Capítulo. XII
—Dios mío, no lo puedo creer —expresa sorprendida por todo lo que le conté.
—Sí, esa es mi vida por el momento, no parece real ¿cierto? —concluyo más relajada.
—Lo siento tanto, Mavra —espeta triste.
—No le recomiendo llamarme así, el rey ordenó que Ansel va a ser el único nombre que utilice dentro de estas paredes —le advierto.
—Lo haré cuando no haya nadie cerca, Mavra es tu nombre y Ansel fue una medida de precaución. Tu nombre siempre será Mavra y no dudo que tu madre lo haya elegido. No dudo en absoluto que te hayan amado, apuesto a que esperaron con muchas ansias tu llegada —me asegura sonriente para pensar unos segundos—. ¿Crees en el destino? —me pregunta mientras mete sus dedos en el agua.
—No lo...
—Piénsalo —me interrumpe para levantarse e irse del cuarto.
Con mi mano provoqué que el agua bailara y mi cabello largo seguía el movimiento fluido que creaban las ondas. Tomé las puntas de mis mechones negros y las acaricié, son tan suaves ahora, con el cepillo la señorita se deshizo de muchos nudos. Por primera vez me sentía tan limpia y relajada que mi mente se permitió viajar libremente por el pensamiento de qué era el destino.
Las Moiras son la personificación de este, dicen ser la fuerza que actúa sobre los seres humanos y son una sucesión inevitable de acontecimientos de la que ninguna persona puede escapar, algo escrito que nadie puede borrar o cambiar.
Escuché como abrían la puerta y giré lo más rápido que pude.
—Me asustaste —espeta la joven en un jadeo, llevando su mano al pecho.
—Lo siento, a veces estoy distraída y reacciono sin pensar —confieso entre risillas mientras se acerca a mí con un balde de agua caliente.
Con una vasija pequeña tomó agua caliente y la dejó caer lentamente en la orilla de la bañera para no quemarme, la temperatura del agua empezó a aumentar y mis músculos se dejaron de tensar.
—Los de allá son toneles, si no me equivoco y mal no recuerdo —le comento a la joven.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta sorprendida, mirando las cubetas gigantes.
—El doctor Salvatore impartía clases en Maragda, estudié mucho con él.
—Dios, cada vez me impresionas más —espeta asombrada—. ¿Tú eres uno de los niños prodigio? —me inquiere.
—Algo así, ya me ha mencionado que me considera uno.
—Entonces sí deberían de construir escuelas allá —asegura con una media sonrisa, terminó de verter el agua en la bañera y se sentó en el balde—. El doctor ha estado discutiendo con el rey acerca de eso, su argumento es que tiene niños prodigio en Maragda y tenía uno en específico que no le tenía miedo a la cima del conocimiento. No dudo que seas tú, pero el rey no ha concedido el permiso por problemas financieros —me explica.
—Sí me enteré de eso, sé que todo va a mejorar. El rey sabrá manejarlo.
—Sí, él es increíble —expresa melosa.
—¿Lo es? —le pregunto extrañada.
—Sí, a pesar de tener problemas nos da un techo y muchos no somos de aquí, además de que es muy bueno con sus súbditos.
—¿En serio? —insistí.
—¡Sí!, casi todos los extranjeros venimos del sur, nuestra nación era muy pobre y estaba en guerra. Se estaba cayendo a pedazos y necesitábamos refugio, nos arrastramos entre tantos reinos y el único que dejó sus puertas abiertas para nosotros fue Vreoneina. El rey siempre fue justo y honesto, es algo admirable.
—Entiendo, lo tomaré en cuenta. —Miré el cuarto admirando todos los detalles—. ¿Sabías que esos toneles fueron inventados en el siglo X? —intervine para cambiar el tema.
—No, pero oye ¿tú no sabes qué es un inodoro?
—No tengo ni la menor idea.
—Yo te explico —me dice con un brillo peculiar en sus ojos marrones—. Los inventaron en 1597 y antes eran horribles, solo eran una caja de madera llena de excremento —comienza mientras hace una cara graciosa por el desagrado, suelto una risilla y ella continúa—. A medida que pasó el tiempo John Harington confeccionó el inodoro, ahora es como un trono con una cubeta llena de agua debajo de este. Tiene un hoyo en el medio y solo necesitas sentarte, qué innovador ¿no?
—Lo es, vaya que es ingenioso —declaro pensativa por lo que acaba de decir.
—Inodoro significa que no tiene olor, literalmente, ¡pero se me ocurrió llamarlo trono porque parece uno! —exclama riéndose.
—Entiendo, entonces digámosle así —asiento a sus palabras con una sonrisa.
—¿Ustedes qué usaban? —inquiere en busca de respuestas.
—Teníamos un agujero lejos de casa y por las tormentas se llenaba de agua, supongo que eso amortiguaba el olor —le explico.
Un silencio invadió el cuarto y los dedos de mi mano derecha ya estaban arrugados, pero mi mano izquierda no la he metido mucho al agua por miedo a que se infecte. Está un poco turbia a pesar de que la joven ya la limpió una vez, igualmente me alegro de que toda esa suciedad se fue.
—¡Pero mira como las cosas están mejorando!, tu familia está bien y tú te estás recuperando —dice sonriente.
—Lo sé, es difícil saber que no los voy a ver tan seguido. A veces el pecho me duele, siento algo como una presión —le explico con la vista perdida.
—Es normal, a eso se le llama extrañar. Es muy parecido al dolor secundario por una situación difícil, algo así como la perdida de alguien especial. Ese peso lo sientes cuando menos lo esperas y tiene grados de dolor, no solo es la presión en el pecho —me aclara con calidez.
—¿Usted a quién perdió? —pregunté de forma inconsciente.
Una larga pausa hizo que su vista se perdiera en el agua tranquila, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios carnosos pero de un momento a otro se borró.
—A mi hermana, es una larga historia. No es bonita, pero es algo que me da el coraje de seguir. Mis padres son lo único que me queda y se encuentran en casa descansando, se lo merecen —comenta con esa sonrisa de nuevo.
—No tengo duda sobre eso —agrego, correspondiendo a su sonrisa, recordando a mi familia.
Una pausa larga de nuevo, pero ella reaccionó antes levantándose del balde y caminando hacia un estante lleno de telas gruesas.
—Ven, vamos afuera que estar mucho tiempo en el agua te hace daño.
—¿Qué es eso? —le pregunto intrigada.
—Es una toalla para secarte.
—Tengo una idea; ¿puede poner esa toalla en el asiento?, voy a sentarme en la orilla de la bañera primero y así pasarme a la silla más fácil. No quiero mojarla porque temo que se pueda dañar —le explico acomodándome perpendicularmente a la bañera.
Dejó la toalla en la silla de forma horizontal, cubriendo los soportes para brazos y el asiento. Me levanté como pude, tomé los soportes y me senté delicadamente, nunca tocando el suelo a costa del dolor en mi mano izquierda.
—Sí lo logré —espeto sonriendo.
Se acercó a mí con otra toalla, tomé los sobrantes de los soporta brazos y cubrí mis muslos y parte de mi abdomen. Mis costillas marcadas me daban miedo, se ven muy delicadas pero no lo son, el último caballero con el que luché lo comprobó. Secó mi cabello de manera delicada y mis piernas también, dejó la segunda toalla cubriendo mi torso y empujó mi silla hacia la salida del cuarto.
—Vamos a la recámara donde duermo, creo que el mayordomo no va a tardar mucho en llegar —me comenta mientras salimos y caminamos por el pasillo.
Justo en la mitad del comedor, que mi rango de vista me permitía ver, el mayordomo carcajeándose y hablando me hizo sonreír inconscientemente, enredada en dos toallas sobre una silla y sin poder caminar, y pensar que aún se podría formar una de esas sonrisas alegres en mis labios. Dejó de reírse para mirarnos a mí y a la joven, se levantó tomando algo de la mesa y caminó hacia nosotras.
—¿Cómo te fue, Ansel?
—Bien, estoy muy bien —le respondo contenta y relajada.
—Me alegra saber eso. —Le entregó unas telas oscuras a la joven y me miró—. Ve a cambiarte rápido que aún tenemos cosas que hacer.
Correspondí a su sonrisa mientras él le hacía una señal con la mano a la joven que cuidó de mí para que entrara al cuarto, las mismas hileras de cuatro camas con sus respectivos burós se encontraban en la habitación. El mayordomo me dejó junto a la tercera cama para retirase y la joven gentilmente colocó las telas sobre las sábanas, las estiró sobre la cama, dejando ver unas prendas muy bonitas.
Una camiseta negra con holanes en el pecho y un listón amarrado en una forma rara; unos pantalones, que no sé si me queden, con cuatro botones en la zona del cierre y que si lo miras bien bajo la luz tiene líneas verticales delgadas más oscuras en toda la tela, es un bonito patrón.
—Qué elegante.
—Sí, lo es —concluyo igual de sorprendida.
—Ven, vamos a ponértela.
Sonreí ante su entusiasmo y dejé que me pusiera las prendas.
—Mira esta es tu ropa interior, estos son calzoncillos —dice enseñándome una tela blanca delgada y suave cortada en un triángulo con esquinas curvas—, y esta tu camiseta interior —comenta dándome una tela igual a la del calzoncillo.
—Ponla en tu cuello y yo te ayudo con los brazos, la hicieron de tirantes específicamente para ti —me explica mientras hago caso a su orden.
Levanté delicadamente mi brazo derecho para meterlo por el tirante y me tragué un quejido doloroso. El izquierdo lo hice sin su ayuda, me dio los calzones y no supe que hacer con ellos.
—¿Tengo que meter mis piernas en los orificios? —le pregunto viendo la prenda.
—Sí —afirma mientras desabrocha unos botones de la espalda de la camiseta.
Hice lo que me dijo y llegando a mis muslos me detuvo.
—Yo te ayudo, hagamos lo mismo que hicimos con tus pantalones viejos —me sugiere.
Y así fue, me apoyé de los soportes lo más que pude para levantar mis caderas y ella me puso la ropa interior. Giró sobre sus talones para tomar la camiseta y meterla sobre mi cabeza, para mi sorpresa también tenía el mismo patrón de líneas oscuras como el pantalón.
—Este tipo de manga se llama obispo, es fresca y no aprieta. Lo que puede apretar son los pantalones, son pegados a la figura de tu pierna —me explica emocionada.
—Que nombre tan interesante, ¿el diseño de prendas es divertido?
—Sí, aprendes muchas cosas y todo es lindo. Perdón si me exalto siento que estoy vistiendo a una muñeca de papel —dice sonriente.
—Entiendo —asentí en un suspiro corto para sonreír.
Me puso la camiseta delicadamente, con mucho cuidado de mis brazos y manos, la tela parecía áspera a primera vista pero es muy fresca y suave por dentro.
—Qué hermosa eres —declara sonriéndome.
Correspondí a su sonrisa y tomó el pantalón, lo estiró en el aire para mirarlo unos segundos.
—Me gusta el estilo que eligieron para ti, es algo como gótico. Tal vez sea un gótico romántico, se ha estado popularizado ese estilo y me alegra poder ver un atuendo de cerca —me explica desabrochando los botones.
Me preocupa lo estrechos que son, tengo miedo a lastimar mis pies de nuevo. Miré los pantalones de forma retadora y la joven soltó una risilla.
—Pensé lo mismo pero mira —señala mientras toma la parte del tobillo y me enseña un botón—, están ocultos con el sobrante de la tela, son tres y abarcan toda tu pantorrilla. Si los abrimos no vamos a tener problemas, la parte del muslo es más grande y abriendo los botones no vamos a forzar nada.
—Es increíble.
—Sí, el sastre es muy ingenioso.
Metí mis pies sin problemas y llevamos a cabo la misma técnica de antes para poder ponerme los pantalones.
—Va a ser raro en un principio, hay muchas telas y texturas que tu cuerpo va a experimentar de ahora en más. —Se arrodilló para acercase más y abrochar los botones inferiores—. Te deseo lo mejor Mavra, ten un lindo día —me susurra con una hermosa sonrisa.
—Igualmente, señorita —correspondí sonriendo y finalicé con una reverencia con la cabeza.
—Vamos afuera que ya te esperan —me apresura.
Caminó hacia la entrada para abrir la puerta, vino a mí y sentí su agarre en el respaldo de la silla y con eso me empujó fuera. Caminamos por el pequeño pasillo lleno de puertas de los dormitorios, con los dos talones pegados y su espalda erguida el mayordomo me esperaba en la puerta de salida.
—¿Lista?, vamos a visitar rápidamente la enfermería —anuncia sonriente.
Asentí para que él abriera la puerta y mientras salíamos le agradecí a la joven tan amable; me perdí de nuevo junto al mayordomo en los inmensos pasillos del reino y suspiré.
«¿Qué estarán haciendo ahora?», pensé.
—¿Cómo le ha ido, señorita? —me inquiere mientras camina.
—Muy bien, me siento como nueva. Por favor exprésele al sastre mi gratitud por confeccionar las prendas de forma tan meticulosa.
—Claro que sí, por cierto, su carta ya recibió una respuesta. Después de visitar al doctor Salvatore vamos a ir a mi oficina, una vez terminemos esos recorridos el rey solicitó nuestra presencia pasadas las cinco de la tarde así que tenemos mucho tiempo. Hoy resultó ser un día tranquilo —me comenta en un tono alegre.
Vagamos unos minutos más mientras nos reíamos, este señor sí que me hace sonreír. Puedo decir sin dudar que me hace olvidar la posición en la que estoy actualmente y me hace disfrutar el momento. Llegamos ante la puerta azulada que he visto más veces de las que debería y el mayordomo la tocó con sus nudillos arrugados.
—¿Podemos ingresar, capitán? —le pregunta al otro lado de la puerta.
—Sí, pasen por favor —dice una voz ronca y melódica desde el interior.
El mayordomo giró delicadamente la manija de plata y abrió la puerta de par en par.
—Buenos días, tengo compañía y requiere de su atención. ¿Ella puede sentarse en la camilla, mi señor? —le pregunta como si fuera una melodía.
—Claro que sí —le responde el profesor entre risas.
Crucé el marco de la puerta y pude ver su figura alta buscando utensilios en el mueble con cristal.
—Hola, Mavra. ¿Cómo estás?, ¿hay algo que te duele? —me inquiere.
—Nada, señor —le replico.
—¿Y esa formalidad? —pregunta entre risillas.
El mayordomo me colocó al lado derecho de la camilla y como un día cualquiera intenté levantarme con mis brazos, pero hoy resulto ser un día no cualquiera. Tomé la orilla de metal de la cama y dejé solo los dedos izquierdos sobre el soporte para brazos de la silla como base, me levanté pero mis dedos no pudieron con el peso, regresándome en un abrir y cerrar de ojos a la silla en una posición extraña.
Miré al mayordomo quien se encontraba junto a la puerta con los ojos bien abiertos y él tenía su mirada sobre mí, giré mis ojos al profesor y él los tenía más abiertos que dos ruedas de un carruaje. Un silencio invadió el cuarto y no pude aguantar mi risa al ver sus caras, reí como nunca y los dos se miraron extrañados, aunque mi risa cesó lentamente.
—Estoy bien, estoy bien. Solo fue un resbalón.
—¿No te lastimaste? —me pregunta mi profesor con las manos ocupadas.
—No, no.
—¿Requiere de mi ayuda, señorita? —me pregunta el mayordomo.
—No, muchas gracias. —Volví a intentarlo y esta vez lo logré.
El profesor giró sobre sus talones para caminar hacia a mí, pero se sorprendió al verme claramente.
—Por el ser superior que reina sobre los humanos, ¿ya te dijeron que pareces una muñeca?, una de esas europeas de papel. Tu traje es muy de ese estilo, aunque muy oscuro para mi gusto. Prefiero un azul fuerte a comparación del negro, pero a ti se te ve espectacular —expresa eufórico y sonriente mientras camina hacia mí.
Tomó mi mano izquierda y la examinó un rato.
—Ya está sanando, voy a aplicarte una pomada y con eso se va a crear una costra tiesa. Déjala en paz, si se moja no la arranques por más suave y delicada que se encuentre —me explica mientras esculca el mueble de medicamentos.
—Está bien.
Regresó con una caja de cristal llena de una sustancia amarilla y espesa.
—Ya no va a doler —dice abriendo la pequeña caja para tomar con su dedo la pomada—. Ya me lavé las manos no te preocupes y también las desinfecté —comentó para untarme la medicina en la palma de la mano.
Observé la cajita y me di cuenta de que en la parte superior tenia encapsulada entre su cristal una flor disecada.
—Tenemos algo nuevo y creo que vamos a usarlo como el único tipo de venda ahora aparte de la egipcia, es un apósito hecho de algodón e hilos. Usar solamente el algodón no es muy seguro y usualmente se pega, ahora creamos esto para que el hilo retenga el algodón como si fuera una jaula —me explica mientras estira un rollo de tela blanco delgado y rectangular.
—Que buena invención, supuse que el algodón se iba a pegar.
—Sí, lo siento por eso. Tengo varias pinzas a la mano porque lo vi venir —admite apenado.
—Está bien, curemos mis pies de una vez por todas —le digo entusiasmada.
En una bandeja de plata cargaba un plato de porcelana china con agua, unas pinzas, unas tijeras, las vendas nuevas, pomada y un líquido transparente que no parecía agua. Se arrodilló frente a mí dejando la bandeja a su alcance, el mayordomo asustado miró cada movimiento que el profesor hacía.
—Primero voy a retirar el vendaje con las tijeras.
Levantó su cabeza y me encontré con esos ojos esmeralda de nuevo, me mostró una sonrisa y mientras asentía la correspondí. Tomó mis pies delicadamente, cortó y tiró el vendaje al suelo. Levantó mis piernas para poder ver mis plantas y una expresión de alivio invadió su rostro.
—Pensé que iba a ser peor, voy a sumergir tus pies en el agua con alcohol para deshacernos del algodón sobrante, no hay necesidad de que use las pinzas —declara aliviado.
Acercó el plato a mis pies y los sumergió, me hacía reír la comezón que sentía. Intenté no reírme pero el mayordomo no me ayudaba con esa sonrisa encantadora. Negué con la cabeza y él simplemente asintió con una media sonrisa. Me incliné un poco y pude ver como cortaba con las tijeras la nueva venda y la doblaba para hacer un pequeño cuadrado.
—Esto no va a doler mucho Mavra, puede que te dé comezón pero no va mucho más allá de eso. Es alcohol puro, va a ayudar a desinfectar la herida, no te lo puse antes porque sé cuánto duele en una herida fresca —me explica.
—Entiendo.
Pasó delicadamente el cuadrado de algodón mojado de alcohol sobre mis plantas, se sentía muy fresco y en algunas partes podía sentir unas punzadas de dolor algo molestas.
—Listo, solo te voy a vendar. Ya casi llegan a la mitad del proceso de sanación, la última fase es cuando una costra se crea y comienza a cicatrizar —me dice mientras me venda los pies—. No te quites las costras porque en primer lugar no cicatriza bien la herida y en segundo solo te vas a dejar una marca o mancha. ¿Entendido? —me pregunta mientras se levanta con la bandeja en manos y me mira con esas dos esmeraldas verdes.
—Sí, capitán —espeto y él se echó a reír.
Espero que todas estas carcajadas y sonrisas duren un poco más.
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