Capítulo. XXXI
Dabria V. Vujicic Cabot
No podía quitarle mi vista de encima a Mavra, se ve tan desorientada que ni siquiera sabe qué hay sobre su plato; la primera ronda de comida pasó y apenas la tocó. Sus guardias, que aguardan pacientes tras su espalda, de vez en cuando la miraban preocupados porque su comportamiento no es común.
Mi tío no se encuentra aquí, el mayordomo está ocupado, muy probablemente en la cocina, y no hay nadie más en este lugar a excepción mía que pueda alentarla pues mi padre nunca lo hará ni lo haría.
—Dabria —me nombra mi padre.
—¿Sí?
Mi madre giró sutilmente su cabeza para lanzarnos una mirada a la par que doblábamos nuestras espaldas para hacer de nuestra conversación algo más íntimo.
—Quiero presentarte a alguien —me comenta sonriente, mis mejillas ardieron pues esa sonrisa hacía tiempo que no me la mostraba.
Asentí con la cabeza y continué ingiriendo el platillo que tenía al frente.
Terminó la ronda fuerte y a punto de que entrara la siguiente ola de olores y colores mi padre anunció su pequeña ausencia.
—Por favor, disfruten nuestra siguiente especialidad, y discúlpenme, voy a retirarme unos momentos para regresar con ustedes a la mayor brevedad —habla el monarca sin temor al rechazo a la vez que un sirviente retira su silla para que él pueda levantarse.
Puso su mano en mi hombro y esperé unos segundos antes de levantarme para seguirlo, atravesó casi toda la mesa para llegar hasta ella, la tomó por los hombros para apretarla un poco y susurrarle algo al oído. En un movimiento vi como intentó levantarse sola, pero como esa no es su tarea esperó a que un sirviente abriera su silla.
Al mismo tiempo abrieron la mía y la suya, decaída caminó hacia donde sea que se dirigiera mi padre, recuperando su postura por cada paso que daba. La miré atenta y me encaminé, persiguiendo su sombra para no perderme entre los tantos invitados de mi padre.
Fuera del comedor, personas deambulaban admirando las ideas y creaciones por parte de artistas contratados por mi padre. No los veía por ninguna parte, le eché un vistazo a todo el lugar y nunca se me ocurrió ver mi espalda.
El carraspeo por parte de Mavra capturó mi atención, estaban subiendo las escaleras, las mismas por las que alguna vez ella caminó herida. Rápidamente los seguí, la capa dorada de mi padre se escurrió entre los escalones rojizos de madera y se esfumó de mi vista al llegar a la cima. La cola azulada de Mavra se ondeaba por cada paso que daba, el viento la mecía en el aire como si no pesara nada pero sus encajes dorados no me permitían pensar eso. Desapareció pronto, al igual que mi padre, me apuré pero el peso del vestido y el estorbo que hacía me impedía ir más rápido.
Algo me asustó, tal vez el hecho de perderlos o de que simplemente su figura se disipara ante mi vista.
Llegué al balcón y mi padre se encontraba viendo a sus invitados, desde la cima, recargado en el barandal sin prisa alguna. Mavra aguarda a su espalda firme, como si esperara una orden del mismo monarca. Se ve que tiene disciplina y técnica.
—Hija, quiero que conozcas a uno de los primeros bisnietos de Leopoldo I de Habsburgo —me señala mi padre—. Vino a nuestro reino en señal de paz y de una alianza firme, se quedará con nosotros un tiempo y espero que puedas recibirlo de la mejor manera —me dice—. Hijo mío, esta es la princesa de Vreoneina, la única legítima al trono de la nación —le comenta a Mavra.
—Es todo un placer, su alteza, será un honor poder compartir tiempo a su lado —me saluda acercándose lentamente con un paso seguro, tomó mi mano de una manera tan suave que ni el cielo mismo podría sentirse así, y con sus finos labios besó el dorso a la par de doblar su espalda en señal de lealtad y sumisión ante un poder.
—El placer es mío, noble, por favor, eres bienvenido a este reino —le respondo regalándole una pequeña sonrisa.
Asintió a mis palabras y se alejó de nuevo, retirando su calor lejos de mí.
—Dabria, si gustas mostrarle nuestras paredes más valiosas pues no me gustaría que se perdiera o que desconociera el lugar que va a ser su estancia —me manda.
—Claro que sí, padre, es todo un gusto. —Y lo despedí con una reverencia junto a Mavra, lo miramos bajar las escaleras atentas pues no queríamos hacer un movimiento en falso.
En el momento en que se puso a hablar con unos invitados que permanecían en el salón principal tomé la mano de Mavra y la traje junto a mí entre los inmensos pasillos del castillo.
—Me gusta el azul que traes puesto, te queda muy bien —espeto mientras caminamos a paso rápido a donde sea que me llevaran mis pies.
—Gracias... —La escucho susurrar—. Usted se ve hermosa también, como siempre, princesa.
Giré mis ojos por el alago, intentando que mis mejillas no se calentaran y se pintaran de un tono notorio.
Llegamos hasta una de las capillas de papá y miré al hombre que colgaba de una pared sin saber qué más hacer, se encontraba crucificado de las manos y pies, su cabeza ensangrentada caía sutilmente por el cansancio. Por suerte estaba hecho de madera y telas costosas, se supone que tengo que creer en él y cuando más necesite a alguien requerir a este hombre, pero yo no veo qué puede hacer un ser quien fue torturado por la propia raza que quería salvar.
—¿Estás bien? —le pregunto al ver que está perdida, mirando a la nada.
No me contestaba, no sé si no me escuchó o si simplemente no pregunté en voz alta, abrí la boca para preguntarle otra vez por si las dudas pero ella intervino.
—¿Debería? —me replica.
—¿Qué tienes?
Otra vez ese silencio, la tomé del brazo y la senté en la última hilera de bancas, al frente del señor Jesús. Aún seguía sin decir nada, parecía ausente, nadando entre sus pensamientos tan pesados.
—Desde este punto... Ya nada va a ser igual, estoy pegada a este lugar... como él —comienza para alzar la vista y mirar a un hombre que se sacrificó por la vida en este mundo—. Ya no tengo ningún camino para dar vuelta atrás, me ataron por todas partes y me van a arrastrar, aunque no quiera, por un camino lleno de irregularidades que algún día voy a enfrentar. Pero ni todo ese dolor se va a comparar por lo que siento por mi familia, yo sé muy bien que nunca los voy a volver a ver —concluye, cerrando los ojos profundamente, dejando correr gotas cristalinas por su rostro.
No podía dejar de mirarla, es tan bella y dolorosa de ver que se crea un ciclo placentero de no querer pero aun así seguir viéndola.
—No puedo comprender tu dolor —espeto para agachar mi mirada y ver mis manos rechonchas—. No puedo porque mis padres siempre están ausentes a pesar de estar ahí, conmigo, por una parte sé que están ocupados pero por otra son hirientes. A mi padre lo atormenta esa supuesta enfermedad que tengo y mi madre es buena, solo que a veces tiene tanto peso que cargar que solo una vez tuvo que decirme a la cara que se arrepiente de haberme tenido para que yo pudiera comprender su esfuerzo. Con una mirada lo entiendo todo y sin tener que formular una orden con palabras yo ya estoy haciendo caso...
Encontré su rostro observándome atentamente, aún con pequeños ríos hechos de lágrimas sobre su rostro, y en sus ojos oscuros encontré una comprensión abrazadora.
—Eso yo lo puedo comprender y usted no debería de estar pasando por este tipo de cosas. Todo va a mejorar, princesa, si ellos no piensan estar ahí para usted yo lo voy a hacer. Tengo que hacerlo, porque es como si estuviera cuidando de mi familia.
Lo decía de una forma tan cálida y reconfortante, pero su rostro no quería aceptarlo. Limpié con la parte exterior de mi dedo una lágrima que quería salir de sus ojos tan perfectos, recorrí su hombro con el roce de mi mano y la descansé bajo su brazo para aferrarme a él.
—¿Podremos completar esa ausencia con nuestra presencia tan pequeña? —le inquiero pensativa.
—Si es usted y yo de quienes hablamos claro que vamos a poder, princesa, en mi vida he visto a una niña tan aventurada y extrema como usted. —Ríe despacio, deshaciéndose de las lágrimas poco a poco.
Miramos al señor crucificado, fácilmente mide más de seis metros, tallado detalladamente para ser lo más real posible, moldeando sus curvas tan débiles y delgadas para que tu mente cree especulaciones rápidas.
—¿Crees que nos llevemos bien?... tú y yo.
—Tenemos que —me responde sin vacilar.
Apreté su brazo, regalándole mi calor como si quisiera fundirme con ella.
Una gota sobre mi cabeza me hizo reaccionar, mi cuerpo tembló ante el contacto y me separé de ella para verla llorando de nuevo. Tomé su rostro entre mis dos manos, girando mi cuerpo hacia ella a pesar de que las bancas de madera fueran incómodas y no al tacto, para limpiar su dolor tan amargo.
—¿Usted cree que un cariño tan profundo pueda desaparecer? —me pregunta tartamudeando.
—No lo sé... Mavra. —Remarqué su nombre temblorosa, no sabía qué hacer para que no doliera más.
—Mi hermano... Mis padres, los amo tanto que saber que ya no van a estar ahí para mí me lastima. Ni usted ni yo deberíamos de estar en esta posición, yo nunca debí de hacer nada y los reyes tuvieron que darle a usted todo ese amor que nadie nunca le va a brindar —declara de forma entrecortada por las lágrimas.
«Nadie nunca me va a dar el amor que mis padres me van a dar», esas son sus palabras y tiene toda la razón.
Solté su rostro y yo me puse a pensar ahora, me senté correctamente y miré el suelo sumida en mis pensamientos.
«¿Cómo es ese cariño tan profundo del que habla?, ¿cómo se sentirá?, ¿seré yo digna de tenerlo o tan siquiera algún día lo tendré?», pensé.
—Yo la ayudaré, si yo no puedo tener a mi familia a mi lado yo la ayudaré a tener la suya cuidándola entre sus brazos —espeta, poniéndome una mano sobre mi hombro.
—¿En serio? —La miro con lágrimas al borde de mis ojos, ella es la primera y apuesto a que la única que me ayudaría con algo así de grande.
—Sí, su alteza, yo estoy aquí para defenderla, protegerla, cuidarla y alentarla, también para ayudarla... hasta donde la vida me lo permita.
—¿Tú quieres hacerlo? —le inquiero al ver sus lágrimas correr de nuevo por su rostro bronceado, su cabello oscuro reposaba a los costados de su cabeza y brillaba como plata bien tallada.
—Sí, lo voy a hacer —me responde determinada, alzando la vista para que nuestros ojos chocaran.
Las dos lloramos a la par, nos abrazamos para transmitirnos ese calor que nos hacía falta, uno que otras personas estaban destinadas a darnos pero que ninguna lo haría.
—Estoy tan feliz de haberte encontrado —espeto llorando en su hombro.
Apretó más su agarre sobre mí como si fuera una respuesta y continuamos hablando de nuestras vidas separadas.
***
—¿Usted cree en el destino? —me pregunta después de terminar una larga charla.
Repasaba con mis dedos el bordado dorado de su traje azul, el mismo azul de mi vestido verdoso, recorrí todo su antebrazo hasta deslizar la punta de mis dedos bajo su manga, deseando sentir el calor de su piel, pero me detuvo por la muñeca y la miré a los ojos.
Esperando mi respuesta reposamos sobre la banca cara a cara, ya no le prestábamos atención a la obra de arte que mandó a hacer mi padre, pero miré de nuevo su vestimenta pues es lo primero que captura mi vista en esta posición. Acomodé mi cabeza de una forma más cómoda sobre mi brazo, el que descansa sobre el respaldo de la banca, y regresé mi vista a ella.
—No lo sé, hay tantas cosas entre unas simples letras... Existe infinidad de información entre oraciones estructuradas que ya no sé en qué creer. No es que no me guste creer en nada, solo que es mucho para decidir —respondo su pregunta más relajada.
—No necesita creer fielmente, puede que solo le guste la idea y le guste pensar que es así. Como a mí me llama la atención la mitología griega, saber que hay muchas deidades gobernantes o personificaciones de cualquier cosa que vea es interesante. Me gustaría explorar más culturas, como la egipcia o tal vez la china; hay tantas que no es necesario creer en una de ellas... si te gusta la idea puedes moldearla a tu manera —agrega cálidamente.
Pensé unos segundos y otra vez tenía razón.
—Entonces eres bienvenida a la biblioteca cuando quieras, ahí hay muchos libros interesantes y que muy probablemente he releído —le comento entre risillas.
—No lo dudo, ¿cuánto tiempo ha estado aquí?
—Desde que tengo memoria, recuerdo alguna que otra cosa pero era una bebé, esos recuerdos no son fuertes ni perduran —le respondo.
—Entiendo.
Apretó sus labios y rápidamente deshizo esa acción, respiró hondo y exhaló todo lo que carga su pecho. Mirar desde aquí todo lo que hace es interesante porque es un punto de vista diferente.
—¿Aún conservas mis flores?
—Sí, su alteza, intento mantenerlas vivas tanto como pueda.
Sonreí por su comentario y tomé su mano de nuevo, la levanté para dejarla descansar sobre mi cabeza. Su peso sobre mí es reconfortante. Cerré los ojos unos minutos y ella no hizo nada más.
—Tú también eres hermosa —espeto.
Sentí una vacilación sobre mi cabeza, pero volvió a dejar su mano al ver que no me inmuté.
—Aprecio mucho sus palabras, princesa.
Permanecimos un tiempo así, disfrutando el calor que emanan nuestros cuerpos. Siento que es un momento más íntimo que cuando lloramos juntas, no digo que lo otro no tenga un valor pero este mismo tiene algo más especial.
Nuestra respiración se unió en un solo ritmo y el silencio jugó a nuestro favor, el sol se estaba ocultando y una luz tenue quedaba en el salón como sobra de sus rayos de luz. A lo lejos un sonido melódico deslumbró su presencia, sentí como ella giró su cuerpo hacia la entrada para intentar decidirse de qué se trataba.
—Princesa, ¿deberíamos de ir a ver qué es? —me inquiere, en su voz puedo notar un poco de alegría.
Abrí los ojos y me encontré con una noche estrellada en su mirada, remarcando un vacío lleno de algo que aún no logro saber.
—Sí, no es común escuchar ese tipo de sonido por aquí —le digo reincorporándome.
Caminamos fuera de la capilla, donde acabábamos de dejar una huella única e inolvidable. Lo recordaremos como el lugar donde compartimos algo íntimo e intercambiamos lágrimas que nos lastimaron, un lugar que cobrará significado poco a poco.
Mientras nos acercábamos al salón principal tomé su brazo y lo acomodé para poder entrelazar el mío por su codo y así aferrarme a ella.
—Es una posición para acompañantes —le digo antes de que pregunte de qué se trataba.
Llegamos hasta el balcón para ver a todos los invitados, hasta a monarcas, bailando avivados al ritmo de violines, timbales, violas, laudes y hasta un clavecín. De un lado a otro meneaban sus faltas y las colas de sus trajes intentaban alcanzar los movimientos energéticos en vano.
Nuestros ojos se encantaron al ver los movimientos y la euforia compartida por todos los invitados, a la par nos miramos a los ojos y en seguida bajamos. Ella se fue por el lado derecho y yo por el izquierdo, rompiendo el lazo de nuestros brazos, pero giramos al mismo tiempo para ver a la otra extrañada, unos segundos después nos echamos a reír, en seguida Mavra vino hasta a mí entre risas para volver a unir nuestros brazos y bajar las escaleras de mi lado.
A lo lejos visualicé al mayordomo, Mavra ya le estaba regalando una inmensa sonrisa que él correspondía. También miré a mi tío, quien se acercaba rápidamente hasta la falda de las escaleras donde nos encontrábamos.
—¿Cómo les está yendo? —nos pregunta casi gritando por todo el ruido que había.
—Excelente —le respondo, sin dudar, en el mismo tono.
—Me alegra saberlo, ¿quieren venir a bailar? —nos propone sonriente, estirando sus dos manos hacia nosotras.
Miramos sus palmas y después nos miramos entre nosotras, pero antes de que pudiéramos aceptar una mujer se acercó a nosotros y nos pidió cordialmente si se podía robar a mi tío a lo que accedimos entre risas.
Nos miró como si lo hubiéramos traicionado y lloró bromeando, apreté el brazo de Mavra y regresó su vista a mí para alejar sus ojos del público que gozaba de la fiesta. Jalé sutilmente su cuerpo hacia abajo para que quedara más cerca de mi boca, le susurré al oído: «¿Lo intentamos?» y ella negó con la cabeza.
—No sé bailar, princesa, pero me satisface ver a las personas hacerlo —me contesta ahora ella susurrando a mi oído, regresando su vista al frente, permitiéndome descontrolar ese calor en mi oreja que recorre su temperatura hasta mis mejillas.
—¡Vamos, hay que intentarlo! —le propongo, riendo nerviosa.
Volvió a mirarme pero esta vez era diferente, sus ojos cristalinos querían romperse en mil pedazos.
—Si le soy sincera... —me dice en un susurro lejano, obligándome a leer sus labios—. Le tengo miedo al cambio... a que sea malo.
La miré preocupada, pues la habían encadenado completamente a mi alma, a pesar de ser las dos aún niñas ingenuas que no saben nada del mundo exterior y que le temen a lo peor.
La abracé y ella escondió su rostro entre mi hombro y cuello. No puedo comprender totalmente su dolor pero puedo verlo y eso es suficiente para darme una razón, la única que necesito, para intentar construir de nuevo nuestros corazones frágiles.
Al final aceptó mi invitación para bailar. Gozamos de la noche joven, danzamos e intercambiamos palabras tan simples pero significativas.
En verdad ella iba a estar siempre a mi lado, no lo quiero ni puedo creer.
Energéticas terminamos aquella pieza atareadas, risueñas y satisfechas.
—Princesa, concédame la siguiente ronda —me pidió gentil y jadeante.
La noche finalizó y esa fue la última vez que la vi.
Me regaló una última sonrisa sin saber a donde mi padre tenía planeado llevársela, y desde aquella noche tan mágica yo sigo sin enterarme de absolutamente nada.
¿A dónde te fuiste, Mavra?
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Pintura: Junge Frau in historischem Kostüm, "Una mujer joven en un traje histórico" por
Ignace Spiridon (Italiano, 1848–1930)
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