Capítulo. XXVI

Después de ese encuentro estrepitoso le pedí al sirviente que me llevara al comedor real, también le pedí direcciones sobre esta nueva sección. Me explicó que esta era una zona de hospedaje, aquí están las recámaras para los invitados y hasta el fondo del castillo se encontraba la torre donde está la habitación de la princesa. También me dio a conocer varios pasillos ocultos que solo los sirvientes tenían permiso a acceder y que ellos hacían mucho más fácil el traslado de un lado a otro.

—Señorita, si me permite preguntar, ¿a quién estaba espiando cuando la encontré? —me inquiere dudoso el sirviente.

—Es una larga historia, ¿conoce o ha escuchado hablar del caballero de la princesa?

—Me temo que no, no lo suficiente, he escuchado acerca de su búsqueda mas no más que eso.

—Entiendo, para actualizar su información ya lo reclutaron. No hace mucho encontraron al caballero y por orden del rey aún no se puede presentar con la princesa. Es extraño pero se podría decir, para que usted me entienda, que quiere hacerlo formalmente, de la manera correcta y sin causar mucho disturbio; ya sabe cómo es la princesa —le explico.

—Sí, creo que puedo entenderlo un poco —declaró pensativo—. Espere —espeta sospechando al instante—, no me diga que era la princesa a la que estaba espiando. —Caminamos a pasos alargados y comencé a reconocer estos caminos.

—Sí y yo soy el caballero.

Después de esa confesión el sirviente se disculpó por la informalidad que había usado conmigo pero le aclaré que no tenía que preocupase por nada. Le agradecí por llevarme hasta el comedor y lo despedí amablemente, entré y mirar al rey sentado en la cabeza de la mesa no me agradaba mucho.

—Domènech, llegas a tiempo —anuncia el monarca.

El mayordomo me abrió un lugar en la mesa y fui a sentarme, miré al rey nerviosa en un intento de tragarme lo que acaba de pasar. Reposó su sien sobre sus dedos y su codo lo apoyó en el soporta brazos de su pequeño trono, me comí mis labios y miré hacia otro lado para no verle la cara. Un suspiro salió de su nariz, ese simple movimiento lleno de ondas repasó cada esquina de este salón para marcar su nombre dorado en todas las paredes, cerré los ojos un momento para calmar los latidos de mi corazón pero unos pequeños pasos a lo lejos me lo impedían. Esa presencia se acercaba, imponía poder al igual que el rey, miré su sombra por debajo de las puertas y al mismo tiempo que se abrían yo me escondí debajo del comedor. Todas las sillas logran esconderme, pero si viene hacia acá no tengo manera de ocultar mi calor y tampoco cuento con mucho espacio para moverme más lejos. Se acabó.

—¿Qué haces aquí, hija? —inquiere el rey.

—Sé que estás ocupado, padre, pero vi a alguien no hace mucho que creo y no pertenece al castillo, estaba merodeando cerca de mi habitación.

—¿Cómo era la persona?

—Sospecho de alguien que ya he visto antes, pero era joven y tenía el cabello más oscuro que las noches nubladas de este lugar. —Un suspiro corto y rápido por parte del rey, en señal de risa, se le escapó.

—Ya veré qué hago, tal vez sea una rata asquerosa que entró al castillo sin darme cuenta, pronto me conocerá.

Tragué aire de forma pesada y le sonreí nerviosa a la nada. La princesa caminó hacia el rey y tomó lugar a su lado, logré moverme un poco pero un movimiento en falso y provoco una catástrofe bajo la mesa.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te está yendo? —le pregunta alegre, después de que el mayordomo se alejara.

—Estoy ocupado.

—Sí... —Exhaló como si ya supiera la respuesta, pero a pesar de eso siguió insistiendo—. ¿Es por la reunión de pasado mañana?

—Sí, ya pronto tendremos más tiempo juntos.

—¿Y por qué no me dejas entrar a la biblioteca?, también mi tío Dan me ha dado clases muy cortas. Solamente me ha explicado lo que son los genes de las personas, ¿sabías que puedes tener un gemelo o más en el mundo? —le explica emocionada—. Esa clase fue divertida, me dijo que podíamos llegar a tener hasta siete gemelos idénticos pero nadie sería igual a nosotros mismos, cada uno tendría su propia personalidad y su forma de ser.

Negué con la cabeza y giré mis ojos hacia atrás con ganas de quedarme ciega, es tan obvio lo que están haciendo que si fuera yo la princesa y me presentaran al caballero de inmediato me daría cuenta.

—Claramente, no creo que alguien más tenga esos detalles emocionales que tú tienes, aunque presiento que son más mentales que otra cosa. —La princesa hizo un sonido como si intentara responderle pero sin encontrar las palabras adecuadas, su silencio me dejó intrigada, enterrándome en la espera de su respuesta contradictoria.

Nunca llegó. No duraron mucho tiempo platicando y se marchó con un tono de voz mucho más apagado que con el que había llegado. Salí ágilmente de mi escondite y miré al rey rencorosa, él también se estaba marchando. Las ganas de señalarle cómo trata a su hija de la manera más insensible, como si fuera cualquier fenómeno, remarcando los problemas que tiene a pesar de que ella nunca quiso tenerlos, son tan fuertes que me hierve la sangre no poder hacerlo. Apreté la cabecera de una silla y me tragué todas mis palabras, yo no soy nadie y mucho menos puedo mover un solo cabello en su contra ahora.

—Por eso es como él, está moldeando a su antojo a esa niña cuando ella ni siquiera tiene una pizca de su esencia más que en su físico. Tiene que haber alguna razón más profunda, no puede ser que la trate así porque le dé su gana, ¿no? —le pregunto al mayordomo, inquieta, una vez que salió el rey.

Me miró pensativo, bajó su vista al suelo y un pequeño suspiro salió de su nariz.

—Hay varias razones, Ansel, pero hasta el momento solo sé que pretende hacerla fuerte por si algún día pasa algo.

—Con eso la está haciendo más débil, no todas las personas son como él, ni siquiera su propia hija tiene que.

—No te sugiero entrometerte demasiado.

—¿Cómo es posible?, la está hiriendo de la manera más horrible. Cómo se atreve a tratarla de esa forma tan gélida. —Pensé unos segundos en una solución que no implicara apostar mi cabeza en el intento—. Se están dañando los dos —espeto.

La comida llegó y el mayordomo se sentó frente a mí para calificarme, el aire es pesado por lo que acaba de pasar, pero aun así logré pasar su prueba sobre etiqueta.

—Bien hecho, sabía que no iba a ser nada para ti. Muéstreme su reverencia, noble —me pide sonriente.

Nos levantamos y él se acercó a mí, recorriendo una gran parte de la mesa, para detenerse ante mis ojos.

—Todo un placer conocerle —anunció haciendo la reverencia de siempre.

Me llevé la mano al pecho, sutilmente descansando mis dedos sobre mi cuerpo para doblar mi torso levemente y regresar mi cabeza junto con mi espalda erguida a su lugar.

—Relájate, pareces una línea amenazada a estar más que recta, tu cuerpo está muy rígido. Dejando eso de lado lo hiciste muy bien, solo suéltate un poco más... ¿Qué es ese gesto que hiciste con la mano? —agrega.

Venit ex corde et anima, un cordial saludo que viene del corazón y el alma.

Me regaló una gran sonrisa que yo correspondí fielmente, me sentía muy llena por los alimentos que ingerí y ni hablar de los sabores tan exóticos que dejaron en mi paladar.

—¿Puedo beber un trago de agua?, siento que la comida no baja —espeto llevando mi mano a mi estómago para que él riera y de inmediato fuera a conseguirlo.

Miré el cuadro del rey de forma retadora y le juré en voz baja que iba cambiar esa relación llena de venenos que impiden a los dos avanzar o sanar de forma correcta, no voy a permitir que dañe a la princesa de esa forma y si la tengo que llegar a proteger de él que así sea.

El mayordomo no tardó mucho en regresar y bebí rápidamente el vaso, sedienta de probar más este líquido tan mágico.

—¿Deseas más? —me pregunta al verme beberlo tan rápido.

—Por favor.

Bebí dos vasos más, satisfecha me retiré del comedor y fui a la enfermería con mi profesor. Me preparé para platicarle lo que pasó con la princesa y cómo su plan de enseñarle cosas tan obvias se va a venir abajo en un día. Pensé en alguna solución o en alguna otra cosa que pudiéramos llevar a cabo para evadir a la princesa tanto como sea posible, pero no hay muchas opciones pues ya me ha visto a la cara.

Me detuve a la mitad de un pasillo para mirar mis pies, los zapatos claros que me regaló mi profesor con cariño abrazaron tiernamente mi corazón, un detalle tan encantador. A lo lejos un tarareo agudo y unos pasos pequeños se robaron mi atención, sabía de quien se trataba pero algo me decía que no me moviera. Algo me gritaba que no corriera, que no escapara porque el peligro ya había pasado hace mucho tiempo, aunque hay cosas valiosas que puedo perder, algo me ordena que lo deje fluir. Apreté la piedra preciosa que me dio mi profesor y escuché a la princesa a mis espaldas. Un silencio reinó estas paredes y yo solo pude exhalar frente a lo que me imagino que es la derrota, sus pasos se acercaron lentos y cuando la escuché lo suficientemente cerca giré sobre mis talones para verla.

—Princesa. —La saludé con la reverencia que el mayordomo me enseñó, ella correspondió con otra, levantando la tela de su vestido con la punta de sus pequeños dedos.

La miré, hipnotizada por aquellos ojos donde un campo perfecto se asoma.

—Lo primero que necesito que sepa es que las disculpas que le expresé anteriormente no fueron las adecuadas y si me permite me gustaría volver a inten...

No me dejó terminar cuando se abalanzó sobre mí, fundiéndome en un tierno y cálido abrazo.

—Lo siento tanto —espeta entrecortada.

—No lo sienta, su majestad.

—Perdóname por lo que te hice. —Apretó su agarre, asfixiando mi ser.

—La perdono, la perdono —anuncié casi sin aire.

—Yo no quería hacerte eso, te lo juro por mi vida —confesó con lágrimas en los ojos.

—Lo sé, su alteza, sé que nunca haría algo así y entiendo por qué se comportó de esa forma en aquel momento. No lo vuelva a jurar por su vida, por favor.

—¿Sí? —me pregunta alejándose para darme espacio y limpiarse ágilmente sus pequeñas lágrimas saladas.

—Sí, su majestad —concuerdo en un pequeño suspiro para regalarle una sonrisa, levantó un poco sus cejas y admiró mi rostro.

Llevó su mano a su estómago y acarició algunas de las piedras que tenía su vestido en esa zona, miré su acción hipnotizada y como si nuestras miradas hablaran nos trasmitimos un millón de palabras.

—Tengo que informarle varias cosas, su alteza, no me gustaría ocultarle nada y más porque voy a estar a su lado hasta donde la vida me lo permita —anuncié para intervenir un poco en el momento.

Su cara de sorpresa, que no sé si debería de agradarme o no, me impactó porque esta vez alzó sus cejas mucho más.

—¿En serio? —me pregunta emocionada.

—Sí, su alteza —respondo en un tartamudeo.

—Conozco un buen lugar para hablar, apuesto a que es muy importante lo que me quieres decir —señala con una sonrisa muy bonita.

Me tomó de la mano y me guio entre los inmensos pasillos del castillo, no dudaba en qué camino tomar o se detenía para pensar, ella caminaba confiada y sabía a donde se estaba dirigiendo a la perfección. No tardé en reconocer que nos dirigíamos a la zona de hospedaje y recordé que por aquí duerme ella.

—¿Está bien que vengamos aquí?, ni el rey ni la reina me pueden ver con usted —le advierto.

—Sí, los dos están ocupados hoy así que nadie nos va a molestar.

Miré el cabello ondulado de la princesa con tristeza y preocupación, ¿qué será de ella en esta inmensa prisión? ¿Por cuánta soledad ha tenido que pasar?

No tardamos mucho en llegar a su sección en el castillo, y digo sección porque primero tuvimos que atravesar un salón que tenía su nombre figuradamente pegado por todas partes, más varios pasillos y recámaras específicamente para ella. La entrada a su torre es inmensa, ni siquiera podrías deducir que es una torre a primera vista. Solo tuve que echar un vistazo para ver todas las escaleras y sonreírle al aire sarcásticamente.

—¿Lo hace todos los días?

—Y varias veces —me responde entre risillas.

Tiró de mi mano y subimos las escaleras. Ya a nada de rendirme vi la puerta de su habitación abierta y canté victoria. A punto de tomar una buena bocanada de aire la princesa de nuevo jaló mi mano, haciéndome tambalear.

—¿Le temes a las alturas? —me inquiere, llevándome hacia un ventanal inmenso.

—Si piensa lanzarme por aquí no puedo dejárselo muy fácil, discúlpeme.

Rio por mi respuesta y soltó mi mano para abrir las cortinas y la ventana, miré a lo lejos y un campo lleno de colores se extendía en el suelo.

—Hermoso —pensé en voz alta.

—Lo mismo me dijiste a mí —espeta entre risillas—, y no te voy a lanzar, ¿cómo puedes pensar eso?

A los márgenes de los ventanales flores decoraban sus esquinas y se adueñaban de la pared exterior.

—Sígueme —anuncia para subirse a una mesa y pisar la moldura exterior de la ventana.

—¡No! —grité para abrazarla por su cintura y derrumbarla hacia adentro de la habitación, haciendo que caiga encima mío.

Un quejido quiso salir de mis labios pero lo contuve a duras penas, sí me dolió.

—¿Qué demonios haces? —me pregunta anonada y un poco molesta, cuando procesó sus palabras llevó una de sus manos para tapar su boca—. Lo siento, no dije nada.

—¿¡Usted qué pretende?! —exclamo.

—Hay una escalera por la parte de afuera, genio, no me gusta atravesar todo el castillo solo para ir a cuidar mis flores —me explica entre risas.

—Aun así, eso es demasiado peligroso.

—Lo sé, pero vamos, todo en la vida es un obstáculo y hacerme caminar mucho es uno de ellos, por eso inventé esta escalera.

—¿Inventó una escalera?

—Yo no la hice, pero si le di la idea a un carpintero, una cuerda gruesa atraviesa tablas de madera por sus costados, creando una escalera larga y firme —me explica de nuevo.

—Entiendo, pero por favor vayamos por lo seguro que si le pasa algo el rey me va a decapitar y eso es lo que necesito explicarle.

Me miró con los ojos entrecerrados, examinando mi figura de pies a cabeza y en un abrir y cerrar de ojos se me escapó de las manos. Ágilmente se levantó y salió por la ventana para brincar a un costado y tomar la escalera, mi corazón brincaba en mi interior frenético.

—Por favor, no... —le dije en un susurro en vano.

La miré bajar cuidadosamente y cuando desapareció su cabeza por el ventanal me apresuré para asomarme por él, seguía bajando, alzó la cabeza y me miró con una bella sonrisa.

—¿Vas a venir o no? —me cuestiona.

No tardó mucho en llegar al suelo, hablamos de dos, casi tres pisos y esta niña no tardó más de dos minutos en bajar. Me acerqué al borde y no tuve que usar la mesa para subirme a la moldura, busqué la escalera y bien oculta entre las flores y enredaderas vi lo que la princesa inventó para moverse libremente por el castillo a su antojo. La tomé dudosa con una mano y salté un poco para lograr llegar al otro extremo, la agarré firmemente e intenté no utilizar mucho mis pies ya que la punta es donde más daño me provoqué. Me tomé mi tiempo para bajar y ya en los últimos escalones utilicé libremente mis piernas, caminé para acercarme a la princesa, quien se encontraba viendo su campo de florecitas, y la admiré desde lejos.

Los rayos del sol anaranjados de esta tarde son diferentes, se mezclan con la cabellera enmelada de la princesa, la brisa menea sus ondas como si de lo que yo me imagino que es un mar se tratase. Su figura pequeña y tierna, llena de esa redondez infantil, es linda y frente al campo colorido esta escena se vuelve mágica.

—Cuéntame, ¿qué es lo que tanto ha pasado entre estas paredes que yo no he visto ni oído?, algo que no puedo creer, por cierto.

—Tengo que primero informarle que, por una razón u otra, terminé sellando un contrato que me ata a usted de por vida como su guardián personal. Una persona que la va a defender y proteger hasta el final de sus tiempos, por orden del rey —declaro un tanto dudosa.

—Dime la razón —me ordena.

—Es una larga historia —le advierto y ella no se inmutó—. Yo viví en la pobreza desde que tengo memoria, no teníamos absolutamente nada y comencé una etapa donde robaba comida u objetos para pagarles a mis padres. En una de esas ocasiones el rey logró capturarme y me ordenó ir al castillo, fue una noche extraña, pues aparte de ese encuentro tan especial, una noche estrellada hermosísima se dejó ver —comienzo a explicarle—. Estoy amenazada a muerte, y mi familia también, por haber atentado contra la monarquía pero el rey me presentó una propuesta donde protegerla sería un método de pago por mi traición. Aún hay una espada con su delgada y fina punta enterrada en mi cuello por si llego a hacer un movimiento en falso, pero nunca podría.

—Por tu familia —espeta en un susurro, pensativa, aún con sus ojos puestos sobre su campo— ¿Tú eres el tan famoso ladrón de la capital? —me cuestiona en un tono más alegre.

—Sí, el rey creo que ya me ha tachado varias veces así —le respondo vacilante.

—Es lo más absurdo que he escuchado, por parte de mi padre —confiesa incrédula—. Sé muy bien por qué estás haciendo todo esto pero para que él haya caído así de bajo, no sé qué me da.

—Entiendo —digo cabizbaja.

—Pero igual me alegra conocerte, no sé por qué pero me da mucho gusto y me emociona.

Pensé en la cantidad de años que ha pasado sola, sin explorar el mundo exterior y sin tener algún contacto con alguien desconocido. Giró sobre sus talones y esos ojos olivo se tornaron dos esmeraldas bajo el mismo sol, brillaban tan vivos y su piel aterciopelada tan blanca como el marfil me dejó anonada.

—¿El contrato solo me implicaba a mí?

—Sí, princesa, desde el día que firmé aquel documento me convertí en su caballero —le respondo anonada por su belleza.

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Pintura: Landscape [1901] por Joseph Evstafievich Krachkovsky.

¡No olviden tomar mucha agua, lo recomendado es tomar 1-2 litros al día! Y muchas gracias por leer.

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