Capítulo. LXVI

La Ilíada terminó frente a mis ojos y algo en mi pecho, no despertó pues ya estaba allí, se hizo más notorio y lo he estado ignorando por tanto tiempo que llego un punto en donde duele. Pero duele más ver como Aquiles perdió a Patroclo... como yo en cualquier momento puedo perder a Dabria.

Pensé en este último mes, como nos volvimos expertas bailando, como ella sonreía más seguido con el simple hecho de poder expresarse sobre el papel y como se reía de mí cada vez que desafinaba mi violín de tanto tocar.

Recuerdo que una vez intenté tocar formalmente para ella, llegando repentinamente a su lado para tocar una nueva melodía que aprendí. He de decir que estaba muy emocionada y puede que esa haya sido toda la razón para que dos cuerdas se rompieran; Dabria le contó a Asmodeo y se han burlado de mí por un buen tiempo.

Me reí el voz baja y le di un beso suave en su frente, dejando de lado el libro. Mi profesor remarcó muchas frases emblemáticas sobre las páginas y todas y cada una me deleitaron el corazón a pesar de que la historia fuera triste.

Me acurruqué a su lado, apagando la vela sobre el buró con un soplido de mis labios. Cerré los ojos y sonreí al recordar que se durmió más temprano por lo emocionada que estaba.

Siglo XVII, 1697, 14 de diciembre
8:52 A.M.

Abrí los ojos, fijándome en el techo y el candelabro con velas casi nuevas. Suspiré y giré en mi lugar para abrazar a Dabria, pero ella ya no estaba. Me senté estrepitosamente, con el corazón latiéndome a mil, buscando por toda la habitación su cabello dorado.

Me levanté de la cama, corrí hacia el pasillo y la busqué.

—Dabria —mascullo con la voz ronca.

Pero no fue hasta que le eché un vistazo al ventanal que recordé qué día es hoy. La nieve caía pacífica y lenta, no había viento que la molestara esta mañana. Disfruté del paisaje blanco unos momentos y regresé a mi cama caliente.

De seguro ha de estar haciendo sus planes con mi profesor, desde ayer los vi muy emocionados.

Fui al área de aseo para lavarme y derretirme en el agua caliente. Se siente tan bien ser abrazada por un frío vigoroso para que el baño se deshaga de todas esas capas congeladas sobre tu piel. El invierno es mi estación favorita.

Saludé a todos en cuanto llegué y fui directamente a preparar mi bañera, ya no permitía a alguien más hacerlo después de ver las manos de aquella mujer.

En mi mente apareció la imagen del teniente y sus cicatrices, del general de brigada permanentemente lastimado y de mi profesor con el corazón hecho pedazos. Todos ellos, incluyendo a la mujer, son capaces de sonreír aun cuando cargan esas cicatrices que guardan sus pasados. No dudo en que cada uno tiene su historia marcada por algún hecho, un hecho mil veces peor que el mío, y si ellos son capaces de enfrentar y superar a sus sombras entonces yo también puedo hacerlo. Yo también puedo sonreír aún con esta cicatriz.

—¡Caballero! —exclama alguien a mis espaldas.

Giré en mi lugar con cuidado para no derramar el agua hirviendo y me encontré con la primera señorita que me apoyó cuando vine aquí. Le regalé una sonrisa y me siguió hasta la división de hombres.

—¿Cómo ha estado, señorita? —le pregunto una vez dentro.

—Muy bien, ¿y tú? Veo que has crecido bastante —me responde emocionada.

—¿En serio? No lo noto mucho —le digo, mirando mis manos llenas de callos.

—¡Sí! Te has puesto muy fuerte.

Me reí por sus palabras mientras ella me tallaba el cabello, aunque le dije que no era necesario pero ella insistió amablemente, y platicamos un rato de lo que nos ha estado pasando.

Me comentó que se corrió la voz, estrictamente, acerca de aquella noche porque le pregunté por qué el rey había usado la excusa de que no había fondos para el torneo en aquel entonces. Y aunque su respuesta fue buena sigo inquieta, como es posible que toda Vreoneina no se haya enterado de que su princesa y única sucesora corrió peligro... por culpa de su caballero personal.

—Muchas gracias por ayudarme —le digo a la par de salir de la bañera para secarme y ponerme el vestido con el que duermo.

—Has cambiado mucho, Mavra —dice mi nombre en voz baja—. Y me alegra mucho poder verlo. —Sonreí por sus palabras y de nuevo le agradecí.

—Espero verla pronto —le comento antes de irme.

—Igualmente, caballero —me responde con una reverencia.

***

Terminé de atar el colgante detrás de mi cuello después de más de un millón de intentos y suspiré viéndome al espejo. Es cierto que cambié, pero estoy en el proceso de otro cambio más.

Por una parte llegué casi sin vida a este lugar, después de un tiempo me volví fuerte y bien entrenada para terminar con una Mavra elegante, rechazada y diferente. Mis manos crecieron, se hicieron callos en mis palmas que desaparecieron y se mantuvieron solo en mis dedos por culpa del violín; mi estatura cambió por una más alta; mi abdomen creció y se marcó al igual que mis brazos y piernas; mi cabello es lo suficientemente largo para atarlo en una coleta, pero mi rostro es otro caso. En mi mirada aún puedo encontrar la inocencia de lo que alguna vez fue una Mavra completa, pero la cicatriz y el cambio en proceso de mi rostro le quiere restar su brillo.

—¡¡Felicidades, Mavra!! —grita Dabria alegre desde la puerta.

Brinqué en mi lugar por la sorpresa y me carcajeé del nerviosismo. Se abalanzó sobre mí y yo la recibí con mis brazos abiertos, dándole un cálido abrazo.

—Te ves muy bien —dice contra mi pecho casi completamente plano.

—Tú también —le digo entre risitas al sentir los movimientos de su boca sobre mí.

Su vestido es simple pero el abrigo pesado y grande que trae encima es otra cosa, presiento que es mucho más grande que cualquiera de sus vestidos pomposos en su armario.

—Ponte tu capa primero —me manda, alejándose de mi para llevar rápidamente sus manos a su espalda—. Te tengo tu primera sorpresa.

—¡Qué emoción! —Me regaló una sonrisa amplia y yo temí porque se luciera más que yo.

Del ropero saqué una capa larga y pesada, cubierta por adentro de piel de cordero para calentar a quien sea que se la pusiera. No hace mucho mi profesor me la regaló, me advirtió del frío del castillo y tengo que admitir que sí es un frío asesino.

—Listo —le digo revisando que la haya puesto bien.

Giré sobre el pequeño tacón que tienen los zapatos que me regaló mi profesor, al descubrir por el espejo que estaba detrás de mí, y me topé con un ramo de flores.

—No hay muchas coloridas por lo que el ramo se ve muy aburrido pe... —Le di un abrazo, alejando las flores antes de que las aplastara con nuestros cuerpos.

—¿Fuiste a tu...?

Asintió sobre mi hombro y yo me tragué el nudo que había en mi garganta.

—¿Por qué? —mascullo.

—Porque es la única forma en la que te puedo entregar una parte de mí, Mavra... Sé lo que puedes pensar pero estoy bien... No puedo estar mejor.

La tomé por los hombros para alejarla de mí y ella me miró con sinceridad, negué sutilmente con la cabeza y le regalé un tierno beso en su frente.

Es un encuentro de emociones que no puedo explicar, por una parte me alegra saber que está bien, que está mucho mejor, pero por otra no puedo creer que ella haya dado un paso así de grande.

—Te quiero tanto —espeto, recargando mi cabeza sobre su hombro.

—Yo más —me responde con ternura.

Me alejé de nuevo pero esta vez para abrazarla por sus caderas y dar vueltas en nuestro lugar, me concentré en sus risas por lo repentino que es esto y para olvidar a las sombras que alguna vez me acecharon desde la oscuridad.

—¿Me prometes que estás bien? —le inquiero, alzando mi cabeza para verla claramente a los ojos.

—Sí, Mavra, lo estoy. —Sonrió y se inclinó para darme un beso en la cabeza.

Nos quedamos así por unos segundos hasta que recordó algo.

—¡Tenemos que apurarnos!

—¿Por qué? —le inquiero, cuidando el ramo entre mis manos.

—Porque te tengo más sorpresas —me responde risueña a la par de bajarla de mis brazos.

Me tomó del brazo y me arrastró fuera de la habitación. Corrimos por todos los pasillos, dejando atrás varios pétalos de las flores y una estela de perfumes dulces.

—¡Ya viene! —dice mi profesor en cuanto me ve.

El mayordomo se volteó y los dos sonrieron abiertamente. El salón principal se siente distinto desde la fiesta de la princesa, se siente más vivo, más alegre y menos sofocado por tanta negatividad.

—Buenos dí...

Mi profesor me apretó en un fuerte abrazo que me impidió hablar, nos mecimos de un lado a otro y yo me reí.

—Felicidades, mi niña, pronto serás toda una señorita y yo... —Su voz tembló y cuando alcé mi rostro el mayordomo ya lo estaba consolando con unas palmadas suaves en su espalda.

Le regalé una sonrisa para que sus lágrimas no se hicieran más grandes y correspondí su abrazo con uno más apretado.

—Felicidades, Mavra, espero que hoy tengas un excelente día —me felicita el mayordomo con una sonrisa—. Este es un obsequio por parte mía y la de... mi amigo del ala contraria —dice entre risitas alegres.

—Qué honor el poder recibir un obsequio por parte de los dos mayordomos que sirven al castillo de Vreoneina.

—El honor es nuestro. —Me entregó una caja con un listón como la de Benedict y le lancé una mirada antes de abrirlo, él se rio inocentemente.

Abrí la tapa y un reloj de bolsillo resplandeció, mis ojos casi lloran lágrimas alegres de tan perfecto que es. El borde es de un verde llamativo y su plata pura va en sintonía con el color. Jadeé, más por el susto que nada, y miré al mayordomo incrédula.

—No puedo aceptar esto, es demasiado bello para que termine en unas manos como las mías —le digo, siendo hipnotizada por el reloj.

—Es para ti, lo hicimos solo para ti, querida —me responde con una sonrisa.

Leí sus números romanos y me extrañó que el cuatro estuviera escrito como: IIII y no como IV.

—¿Ya lo notaste? —me pregunta entre risitas.

—¿El cuatro? —Asintió con la cabeza.

—Así hay muchos relojes, pensamos que te gustaría el detalle porque detrás de ese cuatro se esconden varias teorías. Una dice que es detalle es por el ahorro en su fabricación, otra por un asesinato, otra por el tipo de lectura, otra por religión, una por estética y la lista es variada. Después te contaré.

Mi sonrisa se amplió aún más, caminé hacia él para abrazarlo y con sorpresa me rodeó con sus brazos.

—Hágale saber al otro mayordomo que estoy muy agradecida, por favor —le pido y él accedió alegre.

—Me toca a mí —habla mi profesor.

Detrás de él sacó sus manos y en ellas había una caja pequeña y un libro. Me entregó la caja y con cuidado la tomé para que no se me cayera el reloj.

—Yo te lo cuido —me dice Dabria sonriente al verme batallar.

Se lo entregué con cuidado y abrí la cajita, dentro encontré cuatro pequeñas trenzas de cuero y de inmediato miré el amuleto que tengo puesto.

—Te las quería entregar desde hace tiempo pero no encontré el momento adecuado, se las podemos cambiar en el camino —me dice más tranquilo y con una tierna sonrisa en el rostro—. Por otro lado... —titubeó unos segundos mientras arrugaba su mentón— te escribí este libro, dentro contiene un relato pequeño donde tú eres la protagonista.

Lo tomé entre mis manos y miré el título en letras doradas.

—La pluma blanca —leo en voz alta—. Muchísimas gracias, profesor, lo leeré tan pronto como pueda —le digo sonriente para abrazarlo eternamente.

—Me alegra que te hayan gustado tus regalos, ahora tenemos que apurarnos porque nos están esperando —me dice, acariciando mi cabeza.

Me separé de él con sospecha, se rio y nos despedimos del mayordomo no sin antes volverle agradecer por el precioso detalle.

—¿Puedo ir a dejar esto al cuarto? No quiero que se maltrate o le pase algo durante su sorpresa —les pido alegre para que los dos accedan.

Cargué las dos cajas, el libro y las flores de la princesa. Me dirigí al cuarto con paso apresurado porque me dijeron que ya no había mucho tiempo.

Dejé todo sobre el buró al lado de la cama y dudé en si dejar las flores aquí, no tengo ningún recipiente con agua por lo que decidí llevármelas de nuevo. Mi reflejo en el espejo me hizo regresar, vi en él la imagen de una pequeña, como si hubiera regresado al pasado por unos segundos. La sonrisa no desapareció de mis labios y esta vez corrí hacia el salón, manteniendo cerca de mi pecho las flores de la princesa para que no se lastimaran más.

Me esperaron en la entrada y por sus expresiones dudo mucho que quepamos en este castillo por nuestra felicidad desbordante.

Subimos al carruaje y fuimos a un lugar, que a medida que avanzábamos sabía que íbamos a ver a mi familia.

—Mira, Dabria, estuvimos allí —le digo señalando el puente que hace mucho cruzamos.

—Está todo congelado...

—Sí, el tiempo ha avanzado —le comento con una sonrisa en el rostro, miré mi reflejo en la ventana y cuando me senté derecha pude admirar en el rostro de mi profesor una sonrisa sincera.

Miré sus manos que cargan una caja delgada pero larga y hasta que el carruaje llegó a su destino me atrapó observándolo.

—Es un regalo del chef —me dice, respondiendo mis dudas—. Te hizo un pastel.

Miré la caja con ternura, cuando regrese tengo que darle las gracias.

—Tengo que darte algo —espeta Dabria mientras mi profesor bajaba.

Nos miró a las dos y asintió suavemente.

—No tarden mucho —nos pide sonriente.

Dabria sacó de un bolsillo de su abrigo una caja pequeñísima con terciopelo, la observé con miedo porque yo sé que ese va a ser un regalo muy significativo.

—Espero que te guste —me dice en voz baja.

Abrí la caja y dentro venía un medallón de oro con una espada y lanza cruzadas bien talladas, la delicadeza con la que están hechas es tan especial que puedes apreciar todos los pequeños detalles. Lo saqué y una cadena delgada se aferró a él, abrí su tapita y dentro había una imagen de mi familia.

—Pienso cambiar el dibujo en un futuro por uno más detallado, están de espaldas porque aún no sé muy bien dibujar rostros —se anticipa antes de que diga algo después de mi jadeo ahogado—. También, la tapa tiene esas armas porque representan a Ares. Mi tío dijo que te interesa la mitología griega y me explicó la etimología de tu nombre... me gustó mucho porque ese dios se asemeja a ti. Investigué y me di cuenta de que fue un gran padre de familia, un buen hermano y, aunque no del todo, un guerrero maestro. Era un hombre honesto... y sorprendentemente un gran bailarín —me explica, agregando lo último acompañado de sus risitas.

—Ey, no te burles que en eso coincidimos a la perfección —le comento, observando atentamente la imagen.

Las cabecitas de Benedict y Eliezer resaltaban contra el paisaje, mientras que el cabello de Aleyda se veía difuminado el mío era de un color más fuerte. Los cuatro estábamos sentados, admirando el horizonte destellante.

—¡No llores! —me pide la princesa preocupada.

—Es precioso... Dabria.

—No llores, luna mía. —Me dio un pequeño beso en mi mejilla y yo la abracé aprovechando que estaba cerca.

Apreté el medallón con mi mano y contuve mis lágrimas sobre el hombro de Dabria. Le regalé un beso en su cabello y le agradecí por este detalle tan importante para mí.

***

—¡¡¡Sorpresa!!! —gritan todos al unísono.

Jadeé por la repentinidad y todos se rieron, la princesa caminó a mi lado y al instante todos se reverenciaron ante ella.

—No, no, por favor, póngase de pie —les pide apurada y nerviosa.

El profesor se rio y Benedict vino directamente a abrazarme.

—¡¿Por qué creces tan rápido?! —me inquiere emocional.

—Lo mismo digo de ti, solecito —le respondo entre risitas, acariciando su espalda.

Miré a mis padres y a otras parejas desconocidas para mí. Mientras me felicitaban me fueron presentando.

—Un placer conocerla, señorita —dice un hombre, tomando mi mano para titubear si la besaba o no.

Las moví de arriba a abajo y le regalé una gran sonrisa, al parecer estas parejas fueron las primeras y únicas en apoyar a mis padres dentro de este lugar desconocido. Al igual que los hermanos y Asmodeo para mí en el castillo.

—Mamá, ¿sí te llegó el primero de noviembre mi carta? —le pregunto, alejándome un poco de la conversación de los demás.

—Sí, corazón, muchas gracias por enviármela con anticipación. —Dejó de lado la copa que tenía en su mano para abrazarme, yo me acurruqué en su pecho y escuché a Benedict no muy lejos.

—¡Yo también quiero! —Solo pude sentir como se estampó en mi espalda, mamá se rio y yo también.

—Ve y enséñale su sorpresa —le pide mi mamá a Benedict.

—Ven, ven, Mavra.

Me tomó de la mano y fuimos a otro lugar de la casa, abandonando el salón. Consta de dos pisos y muchas recámaras, Benedict me llevó a una de ellas y cuando me la mostró no tenía palabras.

—Es tuya —me dice—, y estamos esperando el permiso de alguien del castillo para poder traerte a pasar tu tiempo aquí... en tu casa.

—¿Te gusta? —pregunta papá a mis espaldas.

La habitación es preciosa, parece un museo desde adentro.

—¡Mira tu ropero! He estado esperando este momento desde hace mucho —chilla mi mamá emocionada.

Abrí las puertas del mueble blanco y miles de colores quedaron plasmados frente a mi cara, toqué todas las telas y observé los miles de vestidos.

—¿Son míos? —les pregunto estupefacta.

—¡Todos tuyos!

—¡Son bellísimos! —exclamo entusiasmada.

—¡¡Tenemos que probarte todos!!

Fui corriendo hacia mis papás para abrazarlos y Benedict se unió, Eliezer se enterneció por mi tacto y Aleyda me apuró en probarme varios.

—Toma, toma —espeta Benedict, buscando algo en sus bolsillos—. Nazaire, Maël y Asmodeo te mandan esta carta. La escribieron cuando el torneo aún estaba en proceso —me comenta risueño.

***

—Te ves preciosa, Mavra —espeta mi profesor al instante de verme.

Todas las personas me adularon, y por primera vez en mucho tiempo me sentí bonita.

—¡Música, por favor! —le pide Benedict al grupo musical que se acomodó al fondo del salón.

Todos pasaron a bailar y mientras Benedict venía hacia mí Dabria llamó mi atención.

—Te tengo otro regalo —me dice entre risitas.

Mi profesor se acercó a nosotras y me entregó un estuche grande. Miré a los dos cómplices y la alegría se desbordaba de su sonrisa. Lo abrí con cuidado y dentro venía un violín de madera oscura, las cuerdas doradas y su mango tallado con figuras son irreales.

—Mira la parte de atrás —me pide la princesa dudosa.

Le di la vuelta sobre el estuche y tenía una orquídea tallada en su espalda, rocé con la punta de mis dedos su figura perfecta y me enternecí por el detalle tan especial.

—Felicidades, Mavra.

Alcé la vista sin palabras, mis ojos se cristalizaron frente a mí y yo les regalé una inmensa sonrisa.

—No sé como voy a pagárselos —les digo con la voz temblorosa y con una media sonrisa, intentando no llorar.

—Ya lo hiciste —dice mi profesor—, llegando a nuestras vidas lo hiciste.

—¿Mavra puedo bailar conti...? —Benedict miró mi rostro y guardó silencio.

—¡No! —exclama la princesa—, yo te la voy a robar primero.

Me quitó el estuche de mis manos para entregárselo al profesor y me jaló hasta el centro del salón. Nos posicionamos para bailar y en una de sus sonrisas me reflejé.

—Muchas gracias, Dabria... En verdad, muchas gracias.

Me dio un abrazo, permitiendo que nuestros vestidos se encontraran, para mecernos de un lado a otro al ritmo de la música.

—Te quiero tanto —espeta contra mi hombro.

Y ese fue mi primer invierno a su lado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top