Capítulo. XV

—¿Qué mal le hicieron las pobres puertas, señorita? —le pregunta el mayordomo a la dama.

—Nada, señor —aclaró de forma entrecortada.

—Mira, mira cómo es —me susurra mi profesor mientras se ríe.

—¿Tengo que enseñarle cómo se abre una puerta? —le pregunta.

—No, señor, fue mi error.

—Que no se repita, si hay alguien adentro o no ese tipo de comportamiento no lo voy a aceptar —señala en un tono molesto.

—Así será, señor, una disculpa —dice la joven haciendo una reverencia.

El mayordomo en solo dos pasos se colocó de forma pulcra al lado de la puerta, con la espalda erguida y sacando un poco el pecho dejó pasar a la señorita. Era una joven de aproximadamente veinticinco años; con una bandeja de oro y platos llenos de colores llamativos se acercó a nosotros.

—Aquí tiene capitán y caballero. Una disculpa por mi intrusión, por favor disfruten sus alimentos —explica finalizando con una reverencia del torso para marcharse junto al mayordomo.

—No había visto esa faceta suya —comenté en voz alta.

—Cuando se trata de su trabajo él es muy serio, en todos sus ámbitos —me responde mi profesor.

—Entiendo.

—¿Sabías que somos uno de los primeros reinos que aplica lo que es el desayuno en las comidas? Nosotros antes solo teníamos la comida al medio día y una cena ligera, pero desde que llegó esta comida en la mañana muchas cosas cambiaron —comienza explicándome—. La palabra significa literalmente romper el ayuno de la noche, y créeme cuando te digo que la nación entera se volvió más energética por agregar una tercera comida. Cambió demasiado a las personas, y a mí en lo personal me encanta —señala riendo y susurrando las últimas ocho palabras.

—Escuché que las personas a veces cambian repentinamente su actitud por el hambre —le comento entre risillas.

—Y así es Mavra, por el simple hecho de la falta de energía en el cuerpo y esa molestia en el estómago la gente cambia su comportamiento.

Le echó un vistazo a mi plato para fruncir el ceño y levantarse de la mesa rápidamente, con pasos largos y pesados salió por las puertas hacia la cocina. Miré el cuenco que tenía al frente y no pude notar nada extraño; es una sopa blanca y espesa con trozos de trigo, lo único que reconozco de todos los platillos es el pedazo de pan al lado de mi plato. Ni un minuto después el estruendo de las puertas me hizo brincar de mi asiento, el profesor se acercó con pasos largos hacia mí y atrás de él lo acompañaba el chef.

—Mire, ¿qué es eso? —cuestiona el profesor a mi lado, apuntando a mi plato y en un tono molesto.

—Lo siento mucho, capitán. No sabía que le sirvieron eso al caballero, discúlpeme. Estoy muy apenado —expresa el chef aterrado por lo que pueda decir mi profesor.

—Traiga sus mejores carnes, quiero ver esta mesa llena de proteína —ordena mi profesor sin mirarlo.

—Claro que sí, capitán. —Con el miedo en su cuerpo el chef se marchó rápidamente.

—¿Qué hay de malo con estos alimentos, profesor? —le pregunto extrañada, siguiéndolo con la mirada mientras él toma asiento de nuevo.

—A gente de clase baja solo se les autoriza comer cereales y verduras, a veces legumbres y frutas pero nunca carnes. La proteína, que es todo de origen animal, solo la ingieren personas de clase alta, la realeza y nuestro ejército —me explica molesto viendo las puertas del comedor amenazante.

—Entiendo, ¿y para qué sirve? —le inquiero curiosa.

—Nuestro cuerpo la utiliza para la formación de los músculos, tendones, tejidos y órganos. Además de formar parte de la elaboración de enzimas, hormonas y otra cantidad importante de moléculas esenciales para el cuerpo —me aclara ya un poco más relajado.

Las puertas se volvieron a abrir pero esta vez con más delicadeza, el chef junto a otros cuatro ayudantes entró con bandejas de plata llenas de comida un tanto oscura y a sus costados colores llamativos para que no se pierda el interés. Con delicadeza dejaron los platillos en el centro y el chef los presentó.

—En el centro tenemos pollo rostizado al carbón y carne de cerdo a la leña, las dos carnes se encuentran en término medio, sí desean algún otro termino con gusto podemos cocinarlo. Al frente; usted señorita tiene trigo y avena con leche junto a un pan horneado recientemente, y usted capitán tiene una ensalada de lechuga verde y morada junto a frutos como el durazno y ciruela, entre otros, acompañado de un queso de cabra y trozos de pollo en término tres cuartos, bañada en la salsa agridulce que le agrada y sellado con nueces —explica el chef un poco nervioso.

—Gracias chef, una disculpa —le comenta sincero—. Una última cosa —espeta repentinamente mi profesor.

—¿Sí?, capitán —le pregunta inquieto.

—Ella —dice mientras me señala con la mirada—. No es cualquier caballero, y no se preocupe, haremos como que usted no sabía que ella es el caballero de la princesa. ¿Entendido?

—Claro que sí, capitán —espeta el chef pálido.

Los otros hombres que acompañaban lo tomaron de los brazos y lo apoyaron hasta salir del comedor. Mi profesor dejó escapar una que otra risilla y tomó sus cubiertos para comer.

—Toma lo que desees, ¿gustas de la ensalada?

—Sí —le respondo sonriente.

—Sé que te va a gustar, este aderezo es magnífico y ni hablar del queso —me dice mientras toma una cuchara y tenedor para dejar ensalada en mi plato.

—¿Qué es el queso? —le inquiero.

—Todo empieza de la vaca, que produce la leche. El queso es un alimento sólido que se obtiene por maduración de la cuajada de la leche una vez eliminado el suero; sus diferentes variedades dependen del origen de la leche empleada, de los métodos de elaboración seguidos y del grado de madurez alcanzado —me explica.

—Entiendo, supongo que el queso de cabra viene de una cabra —aclaro entre risillas.

—Sí, es extraño porque son animales a simple vista muy diferentes.

Tomé un bocado de cada alimento por separado y fue la gloria, en mi vida había probado algo tan delicioso.

—¿Está bueno? —me pregunta mientras yo llenaba mi boca de carne de pollo.

Asentí con la cabeza repetitivamente y él me regaló una bonita sonrisa. Ingerí los alimentos y probé de nuevo cada manjar.

—Mira —señala mientras deja una bola roja sobre mi plato con su cubierto—, es un tomate, este está en la categoría de frutas.

Lo pinché con mi tenedor y lo metí a mi boca, era una textura extraña por adentro pero no sabe mal. Supongo que hice una cara rara porque mi profesor no paraba de reír. Tragué la fruta y saboreé lo que dejó en mi boca.

—¿Sabe bien? —me pregunta riéndose.

—Es raro, pero no está nada mal —le digo con una sonrisa.

—Ay, mi querida Mavra, tan pura.

Terminé con mis alimentos y el profesor hizo lo mismo, nos desparramamos en las sillas de lo llenos que estábamos. Sentí algo extraño en mi estómago y algo grande recorrió mi esófago, me senté derecha en la silla espantada por lo que era. De mi boca salió un aire ruidoso y me quedé impactada por ese ruido tan extraño.

—¿Qué...

Las risillas del profesor me impidieron hablar y el mismo ruido mezclado con aire salió de su boca, se reincorporó en la silla y me miró.

—Es un eructo, son gases del estómago, nada de otro mundo. Muy al sur eso se considera como que la comida fue muy buena, aquí es de mala educación, aunque me parece gracioso. Si tienes practica puedes hacerlo cuando quieras y donde sea como yo —anuncia para soltar otro eructo y unas carcajadas.

—Entiendo —digo riéndome también.

Las puertas fueron abiertas y nuestras risas se callaron al instante, giramos nuestras cabezas ya serios para ver de quien se trataba y era el mayordomo.

—Dios mío, ¿quién ha entrado antes para que reaccionen así? —nos pregunta mientras camina hacia nosotros.

—Nadie, señor —le responde mi profesor sonriéndole.

—Claro —le dice con los ojos entornados.

—¿Para qué nos necesitaba, señor? —le inquiere mi profesor.

—A usted lo busca la reina, capitán. Ansel y yo tenemos unos pequeños asuntos pendientes —le responde mientras me mira en esa última oración.

—Entiendo, bueno ya terminamos —interviene para levantarse de la mesa—. ¿Necesita de mi ayuda para llevar a Mavra?

—No, capitán, muchas gracias igualmente. La reina lo espera en los jardines del ala contraria.

—¿Recuerda si hice algo mal o dije algo, mayordomo? —le pregunta nervioso y tartamudeando.

—No, capitán, pero igual sea cauteloso con sus palabras —le responde también riendo nervioso.

—Gracias —espeta con el rostro en blanco.

Con una reverencia el mayordomo despidió a mi profesor. Se acercó a mí para tomar el respaldo de la silla con ruedas y así sacarme de ese lugar en la mesa, caminó hacia el asiento al que le pertenece ese espacio y lo dejó gentilmente en su lugar. Me empujó fuera de aquel hermoso comedor con tonalidades cálidas y atravesamos la cocina, el chef se nos acercó e hizo una reverencia con el torso.

—Mil disculpas, caballero. No fue mi intención faltarle el respeto —me expresa apenado.

—No tiene por qué disculparse, sé que yo no aparento nada en esta posición —le digo señalando con la cabeza la silla en donde estoy sentada—. No se preocupe por nada, señor —finalicé haciendo una reverencia con la cabeza.

Él me acompañó con otra reverencia y el mayordomo se despidió de ellos por mí. Nos perdimos de nuevo en aquellos pasillos que parecen más un laberinto.

—¿Por qué mi profesor tiene el título de capitán?, yo sé que hay una razón más fuerte para ganar eso —le pregunto al mayordomo mientras camina conmigo.

—Es una larga historia, pero aprovecharé el camino. —Inhaló profundamente y comenzó a hablar—. Después de varias veces intentar quitarse la vida el rey lo reclutó con tal de apoyarlo, él inició como un cabo en guerra, funcionó por una parte pero por otra no.

—¿Cómo? —le inquiero extrañada.

—Te seré directo y sincero, él no le tenía miedo a la muerte, más bien la retaba —hizo una pausa y continuó hablando—. Todo comenzó con una de las últimas guerras en el territorio, él se encontraba estudiando medicina por lo que el rey le concedió el servicio de médico de combate.

—¿Ese puesto equivale a ser el médico en el campo de batalla? —le pregunto curiosa.

—Así es, en la primera guerra logró salvar a más de sesenta hombres que a simple vista no tenían una posibilidad de sobrevivir —me explica.

—¿A simple vista? —insisto.

—Sí, un ejemplo es que estén desangrados o también que les falte una extremidad. Nada le impidió a Dante ir de cuerpo en cuerpo en busca de vida, y encontró tanta que después de esa guerra subió automáticamente a alférez.

—Increíble. —Aunque no tengo ni idea como se manejan los niveles del ejército.

—Dos guerras después creó una marca histórica, en tres guerras salvo a más de doscientos hombres y eso le dio paso a su título de capitán. Se declinó del ejército hace un año y medio o dos si mal no recuerdo, y ya no se contará con él si llega a volver esa época oscura.

—Entiendo. Todas esas guerras ¿dónde se desataron?, que yo recuerde nunca vi nada como eso aquí.

—Al sur, luchábamos por parte de nuestro territorio —me responde.

Me detuvo frente a la puerta del cuarto de servicio y fuimos directamente a su oficina. Llena hasta más no poder como siempre y un poco ordenada, el olor a papeles y libros antiguos golpeó mis fosas nasales. Inhalé el aire y solté un suspiro en un intento de sacar la presión que sentía.

—¿Lista para la respuesta de tú carta? —me pregunta emocionado el mayordomo.

—Tengo miedo —le confieso decaída.

—No lo tengas, Ansel, todo va a estar bien porque se trata de tu familia —me alienta, regalándome una cálida sonrisa.

Correspondí su gesto y me preparé para lo que sea que estuviera escrito en ese papel.

—Aquí tienes —me dice mientras me entrega la carta en las manos.

—Gracias —le digo apretándola.

Abrí el sobre delicadamente, rompiendo el sello rojo de lacre. Saqué de ahí una hoja más larga que la que había usado el mayordomo para la mía, tres diferentes tipos de letras se encontraban con tinta negra sobre la hoja. Cada uno escribió sus tres párrafos menos Benedict, yo sé que fue él el que no se limitó en la hoja.

Cos d'or, 1697, 26 de junio.

Mi querida Mavra:

¿Cómo te encuentras?, ¿ya estás mejor?, ¿tus heridas han sanado? Estamos preocupados por ti y tu salud pero créeme que confiamos plenamente en ti hija.

Esperamos que sanes pronto y pase lo que pase nosotros nunca vamos a dejar de amarte, sé que es un momento difícil para ti el poder asimilar todo esto pero no dudo en que lograrás tomar las riendas de nuevo.

Todo va a estar mejor, te lo prometo.

—Eliezer.

Mi Mavra:
¿Cómo te sientes pequeña?, espero que mucho mejor desde aquel día. Diles a tus piecitos que sanen pronto porque tienes que correr libremente de nuevo, como lo hacías con Benedict.

Quiero que sepas que te amo con todo mi corazón y te doy las gracias por elegir el bienestar de nuestra familia, pero tienes que preocuparte por ti también mi pequeña.

Yo sé muy bien que hay sentimientos encontrados y pensamientos que hieren pero con cualquier decisión que tomes u acción que hagas, y que eso no te haga daño, yo siempre voy a apoyarte independientemente de los demás, siempre recuérdalo.

—Aleyda.

Para mi hermanita enanita:

No creo que te hagan llorar esas cartas tan secas de nuestros padres pero si yo me lo propongo yo sé que te puedo hacer llorar un río entero. JA, JA, JA (eso es una risa, lo aprendí de mis compañeros)

¡Oye!, también aprendí a escribir y a leer por si no se entiende algo ya sabes la razón. Esta es la primera carta que escribo y aún me falta mejorar mi letra.

A lo que voy es que te perdono, y lo sabes. Nunca te culparía por nada y jamás te apartaría por una situación como esta, porque yo también hubiera hecho lo mismo en tu posición.

Aprecio todo lo que has hecho por nosotros pero también haz las cosas por ti, no quiero que tu prioridad más grande seamos nosotros porque sé que lo vas a dar todo, hasta lo que no tienes.

Te quiero tanto que por más que intenté molestarme contigo no pude, te amo tanto que no puedo odiarte por apartarme de tu lado.

De un todo pasamos a casi nada, qué gracioso ¿no?

El último párrafo no pude descifrarlo porque la letra era temblorosa, yo sabía que Benedict estaba llorando cuando escribió esto. Lo que sí pude leer de él fue lo siguiente:

Aunque el mundo nos separe tú sabes que voy a ir contra él, hasta crear una guerra si es necesario, para estar a tu lado.

Te quiero mucho Mavra, cuídate hasta que yo pueda hacerlo.

Nos vemos.

—De tu hermano favorito.

Acompañé su carta con una que otra lágrima, y pensar que él es igual de llorón. Reí por mi último pensamiento y sollocé varias veces, miré al mayordomo y me recibió con una sonrisa tierna, no pude negarme a no corresponderla.

—Te dije que todo iba a estar bien.

—Sí, todo está bien —asentí a sus palabras.

—¿Quieres unos minutos antes de que nos reunamos con el rey? —me pregunta de forma tranquila.

—Sí, por favor, necesito procesar el perdón que me dieron —le digo mientras me relajo en la silla.

—Claro que sí, si me disculpas —se despidió mientras se ponía de pie para marcharse.

Caminó a mis espaldas y salió por la puerta para dejarme en el cuarto sola, y con el corazón en la mano.

Tengo a la familia más hermosa y comprensiva del mundo, Benedict era el que más me preocupaba de los tres pero tiene razón, él nunca podría odiarme ni yo a él.

Le regalé una sonrisa a la carta y la sostuve firmemente con mis manos, acaricié cada esquina y rocé el sello rojo con una «V» siendo protegida por un escudo. Unos minutos más tarde el mayordomo vino por mí y recorrimos los pasillos del castillo en silencio, disfruté la vista y colores que brindaba cada uno. Analicé todos los objetos que se encontraban allí y memoricé el camino lo mejor que pude.

Respiré hondo y cerré los ojos un momento, mi pecho ya no pesaba como antes, toqué el amuleto que me dio el profesor y lo miré. El diseño del oro que lo rodea es fluido y nada exagerado, la piedra es hermosa y ni hablar de como resalta el cuero. Empiezo a creer que sí me da suerte.

El mayordomo me detuvo frente a unas puertas blancas con arreglos de oro, las abrió y lo que quedó frente a mí me petrificó. Eran tantos libros que no podía dar una cifra exacta, la biblioteca más grande que he visto se encontraba frente a mis narices. Solté un jadeo y el mayordomo simplemente se rio por lo bajo.

—¿Puedo vivir aquí? —le pregunto al mayordomo en voz baja con la boca abierta por lo impactante que es.

Se rio de nuevo, caminó a mis espaldas y me empujó dentro. En una esquina lejana pude ver una figura grande buscando libros, caminó en dirección a una escalera para tomarla y subir por el libro que deseaba. Nos acercamos a esa persona y mientras atravesábamos la biblioteca yo seguía con la boca abierta, el techo tenía una pintura como la del trono y el salón principal, es hermosa. Dos pisos de estantes llenos de libros, es como un sueño. No puedo ni imaginar cuantos temas y autores puede haber aquí, es sorprendentemente gigante. Cuando estábamos lo suficientemente cerca de la persona el mayordomo habló.

—Mi rey —lo saluda para hacer una reverencia con el torso.

El rey ojeó varias páginas del libro que tenía en sus manos y después de eso giró hacia nosotros. Cerró el libro con presión, generando un sonido que recorrió todo el salón y nos observó.

—Buenas tardes —le respondió asintiendo con la cabeza ligeramente.

Con unos pantalones oscuros ajustados a su figura y una camiseta blanca de seda con el pecho en forma de una «V», el rey no se veía para nada como el hombre que estaba conmigo esta mañana en la enfermería.

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Dato curioso: La primera vez que se vio escrito el paréntesis a mano fue en 1544 (estaba en el famoso libro Arithmetica integra, del teólogo alemán Michael Stifel) y ocho años después apareció en el General Trattato di Numeri e Misure del ingeniero y matemático Niccoló Fontana Tataglia.

¡Hola a todos!, la razón por la que no publiqué absolutamente nada el domingo pasado fue porque me tomé el tiempo de crear a Mavra y a Dabria con un programa.

A usted, personita detrás de la pantalla, le presento a: Mavra Ansel Domènech Fallon.

Y también a mi queridísima: Dabria Verena Vujicic Cabot.

¡Pronto haré a los personajes secundarios!, muchas gracias por tomarse el tiempo de leer mi novela. No olviden darle click a la estrellita de aquí abajo ↙️ porque así Wattpad recomienda esta historia y me ayuda a crecer como autor. 🥀🗡

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