Capítulo. XXXIX

—Olvídalo, tal vez me estaba quedando dormida yo también, el movimiento repentino me molestó —le aclaro.

—¿Será solo eso? —me cuestiona.

—Sí —le respondo firme.

—Piénsalo bien; ¿qué ves en sus ojos?, en la forma en la que es, en sus acciones, en su cuerpo. ¿Qué valor le das?, el valor como una princesa, el valor como un ser humano, el valor de un trofeo, ¿o será el valor que equivale a la vida de tu familia? —me cuestiona de nuevo ahogándome en preguntas.

—No lo sé, son sentimientos encontrados. Por una parte quiero cuidarla, protegerla, porque ha vivido encerrada y no sabe cómo es el mundo exterior. Pero por otra... mi familia sí depende de su vida —le confieso.

—Sabes, el día que yo maté a alguien por primera vez fue el día que decidí sobrevivir. Tal vez ahora que lo veo desde otra perspectiva puede y haya sido un accidente, pero no se borra el hecho de que quitamos una vida, hicimos eso porque ya no teníamos otra opción —espeta, sintiéndose culpable, en un hilo de voz como la primera vez que lo conocí.

Lo observé atenta, se había puesto una venda sobre sus párpados para no lastimarse. El tratamiento que recibía por parte del profesor es muy bueno, ya no se infectan sus párpados desde hace tiempo.

—Quiero que sepas que te entiendo, pero tenemos que ver el valor real de las cosas. La vida de esa mujer no valía lo que tenía en su bolso, con mi conocimiento actual pude haberla salvado, pero qué podían hacer dos niños asustados en ese entonces. —Hizo una pausa para encontrar más palabras y formas con las qué explicarme—. Ve el valor de Dabria, ella es una niña, y tienes razón con que no conoce el exterior y sientes esa necesidad de cuidarla. Pero no la veas con esos ojos objetivos, ella está, de alguna forma, en una situación igual a la tuya.

—Entiendo...

—¡Ya recordé la palabra! Mírala con ojos subjetivos... mírala como un humano que apenas se está desarrollando al igual que tú —señala.

—Lo intentaré, pero aún es pesada la carga de mi familia.

—Entonces mírala como si fuera parte de ella, cuídala como a una hermana. Así como yo cuido al pequeño Maël tú cuida a la pequeña princesa, pero no te presiones que nosotros estamos aquí por la misma razón. —Lentamente recorrió mi brazo, hasta mi hombro, con la punta de sus dedos para reposar su mano en mi cabeza y alborotar mi cabello.

—No sé qué sería de mí sin ustedes tres, no hubiera sobrevivido en el cuartel —le confieso.

—Estoy feliz de poderte ayudar, Mavra... muy feliz.

Llegamos a la torre de la princesa a la par de Maël, su respiración agitada ya nos mencionaba lo suficiente, son muchas escaleras. Intentamos abrirla pero no podíamos.

—Ocupa una llave —señala Nazaire tocando la puerta y el agujero de la cerradura.

Un tarareo a lo lejos nos hizo levantar la guardia, Maël ya no parecía cansado y yo me paré delante de los tres. No tenía nada para defenderme, alcé los puños y me posicioné en una defensa firme.

Pasos rápidos se acercaban y al terminar la vuelta Asmodeo quedó frente a mis narices, un grito salió de su boca y rápidamente se la tapé con mi mano, que es lo suficientemente grande como para cubrirla toda. Un tintineo lo siguió, miré lo que tenía en las manos y eran las llaves. Rápidamente las tomé pero eran seis.

—¿Cuál es? —le pregunto en voz baja apresurada.

—No sé —me responde alzando los hombros en el mismo tono.

Subí las escaleras y Maël las bajó hasta donde estaba Asmodeo para darle a la princesa a cargar, para cuando iba en la última llave él ya estaba «sufriendo».

—Apúrate, se me va a caer —me manda tembloroso y cansado.

—Cállate, no llevas más de tres minutos con ella —le replico para meter la última llave en la cerradura.

Abrí la puerta gigante de madera fina con herrería negra decorándola para que Asmodeo corriera dentro y casi la arrojara a su cama. Se sentó y dio un buen respiro, estiró sus brazos y de paso hizo crujir su cuello.

—Pesa mucho como para tener su edad —comenta en voz baja.

—Tú también pesas mucho y nadie te dice nada —le replico.

—Sí pero es para mis músculos, ella parece una pelota de viento... No, ya ni eso —se corrige—. Parece una pelota de esas de antes, esas que inventaron los chinos.

—¿De qué hablas? —le inquiero dudosa por sus palabras.

—Una pelota, Ansel. —Alzó sus manos hasta su pecho e hizo una forma circular simulando que tenía algo entre ellas—. Una pelota, ¿no sabes qué es?, p-e-l-o-t-a —me deletrea la palabra fastidiado.

—No.

—Bien. —Me mira indiferente—. Es un objeto para jugar, tiene aire adentro y puede ser de muchos materiales pero usualmente es de cuero. Pero ella —señala a la princesa con el dedo índice— parece una pelota china porque en ese entonces pesaban un montón, pero un montón —dice exagerando la última palabra en voz baja.

Me acerqué a él con un paso decisivo a ahorcarlo o a darle un puñetazo por la forma despectiva en la que dice sus idioteces.

—No te voy a permitir que estés hablando así de ella, ¿entiend...

«Mavra» tararea Maël al ver mi seguridad por golpearlo.

Me detuve a nada de Asmodeo, lo miré con un disgusto notorio, le hice una mueca y caminé hacia otro lugar.

—Vámonos de aquí, el coronel va a castigarnos personalmente si llegamos tarde otra vez.

Nazaire y Maël salieron, Asmodeo los siguió a duras penas y yo me quedé al último. Me acerqué a la princesa y la vi dormir con tanta inocencia, es tan pura que ni el mismo sol podría mancharla.

Sutilmente le quité sus zapatos, tiene medias puestas y quitárselas sería una fiesta entonces no me arriesgaré. La acobijé con una tela fina que estaba bien doblada sobre su cama y antes de marcharme acomodé su cabello despeinado, rocé su mejilla pálida con el dorso de mi mano y este fue abrazado por una suavidad irreal.

—Lo siento... probablemente no venga esta noche, princesa —espeto en voz baja recordando las palabras de Asmodeo, dudo que esté despierta pero si por alguna razón recuerda sus crueles comentarios me arrepentiré de no haberla defendido.

Me quité el anillo y lo dejé sobre la mesa al lado de su cama, antes de irme la miré una última vez pero ninguna señal de que estuviera despierta pude ver.

Rápidamente bajé las escaleras, porque los tres muy probablemente ya estén dentro del cuartel, no sin antes acariciar en el camino sus paredes rocosas frías. No había nada de color en este lugar tan serio, como si lentamente se quisiera apoderar del brillo colorido de la princesa. Recorrí todos sus salones y aceleré mi paso para atravesar el ala derecha del castillo, también admiré como el sol se apuraba a irse a ocultar por los tantos ventanales.

Atravesé el salón principal y pude ver a varios sirvientes arreglando cosas, no les presté mucha atención y salí del castillo corriendo. Corrí por el campo abierto que le pertenece solo a la realeza y disfruté de la temperatura caliente que me rodeaba, no es sofocante, sino más bien fresca. Llegando no dudé en dirigirme al cuarto donde nos quedábamos a dormir antes, me crucé con uno de los barriles y pensé en la vida de todos los caballeros que yacen en este lugar.

Entré al cuarto y me encontré con los hermanos y Asmodeo cambiándose de ropas porque las prendas que nos dieron en el castillo son muy valiosas para nosotros.

—¡Ay, no me veas! —grita Asmodeo por la sorpresa.

—A ti quien te va a andar viendo —le replico, entrando apresurada para quitarme el traje.

Bufó por mi respuesta y siguió con lo suyo, me desvestí y doblé mi vestimenta para no dañarla. Pero para cuando me di cuenta era muy tarde.

—Perdí el collar —espeto en un jadeo.

—¿El amarillo? —me pregunta Nazaire terminando de vestirse con telas sucias y rotas para entrenar.

—Sí —le respondo entristecida.

—Ponte la camiseta mejor, déjame ver si no lo tienes en algún bolsillo por aquí —me manda Asmodeo al ver mi cara larga, aún con el torso desnudo.

Me quité los zapatos y los escondí debajo de una cobija, estos no eran los que me dio el profesor pero aun así no quiero que alguien los tome. Me puse la camiseta a duras penas y cuando me dijo que no encontró nada entre mis prendas más finas la tristeza me ganó, le tenía mucho aprecio a ese amuleto.

—Rápido, ya nos están llamando —señala Nazaire tras escuchar la alarma, que es un sonido grave hecho por un cuerno con el que el coronel nos llama.

Caminamos hacia el campo de entrenamiento y mi cuerpo se hizo pesado, siento como si me estuvieran presionando contra una pared.

—Ya lo encontraremos —espeta Asmodeo, dándome un golpecito al hombro, para animarme.

—Entiendo.

Más de doscientos hombres nos reunimos en el campo y esperamos las órdenes del coronel.

—Se acerca el campeonato para el mejor sector de caballeros en Vreoneina, como muchos saben no todos aquí son caballeros pues solo los mejores pueden entrar al nivel de alférez —nos explica rápidamente—. Nombraremos a los caballeros de este sector y desde ahora se marcharán a entrenar al coliseo mientras que los grados inferiores se quedarán aquí. ¡¿Entendido?!

—Sí, señor —gritamos todos a la par.

Después de nuestra respuesta sacaron una lista y leyeron los nombres en voz alta, ordenados de forma alfabética, para que cada uno se fuera adentro de la estructura del cuartel, donde muy probablemente no se quedaban y se marchaban a otro lugar.

—¡Asmodeo Giordano!

—¡Aquí! —grita el mencionado—. Los veo allá —nos dice ahora a nosotros.

Asentimos a sus palabras y se marchó. No tardaron mucho en llegar a mi nombre, y cuando lo dijo en voz alta todo fue silencio.

—¡Ansel... Domènech!

—Aquí —digo sin tener que alzar la voz, pero sí mi mano, para que me notaran.

Pasé al frente, siendo juzgada por muchas miradas que me ponían encima una identidad que no es totalmente mía, y un soldado con la cabeza me señaló la entrada y salida del campo.

—Hay carretas esperándolo, joven —me comenta.

—Entiendo, gracias —le respondí amable, pero a los ojos de todos fue más bien como un insulto.

Me veían raro y yo no sabía qué sentir, la presión aumentaba y llegó al punto en donde me dolía. El sentimiento se acumuló en mi pecho y cuando entré al cuartel desaté aquel nudo hiriente, dejando recorrer muchas lágrimas sobre mi rostro grasoso.

Terminé de llorar por aquella opresión que sentía y me dije a mí misma: «Es por Aleyda, es por Eliezer y es por Benedict; es por mi familia» hasta que lo pensé bien y agregué que todo esto también era por la princesa. Tengo que dejar atrás este sentimiento amargo que cargo sobre mi espalda de alguna forma, yo sé que la voy a encontrar.

Caminé fuera del cuartel y fui directo a los límites del territorio del castillo, mis pasos eran pesados y muy lentos además de que el calor me atacaba de una forma muy fastidiosa. Una carreta ya había partido y logré verla antes de desaparecer en el denso bosque de Vreoneina.

El día está claro y los rayos del sol, a medida que pasaba el tiempo, perdían su fuerza abrasadora.

—¡Ansel! —me grita Asmodeo desde una carreta alejada, agitando sus manos para que lo notara, era el único en ella.

Fui directamente hacia él y a duras penas me subí, todas eran manejadas por un caballo y su respectivo jinete.

—¿Por qué esta? —le inquiero al ver las demás casi vacías.

—Intenté sentarme en la segunda más llena para partir rápido pero no quisieron que subiera, dijeron que era muy encantador como para ir entre tantos animales —me explica egocéntrico.

—Claro, ¿y qué más? —le inquiero dando un suspiro corto acompañado con una sonrisa.

—Descubrí algo, el cuartel tiene una entrada a la prisión de la capital. Es un túnel subterráneo que te lleva directamente hacia allá, solo pueden entrar los soldados con los rangos más altos —me confiesa.

—¿Cómo lo descubriste?

—El soldado que conocí hoy me susurró varias cosas —me responde pícaro.

Los hermanos no tardaron en llegar, Maël le tiró una mirada de odio a Asmodeo al ver que nadie más se subía a esta carreta por razones que todos conocemos. Echaron a andar el transporte y nos dirigimos al coliseo.

—No entiendo, ¿qué tiene que te gusten los hombres? No le veo el punto negativo —le pregunto directamente a Asmodeo en voz baja para que el jinete no escuche.

Pero los rechines de la madera más los golpes que nos dábamos por el camino irregular no nos dejaban hablar en paz.

—Ni yo, pero es algo malo. La sociedad no está lista para algo tan innovador, la verdad —me responde dramatizando su respuesta.

«Sí, claro» tararea Maël, que casi no logré escucharlo.

—¿Qué dijo? —pregunta Asmodeo de mala gana.

—Dijo: «Sí, claro» —le aclara Nazaire quien se sentaba a su lado.

—Ah, claro.

Negué con la cabeza y pensé el porqué de la no aceptación.

—Es la religión, o eso me han dicho —me señala Asmodeo, aclarando mi duda interna.

—¿Qué con eso?

—Todas rechazan el amor entre personas del mismo género o sexo, como lo veas, no es posible ante sus tantos dioses supuestamente perfectos.

—Es extraño —le digo.

—Lo sé, no lo entiendo. Si un hombre y una mujer se pueden amar, ¿por qué dos hombres o dos mujeres no?

—Investigaré más a fondo, no puede ser solo por eso, debe de existir una razón más profunda para su rechazo.

Él se limitó a asentir, no tardamos en llegar al coliseo. Bajamos de las carretas y nos reunimos en la arena, el soldado de antes no tardó en llegar para darnos órdenes.

—¡Pongan atención! —nos manda—. ¡Este campeonato se trata de elegir al mejor sector de caballeros de Vreoneina para que ese mismo equipo pase al campeonato internacional, hace años que este campeonato no se lleva a cabo y les entregaremos a todos el mejor de los regresos!

Todos se emocionaron y una corriente de ovaciones se desató.

—¡Habrá categorías como: cuerpo a cuerpo, justas, lucha de espadas, lucha de lanzas, arquería, uso de armas de fuego, entre otros! Todos somos un equipo pero para cada categoría se elegirán a los primeros diez mejores, ellos serán nuestra pieza maestra y nuestra victoria asegurada —nos explica.

Otra corriente de ovaciones, pero más avivada, y con eso puedo deducir fácilmente que el campeonato lo extrañaban. Por último nos comentó que aún no sabían dónde sería la sede del campeonato, pero que muy probablemente sería aquí en el coliseo.

Lo único que hicimos fueron equipos y a simple vista ver quiénes eran los que destacaban en cada categoría. Ninguno de nosotros fue elegido.

—Ya verán estos perros sarnosos, vamos a ser los mejores en todas —escupe Asmodeo disgustado.

—No lo dudo, pero ¿esto no hará que varios caballeros se sientan mal? —les inquiero.

—No —me responde Asmodeo rápidamente.

—Tal vez —me dice Nazaire.

Asmodeo carraspeó su garganta y se corrigió a sí mismo.

—Sí, sí, tal vez sí se sientan mal por cómo no los toman en cuenta. Estoy de acuerdo con Nazaire.

El sol ya había ocultado medio cuerpo y nosotros fuimos los primeros en subirnos a las carretas para marcharnos al castillo.

—Qué asco me dan, nos están subestimando. A nosotros y a todos los que nunca nombraron —escupe de nuevo Asmodeo en el camino.

«Ya verán» tararea Maël quien estaba de acuerdo con Asmodeo por primera vez.

Llegamos al cuartel y antes de dirigirnos al castillo fuimos por nuestras cosas; no estábamos cansados pero a mí pareciera que el sol me hubiera quitado hasta el alma.

—Lo vamos a encontrar, Ansel, no le des muchas vueltas —me consuela Asmodeo al verme entristecida.

—Espero que sí.

Regresamos a nuestra habitación, el sol ya había ocultado todo su cuerpo y solo quedaban rastros de sus rayos de luz hipnotizantes.

—Hay que ir a dormir, hace tiempo que no podemos dormir más de siete horas —comenta Nazaire.

Todos aceptamos la propuesta y fuimos directamente a nuestro cuarto en el castillo para cambiarnos. Yo tenía la ropa de dormir que anteriormente me habían dado, un vestido sedoso muy ligero, mientras ellos tenían lo que inicialmente nos dieron, una camiseta holgada de una tela fresca con unos pantalones cortos.

Aún la noche no cubría totalmente el cielo por lo que la luz clara de esa batalla entre los dos gigantes se colaba al cuarto y no podíamos cerrar la puerta por orden del profesor.

Una risilla se me escapó por el recuerdo, me acobijé y cerré los ojos hasta irme a dormir.

Siglo XVII, 1697, 6 de agosto
2:18 A.M.

Me levanté de la cama para sentarme en ella, tallé mis ojos y en el ventanal gigantesco que queda enfrente de la puerta pude ver que aún es de noche, las estrellas brillaban en su máximo esplendor y salí del cuarto a verlas. La temperatura bajó, hacía frío y el suelo me lo dejaba claro.

Caminé hacia el salón principal pero antes de llegar hasta allá giré sobre mis talones y me dirigí hacia la torre de la princesa.

Corrí sin hacer ni un solo ruido, mas que la paz del viento siendo cortada por mi cuerpo apresurado. No necesitaba una vela que iluminara mi camino, mi memoria no fallaba y la luz de la noche era suficiente para mirar más allá de mis pasos rápidos. El contacto de la planta de mis pies con el suelo desaparecía tan rápido como mis latidos del corazón, apenas tocaba el cuerpo frío cuando ya estaba levantando el pie.

Me detuve en cuanto llegué a su torre para subir con cuidado las escaleras inmensas, frías y sin vida. Llegué a un punto en donde ya no veía nada, palpaba con mis manos y pies el camino para no caer hasta que una luz forastera iluminó mis pasos, venía del cuarto de la princesa.

—Dabria —la llamo.

Un silencio se escuchó dentro de la habitación, el viento sopló y se coló entre la piedra fría de su torre. Crujió la puerta y se abrió, dejándome ver una cabellera dorada alborotada.

—¡Mavra! —exclama contenta, abrazándome al mismo tiempo.

—¿Está bien se hablamos en voz alta? —le pregunto en un susurro.

—Sí, nadie está de este lado del castillo y no hay muchos huéspedes. Entra, entra, está haciendo frío a estas horas —me pide al ver que estaba descalza.

Ella también tenía puestas sus prendas para dormir, es un vestido de una tela fina y fresca llena de figuras rojizas que le llega hasta los pies. Se sentó en su cama y me invitó a pasar.

—¿Quieres? —me pregunta ofreciéndome su taza que contiene un té claro.

—¿Qué es? —le inquiero dudosa.

—Té de valeriana, ayuda a vencer al insomnio.

—Entiendo, solo un sorbo porque tenemos que levantarnos temprano mañana.

—Tienes razón, mi padre mañana se va —concuerda conmigo.

Me entregó la taza y cuando le tomé un sabor dulce pero amargo invadió mi boca. Es extraño porque cuando piensas que es dulce termina con unas notas amargas, además de que la calidez ayuda a que los sabores penetren tu lengua finamente.

—Sabe raro —le digo regresándole la taza.

—Lo sé, con un pequeño sorbo basta.

Se levantó y fue a apagar todas las velas que tenía encendidas, fácil eran más de diez esparcidas por toda su habitación.

—Quédate hoy, mañana te escapas si quieres —me manda regresando con pasos seguros a su cama gigantesca.

La luz de la luna se colaba perfectamente por su ventana, está en su punto más alto y ni hablar de lo llena que es su redondez.

Se metió entre sus cobijas y yo la acompañé rápidamente porque estaba haciendo mucho frío. Se apegó a mi cuerpo, abrazando mi torso y recargando su cabeza en mi pecho, regalándome ese calor que tuve en algún momento del día.

—¿Qué piensas de la actitud de tus padres? —le inquiero mientras miro la luna por la ventana cuando ella le dio la espalda.

—No lo sé, es muy repentino pero por alguna razón me agrada. Es nuevo y... no lo sé, voy a atesorar ese momento por más extraño que sea.

—Entiendo, esperemos que todo cambie para bien. —Llevé mi brazo por encima de sus hombros para abrazarla de vuelta, y con la mano acaricié su cabello.

—Todo ha cambiado desde tu llegada, y todo va en dirección hacia el bien.

—Me alegra que sea así desde tu punto de vista... pero para otros no ha sido lo mejor del mundo.

—Agradezco y lamento su sacrificio. —Sus palabras de alguna forma entraron más allá de mis oídos, vagaron por mi cuerpo, regalándome un escalofrío—. Mañana te pondré el anillo de nuevo... ¡Ah! Dejaste aquí también tu collar, estaba en mi cama cuando desperté.

—¡¿En serio?!, pensé que lo había perdido —le digo emocionada, también se me escapó una risilla por las cosquillas que hacía con su cabeza en mi pecho.

—Sí, lo guardé por ti.

—Gracias... —Fue lo último que le dije antes de dormir.

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