Capítulo. XXVII
Bajó su vista pensativa, el viento columpió su cabello dorado y el sol se estaba ocultando. Solo pude admirarla; es la persona más bonita que he visto en toda mi vida, fácilmente podría ser una Diosa o una semidiosa.
—Princesa.
—¿Sí? —Alza la vista en busca de mis ojos.
—Usted es hermosa —espeto sin pensar claramente en mis palabras.
Alzó sus cejas y abrió sus ojos como si fueran dos vrencos plateados, antiguos y con plantitas incrustadas en su imagen. Giró sobre sus talones de nuevo para ocultar su rostro, yo reí por lo bajo a sabiendas de cómo se iba a tornar rojizo. Me acerqué cuidadosamente para no molestarla, me paré a su lado y admiré el campo que plantó con sus propias manos.
—También esto es hermoso, un trabajo que demuestra su esfuerzo con todos los colores que hay aquí.
—Pronto varias se van a secar, otras se van a cerrar para descansar y una que otra se abrirá para el verano —me señala, tocando una pequeña flor a su alcance.
—Entiendo, por favor algún día enséñeme todo lo relacionado con esta práctica tan preciosa —le pido admirando su belleza, levantó la cabeza para mirarme y yo regresé mi vista a la paleta de colores.
De reojo logré verla sonreír de oreja a oreja, accedió a enseñarme y me platicó uno que otro dato acerca de las flores.
—¿Cuál es su florecita favorita? —le inquiero interesada.
Tomó mi mano y me guio entre las plantas, este lugar es muy grande y para que ella haya estudiado cada una me parece increíble.
—Se llaman orquídeas, siempre serán mis favoritas y ninguna la podrá remplazar —remarca segura.
Se detuvo y yo hice lo mismo en cuanto alcancé sus pasos, se agachó sobre sus pies para quedar al mismo nivel de esas flores y acarició tiernamente sus pétalos.
—Son estas, hay tantos colores que no los tengo todos aún.
La observé pensativa, la imagen de aquella florecita que tiene mi profesor como un recuerdo vino a mi mente.
—¿Existe el color azul en esa especie?
—¡Sí!, hay varios, uno es un azul muy suave y el otro es brillante —chilla emocionada—. ¿Por qué la pregunta?, que es muy correcta.
—Un recuerdo.
Siguió regalándoles su atención mientras yo admiraba todo lo que hizo y está haciendo, suavemente las acariciaba y les hablaba con amor. Ella no está enferma, solo está encerrada entre paredes tan frías y columnas tan estrictas que ser rebelde es su respuesta ante esa restricción. Regresa a un punto donde se encontraba porque eso es lo único que puede hacer, no conoce nada nuevo y no puede olvidarse de ello porque es en lo único que puede pensar libremente. El pasado.
—Su majestad, ¿vendría conmigo a dar un paseo fuera del castillo? —la cuestiono aun sabiendo la respuesta.
Giró su cabeza, casi rompiéndose el cuello, y me miró perpleja.
—¿Qué cosa? —me pregunta anonada.
—¿Saldría conmigo a explorar el reino que algún día le va a pertenecer? —le inquiero de nuevo tragándome las risas por su acción.
Se levantó estrepitosamente para abalanzarse sobre mí, esta vez no me caí pero si retrocedí unos pasos por el tambaleo. Me abrazó cálidamente y me suplicó que lo hiciera.
—Por favor, te lo pido, sácame de este lugar —me pide en una voz temblorosa.
—Así lo haré, su alteza —concluyo para descansar mis dos manos sobre su espalda superior en respuesta de su abrazo.
Se alejó lentamente y me miró con esos ojos cristalinos llenos de un color verdoso más vivo.
—¿Me lo prometes? —me cuestiona a punto de llorar.
—No llore por mí, su alteza, ya le dije que no soy digna de sus lágrimas —aclaro primero—. Y se lo juro por la sangre que derramé y voy a derramar por usted, la llevaré a explorar lugares lejanos.
—Tal vez no lo creas, pero presiento que sí serás digna de mis lágrimas —espeta con una sonrisa sincera.
Algo crujió bajo mi pie, levanté mi pierna y bajo mi talón yacían dos flores dobladas. Un jadeo salió de mi boca y miré a la princesa asustada.
—Discúlpeme, su majestad, no las vi en absoluto. ¿Cómo debo pagarle por destrozarlas? —le pregunto rápidamente y preocupada.
Dejó escapar una risilla, me apartó del lugar y recogió las flores con suavidad para no lastimarlas más.
—No te disculpes, no tienes que pagarme nada, de todas las flores que hay en este lugar ellas fueron las elegidas —me explica viéndolas—. ¿Cuál es tu nombre?
Vacilé en si decirle mi nombre real o presentarme directamente como su caballero, no quería evadir la verdad pero tampoco podía decirla.
—Preséntate —me ordena al ver mi titubeo.
—Mi nombre es Ansel Mavra Domènech Fallon, futura caballero de Vreoneina y su única guardia personal... por el momento.
—Mi nombre es Dabria Verena Vujicic Cabot, princesa legítima al trono de Vreoneina. Es un placer conocerte, ¿cómo te gustaría que me refiera a ti? —me inquiere.
—El rey me restringió estrictamente el uso de mi nombre Mavra o mi apellido Fallon, pero refiérase a mí como guste princesa.
—Te estoy preguntando a ti, a mí no me interesa mi padre o lo que hayas jurado frente a él. Tú dime cómo —me manda.
—Llámeme Mavra o como desee pero frente a su padre refiérase a mí como Ansel, pronto sabrá la razón, no se lo estoy imponiendo solo porque quiera —le aclaro—. Tengo que advertirle que después de este encuentro tenemos que ser desconocidas de nuevo hasta que su padre nos presente debidamente, él hará varios movimientos en unos días y pronto me verá.
—Está bien, Mavra, espero que no te olvides de mí para entonces —comenta entre risillas.
—Jamás podría.
Sus mejillas cobraron ese color vivo y me entregó las flores que pisé, su tonalidad anaranjada rojiza es muy llamativa.
—Son amapolas silvestres, me gustan mucho así que cuídalas, aunque estén en este estado.
—Así lo haré, princesa. —Tomé las flores y sentí el calor de su suave mano, miré sus pétalos y los patrones que tenía dentro de ella.
Levanté la mirada a la par de alzar la flor hasta mi nariz para olerla y los ojos de la princesa chocaron con los míos, sus mejillas ya habían alcanzado una tonalidad rosada muy notoria y mi movimiento avivó más el color. Apartó sus ojos y miró el horizonte, su piel suave se fundía con el oro del mismo sol.
—Helios parece ser muy buen amigo suyo —pienso en voz alta.
—¿Helios? —me pregunta sin mirarme.
—El dios griego del sol, su personificación.
—¿El gigante de la mitología griega? —me inquiere.
—Sí, ustedes dos se funden a la perfección.
Después de ese encuentro tan sereno regresamos a su torre. Subió las escaleras con cuidado y la duda de si mirar hacia arriba o hacia el otro lado me estaba matando. Tenía que cuidarla, pero sería inapropiado. Respiré hondo para exhalar profundamente y mirar hacia arriba sin prestar atención a lo que estaba debajo de su vestido. Enfoqué mis ojos en su cabello dorado, cada vez que se meneaba mis ojos bailaban con él, ya casi me ponía a contar cada hilo de oro que tiene la princesa pero de un segundo a otro desapareció de mi vista.
Subí las escaleras utilizando más mis brazos que mis piernas, no ponía nada de peso sobre mis pies con tal de no lastimarlos más. Dejé salir un suspiro cuando pude sentarme pesadamente en la moldura del ventanal, mis brazos estaban calientes y tensos. A la princesa no la vi por ninguna parte, saqué de un pequeño saco incrustado al pantalón corto las florecitas y las admiré aún desde la ventana.
—¿Tienes bolsillos? —me inquiere la princesa ofendida desde el otro lado de la habitación, o más bien salón.
—¿Qué es eso?
—¿No lo sabes?, es de donde sacaste las flores.
—Entiendo, sí, solo es uno —le respondo.
Se acercó a mí con pasos grandes y pesados, mirando fijamente mi pantalón.
—¿Por qué usas vestimentas de hombre?, los bolsillos solo los tienen sus prendas.
—Ese es otro punto por tocar el día que nos conozcamos —le digo preventiva—. Me haré pasar por un noble en un intento de que usted no se dé cuenta de que soy yo, aquella plebeya que la hizo enojar, con tal de que no me decapite la supuesta próxima vez.
Me miró seria, yo me comí mis labios para morderlos por adentro de mi boca y así hacer que no me dolieran las acuchilladas con la mirada que me daba.
—En otras palabras, me quieren ver la cara de idiota.
—¿Qué significa eso?
—Pregúntale a mi tío, ahora necesito espacio para pensar —dice en un tono molesto.
—Claro que sí, una disculpa por la molestia, tenga una linda noche su alteza —me despido.
Salí de su habitación apresurada para dejarla en paz, esa misma esencia de su padre me generó un buen escalofrío. Aprendí varias rutas de memoria para no perderme de nuevo, vagué un poco y para cuando pude ubicarme me dirigí a la enfermería. No tardé en llegar hasta la puerta azulada para tocarla con mis nudillos tres veces, alguien siseó con discreción desde adentro y cuando me abrieron la puerta un ojo verde se asomó.
—Por todas las reliquias de los mayas, Mavra —habla mi profesor en un suspiro de alivio para abrir la puerta de par en par.
—¿Qué pasa, profesor? —le inquiero mientras entro a la habitación.
—Te estábamos buscando por todas partes, pensábamos que te habías perdido o algo parecido —me explica.
—Sí me perdí, pero fue hace rato —señalo entre risillas, miré al mayordomo y a un hombre que estaba sentado en una silla esperando algo.
—Ansel, que bueno que llegas. ¿Recuerdas que te dije que íbamos a cambiar tu apariencia más tarde? —me pregunta el mayordomo
—Sí, señor.
—Este es el barbero encargado de mantener al servicio del castillo presentable, hoy vino a arreglar tu apariencia para la princesa —me explica.
—Entiendo, un placer conocerlo señor —lo saludo haciendo la reverencia que me enseñó el mayordomo.
—Siéntate, Mavra, van a cortar tu cabello primero —me dice mi profesor.
—Bien hecho, Ansel. —Me guiña un ojo carismático el mayordomo al ver mi reverencia mientras me voy a sentar frente al barbero.
Tomé asiento curiosa por los instrumentos que traía en un maletín de madera, de él sacó tijeras, navajas, cuchillos diferentes y frascos con líquidos transparentes.
—El corte es lo usual, ¿cierto? —pregunta el hombre en voz alta.
—Sí —le responde el mayordomo.
Mi profesor me miraba con una ligera esencia de tristeza en sus ojos, le regalé una sonrisa para animarlo y él levantó la comisura de su labio sin muchas ganas. Solo escuché las tijeradas detrás de mí y sentir mi cabeza perder peso, abrí los ojos como dos ruedas de un carruaje y parpadeé repetitivamente. El barbero caminó hacia su maletín y en su mano cargaba el listón amarrando lo que alguna vez fue mi cabello, dejé caer mi mandíbula y miré a mi profesor. Sus ojos tristes me golpearon el corazón, un suspiro silencioso salió de su nariz y yo solo pude bajar mi vista al suelo.
—Podemos hacer una peluca con su cabello, solo necesito su aprobación —me comenta el barbero.
—Claro —le respondo cabizbaja.
No era malo el cambio, menos que me cortaran el cabello, pero los sentimientos encontrados al ver al profesor así me hacen sentir mal. El barbero puso una tela blanca sobre mi pecho y espalda, la amarró en mi cuello, casi hasta mi mandíbula, y siguió cortando.
—¿Para qué es esto? —le inquiero moviendo la tela con mis manos por debajo.
—Para que pequeños cabellos no se adhieran a su piel o caigan en su ropa, solamente tengo que retirarla una vez que acabe y no va a quedar rastro alguno —me explica.
—Entiendo, gracias.
El barbero siguió haciendo su trabajo, el mayordomo nunca apartó la vista de mí, en cambio mi profesor ya estaba sumido en sus pensamientos. No tardó mucho en finalizar su trabajo, cuando me retiró la tela blanca y me dijo: «Listo», me quedé inmóvil. Me cortó las uñas con una navaja especial y quedaron como nuevas, también lo hizo con las de mis pies y con esas tuvo mucho cuidado. Regresó en busca de algo en su maletín y cuando lo encontró me lo dio, un espejo de plata. Ni siquiera me miré en él.
Me despedí de mi profesor regalándole un tierno abrazo y el mayordomo me acompañó al área de servicio donde duermo, ya se estaba haciendo tarde y dormir era algo primordial ahora porque mañana el rey tiene varias actividades para mí. Llegamos a la habitación y mi vestido para dormir estaba sobre mi cama, el mayordomo salió unos minutos y yo me quedé allí. Parada en la nada. Saqué de mi supuesto bolsillo las flores de la princesa, las miré atenta y una sonrisa sincera apareció en mi rostro.
—Tú no eres así —susurré pensando en voz alta.
Las dejé sobre mi cama y comencé a quitarme mi camisa, bajando una parte de ella cuidadosamente por mi hombro cuando el mayordomo entró a la habitación.
—¡Una disculpa!, te dejaré cambiarte —espeta cerrando la puerta apenado.
—Espere —le pido en voz alta—, ¿puede traerme dos vasos de agua? Por favor.
Abrió la puerta sutilmente de nuevo y aceptó mi pedido sin dudar. Seguí quitando mi camisa delicadamente para no lastimarme o dañarla, aunque ya casi no sentía nada, y me puse mi vestido para dormir. El mayordomo regresó pronto, un vaso lo bebí entero y en el otro dejé a las florecitas dobladas descansar.
—¿Y esas flores? —me pregunta el mayordomo curioso.
—Las encontré mientras estaba perdida —le respondo inocente—. Espero que puedan sobrevivir un buen tiempo aunque estén así.
—Dicen que si tratas con cariño a una planta te va a hacer compañía el tiempo que sea necesario —comenta entre risillas—. Lo escuché por ahí —me dice alzando las dos manos al nivel de sus hombros en señal de no saber nada.
Se despidió de mí, no sin antes felicitarme de nuevo por mi reverencia y desapareció de mi vista. No había nadie en la habitación así que decidí aplicar lo que dijo antes, la princesa lo hizo entonces le hablé a las flores de mi día. Antes de dormirme completamente pensé en enviarle una carta a mi familia acerca de todo lo que ha pasado y cómo conocí a la bonita princesa. El sueño me ganó y me sumí en lo profundo de mi imaginación.
***
Me levanté apresurada y jadeante, mi pecho subía y bajaba estrepitoso junto a mi respiración agitada. Miré a mi alrededor mientras mis ojos se acostumbraban a la tenue luz que había en la habitación, aún era tarde y todos los sirvientes estaban dormidos profundamente. Uno que otro roncaba y otros se movían para acomodarse en su lugar, respiré hondo para tranquilizarme e intenté recordar lo que soñé. Lo único que sé me venía a la mente era esa figura oscura, siempre tomaba su distancia y nunca podía verla claramente; este no era ni mi primer ni mi segundo sueño con ese ente, ya ha aparecido silencioso en varios de mis sueños y todos desde mi llegada al castillo. Me recosté de nuevo temblorosa, me acobijé bien e intenté dormir pues mañana iba a ver al rey, sonidos lejanos se robaban de vez en cuando mi atención y mi corazón daba un vuelco por el susto. Miré por la ventana y respiré hondo para exhalar profundamente.
«Necesito dormir», pensé.
Siglo XVII, 1697, 29 de junio
4:00 A.M.
—Ansel. —Me toca el hombro el mayordomo.
Me senté en la cama y tallé mis ojos con el dorso de mi mano, siento que no descansé lo suficiente como para soportar al rey. Me levanté para tomar los zapatos, que me regaló mi profesor, y ponérmelos sobre las vendas. El mayordomo me acompañó al área de aseo y me explicó que una vez que termine de alistarme tenía que ir al comedor a ver al rey, él tenía muchas cosas que hacer y el tiempo no le daba para acompañarme.
Me despedí de él, entré al área de aseo y hoy para mi mala suerte no iba a poder ver a la jovencita que conozco de este lugar.
Me apresuré a limpiarme junto con la ayuda de una señora que ya era mayor, le calculo unos cuantos años más joven que el mayordomo, fue muy dulce conmigo y muy atenta con mis heridas casi sanadas. El atuendo de hoy es muy parecido al de ayer, pantalones cortos y negros junto a una camisa blanca; esta tenía una apertura en el pecho en forma de «V» y del corte se extendían ondas creadas con la misma tela perlada.
Me tomé mi tiempo en ir al comedor para ver si las Moiras tenían pensado cruzar mi camino con el de la princesa, como no fue así me apresuré porque el rey no es el tipo de hombre que espera a alguien. Para mi sorpresa mis florecitas estaban hoy de guardia, y no podía ignorarlos.
—Buenos días —los saludo a los dos regalándoles una sonrisa.
—Buenos días, caballero —me responde uno de ellos mientras que el otro asiente sutilmente con la cabeza.
Posaron sus manos sobre las agarraderas de oro y plata, antes de abrirlas me miraron para regresar sus ojos hacia el otro al mismo tiempo.
—Tenemos que advertirle —hablan los dos a la par—. El rey está un poquitín malhumorado hoy —termina uno de los dos.
Asentí firmemente con la cabeza y con eso apretaron los mangos para abrir las puertas que a simple vista no parecen tan pesadas mas su esfuerzo me dijo otra cosa.
—Su majestad —lo saludo haciendo la reverencia que me enseñó el mayordomo, posando sutilmente mis dedos sobre mi pecho como si estuviera conteniendo mi corazón dentro de mi cuerpo.
—Desayuna rápido, hoy vas a entrenar junto a otros caballeros —me manda en voz alta de forma hostil y ronca, desde la cabeza del comedor, con su pintura maliciosa cuidando su sombra llena de furia.
Ni siquiera me estaba acercando a la mesa y ya podía sentir el calor que emanaba su irritación, no sé qué es lo que tenga el día de hoy pero algo me preocupa. El aire acariciaba el ventanal y el silencio no es normal, todo es tan pesado y agotador. Es como el mismo sentimiento que compartí al ver esa figura oscura.
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Pintura: En rosas por Jose Royo. 🥀
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