Capítulo. XXXIII
—Demos lo mejor, el sargento dijo que el rey iba a estar ahí —espeta Nazaire cuando salimos del comedor.
Los demás estaban a nada de terminar y lo único que podíamos hacer era esperar la siguiente orden del sargento.
Las carnes de hoy fueron un manjar, estos últimos días nos han alimentado con eso y sinceramente ya extrañaba su textura fibrosa.
—Sí, y nos va a juzgar hasta el alma.
Tocaron la campana y entramos al cuadrilátero; ya me dieron su medida y son cuatro kilómetros de largo y de ancho —porque el cuadrado tiene todos sus lados iguales—. Nos reunieron y nos fueron nombrando para que no faltara nadie, yo siempre soy la última porque soy nueva por estos rumbos.
—¡¡Domènech!! —Alcé la mano para que me notara y asintió al ver mis dedillos entre la multitud de hombres—. Ya saben qué vamos a hacer, los juegos se hacen en el coliseo porque el rey de nuestra nación va a venir a nuestra casa a vernos. Hagan sus equipos ahora y súbanse a la carreta con sus grupos, nos largamos en cinco minutos. ¡¡Corre tiempo!!
Con ese simple anuncio todo se descontroló, olas agitadas de hombres sudorosos y agotados gritaban en busca de sus compañeros. Maël puso su mano en mi hombro para no perderme y buscó con la mirada, aprovechando su altura, a los dos flacuchos que queríamos en nuestro equipo. Me agitó el hombro y lo miré atenta pues quería decir algo, Nazaire se encontraba a sus espaldas tranquilo y en espera, me señaló con su brazo una dirección y sin más que decir caminé por ella.
Me abrí paso entre los cuerpos musculosos y sucios de los soldados hasta encontrar una figura delgada pero marcada por el ejercicio frente a mí.
—Disculpa —espeto tomándolo de su brazo para capturar su atención—. ¿Quieres estar en mi equipo? —le inquiero regalándole una sonrisa.
—¡Hola! —me saluda para inclinar su cuerpo y poner su boca al nivel de mis oídos—. ¿Estás perdido? —me pregunta, y por el ajetreo dudo que haya escuchado mi propuesta.
Negué con la cabeza y le susurré a su oído mi pregunta de nuevo. Se alejó de mí a la par que terminé de hablar y ahora él negó con su cabeza.
—¡Lo siento, ya tengo un equipo! —me responde en voz alta para señalar con su pulgar a sus espaldas.
Me incliné hacia un lado y tenía razón, cuatro hombres lo estaban esperando. Le hice la reverencia que me enseñó el mayordomo, a la que le tengo mucho cariño, porque se veía de alta clase y me marché.
Caminé por la misma dirección que vine hasta encontrarme con los hermanos y cuando Maël me miró con los ojos bien abiertos yo dejé caer mi vista y negué con la cabeza suavemente. Un suspiro corto de su parte me asustó, alcé mis ojos y me encontré con una sombra borrosa frente a mi rostro, pero para mi sorpresa solo descansó su mano sobre mi cabeza y la acarició. Me tarareó algo que no pude entender en su totalidad y solo me quedaba regalarle una sonrisa por su gesto.
Todos se marchaban con sus grupos de cinco personas y nosotros nos quedábamos atrás, le preguntamos al otro hombre que queríamos en el equipo y ni porque fuimos a presentarnos todos aceptó la propuesta. Nos quedamos en el campo arenoso del cuadrilátero solos, por mientras yo me agaché para jugar con la arena suelta en lo que esperábamos al sargento a que regresara al ver nuestra ausencia. Los últimos hombres se fueron y quedaron tres a nuestra vista: un grandote, un tímido y un príncipe que no tiene sangre real.
Frente a frente nos asesinábamos con la mirada unos contra otros, el principito me miró raro y con asco. Lo juzgué desde su cabeza hasta sus pies y cuando finalicé mi recorrido también lo miré con disgusto, un jadeo por sentirse ofendido fue lo único que se escuchó.
—Ay que asco. —Lo escuché decir en el proceso de mirar hacia otro lado.
Abrí la boca incrédula por su comentario, y le ladré, todos me miraron extrañados y cuando el príncipe me regaló su atención me levanté para correr detrás de él como un perro rabioso.
—¡¡Ayuda!! —grita en un tono chillón.
Yo le ladraba en respuesta, lo correteé hasta el fin del mundo y cuando lo alcancé me lancé sobre él para caer al piso. Me carcajeé tan fuerte que no escuché el primer grito a lo lejos.
—¡¡Firmes!! —nos grita una sola voz estrictamente.
Nos levantamos para encontrarnos con el sargento y caminamos hacia él, me apuré en llegar y el principito cojeaba según porque lo lastimé.
—Sargento, dudo que lo quiera dejar fuera —habla Nazaire como si llevaran un rato conversando.
Caminó hacia el príncipe y se detuvo a nada de que sus caras chocaran.
—¿Estás herido? —le pregunta secamente.
—No, señor —le responde temeroso, tragando cargas pesadas de aire.
—Tú y yo sabemos que te puedo romper una pierna para que no participes, dímelo si no quieres ir que a mí no me cuesta nada, así que no me vengas con tus mariconadas. ¿¡Entendido!?
—Sí, señor —le responde en voz alta ahora sin temblar.
—Bien. —Se alejó de él y nos miró a todos—. Ustedes van a ser el único equipo de seis personas, ahora lárguense, no es posible que estén tan idiotas como para no arreglar algo tan simple.
Casi corriendo nos apresuramos en llegar a la última carreta, un equipo se encontraba esperándonos con caras de malhumorados, muchos ya se habían marchado y esta iba a ser la última en partir. Me rebasaron y mientras ellos se subían yo apenas iba llegando; di un brinco y mi torso ya se encontraba dentro, mis piernas ya no tocaban el piso y la carreta se echó a andar, me asusté unos segundos e intenté subir una de mis piernas en vano. Maël se acercó a mí para tomarme por mis brazos y alzarme, me dejó de pie sobre la carreta y nos fuimos a sentar pero no sin antes agradecerle.
El príncipe me miraba raro y yo le saqué la lengua en respuesta, nos adentramos en el denso bosque y recorrimos el sendero que marcaba la dirección hacia el coliseo. El lugar se encuentra al costado izquierdo del castillo, si tu punto de vista es desde la entrada principal, como si fuera perteneciente solamente al rey.
Tardamos unos minutos en llegar y cuando la figura tan perfecta del coliseo se hizo presente frente a nuestros ojos temblamos, temblamos por su inmensa estructura y por ese sentimiento tan extraño que impone a cualquiera.
Nos bajaron casi a patadas nuestros superiores y nos llevaron a los cuartos de preparación, había armamento indefenso y armaduras para protegernos. Esto que vamos a hacer no se trata de herirnos, el juego consiste en que un grupo va a defender las puertas de entrada y salida para la arena mientras que otro va a intentar invadirlas. Cada uno usará su herramienta favorita o la que mejor maneja y también cubrirán las partes del cuerpo deseadas, aunque ningún arma es potencia para dañar profundamente el cuerpo.
Nazaire me dijo que me pusiera un casco por seguridad y de mala gana fui en busca de uno, nada me quedaba. De milagro encontré una pechera dividida en dos que se ajustaba por medio de pequeñas cadenas en los costados, Maël me ayudó con eso, Nazaire tomó la medida de mi cabeza con sus manos y con ese simple movimiento fue a buscarme un casco junto a su hermano. Yo por lo tanto encontré muchos que me gustaban porque tenían la vista abierta pero ninguno me quedaba; encontré por ahí solo un protector para la tibia de las piernas, me lo puse en mi pierna izquierda por si me tenía que deslizar y era obvio que me quedaría grande, cubría un poco más allá de mi rodilla pero aun así podía sacarle provecho.
—Ansel, ven aquí —me habla Nazaire en voz alta.
Caminé entre los cuerpos corpulentos de los soldados y llegué hasta los hermanos.
—Póntelo —me manda a la par que Maël me entrega un casco que a simple vista puedo deducir que es un modelo griego o tal vez romano.
Su mirilla es cerrada y cubre la nariz con una barra moldeada que sobresale del mismo casco de hierro. Me lo puse y para mi sorpresa sí me queda, un poco grande pero no es incómodo, aunque es muy pesado.
—¿Está bien? —me pregunta Nazaire.
—Sí, sí me queda... Es extraño.
—No sé qué tipo de modelo sea pero he podido sentir muchos con ese mismo patrón y usualmente son pequeños, supongo que aquellos guerreros eran hermosos por naturaleza, ya sabes, por la cabeza pequeña —me comenta.
Salimos del cuarto y entramos al siguiente que era solo de armas, el sargento custodiaba la entrada y cuando nos detuvimos frente a él nos miró de arriba a abajo para reírse de nosotros.
—Se ven muy imbéciles —espeta entre risas.
Yo miré de un lado a otro, como si buscara algo, y el sargento fue cesando su risa al verme.
—¿Qué se te perdió, Domènech? —me inquiere y yo seguí buscando de forma más exagerada y después de unos segundos lo miré indiferente.
—Estoy buscando quién le pregunt... —La mano de Maël sobre mi boca me interrumpió para impedir que aquella respuesta saliera de mis labios y el sargento frunció el ceño.
Miré a Maël ignorando al sargento y negó con su cabeza, Nazaire me dijo: «no te pongas nerviosa» y tenía razón porque el nerviosismo me estaba carcomiendo.
Entramos a la habitación hecha de piedra, a excepción del mueble que sostiene de forma vertical todas las armas blancas que pudieras imaginar, y admiré el espacio.
—Iré al punto, su grupo va a ser el único en defender y los demás serán invasores. Preparamos armas específicamente para ustedes, allá adentro se dividirán las secciones, una línea sobre el piso va a limitar el área que tiene cada uno para defender, tienen prohibido salir de ella y los atacantes son libres de elegir por quien ir.
—¿De qué habla, sargento? —pregunta Nazaire extrañado.
—Ya me escuchaste Borbone, ¿o también eres sordo? Fue una orden del rey, acótenla como los perros sarnosos que son. —Y con eso se marchó, no sin antes maldecirnos de nuevo mientras se retiraba del cuarto.
Un silencio sepulcral invadió cada grieta del lugar, llegaron los tres soldados pertenecientes a nuestro grupo bien regañados por el sargento y yo solo pude suspirar.
Me acerqué al mueble de madera vieja, eran diez divisiones pero solo seis estaban ocupadas. La primera era de Maël, dos espadas gemelas con cadenas abiertas al final de sus mangos, quien carga una armadura que lo protege muy bien para no llevar escudo. Nazaire también está cubierto por una armadura, pero con sus brazos y parte de su torso cargando con algo más fino, y su arma es una cadena larga con dagas en sus dos extremos, en cualquier momento Maël puede fusionar sus cuchillas con la cadena principal de Nazaire para crear un arma de alto alcance.
—Es por mí, muy probablemente sea por mí. Si no estuviera aquí este equipo no hubiera sufrido la orden del rey —espeto al mismo tiempo que tomo la espada, sin filo en su hoja, para acostumbrarme a su mango de cuero.
—Tal vez... Pueden ser muchas cosas, igualmente no lo tomes como si fuera tu culpa —me responde Nazaire.
Los otros cuatro estaban muy callados, y Maël es el único con una buena razón para no hablar.
Miré los dos escudos que se encontraban en mi división y pensé en cual debería llevarme, la única diferencia que tienen es que uno es circular y el otro rectangular. En el centro los dos tienen una figura con un sello desgastado de hierro que cubre una buena parte del escudo, lo demás es madera vieja, casi inservible.
Un tarareo sonó a mis espaldas, los otros tres se encontraban hablando entre murmullos y yo seguía sumida en mi indecisión.
—Llévate los dos —me comenta Nazaire, giré sobre mis talones para ver a Maël y él solo levantó sus hombros junto con sus manos para hacer una expresión de no saber nada.
Reí por su rostro y metí la espada en un pedazo de cota de malla que encontré por ahí y que me puse alrededor del torso.
Caminamos fuera de la estructura del coliseo y esperamos en la arena, miré a unos soldados superiores a nosotros acomodando unas piedrecitas negras en hileras verticales para trazar nuestras divisiones. Hicieron cinco y una de ellas abarcaba más espacio que las demás, esa definitivamente es la de Nazaire y Maël pues no pueden trabajar sin la presencia del otro.
Solo necesitábamos dar seis pasos y llegábamos al área que defenderíamos, y pude calcular que las hileras miden aproximadamente diez metros de largo por cinco de ancho.
—Oigan, son cuatro ¿verdad? —les pregunto a los hermanos Borbone.
Maël le tarareó algo a su hermano, le estaba informando acerca de la medida aproximada de las hileras.
—No te acerques para nada, dice Maël que miden como cuatro metros de ancho. Mi cadena mide tres de largo por cada lado y me extiendo siempre uno más aproximadamente.
Tiene razón, el radio de los hermanos para pelear es de entre tres y cuatro metros. Yo no puedo entrar a ese círculo perfecto porque me decapitan y ellos ni enterados; la cadena de Nazaire mide seis metros en su totalidad y justo al centro tiene una agarradera de cuero, por si se cansa de las cadenas, que la divide en tres y tres.
Las armas que tenemos son para defendernos, porque si fuéramos los atacantes estaríamos usando otras totalmente diferentes.
—¿Apostamos como la última vez? —pregunto en voz alta, porque esto va para todos. Dejé el escudo redondo al costado de mi área y sostuve firmemente el rectangular.
Maël caminó hacia el lugar de donde los atacantes vendrían para invadir las puertas, como a los seis o cinco metros marcó su raya.
«De aquí no pasan», me tarareó.
Yo caminé de forma apresurada porque se acababan los segundos y marqué mi línea a los seis metros lejos de las puertas. Maël abrió los ojos de par en par al ver mi marca tan cercana a la salida de los atacantes, giré sobre mis talones y miré al grandulón, al príncipe y al tímido.
—Apostamos solo comida, a veces las bebidas que nos dan pero de ahí en fuera nada más. Si quieren entrar a la apuesta pongan una marca razonable sobre el suelo, si pasan los atacantes de esa marca pierden —les explico—. Aunque dudo mucho que entren, no creo que sean capaces de defender si quiera esa raya —agrego subestimándolos, golpeando su ego.
El grandulón fue el primero en dejar su marca, a tres metros de la salida de los atacantes. Después el príncipe, quien la puso justo a la mitad de su hilera, y por último el tímido que marcó el lugar donde estaba parado. El grandulón estaba a nada de alegarle pero lo interrumpí.
—Él va a ser por el primero que todos van a ir —le recalco para que no dijera nada.
Asintió a mis palabras y se acercó a mí, me entregó listones de cuero y me explicó que eran para mis pies, pues yo era la única sin calzado de entre nosotros seis, y me ayudó rápidamente a ponérmelos.
—Miré que no tenías puesto nada, supuse que te ayudaría, yo usaba el cuero como protector cuando era niño —me comenta.
—Entiendo, muchas gracias, ya me estaba preparando para las quemaduras de la arena —le digo sonriente.
Nos posicionamos y analicé el campo; en la primera fila están los hermanos Borbone, justo al lado de los jurados y de donde se supone que va el rey pero que no está; después les sigo yo, a mi lado el grandulón, después el tímido y hasta el otro lado el principito.
—¡¡Preparados!! —gritan dos sargentos en una sola voz, mientras uno de ellos tomó la cuerda para tocar la campana.
El primer grupo se preparó para salir, los demás estaban o descansando tendidos en el suelo o no prestaban atención para nada, eran aproximadamente cuarenta equipos de cinco personas y nosotros el único de seis.
Caminé al frente de mi hilera, un paso después de que comenzaran a trazarla las piedras negras, respiré hondo y apreté la agarradera de hierro que tenía mi escudo, me cercioré de que el cuero estuviera bien amarrado a mi antebrazo para que el escudo no cayera y apreté el mango de la espada con la mano izquierda.
Tres campanadas y gritos guerreros venían por nosotros, con intención de imponernos miedo pero que fue en vano. Tres se fueron por el tímido y los otros dos por el principito, bajé mi guardia y miré atenta como luchaban. El principito se movía muy bien y el tímido lo hacía como podía, a punto de lanzar mi primera carcajada y unos gritos capturaron mi atención. Soltaron a otro grupo.
Estos venían directamente a mí y al grandulón. Tres a por mí y dos por él, nadie se atrevía a pisar la pista de los Borbone, pues con solo ver sus armas sabes que se trata de los poderosos hermanos.
Un espadazo a la rodilla de un soldado, mientras que otro intentó golpearme la cabeza con su espada pesada. Alcé mi escudo y el sonido entre los dos metales rechinó por todas partes, el soldado que los respaldaba me arrojó una lanza con una punta redonda de hierro mientras tenía el escudo arriba de mi cuerpo y la espada ocupada.
Más gritos y ahí supe que esto no era simplemente una defensa, ni siquiera una prueba.
Arrastré la espada que cargaba mi escudo como pude al suelo y lo interpuse entre mí y la lanza, justo antes de que impactara sobre mi cuerpo. Golpeé en el casco al soldado que tenía una rodilla sobre el piso y se quedó tirado, esa era nuestra señal de rendición, empujé como pude al de la espada y en esos segundos miré al lancero preparando su siguiente tiro. Llegó un arquero a su lado y tiró sus flechas indefensas hacia mí, pero me cubrí con el cuerpo del soldado con la espada mientras aún peleaba con él. Abrí el escudo para quedar cuerpo a cuerpo y le di una patada a una de sus rodillas para que cayera, alcé mi espada y golpeé su casco, pero no tan fuerte como para llegar al punto en donde se deformara. Tomé la espada y la lancé a donde estaba el arquero y lancero, se alejaron más y pude visualizar a sus espaldas al siguiente grupo. Estos no gritaron, no se prepararon ni corrieron y creo que eso fue lo que me asustó más.
Lo lidera un hombre grande, con un casco dorado que cubre completamente su cara y una armadura de plata, pero ni hablar de su arma. El gigante caminó seguro directamente hacia a mí mientras que todos los demás abren su paso para dejarlo andar libremente y a donde se le plazca.
El arquero y el lancero se fueron por los hermanos Borbone, interpuse el escudo frente a mí y el gigante dorado, aseguré el mango de mi espada y el sacó una alabarda platinada. El filo refulgió ante los rayos de luz del sol, y me di cuenta de que estos cinco nuevos caballeros portaban armas ofensivas y tenían planeado hacernos daño.
Miré a mi alrededor para reiterar que todos estaban bien y vi que los hermanos ya terminaban su trabajo con un último caballero, el tímido se mantenía con los tres soldados cuando el grandulón y el príncipe ya habían terminado con su tarea.
—¡¡Ansel!! —me grita una voz chillona.
No pude ver de donde venía y para cuando regresé mi vista al frente el gigante de oro y plata ya tenía sobre mi cabeza su alabarda. Alcé mi escudo en respuesta y de un solo golpe lo partió a la mitad, casi llevándose mi brazo. Aproveché los segundos y golpeé su rodilla con la espada, causando el más mínimo daño. Retrocedí en lo que volvía a levantar su arma tan pesada y logré escuchar a Nazaire preguntar: «¡¿Qué está pasando?!».
Corrí borrando con la poca piel descubierta de la planta de mis pies la apuesta inocente que acababa de hacerse nada.
Fui por el otro escudo, pero sus pisadas pesadas me estaban alcanzando. Los demás caballero ya estaban atacando a mi equipo y este gigante me iba a matar, el brillo refulgió sobre mi cabeza de nuevo y me lancé a un lado del camino por instinto, solo escuché el impacto grave de como el filo atravesó el suelo arenoso y giré mi cabeza para mirar mi reflejo aún vivo sobre el arma.
Me levanté rápido, jadeante y temblorosa, alcancé el escudo y aseguré el agarre de mi espada. Caminó seguro hacia a mí al ver que levanté mi guardia de nuevo, aunque no sabía que me estaba muriendo de miedo, y corrí hacia él.
Al mismo tiempo de apoyarme en mi pierna izquierda pude ver como él levantaba la suya en un intento de patear el centro de mi escudo, pero me deslicé por en medio de sus piernas y en el proceso golpeé lo más fuerte que pude su pierna base. No lo derribé.
Me levanté apresurada y corrí en un solo grito para deshacerme del miedo, puse el escudo entre medio e intenté derribarlo de nuevo esta vez por la espalda. No lo logré. Puso el mango gigante de su alabarda frente a él en el piso para no perder el equilibrio y se quedó quieto. Giró lentamente su cuerpo hacia mí y yo me quedé paralizada, alzó su arma peligrosa y la dejó caer sobre mi escudo, no sin antes yo retirar mi brazo, para destrozarlo.
Aproveché de nuevo esos segundos para deslizarme entre sus piernas y tajar más allá de su armadura en vano, mi arma no es ofensiva y no puede hacer daño. Me reincorporé y en el proceso de girar para encararlo un golpe a mi costado, justo en mis costillas, me dejó sin aire. Salí volando a los pies de las puertas de la arena.
La figura caminó lentamente hacia a mí, disfrutando el momento, mientras yo apretaba con mis dos manos el lugar donde me golpeó, como si quisiera arreglar donde yacía mi armadura de hierro deformada hacia adentro, impidiéndome respirar adecuadamente.
Busqué desesperada entre la arena algo para defenderme, este hombre solo me quería a mí, ni siquiera estaba aquí para practicar. Su armadura brillante encandiló mis ojos, metí la mano entre la arena para tan siquiera arrojarle un puño de esta, pero él alzó su alabarda para que el sol la bendijera y que de un golpe me ejecutara.
════════ ⚠️ ════════
¡Un cálido abrazo a todas esas mujeres que ponen más de un grano de arena en este mundo!
(08.03.2022)
Un capítulo más largo y más prometedor por este día tan importante. Espero lo disfruten tanto como yo al escribirlo. ¡No olviden votar (con la estrellita en la parte de abajo a la izquierda) ya que eso me ayuda mucho como autor! ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top