Capítulo. XLII
Siglo XVII, 1697, 6 de agosto
5:13 P.M.
Me despedí de la princesa antes de marcharme al cuarto para cambiarme, no sin antes que ella me regalara un tierno beso como sello final. Los hermanos y Asmodeo me esperaban fuera del cuartel, y me uní a ellos antes de que pasara más tiempo.
—¿Cómo les fue? —les pregunto, recordando que entrenaron casi todo el día.
—Bien, tenemos un plan, Ansel —me responde Nazaire entusiasmado.
—¿Estás lista para arrasar con todos? —me pregunta Asmodeo decidido, mirando el horizonte.
He de admitir que es bello el maldito, por más que haya momentos donde no me agrade del todo, tiene sus encantos.
—Claro que sí —le digo determinante, así como la princesa el día de hoy.
—Cada uno participará en categorías distintas para que no choquemos entre nosotros. —Lentamente agilizamos el paso porque ya había una carreta destinada a que nos llevara al coliseo—. Asmodeo se queda con los juegos a distancia, yo y Maël podemos participar en casi todos de cuerpo a cuerpo y tú puedes quedarte con los sobrantes, que no son muchos.
—Arquería, tiro de jabalina, el tiro con armas de fuego y las carreras largas. De eso yo me voy a ocupar —espeta Asmodeo que iba delante de nosotros.
—Yo y Maël competiremos en la lucha a cuerpo a cuerpo, la esgrima, la lucha entre espadas y lanzas, también entraremos al tiro con armas de fuego pero diurna —me comenta.
—¿Diurna?, entonces, ¿hay una versión nocturna para los juegos? —los cuestiono extrañada.
—Sí, de mis categorías me encargaré de las dos versiones. Tú tienes que ayudar a ellos con las nocturnas porque a Maël se le complica más en la oscuridad —habla Asmodeo engreído.
«Cállate», tararea Maël.
—¿Estoy equivocado, crío? —le inquiere, entendiendo perfectamente el tarareo del hermano.
Su silencio le respondió, pero ese silencio se expandió hasta que llegamos a la carreta.
—Buenas —saluda Nazaire al jinete.
Este simplemente asintió y dio marcha a los caballos. El ambiente no era incómodo, pues estamos muy bien acostumbrados a la presencia de los otros, pero está muy tenso.
—Lo lograremos —espeto al aire—. Tenemos que demostrarles que los alumnos pueden superar a cualquier maestro.
Asmodeo me regaló una media sonrisa junto con un suspiro corto en señal de conformidad, Maël simplemente asintió y Nazaire ladeó su cabeza para sentir directamente la brisa que creaba el trote rápido de los caballos.
En cuanto llegamos al coliseo un escándalo proveniente de su centro nos dejó en duda, ¿qué estaba pasando? Bajamos con la guardia en alto, la carreta se marchó a nuestras espaldas mientras analizábamos el coliseo con la mirada.
Caminamos por una de las tantas entradas y rodeamos una sexta parte del edificio para llegar a la única puerta que da directamente a la arena. Para nuestra sorpresa había varias mesas, eran las mesas de inscripción para las categorías.
—Hay que dividirnos, cada uno vaya y entre a su división —nos manda Asmodeo.
—Entiendo —le respondo a su orden.
«Vale», le tararea Maël al ver que es lo más sencillo de entre todas las opciones.
Mientras Asmodeo se iba decidido hacia un lado los hermanos se fueron al otro. Yo solo pude divisar una fila corta y me dirigí hacia ella.
Había seis hombres frente a mí, corpulentos y muy altos. Dependiendo de esta categoría creo que me sería muy fácil jugar, si los participantes van a ser así de grandes va a ser un punto a mi favor. Los seis hombres pasaron rápido, al último le preguntaron su nombre y contestó: «Saar», y fue lo único que logré escuchar entre tanto ajetreo.
—¿Nombre? —me pregunta indiferente el soldado que representa esta categoría.
—Ansel —le respondo pasmada, ni siquiera sé para qué lo necesita.
Apuntó mi nombre en la lista, en una hoja amarillenta, para alzar su vista hacia mí sin levantar la cabeza. Yo solo me quedé mirándolo, aguantando sus ojos amenazantes sobre los míos.
—¿Qué más niño? —me pregunta molesto.
—Domènech, Ansel Domènech —le repito en un tartamudeo.
Terminó de apuntar mi nombre casi completo y dejó la lista sobre la mesa, ya no había nadie detrás de mí.
—Ya te puedes ir, eh —me responde sin paciencia.
—¿Qué categoría es esta? —le inquiero dudosa.
—Justas nocturnas, las diurnas ya se llenaron —espeta.
—¿Yo podré siquiera participar? —le pregunto en blanco, todavía no hacíamos nada y yo ya había metido la pata a lo grande.
—No sé, tampoco es como que me interese, solo no le estorbes a los mejores —me contesta indiferente.
Caminé fuera de la fila invisible, busqué a los hermanos o Asmodeo pero no encontré a nadie.
—¡¡Vengan a firmar!! ¡¡Hacen falta participantes para la carrera en armadura!! —grita un hombre de forma persuasiva.
Me acerqué a su mesa, porque nadie más venía, y el soldado me miró alegre.
—¡Hola!, ¿quieres inscribirte a la carrera? —me pregunta entusiasmado.
—¿De qué se trata? —le pregunto seria, aprendiendo de mi error pasado.
—Oh, ¡qué serio! —exclama divertido—. Es muuuy simple, los caballeros inscritos participan en una carrera de seiscientos metros pero con la condición de portar una armadura cuando corren —me explica sonriente.
—Entiendo, ¿puedo participar?
—¡Sí, señooor! ¿Cómo te llamas? —me pregunta ahora con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ansel Domènech —le respondo firme, aguantando mis ganas de sonreír. Su sonrisa es muy contagiosa.
—¿Domènech? —pregunta asustado, borrando eternamente esa chispa alegre que tenía.
Yo solo lo pude mirar asombrada, ¿a qué le tiene miedo?
—Claro, ahora te apunto —dice tartamudeando.
—¿Qué tiene mi nombre? —le inquiero curiosa.
—El rey, personalmente, ya nos había hablado de ti. Y si lo hizo él tenemos que... —No terminó su frase por negar con la cabeza de un lado a otro—. Olvídalo, solo que eres importante para este ejército.
—Entiendo.
—Gracias por participar —me dice con una media sonrisa, pero se ve tan forzada que no tuve ganas de corresponderla.
Me marché lejos de su mesa para no incomodarlo y busqué de nuevo a mis compañeros, pude visualizar a Asmodeo con una cara como si estuviera a punto de reventar y me extrañó verlo así. Me acerqué a él, escabulléndome entre los cuerpos pesados de todos los caballeros y poco a poco los gritos e insultos se hicieron más claros.
—¡Lárgate de aquí, maldito sodomita! —le grita alguien.
—¡¿Mendigo yo?!, ¡Oh, tú no me conoces! —le replica molesto pero de forma melódica.
—¡¿Y por qué conocería a semejante prostituta?!
—Cariño, ¿no te han dicho que soy la mejor del barrio? Incluso si quiero le puedo quitar el lugar a tu mujer —le contesta pícaro, haciéndole una énfasis «positiva» al apodo que le dio.
Entre dientes lo maldijo de nuevo pero está vez por ahorrarse sus palabras no controló sus impulsos y le soltó un puñetazo a la cara del presumido.
Apenas y se movió su cabeza, desde aquí pude ver como un hilo carmesí se deslizaba por su boca. Regresó su mirada asesina hacia él y pensó unos pequeños segundos en si lo valía, si valía la pena hacer un escándalo por semejante basura. Y a su criterio lo valió.
En un abrir y cerrar de ojos lo cargó sobre su hombro por su cintura y lo empujó tan lejos como pudo, hasta llegar a una de las mesas para azotarlo contra ella y romperla casi por la mitad. Lo golpeó con sus dos puños, intercambiando el lugar que tomaba cada uno en su rostro ágilmente, pero fueron tantas veces y tan veloz que no me dio tiempo siquiera de contar cuantos besos le dieron sus nudillos al hombre justo en los labios.
—¡¿Por qué yo tengo que aguantar a buenos para nada como tú?! —le pregunta en un grito sin detener sus puños, que eran atraídos a su rostro como imanes—. Si tanto andas hablando de mí por qué no vienes a pedirme un turno en mi prostíbulo, ¡¿eh?! ¡¡No tienes agallas!! —Dio los siguientes golpes más lentos, como si quisiera que todos lo miraran atento, marcados y con mucha más fuerza—. ¡Malditos animales! ¡¡Nunca los voy a perdonar!!
Algo salió volando de la boca del soldado, por alguna razón el caballero ya no luchaba contra Asmodeo y por otra extraña razón él se detuvo. Dio un suspiro tan profundo que en él pude escuchar toda la carga que sostenía siendo expulsada de su cuerpo, se quedó ahí, mirando al hombre.
—¡¿Alguien más que quiera un turno?! —pregunta en voz alta, jadeante por todo lo que acaba de hacer.
Yo simplemente me quedé entre medio de todos, mirándolo en silencio. Como si se tratara de una exhibición nadie hacía nada, solo lo veían. En sus ojos encontré esa abruma de ser juzgado por las miradas, miradas llenas de disgusto y algunas de miedo. Él tan orgulloso no quiso perder la compostura, pero lentamente se colaba el pánico entre las paredes de su piel morena.
Salí de ese círculo de gente común y todos esos ojos me juzgaron ahora a mí. Yo solo pude enfocarme en Asmodeo, tanto peso que ha estado cargando solo por no ser aceptado. Su rostro estaba serio pero sus ojos temblorosos me susurraban todo lo que sentía, sentimientos como: ira, tristeza, miedo y decepción.
—Me apunté a las justas nocturnas —espeto poniéndole una mano en su brazo, porque no alcanzo su hombro.
De reojo miré muchos ceños fruncidos, escuché murmullos y una que otra risa. Todos me miraban raro y un quejido del soldado ensangrentado nos distrajo de nuestra plática.
Le dediqué unos segundos de mi tiempo para verlo y regresé con Asmodeo.
—Me van a masacrar —le repito pero esta vez de forma más clara para que me entienda, apretando su brazo y regalándole una media sonrisa.
Esto en un intento de cambiar el tema y por arte de magia la escena ensangrentada que tengo frente a mí. Devastado movió su cabeza de un lado a otro.
—Yo ya ni siquiera voy a poder participar —me responde en un hilo de voz—. Por culpa de él —señala al soldado con odio... rencor.
Me acerqué a la mitad de la mesa que yacía en el piso y me paré en ella, me regaló la altura suficiente y me preparé.
—Pero no está muerto, mira —le digo.
Brinqué y me dejé caer sentada sobre el estómago del soldado, este soltó otro quejido más doloroso y tosió, dando la señal definitiva de vida.
—¿Quién más?, el príncipe los noquea y yo los remato —les digo en voz alta a los que tienen su mirada bien puesta sobre nosotros.
Uno que otro se rio y Asmodeo me regaló una media sonrisa, una llena de un dolor que fue encerrado por mucho tiempo.
«¿Qué se sentirá ser rechazado casi por todos?», pensé mientras lo veía.
—Hacer eso no destensará el ambiente, Ansel, es más, lo vuelve más raro —aclara para reírse y cesar de repente esa carcajada.
—¿Qué está pasando aquí? ¡Muévanse! —grita una voz grave que se abre paso entre la multitud.
—Qué buena suerte tengo —digo de mala gana, viendo al coronel posarse frente a todos.
—Tenías que ser tú, cucaracha —escupe con molestia.
—Claramente, ¿quién más si yo no? —le pregunta Asmodeo.
—Y ya tienes amiguitas, ¿eh? Todos lárguense de aquí, sigan haciendo sus cosas antes de que se cierren las inscripciones —ordena en una sola voz.
Todos hicieron caso, mientras que Asmodeo, el coronel y yo nos deteníamos en el tiempo mientras corría alrededor de nosotros junto con todos los caballeros en movimiento.
—Vengan conmigo, trae a ese bueno para nada también —espeta para darnos la espalda y marcharse.
—¿Y eso qué fue? ¿Por qué tan amigable? —le pregunto a Asmodeo.
Ignoró mis preguntas para cargar con disgusto al soldado y llevárselo hasta donde sea que fue a parar el coronel.
Los seguí cautelosa, Asmodeo se veía perfectamente bien a comparación del soldado que cargaba sobre su hombro. Salimos de la arena para entrar a un cuarto entre los tantos niveles del coliseo. El lugar es frío y solitario, las paredes de piedra le daban un aire viejo pero estaban perfectamente cuidados todos los muebles y materiales dentro.
—Ponlo en la mesa —espeta el coronel preparando varios utensilios como los que usa mi profesor—. Déjame verla —le ordena.
Asmodeo se acercó de mala gana y dejó al soldado en la mesa cuando el coronel tomó su mandíbula firmemente, inspeccionó la herida rápido y lo soltó.
—Límpiala y vete, si tus padres se enteran me van a ahorcar a mí y a ti te van a fusilar —le señala inspeccionando al soldado.
Miré extrañada a Asmodeo y él tenía la vista perdida en la mesa, atravesando al soldado con la mirada como si no estuviera ahí.
—¿Va a estar bien? —le pregunta después de un silencio largo.
—Sí, casi lo dejas paralítico, cucaracha —comenta entre risas.
Dio un corto suspiro y sonrió, se cruzó de brazos y vio como el coronel lo revisaba.
—Le pudiste romper la espalda... Lo bueno que no es un caballero relevante, pero le tocas el pelo a uno de esos y yo personalmente me encargaré de ti —lo amenaza, regalándole una mirada asesina.
—Me parece bien —le responde cortante e indiferente.
—No sigas, deja de lado tu coraje y continúa con tu vida, Asmodeo. Ya fue suficiente de estas tonterías —espeta el coronel.
—¿Cómo me voy a quedar tranquilo? —le pregunta subiendo su tono de voz—. ¿Qué no ves cómo me tratan?, yo no pienso quedarme quieto Baldassare —le contesta seguro y firme.
—Defiéndete pero no lo lleves tan lejos, mira a este inútil —señala con un gesto de su cabeza al soldado tieso sobre la mesa—, no puedes ir por ahí mandando al paraíso a cualquier hombre. Y lo digo en los dos sentidos —le dice entre risillas.
—Cállate.
—Ya lárguense de aquí y déjenme esto —nos manda para tocar con sus nudillos el torso del soldado y que este se moviera como si no tuviera vida.
Asmodeo me tomó del hombro y me arrastró hasta la entrada del coliseo, antes de tocar la arena con nuestros pies tomó una bocanada de aire para sacarla como un suspiro pesado.
—Es mi primo, Baldassare Giordano, el segundo coronel de Diamant —espeta, para dejarme en claro todas mis dudas.
—Eso explica demasiado —le digo.
—Lo sé, él ha estado muy presente en mi vida. Lo valoro pero hay veces donde por más que intentemos nunca vamos a caminar sobre el mismo sendero... ¿Por qué salvarle la vida a ese bueno para nada? —pregunta sin esperar una respuesta, girando su cadera para mirar atrás al interior de la estructura del coliseo.
—Debe de ser difícil —le comento.
—¿Difícil qué? —me inquiere.
—Tener esos tipos de gustos dentro de esta sociedad con esta mentalidad... Ya busqué todo y aunque aún tengo mis dudas espero poderles encontrar respuesta.
—Sí —me responde apagado—. Espero que mejore o no me convendría tener un buen marido en estos momentos.
—¿Y qué tipo de marido quieres? —le pregunto entre risas.
—Te contaré con todo y detalles, mi querida Mavra —me dice pícaro.
***
Después de escuchar la lista casi infinita de los requisitos de Asmodeo para poder casarse con él me alegré, sabe qué es lo que quiere y no lo duda.
Fuimos en busca de los hermanos perdidos y en el camino nos encontramos con el silencio más incómodo de todos.
—Me alegra no ser hombre —espeto entre los cuerpos de los caballeros mientras Asmodeo iba enfrente de mí.
—¿Por? —me pregunta, aguantando todas las miradas tan juzgadoras.
—Porque obviamente estarías muy enamorado de mí y la verdad no me gustaría cumplir con tanto requisito —le respondo seria.
Giró sobre sus talones y yo me detuve antes de chocar con él.
—¿Y tú quién te crees? —me pregunta con una cara de disgusto como la de la princesa.
Contuve mi risa y me mordí los labios.
—Soy... Todo —agregué la última palabra susurrando y dándole una énfasis mágica.
Se echó a reír y seguimos buscando, y como el mar rojo en la biblia, todos se abrieron a nuestro paso.
—Admirando a la perfección de lejos, muy bien —espeto al aire.
Asmodeo se rio delante de mí y yo también no pude contener mi risa.
—Creo que me estoy convirtiendo en ti —le digo.
—No lo dudo, este estilo de vida es pegajoso.
Y en la última mesa, iluminados por el cielo, estaban los hermanos Borbone inscribiéndose en la última categoría.
—¡Perdidos! ¿Cómo están? —les grita Asmodeo a medida que nos acercábamos a ellos y nos alejábamos de la bola de soldados juzgadores.
—Los hemos estado buscando por todas partes, ¿ustedes dónde se metieron? —nos pregunta Nazaire ya que nos paramos a sus lados.
—Unos problemitas, pero nada grave —le responde Asmodeo peinándose el cabello presumidamente.
—Fuimos de puesto en puesto porque no te inscribiste a varios, literalmente tuve que meterte en casi todo; a ti Ansel te inscribimos en varias categorías nocturnas donde no podemos participar —nos comenta despreocupado.
—Lo siento —le dice Asmodeo cabizbajo.
—¿De dónde ese cambio tan repentino? —le pregunto pícara en un susurro—. Muchas gracias, daré lo mejor de mí —les digo a los hermanos, mostrándoles una reverencia con el torso.
—Hablando de categorías, ¿dónde te metiste, Mavra? Que yo recuerde casi y llorabas por el error que cometiste, eh —me pregunta ahora Asmodeo en un tono malicioso.
—¿Llorar?, no es para tanto... Bueno sí, es para mucho —espeto—. Me inscribí a las justas nocturnas por error.
—¿¡Qué!? —me pregunta Nazaire en un grito.
—Me equivoqué, además de que el soldado que me atendió fue muy descortés —agrego lo último para desviar un poco el tema.
—Ansel, ¿sabes qué es lo que acabas de hacer?
—Sí —le digo con orgullo—. Un homicidio.
Asmodeo se rio y yo casi lloro de la vergüenza.
«Muy, de, bromas, hoy», me tararea Maël.
—Fue Asmodeo, me contagió su enfermedad sarcástica —le respondo señalándolo.
—¡¿Yo?! —pregunta ofendido.
Nos llamaron para marcharnos y salimos del coliseo para irnos al castillo en las carretas. En el camino no dijimos nada y yo guardé mi descubrimiento, el coronel y este presumido son idénticos.
Maël se sentó frente a Asmodeo y yo frente Nazaire, y observé al príncipe falso que estaba a mi lado atenta, como si quisiera ver más allá de su piel.
—¿Qué me ves? —me pregunta sin siquiera voltear a mirarme.
—Nada, que estás feo —le respondo y él en un jadeo ruidoso se ofendió.
Me reí por el gesto y dirigí mi mirada hacia otro lugar para encontrarme con Nazaire, puse atención a sus facciones, y en sus parpados, cejas y piel alrededor de los ojos encontré muchas cicatrices pequeñas. Tenía varias partes cortadas en sus cejas que a simple vista nunca podrías deducir que se lastimó.
Un rebote de la carreta me sacó de mi hipnosis por estos dos, miré el camino que dejábamos atrás vigilante. Hay algo hoy que me mantiene muy distraída, como si quisieran robarme la atención para hacer algo a mis espaldas.
—Ya llegamos, Ansel —me habla Asmodeo, aplaudiendo frente a mi rostro para «despertarme».
—Ah, sí, sí —le respondo en un tartamudeo, moviendo mi cabeza de un lado a otro para aclarar mi mente.
Me bajé de la carreta y fui directamente al cuartel para cambiarme por mis ropas informales de noble y así ir al castillo para allí ponerme mi ropa para dormir.
Mientras ellos perdían el tiempo en el cuartel yo corrí hacia el cuarto en el castillo. Me estaba cambiando cuando Asmodeo tocó la puerta abierta con los nudillos y lo dejé pasar, me puse el vestido que uso para dormir y él también se cambió. Nos movíamos entre un silencio natural, casi podría decir que acogedor.
—Yo te apoyo, Asmodeo, abordaremos esto de la mejor manera —espeto de forma cálida.
—¿Abordaremos? —me cuestiona burlón—. No tomes problemas ajenos como si fueran tuyos, Mavra, es lo peor que puedes hacer en toda tu vida.
Me miró unos segundos desde el marco de la puerta, la luz detrás de él no me permitía ver la expresión de su rostro, pero sin más se marchó.
—Es lo peor que puedes hacer —me repetí para mí misma en voz alta—. Es lo único que he estado haciendo —me respondo en un murmullo.
El sol ya se había ocultado pero aún varios rayos de luz se colaban entre el manto oscuro de la luna.
Atravesé toda el ala derecha del castillo solo para llegar a esa torre tan familiar hasta a oscuras, subí sus escaleras frías descalza y cuando toqué la puerta del último espacio dentro una cabellera dorada la abrió para recibirme con un cálido abrazo.
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