Capítulo. XXXVI

Siglo XVII, 1697, 3 de agosto
4:28 P.M.

Corté las flores que aún tenían vida, una que otra fresca, mientras la princesa regaba todo su campo. Los hermanos y Asmodeo se quedaban a la deriva, a veces los atrapaba entrenando y los fulminaba con la mirada pues creaban un disturbio a la vista.

Arranqué delicadamente desde la raíz todas las flores que pude, y casi cometo un delito. Una orquídea espléndida de un tono amarillento brotaba desde la tierra más seca y menos llamativa, acaricié los pétalos de la flor y encontré en ellos una suavidad divina.

—Inmarcesible —le susurré al viento.

Caí de rodillas al recibir un impacto pesado sobre mi espalda, me alejé de la flor antes de tocar el suelo con mis rodillas y las carcajadas de la princesa resonaron por todo el campo. La cubeta que utiliza para regar las plantas bailó por el repentino movimiento, provocando un sonido hueco y que las últimas gotas de agua cayeran sobre nosotras.

—Mira, la orquídea aún sigue viva —le comento señalando la flor.

Se aferró a mi cuello y pegó su torso contra mi espalda. Su risa cesó pero aún tenía una sonrisa hermosa sobre su rostro; estas últimas semanas he encontrado una belleza irreal en la princesa.

—Hay que cuidarla, ¡a esta y a todas las orquídeas de este reino! —señala en voz alta emocionada.

Se bajó de mi espalda y se acercó a la flor, metió la mano a su cubeta y de los últimos rastros de agua que quedaban en su recipiente alcanzó a regarla. Su protocolo es tomar el agua con su mano en forma de cuenco y dejar caer las gotas que se filtraban entre sus dedos; «Las flores son delicadas» me advirtió una vez y desde ese entonces comprendí que cuidarlas era una de las artes más precisas.

Me tomó de la mano cuando terminó y caminamos, con gotas de sudor recorriendo nuestro cuerpo y llenas de pétalos por doquier, hacia la carreta de madera escondida al lado de la escalera que va hacia su habitación. En el vagón se encontraban los utensilios que usa para el cuidado y la siembra de sus flores, una que otra cosa el rey no se la permite tener y es por ello que esconde todo.

Levanté la enredadera verde para tomar un cordel y así poner a todas las flores en un ramo gigante. La princesa dejó por ahí su cubeta y me miró amarrar sus plantitas. Coloqué el cordel alrededor de todas sus raíces y sutilmente lo apreté para que no se movieran ni cayeran.

—El aniversario del día de nacimiento de tu padre es en dos días y después partirá al norte de la nación —espeto para sacarla de su trance hipnótico por mis manos.

—Lo sé —me responde sincera.

—¿Recuerda mi promesa, princesa?

Al escuchar esas palabras de sus labios se escapó un jadeo, abrió sus ojos como dos vrencos y un destello de esperanza apareció en su mirada.

—Pero... el problema no es salir —señalo dejando el ramo en la carreta—. ¿Podrás valorar y disfrutar esos segundos de libertad que te voy a regalar?, no quiero que sean los últimos pero si lo son...

—Lo voy a hacer, disfrutaré cada momento hasta que mi corazón ya no pueda más —interviene—. Sean los últimos o no, si mi padre me encierra después o no, a tú lado y al lado de los otros tres soldados viviré el momento más preciado de mi existencia. Puede que en un futuro lo vea como algo tonto pero en estos momentos es mucho más grande que mi propio conocimiento y poder.

Me quedé estupefacta por su respuesta, intenté gesticular algo pero no salía. A cambio de mi silencio se acercó a mí y me dio un abrazo caluroso, lo suficiente como para derretirnos juntas.

—Te prometo que yo te regresaré tu libertad, así como tú me estás dando la mía —murmulla en mi pecho.

Puse mi mano más limpia sobre su cabeza y la acaricié, nuestro entorno desapareció y apreciamos más el contacto.

Me tomó de la mano de nuevo y me llevó lejos del castillo, los hermanos y Asmodeo se encontraban al límite del territorio real, nos encaminamos hacia ellos pero no sin primero atravesar el campo de la princesa. Su cabello enmelado revoloteaba por cada paso que daba, y yo la seguía atenta por detrás, mirando el futuro de sus pasos tan predecibles por si llegaba a caer.

Alargué el espacio que abarcan mis piernas por cada paso y me puse al nivel de la princesa para no quedarme atrás, ella tomó casi todo el frente de su vestido, de unos tonos claros y una forma muy simple, para no tropezarse y correr más rápido. Nos carcajeábamos sin razón alguna, soltamos las piernas y competimos por quien era la más rápida. Yo me mantenía al margen pues las piernas de la princesa no eran tan largas además de que no está acostumbrada a recorrer distancias tan grandes, y fui alentando el paso a medida que la princesa iba cesando su risa por el cansancio. Terminamos de atravesar su campo y a lo lejos distinguimos las siluetas de los caballeros.

De reojo visualicé a la princesa apretando la tela delantera de su vestido, se aferró a su confianza y se echó a correr de nuevo.

—¡Espéreme! —le grito para intentar alcanzarla.

Me llevó la delantera y bajamos hacia donde estaban jugando los hermanos y Asmodeo. Al vernos nos saludaron alzando una o las dos manos para agitarlas en el aire mientras nos acercábamos a ellos. Nazaire estaba tendido bajo la sombra de un árbol, pues el sol hoy está muy fuerte, mientras que Asmodeo y Maël terminaban su ronda de pelea.

—¿Cómo les fue? —nos pregunta Nazaire, volteando hacia otro lado, consiente de nuestra presencia.

—¡Muy bien! —le responde la princesa alborotada y jadeante, prestándole atención a las vendas que yacían sobre sus ojos porque aún no se acostumbra a verlo así.

—Me alegra saberlo —le responde sonriente.

Asmodeo y Maël estaban igual de sudorosos, hasta más, que nosotras. Al final todos nos tendimos en el suelo alrededor de Nazaire, la princesa boca abajo admirando el césped con tierra y nosotros tres mirando al sol colarse entre las hojas y ramas del árbol.

—¿Cómo perdiste la vista? —espeta la princesa indiscretamente después de un largo silencio acogedor.

Maël se puso tenso mientras que Asmodeo y yo seguíamos sumidos bajo el encanto de la pequeña brisa que galopaba sobre nosotros.

—Fue un accidente —nos dice—. Cuando vivíamos en Francia decidimos marcharnos del orfanato donde crecimos para vivir en las calles porque ahí solo torturaban a los pequeños sin un guardián protector... Maël y yo en ese entonces no nos podíamos comunicar del todo bien, aún nos faltaba mejorar. —Respiró hondo para acumular confianza y seguir hablando lentamente—. Nos convertimos en criminales al quitarle la vida a una mujer, esposa de algún hombre poderoso, porque estábamos desesperados por sobrevivir... —nos explica—. En nuestro viaje de escape para llegar al norte de Vreoneina teníamos que cruzar un puente irrelevante, para nuestra mala suerte no aguantó el peso de la carreta donde nos transportaban y caímos a un río.

Maël ya se había reincorporado, se sentó derecho, cruzando las piernas para escuchar atentamente la historia de su hermano.

»El puente inestable era de madera, una vez abajo vi lo que quedaba de la plataforma por caer, no dude en ir y proteger con mi cuerpo a Maël, pero el error que cometí fue volver a mirar hacia arriba para ver cuánto faltaba para que cayera sobre nosotros. El ancho de una tabla me atravesó los ojos... Llegamos a Vreoneina y en un cuartel me atendieron, a cambio teníamos que presentarnos en el sector de la capital pues necesitaban hombres. Por eso estamos aquí y la verdad no me arrepiento de nada, pudimos tener una vida peor. —Termina de contarle a la princesa.

Dabria lo miró con una expresión aterrada, preocupada y un tanto disgustada pues se estaba imaginando la escena. Maël perdió la vista en el suelo y Asmodeo seguía viendo el cielo. Yo me perdí entre las palabras de Nazaire y pensé en su historia.

—Debió de ser demasiado difícil, otro nivel diferente de dificultad. —Me acomodé boca abajo para mirar a todos claramente—. Si yo hubiera tenido que pasar por eso junto a mi hermano no sé cómo lo hubiéramos manejado.

—Sí... Solamente teníamos ocho años y sinceramente deseo con todo el corazón que nadie tenga que pasar por eso. Ni siquiera se lo desearía a mi peor enemigo...

Miré a Dabria al escuchar su edad, pues este año cumpliría sus ocho. Ella seguía jugando con las plantitas del suelo, en un trance irrompible de sus pensamientos.

«Miren» tararea Maël, cuando todos volteamos para mirarlo él ya apuntaba con su mano una pequeña colina a lo lejos. Se levantó y Dabria lo siguió sin dudar llena de curiosidad, yo fui detrás de la princesa a paso lento para no dejar atrás a los otros dos, Asmodeo ayudó sutilmente a Nazaire a levantarse para seguirnos y todos nos marchamos al lugar que Maël quiere visitar.

La princesa y el soldado subieron la colina, y cuando se perdieron de nuestras vistas solo pudimos esperar.

—¿Y si la secuestró? —nos pregunta Asmodeo de la nada después de esperar unos segundos.

—Ni lo digas, no quisiera tener que enfrentarme a Maël.

—Ni yo —espeta Nazaire, quien estaba agarrado del brazo de Asmodeo.

Vi bien su posición y recordé la última vez que vi a la princesa en un ambiente alegre, antes de llegar al salón principal me tomó de la misma manera y se apegó a mi todo el tiempo... como si temiera de los demás.

Un grito a lo lejos me alarmó, los tres nos pusimos en guardia para ver a la princesa bajar a toda prisa por la colina sobre lo que parece ser la corteza de un árbol. Dejando un rastro un poco más oscuro que el verde que pinta todos los suelos al pasar sobre él en su deslizador.

Sus carcajadas son pegadizas y nosotros no tardamos en reír con ella, terminó su recorrido y después Maël apareció deslizándose por el mismo material, aunque él iba parado sobre este. Dominando el terreno daba curvas precisas y fluidas, hasta que se topó con una irregularidad y salió volando para rodar por la colina.

Todos nos reímos y fuimos a la punta de la colina; Nazaire se quedó al lado de Asmodeo para lanzarse juntos, Dabria y yo teníamos planeado competir a ver quién llegaba abajo primero y Maël la hizo de juez.

Nos divertimos tanto que el sol parecía que iba corriendo a esconderse. Todos sudorosos y llenos de tierra nos recostamos al final del pequeño relieve ahora pelón, nos reímos por nuestras tonterías y Dabria y yo nos aventamos de nuevo.

—¡Yo gané esta vez! —le digo cuando llegamos al final.

—¡Yo lo hice! —me replica entre risas.

Su piel blanca y su cabello dorado resaltaban más por las manchas oscuras en su vestido claro, su sonrisa perfecta es contagiosa y esa energía que emana es cálida.

—¡Hagámoslo de nuevo entonces para desempatar!

Me miró con unos ojos energéticos y se echó a reír.

—Me parece muy bien, mi querida caballero.

Se levantó para caminar hacia el punto alto de la colina y la alcancé rápidamente con una sonrisa de oreja a oreja por sus palabras.

—Yo quiero usar tu tabla —me dice una vez en la cima.

—¿Para qué?, es lo mismo niña.

—No lo es, préstamela —me replica acercándose a mí peligrosamente, tomando con sus dos pequeñas manos la madera para tomarla a la fuerza.

—Usted use la suya —le contesto jalando la tabla hacia arriba para que la suelte y no la pueda alcanzar más.

La movimos de un lado a otro, dimos vueltas y vueltas, jalón por jalón hasta que la tabla se rompió y la princesa perdió el equilibrio por la fuerza que usó.

—¡¡Princesa!!

El tiempo se hizo lento y pude ver claramente cómo se resbaló con la tierra removida y antes de que cayera completamente la tomé entre mis brazos para rodar juntas hasta la falda de la colina.

Tras varias vueltas dejé mi espalda sobre el piso, miré el cielo y esperé que mis ojos se ubicaran dentro de mi cuerpo. Sacudí la cabeza de un lado a otro y las risillas de la princesa resonaron en mi pecho. Afligí mis brazos sobre ella y dejé que respirara libremente, sentir su calor sobre mí regresó lentamente la cordura de mis ojos.

—¡¿Está bien?! —le pregunto cobrando consciencia, enderezándome para revisar su piel de papel.

—Sí, sí —me responde entre carcajadas—. ¡Lo estoy!

Esta vez la miré a los ojos, unos ojos que reflejaban una calidez sincera y eterna.

—¡¡Muchachos!! —nos grita una voz a lo lejos.

Todos brincamos en nuestros lugares por el repentino sonido, nos levantamos atentas y juzgamos a quien sea que viniera hacia acá.

—¡¿Saben qué horas son?! —nos grita de nuevo el soldado, creo que ya lo he visto antes por el cuartel.

Nos observó y cuando sus ojos se detuvieron en la princesa su rodilla de inmediato fue atraída hacia el suelo.

—Su majestad —saluda el soldado.

—Su alteza —lo corrijo rápidamente—. Su majestad es el rey y reina, no cometa el mismo error que muchos.

—Claro, caballero —acepta tartamudeando, y agachó su cabeza de nuevo para saludarla—. Su alteza... He venido por parte del coronel, se les ha hecho tarde por lo que serán sancionados.

—No tenemos forma de medir el tiempo —le respondo.

—Lo siento, pero eso es todo lo que me ha mandado a decir.

—Entiendo, entonces se lo iré a decir a él.

Los hermanos y Asmodeo caminaron junto al soldado mandado por el coronel, mientras que yo me arrodillé para sacudir un poco el vestido sucio de la princesa.

—Muy probablemente no la vea esta noche... —le digo para mirar si los demás ya se fueron—. Por favor no me esperes.

—Está bien.

Terminé con su vestido y limpié rastros de polvo en su cabello. Tomé su mano y caminamos en dirección a los cuatro hombres. La dejé frente a las puertas del castillo y antes de marcharme me detuvo.

—¡Espera!, tengo algo para ti —interviene esculcando entre las faldas de su vestido.

De él saco un pedazo de hoja doblado en cuatro y me la entregó.

—Pasado mañana mi tío nos va a enseñar un nuevo tema, ya lo vi ayer y es sobre la materia de literatura. Espero que te guste... —me explica tartamudeando, columpiando su vestido de un lado a otro e intentando que su piel no se coloreara de ese tono rosado tan delatador.

Me reí por su vergüenza y le dije: «No tiene por qué darle pena, todo quedará entre nosotras», y me metí en el bolsillo de mis pantalones el papel pues ya tenía que marcharme.

—Envidio tus bolsillos —murmura detrás de mí.

Giré sobre mis talones y caminé de espaldas.

—Y yo tu belleza —le contesto en voz alta.

Intentó gesticular alguna palabra en vano, le regalé una sonrisa y me marché del lugar. Troté para alcanzar a los tres muchachos y me detuve cuando llegué a sus lados para ir juntos.

—¿Qué pasó? ¿La princesa se lastimó? —me inquiere Nazaire al notar mi llegada.

—No, no, está bien. En realidad fui a reiterar eso.

—Muy bien.

Una brisa de cansancio me golpeó antes de entrar al cuartel, por primera vez en todo el día sentía esta sensación pesada por todo el cuerpo. Mis párpados pesan un poco, más tarde lo harían aún más, y mis músculos están decaídos.

Caminamos dentro de esas paredes rocosas y un frío penetrante nos dio a entender que hoy no iba a ser un día fácil. Un silencio sepulcral estaba pintado por todas las paredes y cuando entramos al campo, tapando los últimos rayos del sol con nuestras manos para poder ver, encontramos a más de cien soldados acomodados estrictamente en hileras perfectas ejercitando su condición.

Rápidamente nos escondimos detrás de la pared y fuimos a cambiarnos las ropas, pues las que teníamos puestas nos las había dado personalmente el rey.

—Rápido, rápido, nos van a asesinar —nos apura Asmodeo al llegar al cuarto.

Ágilmente todos nos quitamos las camisetas, Maël en seguida vino a mi lado a taparme los ojos para no verlos y a ponerme de nuevo la mía.

«Rápido», le tararea a su hermano y a su compañero.

—¿Por qué le tapas los ojos? —le pregunta extrañado Asmodeo.

—Misma pregunta —le comento.

Sentí sobre mi cuerpo como negó con la cabeza y Asmodeo empezó a reclamarle.

—¿Qué te pasa?

Sentí de nuevo esa brisa de negación y cuando Asmodeo iba a abrir la boca otra vez Nazaire habló.

—Porque la está cuidando.

—¿La? —le replica.

—Sí, «la», porque ella es mujer.

—¡¡¿Qué?!! —grita Asmodeo impresionado.

Nazaire y yo lo siseamos al mismo tiempo, retiré las manos de Maël delicadamente para encontrarme con el cuerpo cubierto por ropas sucias de Nazaire, apoyándose de Asmodeo, y a Maël con medio torso descubierto porque no terminó de vestirse.

—¡¿Ansel es mujer?! —exclama en un tono más bajo.

—Su otro nombre es Mavra, y sí, es una niña, ¿qué no la ves? —le replica Nazaire.

Se llevó una mano a la frente impactado por su descubrimiento.

—¡Ahora tantas cosas tienen sentido!... Perdona mi ignorancia, te juro que nunca se me pasó el hecho de que fueras mujer por la cabeza, perdóname.

—No hay problema —le comento entre risitas por su preocupación por el malentendido—. En realidad les quería comentar algo relacionado con eso, me estoy revolviendo sola. Utilicen conmigo el pronombre de «él» y refiéranse a mí como Ansel porque si cometemos un error nos pueden castigar, el rey ya lo dijo... —les anuncio.

«No, problema» tararea Maël, al igual que su hermano está de acuerdo.

—Sí, sí, estoy bien con lo que sea. Perdóname de nuevo, Ansel, no lo sabía ni lo imaginé —declara Asmodeo sincero.

—Adelántense por mí, me voy a cambiar rápido —les señalo.

Maël se quitó y se puso sus otras prendas ágilmente. Yo hice como si me estuviera quitando mis ropas y cuando vi que ya se habían marchado saqué el papel que me dio la princesa. Lo abrí delicadamente y una de las esquinas tenía una apertura perfectamente circular por donde pasaba un lazo que amarraba un anillo de oro pálido a la carta. Lo acaricié con el pulgar y leí las letras escritas.

Mavra:

Dentro de ti encontré una belleza tan oscura que ni la misma obsidiana podría alcanzar, no planteo esto como si fuera malo pues es lo más bello que mis pequeños ojos han podido ver.

A través de tu sonrisa de hojalata encontré algo tan sincero que mi corazón se derrite cada vez que tengo la oportunidad de verte.

Acompáñame en mi viaje de la vida, porque sé que te voy a necesitar siempre, Mavra.

Te pido que me dejes ver ese cabello tan esplendido que tienes correr entre los pasillos del castillo, que esos ojos me miren a mí con ese cariño tan lindo que me das, que de tu boca continúen saliendo palabras sinceras y que vayan dirigidas solo para mí.

Te aprecio como no tienes una idea y por primera vez entre estas cuatro paredes puedo decir que Vreoneina me ha regalado una parte de su corazón.

(Esto se supone que es un poema)

Tuya siempre, Dabria.

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