Capítulo. XVIII
—Buenos días, profesor —señalé sonriendo también, pero otro latigazo en mi cabeza hizo que me quejara.
—¿Solo es dolor en la cabeza? —me pregunta seriamente.
—Sí —respondo apretando los ojos.
—Bien. —Su olor y también su calor se alejó de mí a un paso rápido—. Bebe esto —escucho su voz cerca de nuevo.
Abrí los ojos lentamente y un frasco con un líquido espeso amarillento me dejó dudosa. Olí el frasco y quería morir, un movimiento violento desde mi estómago provocó un sonido y una expresión rara en mi rostro.
—¿Qué...
—Arcadas, y sí, sé que huele horrible pero no sabe tan mal. —Giró sobre sus talones para tomar algo del mueble y regresar a mí con un vaso de oro con agua.
—Voy a morir —espeto haciendo ese movimiento de nuevo por la repugnancia que siento.
—No exageres, Mavra, créeme que hay cosas peores —admite riéndose.
—Está bien. —Pellizqué mi nariz para tapar mis fosas nasales y así beber el líquido lo más rápido posible, agarrar el vaso y tomarme el agua de un trago.
—Bien, en treinta minutos el dolor ya debería de haber cesado completamente —me explica mientras deja el frasco y el vaso en el mueble de medicamentos.
—Entiendo —le respondo con los ojos entrecerrados a causa del dolor.
—¿Puedo revisar tus heridas? —me pregunta acercándose a mí.
—Claro.
Me recosté sobre la camilla, él examinó las plantas de mis pies y mis piernas, tener un vestido suave sobre mi piel es raro. Rozaba con sus dedos mis pies y me provocaba una que otra risilla, después de eso examinó mis piernas y se quedó pensativo.
—¿Hay algo mal? —le pregunto un poco preocupada.
—Tienes varios tipos de heridas en tu cuerpo; las primeras son por laceración que es un raspón en otras palabras; las segundas y terceras son cortantes y contusas por las piedras, una que otra puede ser punzante pero sería una en once que tienes. —Miró mis piernas de nuevo y las examinó—. Las punzantes aún pueden abrirse por movimientos bruscos y las cortantes ya avanzaron mucho con su proceso de curación. —Dudoso en si debiese de hablar o preguntar algo me miró a los ojos—. Puedo retirarte los puntos restantes de las plantas de tus pies y uno que otro de tus piernas, mañana vamos a retirar todo para que puedas caminar libremente.
—¡¿En serio?! —le pregunto emocionada, sentándome sobre la camilla.
—Sí, sí, recuéstate y relájate —me manda gentilmente mientras se dirige al mueble cristalino.
Recosté mi torso lentamente sobre la camilla, miré al mayordomo sonriente y él correspondió mi sonrisa alegremente.
—Puede que te quieras reír por los roces o tal vez tengas una sensación extraña, ya sabes, es normal —me avisa para tomar una silla y dejarla frente a mis pies, regresar al mueble de medicamentos y traer de vuelta una bandeja de plata con los materiales que va a utilizar.
—He tenido muchas ganas de correr, es como un impulso de mi cuerpo que quiere hacerlo, lo necesito pero mi mente sabe que no puedo y por eso no me lo permito —le confieso al aire.
—Yo sé de qué estás hablando, drapetomanía, viene del griego 'drapes' que significa fugitivo. Es la abrumadora necesidad de huir... que en tu caso es de correr —me explica viendo mis heridas con un objeto extraño en su rostro.
Levanté la cabeza para verlo mejor y una mueca en mi rostro le dio a entender que tenía muchas dudas.
—¿Qué crees que sea? —me pregunta riéndose, golpeando el objeto con sus pinzas creando un sonido metálico agudo.
—¿Un protector de cristal para sus ojos? —le digo dudosa.
—Podría ser eso —dice vacilante, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Italia, concretamente Murano, durante el siglo XIII, fue la cuna de la creación de este objeto sobre mi cara. Se les dicen gafas pero también pueden ser lentes, entre otros sinónimos, el objetivo de estas específicamente... —enfatiza tomando de una esquina las gafas—: es aumentar la realidad; justo ahora, en la posición en la que me encuentro, me permiten ver las plantas de tus pies como si estuviera así... —Se quitó las gafas y acercó su rostro a mis pies hasta que pude sentir el roce de su nariz, reí por la acción y a la vez se alejó para ponerse de nuevo los lentes—. Justo así, es un muy buen dispositivo además de que tiene otras finalidades aparte de esta.
—Entiendo, se ve muy interesante —espeto.
—Lo es —dice entre risillas—. Bueno, voy a comenzar.
Asentí con la cabeza mientras las pequeñas pinzas de plata acariciaban mis pies, eran muy frías hasta el punto en donde me dolía un poco. Jalaba delicadamente los hilos y a pesar de que me daba risa también era una mezcla de un dolor agudo con comezón, me quedé lo más quieta posible pero las risas no cesaban. El profesor sonreía de vez en cuando, con sus dedos movía mechones de su cabello detrás de sus orejas para que no estorbaran pero su paciencia no duró mucho y le pidió al mayordomo un listón.
—Aquí tiene, señor —le dice, mostrándole el listón oscuro con las dos manos.
—Muchas gracias —dejó los utensilios para tomar el listón y ató su cabello detrás con él.
Le pidió al mayordomo que le trajera un cuenco de porcelana y este así lo hizo, el profesor lo dejó en el suelo y lavó sus manos con el líquido del cuenco.
—¿Qué es eso? —le pregunto en voz alta.
—Alcohol, así desinfecto mis manos, no quiero usar guantes porque no son necesarios en esta situación —me explica.
—¿Qué son los guantes? — le inquiero, recostando mi cabeza de nuevo, mirando al techo.
—Son una prenda de protección que se usaba antes, la peste negra desató muchas invenciones médicas y una de ellas fueron los guantes de pieles para repeler la peste bubónica. Fueron hechos específicamente para proteger y son muy estorbosos. Hoy en día también hacen guantes más delgados de telas extravagantes con el fin de ser accesorios —me responde mientras continúa quitándome los hilos.
—Fueron tiempos difíciles, ¿no?
—Sí, Mavra —admite concentrado.
—Disculpen si interrumpo pero, ¿cuándo fue la revolución de esa enfermedad?, no recuerdo la fecha exacta y mi incultura es vergonzosa —pregunta el mayordomo apenado desde la puerta.
—Mavra —me menciona el profesor sin apartar su vista de mi cuerpo.
—Desde 1346 a 1353. —Pensé unos segundos perdiendo mi mirada en el techo blanco con el candelabro gigante y asentí con la cabeza cuando terminé mis cálculos—. En 1 año más se van a cumplir trescientos cuarenta y cinco años después de esa pandemia.
—Bien hecho... Ya terminé —me dice mi profesor levantado su cabeza y estirando su espalda, tronando varios huesos de ella por el movimiento.
Me senté sobre la camilla y alcé la cabeza para poder ver que había salido de mis pies.
—Ya puedes moverte libremente, niña —me aclara el doctor riéndose.
Tomé mi pie derecho con mis manos y miré mi planta, está rara, llena de pequeños relieves hacia adentro como si me hubiera apoyado sobre una textura y su marca se haya quedado en mi piel. Tenía pequeños rasguños y varios puntos de las heridas más profundas que aún debían de sanar, no se veía tan mal, mi vista viajó a mi mano izquierda y una cicatriz saltada estaba marcada en mi mano.
Giré mis ojos hacia arriba y el rostro entristecido de mi profesor me dio un golpe en el pecho de la realidad, sus dos esmeraldas melancólicas y sus comisuras caídas me hicieron decepcionarme de mí misma.
—Es una cicatriz hipertrófica, en unos años lo más probable es que desaparezca por completo porque está en la zona de la palma de tu mano —me explica para finalizar con un suspiro.
—Lo siento —espeté cerrando mi mano en un puño.
—No hay de que lamentarse ahora, Mavra, lo que tenemos que hacer es mantenerte a salvo. ¿Bien? —me dice con una media sonrisa dolorosa.
—Entiendo —respondo cabizbaja.
Se levantó de la silla y se llevó consigo la bandeja donde tenía todos sus utensilios, miré el borde de la camilla y pequeños hilos no muy oscuros con pedazos diminutos de piel muerta descansaban ahí. Me senté de forma perpendicular a la camilla para dejar mis pies al aire y alcanzar más fácilmente la silla con ruedas.
Sentí algo sobre mí, alcé la vista y el mayordomo ya estaba regalándome una hermosa sonrisa. Asentí con la cabeza y enseguida su figura delgada vino a pasos grandes hacia mí, acomodó la silla frente a mis piernas y me ayudó a no caer. Una vez sentada, a mis espaldas, el profesor estaba acomodando todo en los gabinetes y en el mueble de medicamentos, el mayordomo giró mi silla hacia la puerta y como si fuera magia el dolor de mi cabeza estaba desvaneciendo.
—Muchas gracias profesor, espero verlo después y una disculpa por todo el inconveniente —le declaro un poco triste.
—Hasta luego, Mavra, espero verte en el desayuno —me comenta sonriente.
Asentí con la cabeza y el mayordomo hizo una reverencia para marcharnos fuera de la enfermería y así perdernos entre los inmensos pasillos del castillo.
—Primero iremos al área de aseo para alistarte y después iremos con el rey, me dijo que iban a quedarse de nuevo en la biblioteca así que supongo que van a pasar todo el día allí —anuncia a mis espaldas.
—Sí, así va a ser —le digo monótona.
Caminamos un rato más, a medida que avanzábamos los adornos y arreglos deslumbrantes iban desapareciendo. Los candelabros de ser lujosos, gigantescos y llamativos pasaban a ser un poco más pequeños y nada relucientes.
—¡Mayordomo! —gritó una voz varonil y trémula a lo lejos.
—¿Alguien me llamó? —preguntó distraído, el mencionado, en voz alta.
—Creo que sí —le digo mientras giro en el asiento para encontrarme con su figura delgada frente a mí, me incliné un poco hacia un lado para mirar al fondo del pasillo y un hombre quedó a mi vista.
Saqué la mano por un lado y la agité para que me viera, el mayordomo giró sobre sus talones y miró al hombre perdido.
—¡Sirviente! —expresó en voz alta.
—¡Señor! —gritó el hombre mientras corría hacia nosotros, tenía puesto un saco negro largo y delgado que se ondeaba en el aire por la brisa al correr.
—Señor, la princesa... —Tomó una bocanada de aire antes de continuar—: y la reina solicitan su presencia —menciona entrecortado por la falta de aire.
—¿En su alcoba? —inquiere el mayordomo.
—Sí, quieren planear su día especial —declara tomando sus rodillas en un intento de no caer, dando respiros grandes y un poco más calmados.
—Está bien, lleva a Ansel al cuarto de aseo y que una sirvienta la apoye —le dice el mayordomo—. Tiene que estar lista en menos de veinte minutos, es una orden personal del rey.
—Sí, señor. —Hizo una reverencia y se quedó a mi lado mientras el mayordomo se perdía entre los pasillos a paso apresurado.
—Una disculpa por el disturbio, era algo urgente —me explica el sirviente riendo nervioso.
—No hay problema —le digo regalándole una sonrisa para girar en mi asiento y sentarme correctamente.
—Bien, ¿entonces es al área de aseo personal? —me pregunta dando pasos dudosos para avanzar.
—Sí.
—¡Bien!, la siguiente parada será el área de aseo —exclama entusiasmado.
El joven o señor, no sé cómo debería de verlo, pero no calculo más de treinta años, es muy energético y puedo asegurar que igual de carismático.
A un paso rápido nos movíamos entre los pasillos y sin dudar él daba vueltas, avanzaba o se detenía. Presentía que estábamos cerca por cómo se miraban los pasillos, casi vacíos, y también por la velocidad lenta que estaba tomando.
—Disculpe mi intrusión, pero puedo preguntar, ¿quién es usted, señorita? —me inquiere curioso.
—Claro, se podría decir que soy una candidata exitosa para ser el caballero de la princesa Dabria —espeto.
—Por todos los campos de amapolas, ¡¿usted es el caballero de la princesa?! —me pregunta entusiasmado.
—Se podría decir que sí, porque aún no lo hacen público para todos.
—He escuchado de usted, se corrió la voz no hace mucho por todo el castillo —me explica.
—Entiendo —le digo pensativa.
—¡Ya llegamos, señorita! —anuncia después de unos segundos.
Miré lo que estaba frente a mí y tenía razón, era la puerta oscura y sencilla del cuarto de aseo. Detuvo mi silla frente a ella y él caminó frente a mí para abrirla, regresó a mis espaldas y me empujó dentro. Una vez que atravesamos la primera vista que ofrece cualquier cuarto de servicio, y también las dos puertas grandes para el salón de los cubículos, como pura coincidencia me dieron ganas de hacer mis necesidades, como dijo la primera joven que conocí en esta zona.
Sonreí ante el recuerdo, pero reaccioné rápido al ver que estábamos por entrar al área de las bañeras.
—Señor —le digo en voz alta.
Nos detuvimos secamente y soltó un jadeo.
—Me asustó, señorita, ¿qué pasa? —me inquiere.
—¿Puedo usar el inodoro? —le pregunté dudosa.
—Claro que puede —me aclara.
Retrocedimos un poco y nos detuvimos en el primer cubículo, abrió la puerta y un cajón de madera con un agujero en el centro, con un margen grueso de porcelana, quedó a mi vista.
—¿Solamente es sentarse en medio y hacer tus cosas? —le pregunto anonada.
—Así es, ¿requiere de mi ayuda para sentarse? —me ofrece su apoyo gentilmente.
—No, muchas gracias, pero si puede ayudarme a detener la silla en lo que me traslado al otro lado le agradecería mucho.
—Claro que sí.
Me empujó dentro del cubículo hasta que casi mis rodillas golpearan el cajón de madera, sostuvo la silla con firmeza y con ayuda de mis brazos logré sentarme en el inodoro, tuve cuidado de que el vestido no se fuera adentro. Ni siquiera pude ver su interior y el sirviente ya se estaba marchando.
—A un lado tiene una esponja empapada en agua de rosas, eso lo utilizamos para limpiarnos —me explica riendo nervioso.
—No tiene que estar nervioso, señor, muchas gracias por su ayuda y yo me encargo del resto —le digo regalándole una sonrisa.
Sacó la silla del cubículo y antes de cerrar la puerta asintió con la cabeza.
—Iré por una dama para que la apoye en el área de aseo, hasta luego caballero.
Después de eso se marchó con mi silla, no tenía ni idea de a donde la llevaba pero supongo que fue por el nerviosismo que sentía. Reí ante su acto y levanté mi vestido hasta mi pecho para no ensuciarlo y bajé como pude mi ropa interior. Solo me dieron ganas de deponer heces, pero tenía miedo porque no sé qué es lo que hay allá abajo, el agujero lejano de mi casa tenía tierra y a veces agua pero aquí no sé qué me puedo esperar.
Miré la esponja extrañada y fruncí el ceño al hacer fuerza en mi abdomen, solo escuché como un objeto pesado cayó al agua. Levanté una de mis nalgas del asiento para mirar por el agujero y pude ver escasamente algo con agua, me imagino que puede ser una cubeta o un cuenco. Me senté de nuevo, mantuve mi respiración para hacer silencio y saber si alguien estaba por aquí, aguanté unos segundos y al no escuchar nada continué con lo que estaba haciendo.
No pasó mucho tiempo cuando terminé, tomé la esponja dudosa y limpié mi ano con ella en un intento de no llorar por lo extraño que era todo esto. No quedó mucha materia fecal en ella pero si podías deducir que alguien la usó fácilmente, la dejé en la esquina más alejada de la caja de madera y solté el vestido de seda sobre mis piernas.
Para no pensar en lo que acabo de hacer me enfoqué en el vestido; es una tela blanca, suave y brillosa. Rocé con mis dedos todo su material y me quedé sentada esperando a no sé qué.
—Ayuda —le dije al aire.
Golpeteaba mis pies contra la caja de madera, tomé mis calzoncillos y moviendo mis caderas de un lado a otro logré subirlos por completo. Apenas me di cuenta de que la porcelana es muy cómoda, se puede decir que el grosor se adapta a tu figura.
Un estruendo me hizo brincar en el asiento y un jadeo salió de mis labios.
—Señorita, ¿dónde está? —pregunta una voz femenina en voz alta.
—Aquí —digo susurrando.
Me incliné hacia enfrente y abrí la puerta con mis manos.
—¡Es usted! —exclamé.
—Buenos días, Mavra —me saluda sonriente la primera sirvienta que me ayudó a asearme, con la silla en sus manos.
—Buenos días —le digo cabizbaja.
—Supuse que el señor que te atendió antes estaba un poco nervioso porque se llevó consigo todo y tu silla, me dijo que fue porque no podía creer que estuviera atendiendo al caballero de la princesa —me explica entre risas mientras mete la silla con ruedas al cubículo.
—Sí, así fue —digo riéndome también.
Al final me llevó al área de bañeras, resulta que estaba preparando la mía pero cómo no me veía llegar decidió salir a buscarme.
Estando ya dentro platicamos acerca de lo que he estado haciendo y como le ha ido a ella.
—Vaya, ¿todavía tienes que leer más? —me pregunta preocupada mientras talla mi pierna delicadamente con una toalla suave.
—Sí, pero no creo que sea tan horrible esta vez —le digo sonriente.
—Eso espero —dice molesta falsamente.
Reí ante su expresión y ella terminó de lavarme.
—Listo, ya terminamos, por cierto, el atuendo de hoy me parece divino —me comenta emocionada.
Me ayudó a salir de la bañera y nos dirigimos de nuevo a su recámara.
—¡Mira esto! —exclama sonriente.
Entramos a su habitación y una tela blanca y otra negra resaltaba sobre su cama. Nos acercamos lo suficiente y pude ver claramente un pantalón corto negro con una camiseta blanca que contrastaba con la parte baja.
—Es lindo —le digo sonriendo.
—¡Claro que lo es!
Asentí con la cabeza y me coloqué las prendas con la misma técnica que usamos antes.
—Vamos con el doctor Salvatore para que te ponga unas nuevas vendas, ¿por qué antes no traías puestas unas?
—Porque me quitaron varios puntos hoy, mañana mis piernas van a ser libres de nuevo —le respondo emocionada.
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Dato importante/curioso: En 1851 el médico Samuel Cartwright (1793-1863) planteó la existencia de la Drapetomanía. El nombre provenía del griego "drapetes" (esclavo, fugitivo) y "manía" (locura, enfermedad). Se la definía como el "ansia de la libertad" o expresión del sentimiento del esclavo por escapar de su amo.
Aunque el término aún no existía en el siglo XVII me llamó mucho la atención y decidí ponerlo, ¡espero que les guste!
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