Capítulo. XIX
—¡Me alegro mucho! —expresa entusiasmada.
—Yo también estoy contenta —le digo sonriente.
Dos golpes detrás de la puerta se robaron toda nuestra atención.
—¿Sí? —preguntó la joven en voz alta.
—Soy el mayordomo, vengo por Ansel.
La señorita procesó la información y cuando la captó dio un pequeño brinco en su lugar y torpemente fue a abrir la puerta.
—Una disculpa si nos demoramos —le dice riendo nerviosa mientras lo deja pasar.
—¿Lista, Ansel? —me pregunta acercándose a mí lentamente.
—Sí, señor —le respondí asintiendo con la cabeza.
Caminó detrás de mí y me empujó hacia la puerta, antes de retirarnos pregunté si todavía no podía calzar algo.
—Aún no me han dado nada, supongo que mañana cuando terminen de quitarte lo que tienes te van a dar un par —me dice la joven levantando los hombros.
—Sí, opino lo mismo, Ansel —comenta el mayordomo a mis espaldas.
—Entiendo, es raro ver mis pies —les declaro, viéndolos para mover mis dedos.
La joven dejó salir una que otra risilla y yo la acompañé con una pequeña carcajada.
—Muchas gracias por todo, sinceramente se lo agradezco, espero poder volverla a ver pronto señorita —le digo inclinando la cabeza profundamente.
—El placer es todo mío, caballero —me contradice haciendo una reverencia con el torso.
Le regalé una última sonrisa y el mayordomo hizo lo mismo, me empujó fuera de la recámara para atravesar el pasillo idéntico al otro cuarto de servicio y salimos del área.
—El rey solicitó tu presencia en el invernadero del castillo —me anuncia.
—¿Invernadero? —inquiero curiosa
—Es un lugar cerrado y accesible a pie que se destina al cultivo de plantas, tanto decorativas como hortícolas, es principalmente para protegerlas del exceso de frío en ciertas épocas del año —me explica relajado mientras camina entre los pasillos.
—Entiendo, ¿las plantas hortícolas son las que están destinadas al consumo? —le pregunto dudosa por estar mal.
—Sí, son plantas de huerto que se utilizan como alimento y se denominan hortalizas, aunque ahí también entran plantas medicinales —me aclara.
—Ahora sí lo entiendo completamente, suena divertido.
—¡Lo es! Al rey le gusta cultivar y como dicen, qualis pater talis filius: 'como es el padre así es el hijo' en latín —comenta entre risillas.
—¿Dabria gusta de esa actividad? —le pregunto intentando no sonreír por la respuesta.
—Así es, tiene un campo de flores frente a su alcoba. Ella ayudó en su mayor parte a plantarlas y cuidarlas, a veces hace ramos o nos regala sus florecitas. Es una buena niña solo que la conociste en el momento equivocado —me declara apagado.
—¿Escuchó cómo fue mi encuentro con la princesa? —le pregunto en un suspiro.
—Lo lamento, sé que va a ser más difícil para ti. Siempre estaré aquí para apoyarte si alguna vez necesitas saber algo, yo he visto a esa pequeña desde que nació —me anuncia alegremente.
—De acuerdo, no sabe cuán agradecida estoy con usted —le expreso en un tono cálido.
—Es todo un placer, caballero.
Estábamos atravesando la base de la escalera gigantesca derecha del salón principal cuando unas risillas y el estruendo de las puertas nos hicieron jadear a mí y al mayordomo. A punto de terminar de recorrer el ancho de la escalera él jaló hacia atrás la silla, haciéndome tambalear para enfrente, logrando ver de reojo a lo lejos unos cabellos de oro.
Retrocedimos hasta llegar al lado contrario de la base de la escalera, el mayordomo buscó una salida pero todas quedaban muy lejos y los pasos de la pequeña princesa, y lo más probable que los otros sean del rey, se acercaban peligrosamente.
—Ella no puede saber que estoy aquí —le susurré al mayordomo.
—Nos van a ver —me susurró de vuelta trémulo.
Las risas de la princesa se detuvieron y una voz varonil un poco ronca se escuchó a lo lejos para resonar en todo el salón.
—¿Quién está ahí? —cuestiona el hombre imponiendo poder.
El mayordomo sudoroso estaba paralizado, lo único que se me ocurrió fue tomar el pasamanos de la escalera que vale más que unas veinte vidas, tirar de él para acercarme y lanzarme de rodillas a los escalones.
A medida que subía con las manos y rodillas, cuidando que los pantalones cortos no se dañaran, avanzaba al lado izquierdo de la escalera para mirar de cerca qué iba a pasar después. El mayordomo al ver mi acción, anonado, recuperó su postura y caminó como si nada hacia donde estaba el rey.
Subí las escaleras más rápido, en un intento de convertirme en un perro o qué sé yo, que me trague la tierra.
—Su majestad —saludó el mayordomo con la silla aún en sus manos.
—Buenos días, casi tardes, mayordomo —contestó el rey.
—¡Hola! —exclama la princesa.
Me recosté boca abajo sobre un escalón y me acerqué lo más que pude al barandal exótico lleno de herrería deslumbrante, que lo más probable es que me pueda ocultar la cabeza a la perfección. No subí muchos escalones, solo los suficientes para quedar un poco arriba de sus cabezas, giré para ver mis pies descalzos y delicadamente recosté la zona dorsal sobre el escalón frío.
Una pregunta me sacó de mi hipnosis por mis piernas, giré mi cabeza para ver qué estaban haciendo y mis ojos chocaron con los del rey. Su mirada penetrante creó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, Dabria estaba dando vueltas y pequeños saltos a su lado.
—¿La silla? —preguntó el mayordomo sorprendido, bajó su mirada y examinó la silla con ruedas—. ¡Ah!, la silla es para un caballero herido —respondió riendo nervioso.
El rey carcajeó ante su respuesta y Dabria hizo lo mismo, la princesa intentó hacer el mismo tono de voz del rey y una sonrisa tonta se dibujó en mi rostro.
«¿Cómo se sentirá compartir la misma sangre con alguien que te ama?, ¿será diferente al sentimiento que comparto con los padres de Benedict?», pensé al verlos.
—Ve con tu madre, hija, tengo algo que atender con el mayordomo —le ordena el rey indiferente, aunque lo dijo acariciando la cabeza de la princesa.
Ver esas acciones me recuerda a lo que alguna vez fueron momentos cálidos que tuve con mi familia, algo me hizo llevar mi mano en un puño a mi pecho. Era un sentimiento extraño, como si faltara una pieza en mi interior, hay algo que no está completo y me duele.
A lo lejos la princesa fue escoltada por varios caballeros mientras yo me destrozaba mentalmente con mis acciones del pasado.
Apenas pude escuchar los pasos acercándose cuando alguien ya estaba parado a mi lado carraspeando su garganta. Levanté mi cabeza lentamente y miré al rey desde sus pies.
—Te haría bajar los escalones pero carezco de tiempo y ganas —me dice indiferente.
Dobló sus rodillas y se agachó para acercarse más a mí.
—Te invitaría a un lugar nuevo para ti del castillo, pero ya no creo que haya mucho tiempo, alguien vino a visitarte una última vez más —me señala con una media sonrisa en sus labios, en cuclillas frente a mí.
—¿Quién...
No me dejó terminar cuando giró sobre sus tobillos para darme la espalda.
—Sube, rápido —me dijo en un tono estremecedor.
Seguí su orden y me trepé en su espalda sin que en ningún momento mis pies tocaran ningún escalón. Se levantó como si no tuviera nada encima y sus músculos se tensaron, reposó sus manos detrás de mis rodillas y bajó las escaleras conmigo en su espalda.
Asomé la cabeza por el hueco entre su cuello y hombro para ver al mayordomo esperando en el primer piso con la silla con ruedas en sus manos.
—Fue divertido —le dije al mayordomo sonriente.
—Me asustó, señorita —me contradice el mayordomo llevándose una mano al pecho en señal de asombro.
—Tu rostro no decía lo mismo —habló el rey dirigiéndose a mí.
Llegamos a la planta baja y se arrodilló de espaldas a la silla para poder sentarme sin problemas.
—Muchísimas gracias, su majestad —le dije inclinando la cabeza sin levantar la mirada.
No me respondió y simplemente se marchó. Escuché una risilla a mis espaldas y giré mi cabeza para encontrarme con el mayordomo.
—Cuando te digo que te está demostrando importancia te lo digo en serio, está siendo un poco diferente contigo. Son unas pequeñas diferencias que pronto se volverán más notorias, el tiempo las hará más grandes, créeme. Es raro ver al rey así —espeta en voz baja.
—¿Así? —le pregunto susurrando.
—Sí, te mira con unos ojos especiales. Puede que sean temerosos e imponentes a cualquier emoción que le plazca pero te está regalando su preocupación —me dice en el mismo tono.
—Entiendo, espero poder entenderlo mejor en un futuro.
Y el rey se perdió de nuestra vista una vez más.
—Después iremos con él, me dijo que tienes una visita muy especial esta mañana —anuncia.
—Cierto, y no tengo dudas acerca de quienes se trata —digo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Yo tampoco —concuerda riendo para caminar hacia la entrada del castillo.
Me llevó hasta las puertas gigantescas que dan directo al salón principal, una vez que atravesamos el último pasillo, a lo lejos, pude ver una cabellera reluciente como el sol. La luz andante caminaba de un lado a otro mientras que una más oscura y otra más clara se encuentran sentadas en una silla larga y acolchonada. Cuando la cabellera dorada giró en mi dirección me encontré con unos ojos claros como la madera.
—¡Mavra! —gritó el sol entusiasmado.
Corrió hacia mí apresurado, portando un traje oscuro con patrones hechos de hilos dorados, vino lo más rápido que pudo. Atravesó un pasillo casi completo y cuando llegó hasta donde estaba frenó descontrolándose un poco en el intento.
—¡Oh no! —exclamó cuando vio que no podía parar.
Abrí mis brazos preparada para frenarlo y sentí como el agarre del mayordomo se aseguraba. Como si el tiempo fuera más lento pude ver los rostros espantados de Aleyda y Eliezer al ver que su hijo iba a causar una catástrofe.
—Suélteme —le dije al mayordomo unos segundos antes de que Benedict impactara sobre mí y así lo hizo.
Él logró girar un poco en el aire y eso me ayudó a poder voltearlo para que cayera sentado en mis piernas, la silla retrocedió y giró a un lado de forma brusca. Nadie salió herido y Benedict lo más probable es que se vaya a casa con un pequeño moretón por el golpe que se dio contra el soporta brazos.
—¡¿Estás bien?! —le pregunté al segundo que cayó en mí.
—Sí, sí, ¿tú estás bien? —me inquiere con los ojos bien abiertos, examinando todo.
Alcé la vista y pude ver la figura de Aleyda y Eliezer caminando a un paso rápido hacia mi hermano y a mí. Se veían muy bellos todos, estaban arreglados y portaban buenas prendas.
—¿Cómo están todos? —cuestioné con una sonrisa sincera, apretando a Benedict entre mis brazos para que no se alejara.
—Estamos bien, Mavra —responde Eliezer sorprendido en un principio, pero después de forma apagada.
—Miré que respondieron mi carta demasiado rápido —comenté entre risillas en un intento de tragarme el nudo en mi garganta.
—Sí, esa misma mañana la respondimos —admite mi padre de nuevo.
—Ay, Mavra —me dijo Aleyda antes de echarse a llorar.
Con Benedict aún entre mis brazos, Aleyda se acercó para darme un abrazo apretado y yo correspondí sin dudar.
Sus lágrimas acariciaban mi piel de la manera más delicada y suave, Benedict quien estaba perplejo dejó que su mirada decayera rápidamente. Se quitó de encima mío y miró mi cuerpo gentilmente, Aleyda retiró sus brazos de alrededor mío y se paró junto a ellos dos.
—Mavra, ¿qué pasó con tus rodillas? —me pregunta mi padre.
Incliné mi torso para ver que tenía y estaban rojas, un poco raspadas, pero no era nada grave. Revisé la camisa blanca que tenía puesta y varios puntillos con polvo estaban pegados a la camisa y el pantalón. Sacudí con mis manos los escombros y limpié mi figura.
—Me caí —les declaro riendo nerviosa pero no duró mucho aquella risa porque la tristeza me estaba consumiendo lentamente.
—Mavra —espeta Benedict y mis ojos asustados se posaron sobre él.
Se acercó y se arrodilló frente a mí.
—No vuelvas a dudar que yo voy a dejar de quererte algún día, porque eso nunca va a pasar. —Hizo una pausa, agachando la cabeza, y después se reincorporó para que nuestros ojos chocaran—. Ese día pude verlo, tu expresión me lo dijo todo, creíste que yo nunca te iba a perdonar. Te amo tanto, Mavra, que no verte en estos pocos días me ha hecho mucho daño. —Una lágrima recorrió su rostro y la limpié con el dorso de mi mano.
—No llores —le digo con la voz quebrada.
Alzó su mano y limpió algo de mi rostro.
—Tú también estás llorando, enanita —me contradice riéndose para dejar caer más lágrimas.
De manera simultánea los dos nos acercamos para fundirnos en el abrazo más cálido que nos hemos dado, uno con muchos sentimientos dentro, todos mezclados para crear un estado eufórico fuerte que se impregna a nuestra piel.
—Me haces tanta falta —me susurró al oído.
—Sé feliz por mí, Benedict —le replico en un susurro, sonriente.
—Lo era, Mavra, y lo soy en estos momentos. Si no es a tu lado la felicidad no creo que exista para mí —me rechaza apartándose lentamente.
—Lo mismo aplica para mí —le confieso con una media sonrisa forzada.
—No te olvides de nosotros —espeta Eliezer acercándose lentamente, temeroso por el rechazo.
Aleyda le dio el empujón que necesitaba para volver a darnos ese abrazo gigantesco que nos habíamos dado antes, antes de que todo esto pasara, justo antes de mi condena.
—Lo siento tanto —les susurré llorando.
—Nosotros somos los que nos tenemos que disculpar, Mavra, no debimos dejarte ir —declara Eliezer con lágrimas en los ojos.
Un chasquido metálico a mis espaldas me hizo reaccionar, pasos lentos y suaves se acercaron a mí.
—Mavra, no nos queda mucho tiempo —anuncia el mayordomo apenado.
Eliezer miró al mayordomo con ojos entristecidos y yo los examiné a todos ellos. Tenían puesto lo que merecían y espero, anhelo, que estén viviendo de la mejor forma ahora, estoy tan feliz y contenta por ver su figura una vez más, por permitirme sentir su calor.
—Un abrazo de nuevo, por favor —le pedí a mi familia.
Me miraron sorprendidos y sin dudar correspondieron a mi pedido. Los apreté con tal de nunca dejarlos ir pero yo sabía en el interior que esta iba a ser la última vez que los viera de esta manera tan sana.
Inhalé sus olores y con ellos nuestros recuerdos.
—Los amo a todos, muchas gracias por darme un lugar como su familia. Sean felices hoy y siempre, por mí, ¿sí? —concluí llorando mares de lágrimas y sonriendo a pesar de estarme rompiendo en mil pedazos.
—Mavra —susurró Benedict entrecortado por su llanto.
—Ya es hora, mis más sinceras y profundas disculpas a todos ustedes —nos dijo el mayordomo.
—Te amo, Mavra, nunca lo olvides —me dice Benedict cuando el mayordomo estaba tomando mi silla para marcharnos.
—Nosotros también te amamos tanto, mi niña —declara en voz alta Aleyda regalándome una hermosa sonrisa.
Guardé en mi memoria sus figuras, sus imágenes y su recuerdo. Con tal de nunca olvidarlos y llevarlos conmigo a todas partes, hoy les regalo mi sonrisa más dulce.
Lentamente el mayordomo nos apartó, me llevó de nuevo dentro del castillo y nos perdimos dentro de los pasillos. El salón principal deslumbró su presencia y su iluminación remarcó mis lágrimas. Las limpiaba a medida que caminábamos y avanzábamos más, pero a pesar de que ya no quería seguir ellas salían sin advertirme. Mis párpados estaban calientes y mi nariz tapada por la hinchazón.
—¿Deseas agua o tal vez una toalla húmeda para poder limpiarte y descansar? —me pregunta el mayordomo en un tono cálido y preocupado a mis espaldas.
—No, muchas gracias —le respondo de forma entrecortada por las lágrimas.
—¿Segura? —insiste.
—Sí, creo que sí voy a necesitar eso —le respondo rendida.
—Bien, se los ordenaré a unos sirvientes pronto.
Aumentó la velocidad y tras pasillos y más pasillos me di cuenta de una característica nueva. Esta ala del reino se volvía más cristalina a medida que avanzabas, como si las paredes se abrieran para dejarte ver todo el bello paisaje del que es dueño el castillo.
Los muros perdían solidez y la cristalería transparente deslumbraba. Campos verdes y cielos azules contrastaban con todo, en el techo había pocos candelabros y por ningún pasillo podías encontrar algún mueble que tapara tu vista.
—Esta es una de las cúpulas más grandes del castillo, Ansel —me comenta el mayordomo cuando entramos a un espacio gigante con un techo curveado y puntiagudo.
Arriba una pintura parecida a la del trono, pero con un tema diferente, se apoderó de aquel espacio junto al candelabro cristalino de oro puro.
—Es increíble...
No terminé de contemplarlo como se debía porque el mayordomo tenía prisa por llegar. Al otro extremo de esta cúpula se encontraban dos caballeros sin una armadura pesada, se podría decir que portan un uniforme, y con sus respectivas armas nos juzgaron con la mirada.
—¿Con quién viene, mayordomo? —le pregunta el guardián de una espada.
—El caballero de la princesa —le respondió serio.
Al escuchar eso el otro caballero, guardián de una lanza, retiró su vista de encima mío. No sé qué pueda significar eso pero espero que sea bueno. No dudaron en abrirnos las puertas del siguiente pasillo que estaba formado de un vitral totalmente transparente.
Creando un camino cerrado hacia un inmenso invernadero de cristal sostenido por herrería negra, el pasillo reflejaba al sol en el piso con muchos colores. El verde es la tonalidad dominante a simple vista y cuando nos detuvimos en las puertas principales del invernadero del rey lo único que pude hacer fue abrir los ojos como dos vrencos.
—Por todos los campos de amapolas —expresé impactada en voz alta.
════════ ⚠️ ════════
Damas, caballeros y a ti también personita detrás de la pantalla.
Hoy vengo a presentar a nuestro sol hermoso que nos ilumina los días, Benedict Saviñon Ajax:
(•̀ᴗ•́)و ¡No olviden votar con la estrellita que está abajo a la izquierda!
Muchas gracias por su atención. (• ◡•)/
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