Capítulo. XXXV
—No sabes cuanto me alegra... saber que estás bien... Mavra. —Apretó más su agarre hacia mí, lleno de temor, como si en sus manos estuviera el peso de perderme si me soltaba.
Me aferré a su cuello y dejé que las últimas lágrimas se derramaran por mi rostro, él era necesario en mi día a día y ni hablar de cuanto me hace falta mi familia.
—Los extraño tanto...
—Nosotros también, mi pequeña... ¿Qué tanto te han hecho? —me inquiere preocupado, me alejó lentamente de su torso acalorado para examinarme de pies a cabeza.
Sus ojos se detuvieron en mis pies descalzos con vendas cubriendo mi planta y un suspiro salió de sus fosas nasales. Lágrimas rojas caían desde su pómulo abierto y manchas rosadas se pintaban lentamente sobre su piel. Un jadeo salió de mis labios y alcé mi mano para reposarla sobre su mejilla rojiza.
—Está bien... podemos arreglarlo —espeta recargando su rostro sobre mi mano suavemente, disfrutando el tacto cariñoso de nuestros seres.
Un quejido por parte de los caballeros detrás de nosotros nos sacó de nuestro trance hipnótico. Mi profesor giró su cabeza y resopló al examinarlos desde aquí.
—Ven, vamos a la enfermería y curémonos de una vez por todas.
Asentí a sus palabras y delicadamente me cargó entre sus brazos.
—No estoy lastimada, profesor, puedo caminar sin problema.
Negó con su cabeza y nos dirigimos a los soldados caídos.
—Levántense, acompáñenos a la enfermería —les ordena con una voz árida.
Nos encaminamos hacia el espacio de mi profesor, entre quejidos nos seguían y a veces se quejaban en voz alta entre ellos dos. Dimos la vuelta otra vez por el ala derecha del castillo para no tener que subir las escaleras del salón principal, al escuchar un silencio asomé la cabeza por arriba de su hombro para verlos y debo de confesar que en mi vida me quiero enfrentar al profesor.
Los cascos están deformados, uno de ellos tenía el peto doblado hacia adentro y el otro ya casi no tenía hombreras. Miré los puños ensangrentados de mi profesor y pude deducir que cada hendidura era uno de sus puños, hasta puedo ver que en una parte de su armadura tiene unos nudillos bien marcados. Tragué saliva invisible y temblé.
A paso rápido llegamos a la enfermería, les pidió a los soldados sentarse sobre la camilla y a mí en la silla. De un lado a otro sacaba y acomodaba utensilios junto con frascos transparentes llenos de sustancias desconocidas. Se paró frente a uno de los soldados y me llamó.
—Mira cómo él tiene una apertura en su ceja, lo primero que se tiene que hacer con este tipo de heridas es ahogarlas en alcohol para que no se infecte. —Puso su dedo meñique sobre su párpado para impedir que el líquido caiga sobre su ojo y lentamente derramó sobre su piel abierta el alcohol limpio.
Un quejido salió de su boca y apretó los dientes para no hacerlo más escandaloso, enterró sus uñas en las palmas de sus manos y aguantó el dolor.
—¿Por qué usa alcohol? —le inquiero curiosa al ver como sufre el hombre.
—Porque es un antiséptico, lo han usado al menos desde 1363 y es muy efectivo —me responde concentrado.
—Entiendo.
Alzó de nuevo su mano hacia el rostro del soldado y ahora tenía una aguja curva con un hilo enganchado en ella. Su precisión es irreal; enterraba la aguja para sacarla justo en medio de la herida abierta y la volvía encajar para ir por el otro lado, y una vez teniendo los dos lados atravesados por el hilo siguió cociendo lo largo de la herida. El soldado apretaba los ojos para tragarse el dolor y no quejarse más de lo que ya lo está haciendo, he de decir que sí se ve muy doloroso.
—Esta es una aguja quirúrgica, es curva para facilitar los movimientos y el hilo que estoy usando es seda. Se tarda en degradar completamente al cabo de dos años en el cuerpo, es por eso por lo que retiro los puntos manualmente.
Miré atenta todas sus acciones y presté atención al tipo de movimientos que hace sobre la herida. Terminó untándole una pomada y le dio una palmada en el hombro para disculparse, también le puso un tipo de aceite a varios moretones que tenía. El otro soldado solo tenía manchas verdosas, algo amarillentas, así que solo le puso el aceite y fue por otra aguja.
Se detuvo frente al espejo del lavamanos y limpió las lágrimas rojas que salían de su corte. Limpió sus nudillos y desinfectó las heridas. Despidió a los soldados y se sentó en la camilla al lado de una charola con utensilios.
—Ven, primero te voy a cortar las uñas —me comenta, caminé hacia él extrañada y con una navaja fina cortó el exceso blanco lleno de mugre que brotaba de mis uñas rosadas.
Los pedazos caían en la charola y uno que otro rebotaba por el impacto, terminó de cortarlas y me mandó a lavarme las manos. Tallé hasta la mitad de mi antebrazo y las sequé en mi camiseta.
—No haga... —me advierte a medias al ver que es demasiado tarde, llevándose una mano a la frente—. Lávalas de nuevo, tu camiseta puede estar infectada.
No sabía qué quería hacer, lo miré raro y me apuré en lavármelas. Con las gotas escurriendo hasta la punta de mis dedos alcé las manos antes de que cayeran, recorrieron todo mi antebrazo para llegar a mi codo e intentar caer de nuevo pero no se los permití. Caminé hacia mi profesor, subiendo y bajando mis antebrazos para no hacer un salpicadero en el suelo.
—Mete las manos en el alcohol —me manda.
—¿Qué voy a hacer? —le inquiero vacilante.
—Suturar mi herida —me responde como si no tuviera importancia.
—¡¿Cómo?!
—No tengas miedo, tienes que aprender —me replica para mandarme otra vez con solo la mirada.
Sumergí mis dedos y después la palma, saqué las manos y la humedad desapareció rápidamente dejando un sabor fresco y frío sobre mi piel. Tomé la aguja temblorosa y lo miré preocupada.
—Párate aquí, yo te voy a guiar, no te preocupes. —Me señala sonriente el lugar al lado de su pierna como si no fuera un momento con mucha presión.
Mordí mis labios, casi comiéndomelos, y caminé hacia el otro lado. Alcé la aguja y el hilo, me preparé mentalmente y recordé cómo lo hizo.
—Déjame bonito —espeta antes de que dé el primer pinchazo.
Encajé la punta sobre su piel y la empujé lentamente hacia el espacio abierto que expone su carne.
—Más precisión, tienes que hacerlo un poco más rápido y ágil para no dañar tanto el tejido —me comenta, cerrando su ojo sin apretarlo tanto mientras el otro se llenaba de agua, con una voz pacífica y cálida.
Saqué de forma más segura la aguja y la metí del otro lado para volverla a sacar, dejando el hilo completamente debajo de su piel áspera. Le di más vueltas hasta llegar a la mitad, pero me detuve y respiré hondo.
—Ya van tres puntos... seis en total —anuncio con la mano temblorosa.
—Está bien, es mi turno —me responde para tomar sutilmente mis manos en señal de que se lo deje a él y así lo hice—. No necesitas ni mirar, con que sepas cómo es la herida y dónde se encuentra funciona.
Con sus dedos pulgar e índice apretó las paredes abiertas de su herida contra sí para meter y sacar de forma más rápida y precisa la aguja, salía y entraba solamente una vez, hasta dar otras dos puntadas y hacer un nudo al final. Su piel creó unos relieves por el apretón súbito, pero después se relajó al retirar sus manos de ella. Cortó el hilo y dejó de lado todo.
—Mira, no tienes que dar tantos puntos en tan poco espacio —señala mi sutura—. Puedes dañar mucho la piel, entre menos sean posibles con este tipo de herida es mejor —me explica antes de levantarse para acomodar todo en su lugar y regresar a mí.
—Entiendo, practicaré mi pulso —le digo a la par que el interviene poniendo su mano sobre mi cabeza para acariciarla.
—Bien hecho, Mavra, estoy orgulloso de ti, pequeña —declara regalándome una sonrisa a medias por la sutura.
Yo le regalé otra más grande de vuelta y nos marchamos de la enfermería. De camino hacia el lugar donde me hospedo le conté todo lo que viví las semanas pasadas, cómo todos los días teníamos diferentes actividades y cómo a veces me divertía mucho. Mi profesor se quedó siempre atento a mi lado, a veces se le escapaba una sonrisa, otras un resoplido y de vez en cuando lo atrapaba con el ceño fruncido.
—Entonces al final fuiste la mejor de todos, ¿no?
—Sí, algo así, los hermanos Borbone se ganaron ese título primero hace mucho tiempo —le replico a medias.
—Ya veo, suena que tuviste una gran aventura y tarea al mismo tiempo.
—¡Sí!, aunque no repetiría lo qué pasó con el rey —le confieso con escalofríos.
Cruzamos el pasillo donde casi decapita a un caballero y al otro lo deja sin brazos para encontrarnos con un ajetreo dentro de la habitación.
—¿Que no son solo dos? —me inquiere mi profesor al escuchar el desastre dentro, descansando sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Se supone —le respondo riendo nerviosa.
Dio dos toques con sus nudillos a la puerta y un silencio súbito se hizo presente. Se abrió la entrada rechinante y ni un alma se asomó.
—¿Qué hacen? —inquiero en voz alta.
Tres suspiros se escucharon detrás de las paredes y la puerta. Se asomaron tres cabezas, dos muy familiares y otra no tanto.
—Ansel que bueno que llegas, dile a Asmodeo que está loco —habla Nazaire primero.
—¡No lo estoy! —le responde el mencionado.
—¿Ustedes qué hacen aquí, niños? —inquiere mi profesor con una voz muy poderosa.
Maël le tarareó algo a su hermano entre los segundos que les quedaban para responder mientras que Asmodeo paseaba su mirada nerviosa por todo el cuarto.
—Perdónenos, capitán —habla Nazaire apenado por el comportamiento que tuvieron, hizo una reverencia muy profunda al igual que Maël, Asmodeo tardó en reaccionar pero logró hacerla a tiempo—. No sabía que acompañaba a Ansel, perdón —se disculpa cabizbajo.
Mi profesor abrió la puerta de par en par y entró a la habitación, la examinó bien al igual que a los hermanos.
—Mavra ya me contó sobre ustedes, pero sobre ti no he escuchado mucho —dice refiriéndose a Asmodeo—. ¿Necesitan algún medicamento?, tú Nazaire, ¿deseas que te apoye con lo de tus párpados? Puedo sanarlos hasta el punto en donde ya no se infecten más, pero tú tienes que cuidar la parte de su sensibilidad.
—Sí, sí, muchísimas gracias —le responde tartamudeando y un tanto apenado.
—¿Tienes algún problema tú, Maël?
Este negó con la cabeza y le hizo una reverencia en forma de agradecimiento.
—Bien, acompáñame Nazaire, vamos a la enfermería para darle comienzo al proceso de crear los medicamentos adecuados para ti.
El mencionado se acercó al espacio entre la puerta y mi profesor, él le puso una mano en su hombro y Nazaire tembló por el tacto. Maël frunció el ceño sutilmente y dejó ir a su hermano sin impedirle al profesor llevárselo.
—Esta puerta la quiero siempre abierta, cuando haga frío podrán cerrarla. Hoy los hermanos van a dormir en el mismo lugar, mañana traeré una cama camarote para que puedan dormir los cuatro en su propio espacio —advierte antes de marcharse, tomando a Nazaire por el hombro para que no le pasara nada malo.
—No está nada mal, eh... —espeta Asmodeo cuando ya no había señales de mi profesor.
Maël frunció el ceño de forma exagerada por su comentario y se le acercó peligrosamente.
—Atrás, atrás, contigo no quiero nada —declara Asmodeo antes de que Maël le meta un golpe.
—¿Por qué dicen que está loco? —le inquiero al hermano.
Resopló en la cara de Asmodeo y se alejó de él a pasos pesados para dejarse caer sobre la cama que inicialmente era de Nazaire.
—Porque llegué supuestamente de la nada cuando en realidad el rey les dijo que iba a ir con ustedes —me responde.
Maël refunfuñó y me reí por lo bajo.
—No te abandonamos, no nos dijeron nada y sinceramente todo pasó muy rápido.
—Sí, es irreal estar aquí... —concuerda conmigo, aún tenía rastros de polvo por su cuerpo.
Su cabello castaño oscuro y sus ojos... sus ojos me recuerdan mucho a los de Benedict. Los de mi hermano son más claros pero en los ojos de Asmodeo puedo ver lo que alguna vez fue la dulce felicidad de mi familia.
Maël tarareó algo que escuché a medias por el trance en el que estaba.
—¿Qué decías?
«A él, hombres, gustar» fueron las únicas palabras que pude capturar del tarareo de Maël.
—¿A él?, ¿Quién?
Alzó la cabeza de la cama y señaló con la mirada a Asmodeo.
—¿Te gustan los hombres? —le inquiero en voz alta.
Asmodeo me miró petrificado, pero sus ojos se relajaron después de unos cortos segundos.
—Sí, y qué con eso —me responde indiferente, buscando otro lugar al que mirar, intentando evadirme.
«Desagrado» tararea Maël.
—¿Por qué? —cuestiono a Maël—. No le veo lo malo.
Al escuchar esas palabras Asmodeo regresó esos ojos marrones más vivos que la tierra hacia mí.
«Somos hombres, no me gusta, lejos, él» me tararea de vuelta.
—Sí, tienes razón pero no es como que los quiera a ustedes. Ya te dejó en claro que no quiere nada de ti —le replico extrañada por la razón tan ilógica que me da.
«No sé», me dice refunfuñando otras cosas entre dientes.
Resoplé por lo bajo y miré a Asmodeo, no me había quitado los ojos de encima. Un brillo particular se asomaba por sus pupilas, le regalé una media sonrisa y miré hacia afuera de la habitación. Un ventanal gigantesco nos regalaba luz suficiente para ver claramente el interior del cuarto.
—¿A ti no te disgusta?... —pregunta en voz baja, pero antes de responderle interviene con otra cosa—. Pero igual, no pueden andar hablando de mis gustos... sería muy obvio que les intereso —espeta con una voz pícara, intentando ocultar sus palabras anteriores.
Maël resopló más fuerte y se dejó tender sobre la cama, yo caminé hacia afuera y me detuve a nada de que mi nariz chocara con la ventana. Admiré el día y esperé a que el sol muriera al final del mundo.
Nazaire regresó un rato después y nos fuimos a dormir. Como dijo mi profesor, los hermanos duermen apretados en una cama mientras que Asmodeo y yo dormimos en las otras.
Pasaron segundos, minutos y horas. No puedo dormir.
—¿Siguen despiertos? —pregunto en voz baja para todos.
Recibí un ronquido sutil en respuesta, contuve mi risa y esperé a que el sueño viniera a por mí.
Apenas cerré los ojos y de nuevo me desperté, solo para mirar que ya no había nadie en la habitación. Me senté sobre la cama y la luz de la luna se metía forastera entre el cristal transparente del ventanal. Miré a todas partes y no había señales de vida.
Ruidos a lo lejos levantaron mi guardia, lentamente salí de la cama para no hacer algún sonido y me encaminé por el pasillo. Todo era oscuridad, hasta que vi unas luces amarillentas bailando entre pasillos. Murmullos graves y roncos se escuchaban por ahí; lentamente vi a un grupo de hombres entrar al salón desde el ala derecha, venían desde la dirección donde se encuentra la torre de la princesa, y fue creciendo más y más el grupo a medida que se desplazaban. Venían armados, y no parecen caballeros ni personas de muy alta clase.
Los examiné bien y corrí de nuevo hacia el pasillo donde me hospedo para ir al área de servicio donde está el mayordomo. El tiempo se hacía más lento y mi desesperación crecía. Tenía que avisarles a todos sobre la invasión, no sé cómo entraron pero no es lo importante en estos momentos. Pero di vuelta en un pasillo y una figura grande me impedía pasar, un obstáculo que la verdad no me atrevería a mover.
—¿Quién... —No podía formular ni una palabra, mi voz no salía.
—Nunca debiste de venir aquí —me dice una voz poderosa, yo ya la he escuchado antes—. Se supone que la historia no se iba a repetir, pero aquí estás.
Pasos pesados e imponentes de terror se acercaban a mí, me di media vuelta para largarme de allí pero el grupo de hombres ya estaba mirándome por detrás, bien atentos.
—Nunca debiste de venir aquí, hija.
Miles de escalofríos recorrieron mi cuerpo al escuchar sus palabras, no por el duelo que estoy teniendo con el miedo, sino porque sus palabras me sonaron muy familiares. Ya no me podía ni mover. Una mano descansó sobre mi hombro y apretó mi carne, dejándome sentir un dolor insoportable, es irreal.
***
Desperté jadeante, este tipo de sueños ya no los había tenido desde que me marché. Ese hombre me está persiguiendo. Miré a todas partes y los tres estaban sumidos en un sueño profundo. Y por culpa de él esta noche ya no volví a cerrar los ojos.
Siglo XVII, 1697, 20 de julio
5:00 A.M.
El cielo se hacía claro a medida que pasaba la eternidad, los pájaros cantaban y el viento soplaba más fuerte. Me dolían los ojos, a veces se me olvidaba parpadear y me ardían horriblemente.
Los hermanos fueron los primeros en levantarse, Asmodeo se quedó dormido un buen rato más hasta que Maël fue a despertarlo de mala gana. En mi hombro notaron una mancha roja y cuando descubrí mi piel todos visualizamos claramente lo que es una mano perfectamente pintada sobre mi ser.
—¿Estás bien? —me pregunta Asmodeo, intentando cubrir su preocupación con una cara indiferente.
—Sí, sí, fue una mala noche para mí —le respondí pensativa.
Fuimos en busca del mayordomo y nos explicó nuestro horario por medio de una hoja que nos mencionó que pegaría en nuestra habitación.
—Los primeros cuatro días de la semana ayudarán con el servicio del castillo, los otros tres estudiarán. Todos los días por la tarde irán al cuartel a entrenar, usualmente van a estar junto a la princesa por la mañana. Yo los guiaré dos, tal vez tres, semanas para que se ubiquen, después de ese tiempo harán las cosas solos pues necesito dedicarle más tiempo a cosas que dejé acumulándose —nos explica rápidamente.
—Entonces hoy apoyaremos al servicio del castillo —habla Nazaire después de su explicación.
—Sí —concuerda el mayordomo con él—. Son las cinco con treinta minutos de la mañana, a las seis los acompañaré a la cocina. El chef necesita unas manos para el banquete que tiene el rey con otra realeza.
—¿Qué ha pasado con la economía? —le inquiero mientras lo seguimos fuera del área de servicio.
—Oh, mi querida Ansel, este último mes el rey no sé qué ha hecho pero nos estamos alzando de nuevo. En unas semanas partirá a un viaje desde el norte hasta el sur; no tienes que irte tan lejos para ver el cambio, Maragda es en verdad una esmeralda reluciente el día de hoy —me responde alegremente.
Sorprendida por su respuesta me permití asombrarme, él asintió ante mi expresión y me regaló una sonrisa.
***
Así pasaron los días y después semanas. Mi rencuentro con la princesa fue en un inicio muy impactante, pues lloró desconsoladamente, pero dejando de lado eso fue un lindo encuentro. Una de las frases que más me impactó que dijo al verme de nuevo fue: «Pensé que me habías abandonado, mi corazón no pudo con eso» y en ese momento yo entendí que necesitaba permanecer a su lado fielmente, solo hasta que se acostumbrara a las demás personas pues me había dejado entrar a su imperio interior por voluntad propia. Ha estado sola demasiado tiempo y verla así no sé qué me da, pero es un sentimiento que me dice: «No puedes permitirte verla así, que se sienta de esa forma, como si no mereciera conocer el mundo exterior».
Nuestra relación mejoró con el paso de los días y todos nos fuimos acostumbrando a la presencia de uno y del otro, pues íbamos a estar juntos un muy buen tiempo. La princesa rechazó todos los días, exactamente a todas horas, a los tres soldados que me acompañaban en la tarea de protegerla y cuidarla. Pero podíamos vivir con eso, el supuesto «disgusto» que les tenía no era tan malo, solo necesitamos acostumbrarnos a este nuevo cambio.
════════ ⚠️ ════════
Hoy alegremente les vengo a presentar al mejor de los mejores, un príncipe sin sangre real: Asmodeo Giordano.
¡Muchísimas gracias por leer!, recuerden que pueden ver los perfiles completos (fecha de nacimiento, resumen breve e imagen) de los personajes en mi Instagram. 🥀
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