi cabello y sentí como presionó mi cabeza contra ella. El beso se volvió fuerte, nuestras bocas se desconocían, cada una llevaba un ritmo diferente, pero eso no fue un impedimento para nosotras en cuanto a aprender cómo se mueve la otra. Entre bocanadas de aire y pequeñas sonrisas tiernas aprendíamos qué quería la otra y de qué forma.
Finalizamos con un abrazo apretado, meciéndonos de un lado a otro, en silencio, respirando el mismo aire y disfrutando nuestra compañía.
—Me siento... aliviada —me dice contra mi cabeza—. Hasta puedo decir que un tanto contenta porque pude verlo por una última vez... —comenta entristecida—. Está descansando en paz y eso me reconforta... Me da gusto que cumplió con sus años de vida, y más el que yo fui capaz de verlo ocurrir...
—Te entiendo... yo también estoy aliviada —le digo, pensando en su trayecto este último año.
—¿En qué crees que se convertiría una vez que renazca? —espeta mientras siento sobre mi cabeza como voltea a mirar el cielo nocturno.
—En un ave... Específicamente un quetzal.
—¿Un quetzal?
—Un ave del continente americano... Ahora que lo pienso detalladamente creo que podemos considerar al mayordomo un ornitólogo de la historia, su conocimiento sobre las aves era muy amplio.
—¿Así como el tuyo en poemas? —se ríe burlona.
—No puedo creer que me hayas dicho eso —le digo ofendida, dándole un manotazo a su espalda.
—Es mentira, estrellita, aún conservo todo lo que me escribiste —me dice alegre—. En cuanto llegué me dieron un baúl con todas mis antiguas pertenencias, incluso venían mis trajes, ¡era diminuta!
—Sí que lo eras, estábamos del mismo tamaño —le recuerdo en burla.
—Oh, por favor, eso ya quedó atrás —lo admite entre dudas—. Mírame ahora, crecí solo para ti —me canturrea.
Las dos nos soltamos y ella se fue a dar vueltas por todo el lugar, como si estuviera luciendo sus prendas y me carcajeé por las expresiones que me hacía cada vez que su rostro volteaba de nuevo hacia mí.
Regresó, dando vueltas, y la detuve con mis brazos para que no se mareara. Le dio vueltas a su cabeza con el cuello y las dos nos reímos, acercó su rostro al mío y le dio un besito a mi nariz. La abracé con todas las fuerzas que tengo y ella se estremeció de dolor, sacó sus brazos de mi agarre y me abrazó devuelta.
Nos quedamos así, juntas, en silencio, hasta ver a la luna moverse de su lugar.
—Vamos a estar bien... Todo va a estar bien —le susurro segura.
—Yo sé que sí.
Me dio un beso en la cabeza y yo la apreté contra mí en respuesta; ¿hace cuánto tiempo que no he estado así junto a ella? Así de cerca, así de íntimo, así de surreal. Y pensar que se marchó cuando apenas tenía catorce años de edad, este invierno cumplirá veinticuatro vueltas al sol mi luna tan hermosa.
—¿Mañana me acompañarías con mi familia? —espeta, buscando mis ojos entre tanta oscuridad.
—Sí, claro que sí.
Me regaló una sonrisa contagiosa y nos abrazamos de nuevo, esta vez para concluir con todo, para poner en paz toda esta guerra que nos rodea y suspiré de alivio.
—Te extrañé.
—Yo también la extrañé, princesa —me dice dolida.
Me separé de su cuerpo, extrañada por el cambio en su voz, en su comportamiento, en su forma de hablar, para encontrarme con una Mavra inexpresiva. Busqué qué es lo que estaba mirando y encontré una figura a lo lejos acechante.
Las dos nos separamos con lentitud, Mavra caminó en dirección a la figura irreconocible y yo me quedé detrás de ella. Pronto la luna bañó con su luz a mi tío, que para mi sorpresa era muy parecido a Mavra, ya que los dos mantenían un semblante serio y vacío.
—Quiero hablar contigo.
—Profesor. —Se reverenció ante él, como cualquier soldado lo haría, y antes de levantarse dijo—: Capitán general.
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Dato importante/curioso:
• Depresión: Conocida en sus inicios con el nombre de melancolía (del griego clásico μέλας 'negro' y χολή 'bilis'), la depresión aparece descrita o referenciada en numerosos escritos y tratados médicos de la Antigüedad. El origen del término se encuentra en Hipócrates, aunque hay que esperar hasta el año 1725, cuando el británico Richard Blackmore rebautiza el cuadro con el término actual de depresión.
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