Capítulo. XX
No me di cuenta de que dos guardias escoltaban la entrada principal y cuando se movieron de entre las plantas di un pequeño brinco en mi lugar. La risilla del mayordomo provocó también la mía y después de eso los caballeros nos dejaron entrar al invernadero.
Un camino de piedras pulidas se convertía en la vía principal que se dividía en diferentes rutas más pequeñas, todas distribuidas a distintas direcciones y creadas a base de diversos materiales dependiendo de a donde te dirigías. Si ibas hacia la derecha pasadizos de madera quedaban a tus pies, pero si caminabas al lado contrario son piedras más toscas.
Extrañada por aquella forma de organización no me di cuenta de que aún seguíamos avanzando, aparté la vista de los caminos y miré mi alrededor. Todo tipo de plantas silvestres las podías encontrar en este cajón de cristal enorme, al fondo podía ver árboles y no son de una especie que pueda reconocer. Un poco antes de los gigantes están unas escaleras con una base flotante que se podría decir que es un mirador a todo el invernadero, su estructura es fascinante y no dudo en que haya sido construido de manera precisa.
A medida que avanzábamos la vegetación nos abría paso hasta llegar a una base parecida a las piedras toscas de antes, esta era circular y abarca un buen perímetro del centro del invernadero. Justo en medio una mesa circular llena de plantas y supongo que las herramientas que usa el rey para la jardinería también.
—Mi rey —saluda en voz alta el mayordomo haciendo una reverencia a mi lado.
—Mayordomo —le contestó el mencionado sin prestarle mucha atención.
La mesa es de una madera oscura pero tiene incrustadas piedras preciosas pulidas que resaltan por sus colores tan exóticos. Es una mesa gruesa en todos los sentidos y su base se hace una cuando toca la estructura de piedra fija.
—Buenos días, su majestad —expresé agachando la cabeza y juro que pude sentir sus ojos sobre mí.
—Ansel —me respondió.
Levanté la cabeza por mi torpe reverencia y él siguió con lo suyo. Tenía puestas unas gafas un tanto diferentes a las de mi profesor, el mayordomo me acercó a la mesa para quedar al lado contrario del rey y pude ver que estaba leyendo un libro con ilustraciones. A su lado tenía varias plantas pequeñas muy coloridas, una de ellas se parecía al dibujo que tenía su libro.
Me incliné hacia enfrente y alcé un poco la cabeza para intentar ver que estaba leyendo pero fue en vano porque el rey alzó la vista y me juzgó con la mirada.
—Una disculpa —susurré recuperando mi postura lentamente.
—Supongo que no has desayunado, me dijeron que te la pasaste llorando toda la mañana —me dice mientras cierra el libro y se quita las gafas.
—Sí. —Reí nerviosa y aguanté mis ganas de desafiar esa verdad incorrecta.
Con un ligero movimiento de cabeza el rey le dio una orden silenciosa al mayordomo, él simplemente hizo de nuevo una reverencia con el torso y se marchó.
—Respira hondo —me ordena el rey.
Dudosa de lo que pidió lo hice y retuve el aire dentro de mis pulmones. Asintió lentamente y exhalé el oxígeno que devoré, mi pecho se sintió liberado, como si me quitaran algo apretado de encima.
—Este es el aire más puro de todo el reino... está encerrado aquí —me comenta mientras examina las plantas que están sobre la mesa.
Asentí con la cabeza a sus palabras y miré mi entorno.
—¿Sabes por qué? —me pregunta mirándome seriamente.
—No, su majestad —le respondo sincera.
Dio una media vuelta en su lugar y señaló los inmensos árboles del fondo con su dedo índice.
—Por ellos... he estado estudiando lo suficiente y sospecho muchas cosas científicamente hablando —me explica con una media sonrisa en el rostro, seguro de sí mismo.
—Ya veo —digo sorprendida pero a la vez dudosa, sin saber nada del tema.
—Sí, en un momento quiero que leas y examines algun...
No terminó su oración cuando un estruendo lejano nos asustó, o bueno a mí ya que el rey no se inmutó ante el escándalo, y se robó nuestra atención. Giré el torso sobre mi asiento atenta a lo que sea que pasara después.
Pasos veloces se acercaban y de entre la maleza la figura de mi profesor apareció alterada. Exhalando e inhalando forzadamente reposó sus manos sobre sus rodillas y dejó en el suelo el maletín de cuero que cargaba.
—Mavra. —Exhaló e inhaló aire para recuperarse—. ¿Qué te pasó? —inquirió sin aliento para volver a respirar forzadamente y levantar la cabeza.
Cuando nuestros ojos se encontraron su rostro se quedó en blanco, y no fue por mí sino por el rey.
—Su majestad —espeta el doctor en voz alta dejando caer su rodilla izquierda al suelo y haciendo una reverencia con la cabeza.
—Dante, ¿a qué se debe esa falta de modales? —le preguntó el rey de forma arrogante.
No quería girar para verle el rostro, sé que se ve aterrador en estos momentos y no pienso caer ante ese manto de control que él posee junto a sus ojos dorados.
—Mis más sinceras disculpas, mi rey, no sabía que se encontraba aquí —confiesa mi profesor apenado, aún cabizbajo.
—Esté yo aquí o no, es una gran falta de respeto y lo sabes —le replica en un tono grave e imponente.
Aún agachado, el mayordomo a paso rápido llegó detrás de él y cuando nos miró a todos se detuvo estrepitosamente.
—Bien puedo ridiculizarte con simplemente ordenarte que salgas y llegues de nuevo aquí para que hagas como se deben las cosas, pero no lo haré Dante, no hoy.
A medida que hablaba sirvientes llegaban detrás del mayordomo apresurados y agitados, venían a toda prisa.
—Discúlpeme, su alteza —ruega mi profesor aún arrodillado.
—No permitas que sea tu debilidad —le comenta el rey un poco más relajado.
Al escuchar eso mi profesor levantó la cabeza y su expresión denotaba: preocupación, tristeza y mucha sorpresa. Tengo una idea de lo que esas palabras pueden significar pero no estoy totalmente segura.
—Así será —le respondió encorvando su cuerpo en un susurro débil.
—Acompáñanos a comer aprovechando que estás aquí —le sugiere el rey tomando sus cosas de la mesa.
Se reincorporó con esas palabras y lentamente se acercó a mí. Tomó mi silla y la giró para que la mesa quedara a mis espaldas, se arrodilló frente a mí y examinó mis rodillas.
—Lo siento —me susurró para cerrar los ojos un momento.
—No tiene por qué disculparse conmigo, profesor —le aclaré.
—Tengo qué, fue absurdo lo que hice y me da mucha pena que pasara eso frente a ti.
—Está bien, profesor, sé que estaba preocupado por mí y eso me hace muy feliz. Saber que hay alguien en el castillo que se preocupa de esa manera me trae calma, así sé que no estoy del todo sola —le explico sonriente.
Levantó su cabeza lentamente y una sonrisa estaba dibujada en sus labios.
—Esperaba algo mucho peor sinceramente, no dejé que el mayordomo terminara de explicarme que había pasado y yo ya estaba corriendo para acá —me confiesa riendo nervioso.
Rodeé sus hombros con mis brazos cortos y de alguna forma logré cerrar mis dedos en su espalda para darle un cálido abrazo. En un lento movimiento él lo correspondió, abrigando mi torso en sus brazos.
—Me asustaste, pequeña —exhala tranquilo.
Su cabello largo rozaba mi rostro suavemente y yo sonreí por el contacto de sus palabras a mi corazón.
—Mil disculpas por ser tan kléftis —le declaro riéndome a sus espaldas.
Me alejó rápidamente de su cuerpo por mi torso y me miró extrañado.
—Bandidos que vivían en las montañas de Grecia durante la ocupación otomana —le explico para responder a su futura pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.
—Aprendiste muchas cosas de ese libro griego que te di, ¿no? —me cuestiona suspirando y riéndose a la vez.
—Sí. —Lo acompañé en su risa que cesó tan pronto en cuanto me volvió a dar un abrazo.
—Eres una niña muy especial —espeta a mis espaldas cálidamente.
—Y usted me verá crecer, ya lo sé, yo también ansío verlo crecer profesor pues aún es muy joven.
Me separó de nuevo de sus brazos y buscó algo en su maletín.
—Entonces no podemos perder el tiempo, hagamos bonitos recuerdos —me sugiere con unas pinzas en su mano y en la otra un frasco con algo que no es agua, a pesar de tener mi muerte en sus manos él me regaló una sonrisa que yo tenía que corresponder.
—¿Veré más allá que el mismo cielo hoy, profesor? — le pregunté aún con la sonrisa en mi rostro pero el temor pegado en todo mi ser.
—No lo creo, mi querida Mavra —me responde aún más sonriente.
Preparó sus pinzas con el algodón empapado de alcohol y a centímetros de mi piel me miró. Giró en su lugar y con el brazo le ordenó a un sirviente que se acercara. Con un cuenco de plata y pequeñas toallas en su ante brazo el joven sirviente se acercó petrificado por lo que pasó antes.
—Humedécela un poco, es para sus ojos —le dijo mi profesor.
El sirviente hizo lo que pidió y le entregó la toalla delicadamente, la tomó y me la entregó de forma rápida para tomar las pinzas.
—Es para tus lágrimas, y también, no vayas a gritar —me advierte de forma dulce y sonriente.
—Si no fueran esas palabras estaría muy dispuesta. —Apreté la toalla y la coloqué sobre mis ojos.
Tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para que no cayera pero mis pómulos creaban un orificio al lado de mi nariz que me permitía ver qué estaba pasando frente a mí, apreté los ojos y me preparé para lo peor.
—¿Lista? —me preguntó.
No pude responderle porque ya había dado el primer roce de alcohol sobre mis raspones. Un gruñido intentó salir de mis labios pero lo tengo que retener, quería quejarme pero el rey está cerca.
—¿Está todo...
—Rápido, rápido —contesté apresurada y apreté los labios en un intento de tragarme el quejido que casi salía.
Miré por el orificio y pude ver el pedazo de algodón rosado, pero no completamente, y tuve que mirar a otro lugar para no alterarme por esa imagen.
«¿Le tengo miedo a la sangre o es más a la herida?», pensé extrañada. «¿Qué?, ¿miedo?, ¿yo?», recapacité.
Tomé la toalla y la aparté bruscamente de mi rostro, me incliné hacia enfrente para comprobar qué es lo que sentí aparte del dolor. La luz me cegó un momento pero la figura del rey examinándome me asustó más.
Ni siquiera volteé para mirarlo y un pequeño grito salió de mis labios, llevé mis manos a mi boca para taparla y miré al rey aterrada. Él me miró extrañado y también un poco sorprendido por mis movimientos.
—Ya casi termino —anuncia concentrado.
Regresé mis ojos a él y el algodón estaba aún más rosado, apreté mi boca en un intento de tragarme el dolor y cuando mi profesor retiró el algodón de mi piel pude dar un respiro profundo.
—¿Qué fue eso? —pregunta el rey.
—¿Qué cosa? —preguntamos en voz alta al unísono mi profesor y yo.
—¿Sí lograste ver que olvidaste el dolor por unos segundos, Ansel? —me inquiere el rey para reír burlón.
—Sí, su majestad, algo así —le respondí mirando mis rodillas rojas.
Mi profesor tomó la toalla de mis manos y la agitó frente a mis rodillas, una pequeña brisa golpeó mi piel y un quejido salió de mis labios.
—Es para secar el alcohol más rápido —me explica aún moviendo el pedazo de tela.
El rey pensativo se alejó caminando lentamente, yo miré lo que estaba haciendo mi profesor concentrado y extrañamente los sirvientes estaban terminando de acomodar la mesa. Giré mi cabeza a los dos lados y pude ver que la habían preparado para tener una comida en ella, el mayordomo se acercó a mí con un vaso plateado, no muy exótico en su forma, y me lo dio.
Miré su interior y sin dudar bebí todo el agua que tenía adentro, lo bebí tan rápido que para cuando bajé el vaso el mayordomo y el profesor estaban petrificados.
—¿Qué pasa? —les pregunté y giré en el asiento para mirar a lo lejos si había pasado algo más.
Me senté correctamente y como si estuviera planeado los dos se echaron a reír.
—No debemos mostrarle nunca esa cantina española de la que hablan todos —le comenta el mayordomo, aún riendo, a mi profesor mientras golpea delicadamente su hombro con su mano.
Mi profesor también continuó riéndose, no tardó mucho en levantarse y sacudir el polvo de sus prendas mientras que el mayordomo se retiraba para ayudar a terminar de preparar todo.
—¿De qué hablaban? —le pregunté con dudas.
—Nada, nada, aún faltan muchos años —me dice entre risillas.
—Está bien —le digo con sospecha.
Tomó el respaldo de mi silla y me empujó a un lugar que tenía un plato encima de otro con sus respectivos utensilios fielmente a su lado.
Al otro extremo se encontraba el lugar de mi profesor y frente a nosotros, creando una figura puntiaguda perfecta sobre la mesa circular, se encontraba el rey. Mi profesor tomó su lugar y cuando el silencio reinó el invernadero los sirvientes se posaron a nuestros lados.
Cargando bandejas doradas, y un poco más grandes que las que he visto antes, las dejaron a lado de nuestro plato. Levantaron sus tapas y me dejaron ver un platillo con cereales acompañados de carnes.
Alcé la vista y los platillos de los dos hombres que tenía en frente no eran nada parecidos al mío.
—Para ustedes, su alteza y capitán, un plato de frutas de la temporada junto al pan blanco que el rey ordenó y sus respectivos aderezos —habla un sirviente frente al rey en voz alta—. Para usted, caballero, un cuenco de avena fresca junto a carnes como ternero y cerdo acompañadas por vegetales verdes. También tenemos un platillo de frutas para usted, si gusta se lo podemos entregar cuando finalice con estos alimentos.
—Por favor, muchas gracias —le comento inclinando la cabeza.
El sirviente hizo el mismo gesto y también una reverencia para mi profesor y el rey. Dejaron mi plato frente a mí y llenaron un vaso plateado de agua con un jarrón hermoso. Cuando terminó de verter el líquido tomé el vaso apresurada pero de forma suave para que no se viera mucho mi desesperación, hace mucho tiempo que no bebía agua tan pura.
Con tragos grandes terminé de beber el vaso en segundos y cuando bajé la vajilla miré a mi profesor ocultando su rostro detrás de su mano tratando de no reír, por otro lado el rey se detuvo a medio camino de llevar su vaso a su boca para mirarme petrificado. Lo miré asustada por miedo a que me dijera algo, pero lo único que hizo fue bajar su vaso de nuevo y dejarlo en su lugar.
—¡Pero sírvanle más agua! —ordenó en voz alta.
Los sirvientes brincaron en su lugar y enseguida hicieron lo que les ordenó. Bebí de nuevo el vaso completo y lo volvieron a llenar hasta el tope.
—¿Ya saciaste tu sed? —me pregunta el rey, recargando su rostro en su mano.
—Sí, su majestad, una disculpa.
—Bien, por favor —nos invita señalando la mesa con las manos abiertas para decirnos que podíamos comenzar a probar los alimentos.
***
Nuestros platos se encontraban vacíos, me entregaron mi platillo con frutas pero no pude comerlas todas ya que el agua de antes me había llenado el estómago.
—No quiero desperdiciarlas —comenté en voz alta mirando el cuenco colorido.
El rey se levantó de su silla y caminó peligrosamente a mí, es aterrador pero no creo que haya hecho algo malo, ¿o sí? ¿Habré hecho algo antes? No, no lo creo. ¡¿Por qué viene?! ¿Es malo lo que dije?, creo que si fue muy malo lo que dije.
A unos centímetros de mí y mi cuerpo temblando a más no poder, tomó el cuenco y caminó a mis espaldas. Extrañada giré sobre mi silla para mirar lo que estaba por hacer, él las arrojó a las plantas.
Vi caer lentamente los colores llamativos y cuando tocaron el piso se llenaron de algo oscuro que opaca su color.
—Les hacen bien —dijo en voz alta, aún mirando las frutas en el suelo.
—¿Comen frutas? —le pregunté al rey.
Él rey caminó hacia un sirviente y él le entregó un libro grueso, caminó en mi dirección y dejó caer frente a mí el libro viejo.
—Lee la página treinta y dos —me ordenó mientras seguía caminando para ir a su lugar en la mesa.
Abrí el libro en la página que me indicó y leí en voz alta lo que contenía.
—Olivo de Santa Elena. Este olivo es un árbol relativamente bajo, con numerosas ramas y corteza de color marrón oscuro a negro. Las hojas de color verde oscuro tienen las puntas con curvas muy pronunciadas y presentan pelos en la superficie inferior. La inflorescencia se ramifica y no se levanta por encima de las hojas, mostrando numerosas flores de color rosa pálido durante la temporada. Los frutos son cápsulas duras y leñosas que miden entre uno y dos centímetros de largo, que al madurar se separan y revelan las semillas triangulares de color negro brillante en el interior. Esta planta puede alcanzar una altura de hasta cuatro metros, mientras que sus hojas tienen una longitud de cinco a ocho centímetros, con un ancho de dos a tres centímetros. —Terminé de leer y quedé impresionada por la información que tenía.
Al lado del texto se encontraba su respectiva imagen y es bonita, el verde que tiene en el libro es precioso.
—Y es este de aquí —señala el rey a unos cuantos metros de nosotros, casi al borde del cimiento de piedras.
Era el mismo árbol del libro, es mucho más grande y se veían pequeños puntos alrededor de las hojas que supongo que son los frutos o tal vez los capillos de sus flores.
—Lee la página cuarenta y tres —me ordena mientras camina a otro lugar.
—Silphium o Silfio. Utilizado en la antigüedad como condimento, perfume, afrodisíaco y medicina, el silfio también fue usado como anticonceptivo por griegos y romanos. A pesar de llegar a valer su peso en oro, esta planta considerada milagrosa desapareció en poco más de un siglo sin dejar rastro. Aunque había plantas parecidas en otros lugares, se creía que solo la que crecía silvestre en la estrecha franja de la costa Cirenaica tenía las mejores características. Naturalistas como Teofrasto o Plinio "el Viejo" ponderaron las propiedades del silfio y destacaron sus usos en la cocina y la medicina, e incluso como forraje para el ganado. Su uso medicinal abarcaba múltiples aplicaciones, también como anticonceptivo. Conocido también como laserpicio por los romanos, el silfio fue considerado tan valioso como el oro o la plata. —Tuve que cerrar el libro por tal descubrimiento tan impactante.
—¿Todavía tienes esa información? —le pregunta extrañado mi profesor al rey.
—Claramente —le responde su pregunta sarcástico—. Bueno, es el argumento más fuerte que tengo para ir a Grecia a empezar guerra.
—Y vamos con eso de nuevo, Athan —le expresa en un tono molesto.
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Palabra: "Bandido" en griego κλέφτης (kléftis)
Todas las plantas mencionadas en este capítulo están extintas, por la mano del humano y otras de forma natural.
¡El siguiente link es el de la página donde recogí toda la información sobre ellas!:
• https://www.ecologiaverde.com/20-plantas-extintas-2213.html?amp=1
(•̀ᴗ•́)و Muchas gracias por leer, a ti personita te agradezco por tomarte el tiempo de leer esta novela.
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