Capítulo. XXX
Siglo XVII, 1697, 30 de junio
7:32 A.M.
El sastre terminó de acomodar mi camiseta, miré mi pecho plano y mis costillas marcadas un tanto asustada, y me puso encima algo que llama «jubón», no tiene mangas y está entallado a mi figura delgada.
—Me gusta, me gusta como estamos avanzando.
—Se ve bien —le comento en voz alta.
—Claro que se va a ver bien, no por nada lo hicieron mis manos —me responde satisfecho y orgulloso.
Me reí por lo bajo y dejé que trabajara, la casaca azul que voy a usar es irreal. El tono no es oscuro pero no es claro, es la balanza perfecta entre la luz y la oscuridad sobre ese color tan maravilloso. Encajes de oro y plata, botones con patrones impresionantes y dentro de la misma tela azulada he de recalcar que también se esconde un patrón tan divino que con solo el contraste de una luz tercera podrías verlo.
Me dio una silla para sentarme y me entregó unas medias ralladas; son negras como mi pantalón pero unas rayas finas y más claras las atraviesan verticalmente, rompiendo aquel encanto oscuro y opaco. Me entregaron el par de zapatos oscuros que me mandó a hacer el rey y acomodaron todo lo que hacia falta.
Tiempo después llegó el barbero apresurado y jadeante pues tuvo que atender primero a otras personas de la realeza, a su lado varios hombres prepararon todo lo que traían en sus maletas para alistarme. Peinaron mi corto cabello y le dieron estilo, extrañamente también lo hicieron con mis cejas, y para el final me pusieron en toda la piel expuesta un líquido muy oloroso.
—Sin duda alguna puedo decir que eres un gran joven, seas o no, a simple vista se ve que tienes poder —espeta en voz alta el sastre cuando el barbero y sus ayudantes recogían sus cosas.
Estaba acomodando mis mangas cuando lo dijo, lo miré atenta y le regalé una sonrisa.
—Y eso es todo lo que busco —asevero sonriente.
El mayordomo vino por mí justo cuando terminamos, me explicó el plan de llegada y me entregó a dos caballeros quienes me iban a custodiar todo el día, no sin antes advertirme que hoy Mavra no podía existir, es Ansel quien va a mandar el día de hoy. Acoté todo lo que me dijo y me presenté frente a los soldados, son vreoneanos que no están al tanto de este engaño.
—Mi señor, es todo un placer poder servirle el día de hoy —me responde uno después de presentarme.
—El placer es mío, no supuse que tuviese que traer tanta seguridad a este palacio, pero igual les agradezco su tiempo —le miento cambiando el tono de mi voz.
Tenía que aparentar ser un varón aunque no tengo que poner mucho esfuerzo en ello, pues yo siendo «hombre» estoy en crecimiento y una voz varonil a esta edad no es muy posible.
—No nos agradezca, es todo un honor para nosotros —comenta el otro, acercándose a nosotros con su uniforme vreoneano.
Fuimos a caminar al jardín del castillo, no al de la princesa tristemente, miramos las fuentes y nos encontramos una que otra ave en el camino; nunca se despegaron de mi lado.
—El sol hoy está tan fuerte, como si quisiera alejar a todas esas nubes llenas de lluvia —pienso en voz alta.
—Sí, el verano está llegando —habla uno de los soldados.
Giré sobre mis talones para mirarlo, los dos tienen una espada colgada del lado derecho y una daga del lado izquierdo, no portan ninguna armadura pero su uniforme reluciente parece una.
—Entiendo, el calor ya nos está amenazando.
Le di una vuelta a la fuente caminando de espaldas para mirar cómo se mueven, estrictamente daban pasos tan pulcros como si marcharan pero sin hacerlo. Tanto tiempo disciplinados que ya lo tenían corriendo por sus venas, ¿yo terminaré así?
Los carruajes y caballos a lo lejos nos señalaban que aún todos los invitados no llegaban.
—¿Tienen la hora? —les pregunto viendo cómo llegan y salen del territorio real carruajes egocéntricos.
—No, mi señor, una disculpa —me responde uno.
Miré el cielo y los árboles se movían al son del viento, haciendo bailar sus hojas verdes y amarillas.
—¿Y un aproximado?, ¿las nueve? —pregunto en voz alta.
Uno de ellos miró arriba, entornando los ojos por el destello del sol.
—Muy probablemente, no calculo más de las diez —me responde.
Esperamos un rato más y cuando ya nadie atravesó esa entrada llena de herrería oscura decorada a más no poder les mandé que me siguieran. Es mi hora de llegada.
Caminé por la sombra que me brindaban algunas partes del castillo pues la luz del sol ya me estaba cansando. Unos sirvientes me abrieron las puertas principales inmensas para dejar el salón a mi vista, nunca me voy a cansar de admirarlo.
Escuché sonidos de asombro a mis espaldas, giré a los costados para darles un vistazo a los pasillos que te llevan a lo profundo del castillo y aproveché para ver de reojo a los caballeros con la boca abierta por el tan divino espectáculo que brinda este salón. Me reí por lo bajo y caminé firmemente hacia el salón del trono, frente a sus puertas me detuve, en lo que los sirvientes las abrían, y respiré hondo para exhalar todos mis miedos y escalofríos fuera.
—Cuarto bisnieto de Leopoldo I de Habsburgo —alza la voz el presentador cuando abren completamente las puertas.
Varias personas que se encontraban sentadas en las últimas filas se levantaron cuando fue nombrada esa persona, no dudo que no exista pero también no puedo comentar mucho al respecto. Los reyes que se encontraban en primeras filas se quedaron quietos, uno que otro giró su cabeza para mirarme pero hice caso omiso.
Analicé cómo estaba conformado el lugar, la jerarquía de los asientos va en aumento de poder así que mi lugar puede que esté un poco más atrás de la mitad. Caminé firme y segura hacia mi rey, sus ojos me recibieron amenazantes pero me sentí segura al sentir el calor de los caballeros que me acompañaban.
No me apresuré en llegar hasta él, la reina y la princesa, porque me tomé el tiempo necesario para esparcir por todas partes mi seguridad. Me detuve cuando fue necesario e hice mi reverencia, aquella que se acaba de hacer famosa y que su autor está muy orgulloso.
—Su majestad perfecta —los saludo reincorporándome.
El rey no se inmutó ante mi saludo, levantó los dos dedos de su mano derecha, que aún descansaba sobre su soporta brazos, y me respondió. Por otra parte, la reina y la princesa asintieron como aprobación.
—Eres bienvenido, hijo mío.
Asentí profundamente y caminé a un costado en busca de mi lugar, vi al mayordomo no muy lejos y me encaminé a él. Señaló con su mano mi asiento, que está justo en medio del orden jerárquico, y me senté.
—He aquí a todos mis más grandes compañeros, aliados, amigos y aquellas personas que mi Vreoneina daría su vida por —comienza a hablar el rey—. Hoy, 30 de junio, se realizará más tarde de nuevo la promesa que todos mantenemos en pie desde hace años. Aquella que hace nuestros reinos uno solo, la que une nuestras tierras como hermanas y la que Dios protege bajo su manto. —Examinó a todos los invitados con esa mirada dorada y miré de reojo a uno que otro temblar—. Por favor, sean bienvenidos todos los reyes y reinas al cuarto de juego y llevemos a cabo nuestra tradición tan esplendorosa. A todos mis demás invitados, sean bienvenidos a disfrutar la naturaleza de mi castillo y a admirar cada uno de sus detalles pues son únicos en especie. Pronto nos reuniremos de nuevo y celebraremos juntos nuestra unión inmortal. —Termina para levantar la mano como si fuera un saludo.
Una ovación se desató por completo, los reyes hacían movimientos gráciles pero los nobles detrás de mí aplaudían con tanta fuerza que resonaba ese sonido por todo el salón. Me limité a aplaudir también, y busqué a la princesa con la mirada, para mi sorpresa ella también me buscó. Nuestros ojos se conectaron y una media sonrisa se escapó de mis labios, por un segundo dejó de aplaudir, dejando sus manos separadas en el aire, pero cuando reaccionó sacudió su cabeza levemente y acompañó a los demás.
Los monarcas se marcharon junto a reyes y reinas, muchos salieron al salón principal y otros de quedaron platicando en grupos aquí. Yo permanecí sentada, recargué mi espalda en la silla y reposé mi brazo en el respaldo de la siguiente, alcé mi pierna para descansar mi tobillo en la rodilla contraria y tomé una postura cómoda. Miré a la princesa, quien aún permanecía en su trono, y uno que otro sirviente se le acercaba para hablar pero aun así mantenían su distancia.
Me miró con unos ojos llenos de palabras, me decía: «ven conmigo» por su mirada. Gesticulé con los labios un: «aún no» en respuesta y mantuvo su vista, un tanto decaída, sobre mí.
El sonido de un hombre refiriéndose a mí me sacó de mi hipnosis a la fuerza.
—Jovencito, ¿es usted ciertamente bisnieto de Leopoldo I? —me cuestiona un hombre mayor, acompañado de un grupo de personas de la tercera edad.
—Sí, señor —le respondo sin vacilar para levantarme y hacer una corta reverencia con el torso—, soy Benedict Saviñon y he venido aquí en nombre de mis padres como sello de alianza y paz entre nuestros reinos.
—Oh, Dios mío, qué buenos modales —expresa satisfecho, dándole palmadas a mi hombro con su mano—. ¿Cuántos años tienes pequeño?
—Tengo diez, señor.
Miró sorprendido a los demás señores y rieron embelesados por mis respuestas.
—Es increíble, eres un gran hombre, hijo, apuesto a que algún día serás rey y no necesariamente dentro de tu linaje —declara seguro como si pudiera darle un vistazo al futuro.
Más hombres se acercaron y compartimos palabras, muchas acerca de qué tan joven era y de mi supuesto poderoso linaje.
—¿Quiénes son tus progenitores?, eres divinamente hermoso. Apuesto a que los conozco, pues yo pasé mucho tiempo por aquellos reinos —me pregunta un señor, atento a mi respuesta.
Apreté el amuleto de mi profesor aferrado a mi muñeca, abrí la boca para responderle pero justo cuando iba a articular una palabra el mayordomo llegó hasta a mí.
—Mi señor —me habla para hacerme una reverencia—, es requerido junto a los príncipes pues ya no desean su ausencia.
Me giré hacia él y le agradecí, para responder a su reverencia.
—Mis más sinceras disculpas, caballeros, mis respuestas tendrán que esperar para después —me despedí para regalarles otra reverencia y así marcharme.
A mis espaldas me escoltaron los caballeros y el mayordomo se pegó a mi lado mientras salíamos del salón de los tronos.
—Sabía que iba a llegar una pregunta más profunda que tus conocimientos no iban a poder responder, pero no sé si logré salvarte ¿llegué a tiempo? —me pregunta susurrando.
—Justo en el momento perfecto, mayordomo —le respondo entre risitas y en voz baja.
Me llevó a una de las escaleras que se mantienen firmes e imponentes de belleza en las esquinas del salón, me dijo que aguardara porque el rey aún seguía atendiendo a los otros reyes. Se fue pronto y yo solo me pude pasear por ahí, admirando detalladamente la pintura en el techo y también el suelo hecho de geodas.
Me acerqué a un ventanal inmenso y busqué entre los pliegues de su cortina al escarabajo del rey, lo encontré al azulado, rocé con la punta de mis dedos el insecto que nunca tuvo vida y un destello del sol lo iluminó. Miré el cielo y el sol marchaba para encaminarse a dormir, y así dejar a la luna reinar los cielos.
—Disculpe —me habla una dama a mis espaldas, giré para verla y lo tiene todo para ser una reina de algún lugar—. Te he estado observando, pequeño, y tengo que admitir que eres una obra de arte tan encantadora. Tu cabello y ojos son tan únicos, tan magistrales diría yo. —Hizo una pausa en busca de mi aprobación mas yo no dije nada—. Escuché que eres un bisnieto de Leopoldo I de Habsburgo, y sin duda alguna puedo decir que vienes de esa familia tan poderosa.
Hice una profunda reverencia pues me estaba ahogando en cumplidos sinceros.
—Infinitas gracias, su gran alteza. Escuchar cumplidos de mi apariencia es muy escaso pues como sabrá la belleza de mi bisabuelo se fue perdiendo con el paso de los años —le respondo sin tener ni la menor idea de qué estoy hablando.
—Tus modales son los grandes, hijo mío —me comenta para asentir pausadamente, así la tiara en su cabeza no caería—. ¿De dónde viene esa reverencia o qué significa? —me inquiere curiosa.
—Venit ex corde et anima —le respondo para dejarla perpleja unos segundos—. Es un acto lleno de respeto, hacia alguien, que viene desde el corazón y el alma —le explico exagerando absolutamente todo.
—Por todos los santos, eres único hijo, ¿cuál es tu nombre? —me pregunta impresionada.
—Benedict, su alteza, Benedict Saviñon —le digo sincera, como me rompe el corazón hacer esto y no porque esté mal sino porque revivo mil recuerdos al decir su nombre perfecto.
—Tienes un nombre muy hermoso, pero siento que Benedict no es el correcto porque es muy ligero y amigable. Me gustaría invitarte a ti y a tus padres como personas de honor a una de mis maravillosas fiestas, me encantaría poder celebrar por ti. Aunque tú, con solo un vistazo, tienes un futuro tan amplio y lleno de poder que es...
Infinitas gracias al mayordomo que me salvó de una conversación a la que le perdí el hilo.
—A toda la sangre dorada y divina en este salón —habla en voz alta el mayordomo—, les pido de la manera más atenta y respetuosa su atención. El rey Athan está de regreso, si me permiten guiarlos de nuevo a sus lugares en el salón del trono sería todo un honor para mí, su siervo —anunció para terminar con una reverencia.
Le hice una señal a la dama con el brazo para caminar hacia el otro salón y ella asintió detalladamente. La acompañé y los dos caballeros que me escoltan hicieron de su presencia notoria de nuevo, nos acomodamos en nuestros lugares y miré como la dama de hace unos momentos tomaba lugar en las primeras filas.
—Que miedo —musité pensando en voz alta.
—Mi señor —me llama el mayordomo al final de la hilera de asientos, me levanté y caminé hasta él—. El rey quiere que te sientes en otro lugar, sígueme —me dice en voz baja.
Volteé a ver a los caballeros que me custodiaban y les hice una señal con la cabeza para que me siguieran. Nos sentamos más adelante y esperamos.
El presentador no tardó en hablar y todos nos levantamos, a excepción de varios monarcas, para recibir a nuestro rey. Su vestimenta es distinta, más egocéntrica y pude notar que de su cintura cuelga una gran espada.
Entraron por detrás otros reyes y reinas, tomaron sus lugares al igual que mi rey se sentó en su trono al lado de la reina y la princesa. Antes de que cerraran completamente las puertas logré escuchar llantos, regaños y gritos provenientes del salón principal. Todos giramos, pues no fui la única, y a lo lejos pude visualizar a no más de seis personas totalmente desatadas ante muchos sentimientos. Rabia, furia, tristeza, decepción y preocupación. Todo siendo demostrado por las lágrimas y las maldiciones.
—Me gustaría hacer un anuncio muy importante antes de retirarnos al gran banquete. —Alza la mano el rey, para que todos prestaran atención y que cesaran los murmullos, y así seguir hablando—. Háganlo pasar —ordena y las puertas rojas se abrieron dejando entrar una armadura platinada oscura y dentro de ella un gigante manifestó su presencia.
Sin ningún tipo de arma que pudiera dañar a alguien, con una armadura con detalles dorados y el escudo de Vreoneina en su espalda entró aquel hombre de unos aires asesinos.
—Explorando tierras lejanas hoy mismo regresa a casa uno de los guerreros más importantes de Vreoneina —lo presenta el rey de forma apasionada y llena de orgullo—. Hijo legítimo del caballero rojo, aquel hombre que fue mi mano derecha en guerra y que me protegió hasta el final de sus tiempos...
Un pitido en mis oídos me impedía seguirlo escuchando, su discurso me estaba mareando y en mi cabeza sentía una presión fuerte muy rara. Me sentía débil, mi cuerpo se iba de lado pero lograba enderezarme en el último segundo. Todo se estaba hundiendo y mi barco se estaba ahogando.
»El único heredero de su gran destreza y poder. —Se levantó de su trono y desenfundó su espada, todos jadearon al saber lo que iba a pasar.
Yo ya estaba casi por los suelos, uno de los caballeros que me acompañan puso su mano en mi hombro para sostenerme y la princesa intentaba difícilmente quitarme sus ojos de encima.
—Hoy tengo el poder de presentarles a un gran soldado, descendiente del mejor de los guerreros vreoneanos —expresa con orgullo al hablar de mi padre—. Hoy, hijo mío, yo te proclamo: Sir —descansó el filo de la espada en su hombro derecho— Ansel Domènech Fallon. —Alzó su espada por su cabeza y la descansó en su hombro izquierdo—. Bienvenido a mi gran ejército soldado, hoy tu eres bautizado como un fiel caballero vreoneano.
—Sí, mi rey —responde aquel hombre que plagia mi identidad.
Miré atenta todo lo que estaba pasando, mi cabeza daba vueltas y vueltas.
—Esa espada, yo ya la he visto antes —le susurro al viento, recordando mi sueño.
—¿Qué dijo, mi señor? —Acerca su oído a mi boca el soldado que tiene su mano en mi hombro.
—¿Juras lealtad al trono de Vreoneina? —le pregunta el rey en voz alta, opacando todo movimiento creado en la sala.
—Sí, mi rey —le responde firme esa voz tosca y ronca.
«No», pienso con la mente en blanco.
—¿Juras dar la vida por tu gente?
—Sí, mi rey.
—No —musité.
—¿Juras ser mejor que aquel caballero que llevaba tu sangre?
—Sí... mi rey.
Yo escuché esa vacilación, miré atenta al caballero y el rey retiró su espada. Con un patrón incrustado a la mitad, sin tocar el filo perfecto, guardó la espada en su funda de nuevo.
Ya no quedaba rastro de mi barco, ya no había ninguna salida a la vista, ya no había ninguna forma en la que pudiera escapar. Desapareció aquella esperanza de poder desaparecer de este lugar maldito, mi última oportunidad.
Perdí mi vista en el suelo, me deshice en la silla y mi respiración se volvió lenta. Mi corazón duele, ahora estoy atada, encadenada, sin duda alguna a este lugar.
Alcé la vista para mirar a la princesa y las dos sabíamos qué iba a ocurrir después de esto, ella lo sabe mejor que yo y por medio de sus pupilas dilatadas todo me lo susurró.
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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing
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