Capítulo. VII

Mavra A. Fallon

El profesor estaba furioso y lo entiendo, pero solo fue un arranque de celos de la princesa.

—Profesor, no se preocupe por eso solo fue un capricho de la princesa —le señalo mientras vuelve a vendarme la planta de los pies.

—No, Mavra. Eso fue algo vil de su parte y no lo voy a dejar pasar, esperaremos en la sala del trono y antes de que llegue el rey se lo haré saber a la reina.

—Entiendo, pero no debe de darle tantas vueltas... es solo una niña.

—Claro que no, ella sabía muy bien lo que hacía. Abusó de su poder sobre nosotros, y de paso voy a hablar de eso con mi hermana también.

—Sí, supongo que la reina no va a estar contenta.

—Tenemos la misma sangre y para acabar somos gemelos, esa mujer va a prenderse fuego. La única diferencia que tenemos es la paciencia y tranquilidad, digamos que a ella no le inculcaron muy bien esos aspectos.

—Vaya, entonces aquel temperamento de la prince...

—Sí —me interrumpe—. Se lo regaló su madre.

Con esas palabras encajaron todas las piezas haciéndome dudar de mi decisión final. Idéntica a su padre físicamente, pero aquellos ojos verdes como el campo en primavera son el intento de opacar el tono esmeralda de la reina con el color de los dos soles que tiene el rey en sus ojos, una mezcla hermosa pero su mirada es matadora. La primera vez que la vi me sorprendí un poco, su piel era tan pálida que creí ver una estatua. Supongo que su cabello es naturalmente ondulado ya que por lo alborotado que estaba era un mar lleno de rizos muy definidos que transportaban hilos dorados, el mismo tono claro y rayado del rey. Puedo imaginar que aquel abuso de poder lo sacó de él también... o bueno no lo dudo.

Reí en lo bajo y el profesor me miró extrañado.

—¿Qué sucede? —me pregunta.

—Nada, profesor. Por cierto, quería preguntarle acerca de ese título de capitán real, ¿a qué se debe? —inquirí más tranquila por el pensamiento de mi familia en un lugar mejor.

—El poder viene de la sangre que comparto con la reina, eso es todo, ser la cabeza de los dos hospitales de la capital no es casi nada a comparación de nuestra sangre —me responde sereno.

—Entiendo, ¿es cierto que dividieron la capital por orden jerárquico?

—Así es Mavra, la capital está dividida en dos pueblos que son Diamant y Maragda. Ya sabes la historia, en Diamant viven los ricos con todas sus necesidades a la mano mientras que Maragda se pudre con la gente pobre. Es algo absurdo, el oro nos unió en una sola nación pero dividió al pueblo de esa manera, no por nada la capital donde se encuentra el castillo se llama «Cos d'or» —admite molesto.

—Opino lo mismo, pero ¿por qué no lo cambian? —insistí.

—El reino está a nada de entrar en crisis económica, la agricultura no es suficiente y temen lo peor. Han estado hablando acerca de vender los minerales del reino en el mercado internacional, es una muy buena idea, pero temen explotar de forma exagerada nuestros suelos —declara, torciendo sus labios.

—Vaya... Espero que encuentren una solución pronto...

—Lo mismo digo, Mavra... Lo mismo digo —susurra en un suspiro.

Un silencio extraño invadió la enfermería y para romperlo decidí hacer una pregunta.

—¿Usted qué hacía en Maragda?

Se levantó por un tipo de aceite para volver y colocármelo en mis heridas.

—Esto va a arder un poco.

Asentí, aunque lo más probable es que pueda manejar el dolor, lo tolero demasiado para que sea normal.

—Respondiendo a tu pregunta: me gusta enseñar, tengo tantas cosas e información de sobra que sería egoísta guardarla solo para mí. En Diamant hay escuelas o maestros de casa pero aquel cuarto en Maragda fue más que suficiente para dar tutorías; aunque solo se presentaban tres pequeños, incluyéndote, cada uno con horario diferente. Todos le tenían miedo al pago, por más que les decía que no era necesario y que una sola moneda cubría los gastos para los materiales de clase se negaban, querían pagar lo que costaba una clase en Diamant. Es triste ver el estado de Maragda, tantos pequeños con potencial ocultos entre la basura. Pienso regresar allá e impartir clases, quiero buscar a más pequeños que puedan cambiar el reino, pero Dabria me quita tiempo —me explica.

—¿Por qué? —le pregunto, extrañada por el comentario de la princesa.

—A la princesa también le doy clases de vez en cuando, aunque ella tiene a su propio profesor insiste en que yo le enseñe.

—Eso lo entiendo, su forma de enseñanza es única y fácil de comprender.

—Gracias por el cumplido —confiesa entre risitas.

En un roce de sus manos sobre las heridas de mis pies solté un quejido, tiene razón con que el aceite arde.

—Ya está haciendo efecto, por cierto, Dabria también es una niña muy lista. Las dos son algo que jamás he visto pero tú eres mejor, no puedo mentir.

—Espero llevarme bien con ella.

—¿Llevarte bien? —me pregunta.

—Sí, lo va a escuchar de nuevo en la sala del trono.

Si suelto toda la información aquí lo más probable que el profesor quiera interferir, esta opción es la mejor que tengo y no puedo dejar que me la arrebaten de las manos. Va a ser un desafío por el temperamento de la princesa pero todo sea por mi familia, todo sea por su felicidad.

Un vuelco gigantesco de mi corazón hizo que mi pecho doliera.

—Profesor, ¿dónde está mi familia? —le pregunto asustada.

—No te preocupes, los llevaron de vuelta a su hogar. Necesitan preparase para el juicio y la mejor opción fue regresarlos a casa.

Solté un suspiro de alivio, están en casa sanos y salvos. Apuesto a que Benedict está loco en estos momentos pero Aleyda es una experta en trasmitir calma. Una sonrisa se dibujó en mi rostro y de reojo pude ver como el profesor sonreía también, pero se giró a acomodar y ordenar todos sus materiales en el mueble de cristal con medicinas.

Me alegra saber que el peligro ya pasó y que todo está bien, es cierto que el precio por su estabilidad es alto pero no me importa. Si fuera necesario arriesgar mi vida todo el tiempo por su seguridad lo haría, he sobrevivido diez años gracias a ellos. No sé quiénes son mis padres de sangre ni a qué edad me abandonaron, tampoco es como si me importara, a ellos tres los considero mi mundo entero y si arder en el infierno es el precio voy a pagar hasta la última gota de mi sangre.

—Vamos, Mavra, esta vez no vas a caminar pase lo que pase.

—Lo sé, lo sé —le digo riendo bajo.

Me dio la espalda y se arrodilló en el suelo.

—Sube, creo que es más incómodo en mis brazos.

Hice lo que ordenó y colocó sus manos de manera respetuosa sobre mí al igual que el sargento que me llevó a la sala del trono la primera vez. Salimos de la enfermería y nos perdimos de nuevo en ese laberinto de pasillos.

—Cuando el sol se ponga las puertas del trono serán abiertas al público que el rey invitó personalmente, solo son nobles o personas realmente importantes. No sé cuál fue su acuerdo esta mañana pero en unas horas va a ser oficial, ¿estás totalmente segura con lo que van a anunciar?, no te veo muy preocupada —me dice intrigado.

—Estoy más que de acuerdo, lo que me propuso el rey fue algo inesperado, pero es la mejor de todas las opciones posibles —le explico segura.

—Bien, entonces no voy a interferir demasiado. Caballeros saldrán de sus puestos para ir por tu familia, estarán aquí unos minutos antes de que comience el proceso.

Nos encontrábamos al filo de las escaleras que se adueñan de las esquinas del salón principal, son gigantescas y fácilmente podría contar más de cien escalones. ¿Esto fue lo que caminé por orden de la princesa?, siento que no fue nada a pesar de que se ve mucho.

—Le diría que me bajara para poder caminar y no ser una carga pero creo que no me lo va a permitir.

Bajó las escaleras con pasos seguros y después de varios escalones me respondió.

—Exacto.

Estoy feliz, me siento tranquila, un peso se me quitó de encima y no podría sonreír más este día. En la falda de las escaleras se encontraba aquel mayordomo dueño de un aire encantador, me recuerda a Benedict. Un golpe de nostalgia invadió mi corazón haciendo que las comisuras de mis labios cayeran.

—Señorita no debería de tener esa expresión facial en su rostro, su linaje llegará pronto y el rey se está preparando. Le recomiendo que tenga su mejor faceta dentro, personas importantes asistirán a la ceremonia —anuncia con una sonrisa.

—Es encantador ¿no es así?, lo digo literalmente —me pregunta mi profesor, refiriéndose al señor.

—Sí, tiene razón. —Con esas palabras nos echamos a reír los tres.

Este era un momento cálido, de los pocos que he tenido con mi familia puedo asegurar que todo va a estar bien, solo tengo que cumplir con mi tarea de cuidar a la princesa.

—Por favor, síganme —sugiere el mayordomo haciendo un gesto con el brazo señalando en dirección las inmensas puertas rojizas, ahora que miro bien aquel acceso me doy cuenta de que el oro incrustado está moldeado en forma de rosas y sus raíces espinosas fueron estructuradas para que dieran un efecto como si estuvieran atravesando la puerta.

Seguimos su paso y con cuidado el mayordomo las empujó, parecen pesadas.

—Mayordomo, le pido que llame a la reina porque tengo que comentarle varias cosas antes de que empiece este evento.

—Claro, capitán. Le haré saber su majestad que requiere su presencia urgentemente, debo antes advertir que todos los invitados se presentaran en media hora. —Asintió sin más y salió de la sala.

El profesor me dejó en una de las sillas paralelas al trono, justo en el centro de las hileras de asientos hay un espacio vacío directo a las sillas reales que se oculta tras una tela aterciopelada de color rojo vino con bordes dorados con la finalidad de ser un tapete para los monarcas.

—No puedo creer que Dabria hizo eso, aún sigo tan molesto —exclamó en voz alta.

—No se preocupe profesor, solo fue un arranque de emociones.

—Lo que sea que fuera, ella no tiene el poder para hacer eso, por más que le duela por dentro.

—Entiendo.

—Espera, tengo que ir por una silla que te va a ayudar a deslizarte a donde sea que quieras ir —espetó después de un silencio.

—¿Cómo una silla me va a permitir moverme si son como estas? —le digo señalando la silla con cuatro patas donde me encuentro sentada.

—Es una silla especial, se llama silla de un inválido, aunque prefiero decirle silla de ruedas, pero es un sillón y un reposapiés para facilitar la movilidad. Se creo principalmente para un rey llamado Felipe II en 1595, nuestra tecnología médica es superior y en unos años más va a ser de otro mundo —me explica entusiasmado.

—¡Se escucha muy innovadora!

—¡Así es, quiero y pienso mejorar el diseño! Solo tengo que dedicarle tiempo y lo voy a lograr —confiesa alegre.

Le sonrío y él asiente, se aleja del trono y sale por las puertas con espinas de oro.

El peso sobre mis hombros fluyó como el agua y se desvaneció a medida que pasan los segundos, el día donde Helios se ocultó detrás de Néfele, la diosa hecha de nubes. Miré los vitrales y a medida que los conectaba se formaba una historia, la historia de mi nación, habla de Vreoneina. El salón está formado por una arquitectura que desconozco, me da sentimientos de algo barroco, pero tiene una esencia de algo más. Mientras me sumía en descubrir qué era lo que pasaba con aquella obra de arte antigua pasé por alto la figura que entró a la sala, y se quedó inmóvil en la parte trasera de los asientos. La figura carraspeó su garganta con fuerza y mi atención se la robó aquella persona.

—¿Se puede saber quién eres y qué haces aquí? —pregunta la reina.

—Su majestad —le digo haciendo una reverencia con la cabeza que por su gesto dudo que le haya agradado.

—Respóndeme —me ordena en un tono poco amigable.

—Su majestad, aún no creo que sea tiempo de presentarme.

La reina estaba a punto de hablar cuando un estruendo detrás de las puertas nos asustó. Un quejido sonó, proveniente de la persona detrás de las rosas de oro. Se abrieron las puertas y la imagen de mi profesor, adolorido por un golpe, al lado de una silla con ruedas se hizo presente. Tomó su tobillo con las dos manos y para no perder el equilibrio brincó de un lado a otro.

—Mavra —me nombra quejándose sin aún notar la presencia de la reina.

Alzó la vista extrañado por no escuchar mi respuesta y cuando vio a la reina de Vreoneina se paró derecho, con una postura erguida y el mentón hacia arriba en señal de disciplina. La blusa blanca que vestía, al colocarse en aquella postura, apretó los botones de su pecho como si estos fueran a romperse en algún momento, sus zapatos de cuero negro con punta de plata estaban perfectamente alineados y sus pantalones oscuros tenían un acabado impecable junto al conjunto que porta.

—Y pensar que no tienes vergüenza —espeta la reina.

Aflojó su postura y volvió a jorobarse, arrugando la camiseta, ocultando aquella figura curveada, tomó la silla y la empujó en mi dirección colocándola a mi lado.

—Mira quién lo dice —le contesta.

Miré perpleja a los dos, son idénticos; esas cejas finas, sus ojos verde esmeralda y su tez... son lo mismo, aunque la piel de mi profesor es más oscura. Le mostró su sonrisa perfecta a la reina y ella respondió de mala gana.

—Mi querida hermana mayor, tengo algo que confesarte y trata de tu pequeña hija con su temperamento desafiante —canta en un tono burlesco, pero con una cara llena de molestia.

—¿Dabria?

—¿Acaso tienes más hijos? —la cuestiona de forma perversa.

—No, ve al punto —le replica indiferente.

—Con que el rey ya te regaló sus expresiones y todo —comentó examinándola de pies a cabeza con los ojos entrecerrados—. Afuera, no quiero discutir esto frente a mi alumna.

Con eso la reina dirigió su vista hacia mí y en su rostro se dibujó una media sonrisa.

—Con que ella es tu prodigio —dice para mirar de nuevo a mi profesor.

—Así es, vámonos.

El vestido azul de la reina me tenía hipnotizada, siento que ese es el color exacto del mar. Leí un libro sobre los océanos y sus criaturas, era muy interesante y descubrí que allá abajo se esconde un reino completamente diferente... solo espero tener siquiera la oportunidad de poder verlo algún día.

Se alejó aquella tela azulada bailando de un lado a otro, desapareciendo de mi vista mientras atravesaba las puertas rojas. No pasó mucho tiempo cuando el mayordomo de hace rato entró y se acercó directamente a mí.

—Señorita, su linaje destacará su presencia dentro de unos minutos. ¿Gusta acompañarme o desea verlos aquí? —me inquiere sonriente.

—Sería un placer acompañarlo mas no puedo caminar en estos momentos —admito levantando uno de mis pies vendados.

—Mis más sinceras disculpas, no lo había notado, si no lo sabía le informo que sus parientes se van a encontrar en ese lugar durante todo el juicio —me explica señalando unos escalones de madera en la esquina del salón con barandales del mismo material, pulidos a la perfección y aceitados para generar un efecto de estar pulcros a más no poder.

Los escalones supongo que son los asientos, una réplica se encontraba del lado contrario y estos dos cajones se encuentran a la misma altura del trono. Pero mientras el trono juzga las hileras de asientos, las esquinas parecen ser castigadas en las penumbras mientras miran el poder supremo.

Asentí extrañada mientras seguía viendo aquellas esquinas preguntándome por qué las pase por alto, hizo una reverencia precisa como si se tratara de algún ángulo exacto y se marchó.

Esperé un rato más, exploré con la mirada aquella obra de arte pintada sobre el techo y también releí la historia en los vitrales sin encontrar respuesta a algunas de mis preguntas sobre el final de la historia. Comparando los dos tronos me di cuenta de que uno es más exótico que el otro, aunque estén llenos de joyas y extravagancias sí puedes notar la diferencia, supongo que el del rey es aquel del centro que tiene el hilo dorado marcando las curvas y encajes del colchón carmesí. El otro es idéntico, pero no tiene esos pequeños detalles que hacen una gran diferencia a simple vista. La princesa tiene un espacio al lado izquierdo de su padre, no es extravagante pero define que es el lugar de la realeza legitima.

El estruendo de las puertas al ser abiertas con fuerza me sacó de mis pensamientos e hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Giré lentamente y no pude ni siquiera procesar la imagen delante de mí cuando ya tenía a tres personas frente a mis narices y una cuarta caminando lentamente hacía mí.

—¡Mavra! —grita mi sol radiante eufórico.

Me dio un abrazo tan apretado que el aire abandonó mis pulmones, mis heridas dolían un poco pero no dude en soportarlo por amor; Aleyda se unió y mientras Eliezer dudaba si reunirse o no mi madre lo tomó del brazo y a la fuerza lo pegó a nosotros. Esta calidez la extrañaba y no pensaba ahorrarme esas palabras.

—Los extrañé tanto.

—Nosotros también, mi pequeña —admite Aleyda dulcemente.

—Tengo muy buenas noticias, ya no tienen que preocuparse por nada —espeto.

—¡¿Qué?! ¿Negociaste con el rey? —interviene Benedict orgulloso.

—Algo así... pero me propuso algo que ni en mil años hubiera podido pensar. Nadie va a salir afectado y todos vamos a estar a salvo.

—Estoy tan feliz por mi familia. Los quiero con todo mi corazón —comenta Eliezer dándonos un nuevo abrazo.

El estruendo de las puertas nos hizo dar un brinco y nuestra atención fue totalmente dirigida a aquellas personas.

—Vayan a sus asientos y arrodíllense ante sus monarcas —anuncia una voz varonil.

Aquel hombre que alzó la voz iba frente a los creadores de nuestra nación, detrás de ellos se encontraba mi profesor y varios señores un tanto viejos.

Mi familia se arrodilló mientras los monarcas tomaban asiento en sus tronos, mi profesor tomó lugar junto a mí en la primera hilera y todos los señores se sentaron en la primera fila contraria a la nuestra. Parecíamos dos bandos; los señores apoyando al rey mientras mi profesor, yo y mi familia nos quedábamos bajo el manto de la reina. El mayordomo apresuró el paso y guio a mis padres y hermano hacia sus puestos en los escalones de madera.

Un silencio invadió la sala y el rey me miró con tristeza, agitaron mi paz y tranquilidad aquellos ojos amarillentos llenos de ese sentimiento tan amargo.

—Ansel Mavra Domènech Fallon, cada día me sorprendes más —espeta en un tono nostálgico.

Mi profesor abrió los ojos como si de dos ruedas se tratasen mientras su piel se hacía cada vez más pálida, pareciera que vio a Medusa hasta convertirse en piedra, aquella reacción me asustó pero el jadeo de Aleyda retumbó en mi cabeza. Eliezer tomó en sus brazos a mi madre pálida y con dificultad para respirar mientras que Benedict asesinaba con la mirada al rey.

—¿Domènech? —le pregunto anonada.

—Sí, Mavra, tú tienes la sangre Domènech corriendo por tus venas —señala seguro.

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