Capítulo. XIII

—Casi lo olvido, tengo algo para ti —anuncia al recordarlo—. Considéralo mi regalo de bienvenida.

Giró sobre sus talones para buscar algo en aquel mueble tan famoso, con puertas de cristal una madera blanca hace resaltar todos los frascos de vidrio que contienen medicina. El mayordomo miró de reojo curioso por lo que el profesor me quería dar, estiró el rostro para hacer una cara larga e inclinar su cabeza de lado en un intento de poder mirar. Justo cuando el profesor regresó con una caja azulada entre las manos el mayordomo volvió a colocarse derecho con la espalda erguida y la cabeza hacia arriba, con la puerta a sus espaldas.

—Digamos que es una reliquia que no tiene mucho valor económicamente pero sé que va a ayudarte, era mi amuleto de la suerte. —Abrió la caja frente a mis ojos y pude ver un tono amarillento con blanco—. La piedra se llama topacio y a pesar de tener varios tonos este fue el primer amarillo en todo el reino, forrado por oro blanco y manipulado para crear la forma de un óvalo. Es lindo, ¿no? —me inquiere esperando mi respuesta un poco ansioso.

—Sí, es hermoso... —confesé hipnotizada por la piedra preciosa.

—Este fue mi broche de la suerte, y créeme cuando te digo que en verdad funciona. —Sacó la pieza de la caja y cuatro pequeñas trenzas delgadas de cuero negro caían de la palma de su mano—. Lo hice un collar, como puedes ver, nunca se me cayó y todos los días lo usaba. Irónicamente el único día que no lo usé fue cuando perdí a mi persona especial —me dice sonriendo, melancólico—. Quiero que lo uses de ahora en más, sé que este broche tiene algo y no es normal, deseo con toda el alma que te proteja porque yo ya no lo usaré. El cuero es viejo y lo podemos cambiar después, por ahora recuéstate y aférrate al broche porque te voy a quitar los puntos de tus piernas —espeta sonriente y nervioso, dándomelo.

—¿Es esto alguna clase de farsa? —hablo entrecerrando los ojos por la sospecha.

—No, todo es real, literalmente. Sí te tienes que aferrar al broche, te voy a quitar los puntos de tus piernas —asegura asintiendo con la cabeza repetitivamente, con una sonrisa de oreja a oreja.

Sonreí sarcásticamente y él dejó escapar una risilla también, puse el amuleto en su lugar y fue a dejar la caja en el mueble, regresó con una bandeja de plata pero esta vez con unos utensilios un tanto diferentes: unas pinzas, tijeras y las nuevas vendas empapadas de alcohol.

—Esto no va a doler, ya están completamente selladas.

—¿Sí?, ¿tan rápido?

—Sí, las dejé reposar en un líquido que ayuda a cicatrizar más rápido y que tomaras una ducha ayudó a que los puntos se ablandaran y desinfectaran.

—Entiendo, creo...

Sonrió y esta vez tomó la silla que estaba en una esquina para sentarse a mi lado, me recosté en la camilla y él quedó al nivel de mis piernas.

—No quiero cortar los pantalones, pero me veo en la pen...

—No tiene que hacerlo señor, no lo haga o me decapita el rey —lo interrumpe el mayordomo de forma graciosa pero seriamente al mismo tiempo—. Mire, estos pantalones tienen botones justo aquí —señala acercándose a mí para levantar el pequeño pliegue de la tela que los oculta—. Fueron diseñados específicamente para ella —le explica sonriente.

—Vaya, yo también quiero unos así —chilló cruzando los brazos, haciendo una cara de molestia falsa.

Intenté no reírme pero no pude aguantar más, cubrí mi rostro con las mangas sueltas de mi camiseta y me carcajeé.

—Así será, señor, le diré al sastre inmediatamente que confeccione un par para usted también —asiente a sus palabras.

—No, no, solo era una broma —replica riéndose.

—¿Una broma? —inquiero entre risillas aún por la acción del profesor, pero queriendo saber el significado de aquella palabra.

—¿No sabes qué es?

—No.

—Por el ser superior a nosotros, ¿cómo dejé pasar por alto algo tan simple? —se cuestiona levantando los brazos al aire para moverlos dramáticamente—. Te explico, mi Mavra —comienza—. Una broma es una acción o algún dicho con la finalidad de divertir o hacer reír a alguien, pero también puede tener algún propósito perverso detrás de ella con tal de molestar o hacer sentir mal a una persona, usando como excusa un «era una broma». ¿Si me doy a entender? —me explica.

—Sí, ya lo entiendo, muchas gracias.

—No te preocupes, si tienes otra duda no vaciles en si preguntarme o no. Soy un libro con sus páginas abiertas para ti siempre —espeta sonriente—. Ahora, retiremos los hilos. ¿No te sentiste incómoda con ellos?

—En un principio sí, los roces me molestaban. Después me acostumbré, y creo que usted lo recuerda a la perfección —comento riéndome nerviosa al recordar todo lo que he hecho y aun así siguen cerradas.

—Sí, lo recuerdo —me responde serio.

Hundí mi cabeza en la camilla en señal de duda sobre si iba a recibir un sermón o algo parecido.

—Eso quedó en el pasado, ahora la misión es sanar tus heridas completamente y lo más rápido posible —declara suavemente.

Asentí a sus palabras y dejé que trabajara. Con las pinzas tomaba los hilos y con las tijeras delgadas cortaba cuidadosamente estos, cuando los retiraba de mi piel podía sentir todo el movimiento que hacían adentro de mí y a veces me daba risa.

—¿Se siente raro? —me pregunta concentrado.

—No, solo me hace querer reír.

—Está bien, voy a continuar con la otra pierna.

Estuvimos un buen rato así, de vez en cuando miraba al mayordomo y su expresión es divertida. Estaba siempre atento y cada vez que el profesor retiraba los hilos, algunos con excesos de piel, hacía una cara graciosa.

—¿Cómo estás? —me pregunta mi profesor.

—¿Cómo está usted, mayordomo?, ¿todo bien?

—Sí, sí, claro —responde tartamudeando e intentando esbozar una sonrisa.

Me reí ante su expresión y mi profesor sonrió.

—Perfecto, ahora a colocar en tu cuello mi regalo —exclama para levantarse de la silla e ir dando pequeños brincos al mueble blanco donde dejó la caja azulada.

La abrió frente a mis ojos de nuevo y no me canso de ver ese amarillo, es muy bonito y transmite tantas cosas positivas.

—Cuídalo muy bien y nunca lo mantengas fuera de tu vista, siempre póntelo y la suerte te va a cantar.

—¿Tique? —inquirí.

—¿La diosa griega? —me cuestiona.

—Sí, ella.

—No lo sé, yo ya no creo en nada, pero sí estoy seguro de que hay algo superior a nosotros. He visto tantas cosas imposibles que no pudieron ser acto humano —dice seguro.

—Entiendo, ¿hay alguna religión que practique el reino? —le pregunto curiosa por el tema.

—Cada uno practica lo que quiere, el rey es cristiano y la reina católica. Dabria decidirá pronto y yo me quedo bajo el manto de que existe un ser sobre nosotros —me explica—. En nuestro reino se encuentra desde el cristianismo hasta el ocultismo y no hay ningún problema, es cierto que hay y siempre habrá personas ignorantes pero hay mucho equilibrio en ese ámbito.

—Vaya, eso no es algo que esperaba del rey. Pensé que regularía ese ámbito de forma extrema —le digo extrañada.

—Ya me contaron como te trató en un principio, créeme que si yo hubiera estado a tu lado en ese momento nunca lo hubiera permitido. Fue un error dejarte caminar descalza, lo sé, desconfié de mi poder y no sabes cuanto lo siento, Mavra —expresa cabizbajo mirando el broche.

—No se preocupe profesor, sé por qué no desafío al rey en ese momento y lo entiendo. Todo está bien ahora, perdono a todo aquel que me dañó físicamente con tal de no ir en contra... porque ahora entiendo a la perfección su miedo contra la realeza —digo riéndome nerviosa.

—Sí, ya te lo dije y lo tienes que recordar siempre; el rey puede ser tan hermoso como una flor renaciendo en primavera o puede ser tan oscuro y perverso como la sombra que se oculta a tus espaldas —me explica seriamente.

—Lo sé, ya lo vi con mis propios ojos.

—Bien, con eso entendido hoy te declaro parte de este lugar —espeta mientras saca el broche de la caja—. Aprovechando que tienes el moño lo pondré justo en el medio.

—¿El qué? —le pregunto extrañada.

—Moño, es hacer un lazo con cintas —me aclara.

—Pensé en eso pero no estaba segura.

—Aunque también puede ser un tipo de peinado, usualmente es para recoger el cabello. En realidad tú podrías hacerte uno, el largo de tu cabello es suficiente —expresa carismático.

—¿Sí? —inquiero emocionada.

Lo único que sé hacer sobre mi cabello es una coleta, he visto a personas con su cabello hecho en formas exóticas. He escuchado algo sobre las trenzas en el cabello pero por más que lo intento nunca me salen.

—¡Claro!, ¿quieres que te haga un moño?, tengo un peine por aquí —comenta dejando la caja a mi lado, tomé asiento sobre la camilla y miré todo lo que hacía—. También tengo un listón por acá —dijo para sí mismo en voz alta, buscó entre los cajones y cuando halló todo lo que quería dejó escapar una risilla.

Regresó hacia mí con pasos agigantados, en su mano derecha un listón blanco y un peine de madera oscura. Tomó la silla con su mano izquierda y la arrastró hasta la parte contraria de la camilla, justo a mis espaldas.

—Aprendí con el tiempo, es divertido porque puedes hacer muchas cosas y formas —anuncia alegre.

—¿Sabe algo sobre hacer trenzas en el cabello?

—Claro que sí, fue el primer peinado que aprendí —señala en un tono orgulloso.

—Si algún día tiene tiempo, ¿podría enseñarme? —le pregunto emocionada.

—Por supuesto, Mavra —acepta mientras toma mi cabello y pasa delicadamente el peine.

Lo desenredó gentilmente y se sentía como el cielo, es la primera vez que veo mi melena así de limpia y bella. Miré al mayordomo y él me regaló una tierna sonrisa que correspondí con una mucho más grande.

—Tu cabello es lindo, más negro que el carbón de la tierra. Mira, si lo pongo a la luz del ventanal muestra un brillo un tanto grisáceo.

Giré mi cabeza y sobre mi hombro alcancé a ver ese brillo que mencionó, tenía razón, mi cabello es más negro que la noche y ni el mismo sol puede quitarle esa tonalidad. Siguió cepillando, podía sentir claramente cada movimiento que hacía con las manos. Jugaba con mi cabello y lo moldeaba a su manera, sentí el listón rozando mi cuello y cuando terminó de atarlo un ligero tirón hacia atrás dobló mi cuello.

—Lo siento, ¿estás bien? —pregunta intrigado y asustado.

—Sí, no se preocupe no dolió —respondo entre risillas.

No era mucho peso pero sí puedo decir que hay una diferencia sobre mi cabeza, moví hacia los lados mi cabello como si estuviera suelto y no pasó nada, seguía atado y parece que no se va a soltar fácilmente.

—Vamos a sentarte en tu silla, frente al lavamanos está un espejo de plata. —Miré hacia el frente y tenía razón, al lado del mueble blanco se escondía un lavamanos de hierro. Un cuenco grisáceo con un grifo manual era lo que llama lavamanos y justo arriba de este se encuentra el espejo rectangular con bordes decorativos de madera.

Hice lo que me ordenó pero esta vez aunque le dijera que no necesitaba su ayuda me apoyó para subir a la silla con ruedas.

—No pienso dejar que te caigas como hace rato.

—Está bien, aún no brindo mi servicio y ya me estoy matando —digo entre risillas.

—Así es —concuerda mientras duda en si reír o no.

Me acercó al espejo y lo único que podía ver era de mi nariz hacia arriba, intenté estirar la espalda un poco más y logré ver aquel peinado claramente. Giré mi cabeza hacia los lados para verlo mejor y me fascinó.

—Es precioso.

—Lo sé —me dice orgulloso mientras hace una expresión graciosa.

Nos echamos a reír un rato, me puso el amuleto y me contó como encontró la piedra. También me dijo varias anécdotas que pasó junto al collar y como debía de usarlo. Al final resulta que mientras yo crea fielmente en lo que quiero voy a tener la suerte de tenerlo o de que suceda.

—¿Por qué lo dejó de usar? —le pregunto después de conocer el valor y el aprecio que le tiene.

—Porque ya no lo necesito, mi suerte murió junto con una vida. En realidad, muchas cosas terminaron ahí pero una de ellas fue el poder del broche conmigo —me responde melancólico.

—Entiendo —comento pensativa por el dolor de mi profesor—. ¿Cree que haya sido el destino el que me trajo a su enfermería? —le inquiero para cambiar el tema.

—Algo así... supongo, igual me alegro de que así fuera... pero no de esta forma.

—Señor, ¿hay alguien en su historia médica que rompa mi marca de venir como diez veces seguidas a su enfermería por daños colaterales? —le pregunto seria como si fuera un soldado, intentando hacerlo reír.

Soltó un poco de aire por la nariz en un intento de no reírse por mi tono de voz y me siguió el juego.

—Sí, cabo. Hubo un hombre y dudo que lo supere —contesta en el mismo tono grave.

—No, imposible —dije soltando un jadeo ofendida.

—Así es, Mavra —anuncia ya rendido.

—¿Quién se atreve a quitarme mi propia marca? —digo otra vez ofendida falsamente.

—¿Quieres saberlo? —me pregunta ya serio.

—¿Es malo?, lo digo fuera de mis ¿bromas?

—Sí —afirma en un suspiro sonriente—. Buen uso de la palabra, pero se trata de un hombre y ya has escuchado su nombre.

—Dígalo, ya nada me sorprende —admito con la misma expresión seria que tiene.

—El caballero que llevaba tu sangre, Godofredo Domènech.

—¿Él venía aquí? —le inquiero.

—Sí, por orden del rey. Como era su mano derecha deseaba que tuviera los mejores cuidados de toda la nación, yo era el único que lo podía tratar... y sí venía aquí muy seguido —espeta incómodo.

—Entonces esa marca la veo muy lejos, no intentare superarla —le digo con nerviosismo.

Soltó una risilla y asintió a mis palabras.

—Te pareces mucho a él, me imagino que ya te lo habían dicho —espeta de nuevo.

—Sí, mucho. ¿Ustedes eran cercanos?, lo digo porque sí puedo imaginar que tan seguido venía aquí —lo cuestiono.

—No, para nada, él era muy tenebroso y para sumar puntos muy misterioso. No conocía nada de él más que su currículum médico. Era tan frío que no parecía humano, muchos le decían el títere del rey porque parecía un muñeco. —Me miró bien y pensó—. Al igual que tú, los dos son igual de bellos, solo que él era oscuridad y tú eres luz pura. Por favor Mavra, no dejes que nadie te robe el fuego de tu alma, defiéndelo como si no hubiera un mañana —me pide, cambiando completamente su semblante—. Protege tu persona y mentalidad porque si te la roban ya no hay vuelta atrás, controla el momento y domínalo pero no dejes que te controle a ti. No pierdas algo tan perfecto como tu mente, sé muy cuidadosa. ¿Sí? —Soltó sus palabras, palabras que tenía atoradas desde hace mucho tiempo.

—Claro profesor, lo haré.

—Se fiel a esa pequeña persona tan alocada y divertida que eres —dice entre risillas.

—Sí, siempre lo...

El estruendo de la puerta nos sacó un gran susto a todos, brincamos sobre nuestros asientos y nos quedamos atentos.

—Ansel, será mejor que sanes más rápido porque no tengo tiempo que perder —espeta el rey ante la puerta.

El mayordomo estaba asustado detrás de él, me imagino que también se sorprendió por su acción.

—Sí, su majestad —acoto haciendo una reverencia con la cabeza desde la silla.

—Que susto me dio —comenta mi profesor para caminar y dejar la caja azul vacía sobre su mueble blanco.

—Lo siento, cuñado —señala serio.

Con una camiseta blanca, unos pantalones negros y su capa aterciopelada azul con pelaje gris sobre su cuello, la figura del rey impedía el paso o salida de personas por la puerta. Es un hombre grande y esos ojos amarillentos junto con su cabello resaltan en todas partes; sus zapatos negros se fundían con sus pantalones ajustados, lo único que destaca entre tanta oscuridad son los adornos de plata sobre el cuero de su calzado.

—¿Cuánto tiempo le das? —le pregunta el rey a mi profesor.

—¿Para qué?, su majestad —lo cuestiona el mencionado.

—Para que pueda caminar —replica serio.

—Dos o tres días máximo.

—¿Mínimo?

—Los mismos —le responde mientras esculca su mueble de medicinas.

—Dame un mínimo, Salvatore —insiste árido.

—No va a hacer caminar a Mavra antes, su majestad —anuncia seguro.

—Su nombre es Ansel, y con un día va a bastar. Mañana por la tarde vamos a empezar con nuestro contrato, prepárate, Domènech, que tu servicio empieza hoy a medianoche —me amenaza mirándome.

—Sobre mi cadáver. —Lo mira regalándole toda su atención, el verde de sus ojos se tornó más oscuro, acuchillando todo lo que estuviera en su camino con la mirada.

—¿Crees que no puedo asesinarte?

—¿Crees que Laurie te va a perdonar? —lo amenaza de forma retadora, girándose de nuevo hacia su mueble de cristal.

—Como te atreves a amenazarme con ella, Salvatore —expresa molesto el rey.

El mayordomo y yo nos estábamos muriendo de miedo por lo que estos dos gigantes podrían hacer, fácilmente derriban todo el castillo si quieren. El rey caminó con pasos pesados y se detuvo justo al lado de mi profesor, tan cerca que su respiración pesada movía su cabello alborotado.

—No me vengas a intimidar con tu altura o tu poder que nosotros no fuimos criados para ser presas fáciles —le responde para girarse y estar cara a cara, los ojos de mi profesor estaban al nivel del mentón del rey. La diferencia de su altura no es mucha pero sí la de su poder.

Nadie decía nada y un silencio sepulcral invadió la sala, el mayordomo dio unos pasos para quedar al margen de la puerta. Yo seguía aterrada pero él estaba serio, dispuesto a interponerse entre estos dos grandes hombres si es que llegan a luchar.

—Usted se mete con mi pequeña y yo con su primer amor, los dos son igual de importantes, ¿no lo cree? —El rey dio cuatro pasos hacia atrás sin quitarle la vista de encima a mi profesor, solo que esta vez giró su cuerpo en mi dirección.

Una lucha silenciosa por medio de sus ojos claros estaba creando una sensación extraña en la habitación.

—Primero, yo seré la excepción para referirme a Mavra —espeta haciendo énfasis en mi nombre—. Lo segundo es que ella no va a caminar hasta que yo lo ordene por su salud, y para que pueda brindar el servicio que le debe de la mejor manera; lo tercero, y último, es que no intente abusar de su poder sobre mí o sobre ella porque usted mejor que nadie sabe que somos piezas importantes sobre su tablero de ajedrez —aclaró mientras se lavaba las manos.

—Qué bueno que lo sepan. —Apretó la raíz de su nariz con su índice y pulgar para fruncir el ceño—. Trabajemos juntos para que esto sea rápido, Dante. Necesito que proteja a Dabria ya mismo, no nos queda tiempo —dice más relajado.

—Lo sé, pero nuestra melodía es única. ¿Me recuerda por qué, su majestad? —le pregunta mi profesor en un tono hostil, aún viendo sus manos.

—Porque pone a bailar hasta a los miserables muertos —responde el rey sin quitarle los ojos de encima, con una media sonrisa en el rostro, una macabra.

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