Capítulo. LX
Siglo XVII, 1697, 22 de septiembre
11:53 A.M.
Veintiséis días después de esa horrorosa noche puedo decir que hay cambios, muy pequeños pero, positivos. De alguna forma convencí a Dabria, que se negaba, a hablar de lo qué pasó con quien más confiaba. Le dije que lo viera como una forma de sacar eso que está acaparando su corazón, como una forma de ir lanzando piedra por piedra lo que carga su pecho.
Comenzó a hablar con el profesor, con el mayordomo e incluso con el chef. Me extrañó ver con quienes hablaba de ello pero no puedo juzgarla, ha vivido entre estas paredes toda su vida y sé que sus padres nunca serán una opción entre las personas a las que tiene más confianza.
No hemos intentado salir de nuevo de nuestra zona confortable y confiable pues ella no quiere hacerlo y no voy a presionarla. Poco a poco fue soltándome, ahora cuento con más de una hora en la mañana y no dudé en usarla.
—Teniente —le hablo exhausta por venir corriendo desde el castillo hasta el cuartel sin parar.
—¿Cómo está, Sir Domènech? —me pregunta con una sonrisa.
—Vengo a pedirle un favor —le digo reincorporándome.
—Lo escucho —me responde más serio.
—Como sabrá no soy muy bienvenido aquí hoy en día... pero yo no puedo dejar de lado mi entrenamiento.
Entornó sus ojos, sospechando a donde iba con esto.
—A nadie más le puedo pedir esto, teniente, ya no me queda nadie aquí que conozca y tenga años de experiencia. —Hice una reverencia profunda con el torso y aún con la cabeza abajo le pedí—: Por favor entréneme, el profeso... —me corregí al instante—, el capitán general me ha hablado muy bien de usted y su hermano y...
—Ya me contó todo Ikal... Por una parte no lo haría porque el capitán me arranca la cabeza si me descubre haciéndolo —me comenta risueño. Su rostro no concuerda con lo que está diciendo para nada—. Pero por la otra te daré una oportunidad.
Alcé la cabeza y lo miré con agradecimiento.
—¿Por qué quieres hacerlo, Domènech?
Abrí los ojos demás por un segundo por la pregunta inesperada y cuando le iba a responder me pidió que lo pensara, que en base a ello se permitiría entrenarme o no. Suspiré y pensé un momento, si le miento con que quiero prepararme para el torneo muy probablemente me deje plantada pero si le digo la verdad se va a negar.
—Porque... —Lo pensé seriamente y me rendí—. Porque quiero ser capaz de protegerla, quiero ser capaz de proteger a alguien... a quien sea con tal de que no les pase nada malo. —Miré el suelo, enfocándome en mis dedos de los pies con los zapatos que me hizo Benedict, en espera de su negación pero continuó.
—¿Y por qué llegaste hasta aquí?
—Por mi familia —le respondo sin vacilar.
Soltó una risita y suspiró con alivio, lo miré y él me regaló una sonrisa.
—¿Te das cuenta de qué tan simples son tus razones?, pero a la vez son suficientes... Son tan grandes que nadie puede comprenderlas más que tú.
—Sí, eso lo sé...
—No te sientas culpable, hiciste un gran trabajo para ser solo tú el que estuvo a su lado —Puso una mano en mi hombro y yo permanecí quieta en mi reverencia—. Tienes que prometerme que no te sentirás de esa forma.
—Lo haré, señor.
—Entonces prepárate, de mi cuidado salen los mejores defensores de todo el ejército —me responde entusiasta.
Me arrodillé frente a él y le agradecí inmensamente. Ahora puedo comprender por qué a muchas personas las comparan como una luz en medio de una oscuridad infinita. El teniente me acaba de dar esa pequeña llama, en medio de mi tan espesa y negra existencia, para poder avanzar.
—De pie, caballero, tenemos que prepararnos.
Me levanté y lo seguí al segundo piso del cuartel, entramos por una puerta y un inmenso salón de pruebas quedó frente a mí.
—Sorprendente, ¿cierto? Uno no espera ver un salón tan grande —me comenta—. Primero me gustaría ver qué tanto sabes, en base a ello aprenderemos lo que te hace falta.
Asentí a sus palabras y él dejó su uniforme de lado, dejándose encima una camisa muy bonita junto con unos pantalones pegados a su figura.
—Se gentil —me pide, parándose en medio del tenue salón.
Una sombra se proyectó tras su espalda y me estremecí por ello, se parece tanto a ellas. Corrí hacia él, gruñendo y gritando al recordar a esos hombres, alzó su guardia y yo me escurrí entre sus piernas para hacerlo caer.
Esquivó mi ataque y se alejó de mí entre pequeños brincos para crear un espacio entre nosotros, de nuevo me acerqué a él con intención de golpear su torso y esquivó todos mis movimientos hasta que acerté uno en su frente. Dejé mi puño en el mismo lugar por la sorpresa, tenía una inmensa sonrisa en su rostro.
—Si no me hubiera movido tu golpe me hubiera hecho un chipote —espeta entre risitas—. Observa lo que hice y piensa. —Miré su posición y los dos nos alejamos.
Sutilmente su cuerpo se inclinaba hacia mí, como si hubiera recibido mi golpe a propósito.
—¿Usted fue por mi puño? —le inquiero dudosa.
—Sí, ¿sabes lo que es el impulso?
Asentí repetitivamente y lo observé atenta.
—Bien, para que nosotros podamos dar un golpe efectivo necesitamos primero un impulso que nos de la fuerza —me empieza a explicar con palabras y su cuerpo—. Si yo quiero dar un golpe con mi puño tengo que primero moverme —movió su hombro hacia atrás, arrastrando su brazo con él, como si estuviera recargando su fuerza— y eso va a generar una base con la que me voy a impulsar —luego se movió hacia adelante, curveando su espalda un poco para crear tensión— y mi brazo ya va a estar cargado con la fuerza que quiero para ensartar el golpe. —Lanzó su puño hacia el frente, con velocidad y fuerza, tanta que logré escuchar como cortaba el aire.
—Entiendo —le digo hipnotizada por sus movimientos.
—Pero tú puedes interrumpir ese proceso —espeta, reincorporándose, entre risitas—. Ya sea cuando estás tomando impulso, cuando el brazo venga a la mitad o cuando ya impactó. Puedes romper el proceso interponiéndote en él, y si tú lo interrumpes ya no va a quedar nada de fuerza cargada.
—Ya lo entiendo, pero ¿eso no genera igualmente un impacto? —le inquiero.
—Sí, pero es mucho menor a lo que se supone que ibas a recibir. —Se rio unos segundos y levantó su guardia de nuevo—. Créeme que es mejor recibir algo mínimo a recibirlo todo para que llegue a ser nada.
Practicamos su consejo de pelea una y otra vez, incluso yo le pude mostrar unos movimientos que los hermanos me han enseñado.
—Eres un excelente guerrero —espeta entre jadeos por el cansancio—, incluso podría decir mejor que yo.
—¿Cómo podría? —le pregunto tirada en el suelo, dejando que las gotas de sudor cayeran libremente—, no pude proteger a una sola persona.
—Lo hiciste —me replica recuperando el aliento.
Me quedé en silencio, respirando profundamente para silenciar los latidos de mi corazón.
—Lo hiciste, Domènech, lo hiciste al traerla a casa... —Respiré de forma entrecortada, intentando deshacerme del nudo ácido e hiriente que hay en mi garganta—. Aunque lo niegues, podrás pensar que no lo lograste la primera vez... pero la segunda lo hiciste y con esa vez bastó porque tú ganaste.
Derramé una lagrima, sollozando lo más silencioso posible, me senté en el suelo para cruzar mis piernas frente a mí y cubrir mis ojos con las palmas de mis manos.
—Si hubiera podido la primera vez no estaría así, no estaría aquí... y la princesa no se negaría a ver lo único que le gustaba hacer —espeto con la voz quebrada.
Me puso una mano en mi cabeza y acarició mi cabello por unos segundos.
—No te culpes, Domènech... Las cosas mejorarán —me dice cálidamente—. Te veré después.
***
—¿Dónde estabas? —me pregunta con los ojos rojos.
—Entrenando —le respondo vacía, acomodando mi camisa de vestir y fijándome si mis zapatos no están al revés.
—No, Mavra, ya no quiero que regreses allá —me dice entre lágrimas—. Ya no quiero que te lastimes más.
—Dabria —la tomo entre mis brazos para abrazarla— si no lo hago nunca seré capaz de perdonarme por hacerte pasar por esto.
—No quiero que lo hagas —me replica contra mi pecho.
—Tengo que... Tengo que ser capaz de protegerte a ti y a todas las personas que amo —espeto melancólica.
Alzó su cabeza y me mostró esos bonitos ojos color jade, el fondo blanco desapareció dejando solo pétalos rosados y estos solo resaltan más sus pequeñas esmeraldas.
—Yo también te voy a proteger a ti... encontrare la forma de hacerlo porque sé que quieres proteger a tu hermano y a tus padres también —me dice, comprendiéndome.
—Sí... pero no le des muchas vueltas, tú eres lo más importante aquí.
Me apretujó más y acaricié su cabeza, suspiré dolorosamente y le di un beso tembloroso. Recargué mi mentón y la sostuve entre mis brazos hasta que ella ya no quisiera estarlo.
—El chef nos pidió que fuéramos a cosechar con sus ayudantes las frutas y verduras que estuvieran maduras. Dice que le hacen falta manos —espeta suavemente.
—¿Quieres ir? —le pregunto cuidadosamente.
—Sí, ¿tú quieres?
—Sí... princesa.
Tomó mi mano y sin verme a la cara me guío hasta la cocina del castillo. Atravesamos el salón principal y cuando terminamos de recorrerlo caminé hasta estar a su altura, apreté su mano y continuamos con nuestro recorrido en silencio.
—Buenas tardes, princesa y caballero —nos saluda en una reverencia el chef junto con sus ayudantes.
Yo la correspondí y Dabria solo asintió, miré las canastas que todos traían y salimos por una puerta pequeña al final de la cocina. Había muchos olores encerrados y me deleité con ellos para controlar mi hambre.
En cuanto cruzamos la puerta un cultivo de muchas cosas se extendió debajo de nuestros pies.
—Ustedes vayan por las frutas, mis aprendices cosecharán las hortalizas —nos dice el chef con una media sonrisa en el rostro.
A Dabria le entregó la canasta y yo le agradecí con una corta reverencia.
—¡Vamos, vamos! —me dice emocionada al ver todos los colores brillantes debajo del sol, me jaló del brazo y yo no me resistí.
Corrimos entre las hileras del cultivo hasta alejarnos un poco de todos, nos detuvimos frente a unos objetos rojos deslumbrantes y Dabria chilló de alegría, siendo capaz de sonreír después de llorar un buen rato.
—¡¡Fresas!!
Me agaché junto a ella para mirar como las elegía y las metía en su canasta, yo agarré una parecida y me la comí. Solo escuché su risilla cuando me la metí de una a la boca, la miré de reojo mientras hacía como si la disfrutara mucho y en eso sus sabores tan jugosos y en su punto embelesaron mi lengua.
—¡Mmm! —exclamo con la boca cerrada.
—¿Verdad que están muy buenas?
Asentí repetitivamente con la cabeza y agarré otra más brillante y grande, terminé de tragar y en seguida me comí la fresa a mordiscos grandes.
—¡Ven! —me dice entusiasmada.
Se aferró a mi brazo y me arrastró hacia otro lugar haciendo que lo que me quedaba de fresa se me cayera de la mano. Me alejé viéndola, estirando mi mano como si pudiera alcanzarla, aunque fuera ya imposible, lloré silenciosamente por su muerte y seguí a Dabria entre brinquitos.
—Son uvas —me susurra frente a una de ellas mientras yo sigo masticando la carne suave de la fresa.
Las dos observamos atentas el racimo como si esperáramos que se moviera solo o que nos atacara para sacarnos los ojos.
—¿Me lo puedo comer? —le pregunto tragando a duras penas esa fresa gloriosa.
Lo tomó del tallo y lo metió en su canasta, acomodó las frutas que tenía adentro y cuando giró su torso para mirarme me entrego un puño de uvas. Miré las cuatro uvas que me entregó y me las metí todas a la boca al mismo tiempo, estiré mi brazo y con la mano le pedí más.
Giró de nuevo por la canasta y azotó contra mi mano una parte del racimo de uvas, me comí varias mientras ella cosechaba más y en contra de detener mi deleitación con los sabores tuve que hablar.
—¿Y por qué la agresividad? —le pregunto con la boca llena.
Se levantó para ir a otro lugar y yo la seguí, dimos unos pasos cuando giró sobre sus talones y me entregó una fresa, se acercó a mí y besó suavemente mi pómulo derecho.
—Toma, mi Mavra, una fresa dulce solo para ti —me dice en voz baja atrevida.
Me quedé perpleja, anonada por su amabilidad y ella se rio de mí. Su ventana casi estaba completamente cerrada y en sus mejillas se dibujaron esos hoyuelos que tanto extrañaba sin saberlo.
«Va a ser difícil recuperarla completamente», pensé mientras la veía alejarse a pasos rápidos, meneando su cabello dorado de un lado a otro.
Sentí como algo se acumulaba debajo de mi barbilla, pasé el dorso de mi mano con las uvas y un rastro húmedo se pintó sobre mi piel. Limpié el recuerdo vivo de mi lágrima y la seguí antes de que se perdiera de mi vista.
De las partes más bajas del árbol recolectó higos y cuando llegué a su lado me lanzó uno, lo atrapé en el aire y le di una mordida.
—¡Mmmm!
Dabria siguió cosechando mientras yo me derretía por la textura, sabor e incluso olor de la fruta. Las pequeñas semillas que tiene dentro le dan el toque final, su sabor es dulce pero no es un dulce empalagoso y me encanta.
Terminó con este árbol y fuimos al siguiente, miré donde estaban los demás mientras me comía mi tercer higo. Divisé no muy lejos de aquí a los aprendices del chef, me paseé alrededor del árbol para mirar el territorio del castillo y no muy lejos encontré el bosque rodeándonos.
Observé atentamente cómo se mecían de un lado a otro los pinos largos por la fuerza del viento, le eché un vistazo al cielo y una nube oscura se acercaba a nosotros, cuando regresé mis ojos al bosque este se había vuelto más oscuro. Un crujido a mis espaldas me asustó, corrí hacia donde estaba la princesa, le di la vuelta al árbol y no la encontré.
—¡¡Dabria!! —le grito con todas mis fuerzas, mirando a todas partes desesperada de no verla.
Abrí la boca para gritar su nombre de nuevo pero me detuvo un golpe en la cabeza.
—¡Aaah! —exclamo asustada.
Miré rodar no muy lejos de mí una fruta y escuché algo no muy lejos.
—Ayúdame a bajar —me pide la princesa de espaldas, estirando sus piernas que no pueden tocar el piso.
Me acerqué a ella, acomodando su vestido de la parte de atrás para no ver nada indebido, y la ayudé a bajar cuando se soltó del árbol. Mis piernas flaquearon y cayó encima de mí.
—¿Estás bien? —me pregunta al instante de bajarse de mi abdomen, dejándome recuperar el aliento.
—Sí —le digo susurrando—, déjame recuperarme. —Recargué mi cabeza completamente en el suelo y respiré hondo para tranquilizar los latidos ruidosos de mi corazón.
Cubrí mis ojos con mi antebrazo e hice desaparecer a las sombras que se formaban a mi lado. La princesa se alejó y cuando se paró cerca sentí algo frente a mí, quité mi brazo y miré la fruta que me estaba entregando.
—Es un durazno —me dice.
Lo tomé y mientras me sentaba en el suelo ella puso la canasta al lado de mí para acomodar todo lo que cosechó. Me levanté y caminé hacia el lado contrario del tronco para ver el bosque, le saqué la lengua y regresé con la princesa.
—¡Mira qué bonito! —chilla al ver todo lo que tenía la canasta.
Le di una mordida al durazno y asentí a sus palabras, mastiqué la carne de la fruta y me deleité por su sabor. Le eché un vistazo a su interior y salió volando de mis manos.
—¡¡Tiene un gusano!! —exclamo aterrada.
Escupí al suelo la mordida que le di y me limpié la lengua con la mano, caminé determinada a la fruta y levanté el pie sobre ella.
—¡No lo pises! —me ordena la princesa detrás de mí.
Acerqué lentamente mi pie más, sin quitarle los ojos de encima a Dabria, haciendo lenta y dolorosa la muerte del insecto.
—¿Por qué lo vas a pisar?
—Porque está feo —le contesto, llevando mis puños a los costados de mis caderas.
—Tú también y no te estoy pisando.
La miré incrédula de sus palabras, abrí la boca tanto como mi mandíbula me lo permitía y la miré ofendidísima.
—¡Pero si él me pegó! —le digo recordando el momento en que casi se me muere el corazón.
—Es un bebé... —me contesta recogiendo la fruta para dejarla cerca del árbol.
—Un bebé —la arremedo con un tono de voz burlón—. Sí como no. —Acaricié mi cabeza por el dolor que dejó atrás el golpe.
Me entregó la canasta y me sorprendió como pesaba, caminamos de regreso al castillo y cuando pasamos al lado de un cultivo más bajo, al nivel de la tierra, me robé un tomate despampanante. Le di una mordida y la princesa se detuvo a ver una florecita del huerto.
—Espero que hayas lavado eso —me dice un hombre a mis espaldas.
Volteé a verlo asustada, masticando lentamente la mordida que le acabo de dar para disfrutar su textura.
—Todo está lleno de tierra y bichos, por eso tenemos que lavarlo —me responde mis dudas internas.
Dejé el tomate suavemente en el suelo y me limpié la boca con el dorso de la mano, suspiré profundamente y cerré los ojos para no hacerme escupir todo lo que me acabo de comer.
La princesa y él se rieron de mí, incluso varios aprendices que alcanzaron a escuchar la conversación.
—¿Cómo me dice eso ahorita? —exclamo arrepentida con la boca llena, masticando a duras penas lo que tenía en la boca.
Oculté mi rostro con una mano y me consumí en la vergüenza.
—¡Está lloviendo! —espeta Dabria.
Pequeñas gotas cayeron sobre nosotros, no me di cuenta que la nube oscura y densa se posó sobre el reino.
—Solo es una nube pasajera —habla el chef, permitiendo que las gotas caigan libremente sobre él.
Yo hice lo mismo, le entregué mi cara a la lluvia y sutilmente pequeñas gotas cayeron sobre mí.
—Entren, la nube parece llena, dejen las canastas afuera para que se laven —nos manda el chef.
—Me hubiera comido las cosas después —espeto decepcionada, sintiendo los gusanos en mi estómago retorcerse.
El chef se rio junto a Dabria de nuevo y me molesté por mi torpeza.
—¿Nos podemos quedar afuera? —le pregunta la princesa con ojos brillantes.
—Sí, pero no esperen mucho, pueden enfermarse por el cambio de clima tan repentino —nos advierte.
Ella accedió y se fue a sentar a una pequeña banca al lado de la puerta, no había ningún techo que pudiera cubrirnos por lo que nos entregamos a la lluvia pura.
—¿Puedo sentarme? —le inquiero, dejando bajo sus pies la canasta que recolectó sola.
Asintió con la cabeza y me senté a su lado, pegando mi pierna con la suya mientras ella entrelazaba nuestros brazos. Reposó su cabeza en mi hombro y descansamos como si fuera eterno el momento. Admiramos, contamos y saboreamos sobre nuestra piel las gotas gloriosas de lluvia.
Le eché un vistazo porque me extraña su silencio, y en su mirada encontré un vacío. Está tan sumida en sus pensamientos que ignora el cabello que le tapa su vista, suavemente retiré su flequillo de sus ojos y ella parpadeó para despertar.
Suspiró y se acomodó sobre mi hombro otra vez, mirando más allá de los árboles y el cultivo. Descansando sus ojos sobre el bosque que aún tiene capturada a aquella Dabria tan brillante y alegre.
Y ese día no hicimos nada más que mirar la lluvia.
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