Capítulo. XLVI
Siglo XVII, 1697, 7 de agosto
3:52 P.M.
Terminando de cruzar aquel túnel florar dimos directamente a un puente de piedras resistentes pero viejas, el camino nos llevaba a un pequeño centro abierto entre todas las casas con una fuente en medio y personas paseándose.
—Y eso me preguntaron. —Termina de contarme la princesa.
—No debimos de dejar ese desastre en el baño entonces, pero fue bueno que dijeras que solo estabas jugando, oculta bien la verdad —le digo entre risillas.
—Algo así, si le dicen a mi madre puede que me regañe pero eso es mejor a que sospechen que tú estabas conmigo.
Acerqué la yegua hasta un señor mayor y él se detuvo para mirarnos.
—Disculpe, ¿sabe dónde está el hospital?
Pensó unos segundos mientras giraba sobre sus talones para ubicarse.
—Sí... Tienes que ir por allá, es el edificio más moderno de toda Diamant —me señala con la mano una ruta diferente.
—Bien, muchas gracias. —Se despidió de nosotras con la mano y avanzamos.
La plaza es lo más limpio que he visto perteneciente al pueblo de Cos d'or, está tan pulcra que bien podría comer en el suelo. Toda decoración y toda estructura fueron creadas finamente para combinar y dar una paz visual.
—Es muy bonito —habla Dabria detrás de mí, expresando en voz alta lo que pienso.
Llevamos a la yegua a donde nos había señalado el hombre de antes, la ruta estaba cerrada, apenas y había callejones pequeños. Llegamos a una zona muy elegante, con casas grandes y carruajes reposando tranquilamente a los costados de la calle. Seguimos un poco más hasta llegar a un espacio abierto y ver a lo lejos un edificio muy grande, blanquecino y repleto de ventanales oscuros.
—No creo que sea allá, no es muy del estilo del profesor —espeto irónica a sabiendas de que sí lo es.
—¡Mira! —señala la princesa impresionada.
Me exalté un poco por lo repentino y puse atención a donde señaló. En una zona verde, no muy lejos de donde estamos, hay árboles coloridos y varias estructuras decorativas. Tiré de la correa y fuimos para allá.
El camino pasó de ser piedras bien talladas a ladrillos perfectos, las uñas de la yegua sonaban diferente en este suelo y el sol ardiente lo hace ver muy seco. Nos acercamos al área verde y a la entrada del hospital, pero antes de poder seguir me llamó alguien.
—Joven —dicen en voz alta sin gritar.
Dabria me ayudó a parar a la yegua y hasta a girarla para poder ver a la persona que me llamaba.
Un hombre un poco más joven que mi profesor sostenía a una mujer débil por el brazo para ayudarla a caminar.
—No pueden ir más lejos con el animal, tienen que dejarlo aquí, son reglas del hospital —me indica sereno.
—Entiendo —le respondí comprensiva.
Regresamos un poco por el mismo camino hasta llegar a un árbol caído, su tronco torcido desde la base lo obligó a recostarse en el piso y ahí florecer.
—Esto es de lo que te hablaba —anticipa la princesa antes de que diga algo.
Le entregué las riendas y me acomodé, poniendo las piernas del mismo lado, sobre el asiento de cuero que carga la yegua. Me lancé al suelo y caí con el metatarso de mis pies, jalé un lado de las riendas del animal y la até a una rama gruesa del árbol.
Alcé mis brazos hacia la princesa y ella se lanzó hacia mí, yo me caí sobre mi cadera pero hice el esfuerzo de que a ella no le pasara nada antes del impacto.
—Uh, perdón, pensé que estabas preparada —recalca preocupada—. ¿Estás bien?, perdóname
Recosté mi cabeza en el césped silvestre que cubría gran parte del terreno y pensé unos cortos segundos. Me siento abrumada por tantas emociones, no sé si está bien llorar, lamentarme, estar contenta o simplemente no hacer nada.
Salí de mi trance y me carcajeé por la preocupación de la princesa.
—Estoy bien, niña —le respondo alegre, alzando mi mano para alcanzar su rostro y acariciar su mejilla.
Sonrió y esos hoyos se formaron de nuevo en su carne tan suave. La miré y ella me miró a mí, en ningún momento nuestros ojos tan contradictorios se separaron.
La yegua relinchó y eso me trajo de nuevo a la realidad.
—Deje de hacer eso, princesa, hipnotizarme con su belleza ya es una habilidad que usa muy seguido conmigo —le murmuro, sentándome de nuevo para acercarme a su rostro.
Ella chilló por mi movimiento tan precipitado y se levantó, hice lo mismo entre risas y la tomé de la mano para irnos al hospital.
En el camino el joven con el que nos encontramos anteriormente también se dirigía hacia la entrada, le pregunté a Dabria si estaba bien acercarnos y ella accedió.
—Ludwig, ¿son tus amigos? —insinúa la señora mayor.
—Buenas tardes, jóvenes, ¿vienen a visitar a alguien? —nos inquiere, regalándonos una sonrisa.
—Sí —le respondo con una sonrisa forzada.
—Síganos entonces. —Caminó frente a nosotras mientras le respondía la pregunta a la señora.
Dabria apretó mi mano y yo miré sus dedos poniéndose muy pálidos, casi transparentes, por la fuerza que usa. Alcé la vista y ella todavía tenía los ojos puestos en ellos.
—¿Qué pasa? —le inquiero en un tono preocupado, buscando su mirada.
—Es la primera vez que alguien del exterior me mira —musita, ocultando su rostro en la capa larga.
La tomé por el hombro contrario y la atraje hacia mí para darle ese calor lleno de seguridad que necesita, me reí por la expresión que tiene en la cara y le dije que todo iba a estar bien. Seguimos cautelosas al joven y a la señora, a la par de disfrutar este momento tan especial.
Entramos al edificio y su interior tan impecable y perfecto logró sorprender a la princesa mientras que a mí casi me mata por la impresión. «Cierra la boca, se te va a meter un insecto por ahí», me dijo la princesa bromista, yo le hice caso y a cambio abrí los ojos como dos vrencos para no perderme absolutamente ningún detalle.
—Buenas tardes, jovencitos, ¿a quién vienen a visitar? —nos pregunta tiernamente una mujer que carga unas toallas.
Abrí la boca y su nombre no quería salir de mi garganta, hacía tanto tiempo que no lo nombraba en voz alta apropiadamente.
—Nikolay Sokolov... Venimos a visitar a Nikolay Sokolov —le repito con mi pecho cargando el mundo entero.
—¡Vaya! —dice sorprendida—, el señor Sokolov es muy afortunado. —Me regaló una sonrisa y nos pidió que la acompañáramos.
Los pasillos daban miedo, por más iluminados y bonitos que estén trasmiten algo extraño. Muchos de los cuartos estaban cerrados, los que estaban abiertos estaban siendo limpiados y uno que otro paciente tenía la puerta entreabierta. Casi todas las personas eran mayores y las que son jóvenes son siempre hombres, miré a lo lejos unas escaleras grandes, como las del castillo, y la señorita nos llamó.
—Esta es su habitación, el señor Sokolov está despertando de su siesta, en la mañana lo vino a visitar su familia —nos explica rápidamente con una sonrisa para despedirnos y marcharse.
La puerta estaba abierta, al fondo estaba su camilla, cubierta por cortinas como las del salón donde el sastre tomó mis medidas. El cuarto era casi en su totalidad blanco y en una mesa descansaba un ramo de flores fresco.
—No quiero entrar —le digo a Dabria, quien ya tenía un pie dentro de la habitación, en un hilo de voz.
Tenía miedo, miedo a que nos descubrieran, miedo a ver a mi familia reflejada en sus ojos, miedo a arrepentirme de todo.
—Todo va a estar bien, Mavra —me dice en un murmullo cálido, tomando mi mano suavemente para llevarme arrastrando hasta mi bisabuelo.
No caminamos, sino que dimos pasos lentos y cautelosos como si quisiéramos matar el tiempo. Dabria abrió la cortina y recostado en una paz perfecta mi bisabuelo descansaba. Se parece tanto a Aleyda.
—¿Qué pasa?... ¿Tengo que tomar otro medicamento? —pregunta de forma lenta y agradable, su voz quebradiza hizo que mi corazón diera un vuelco.
Abrí la boca para hablar, para responderle, pero era incapaz de decir algo.
—Abuelo —susurra Dabria melódicamente.
Alzó sus cejas temblorosas, aún con sus ojos cerrados, y suspiró con suavidad.
—Oh, Benedict... Deberías de ir a casa... Se está haciendo tarde —responde tembloroso.
Lágrimas se desbordaron de mis ojos, lloré de forma silenciosa pero mis sollozos me impedían mantenerme tranquila, apreté los ojos y aguanté tanto como pude. Me fui quedando sin aire y no fui capaz de ahogar ninguno de mis sonidos lamentables.
—Oh... Mi querida Mavra... Has venido a visitar a tu viejo abuelo.
Alcé la vista y él ya tenía sus débiles ojos sobre mí. Se ve tan delicado, tan frágil, que si lo toco o si quiera me acerco tengo miedo a lastimarlo. Sonrió de forma temblorosa al verme en este estado y yo dejé fluir todo mi dolor.
—Llora, hija, llora para poder sanar —me dice suavemente.
Me quejé lo más bajo que pude y gruñí en nombre de mi enojo interior, he estado cargando tanto peso y tantas armas que me he estado dañando yo sola.
El tiempo pasó rápido, yo me calmé y mientras procesaba todo lo demás Dabria platicó con él lo que yo no podía.
—Benedict me habla mucho de ti... No hay día que venga a visitarme y no hable de su amada hermana... —enfatiza hablándome a mí.
Lloré más, cubrí mi rostro con mis manos para tragarme esas lágrimas que aún no han salido e intentar controlarme.
—Te extrañan, hija... Están muy preocupados...
Jadeé en mi lugar de forma entrecortada por la falta de aire, a causa de mis lágrimas, y lo miré sorprendida.
—¿Han estado muy ocupados?, hace mucho tiempo que no vienen a visitar a Mavra —le pregunta Dabria, sabiendo exactamente qué es lo que quiero.
—No... Nunca estarán lo suficientemente ocupados... para no visitar a su hija más preciada... —le responde un poco cansado.
Un nudo en mi garganta me impedía respirar bien, gruñí en voz baja para deshacerme de él, y carraspeé muchas veces pero no se iba. Al final me quedé a la deriva, mientras Dabria y él conversaban.
—¿Cuál es tu nombre, jovencita? —le pregunta para toser después.
Dabria se asustó y reaccionó al instante, buscando una forma para ayudarlo. Yo me puse alerta y miré con atención qué tenía.
—Una disculpa... No te lo pregunté antes... Fue muy descortés de mi parte.
—Me llamo Dabria —le responde en un suspiro corto de alivio—. Dabria Verena
Al escuchar esas dos palabras giró su cabeza más hacia ella a la vez que abría bien sus ojos, que son del mismo color que Aleyda.
—¿Puedo preguntar por sus apellidos... señorita? —insiste tartamudeando sorprendido.
—Claro, señor —le dice regalándole una media sonrisa—. Dabria Verena Vujicic Cabot, ese es mi nombre.
—Válgame Dios... —exclama en un tono alto para él—. Princesa... le ofrezco mis más profundas discul...
—Está bien, señor, por el momento no soy la princesa —interviene.
Arqueó una de sus cejas y la miró con duda.
—Nadie puede saber que vine aquí, se podría decir que solo soy Dabria —le responde, mirándome cuando dice su nombre.
Cerró sus ojos de nuevo y sonrió ampliamente.
—Atesoraré esto por siempre... Mavra —me llama para mirarme con los ojos entrecerrados—, tráela más seguido... es una muy buena compañía —enfatiza entre risas entrecortadas por su tos.
Yo me reí y Dabria se asustó de nuevo, le sirvió un vaso de agua que él aceptó honradamente.
—Fue un placer, señorita... Me despido porque ya casi se termina la hora de visitas en general... no porque la esté corriendo —nos explica ahora con risas más claras.
Nos despedimos de él y antes de desaparecer por el marco de la puerta me detuvo.
—Mavra, no acapares tantas cosas... tus brazos no son capaces de soportar tanto, hija.
—Adiós, abuelo —me despedí, deshaciéndome de ese nudo tan doloroso como pude.
Regresamos al árbol caído para encontrarnos la rama donde atamos a la yegua sola, no estaba rota por lo que alguien tuvo que desatarla.
Las dos jadeamos al mismo tiempo, ya no íbamos a poder regresar completas. Le echamos un vistazo a todo el perímetro, yo tomé la iniciativa de ir con personas que pasean a los alrededores para saber si la vieron mientras ella la buscaba con los ojos. Nunca abandoné su lado pero sí me distraía fácilmente, tanto que por unos segundos ella desaparecía por estarla buscando atentamente.
—Señor, ¿no ha visto una yegua por aquí? —le pregunto jadeante por correr de un lado a otro.
El soldado me miró sospechando y yo me paré firmemente.
—Sí. —Por fin habla—. Se la llevaron, tienen que pagar una multa, ese no era un lugar para dejarla.
—¿A dónde se la llevaron? —le preguntamos al unísono Dabria y yo.
Él señaló una ruta diferente a la que tomamos para llegar aquí, sin dudar las dos nos echamos a correr por el camino con la esperanza de encontrar a la yegua libre.
Dabria se estaba quedando atrás, su cansancio y respiración me decía que ya no podía más, pero no la puedo dejar. Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos para un agarre más firme, y la jalé para que llevara mi misma velocidad.
Calle tras calle, la ciudad se abría más y la posibilidad de encontrarla se hacía más pequeña.
—¡Demonios! —maldice la princesa en voz alta.
—No digas eso —la corrijo al instante.
Apresuramos nuestro paso y antes de poder avanzar más, a la vuelta, un caballo se alzó asustado. El animal relinchó y pataleó por casi chocar con nosotras, yo me puse frente a Dabria y lentamente retrocedimos.
—¡Tranquila! —le grita el soldado, tirando de su rienda con fuerza.
La yegua detuvo su pánico poco después y para entonces el soldado nos regañó.
—¡No pueden correr así por aquí, esto es una calle! —nos grita.
—¡Esa es mi yegua! —le grito de vuelta.
—¡Ah! —exclama malicioso—, qué bueno que me lo dices. Tienes que pagar una multa, la dejaste en un lugar prohibido para animales.
—¿Cuánto? —le inquiero.
—¿Cuánto qué? —me arremeda de mala gana.
—¿Cuánto quiere... usted? —enfatizo la última palabra.
—¿Cuánto tienes? —me pregunta interesado—. Que ya nos estamos entendiendo —dice entre risas.
—Diez monedas —le miento, el saco fácil tiene más de treinta.
—Es muy poco, vete a casa niño —concluye.
—Quince serán —insisto.
—Dame veinte —especifica, acercándose a mi rostro de forma retadora.
Fruncí el ceño por la cantidad tan grande que me pide, pero si quiero regresar y esperar otra salida como esta tengo que hacerlo.
—Bien —escupo molesta—. Muévase.
Se hizo a un lado mas no soltó la rienda, le pedí a Dabria que subiera primero y así lo hizo.
—Está muy alto —murmulla frente a la silla de cuero.
—No te preocupes, yo te voy a cuidar —le digo en voz baja, con una sonrisa en el rostro.
Entrelacé los dedos de mis manos y con ellas hice un cuenco, me agaché y le pedí que me pisara para subirla. Por unos segundos lo dudó pero no había otra opción en estos momentos, es crucial marcharnos pronto antes de que cambie de opinión este hombre.
Se acomodó sobre el asiento y del bolsillo de la capa saqué el saco de monedas, le di la espalda al soldado y conté veinte. Quedaban veinticuatro más, rápidamente las pasé a mi camiseta mientras soltaba un suspiro entristecido, cerré el saco con las veinte dentro e hice como si me estuviera rascando el abdomen cuando se lo lancé para mantener las otras en mi camiseta.
Lo miré con odio y el soltó una risa denigrante. Se alejó de la yegua, yo tiré de ella para hacerla avanzar y así marcharnos del lugar.
—Asmodeo puede y me mate, igualmente lo valió —le digo entre risas por lo sucedido—. No pensé que fuera a funcionar aquí... ¡aquí en Diamant!
Después de mis risas no escuché nada de su parte, volteé a verla y tenía el ceño tan fruncido que bien se le arruga toda la cara de por vida.
—Eso no está bien, le diré a mi padre que están haciendo ese tipo de tratos sucios —espeta molesta.
—Ya sé que está mal, Dabria, pero no puedes decirle nada. Nadie puede saberlo, recuerda, ya después tendrás la oportunidad —la persuado.
Enchuecó su boca y yo solo pude reírme.
—Te pareces al árbol caído —la comparo divertida.
Ella también sonrió y dejó de lado lo demás.
—¿Habrá alguna forma de arreglarlo? —le inquiero, para no cambiar de tema.
—No... —me dice pensativa—. Ha encontrado la forma de sobrevivir a pesar de sus circunstancias, incluso ha podido crear belleza, y de esa belleza nació algo único.
—Sí, es muy bonito ver como aún puede florecer... Incluso cuando las cosas no le salieron bien —agrego.
—Mavra —me llama después de un silencio.
—¿Sí?, princesa.
—Me preocupas, tú y tus pensamientos me preocupan —espeta.
—¿Por qué? —le inquiero extrañada.
—Porque a pesar de tu posición sigues siendo positiva, casi evasiva con ello.
—Si te soy sincera me siento más tranquila, ver a mi bisabuelo me trajo un poco de paz. También el que haya podido expresarme libremente me ayudó —le respondo, miré a todas partes y en todos lados había mucha gente.
Dabria se ocultó con la capa y yo metí todas las monedas en el bolsillo de esta.
—¡Pasen! ¡Paseeen! ¡Tenemos prototipos futuristas y actualizados!, no se pierdan de esta gran oportunidad.
—¡Frutas y verduras! —gritó alguien más.
—¡Carneee! ¡Carne de pura calidad!
Miré un quiosco a lo lejos y con eso pude deducir que este era el mercado tan popular de Diamant.
—Dabria, ¿quieres algo? —le pregunto regalándole una inmensa sonrisa.
Ella desde la oscuridad de la capa me miró emocionada, apresuré el paso de la yegua y la llevé cuidadosamente entre los puestos.
Le compré dulces, que aunque los vi una sola vez en mi vida sabía que eran lo mejor, le compré un libro que eligió al azar y también uno que otro alimento extraño. Y todo con el dinero de Asmodeo.
—¡Está muy buena!, toma, toma —exclama la princesa deleitada, dándome el palo de madera donde venían clavados unos trozos de lo que se llama tulumba.
Cubiertos de una salsa dulce los pequeños pedazos de masa sabían muy bien, la corteza crujiente que tienen también está muy buena.
—¡Es cierto! —le digo, tragando el alimento.
Le entregué de nuevo el palo y me preguntó por última vez: «¿No quieres más?», a lo que respondí que no y así desapareció absolutamente todo.
En el último puesto encontramos objetos extraños, entre risas que compartíamos Dabria intervino señalando uno de ellos y yo lo tomé para dárselo.
—¿Cuánto por eso? —le pregunto a la señora que es dueña del puesto.
—¡¡Mira!! ¡Es una lámpara giratoria! —exclama la princesa emocionada detrás de mí.
—Qué linda reacción —dice entre risas la mujer—. Con un vrenco está bien, joven. Haz feliz a tu muchachita.
—No es mi mujer —le respondo entre risillas—. Tome tres, muchas gracias.
Me despedí inconscientemente con una reverencia y la mujer se sorprendió.
—Disculpe, ¿sabe hacia dónde está el castillo? —le inquiero apenada antes de marcharme.
—Toma esa calle, termina en el camino que te lleva directamente al palacio —me explica sorprendida, llevándose una mano a la boca para hacer suposiciones en su cabeza.
Le agradecí de nuevo, jalé la rienda de la yegua para hacerla andar y en el camino disfruté la alegría que desbordaba la princesa.
—Hoy fue un buen día —le comento.
—¡Lo fue! —exclama alborotada.
Me reí por lo contenta que estaba y busqué un apoyo para subirme pronto a la yegua. El sol ya había ocultado más de la mitad de su cuerpo, pero aun así la ciudad estaba bien iluminada.
Me van a castigar en el cuartel, pero valió totalmente la pena.
════════ ⚠️ ════════
Dato curioso/importante: El tulumba o bamiyeh (Persa: بامیه) es un postre frito propio de la gastronomía de Irán (Persia) y otomana. También se encuentra en las cocinas regionales de partes del antiguo Imperio Otomano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top