Capítulo. XLV
Siglo XVII, 1697, 7 de agosto
11:30 A.M.
Asmodeo me detuvo antes de que entráramos al comedor, yo lo miré raro pero había algo que me mantenía inquieta acerca de él. Los sirvientes que sostenían las puertas se quedaron rígidos, a los costados de cada una, con tal de mantenerlas abiertas.
—¿Qué pasa? —le inquiero dudosa y un tanto nerviosa.
—¿A ti qué te pasó? —me pregunta, haciendo un movimiento firme con la cabeza, señalando mi ojo.
—Me cayó jabón en el ojo —le respondo más aliviada.
—¿Y eso?, ¿pues qué tipo de jabón usas? —y agrega—: Una vez a Maël le cayó también, pero como están todos diluidos con agua no pasó a mayores. —Se rio por el recuerdo y les agradeció con la mano a los sirvientes, ignorando por completo mi respuesta.
Me tomó del hombro y me guio hacia dentro. Mientras caminábamos acomodé mi pie dentro de mi zapato derecho para reiterar que era el correcto, porque hace rato me los puse al revés.
—¡Tomen un lugar!, el que sea está perfecto —nos dice la reina animada por nuestra visita.
Ella tomó el asiento contrario al del rey, la otra cabeza de la mesa. La princesa se sentó a su lado izquierdo y yo la acompañé, rápidamente los hermanos y Asmodeo se sentaron al lado de mí, dejando el lado derecho desierto.
La reina alzó la cabeza, después de acomodar su vestimenta, y se rio por ver el lado contrario vacío.
—Venga que yo no muerdo, niños —señala—. Ansel —me nombra, haciendo una pausa antes de seguir hablando—, acompáñame tú de este lado —me indica, inclinando su cabeza para señalar el lugar a su lado derecho.
—Claro que sí, su majestad —le respondo, asintiendo profundamente con la cabeza para retirarme de la mesa y caminar hacia el otro lado.
Un sirviente me abrió la silla y yo me senté cómodamente.
—En unos momentos nos traerán la comida, mi esposo nos envió por el correo unas recetas del extranjero que le brindó nuestro pueblo. Son originales y algo que no hemos tratado aquí, así que me alegra mucho el que la podamos compartir con ustedes —nos explica cálidamente.
—Muchísimas gracias —le digo después de una ligera pausa.
Torpemente me siguieron mis compañeros, pero la princesa nunca dijo nada.
—¿Qué piensan hacer esta tarde? —nos inquiere, queriendo continuar con la charla.
—Nosotros iremos a entrenar, el campeonato se acerca y queremos estar preparados, su majestad —habla Nazaire, de la forma más respetuosa posible.
—Oh, ya veo —dice impresionada—. ¿Ustedes calificaron para entrar?
—Así es, y esperamos poder ser relevantes dentro de nuestras categorías —comenta Asmodeo risueño, echándoles un vistazo a los hermanos y a mí.
Yo lo fulminé con la mirada y pensé lo más rápido que pude, la reina no puede ver que me llevo así con ellos frente a la princesa.
—Yo estudiaré, también tengo que enviar algunas cartas a mi familia —aclaro para remarcar que no voy con ellos—. También, su majestad, me informaron que un pariente mío llegaría a la capital pronto, no sé si me permitan salir a recibirlo —le pido, mirándola a los ojos y rogando que comprendiera lo que quiero decir.
—Podemos hablarlo luego —me responde, regalándome una sonrisa.
La correspondí asintiendo a sus palabras, solo queda esperar para negociarlo después. Miré a mis compañeros y al fin comprendieron que aquí yo no era Mavra.
—¿Y tú Dabria?, ¿hay algo que quieras hacer más tarde? —le pregunta la reina, quien buscaba su mirada para no encontrarla.
—Esperar —le contesta cabizbaja, haciendo algo en su regazo.
—¿Esperar? —repite con extrañeza.
—Sí, esperar —le dice para alzar su mirada y que con la mía chocara.
Giré mis ojos y volteé con la reina, ella ya me estaba mirando pero para mi suerte el chef, junto con otros ayudantes, entró al comedor.
—Su majestad —saludan todos a la reina con una profunda reverencia.
Ella correspondió su saludo agachando sutilmente su cabeza.
—He de felicitar a quien sea el dueño de las recetas porque se trata de una gastronomía mediterránea en su más completo sentido —comienza a hablar el chef—, para abrir el apetito tenemos gnocchi de patata. —Sacó una hoja doblada del bolsillo de su delantal y leyó lo siguiente—: después tenemos el platillo «Penne rigate zucca e zola», en nuestro idioma: pasta con calabaza y gorgonzola, que lo acompaña un pan de ajo preparado. —Por cada platillo que nombraba un ayudante lo dejaba en la mesa.
La princesa tenía cara de que no le importaba, ¿será por la actitud tan alegre de su madre?
—Paccheri rellenos de setas, en lo personal son los que más me llamaron la atención; también están las berenjenas en escabeche, el escabeche es una manera de cocción y conservación tradicional de los alimentos cuyo principal protagonista es el vinagre —agrega la explicación rápidamente—. Y por último los canelones de atún con tomate y huevo; incluso le preparamos uno de los licores que vienen escritos, se llama «Limoncello». La cocina italiana ha llegado a su mesa, su majestad. —Se despidieron con otra reverencia, no sin antes que la reina se los agradeciera bastante, y se marcharon.
—¡Muy bien!, por favor, coman —nos dice la monarca con una sonrisa amplia, invitándonos a disfrutar los alimentos.
Ella fue la primera en tomar algunos, Dabria no se quedó atrás y al final nos quedamos nosotros cuatro. Nos servimos de la forma más moderada y de vez en cuando Maël y yo mirábamos a Asmodeo para copiar su etiqueta.
—¡Está muy bueno! —exclama la reina satisfecha después de ingerir un bocado.
Yo asentí a sus palabras, Dabria comía como quería y Nazaire solo respiraba los aromas que desprendían todos los platillos.
—Dabria —le llama la atención al ver que no tenía modales sobre la mesa.
La princesa se reincorporó en su silla y comió de una forma más limpia. La reina llevó una mano a su boca para taparla mientras masticaba, me miró y a través de sus ojos pude ver que me regaló una sonrisa que tuve que corresponder aunque tuviera la boca llena. Dirigió su atención a otra parte y yo me tragué el nudo en mi garganta.
Su mirada se detuvo en Nazaire y yo solo pude lanzar vistazos a todos lados para no meter mis narices en donde no debía, corté la pasta con el cuchillo y me asusté cuando la reina habló.
—¿Por qué no comes? —le pregunta a Nazaire, quien ya casi se acababa su vaso de agua.
—Una disculpa, majestad, si gusta me puedo retirar de la mesa para no incomodar —le responde sincero y con una media sonrisa en su rostro.
—No, no, no lo decía de esa forma, hijo —le replica—. ¿Hay algo que te impida comer? —le pregunta de nuevo.
—La vista —le responde, alzando la cabeza hacia mí en un intento de buscar donde se encontraba sentada.
—Yo puedo ayudarle —espeta Asmodeo antes de que la reina se levante de su lugar—, si me lo permite... yo puedo ayudarle —le dice más relajado.
—Si gustas hacerlo te lo permito —le aclara suavemente—, pero también se lo puedo pedir a un sirviente.
—No, muchas gracias, puedo hacerlo.
La tensión se desvaneció poco a poco, mientras Asmodeo y Nazaire platicaban yo le lanzaba miradas a la princesa. Alcé las cejas y la cuestioné con la mirada, ella volteó sus ojos hacia la reina e hizo una cara de disgusto. Me mordí los labios y agaché la cabeza para tragarme mis risas, miré al presumido y a Nazaire para pensar en otra cosa y funcionó.
Asmodeo llenaba su plato y le preparaba la comida en los cubiertos para que Nazaire se los llevara a la boca y los ingiriera.
—¿Está bueno? —le pregunta la reina al ver la expresión de Nazaire.
—Lo está, mis felicitaciones al chef —le responde sonriente.
Miré a Dabria y negué con la cabeza, le señalé con un dedo el ventanal que tenía detrás de ella y moví mi torso de un lado a otro para aparentar el movimiento que hacemos al caminar y así trasmitirle el mensaje de que fuéramos a tomar aire fresco después. Ella se rio y asintió a mi propuesta.
La reina ya no volvió a hablar pero de vez en cuando la descubría con una sonrisa en su rostro. Dabria y yo nos seguimos comunicando con señas mientras comíamos.
Nazaire degustó todos los platillos y le agradeció a Asmodeo por la ayuda, también se disculpó por la molestia, y mientras el presumido le decía que no era nada Maël bufaba por su indecisión.
Dabria y yo competíamos por quién hacía la cara más fea y quién se reía primero. Yo estiraba mi piel tanto como podía, mientras que ella usaba objetos a su alcance para hacerlo más divertido. Pero no fue hasta que se metió dos pedazos de pasta a la nariz mientras hacía una cara que yo solo pude echarme a reír, no pude contener las carcajadas.
—Niñas —nos llama la atención a las dos, tomó otro bocado y se percató de su error—, bueno, niños, porque son más hombres.
Dabria se levantó de su asiento y se marchó, yo dudé en si ir o no... pero no lo hice.
—¿Qué le pasó? —pregunta en voz alta la reina.
Nazaire, Maël y Asmodeo se despidieron no sin antes agradecerle a la reina por permitir quedarse y así seguir a la princesa.
—Ahora sí, dime acerca lo de tu pariente —espeta después de un silencio no muy largo, bebiendo de su licor casi a terminar.
—Mi profesor me advirtió que mi bisabuelo estaba muy delicado, me dijo que cuando tuviera la oportunidad fuera a verlo porque ya no le queda mucho tiempo —le comento.
—¿Dante? —me pregunta extrañada.
—Ah, sí, el doctor Salvatore —me corrijo.
—Puedes ir a verlo, pero no le digas a nadie que te dejé salir. ¿Puedes cuidarte sola? —me pregunta, tanteando opciones para el plan.
—Sí, majestad —le respondo firme.
—Bien, entonces pediré un caballo para ti, te esperará afuera del cuartel. Tendrás las horas contadas... confío en ti —agrega lo último con sinceridad.
—Muchas gracias por la oportunidad, majestad, no la defraudaré.
Me despedí de ella con una reverencia llena de agradecimiento y salí casi corriendo del comedor.
Atravesé volando varios pasillos hasta que en uno de ellos me llamaron, me detuve en seco y regresé jadeante a donde escuché mi nombre.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—No será para nada bueno, pero sí será un momento especial y muy importante... Daremos un paseo, princesa, en Diamant por supuesto —le digo entre bocanadas de aire.
Me miró perpleja y yo le regalé una inmensa sonrisa. Vino lentamente hacia mí y me regaló un abrazo apretado, que yo correspondí.
—¿Dónde están los otros tres? —le pregunto.
—Se fueron a cambiar —me responde entrecortada, respirando agitada en mi hombro.
—Ve a arreglarte tú también, átate el cabello e intenta hacer que tu apariencia no grite que eres la princesa de toda Vreoneina —le propongo divertida.
Se separó de mí y asintió a mis palabras, con lágrimas en los ojos se fue corriendo hacia su torre. Yo también corrí hacia mi habitación del castillo, no sé cuánto tiempo tengo pero sé que es poco.
Me apresuré tanto que cuando llegué a la puerta me fui derecho y no pude parar tan rápido, giré sobre mi pie izquierdo y me incliné hacia enfrente con el fin de crear la fuerza necesaria para detener mi viada y salir volando hacia mi cuarto.
—¡¿Alguien tiene una capa o algo parecido?! —les pregunto en voz alta.
Tomé bocanadas agitadas de aire y me puse mis ropas para entrenar, dudé en si dejar mis zapatos, pero no lo hice por no saber cómo era el exterior.
—Yo tengo una —habla Asmodeo a mis espaldas.
Con la camiseta a medio poner me giré hacia él y se la pedí prestada.
—¿Para qué la quieres? —me pregunta extrañado por mi precipitación.
—Voy a salir... —Titubeé en si decirles o no, pero quien soy yo para ocultárselos—. Voy a salir con la princesa... también voy a ver a mi bisabuelo en el hospital —espeto.
Maël me miró con el ceño fruncido y Nazaire giró en su lugar buscándome.
—Cuídate, Mavra, y protege a la princesa a toda costa —me demanda Nazaire.
Asmodeo me lanzó una capa de cuero suave y pesado, me cambié rápido y antes de irme me llamó una vez más.
—Cómprale algo bonito y haz de este día inolvidable para ella, cría —me dice lanzándome un pequeño saco de un cuero más rígido, que tintineó ruidosamente en cuanto cayó en mis manos.
Lo abrí y estaba lleno de vrencos relucientes.
—Ya vete de aquí... ¡Apuesto a que te está esperando! —me regaña, dándome la espalda para seguir con lo suyo.
—Gracias. —Salí corriendo del cuarto y me apuré lo más que pude para que no esperara más.
Antes de girar por el pasillo escuché una risa muy ruidosa provenir del cuarto y supuse que era el presumido, quien sabe qué lo hizo reír así.
Atravesé el salón principal y cuando iba a tomar la vuelta para regresar al ala derecha alguien dijo mi nombre en voz baja. Recorrí el salón con la mirada y en una esquina me encontré a una niña preparada para una aventura.
El vestido blanco ya no era vestido, lo había amarrado y acomodado de una forma en la que se transformaba en un pantalón y camisa. Amarró su cabello en una trenza y se había puesto unas botas altas oscuras.
Me acerqué a ella a paso rápido, admirándola cada segundo, y le puse encima de los hombros la capa de Asmodeo, es grande por lo que casi y la arrastraba al caminar, de paso metí el saco de vrencos en uno de sus bolsillos.
—Te ves muy diferente —espeto embelesada por su belleza.
Se rio por mi comentario, me tomó de la mano y nos dirigimos al ala izquierda.
—¿Adónde vamos? —le pregunto dudosa—, tenía planeado salir por tu torre —le digo.
—Es más rápido por acá —me responde determinada.
Nos detuvimos frente a un ventanal y ella abrió una sección cuadrada de este.
—Esto no puede ser mejor —le comento entre risillas.
Saqué primero una pierna y me senté en el borde para saltar al césped lleno de piedras pequeñas decorativas.
—Ven, yo te atrapo —le señalo al ver claramente la gran altura de la pared.
Hizo lo mismo que yo, primero sacó una pierna y después la otra para sentarse en la orilla. Con cuidado se fue deslizando fuera para tener espacio y así cerrar la ventana detrás de ella, pero al momento de hacerlo se resbaló y la atrapé en un susto.
—¿Estás bien? —le pregunto preocupada.
—Sí, sí —me dice entre risas—, solo que la ventana no cerró del todo.
Alcé la vista y tenía razón, pero no es un detalle tan grande del que preocuparse. La bajé y ahora yo la tomé de la mano, y corrimos juntas hacia el cuartel.
Antes de acercarnos demasiado le pedí que me esperara detrás de una pared no muy lejana, miré a un caballo a la deriva al lado de un soldado. Me acerqué a él rápido y cuando me vio llegar se puso en medio del animal y yo.
—¿A qué se debe su salida? —me pregunta árido.
—¿No se lo mencionó ya la reina? —lo cuestiono de vuelta, haciendo énfasis en la última palabra.
—¿A qué se debe su salida? —Me ignora.
—Voy a ir al hospital —le respondo de mala gana.
Se quitó de mi camino y frente a mi quedó un banco de madera, giré lentamente la cabeza hacia él y lo fulminé con la mirada en cuanto quedó frente a mí.
Me subí al caballo sin alardear y antes de que se marchara el soldado lo detuve.
—¿Sabe dónde queda el hospital de Diamant?
—No muy lejos de aquí, ve directo al noroeste, te vas a dar cuenta por como es el edificio —me señala.
—Gracias —le dije antes de que desapareciera en el cuartel—. ¡Niña! —le grito de forma moderada a la princesa.
Asomó su cabeza y con la mano le dije que viniera.
—Ahí está un banco, súbete en él y siéntate detrás de mí —le específico a la par que se acerca apresurada a mí.
El caballo bufó en cuanto llegó la princesa y yo me asusté.
—Tranquilo —le mando en un tartamudeo, apretando las riendas.
—Es mujer —espeta la princesa.
Me tendió su mano y yo la ayudé a subir, se sentó y me abrazó por la cintura.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque no tiene un órgano reproductor masculino y es mansa —me explica.
—¿Qué no puedo esperar de ti? —le digo entre risillas por su precisión.
Deslizó sus manos por mis antebrazos para llegar hasta las riendas y agitarlas suavemente, al instante la yegua se echó a andar.
—¿Sabes montar? —le inquiero impresionada por su control.
—No, pero he leído varios libros de jinetes maestros —me responde a mis espaldas.
La yegua avanzó más rápido, pero no hasta el punto de trotar, y a lo lejos divisé la entrada. A sus costados visualicé varios soldados, uno, dos, no, son cuatro. La yegua siguió con su velocidad y no me dio tiempo de advertirle a Dabria.
—Escóndete —le ordeno a la par que ella detenía a la yegua de andar.
—Mira esto, un niño por estos rumbos —habla un soldado burlón.
—¿Qué no deberías de estar del otro lado? Del lado de las rejas —le sigue otro entre carcajadas.
—Necesito salir ahora, es una orden de su majestad —espeto, entre sus risas, impaciente.
—¿Y tú quién te crees? —me pregunta uno a la cara.
La yegua se alteró y se acercó a él con brusquedad, relinchó en su cara y el soldado cayó al piso con temor.
—Soy el caballero Ansel Domènech, el capitán general sabrá de ustedes... si es que no son unos soldados sin título alguno —agrego lo último con el mismo tono de burla.
Tres se me quedaron viendo y uno de ellos tuvo la iniciativa de abrir la puerta.
—Gracias —le digo al soldado que la abrió—, y qué pena por ti —señalo al que estaba en el piso.
Sacudí las riendas de arriba a abajo y la yegua se echó a andar trotando, recorrimos un buen tramo entre sentones hasta que Dabria me ayudó a detenerla.
—Mi entrepierna —espeto, recargando dolorosamente mi cabeza en el cuello de la yegua.
—La mía también... me dolió —me dice Dabria detrás de mí.
Me reí por nuestros comentarios y me reincorporé en el asiento de cuero macizo. Sentí su cabeza en mi espalda y yo eché a andar de la forma más suave a la yegua.
—Mira donde estamos, Dabria —anuncio en voz alta.
—¡¡Lejos de casa!! —exclama alegre—. ¡Ve por allá!, he visto ese túnel desde la entrada y siempre he querido atravesarlo —me señala, apuntando el lugar con su dedo índice, en una orden muy emocionada.
—Con gusto, su alteza —le respondo divertida, dirigiendo la yegua hacia el camino sofocado entre miles de árboles verdes.
—¡¡Mira!! —exclama eufórica—. ¡Son geranios morados!
Miré el suelo y efectivamente, repleto de pétalos morados se encontraban muchas flores camufladas en el camino.
Sonreí al escucharla y suspiré de alivio, pero no fue hasta que procesé todo lo que acabo de hacer que me di cuenta de que metí de nuevo la pata. Acabo de abusar del título al que más odio le tengo, le mentí de nuevo a la realeza y se podría decir que escapé... pero la princesa está feliz.
—Solo queda implorar para que no nos atrapen —le susurré al viento.
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Dato curioso/importante: Los geranios fueron descritos por primera vez en el "Species Plantarum" (abreviado Sp. Pl.) que fue publicado en 1753, como un trabajo en dos volúmenes por Carlos Linneo.
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