Capítulo. XXXVIII

—¡Perra! —maldice el hombre a la reina.

De inmediato mi profesor lo tomó por el cuello con su brazo y se lo llevó lejos, casi arrastrándolo. Su esposa estaba estupefacta por lo que la reina aprovechó ese momento, la tomó del cabello y también se la llevó arrastrando a la vez que la callaba por sus quejidos tan ruidosos.

—Por todos los campos de amapolas... el rey me va a matar —espeté al aire.

—¿Estás bien, Mavra? —me inquiere preocupada, acercándose precipitada a mí.

—Sí, sí, sí —le respondo en un tartamudeo, si el rey se entera de todo esto no cabe duda de que me mandará a matar.

Acarició con su mano mi mejilla roja y yo apreté su muñeca porque su tacto me dolió. Perdí mi vista en su vestido y me imaginé lo peor, mi familia está en peligro por esto.

«No te preocupes más», escuché entre mis pensamientos por parte de un tercero para recibir en mi piel ardiente el tacto más dulce y sutil de mi vida.

La princesa plantó un tierno beso en mi ser, tan profundo que hasta mi corazón lo sintió, y de alguna forma su imagen inocente me hizo olvidar muchas cosas. Pero mi rostro hipnotizado cambió rápidamente cuando vi a alguien acercarse.

—Perdóneme, perdóneme, yo le juro que no quería hacer esto —le confieso al mayordomo que se acercaba con una cara que no me gusta ver.

—¿Qué pasa? —nos pregunta al analizarnos con la mirada.

Ninguna respondió, mientras yo me enterraba sola en una tumba imaginaria la princesa aguantaba la mirada del mayordomo.

—Su padre la está buscando, y a ti también Ansel. Su ausencia sobre la mesa es notoria... y la de la reina aún más. ¿Dónde se metieron?

—En unos momentos regresarán, acompáñame, Mavra. Entretendremos a muchas personas justo ahora. —Se aferró a mi mano temblorosa y tiró de mí hacia el salón.

El mayordomo se hizo a un lado y fue a buscar al profesor y a la reina. Miré como se marchaba, cómo nos dejaba a nuestra diminuta suerte. Dabria abrió unas puertas invisibles hacia el comedor sin ninguna disimulación e hizo de nuestra presencia más que notoria.

—¡Hola a todos!, no pude hacerlo con la mayoría pero, les doy la más cálida bienvenida a la nación donde crecí y aquella que algún día reinaré. Espero que disfruten su estancia entre estas montañas que me han visto crecer y que puedan encontrar paz en nuestro territorio tan hermoso —habla alzando la voz para que todos dirijan su atención a nosotras—. Hoy, hace cuarenta y tres años nació uno de los hombres más fuertes y audaces que el mundo pudo tener. Un hombre que con sus manos moldeó una nación entera para albergar a innumerables humanos y sus futuras generaciones, dándoles un lugar cómodo para vivir y ser libres. —Mi nerviosismo aumentó porque su discurso no parecía tener fin, además de que todos nos acuchillaban con la mirada porque aún seguía tomando mi mano sudorosa—. Padre... no sabes cuánto te amo y cuánto te admiro. Espero algún día pueda ser como tú. —No pasó ni un segundo y un golpe de ovaciones nos agitó los oídos. Gritos, celebraciones y aplausos eternos.

«Tú serás mejor que yo» gesticuló el rey con sus labios a la princesa.

Hizo una reverencia y yo la acompañé torpemente después de unos segundos, al alzar la vista de nuevo el rey ya no estaba en su pequeño trono. Se acercaba peligrosamente a nosotras, atravesando todo su comedor, sin quitar su mirada dorada de nuestros cuerpos. Sus ojos se detuvieron en nuestras manos, yo intenté soltar a Dabria deslizando mi mano lentamente pero ella se aferró aún más.

En el proceso de que el rey pone sus dos brazos alrededor de ella apretó mi mano por el miedo, y hasta que se dio cuenta de su motivo la soltó. Se fundieron en un profundo abrazo que yo solo me pude limitar a mirar, la cargó y dio una vuelta con ella entre sus brazos. Se regalaron unas sonrisas perfectas, aunque la princesa no abrió del todo sus labios, para que el rey le diera un tierno beso en la frente y ella quedara anonada por el contacto. La dejó a mi lado y me puso su mano en mi cabeza, me regaló una sonrisa y extrañamente en sus ojos existía calidez... una calidez realmente sincera.

Cargó a Dabria de nuevo y a punto de marcharse me señaló con su brazo mi lugar, frente a mis tres compañeros, para sentarme en él. Miré cómo se alejaron y en cuanto di un paso mi profesor y la reina llegaron.

—¿No te rasguñó o algo, señora? —le inquiere en voz baja a mis espaldas.

—Claro que no, no seas i... —La reina no terminó su frase porque se topó conmigo, ella también me regaló una tierna sonrisa y se fue a su lugar.

—¿Qué pasó, Mavra? —me inquiere a la vez que me toma por el hombro para caminar junto a mí a nuestros lugares.

Se sentó en donde se supone que va la princesa, quien se encuentra vacilante en el regazo del rey, y en cuanto lo miré bien me tuve que morder los labios como usualmente hago. Me los comí completamente y los mordí por adentro pues no eran simples risas las que querían salir. Me miró extrañado y yo le señalé a duras penas su cabello porque si lo volteaba a ver lo sacaría todo de una. Ágilmente se peinó y carraspeó su garganta para cambiar de tema.

—¡Ya!, cuéntame qué pasó —exclama, en voz más baja, pero no podía responderle porque estaba conteniendo mi risa muy fuerte.

—Parecía una galli...

Me dio unas palmadas en la espalda y yo tosí para disimular, carraspeé igualmente mi garganta y le contesté.

—Robaron uno de los escarabajos tan preciados del rey... otra vez.

—¿Hablas de esto? —me pregunta, mostrándome disimuladamente el insecto inmortal.

Un suspiro gigantesco de alivio salió de mi boca, incluso me desparramé en mi silla a pesar de que me veían raro desde hace rato.

—Me acaba de salvar la vida, en demasiados sentidos.

—Lo sé, ¿está bien tu cara? Me dijo la zopenca de mi hermana que te golpearon —me inquiere disimulando forzosamente su enojo.

—Sí, lo estoy... ¿Está bien que hable así de la reina?

—Sí —me responde desganado—. Sea la reina o no, no le quita lo imbe...

Un carraspeo interrumpió nuestra charla, yo me acomodé en la silla estrictamente y junto a mi profesor fui acuchillada con unos ojos más bellos que una esmeralda. Dabria no se acostumbraba a estar junto a su padre y a su madre de esa forma tan agradable y unida, la reina estaba enojada y el rey estaba muy extraño en estos momentos. No es un ambiente tenso pero sí fuera de lo común.

La comida pasó y poco a poco nos fuimos acostumbrando a estos aires. Mi profesor y yo conversamos de que él ha estado fuera más seguido y que el bisabuelo de Benedict está bien. Un hombre mayor, que se sentaba al lado de mí, se unió a nuestra plática de forma agradable y cuando cada uno regresó a sus asuntos seguí platicando con mi profesor.

—¿Cuánto cree que le quede? —le inquiero hablando del bisabuelo.

—No mucho, Mavra... Si es muy importante para ti deberías de ir a verlo pronto, creo que tu familia lo visita seguido porque me han dicho que sí recibe visitas.

—Entiendo. —Piqué con el tenedor un tomate que se encuentra de decoración en mi platillo hasta que sentí comezón en mi nuca, me pasé la mano por ella pero ese sentir no se iba.

Miré a mi alrededor y rápidamente los ojos del mayordomo y los míos chocaron. Un jadeo intentó escaparse de mis labios... creo que ya he fallado lo suficiente con mi etiqueta el día de hoy. Seguí conversando con el profesor e intenté comportarme y dar una imagen pulcra sobre quien se supone que soy.

Terminamos la comida y varias personas ya se estaban levantando de sus asientos, algo así como despidiéndose, cuando el rey habló.

—Por favor, aún no ha terminado esta celebración. Es la primera en tantos años y quisiera hacerla algo especial —anuncia cálidamente.

El chef no tardó en entrar, junto con otros cocineros bien uniformados, paseando una carretilla finísima llena de postres y pasteles coloridos.

—Les tenemos un detalle la reina, la princesa, yo, mis sirvientes y todos los que han nacido en estas tierras en agradecimiento por su presencia el día de hoy.

Ágilmente el mayordomo dio una orden silenciosa y él junto con otro sirviente cargaron ramos de flores arregladas. Se las entregaron a todos, incluso a mí y a mi profesor. No pertenecen al campo de la princesa porque ella no tiene más de treinta de la misma especie como para poder entregárselas a las cincuenta personas que hay aquí, o eso le calculo a los invitados.

Unas florecitas moradas junto a unas blancas y unas rojas con unas amarillas. Son muy lindas. Alcé mi vista y me encontré con la princesa, nuestros ojos se toparon, me quería decir algo pero no puedo descifrar el mensaje por alguna razón.

Todos se asombraron y aplaudieron por el detalle, se acercaron y felicitaron al rey los que ya estaban de pie para que los cocineros fueran de en persona en persona para servirles el postre.

—Casi olvide decir que sus familiares son bienvenidos la próxima vez, entre los ramos hay una invitación para nuestro siguiente más grande festejo que es el cumpleaños de mi hija, la princesa Dabria.

Otra ovación a la que yo y el profesor nos unimos. El ambiente cambió totalmente, son unos nuevos aires encantadoramente alegres, como si el azúcar de cada postre avivara a las personas. Rápidamente nos movimos a otro lugar porque el rey nos invitó a pasar al salón principal, pues nos esperaba la orquesta para bailar.

Entre la muchedumbre me quedé con las últimas personas porque al profesor lo había secuestrado la reina, que se veía extraña y exageradamente alegre, para ir a bailar además de que el mayordomo estaba muy ocupado guiando a todo el personal.

Mis tres compañeros me siguieron porque habíamos perdido de vista a la princesa, pero antes de marcharnos nos detuvo algo. El señor que se sentaba al lado de mí, quien es un poco mayor al mayordomo, apenas se estaba levantando de la mesa porque ocupaba mucho espacio para poder moverse y antes no lo tenía. Nos acercamos a él rápidamente al verlo batallar.

—Señor, permítame —le digo para ayudarlo.

—Oh, muchas gracias, jovencito. Que Alá te bendiga por ayudar a este pobre viejo.

—No hay de qué, señor. —Tomé su brazo y lo ayudé a pararse correctamente, con agilidad acomodó su bastón frente a él y caminó a mi lado enganchando su brazo al mío.

No tenía a ningún guardia que lo cuidara, pero antes cuando estábamos en la mesa parecía muy poderoso, todo aquel que se le acercaba, antes de dirigirle la palabra, hacía una reverencia muy notoria que no a cualquiera se le hace.

—Eres un muy buen joven y puedo deducir por esa piedra que portas que no eres cualquier hombrecito —me comenta mientras caminamos, muy lentamente, entre risillas.

—¿Hay algo importante en esta piedra preciosa? —le inquiero curiosa.

—Sí, hijo, ¿cómo no lo habrá? Ese color fue uno de los primeros amarillos en toda Vreoneina.

—¿Amarillos?

—Sí, las primeras piedras que nos susurraron que estas tierras eran las más ricas que podían existir. Yo vengo desde el Imperio Otomano, ¿has escuchado de ese lugar? —me cuestiona.

—Sí, señor, he escuchado algunas cosas —le respondo intentando recordar algún dato importante que haya leído en algún libro, aunque casi todos son manchas rojas en su reputación.

—Soy abuelo del sultán de ese lugar, ¿puedes creerlo? Tengo ochenta y un años y aún no puedo creerlo. Yo nunca pertenecí a la monarquía ni a la clase alta, mi hijo tuvo la grandísima suerte de casarse con una princesa y se convirtió en el rey. Y aquí estoy yo, siendo señal de alianza.

—Yo también lo soy, aunque no sé si sirva de mucho —le comento.

—Claro que sirve, hijo, somos la bandera blanca de la paz.

Llegamos al salón principal y rápidamente la princesa se acercó a mí, abandonando el lado de los monarcas para encontrarse con nosotros.

—Buenas tardes —saluda haciendo una reverencia que hizo columpiar su vestido.

—Princesa, es todo un honor conocerla —le corresponde.

Regresó su mirada a mí y por alguna razón sus ojos brillaban de una forma preciosa, el salón hacía juego con su vestimenta y la de los monarcas. Telas de azules claros y oscuros junto con más objetos decorativos para ambientar el salón dorado.

Me regaló una sonrisa a medias, llevó su mano frente a su boca y por fin pudo sonreír sin límite alguno. Negué con la cabeza sutilmente y la admiré mientras mis tres compañeros cuidaban nuestras espaldas.

—Pero miren nada más, veo que ustedes dos son muy unidos. Los ojos de una princesa no pueden mentir, y los suyos jovencito susurran muchas cosas.

—¿A qué se refiere? —le pregunto mirándolo.

Es un hombre mucho más alto que yo, mi cabeza apenas roza la altura de sus hombros, canoso y con manchas cafés sobre su piel en señal de vejez. Vestía un traje muy distinto pero elegante que te robaba la atención fácilmente.

—Princesa, si le proponen en su situación actual una riqueza y poder inalcanzable ¿lo tomaría o tan siquiera le atrae? —le inquiere ignorándome por completo.

—¿No falta algo más dentro de esa pregunta capciosa? —le replica.

Yo lo observé atenta porque no sabía qué estaba pasando, después vi a la princesa y en sus ojos encontré algo determinante, además de que el señor se rio un poco por la respuesta.

—Claro, riqueza y poder o amor y su familia. ¿Cuál le conviene más justo ahora? —Esta vez lo miré de forma pesada, algo trama y no dudo en que sepa cosas acerca de la relación que tiene la princesa con los reyes.

—Amor y a mi familia.

Su respuesta me sorprendió y cuando nuestras miradas chocaron encontré tantas palabras que querían ser gritadas. Se acercó a ella repentinamente, los hermanos y Asmodeo se tensaron a mis espaldas pero yo estaba a su alcance. Apreté su brazo y lo guie disimulando el control que quería tener sobre él. Simplemente posó una mano en la cabeza de la princesa, dijo una palabra y giró hacia mí.

—Y a ti jovencito —reposó su mano igualmente en mi cabeza—, junto a tus camaradas, nunca olviden que la perseverancia puede vencer al talento puro.

Susurró de nuevo unas palabras y antes de marcharnos nos dijo: «No los entretengo más, disfruten del baile» y por arte de alguna magia la orquesta comenzó a tocar.

La princesa rápidamente se acercó a mí, me abrazó y empezó a mover su torso al ritmo de la música.

—Primera advertencia: no sé bailar, princesa, ya lo sabe.

—No importa, tengo que decirte algo.

Tomó mi mano izquierda y la puso al aire con la suya, mi mano derecha descansa sobre su cintura y la de ella sobre mi hombro. Los tres guerreros se colocaron limpiamente pegados a la pared para no estorbar, los miré y con la mano derecha les señalé que yo me encargaba.

—¿Qué pasa? —le inquiero.

—¡Acércate más! —me ordena en un tono bajo.

La atraje hacia mí por su cintura y pegamos nuestros torsos, provocando que su vestido esponjado sufriera un doblez por el frente, y dejando a mis costados un abrazo incompleto de una tela azulada.

—Estamos de acuerdo en que él señor sabe cosas —le susurro cara a cara.

Aguantó su respiración, giró su cabeza a un lado y exhaló profundamente para inhalar de nuevo. La miré raro y ella respondió a mi duda interna.

—Te huele mal la boca —espeta reincorporándose.

Abrí la boca de nuevo para responderle algo pero la volví a cerrar, mordí mis labios y ella se rio.

—¿Y quién tiene una ventana en la boca? —le contesto girando mi cabeza hacia otro lado para que ya no huela mi aliento tan bello.

—Y tú tienes una sonrisa de hojalata —me replica.

La miré ofendidísima y ella me sacó la lengua, la atraje a mí de nuevo pero con más fuerza y precisión ya que se había alejado un poco. Jadeó por la sorpresa y selló sus labios carnosos.

—Saca la lengua de nuevo y me la voy a comer, princesita, ya he aguantado mucho por ti.

—Olvídalo, hay que movernos —señala en un tartamudeo para cambiar de tema.

Dio un paso al frente, después uno al lado, hacia atrás y hacia el otro lado; yo la seguí y de vez en cuando me tropezaba pero lo disimulaba perfectamente. Sus mejillas se pintaron de ese rosa familiar y sonreí inconscientemente por el gesto. Nos columpiábamos en un círculo perfecto para ocultar el hecho de que no sé bailar.

—Sí, estoy de acuerdo contigo —me susurra al oído, dejando nuestras bocas al nivel de nuestras orejas—. Hay algo raro, mi padre y madre están actuando extraños además de que esas flores fueron una amenaza casi a muerte para los invitados.

—¿Las flores? —le pregunto en voz baja.

—Las capuchinas, las flores rojas, dan un mensaje como: «La victoria en la guerra»; las flores amarillas, les dicen hierba lombriguera, y equivale a declarar la guerra, también a la resistencia; la salvia, la flor morada, es admiración, sabiduría y virtud doméstica; las florecitas blancas, llamadas milenrama, son guerra pura. —Sus labios rozaron mi oreja y un escalofrío recorrió mi cuerpo por el contacto—. A lo que voy es que no sé si realmente quería dar un mensaje o solo hizo ese tipo de ramo porque se veía bonito.

—No lo sé, tal vez sí quería dar un mensaje porque vi que se dedica completamente a la botánica. Incluso escribió un libro junto con el profes...

—¿Cómo sabes eso? —me interrumpe, alejándose de mi cuerpo, quitándome su calor.

—Fui una vez a su invernadero... pasaron muchas cosas —le respondo entre risillas nerviosas.

—Ya veo —dice entornando los ojos como si me examinara detalladamente.

—Bueno, lo que le quería decir es que pensé que eran flores de su campo pero viéndolas bien me di cuenta de que no... las suyas son más hermosas.

Ágilmente se apegó a mi cuerpo de nuevo, ocultando su rostro detrás de lo que mis ojos ya no pueden ver, pero el calor que siente la piel descubierta de mi cuello no miente.

Bailamos un rato más hasta que sonó algo muy avivado, fuimos por los tres soldados y bailamos un rato con ellos. Al principio se negaron a hacerlo pero se dejaron llevar. Nadie sabía bailar, lo único que hacíamos era disfrutar la música con nuestro cuerpo.

Ya no vimos al abuelo del sultán, y poco a poco la gente se fue marchando hasta que ya no quedaba casi nadie. El sol se encaminó a ocultarse y nosotros teníamos que ir al cuartel a entrenar.

La melodía es suave, casi tierna; los reyes no estaban, ni siquiera el profesor, y solamente quedaban cinco parejas de la tercera edad que disfrutaban de la música como si fuera su último baile.

Asmodeo se fue supuestamente a platicar con otro soldado, Nazaire y Maël aún seguían estrictamente cuidándonos a la lejanía. Dabria y yo nos meneábamos juntas en el centro del salón, la orquesta no estaba cansada sino que su melodía era tan suave que relajaba a todo aquel que la escuchara.

Recargó su cabeza en mi pecho y cerró sus ojos, se aferró a mi cuerpo y yo la sostuve en un tierno abrazo. Bailamos lentamente y de vez en cuando me hablaba.

«Hoy fue extraño, pero de alguna forma sanó una parte mi corazón», me dijo mientras bailábamos.

—Duerma princesa, yo la voy a cuidar.

La fuerza de su respiración disminuyó y se dejó llevar por los latidos de mi corazón. Ya no movíamos los pies para bailar, simplemente la mecía de un lado a otro de la forma más suave posible para arrullarla.

Y cuando recargó todo su peso en mí no la pude, es muy pesada, puse una pierna atrás como apoyo para no perder el equilibrio y llamé a Maël con la mano. No dudó en venir, ágilmente cargó a la princesa entre sus brazos y se la llevó directo a su torre.

Me arrebató su calor, iba a decirle algo pero nada salió de mi boca. Es como una preocupación, un disgusto el que me la haya quitado aunque yo se lo haya pedido. Aún mantengo su esencia perfumada pero solo es un recuerdo palpable. Yo la quiero a ella, pero ¿por qué yo no puedo cargarla? ¿Necesito más fuerza o será la altura?

Salí de mis pensamientos y lo seguí, no sin antes ir por Nazaire, a pesar de que la imagen que tengo frente a mí no me agrada del todo. Si Asmodeo y Maël pueden hacerlo entonces yo también, así ya no tendrán que poner sus manos sobre su piel perfecta.

—Yo fui encomendada a cuidarla —espeto.

—Sí, Mavra, relájate. Tus aires se hicieron pesados y caminar al lado de ti es difícil, ¿qué pasa? —me inquiere Nazaire, quien sé que me va a brindar una comprensión infinita.

—No sé qué me pasa. —Modulé el tono de mi voz y le dije—: Me molesté. Asmodeo y Maël pueden cargarla y yo sé que es mi incapacidad física la que me impide hacer varias cosas pero que ellos se acerquen así de la nada me molesta.

—La princesa no es tuya —espeta y yo me detuve a pensar.

Él jaló mi brazo para seguir avanzando y así caminar al mismo son.

—No eres la única con la tarea de cuidarla, tienes que ver eso. Te estás presionando mucho, ves en ella la salvación de tu familia y nada más. La princesa no es solo eso, Mavra.

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Significado de flores extraído de: hananokotoba.com

El lenguaje de las flores japonés

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