Capítulo. XXXVII

Siglo XVII, 1697, 5 de agosto
4:37 A.M.

Un ajetreo extremadamente escandaloso nos levantó a los cuatro al mismo tiempo, y nos quejamos antes de pararnos porque nos dolían hasta nuestros glúteos perfectamente redondos por el castigo que nos puso el coronel ayer.

—¿Qué es eso? —pregunta Asmodeo en un gruñido.

Nazaire seguía medio dormido y Maël ya estaba bien sentado, en la cama de arriba, poniendo total atención al ruido. Ágilmente se bajó de allá y salió del cuarto.

Asmodeo se sentó sobre su cama y dio un bostezo gigante, yo también me reincorporé y al ver su gesto se me dio por hacer lo mismo instintivamente. Nos rascamos la cabeza al mismo tiempo y cuando miramos nuestro movimiento reflejado en el otro nos echamos a reír.

—¿De qué se ríen? —nos pregunta Nazaire, sentándose en su cama para bostezar.

Asmodeo y yo copiamos su movimiento y un sonido grave salió de nuestros labios. Saboreamos algo inexistente en nuestras bocas y ahora reímos los tres juntos.

«Ansel», me nombra Maël en un tarareo apresurado cuando entra al cuarto corriendo.

—¿Qué pasa? —preguntamos los tres inquietos.

«No sé, te necesitan, aseo», nos responde tarareando.

Me levanté y fui corriendo descalza al área de aseo, dejando atrás a un sirviente. Mientras recorría cada pasillo acariciaba de vez en cuando sus paredes altas, como si con ese tacto pudiera recordar todas las emociones que viví entre ellas anteriormente.

Llegué apresurada, casi cayéndome por la viada, entré al cuarto y muchas sirvientas caminaban de un lado a otro con prisa.

—¡Mavra! —me llama una voz familiar.

Busqué su figura dentro del salón pero no la encontraba, hasta que una cabellera del color de la tierra se alzó y levantó su mano.

—¡Profesor! —le grito como respuesta.

Caminé entre los cuerpos finos y corpulentos de las mujeres, y uno que otro hombre, para llegar hasta donde estaba mi profesor. En la mesa del comedor había una caja grande y una pequeña, le di un cálido abrazo pero él me apuró pues no había tiempo.

—Te traje tus zapatos y el collar que te di, también el uniforme que usaste para hacerte pasar por el nieto del emperador Romano —me explica rápidamente—. Te harás pasar por él de nuevo, tú eres el cuarto bisnieto así que procura que eso no salga de tu mente. Mantente al lado de Dabria siempre, tendremos visitantes de todas partes y no hubo invitaciones... Tú también mantente a salvo, Mavra —me despide antes de marcharse.

De pura casualidad vi pasar a la señorita que me ayudó los primeros días que llegué aquí, le grité pero no me escuchó. Caminé ágilmente entre los cuerpos sudorosos de los sirvientes y por la parte trasera de su vestido la detuve.

—Señorita, ¿me podría ayudar... una última vez? Le prometo que es la última —espeto al alcanzarla.

Giró sobre sus talones y cuando me miró su mandíbula cayó repentinamente por la impresión. Rápidamente le dio a otra dama que caminaba a su lado el cesto que cargaba y me empujó al área de inodoros, hasta llegar a la zona de bañeras.

—¿Qué ha pasado?... ¡Has cambiado muchísimo Mavra! —exclama sorprendida por mi físico.

—Le debo una gran disculpa, señorita —espeto para llevar a cabo una profunda reverencia con el torso.

Me tomó de los hombros y me reincorporó.

—No me debes nada, hiciste lo correcto y está bien. Yo fui cegada por la desesperación y te agradezco el que me hayas salvado... —Me regaló una tierna sonrisa e intentó guardar sus lágrimas para después—. Ahora hay que movernos rápido, no hay tiempo que perder.

Rápidamente limpió mi cuerpo lleno de mugre y me cambié entre el denso vapor de la habitación.

—¿Tiene idea de donde se puede encontrar el doctor Salvatore? —le pregunto mientras ella arregla pequeños detalles de mi pantalón y zapatos y yo de mi camisa.

—Tal vez en su enfermería, no tengo idea sinceramente. Todos estamos corriendo por la fiesta del rey.

Antes de marcharme le agradecí de nuevo y tomé el amuleto para metérmelo en un bolsillo. Corrí a toda prisa por los pasillos, pero esta vez sin disfrutar el camino, se me acababa el tiempo y tenía que estar lista antes de que llegaran los primeros invitados honorables.

En una vuelta casi me resbalo, mi tobillo se dobló y mi calzado perdió fricción, pero en los segundos de mi caída logré apoyar mi mano en el piso, haciendo que no perdiera velocidad, para salir volando de nuevo. Corrí y corrí hasta que me di cuenta de que la puerta azulada ya la había pasado, di un brinco para quedar de espaldas a la dirección a la que iba y así frenar mi viada con tan solo la punta de mis pies. Doblé los zapatos, dejando marcas en su tela suave, y cuando la fuerza del arrastre hacia atrás disminuyó me apresuré en llegar a la puerta. La cabeza de mi profesor se asomó a la vez que yo iba entrando por lo que se me salió un pequeño grito.

—¿Qué pasa? —me pregunta entre risillas al ver mi reacción.

—No sé a donde tengo que ir.

—Al salón principal, ¿pero ya viste tu cabello?, por todos los tesoros mayas, Mavra —señala, arrugando su nariz al ver mi desaliñes—. Siéntate, niña.

Fui a sentarme a la camilla y examiné el cuarto con la mirada mientras él buscaba algo en sus gabinetes. Columpié mis pies de enfrente hacia atrás al memorizar cada objeto dentro del lugar y cuando iba a abrir la boca él vino a mi lado.

—¡Aquí está! —espeta mirando un frasco transparente con un líquido verdoso dentro.

—¿Qué es eso?

—Una esencia perfumadora. —Primero peinó mi cabello y lo secó enrollando unas vendas en él.

Abrió el frasco y un olor fuerte de no sé qué penetró nuestras fosas nasales.

—Es una mezcla de robles con un toque floral. Huele así de fuerte porque está concentrado en el frasco pero disminuye en la piel, este lo uso solo en ceremonias excesivamente importantes pero ya me puse otro el día de hoy —me explica rápidamente para tomar mi mano, poner mi muñeca sobre la boca del frasco y voltearlos.

Hizo lo mismo con mi otra muñeca y me explicó que con toques gentiles lo tengo que poner en mi cuello. De mi bolsillo saqué el amuleto y se lo entregué.

—¿Me lo puede poner? —le pido regalándole una gran sonrisa.

—Claro que sí —me responde correspondiendo a mi gesto.

Gentilmente lo acomodó sobre la chorrera de la camisa, acaricié y admiré la piedra del collar mientras él iba a poner todo en su lugar.

—Habrá una comida primero, después se hará un baile y alguna otra actividad. Tienes que estar siempre presente, te iba a decir que no tenías que atender al banquete pero se supone que eres el primer bisnieto de un emperador, ¿cómo no vas estar ahí?

—¿Usted no va a asistir? —le pregunto extrañada.

—Sí, ahí estaré pero no me gustaría que tú entraras en ese ambiente. No es como el último banquete, Athan en estos festejos es muy serio pues le recuerdan que cada año se hace más viejo. En cambio, a mí me encantan, hacen miles de pasteles y postres.

—Supongo que el rey hace todo lo contrario a festejar.

—Exacto, es muy seco, y bueno, muchas veces entran temas políticos a la mesa. Igualmente ahí estará Dabria, entre ustedes se pueden entretener. Asmodeo, Nazaire y Maël también van a estar siempre junto a Dabria, tú puedes ser más libre mientras juegues el papel del bisnieto. ¿Sí? —me inquiere.

—Entiendo.

—Vamos, todos ustedes ya deberían de estar listos. A las doce vamos a recibir a la orquesta, quédense en el salón principal por si llegan personas importantes. Dile a Nazaire que las presente, será el vocero de ustedes dos hasta que llegue alguien más —me explica mientras cepilla y acomoda mi cabello, retirando las vendas para dejar rizos definidos sobre mi cabeza.

—Entiendo —le respondo sin más.

Tomó agua del lavamanos entre sus manos y dejó caer gran parte de ella en el mismo lugar, se acercó rápidamente a mí para que no se escurra tanto al suelo y así peinar mi cabello alborotado firmemente.

—¡Listo!, me gusta el estilo. Ve y mírate al espejo, voy a ir a ver en qué ayudo.

—Pronto lo alcanzo —le digo antes de que se marche, me bajé de la camilla y fui directamente al espejo.

Miré atenta mi reflejo, a un simple vistazo no dudarías que fuera un hombre y eso es bueno. Los primeros rayos del sol salieron tras mi espalda pero de alguna forma su calor no me abrazaba, un dolor agudo al corazón me hizo llevarme la mano al pecho.

«¿Cómo estarán? ¿Cruzaré por sus mentes? ¿Tan siquiera recordaran mi sacrificio por ellos?», pensé decaída.

Me apuré en ir al salón principal, por el camino me encontré con muchos sirvientes corriendo de un lado a otro. El comedor era un gentío así que no pare allí, me aventuré al corazón del castillo para así terminar en su más grande salón.

—¡Mavra! —Me toca primero un impacto antes de que el sonido de mi nombre, en un tono chillón, llegue a mí.

—Princesa —la saludo sin necesidad de verla para saber que se trata de ella, se aferró a mi torso con precisión y ni hablar de cómo el calor del impacto aún duele—. Dígame Benedict, hoy seré el bisnieto de un emperador —la corrijo sutil.

—He escuchado ese nombre antes —señala despegando sólo su cabeza de mi pecho para mirarme—. Y creo que fue de tus propios labios.

Anonada por su comentario no pude responderle y solo la observé atenta. Acomodé la hermosa tiara discreta que tiene sobre la cabeza porque se había torcido de su lugar por sus movimientos bruscos.

—Mira —me dice entre risillas—, tienes doble mentón. —Quitó uno de sus brazos de alrededor mío para picar una parte de mi cuello.

—Tú también niña —le señalo lo mismo pero pellizcando con dos dedos esa carne debajo de nuestros mentones.

Nos reímos juntas y un carraspeo nos hizo separarnos.

—Esto es tuyo —me comenta Asmodeo, lanzándome un objeto pequeño que capturé, entre mis dos manos, cortando su vuelo hacia mí.

Abrí las palmas y me encontré con el anillo que venía junto al escrito de la princesa, lo dejé en algún lugar del armario y muy probablemente ellos se lo hayan topado.

Al ver nuestra maniobra la princesa aplaudió por la agilidad dentro de nuestros movimientos, la miré y ella me regaló una sonrisa perfecta que no duró mucho. Algo crujió sutilmente dentro de su boca y todos vimos como un diente blanco se escurrió entre un río de sangre hasta su labio inferior por lo que guardé el anillo en mi bolsillo rápidamente para atenderla. Abrió los ojos de par en par, y llevó una mano a su boca para que a sus ojos entrara limpia y después del tacto saliera ensangrentada.

—Princesa está bien, no hay nada de qu...

El jadeo de Asmodeo e incluso Maël hizo que se desembocara su llanto como la tormenta más grande de Vreoneina, sus quejidos y gritos resonaron por todas las paredes. Me acerqué a ella y la abracé desde su cadera para cargarla pero no pude.

Le lancé una mirada a Maël y Asmodeo, el hermano no reaccionó pero Asmodeo rápidamente corrió hacia ella y se la llevó cargada entre sus brazos. Yo no dudé en correr tras él y detrás de mí escuché a los dos hermanos reaccionar, y nos dirigimos a la enfermería sin vacilar en nuestro destino.

—¡¡Por esto no me gustan los niños y no voy a tener hijos!! —grita Asmodeo desde el frente, entre el llanto imparable de la princesa.

«Tú, no poder, tener, hijos» le replica Maël desde atrás, esquivando los gritos de la princesa, en un tarareo tan claro como el agua de un río.

—¡¡Muévanse rápido!! —les ordeno a los tres.

No tardamos en llegar y para rematar el profesor no estaba ahí. Hice que la princesa se enjuagara la boca con el agua del lavamanos, Asmodeo busco una venda para detener el sangrado y esperamos a que su llanto eterno disminuyera para poder hablar.

Los tres la guiaron a la camilla y la acostaron para dejarla sollozar cómodamente, yo por mientras limpié lo que quedó de rojo en su diente blanco para dárselo. No tardó en reincorporarse pero sus ojos ya estaban muy hinchados como para que pudiera ver claramente, me senté al lado de ella y los tres soldados crearon una pared frente a nosotras para cubrirnos. La abracé unos segundos y le retiré la venda que cortamos a una medida moderada para que pudiera tenerla dentro de su boca.

—Dabria, eso es normal —le digo suavemente.

«Ya lo sé», me responde hablando con grandes rasgos y de forma airosa, casi no puedo entenderle.

Nos mostró el interior de su boca al hablar y justo uno de los dos dientes centrales de la parte superior fue el que se le cayó.

—Ay, Dios, se le hizo una ventana —espeta Asmodeo al verla hablar.

Al escuchar esas palabras su labio inferior tembló y de nuevo se echó a llorar desconsoladamente. Maël y yo lo fulminamos con la mirada, incluso Nazaire frunció el ceño por su comentario.

—¡¡Me veo horrible!! —espeta ahora la princesa.

—Claro que no —le replico entre su llanto intenso.

Cesó después de unos segundos, gimoteaba y zollipaba, se levantó de la camilla de un brinco y caminó hacia la puerta.

—A mi padre no le gusta esperar —nos dice entre sollozos para abrir la puerta y salir.

Rápidamente la seguí al igual que los tres soldados bien uniformados, Asmodeo a mis espaldas se limpió sus ropas con palmadas como si la princesa le hubiera dejado algo encima.

—¿Qué horas serán? —pregunto en voz alta, mientras nos dirigimos al salón principal, a la vez que le echo un vistazo al ventanal gigantesco que tenemos a nuestro lado.

«Casi mediodía» me responde Maël.

Al llegar nos encontramos con un salón lleno de joyas y telas exóticas, también de un murmullo muy latoso. La princesa aún gimoteaba, le puse una mano en el hombro y caminamos dentro del círculo remarcado de sangre dorada por doquier.

—Te ves espléndida, no le hagas caso a Asmodeo que no sabe lo que dice. Incluso tú y yo combinamos de alguna forma —le susurro al oído para hacerla sentir mejor.

Me miró con unos ojos destellantes por los cristales en sus ojos, le regalé una sonrisa grande pero ella me correspondió con la mitad de esta. Por una parte me daba risa pero por otra sentía pena por ella, me tragué mis carcajadas como pude porque ella a pesar de saber que es muy normal es de estómago frágil.

Un enjambre de personas se nos acercó al ver la cabellera dorada de la princesa y nuestras ropas a la par. Sentí a los hermanos y Asmodeo tensarse detrás de nuestras espaldas, levanté dos dedos de la mano que tenía sobre el hombro de la princesa para dejarles en claro que está bien.

—La princesa Dabria Verena Vujicic Cabot, legítima al trono de la nación Vreoneina —habla Nazaire en un tono poderoso, opacando todas las demás voces en el salón, recordando lo que le dije en la enfermería—. A su lado el bisnieto de Leopoldo I de Habsburgo.

Unos cuantos jadeos se escucharon al nombrar a ese familiar del emperador, nos juzgaron y nos desnudaron con solo dos pares de ojos por persona.

Primero la princesa llevó a cabo una reverencia espléndida, jugando con su vestido azul claro para llamar más la atención.

Venit ex corde et anima —los saludo haciendo ahora mi reverencia.

Nos adularon y hablaron con nosotras hasta el cansancio notorio de Dabria por intentar no abrir mucho sus labios al hablar.

—Princesa, está bien... yo la voy a proteger —le susurro al oído mientras ella respondía alguna pregunta por parte de una persona importante.

Se le enchinó la piel del cuello y de la parte superior de su espalda, sonreí por la reacción y seguí hablando con la realeza.

Una voz cautivadora llamó toda nuestra atención, no podía ser otra persona más que el mayordomo.

—Nuestros señores tan honorables y espléndidos, los invito cordialmente a nuestro banquete junto al rey para celebrar su aniversario de vida. Será todo un honor el que me acompañen, hoy seré personalmente un fiel ciervo de ustedes —anuncia para guiarlos entre los pasillos de este inmenso castillo.

Nosotros permanecimos hasta el final, porque muchos se quedaron admirando el castillo y sería descortés dejarlos atrás. De reojo miré a una pareja admirar la entrada principal del castillo, no les presté atención hasta que me di cuenta de que la dama rosaba gentilmente la cortina con su brazo sin discreción alguna, no fue hasta que un destello azulado se deslizó hacia ella y fue enjaulado en lo que parece ser las telas curvas de su vestido.

Bufé porque no quería meterme en problemas, la princesa tomó mi mano y me sorprendí por su tacto.

—¿Qué? —me inquiere al ver mi sorpresa.

—Nada, princesa, nos esperan.

Los tres soldados aguardaban frente a un pasillo, pero ella sacó de mi bolsillo el anillo y me lo puso en el dedo anular.

—¿Por qué en ese dedo? —la cuestiono.

—No lo sé —me responde alzando sus hombros—. Mis padres tienen anillos en ese mismo dedo, ¿por qué tú no? —me replica intentando ocultar un tono pícaro en su voz.

—Bien, si me permite. —Alcé mi codo hacia ella y sin dudar entrelazamos nuestros brazos para irnos hacia el salón del comedor.

Escuché detrás de nosotras cómo caminaba lentamente la pareja, no planeaban quedarse atrás pero sí pasar por desapercibidos.

Las puertas del salón estaban abiertas de par en par por lo que podía entrar y salir quien quisiera. Antes de irnos a acomodar en algún lugar de la mesa solté a la princesa y la empujé sutilmente para que ella siguiera, los tres soldados ya estaban bien acomodados con una pared a sus espaldas y cuidando dos asientos frente a ellos, pero yo no fui con ellos. Giré sobre mis talones y salí del comedor para encontrarme no muy lejos a la pareja.

—¡Buenos días!, tardes diría yo —saludo sonriente a la dama y a su marido alzando la mano izquierda, de reojo miré el anillo de la princesa y confirmé que esto era lo correcto—. Me gustaría charlar rápidamente con ustedes antes de que comience el banquete.

—Hola, jovencito —me responde la dama de forma entrecortada—. La verdad no tenemos mucho tiempo, solo saludaremos al rey y nos marchare...

—No me interesa —la interrumpo, ya estando lejos del radio donde podrían escucharme las personas que están en el comedor—. Usted robó algo que no le pertenece y tampoco es de su incumbencia, estoy jugándome la vida en estos momentos. Entréguemelo y no le diré a nadie.

—¡¡Pero qué cosas dices animal!! —me grita el hombre—. ¡¡Como te atreves a culpar a mi mujer!!

—Con usted no tengo ningún problema, con todo respeto no se meta, no sé si esté enterado o no pero la dama robó algo perteneciente al rey. No haga un escándalo que no va a terminar nada bien —le replico instantáneamente.

—¡A mí no me hablas así! —me contesta la mujer dándome un golpe con la palma de su mano bien cargada, cubierta con un guante blanco suave.

—Cómo te atreves tú a tocarla —escucho a alguien hablar a mis espaldas.

En el proceso de girar en mi lugar solo pude ver un vestido verdoso frente a mi rostro, un golpe seco resonó por todo el pasillo. La reina había golpeado de la misma forma a la mujer, pero con más fuerza porque su mano se pintó rápidamente en el rostro de la dama. Su cabeza se fue totalmente de lado y no le dio ni tiempo de reaccionar al dolor.

—¿Estás bien? —me pregunta la reina, agachándose para quedar a mi nivel y así acariciar mi rostro caliente por el golpe.

—Sí, mi reina, estoy perfectamente bien —le respondo anonada, siendo hipnotizada por la tiara que porta su cabeza, es parecida a la de la princesa.

Se reincorporó y le dio otro manotazo, pero esta vez al hombre. Unos pasos pequeños y grandes mezclados en uno solo se escucharon detrás de mí, giré sobre mis talones y encontré a la princesa aferrada detrás de los pantalones de mi profesor, y a este hecho una furia.

¿Qué tan malo puede ser el final de este conflicto?

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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing

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