Capítulo. XLIII

Dabria V. Vujicic Cabot

«Dabria», escuché a lo lejos. Giré sobre mi asiento y busqué entre el campo a la persona que me llamaba.

—¿A quién buscas? —me pregunta Mavra, que ya pintaba unos buenos años de edad.

—A nadie, solo escuché que el viento susurró mi nombre —le respondo sonriente.

Ella correspondió mi sonrisa y bebió de su té, la observé mientras lo hacía y sentí el nerviosismo llegar. ¿Cuándo creció tanto?, mínimo tiene veinte años.

—¿A qué le tienes miedo, Dabria? —me pregunta después de un silencio amplio.

Sus palabras me sorprendieron, provocando un escalofrío por todo mi cuerpo y haciendo que mi piel se erizara. Sentí mi rostro hirviendo por lo que lo tapé con mi taza de té.

—A muchas cosas —le respondo, dándole un sorbo al líquido dulce.

El contraste que la naturaleza le da es divino, casi perfecto diría yo. El castillo parecía nuevo, mi campo fresco y ella muy diferente.

—Pero hay algo que te carcome por dentro, ¿qué es? —insiste calmada.

—No vale la pena responderte, lo que te diga divagará en mi subconsciente y no servirá de nada —le respondo distante.

—Yo quiero saberlo —dice persistente.

Me quedé callada, embelesada por su belleza tan andrógina.

—Te pareces tanto a mi Mavra, solo que no eres ella —le digo decaída.

—Pero yo soy tu Mavra —señala sorprendida—, la persona que tienes a tu lado en estos momentos no lo es.

—¿Por qué? —le inquiero curiosa.

—Porque sabes que no quiere estar aquí, todo es en contra de su voluntad —espeta, mostrándome la realidad que quiero ignorar.

—Pero yo puedo hacerla sentir feliz, yo puedo sanarla, yo puedo ayudarla —me excuso rápido agobiada.

—No puedes, nunca podrás. Tú y ella tienen un vacío en común, el de ella se lo arrebataron y tú nunca lo tuviste desde un principio —me replica seria.

—Déjalo, ya lo sé... Lo arreglaré.

—Cómo gustes, solo recuerda que esa herida es profunda —me advierte áridamente.

—Lo sé, pero somos fuertes. Ella es fuerte, lograremos sanar y avanzar —le respondo determinada.

—Entiendo —me responde.

No sé por qué me sorprendió, si por el hecho de que esa simple palabra es algo característico de ella y hasta mi inconsciente lo recuerda o porque parece muy real.

—Lo van a lograr —dice para levantarse de la mesa, transformándose en una sombra irreconocible—. Sanen y crezcan, apóyense una en la otra porque están solas en el mundo. Lo lograrán. Lo vas a lograr, Dabria.

Me desperté súbitamente, di un respiro hondo para ocultar mis temblores y para que Mavra no se diera cuenta que había despertado.

«Lo lograrán», me dijo mi sueño.

Acomodé mi cabeza sobre su pecho y miré la ventana, ella ya estaba despierta, su corazón me lo dice, pero por alguna razón no se movía. Cada respiración forzada que daba me quería sacar una sonrisa, pero me mordí los labios como ella lo hace y las retuve. Por más que le costara respirar no me pensaba mover, por más incómoda que estuviera no planeaba hacer algo conmigo para cambiar eso.

Me sorprendió su mano sobre mi cabeza, temblé por el repentino contacto pero lo disimulé moviéndome como si me hubiera despertado. Detuvo su contacto unos segundos para acariciar mi cabeza después, peinó mi cabello y yo disfruté de su detalle.

A medida que pasaba el tiempo sus movimientos perdían fuerza, ganas, y fue ahí donde decidí «despertar». Solté un quejido falso y bostecé como pude, levanté mi cabeza y ella dio el respiro más profundo que sus pulmones pueden aguantar, sonreí por la acción y puse mi mentón en su pecho para mirarla.

—Buenos dí...

—Ay, me duele —me dice para tomar mi cabeza por mi mandíbula y así levantarla sutilmente.

—Perdón —le digo entre risillas.

Me subí más en ella, recosté mi cabeza en el hueco de su cuello y hombro para abrazarla con mis brazos y piernas.

—Buenos días, princesa —me responde serena.

Observé atenta el ventanal, hasta que su cuello se robó mi atención. Acaricié con un dedo su mandíbula marcada y miré con atención su rostro. Repasé con la punta del dedo pequeñas cicatrices que de lejos nunca podrías ver, también enredé varios de sus cabellos hasta que metí la punta en su oído y se rio.

—No hagas eso, me hace cosquillas —me dice entre risas.

Tiene una risa melódica hermosa.

—Ahora que lo noto, no tienes una voz tan grave a mi lado, pequeña Mavra —le digo pícara.

—Ah, ¿no? —me pregunta girando su cabeza hacia mí—. Tampoco es que quiera ser el bisnieto de Leopoldo todo el tiempo, siéndote sincera —me responde en un susurro ya que su rostro estaba muy cerca del mío.

Empujé su cabeza desde su mandíbula con mi dedo y me eché a reír.

—¿Por qué no lo serías?, es un gran título.

—Porque esa no es mi identidad, niña, yo quiero seguir siendo: «Mavra la pobre» o «Mavra la plebeya» —me dice resaltando sus apodos con una énfasis exagerada.

Me reí por lo que dice y recordé Maragda.

—¿Cómo era? —le pregunto.

—¿Qué cosa?

—Maragda cuando vivías allí, porque dicen que ahora ha cambiado mucho —le aclaro.

—Era feo —me responde sin dudar, mirando el techo pensativa—. Ninguna persona debería de merecer vivir en tales condiciones... hasta un punto era muy enfermo. Me alegro de salir de allí pero no de esta forma, daría lo que fuera para poder regresar y cambiar las cosas —me dice sincera.

—Ay, me dolió —la arremedo entre risas un tanto tristes, acompañadas de sus risas contagiosas—. Pero así nunca me conocerías —espeto.

—Claro que lo haría, de otra forma pero lo haría. ¿Tú te atreverías a conocerme desde esa perspectiva?, me refiero a viéndome como realmente soy, una persona sin nada que perder mas que su familia.

—Claro que lo haría —repito sus palabras—, tú resaltas a cualquier parte que vayas, sonrisa de hojalata. Quieras o no de alguna forma robas suspiros, eres muy encantadora... Eres una buena persona, Mavra, y no hay nadie más con ese corazón de oro que tú tienes —espeto sin limitar mis palabras.

Lentamente giró su cabeza hacia el ventanal, dándome la espalda.

—¿Qué pasa? —le pregunto extrañada.

La luz tenue del amanecer me permitió ver sus orejas, que se empezaban a poner rojas, y me pude dar cuenta.

—¿Qué pasa, Mavra? —le inquiero maliciosa.

—No —me dice, llevándose una mano al rostro para tapar su oreja roja e hirviente.

Me reí fuerte por su gesto e intenté quitar su mano del camino para poder observarla.

—¡Déjame ver! —le digo entre risas.

—¡No!

—Vamos —insisto divertida.

Forcejeamos hasta que jalé su brazo con tanta fuerza que la recosté de nuevo boca arriba, me puse a horcajadas sobre su abdomen para forcejear a mi favor y así retirar sus manos de sus orejas. Están rojas a más no poder.

—Qué linda eres —le digo para reírme, reposando mi cabeza sobre su pecho, aún tomando sus manos con fuerza.

—Pues no es de todos los días que la princesa de una nación te haga ese tipo de cumplidos, niña —se excusa rápido apenada.

—No me digas —le respondo maliciosa.

—Además... es la primera vez que lo haces de esa manera tan directa —murmulla avergonzada.

En un movimiento rápido toqueteé los costados de sus costillas en un intento de hacerle cosquillas para que de ella no saliera ni una sonrisa. Se llevó sus manos al rostro para esconderlo y sus orejas se encendieron más.

—¿Qué estás haciendo? —me pregunta en un quejido abrumador.

—No funcionan contigo —le respondo entre risillas.

—No me digas —me arremeda con mi mismo tono de voz, descubriendo su cara, mostrándome una nariz rojiza.

Me acerqué a ella inconscientemente, de forma peligrosa a su rostro, para plantar un beso en su nariz.

Me miró perpleja, como si no pudiera creer lo que acaba de pasar. Sin dejar de mirarme agarró una almohada que estaba a su alcance y se asfixió sola con ella. Pataleó y escuché un pequeño grito proveniente de la almohada. Me reí muy fuerte por su gesto y recargué mi frente en la tela suave del cojín hasta que se tranquilizó. Escuché su respiración lenta detrás del algodón y me reí de nuevo.

—Vamos, hay que aprovechar el día —le digo, levantándome de ella.

—Es sorprendente —espeta concentrada, perdiendo la mirada de nuevo en mi techo.

—¿Que? —le pregunto caminando al espejo al lado de mi ropero.

—Como terminamos así, tú y yo en esta misma habitación. Es tan irreal... que lo veo como un sueño.

—Yo si fuera tú no despertaría entonces —le digo entre risillas, mirando mi reflejo.

—No lo haría, pero si pudiera despertar solo una vez para confirmar que es un sueño se lo agradecería al mundo y dormiría eternamente de nuevo —me aclara, dejándome saber de lo que habla.

—Te entiendo —le digo cabizbaja comprendiendo sus sentimientos.

—Sé que lo haces —me dice en un susurro lejano.

Miré mi reflejo dentro del espejo alto, es grande pero ni con ese tamaño podía contener todas las cosas que estoy sintiendo en estos momentos. Detrás de mí encontré a una niña, sobre mis sábanas, sobre mi suave cama encontré a un ser humano extraño a mi mundo. Acaricié imaginariamente su cuerpo, deslizando mis dedos gruesos entre el aire caliente, como si quisiera ir más allá de esta realidad.

—Dabria. —Se levanta repentinamente de la cama.

—¿Que? —le pregunté asustada, girando sobre mis talones.

—Alguien viene —me advierte.

Rápidamente rodó por mi colchón hasta el piso para arrastrarse debajo del mueble, corrí hacia mi cama y me lancé sobre su suavidad acolchonada para hacerme la dormida.

—Princesa, ya es hora de despertar —me llama Zil a la par de invadir mi cuarto.

Solté un quejido falso de molestia y me removí en la cama para acomodarme en otra posición y dormir de nuevo.

—Despierte, señorita, hoy tiene clases —me avisa para ir al baño a preparar mi bañera.

Abrí los ojos de par en par y fui corriendo tras ella.

—¿Me puedo arreglar yo hoy? —le inquiero alegremente.

—Sí, princesa, pero recuerde ser puntual —señala—. Le dejaré todo listo para su disposición.

—Muchas gracias —le digo emocionada, revoloteando en mi lugar.

Regresé corriendo a la cama y me tumbé en ella, asomé la cabeza por la esquina y asusté a Mavra.

—¡Shh!, ¿qué te pasa? —me pregunta, asustada y preocupada a la vez, en un susurro muy leve.

—No voy a ir a clases hoy, hay que hacer algo diferente —le digo.

—No, no puedes faltar —me replica con el ceño fruncido a sabiendas de lo que quiero hacer.

—Vamos, solo un rato. Si lo que te preocupa es que la gente sospeche usaré de excusa mi campo de flores —la persuado alegre.

Pensó un momento, torciendo los labios por el esfuerzo, y dejó salir un suspiro corto segundos después.

—Bien, solo por hoy —concluye rendida.

Pataleé sobre la cama como lo hizo ella hace rato y le lancé un beso por el aire, bufó en su lugar y me dijo que me fuera con una señal de su mano.

—Mala —le digo entre risillas, mirando atenta como sus orejas cambiaban de color—. Qué bonitas orejas tienes, sonrisa de hojalata —le señalo con cariño.

Me miró seria y se recostó sobre el piso, nuestros ojos no se despegaron ni un segundo hasta que me llamaron.

—Princesa.

Brinqué en mi lugar y me reincorporé en la cama, sentí el rostro ardiendo pero lo controlé como pude.

—Ya está todo listo, recuerde ser puntual, por favor —me pide seria.

—Claro.

Me despidió con una reverencia y se marchó del cuarto. Mavra salió en cuanto la puerta se cerró y yo me quedé sentada.

—¡Mavra! —le advierto en un grito ahogado, mirando la puerta como si Zil hubiera regresado.

Rápidamente se escabulló debajo de la cama, golpeándose la cabeza en el intento. Me eché a reír por lo ágil que es y ella se quejó desde allá abajo.

—¡Qué mala eres! —me grita.

Me seguí carcajeando hasta que ella se paró frente a mí y me entregó una mirada asesina. Se abalanzó sobre mí e intentó cargarme, pero no pudo.

—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos en la enfermería? En ese momento pude cargarte sin problemas, pero ahora no sé por qué no puedo hacerlo —espeta preocupada, insegura de sus capacidades.

Me senté en mi cama y ella se quedó frente a mí, cabizbaja.

—Fue porque me impulsé con las piernas cuando me cargaste, en ese momento estaba muy enojada y tensa también. Pero creo que fue el impulso más que nada —le aclaro.

Frunció el ceño y apretó sus puños. Me paré en el colchón y le ordené que se volteara.

—¿Por qué? —me pregunta extrañada.

—Tú hazlo —le mando.

Me dio la espalda y yo me trepé en ella, me agarró por detrás de mis rodillas para no caer y flexionó las suyas para que de un brinco me acomodara.

—¡Sí puedo cargarte! —exclama alegre como si no fuera tan pesada.

—Puedes cargar todo lo que quieras, Mavra —le digo entre risas—. Pero una cosa muy diferente es levantarlo, para eso se necesita otro tipo de fuerza —le aclaro.

—Ya entiendo —me dice para comenzar a caminar—. ¿Cuál es el siguiente lugar que visitaremos, princesa? —me dice entre risillas.

—¡Al baño! —le respondo entusiasmada, apuntando el lugar con mi dedo índice.

Me llevó entre brincos hasta el cuarto y cuando entramos quedó impactada.

—Qué bello —espeta.

—Lo es, es mi segundo lugar favorito —le comento entre risillas.

—Ya veo por qué lo es —me dice aún anonada.

Me bajé de su espalda y fui por unas toallas para dejarlas al lado de la bañera.

—¿Te quieres bañar conmigo? —le pregunto alegre.

Su expresión no cambió por unos segundos, me miró parpadeando varias veces hasta que captó la pregunta y rechazó rotundamente mi propuesta.

—Está bien —le digo entre risas—. Supuse que lo dirías, entonces báñame a mí porque yo sola no puedo hacerlo en poco tiempo.

—Ah, sí, eso sí lo puedo imaginar. Con solo su cabello puedo afirmarlo.

Salió del cuarto mientras yo me desvestía porque me dijo: «Si alguien ajeno te ve de esa forma, inocente e indefensa, la muerte caerá sobre ellos, no más que por parte de tu padre», y me reí mucho por sus palabras que son un tanto ciertas; nadie debería de tocarme o siquiera mirarme sin mi consentimiento, eso está mal en tantos sentidos que no podría en numerarlos todos.

—¡Ya puedes entrar, sonrisa de hojalata! —le aviso ya adentro.

La piedra de la bañera está tibia y el sol ya salió completamente, gobernando los cielos inmensos de Cos d'or. Jugué con el agua hasta que Mavra entró y se me quedó mirando en una pose muy graciosa, dejó su mano sobre su cintura y se arqueó a más no poder para torcer su boca y hacer una mueca divertida. Me miró seria y yo me mordí los cachetes desde adentro para no reírme y seguir con su juego.

—Ya llegó tu sonrisa favorita —espeta en un tono de voz muy grave, haciéndome estallar de risa.

Ella también me acompañó a la par que se acercaba a mí.

—¿Qué jabones usas? —me pregunta, buscando por todo el cuarto.

—Están en la mesa de allá —le digo girando en mi lugar, quedando cara a cara, para señalarle un mueble.

A la par de mi movimiento ella se dio un manotazo en los ojos, señaló el lugar con su mano para no olvidarlo y marchó hacia él. Me reí por su gesto y nadé en mi lugar.

Me sumergí en el agua y cuando salí, empapada, encontré a Mavra arrodillada frente a mí. En sus manos carga la bandeja completa de mis cosas de aseo personal y en su rostro encontré una inocencia pura, tan real que ni todas las marcas de terror que hay en su cuerpo podrían contrarrestar esa característica.

—No sé qué cosas quieras usar —me dice en un tartamudeo.

—¡Todo! —le exclamo alegre.

—¿Todo? —me pregunta asustada por mi determinación.

—Sí, mira, esas de allí —le señalo unos pétalos rojos como una manzana— son buganvilias limpias. Esas las podemos poner en el agua junto a los aceites perfumados, créeme que aunque no entres conmigo te vas a relajar desde allí.

—Sí lo creo —me aclara, oliendo uno de los frascos cristalinos que contiene una esencia, para verme y arrugar toda la cara.

Me reí por su expresión y ella le puso atención a mi sonrisa.

—No veas a través de mi ventana —le digo, tapándome la boca, nerviosa.

—No es eso, Dabria, cuando sonríes o te ríes dos pequeños orificios aparecen en tus mejillas —me aclara—. Y son muy lindos.

Giré en mi lugar para darle la espalda, la cara me arde y una sonrisa muy grande apareció en mi rostro.

—Tú eres la primera persona que me adula de esa manera, y la única que lo hace hasta ahora —le confieso sincera, sumergiendo solo mi rostro en el agua para controlar su calor.

—El mundo puede que no lo diga, o lo grite, pero créeme que lo piensa, no cabe duda —me afirma cariñosa.

—No lo sé, tal vez lo hace —le respondo sacando el rostro.

Una de sus manos se posó sobre mi cabeza y la otra se sumergió en las profundidades del agua, soltando en su camino los pétalos de las buganvilias.

—¿Quieres que te cuente una de las tantas historias que he leído? —le pregunto entusiasmada, ocultando esa alegría entre las notas de mi voz.

—Sería todo un honor —me responde firme y cálidamente.

Masajeó mi cabeza para crear espuma y me enjabonó.

—El nombre de la buganvilia se debe al navegante francés Louis Antoine de Bougainville, quien la trajo a Europa desde Brasil al completar su viaje de exploración científica alrededor del mundo —le cuento despacio—. La expedición Bougainville contó con un equipo científico formado por el astrónomo Véron y el médico y naturalista Philibert Commerson. A Philibert, como botánico a bordo, se le atribuye desde entonces el hallazgo de las decenas de especies nuevas de plantas que la expedición aportó. —Hago una ligera pausa para no emocionarme tanto—. Pero se ha empezado a desvelar que, en realidad, fue el ayudante de Philibert quien hizo la mayor parte del trabajo, pues durante gran parte del periplo el naturalista oficial de la nave estuvo enfermo. —Hice otra pausa, pero esta vez dejé escapar mi emoción por el descubrimiento—. Y ese mozo que le ayudaba, además, no era tal mozo, sino una mujer. Se llamaba Jeanne Baret, hoy se la reivindica como una botánica por derecho propio y como la primera científica que completó una vuelta al mundo. —Me di la vuelta en mi lugar y ella alzó las manos para que la espuma no cayera en otra parte.

—Veo que te gusta mucho esa historia, que es más una realidad, Dabria —me dice antes de que pudiera hablar—, tus ojos ya me lo dijeron... yo seré tu barco —espeta con una tierna sonrisa.

La observé atenta, con ojos temblorosos por sus palabras. Ella ya sabía mucho de mí, tanto que ninguna persona se podrá poner a su nivel en un futuro.

—Quiero ser la siguiente exploradora —le confieso—. Quiero ser como ella.

—Si ese es tu sueño yo te ayudaré a cumplirlo, mis raíces siempre van a estar en el mismo lugar así que ¿por qué no crecer un poco hacia otro lugar? —me dice entre risillas.

—¿Y tú cuándo te hiciste tan bromista? —le pregunto sonriente.

—No lo sé, Asmodeo me contagió —me confiesa divertida, masajeando mi cabeza con delicadeza.

Recargué mis brazos en el filo de la bañera mientras observaba atenta sus movimientos y su cara de concentración.

«¿Qué tan lejos irías por mí? No, si tan solo no pensaras en irte, en dejarme atrás, con eso estaría satisfecha», pensé, embelesada por su belleza. 

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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing

Dato curioso/importante:
La "historia" que cuenta Dabria se desarrolló en el siglo XVIII (1766-1769), fue un viaje de exploración científica alrededor del mundo. Aquí lo cuento como un relato pues si me baso en los años de la historia con el viaje, no coinciden, aún faltan muchos años (69 años en específico). Pero como me pareció algo muy interesante decidí agregarlo independientemente de las fechas.

Extra:
Este es el baño de Dabria por si quieren saber por qué Mavra se quedó tan sorprendida (que envidia TT):


¡No olviden votar y dejar un comentario sobre lo que opinan de la historia!, esto me ayuda como autor en muchos sentidos. <3

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