Capítulo. XVII

No pasó mucho tiempo cuando dos sirvientes entraron con bandejas de plata sobre sus hombros, la forma en la que las tomaban era rara. Con la palma de su mano forman una base segura y plana para que la bandeja no caiga, los platillos están cubiertos con cuencos de cuarzo bocabajo y estos en la parte posterior tenían una agarradera de oro.

Un sirviente se paró al lado izquierdo del rey y su acompañante hizo lo mismo conmigo, dejaron las bandejas frente a nosotros y el que estaba junto al rey habló.

—Frente a usted su majestad, cortes de uno y dos centímetros de diferentes tipos de carnes. Podemos encontrar en el platillo carne de pollo, cerdo y de ternero, todas se encuentran en término tres cuartos y si desea otro en seguida se lo brindaremos. Acompañando el platillo fuerte tenemos varias verduras al vapor con mantequilla como zanahoria, tomatillos, coliflor, calabacines y espárragos verdes. —Carraspeó su garganta—. También le trajimos las rebanadas de pan blanco que nos ordenó. —Destaparon los platos y exactamente como lo describió está el platillo frente a mí.

El vapor de la carne y de las verduras golpeó mi nariz y en mi boca sentí como se creaba saliva excesiva, tragué todo ese líquido y el rey por alguna razón se rio un poco.

—Vamos, Domènech, comamos —me manda el rey.

Lo miré e hice una inclinación con la cabeza torpemente, el olor de la comida es exquisito. Otra vez soltó una de sus risillas pero ahora tomó sus cubiertos y cortó la carne; miré lo que estaba haciendo y copié sus movimientos, al igual que como lo hizo mi profesor antes, tomé el cuchillo con la mano derecha y con la izquierda aseguré la carne con el tenedor.

—Aprendes rápido, no dejas de sorprenderme —comenta aún con sus ojos en el plato.

Lo miré extrañada porque detrás de sus palabras se esconde algo más, no solo lo menciona en nombre de este momento. Dejé de lado su comentario y me concentré en mi plato, la carne derramaba sus jugos claros sobre la base de porcelana y la verdura cedía su dureza al vapor ardiente. Pinché un objeto anaranjado y lo ingerí, la textura es rara y su sabor igual pero al mismo tiempo me agrada. Tomé otra misma rodaja y esta vez la mastiqué con calma. Miré al rey y como si me hubiera leído la mente contestó mi futura pregunta.

—Esa es la zanahoria —aclara mientras toma una rebanada de pan—. Toma lo que gustes.

Asentí con la cabeza y los pedazos de carne que corté me los comí. El pollo es como el mismo de esta mañana, la carne de cerdo igual pero el ternero muy diferente. Miré los movimientos del rey y tuve que volver a mirar porque no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo; deshacía el pan en trozos medianos y con eso envolvía sus cortes de carne para ingerirlos, se ve bien así que ¿por qué no probarlo?

Estiré mi brazo izquierdo hacia el pan y al ver que no iba a llegar me apoyé con la mano derecha sobre el soporta brazos de la silla para levantarme un poco y lograr alcanzar mi objetivo. Tomé el pan y me dejé caer en la silla para que mi muñeca no se lastime, miré al rey asustada y una disculpa salió de mis labios por mi mala etiqueta.

—Eso que acabas de hacer fue una estrategia inconsciente, sabías que no lo alcanzarías y por eso recurriste a otro apoyo que en este caso es tu otro brazo —me explica con sus ojos atravesando hasta mi alma.

Asentí con la cabeza y comencé a mirar a los lados, la imagen que tengo ahora suya es terrorífica. La pared roja a su espalda y esa presencia tan pesada que tiene me transmite emociones extrañas que no son nada agradables.

El tiempo se fue volando y cuando menos lo pensé mi plato ya estaba vacío, mi estómago estaba satisfecho y el sueño me comenzaba a dominar.

—Vámonos, aún te faltan muchos libros y tenemos que debatir más —anuncia el rey.

Asentí con la cabeza mientras él se levantaba de su silla.

—Su majestad —lo despide el sirviente, el mismo que me trajo hasta aquí hace rato, en una reverencia.

El rey se marchó y el sirviente me movió de la mesa para dejar la silla correspondiente a ese lugar.

—Disculpe, ¿puedo hacer algo antes de marcharnos? —le pregunto al sirviente.

—Supongo que sí, caballero —me contesta intrigado.

—Déjeme lo más cerca a esas puertas, me gustaría abrirlas por mi cuenta —le comento mientras señalo por donde entramos hace rato—. Cuando las abra nos apresuramos para ir con el rey, ya sabe que no le gusta la impuntualidad —le digo asintiendo con la cabeza.

—Sí, tiene razón, caballero —acotó sin inquirir sobre el porqué de mi decisión.

Hizo lo que le pedí, a unos centímetros de que mis rodillas tocaran las puertas yo sabía que esos hombres estaban detrás de ellas.

—Señor, ¿me puede ayudar a empujarlas?, como puede ver no creo tener la suficiente fuerza para hacerlo sola —le pregunto susurrando.

—Sí, claro —me responde en el mismo tono.

—A la cuenta de tres —digo con una mano en cada puerta y una sonrisa de oreja a oreja.

—De acuerdo —se colocó detrás de mí, arriba a la par de mis manos descansan las suyas listas para empujar.

Sentí su respiración en mi cabeza y cuando miré hacia arriba pude ver una tierna sonrisa en sus labios.

—¿Listo? —le pregunto entre risillas y en voz baja.

—Siempre, caballero.

—Uno, dos... ¡tres! —Empujé las puertas lo más fuerte posible pero la fuerza del sirviente me ganó y se las llevó casi volando.

Dos gritos agudos guturales y un estruendo resonaron por el pasillo, rápidamente el sirviente tomó el respaldo de la silla con ruedas y me empujó fuera del comedor. Caminamos unos metros para perdernos en los pasillos pero no sin antes despedirme de mis queridos groseros.

—No me vayan a olvidar mis florecitas, cuando menos lo esperen voy a estar detrás de sus espaldas —espeto en voz alta para que me escuchen.

Dimos la vuelta en una esquina e intenté memorizar el camino para no perderme cuando los venga a buscar. Una carcajada ruidosa salió de mi boca y el sirviente me acompañó.

—¿Pudo ver algo, señor? —le inquiero aún riéndome.

—Creo que uno de ellos cayó derecho al suelo.

Nos reímos un rato más y hablamos de como esos señores hablaron mal de nosotros, le pregunté la razón por la que no había hecho nada en ese momento y me dijo que porque hacer un escándalo delante del rey por esa tontería iba a ser en vano.

—Entiendo lo que dice pero esa es una gran falta de respeto hacia nuestra persona —le comento un poco molesta.

—Así funciona esto, caballero.

—Cambiado de tema —comienzo para no hacerlo sentir mal—. ¿Hay algo que me recomiende para no perderme en estos pasillos?, cuando tenga mis piernas de nuevo me van a hacer moverme de arriba a abajo y necesito ubicarme fácilmente.

—Que su intuición la guíe, aprenderse el mapa del castillo entero es una pérdida de tiempo. No vale la pena memorizarlo, es mejor si explora sola y se acostumbra a estas paredes —me responde relajado.

Todos los pasillos tenían candelabros gigantes y también las paredes, se podría decir que son candelabros para pared, supongo. Es como quitar una pieza del candelabro y ajustarla a la pared, la herrería es la misma y el color también. Cuando menos lo esperé ya estábamos frente a las puertas blancas con arreglos de oro a más no poder. El sirviente caminó frente a mí para abrirlas, aún me sigue impresionando lo inmensa que es la biblioteca del rey.

—¿Me pueden explicar la razón de su demora? —nos cuestiona el monarca a espaldas en voz alta, se encontraba en la misma mesa donde leí los libros pero esta vez estaba llena. Eran hileras de más de veinte libros cada una, y no son pocas.

El sirviente sin dudar me empujó dentro, no antes sin cerrar las puertas, todavía no hacía algo y el sueño ya me estaba arrullando. El rey caminó hacia el lado contrario de la mesa y me fulminó con la mirada, las velas y la oscuridad estaban a su favor no voy a mentir. Sus cejas creaban una sombra hasta sus mejillas y sus pómulos estaban muy marcados, estaba viendo a la muerte en persona.

—Leeremos hasta que ya no podamos más, mañana también haremos lo mismo. El 28 a primera hora te van a retirar lo que sea que tengas en tu cuerpo en estos momentos y por la tarde te pondré a prueba —comienza a explicarme.

—Entiendo, su majestad.

—Estos días no van a ser muy agitados, el 30 cae en miércoles y va a haber un evento grande en el reino para corroborar alianzas externas, tú todo el tiempo te harás pasar por un noble de otro reino pero ese día quiero que vigiles a mi hija desde lejos y si es necesario te acerques a protegerla —me ordena.

—Sí, su majestad —concordé asintiendo con la cabeza.

—Estos son más libros de guerra y uno que otro de defensa, iré a leer a otra parte para no molestar. No creo que termines así que vendré por ti cuando yo lo haga. —Tomó una pila entera y la dividió entre sus manos, caminó hacia la oscuridad y salió del círculo de luz.

Miré desafiante las pilas de libros y suspiré, iba a ser una noche larga pero tengo que leer lo más que pueda, el rey me acaba de subestimar otra vez.

Tomé un libro y otro, inhalaba cada hoja como si fuera el aire más puro sobre la faz de la tierra. Abría cada tapa y deducía su material con el tacto, unas eran de madera, otras simplemente de un material rígido, como muchas hojas agrupadas y comprimidas, pero no pasaba mucho tiempo para que cerrara aquel cuerpo lleno de información. Casi a la mitad de mi decimoséptimo o decimoctavo libro, perdí la cuenta sinceramente, mi cabeza me pesaba y caía como si ninguna fuerza la sostuviera, pero siempre a punto de golpearme en la mesa frenaba en seco. Me recomponía por cada cabeceo pero se me dificultaba a medida que pasaba el tiempo, quiero seguir leyendo pero mis ojos ya no pueden más. Recargué delicadamente mi frente sobre la mesa de madera oscura y cerré los ojos un momento, respiré hondo y exhalé todo el aire de mis pulmones.

—Déjame leer un libro más —me dije a mí misma en voz alta.

Alcé la cabeza lentamente y devoré las palabras como pude. Cada página se me hacía eterna y el sueño me quería someter a sus encantos, llegué a la biografía del autor del libro y me desparramé en mi silla libremente.

—Un libro más —me dije de nuevo.

Tomé el que estuviera más cerca de mí, me senté correctamente, respiré hondo y comencé a leer. Me forzaba a releer cada palabra por más que no entendiera y no pudiera comprender las oraciones, las ganas de levantarme y salir corriendo se apoderaron de mí. Ver mi estado actual me desespera demasiado, quiero volver a sentir el suelo frío sobre la planta de mis pies.

Algo se apoderaba lentamente de mí al pasar los minutos, tenía que moverme o si no ese sentimiento de desesperación inundaba mi cabeza. Golpeaba mis rodillas contra la mesa esperando a que las últimas páginas se desintegraran ante mis ojos pero las tenía que leer, es una falta de respeto hacia el autor el que no termine el libro ahora y es rendirme ante el pensamiento que tiene el rey de mí. Parecía como si la mesa estuviera jalando mi cabeza hacia ella pero yo no permitía que impactará en su superficie plana, leía más rápido y entre más avanzaba mis ojos se cerraban.

Terminé el libro, a la par de cerrar la contraportada mi cabeza cayó sobre mi brazo y un quejido salió de mis labios.

—¿Te rindes? —pregunta alguien desde las sombras.

—No —respondo sin voltear.

—Continúa entonces —me ordena esa voz ronca y varonil.

Con mi otro brazo tomé cualquier libro de las hileras verticales y una columna cayó sobre la mesa, levanté la cabeza y abrí el libro lentamente.

—¿Etiqueta? —pregunté en voz alta al ver el título del libro.

—Sí, Domènech, algo que te hace falta —me dice la figura oscura acercándose al círculo de luz que crean sobre el suelo los candelabros.

Miré al rey y su rostro de indiferencia ya no me sorprendía.

—Deja eso, vamos a dormir. Hoy, unas horas más tarde, vas a releer todos los libros y los que aún te hacen falta —me anuncia mirando las columnas—. Después debatiremos acerca de los temas, ¿entendido?

—Sí, su majestad.

Con los párpados pesados y los ojos entrecerrados logré mirar al sirviente con el que compartí carcajadas antes a lo lejos, se acercó a mí y me llevó fuera de la biblioteca.

—Vamos, caballero, la llevaré a su dormitorio asignado.

—Muchas gracias —le dije en voz baja.

—No hay de qué —susurra a mis espaldas.

No pude mirar con claridad los pasillos, todos me parecían idénticos y mi cabeza daba vueltas. No sé en qué momento llegamos pero cuando entramos al cuarto de servicio el mayordomo estaba sentado junto a una joven en la mesa frente a la cocina.

—Buenas noches, Ansel —me dice en un tono bajo para acercarse a mí.

—Buenas noches, mayordomo —le respondí en el mismo tono ya con los ojos cerrados.

—Sé que estás muy cansada pero tienes que cambiarte, el sastre te hizo un vestido para dormir —me dice alegre y en voz baja, con un gesto rápido le dijo al otro sirviente que él se encargaba de ahora en más y antes de que se retirara le agradecí de nuevo.

—Hoy un poco más tarde tenemos que arreglarte rápido porque el rey así lo ordenó, creo que van a volver a la biblioteca —me explica empujándome hacia las puertas blancas.

—Entiendo —digo en una voz que solo yo puedo escuchar.

La joven entró al cuarto junto a nosotros y cerró la puerta delicadamente, varios sirvientes ya estaban durmiendo profundamente y no queríamos despertarlos. El mayordomo me empujó detrás de una división hecha de madera con cortinas, se podría decir que es un pequeño vestidor. Encendió una vela y la dejó en una mesa oscura, entró la joven con una tela en las manos y salió él.

—Buenas noches, señorita, voy a apoyarla con su camisón —me saluda la jovencita.

Asentí levemente y desabroché como pude los botones de mis piernas, ella me ayudó con los de mi espalda y retiró la pieza de tela negra. Me puso el camisón de mangas largas hecho de seda por la cabeza para que yo hiciera todo lo demás, le comenté la técnica para poder quitarme los pantalones sin hacer muchos movimientos y ella no dudó en hacerlo.

—Muchas gracias y lo siento por el inconveniente —espeto apenada y adormilada.

—No fue nada, señorita —me replica negando con la cabeza.

Me llevó hasta la última cama con otra sobre ella y esta vez no pensé mucho en si podía caer sobre mí, simplemente me levanté de la silla y me acosté.

—Muchas gracias —le susurré de nuevo con los ojos cerrados.

Sopló la vela y pude ver sobre mis párpados como esa luz borrosa desaparecía, sus pasos se alejaron y salió de la habitación. No me molestó ningún ronquido o las conversaciones nocturnas de los sirvientes consigo mismos, caí en un sueño profundo y quería que fuera eterno.

Siglo XVII, 1697, 27 de junio
7:40 A.M.

—Ansel, despierta.

Me levanté en un quejido y llevé mis dos manos a mi cabeza, parecía que estaban golpeándome desde dentro.

—Vamos a arreglarte rápido, el rey te está esperando —me anuncia el mayordomo.

Mi cabeza daba vueltas, abrí los ojos y el vértigo invadió mi vista.

—No estoy bien —le digo en un susurro.

—¿Qué sientes? —me pregunta para sentarse sobre la cama y mirarme con un rostro preocupado.

—Mi cabeza, siento que se va a romper —le explico apretando los ojos.

—Vamos con el doctor Dante y después, si te sientes mejor, terminamos de hacer nuestros deberes —me comenta ya más relajado.

—Está bien.

No me preguntó si necesitaba ayuda esta vez, me tomó por debajo de los brazos y con un poco de mi esfuerzo logré sentarme en la silla con ruedas. A un paso apresurado podía sentir al mayordomo nervioso detrás de mí, con mis ojos cerrados y una ligera brisa golpeando mi rostro reconocía el camino. Por primera vez sabía a donde íbamos y qué dirección tomar, sonreí ante el pensamiento de poder reconocer la ruta a ciegas.

—Unos metros hacia enfrente y un último giro hacia la izquierda —anuncio en voz alta.

—Estás en lo correcto.

No tardamos mucho en llegar, nos detuvimos repentinamente y por alguna razón sentía que estaba frente a la puerta sin mirarla. Es un sentimiento extraño, una corazonada. Abrí los ojos y mi cabeza dolió provocando salir un quejido de mis labios. El mayordomo no tardó en avisar al profesor que estaba aquí y rápidamente me atendió.

—Mavra, por el mundo entero, casi me da un infarto, creí que te pasó algo muy malo —expresa preocupado mi profesor.

—No es nada, solo una pequeña molestia en la cabeza —le explico con los ojos cerrados.

—No sabía qué hacer y lo único que se me ocurrió fue traerla aquí —le dice el mayordomo nervioso.

—Gracias —le responde el profesor, y yo sé que en su rostro tiene una sonrisa por el tono que usó—. ¿Qué tanto leyeron ayer?

—Muchos libros estratégicos, por cierto, mayordomo, el rey me pidió leer un libro de etiqueta pero creo que es mejor que usted me lo enseñe personalmente —le comento.

—Claro que sí, Ansel —acepta más relajado.

—¿Sabe cuánto duraron ahí? —pregunta mi profesor.

—Terminaron a las tres con veinticuatro de la mañana.

El profesor refunfuñó y yo intenté abrir de nuevo mis ojos para que un latigazo de dolor me hiciera apretarlos, pero lo volví a intentar y esta vez lo logré.

—Buenos días, Mavra —me saluda mi profesor sonriente frente a mí.

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Damas, caballeros y a todas las personas detrás de su pantalla.

Humildemente vengo a presentarles ni más ni menos al: Dr. Dante Cabot Salvatore

¡Muchas gracias por leer!, no olviden dejar algún comentario sobre la historia y votar en los capítulos. 😄

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