Capítulo. X
Entramos a un cuarto de servicio en la primera planta, una vez adentro quedé impactada, era una casa reducida en unos cuantos metros.
—¿Qué es este lugar? —le pregunto al ver el interior.
—Es uno de los cuartos de servicio, señorita. Este es el hogar de todos los sirvientes del castillo, también digamos que nuestras oficinas.
—Increíble.
Un blanco neutral se esparce por todas partes mientras que un tapiz amarillo viejo con patrones florales se encuentra en una sola pared, el techo claro con candelabros tenía en las esquinas molduras de madera simples pero muy llamativas. La cocina me quedaba a la mano derecha mientras que un comedor de diez personas se encontraba del lado contrario, y al fondo un pasillo lleno de puertas blancas. Una que otra estaba abierta y a lo lejos podía ver camas con personas sobre ellas y sábanas tendidas al aire.
—Si me permite, en la oficina se encuentra todo el material necesario para que pueda hacer su carta. Yo soy uno de los encargados del correo en el castillo, señorita. El único detalle es que tenemos que guardar silencio y tratar de no despertar a nadie —me explica, susurrando, de forma amigable.
—¿Cómo puede con tanto, señor? —le pregunto en el mismo tono.
Entramos a la primera puerta del pasillo, la única con una manija de oro muy llamativa, para revelar un cuarto inmenso lleno de hojas hasta el techo y unos muebles de madera oscura llenos a más no poder. Un tapiz almendrado con patrones marrones es dueño de las paredes y un candelabro color cobre con velas a punto de terminar ilumina el techo. El ambiente es acogedor, es como si los propios aires del señor estuvieran esparcidos por todo el lugar.
—El humano está hecho para evolucionar, señorita Domènech. Un humano es creado para adaptarse a donde sea que lo acomoden. Desde que era joven estuve siempre al lado del rey Athan y he de suponer que es una de las razones principales, me acostumbré —me responde.
Me situó frente al escritorio y fue a buscar cosas a los estantes gigantescos.
—Señor, nunca pregunté por su nombre, una disculpa. Todos se referían a usted como mayordomo y seguí eso inconscientemente. ¿Cómo me refiero a usted? —inquirí.
—No se preocupe, no tengo nombre, dejé de tenerlo cuando entre por primera vez a este castillo, justo cuando atravesé sus puertas —me señala entre risillas, regresando al escritorio con una hoja y la pluma de un ave a la mano.
—¿Alguna razón especial? —insistí.
—Seguridad, refiérase a mí como desee, no tengo ningún problema —concluye sonriente.
—Está bien —le respondí y esbozó una gran sonrisa.
¿Acaso contesté de la forma correcta?
—¿Qué es eso? —le pregunto señalando el objeto aterciopelado.
—Una pluma de algún ave que visitó el reino, fue encontrada a las afueras del castillo, es bonita ¿verdad?
Un pelaje oscuro se despliega del raquis y cada vez que mueve la pluma, por la luz de las velas, se muestran unos brillos azules verdosos con patrones singulares.
—¿Cómo se puede escribir con eso? ¿La punta no es incómoda?
—No del todo, a veces se puede doblar pero puedo arreglarlo, si no funciona la única opción que queda es sacarle filo. Para escribir solo necesito ahogar el cálamo en tinta, en el centro del hueso hice un pequeño agujero para absorber aún más, eso me permite escribir varias palabras antes de que se acabe totalmente el color.
—No sabía que se llamaba «cálamo» la punta del raquis de la pluma, igualmente el mecanismo que usted usa es impresionante —le comento sorprendida por la técnica.
—¿Cómo sabe lo del raquis? —me pregunta curioso y con calidez.
—Leí muchos libros... bueno, tuve la gran suerte de poder hacerlo —reflexioné.
Una risilla se escapó de sus labios y me dedicó una sonrisa, una acción que instantáneamente me veo en la obligación de corresponder.
—¿Qué tinta le gustaría usar? —interviene.
—¿Qué diferencia tienen? —le inquiero intrigada.
—Buena pregunta, usualmente alguien querría saber sobre los colores —enfatiza interesado—. Son los materiales, señorita, desde flores hasta minerales —me aclara.
—Una flor será, algo delicado y que transmita un poco de paz.
—La orquídea es la tonalidad perfecta que busca. Utilizaré un papel de las mejores calidades ya que no se trata de cualquier carta —señala sonriendo mientras busca la tinta entre frascos de cristal con líquidos de colores que tiene sobre la mesa—. Aquí está, ¿qué le parece? —me pregunta mostrándome el frasco delicadamente con las dos manos.
Un rosa viejo se encontraba encerrado en el contenedor, es precioso. Me incliné un poco y pude ver cómo diminutos cristales se movían dentro cada vez que lo agitaba levemente, parecía magia.
—Es hermoso —expresé en voz alta.
—Ya que la tinta es un poco clara le recomiendo solo utilizarla en el saludo y despedida. ¿Está de acuerdo? —me pide mi autorización en un tono suave.
—No sé nada de cartas y apenas puedo escribir, lo que usted me recomiende es más que perfecto —le digo sonriendo.
Correspondió mi sonrisa y simplemente asintió.
—Comencemos entonces, señorita Domènech.
Escuchar aquel apellido me causa desconcierto. Un escalofrío recorrió la mitad de mi espalda, mi piel se enchinó y sentí una punzadura en mi cabeza.
«¿Cómo era él? ¿Acaso le importé un poco?, ¿me quería? O quizás nunca supo de mí», pensé.
Las preguntas quebraban mi cabeza y el carraspeo de la garganta del mayordomo me sacó a la fuerza.
—Una disculpa —le digo aún anonada.
—Sé que puede ser difícil asimilar todo esto, soy completamente consciente de ello. Si llega a necesitar algún consejo o ayuda no dude en llamarme, señorita. Nunca titubee porque mis puertas siempre van a estar abiertas para usted —me anuncia sonriendo.
—Sí, usted es encantador en todos los sentidos de la palabra —admito embelesada.
Nos reímos un rato más en voz baja y hablamos acerca de cómo me sentía frente a todo este peso en mi espalda.
—Me alegra que pueda ordenar sus pensamientos, escribamos rápido esta carta para que pueda ir a descansar. El día de mañana tendrá un horario apretado junto a su majestad. —Buscó algo en su vestimenta, que desde mi punto de vista es algo desconocida, pero se ve muy elegante, un traje ajustado a su figura delgada. Le quedaba muy bien ese azul índigo, resaltaba su cabello blanco con pequeñas rayas grises.
Sacó de uno de sus bolsillos un círculo dorado junto con una cadena diminuta, abrió el círculo como si de una caja se tratara y se sorprendió.
—¡Pero mire la hora, es muy tarde! Espero que su majestad no requiera de su presencia temprano, usted necesita descansar —declaró sorprendido.
Pero yo aún seguía mirando aquel objeto desconocido, es precioso.
—Un reloj de bolsillo —me aclara en una risilla.
Salí de aquella hipnosis cuando dijo su nombre.
—¿Reloj de bolsillo?
—Así es, los primeros registros de este tipo de relojes se remontan al año 1481. Es un mecanismo complicado y son muy costosos, hasta para la clase alta, solo personal del reino cuenta con ellos para controlar los horarios.
—Impresionante... es hermoso —exclamo en un susurro hipnotizada por su belleza.
—Lo es, cada reloj es diferente y ninguno es igual. Todos tienen estilos distintos y no es posible para el relojero crear dos idénticos por ahora, en un futuro espera lograrlo —me explica.
—Entiendo, es fascinante como pueden controlar su tiempo con solo un... ¿reloj dijo que se llamaba? —digo dudosa.
—Así es, Ansel —concuerda conmigo mientras se reía—. Vamos, pequeña, que esta carta no se va a escribir sola.
—Solo quiero escribir una disculpa y pedir su perdón —suspiro cabizbaja.
—¿Algo más? —me pregunta de forma cálida.
Levanté la cabeza y lo miré a los ojos.
—Quiero restregar en esa hoja cuánto los quiero —le digo segura.
Sonrió ante mis palabras y comenzó a escribir.
—El saludo será: «Mis apreciados padres y hermano». ¿Está de acuerdo? —me pregunta.
—Sí.
—Perfecto, ahora descríbame las palabras que le gustaría agregar. Todo lo que salga de su boca será acomodado en la carta de forma más clara y ordenada si se llega a atascar con algún sentimiento... Aunque también puede contarme todo lo que ya tiene en mente —señala sonriendo.
—¿Tanto se nota?, discúlpeme, he estado pensando en qué tipo de palabras debo poner todo este tiempo —admito apenada.
—Puede hablar libremente, soy rápido —acotó.
—A mis apreciados padres y mi querido hermano... Sé que ahora pueden estar más que enojados y frustrados acerca de lo que elegí para mi futuro, pero quiero decirles que voy a estar bien —hablo haciendo una pausa.
No pasó ni un segundo cuando detuvo la pluma y alzó la vista.
—Discúlpeme, no pensé que fuera así de veloz —le comento nerviosa.
Asintió y esperó a que siguiera con la carta.
—Les prometo que de ahora en más las cosas van a ser mejores, estoy construyendo un futuro esplendido y lleno de prosperidad para nosotros. Sé que están preocupados y tal vez Benedict se haya ejercitado hasta morir o algo parecido para calmar sus nervios —digo riéndome por el pensamiento—, pero no tienen que preocuparse de nada, no es nada como en lo que están pensando. Mi única tarea es cuidar a la princesa, y si se ponen a pensar no hay mucho de qué protegerla hablando de terceros, aun así, voy a tener mucho cuidado con mis acciones. No sé cuándo pueda ir a visitarlos pero espero que estén en las mejores condiciones ahora, voy a estar mandando cartas acerca de lo que he estado haciendo y de cosas nuevas que descubra. Hoy me enseñaron lo que es un reloj de bolsillo y déjenme decirles que es de las cosas más increíbles que van a ver. Benedict se vería guapísimo con uno a la mano, me dijeron que ninguno es igual y que todos son únicos. No le enseñen esta parte a Bene porque quiero regalarle uno, espero que me pueda perdonar con ese detalle —señalo para terminar.
—¿Eso es todo? —me pregunta para terminar de escribir las últimas palabras que acabo de mencionar.
—¿Aún hay espacio? —inquiero dudosa.
—Sí, señorita —me responde calmado.
—Bien, entonces agregue esto, por favor. —Hice una pausa para ordenar mis pensamientos y comenzar a hablar—. Bene, cuando vayas a la escuela aprende mucho por mí, ¿sí?, quiero que seas feliz y busca a alguien que te haga compañía porque sé que me vas a extrañar demasiado. Apuesto a que no sabes qué hacer sin mi presencia en estos mismos momentos —hablo, riéndome nerviosa, entre lágrimas—. Te quiero tanto como no tienes una idea, dile a papá y a mamá que también los quiero mucho. Los extraño tanto que me duele el pecho cada vez que recuerdo sus rostros de esta tarde, espero verlos pronto. Atentamente su hija y hermana favorita —concluyo en un intento de comerme el llanto.
—Es una carta linda, la entregaremos después. La respuesta puede recibirla el mismo día que ellos respondan —me anuncia con una sonrisa cálida en su rostro.
—Discúlpeme, no quería llorar —comento mientras limpio mis lágrimas.
—Está bien señorita, usted tiene todo el derecho de expresarse esté donde esté. Llorar no es malo, es una forma de sacar todo eso que guarda su corazón. Cada quien tendrá sus maneras de hacerlo, pero una muy efectiva son las lágrimas, por algo son saladas —me dice guiñándome un ojo.
—Entiendo —digo riéndome mientras seco los pequeños hilos húmedos que dejaron aquellos cristales con la palma de mi mano derecha.
—¿Desea algún color de lacre en específico?, es para sellar la carta —me pregunta con cariño.
—¿Puedo mezclar colores?
—Oh, eso no lo había pensado antes... pero claro que sí —dice levantando sus cejas con impresión mientras sonríe.
—¿Tiene algo como la tonalidad de la tinta que usó?
—Sí, todas las tintas tienen su propio lacre, aunque una que otra puede que no —señala buscando en unos cajones.
—¿Entonces pueden utilizar cualquier medio para hacer las cosas colores? —cuestiono sorprendida.
—Algo así —dice para regresar con dos frascos llenos de pequeños hexágonos rosados y dorados—. No entiendo muy bien las pinturas ni nada relacionado, tendría que preguntarle al artista personal de su majestad. Él es el único profesional que he podido ver, son algo escasos. Por cierto, este es el rosado y podemos combinarlo con este dorado. Se ven muy bien juntos —agregó, mostrándome los dos frascos a la par.
—Sí, son muy bonitos.
—Bien, entonces a sellar se ha dicho —expresa alegre.
Se levantó y caminó hacia el estante, se quedó frente a él unos segundos buscando algo con la mirada y cuando lo encontró de su cuerpo escapó un jadeo.
—Pensé que lo había perdido —dice caminando de vuelta al escritorio con el objeto a la mano.
Se agachó en busca de algo en sus cajones y cuando regresó a su postura normal tenía en la otra mano una vela pequeña y una roca.
—¿Qué es todo eso?
—Mi querida Ansel hoy vas a presenciar el invento más maravilloso del hombre: el fuego.
Sacó una pequeña barra de hierro, no era más grande que su dedo, y colocó todo en la mesa ordenadamente.
—Por algo quiero comenzar, a primera vista tú puedes deducir que esto se trata de una roca o piedra —enfatiza levantándola—, pero una piedra es un objeto ya procesado y pulido, mientras que una roca es un objeto bruto. Esto es una variedad del cuarzo y se llama pedernal, si se golpea o se hace ficción sobre ella suelta chispas y eso nos ayuda a crear fuego. —Dejó la piedra en su lugar y levantó la barra de metal para que la vea bien—. Esta es una lija de hierro y ayuda a crear más chispas de lo que podríamos lograr con cualquier otro objeto. —Dejó la lija en su lugar y tomó el objeto que pensó que había perdido—. Esto es una base para calentar y se usa para fundir lo que se podría llamar cera, pero la combinamos con resinas naturales para hacer lacre. La cera y el lacre son dos materiales muy similares pero el segundo tiene un término más de goma, está hecho a base de colofonia, una materia básica del reino.
—Todo esto es fascinante, ¿supongo que derrite el lacre y pone el sello arriba de él?
—Así es Ansel, es divertido pero no puede haber errores. Si algo sale mal se tiene que cambiar el sobre y en el peor de los casos se maltrata la carta —admite.
—Entiendo.
—Cuando tengamos tiempo te enseñaré a hacer muchas cosas. Estás entrando en un nuevo mundo, algo diferente y probablemente desconocido para ti —expresa alegre.
—Sí, estoy aprendiendo y todo esto es diferente para mí. Me alegra el poder tener esta oportunidad —admito sonriente.
Sonrió ante mis palabras mientras ponía un utensilio sobre la base de madera con la que funde el lacre. Tomó la piedra firmemente y con un solo pequeño golpe unas chispas encendieron la vela, la puso rápido debajo de la base y esperó a que se calentara. Después agregó los trocitos de lacre y con un palillo fino de metal mezcló los colores. Tomó el sobre con la carta dentro y lo dejó en medio de la mesa, el sello lo colocó arriba de este en una esquina, sin tocar el centro, para que no se moviera. Esperó unos segundos y tomó el utensilio para verter el líquido en el centro del sobre cerrado, lo dejó en su base de nuevo y en un movimiento rápido soltó el sello sobre el líquido para marcar su signo grabado.
—No es necesario hacer presión sobre el sello porque el peso del mango es suficiente, por eso son muy grandes. Es una «V» dentro de un escudo, la imagen oficial de nuestro reino —me explica sonriendo.
—Es un método muy interesante —le confieso, admirando todo lo que acaba de hacer.
—Estoy de acuerdo, me agrada lacrar.
Sopló sobre la vela para apagarla y tocó una esquina del lacre para confirmar si ya estaba seco y así fue, retiró el sello y la carta estaba lista.
—Mañana se la entregaremos al mensajero, vayamos a dormir.
—Oh, claro, estoy dispuesta a dormir donde sea así que no se tiene que partir mucho la cabeza por eso —le anuncio sincera.
—Tiene muy buenos valores y es muy prudente pero no se tiene que preocupar por eso, su majestad hace no mucho ordenó acomodar y colocar varias cosas en esta sección de servicio para su estadía; tuvimos la suerte de que exactamente fue en el primer piso. Desconozco si se va a quedar junto a nosotros permanentemente pero no sería ningún problema, todos aquí somos como una gran familia —dice sonriendo mientras se levanta de su lugar.
Empujó mi silla fuera del cuarto para dirigirnos a una de las puertas blancas del pasillo.
—Y una disculpa por el inconveniente pero esta noche tendrá que dormir con la vestimenta que tiene ahora, hoy más tarde un sastre tomará sus medidas y harán uniformes y prendas a su medida a orden del rey. También debe de tomar un buen baño para que sus heridas no se infecten y una vez terminemos de prepararla iremos a tratar sus heridas con el doctor Salvatore. Ya que finalicemos las tareas que nos ordenó su majestad lo acompañaremos en su agenda, hoy es un poco apretada pero para nosotros no hay mucho que hacer —me explica susurrando mientras entramos a la oscura habitación.
Eran nueve camas en total, cuatro de un lado y otras del otro. Cada una tenía su respectivo buró junto las pertenencias de cada persona, pero había una cama con otra encima. Una estructura de algún material que no logro ver con claridad soporta una cama mientras que había otra justo abajo de esta, si la estructura es segura la cama de arriba no tendría porqué caer.
—Yo dormiré arriba, aunque esa se supone que era su cama —dice susurrando mientras una risilla se le escapa.
—Discúlpeme si estoy siendo una carga para usted —espeto susurrando entristecida.
—No se preocupe señorita, lo hago con mucho gusto.
Dejó mi silla paralela a la cama, de mi lado derecho.
—¿Requiere de mi ayuda? —me pregunta susurrándome más bajo.
—No, muchas gracias. Por favor vaya a dormir, no se preocupe por mí —le digo en el mismo tono.
—Bien, tengo unas cosas que hacer, regresaré en un rato por si me necesita.
—Está bien.
Vi como su silueta asintió y se fue por la única puerta para salir. Subí como pude al colchón y uno que otro quejido salió de mi boca, intenté guardar silencio pero todo esto que siente mi pecho dolía.
«¿Cómo estará mi familia?, ¿seguirán enojados conmigo?... ¿Tan siquiera algún día me podrán perdonar?», pensé.
Sé que estuvo mal, sé que solo los he estado decepcionando, pero quiero que vivan. Deseo con todo mi ser que sean felices y si tienen que serlo sin mí está bien. Si ellos están bien, no les hace falta nada para vivir en paz y son felices yo también voy a estar contenta. Voy a dar lo mejor de mí, no voy a descansar si es necesario, todo sea por ellos.
Entre lágrimas y sollozos el sueño logró dejarme inconsciente, con el pecho destrozado y mi mente creando pensamientos venenosos cerré mis ojos.
En esta guerra de emociones... la guerra que juré ganar.
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