Capítulo. VI
Dabria V. Vujicic Cabot
—¡Princesa! —grita Zil desde mi recámara.
Escuché por parte de mi madre que mi tío Dan vino al castillo, no dudé ni un segundo y salí corriendo de mi cama esta mañana.
La torre de mi dormitorio es gigantesca y todos los días tengo que bajar cientos de escaleras para llegar a la primera planta del castillo, al principio el cansancio era muy molesto, pero me fui acostumbrando a lo largo de este año.
En octubre cumpliré mis ocho años de vida, se supone que tener mi propia recámara y mi propio tocador iba a ser mi sorpresa, pero logré convencer a mi padre para que me la diera antes. Solo me dio un cuarto, mi tocador piensa regalármelo el mismo día que nací.
Corrí a la habitación de mis padres, cuando abrí la puerta pude ver una figura recostada al lado izquierdo de la cama, las cortinas seguían cerradas y las sábanas estaban alborotadas.
—¡Madre! —grité para saltar sobre ella.
—Hija —dice en un quejido.
—¿Cómo estás, madre? ¿Ya despertaste? ¿Dormiste bien?
—Así es, mi cielo —me responde.
—¿Entonces por qué las cortinas siguen cerradas? —le pregunto curiosa.
—Quise dormir un rato más.
—¿Y el tío Dan?
—No lo sé, ve y búscalo. Puede estar en la enfermería o con tu padre —me aclara.
—¿Ya fuiste a verlo? —le pregunto emocionada.
—Aún no, ¿y si nos arreglamos? Llama a Zil y dile que traiga tu vestido favorito porque vamos a ver al tío Dante —me sugiere sonriendo mientras se sienta en la cama.
—¡Bien! —Y con eso me di a la fuga, no puedo esperar más tiempo, ¡ya quiero verlo!
Hace mucho que no visita el castillo porque tiene que atender su hospital y como yo no puedo salir la única forma para verlo es que él venga a mi hogar.
Recorrí todas las escaleras lo más rápido posible, vagué por varios pasillos blancos con adornos dorados. Estos eran muy espaciosos y altos, trasmitían seguridad haciéndome sentir pequeña y un tanto débil; cuadros con retratos de nuestra familia enmarcados con oro puro, mesas y muebles de cuarzo decorados con el mismo mineral, todo recalcaba y marcaba el estilo de mi padre.
A medida que me acerco a la sala del trono atravieso el salón principal, un intento de mezclar la arquitectura del renacimiento con la barroca fue el invento perfecto que mi padre creó. La cristalería deslumbraba el techo pero más allá de esta se encontraba una obra de arte inmensa que abarcaba toda el área, con bordes de oro en todas las esquinas se ocultaba entre las penumbras aquella obra pintada a mano por el artista favorito de mi padre.
Dependiendo de la época colgamos telas de colores sobre las paredes, este mes hay telas azuladas por algún evento que tendrá mi padre, el suelo negro contrasta cualquier tonalidad creando algo exquisito al ojo humano. Si miras bien puedes darte cuenta de que el suelo tiene profundidad porque no es solo una simple pieza de arcilla con pintura encima, es un cristal obtenido de lo más profundo de nuestras tierras cubierto con vidrio transparente para dar ese aspecto de un vacío pero sin caer en él.
Después de admirar un rato el salón corrí al pasillo que mi padre le dedicó con mucho amor a mi madre, tiene un significado tan profundo que ni con todas las veces que me lo han explicado lo he podido entender; pero sí sé algo, la sala del trono es el equivalente al corazón de mi padre y para poder llegar a él primero tienes que pasar por mi madre, o eso es lo que llevo entendido hasta ahora.
Empujé las gigantescas puertas rojas con dificultad y para mi sorpresa nadie se encontraba ahí, cerré las puertas con cuidado, fue un desperdicio de tiempo y esfuerzo.
—Princesa, ¿requiere de la presencia de alguien en específico? —me pregunta el mayordomo, líder de todas las áreas de servicio en el castillo.
—Hola, estoy buscando a mi padre y a mi tío.
—Su padre está en su oficina, pero no le recomiendo ir en estos momentos, está ocupado con unos cuantos documentos. Su tío está en la enfermería, ¿desea que la acompañe? —me pregunta cortés.
—No, gracias ¿señor...? —pregunto, curiosa y dudosa, a medias.
—¿Sí? —me responde con una sonrisa.
—¿Aún no puedo saber su nombre?, ¿ni siquiera el de los otros sirvientes? —expreso un poco molesta.
—No, princesa, dudo que lo llegue a saberlos algún día... Es una orden del rey —agregó.
—¿Pero por qué? —insistí.
—Por su seguridad y una parte también por la nuestra, lo entenderá después. Por el momento refiérase a los sirvientes como guste y no se preocupe por nosotros, estamos bien con cualquier apodo que nos dé, solo intente no indagar mucho en el tema porque el rey nos dejó muy claro que ocultemos nuestras identidades.
—Bien —señalo rendida—. ¿Puedo decirle abuelo?, usted es lo más cercano a él, tanto en el físico como su personalidad. Lo he visto al lado de mi padre desde que tengo memoria y siempre me cuida, hasta parece parte de mi familia de verdad.
—Entiendo, princesa, puede llamarme como usted guste —concluyó entre risillas.
—¡Bien!, bueno, me voy. —Asentí para marcharme.
—Hasta luego, princesa —me despide con una reverencia.
Corrí hacia el salón principal de nuevo y me paré justo en el medio, bajo el candelabro más grande de todos. El salón se extiende horizontalmente; frente a mí se encuentra la entrada principal del castillo y a mis espaldas está el acceso para el pasillo del trono, ambos están alineados perfectamente en el centro. A mis lados, tomando gran parte de los costados del salón, unas escaleras en forma de media luna con herrería y arreglos de oro se adueñan de ese lugar.
Cubrí mis ojos con las palmas de mis manos y empecé a girar, el vestido que uso para dormir se elevó por las vueltas que daba. Una vez que estaba un poco mareada me destapé la cara y la escalera de la izquierda quedó justo frente a mis narices, sonreí y corrí hacia ella sabiendo que hoy mi lado izquierdo iba a ser el de mi suerte. Apenas pasando la mitad de los miles de escalones el aire me faltaba y mis piernas estaban cansadas, subí lentamente los siguientes y para los últimos corrí de nuevo.
Me adentré otra vez en los gigantescos pasillos, pero esta vez eran los de la segunda planta, por alguna razón son pasillos dedicados a mi madre y estamos muy lejos del salón del trono, supongo que aquí aplica una de las frases de nuestro lema: «Así en la tierra como en el cielo». Todo lo que está abajo se refleja arriba. Mi padre dijo que nuestro reino viene de la tierra y eso lo recuerda con ello, todo lo que se encuentra aquí y ahora el suelo mismo lo creó, aunque esto en un principio lo aplicó más por los minerales.
Caminé por los pasillos y los ventanales me despertaban más de lo que ya estaba, me detuve unos segundos y pude mirar que las nubes ocultaban al sol impidiéndome admirar su belleza otro día más, probablemente llueva hoy. Retomé mi velocidad y me dirigí a la enfermería, pude ver a lo lejos el pasillo que lleva a la oficina de papá y es el único pasillo que tiene retratos de guerra y armas en cajas de cristal.
Los siguientes pasillos también tenían el nombre de mi padre marcado en cada pared, su estilo y su personalidad estaban pegados en todo objeto o decoración que vieras. Hay días en donde estos pasillos me asustan por todo lo que logran transmitir y hay otros, como hoy, que me regalan algo cálido con una mezcla de suavidad.
La enfermería solo tenía una entrada y es una puerta color azul oscuro con plata en la manija y arreglos del mismo material en la parte superior, siempre está cerrada con llave, pero para mi sorpresa hoy está completamente abierta. Mi tío nunca deja la puerta de esa forma, la inseguridad se estaba apoderando de mi corazón y el miedo se quería hacer presente. Di pequeños pasos y a la par de acercarme escuché cosas en el interior, tenía mucho miedo que para cuando escuché una voz hablar me oculté detrás del marco de la puerta; es un escondite inútil ya que si alguien sale del salón iban a dar conmigo directamente.
—¿Segura que no duele? —pregunta una voz familiar.
—Sí, está bien, profesor —responde una voz femenina un tanto grave y melódica que es totalmente desconocida para mí.
Mi temor fue desapareciendo mientras su conversación seguía.
—No sé qué hiciste allá adentro pero espero que no sea un error, al final del día el rey va a solicitar tu presencia y la de señores nobles. Espero que no hayas cometido algo de lo que te puedas arrepentir después —dice mi tío Dan.
—Estoy muy segura de mi decisión, mi propuesta fue buena y a cambio solo tengo que hacer unas cuantas cosas. No se preocupe profesor, no me pudo haber tocado algo mejor que esto —dice aquella mujer.
La curiosidad me estaba matando así que decidí echar un pequeño vistazo, me recargué sobre el marco azul y solo asomé mi ojo izquierdo.
Una niña de cabello oscuro atado en una coleta larga estaba sentada sobre la camilla, estaba mirando sus pies, pero cuando alzó la vista nuestros ojos se encontraron. Su mirada refleja oscuridad pura, pude ver un vacío en ellos y ni hablar de su rostro, es la niña más bonita que he visto, de las pocas personas que tuve la oportunidad de ver cara a cara ella es la más hermosa de todas.
Anonada por el contacto visual olvidé esconderme y torpemente me oculté detrás del marco.
—Profesor, tenemos compañía —anunció, interrumpiendo la conversación que tenían.
—¿Quién? —pregunta mi tío.
—Detrás de la puerta.
Pasos pesados se acercaron cada vez más y más, cerré los ojos y los apreté muy fuerte por la vergüenza, ya lograba escuchar su respiración de tan cerca que se encontraba.
—Dabria.
—No —susurré devuelta.
—Cielo, ¿qué estás haciendo? —exclama mi tío, riéndose.
—Nada —digo tartamudeando.
—¿Por qué te quedas afuera?, entra —me dice animado.
Mi cara estaba ardiendo y sabía que estaba más roja que un tomatillo, una sonrisa se dibujó en los labios de la niña haciéndome sentir peor.
—¿De qué te ríes? —le pregunto molesta.
—De nada, su alteza —me dice en un tono impostado y en una expresión seria que me sorprendió.
—Entonces deja de sonreír, no te ves nada bonita así —le contesto intentando ocultar el asombro y la vergüenza.
—Dabria —dice mi tío en un tono gutural.
—Entiendo, no repetiré mis acciones de nuevo, su alteza —me responde la niña.
—Listo, solo necesito vendarte y aplicarte unas cosas para terminar —interrumpe mi tío.
Caminé hasta la camilla y me di cuenta muy tarde de que no podía subirla, intenté apoyarme en mis brazos, pero el vestido me impedía subir las piernas. La niña se me quedó viendo y la vergüenza otra vez me quería atacar, miré hacia atrás para pedirle a mi tío ayuda pero él estaba ocupado buscando medicina en los gabinetes. Sentí mis mejillas calientes y le regresé la mirada furiosa a la niña esta.
—Yo la ayudo, ¿puede venir aquí? —espeta, señalando el lugar en el suelo en medio de sus piernas.
Por alguna razón que desconozco totalmente le hice caso, ¿¡yo le hice caso!? Me coloqué en donde señaló y mi furia se multiplicó.
—Si me disculpa —dicho eso me tomó de la cintura, alzándome para sentarme a su lado.
No sabía qué hacer, ¡¿cómo me pudo cargar?!, estamos casi del mismo tamaño. Estaba a punto de fulminarla con la mirada cuando me di cuenta de sus heridas, su ropa sucia y rota dejaba expuesta su piel cortada. Tajaron sus pantalones y con ellos la piel de sus piernas, me incliné un poco y pude ver sus pies.
Una sensación extraña invadió mi estómago.
—Qué asco.
—No, no, Dabria toma —me pide mi tío dándome un balde del piso.
Escupía y escupía pero nada salía.
—¿Qué es esto que siento? —le pregunto a mi tío aún con la cabeza en el balde.
—Náuseas, dudo que vomites. No deberías de estar aquí, no sabía que eras frágil de estómago.
—Una disculpa majestad, me retiraré lo más pronto posible —anuncia la niña.
—No me hables, qué asco.
—Dabria ve a tu cuarto. ¿Por qué estás aquí vestida así?, ¿dónde está Zil? —insistió ya molesto.
—No lo sé, no me voy a ir.
—No me gustan los gestos ni acciones que hace hoy, señorita, vaya a su cuarto.
—No —le respondí retándolo.
—Bien, le diré a tus padres sobre tu actitud de hoy.
—Como sea.
Se arrodilló frente a la niña y le aplicó una especie de pomada en los pies, está realmente herida.
—No mires —ordena mi tío con su atención aún dirigida a la niña.
Se levantó y dejó la caja de cristal en la mesa, regresó con una tela de algodón a la mano y se volvió a arrodillar frente a ella. La miré para ver si eso provocaba alguna emoción, pero nada, si yo fuera ella me sentiría importante. Arrodillarte ante alguien es un acto de lealtad y respeto puro, lo que hacen todos frente a mí.
—Dime si aprieto mucho. —Y ella solo asintió.
Es realmente bonita, parece una flor aunque su piel es morena, sus ojos oscuros te hipnotizan, un negro más fuerte que el carbón del reino. Soltó un quejido y me sorprendió tanto que mis mejillas comenzaron a arder de nuevo.
—Disculpa, ya está listo.
—Tío —lo llamé y miré de reojo a la niña.
—¿Sí?, Dabria.
La niña no se movió ni un milímetro, solo está viendo sus pies y manos.
—¿Tú quién eres? —le pregunto furiosa, por su actitud indiferente.
—Dabria, ¿hoy te levantaste con el pie izquierdo? —me pregunta mi tío.
—¿Qué? ¡No! —exclamo en voz alta.
—Su alteza, aún no creo que sea el momento indicado para presentarme —me responde la niña.
—¿Por qué demonios todos me ocultan sus nombres?
—¡Dabria! —alza la voz mi tío.
—¡Está bien! —le respondo en el mismo tono que usó.
—Una disculpa, su majestad.
—Ahórrate tus disculpas —le advertí.
—Vamos, esperemos en la sala del trono para el juicio, no quiero que camines mucho —le dice mi tío de forma gentil.
—¿Juicio? —cuestiono extrañada.
—Así es Dabria, ella está aquí por una condena. ¿No puedes ser más sutil?
No lo sabía, pero aun así quien se cree esta.
—Y si nos disculpas nos retiramos —anuncia enfadado, cargó a la niña en sus brazos y se la llevó.
¿¡Qué está haciendo!?, como se atreve a robarme a mi tío de esa forma.
Sus pasos son largos y rápidos, me levanté de la camilla y para cuando me paré en el marco de la puerta ya estaba dando la vuelta hacia otro pasillo. Corrí tras ellos con la furia desbordándose y mi rostro ardiendo más que el mismo fuego.
Estaban bajando las escaleras izquierdas del salón principal, la escalera que hoy iba a ser la indicada de mi suerte.
—¡Espera ahí, tío! —le grité y me ignoró.
La furia me estaba comiendo viva, bajé las escaleras lo más rápido que pude y unos caballeros se encontraban custodiando la primera entrada hacia la sala del trono.
—¡Deténganlos! —les ordeno a los caballeros.
Haciendo caso se interpusieron en aquel pasillo sin puertas y solo dos pinturas a sus costados. A medida que me acercaba con pasos pesados escuchaba lo que les pedía mi tío.
—Muévanse, es una orden.
—La princesa nos dio otra orden, mi señor —le responde uno de los caballeros.
—Ella es una niña y yo soy un adulto.
—Capitán, entiendo a lo que quiere llegar, pero ella es la princesa y lo que ordene es lo que se tiene que hacer —le replica.
—Dabria —me nombra sin voltear a mirarme.
—Quiero que la niña esa suba y baje las escaleras con sus propias piernas, es una orden —le digo en un tono satisfactorio, algo coqueto.
—¿¡Cómo te atreves, Dabria!? —me pregunta, gritando y furioso, ahora mirándome a la cara.
Los caballeros bajaron a la fuerza a la niña y él se quedó en el mismo lugar, destrozándome con la mirada. Una media sonrisa se formó inconscientemente en mis labios, esto está mal...
—No me toquen, ya sé que es lo que tengo que hacer —les dice la niña a mis caballeros.
Empezó a caminar en dirección a la escalera izquierda, la misma que cantó mi suerte esta mañana. Me asusta el hecho de que no se queja, no expresa su dolor de ninguna manera. Miré a mi tío y aún tenía sus ojos puestos sobre mí.
—¡Créeme que esto no se va a quedar así, Dabria Verena! —alza la voz furioso.
Lágrimas salían de mis ojos, recorriendo mi piel y dejando marcas de agua. Miré a la niña y se encontraba en los últimos escalones para poder llegar a la segunda planta.
—Olvídalo, esto lo van a saber más que tus padres —escupe mi tío enojado.
Caminó dándome la espalda en dirección a las escaleras, la niña estaba bajándolas cuando mi tío la detuvo. Ella solo movió la cabeza de un lado a otro y siguió bajando, mi tío continuaba persuadiéndola para que se detuviera pero ella se negaba a hacerlo.
Una vez pisó el cristal oscuro que tanto me gusta me arrepentí de lo que hice, el vendaje de sus pies estaba teñido de un rojo carmesí. Caminó en mi dirección y se arrodilló ante mí.
—Mis más sinceras disculpas su alteza, si causé algún malentendido le imploro su perdón —me dice temblando.
—Lo siento mucho —respondí con una voz trémula a causa de las lágrimas.
Alzó la vista y aquellos ojos más oscuros que la noche me miraron, provocando que mi corazón se contrajera y una punzada al pecho sintiera.
—No llore por mí ya que no soy digna de sus lágrimas. —Se levantó para tomar mi mejilla con su cálida mano y así limpiar mis lágrimas—. Si desea puedo caminar más con tal de que esté satisfecha.
—Lo siento —insisto.
—Vámonos, esto no se va a quedar así Dabria Verena Vujicic Cabot. Caballeros díganle al rey que por culpa de la princesa el juicio final se pospone —anuncia, con la niña en manos caminando en dirección hacia la enfermería.
Con lágrimas en mi rostro los miré irse; la figura familiar que más quiero está dañada y hay una niña lastimada. Quiero regresar en el tiempo y matar estos celos.
════════ ⚠️ ════════
Dato importante/curioso:
• La frase "me levanté con el pie izquierdo" proviene de la Antigua Roma. Los romanos creían que todo lo que estaba relacionado con la izquierda representaba el mal y la mala suerte, por ende, no querían entrar a ningún lugar pisando con el pie izquierdo. Por otro lado, el lado derecho representaba las virtudes del ser humano. La palabra latina sinister significa "en el lado izquierdo", y en el idioma inglés se retoma para referirse como algo maligno o siniestro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top