Capítulo. LVIII

Siglo XVII, 1697, 28 de agosto
7:03 P.M.

—Mavra —susurra alguien en mi oído.

Alcé mi codo con fuerza y velocidad hacia donde provenía la voz y lo estampé contra algo, abrí los ojos y me levanté estrepitosamente.

—¿Qué quieres? —pregunto hostil aún sin saber qué está pasando.

Mi vista se aclaró hasta mostrarme a Asmodeo cubriendo su boca con sus manos mientras que Nazaire lo quería revisar, Maël se estaba riendo en una esquina del cuarto y yo me les quedé viendo.

—¿Qué te pasa? —masculla el presumido—, todavía de que te vengo a visitar.

—Lárguense de aquí —les ordeno, girando cabeza para mirar donde me encuentro.

El cuarto blanco y el atardecer en el cielo me perturbaron.

—¿Dónde está la princesa? —les inquiero inquieta.

—En otra habitación —me responde Nazaire suavemente, dándole palmadas al hombro de Asmodeo para que deje de maldecir.

Retiré las sábanas que cubrían mi cuerpo y saqué mis piernas de la camilla, todo estaba vendado y mi rostro me dolía, puse mi metatarso en el piso y me levanté para caer.

Maël se acercó a mí asustado, tarareando algo que no logré entender. Negó con su cabeza y me ayudó a levantarme, me empujó sutilmente para regresar a la camilla y yo me opuse.

—No, déjame ir con ella —le pido con lágrimas en los ojos.

Él negó de nuevo con su cabeza y yo me aferré a él para no tocar la camilla.

—Por favor, Maël, solo quiero verla.

En sus ojos vi compasión por mí, él más que nadie puede comprender mi preocupación. Suspiró por la nariz y me sentó en la camilla, lo seguí con la mirada y de una esquina del cuarto sacó una silla de ruedas.

Se acercó a mí y me ayudó a subir, yo miré como Nazaire revisaba la nariz ensangrentada de Asmodeo antes de salir y me disculpé. Pasamos dos cuartos más y en la puerta del tercero nos detuvimos, está abierta y cuando íbamos a entrar dos guardias nos cortaron el paso.

—¿Por qué? —les pregunto con la voz débil.

—El rey y la reina están tomando su turno de visita —me responde indiferente.

Me estremecí cuando escuché que los monarcas estaban aquí, le agradecí al soldado y Maël me movió hacia atrás para irnos.

—¡No, no quiero! —grita una voz chillona— ¡Déjame!

Un estruendo sonó y todos levantamos nuestra guardia, los soldados entraron al cuarto y yo y Maël nos asomamos por pura curiosidad. La cortina divisora para la privacidad se movió bruscamente y los guardias se asustaron, se quedó quieta por un momento y una bolita de carne salió disparada de entre las telas.

—¡¿Dónde está?! —grita con lágrimas en todo el rostro.

Se tropezó y cayó con la frente al piso, todos jadeamos asustados y los monarcas salieron de entre la cortina.

—Princesa, ¿está bien? —le inquiero preocupada, intentando levantarme de la silla para no poder hacerlo y solo quejarme del dolor.

Apreté los ojos y me aferré a los soporta brazos para no decir nada más, miré a la princesa y ella ya estaba abalanzándose sobre mí entre gritos.

—¡¡Ma...

La tomé por su nuca y callé su grito contra mi hombro, lloró más y me apretó en un fuerte abrazo. Yo me quejé en voz alta del dolor y ella gimoteó más fuerte sobre mi hombro, tomé su antebrazo con fuerza para decirle que relajara su agarre pero pensé en ella, miré su cabello alborotado y vendas en sus piernas. Cubrí sus hombros con mis dos brazos y la apreté contra mí para corresponder este abrazo tan doloroso pero tan real y reconfortante.

—Princesa —mascullo con la voz quebrada.

Maël sostuvo firmemente la silla para que no nos moviéramos del lugar y yo le agradecí internamente. Sentí la mirada de miles de personas y cuando abrí los ojos después de disfrutar del calor de la princesa solo pude ver al rey.

Para mi sorpresa el monarca no me miraba con ojos llenos de odio, de rencor o de querer cobrar venganza. No... me miraba con unos ojos dorados llenos de preocupación, arrepentimiento y comprensión por su hija. No pudo sostener mi mirada y bajó sus ojos al suelo, miré a la reina y sus ojos sutilmente rojos me susurraban su miedo y preocupación.

—Lo siento —les dije a todos—, lo siento tanto.

El rey apretó su mandíbula y la reina llevó su mano para ocultar su boca y derramar más lágrimas. Los guardias se apiadaron de nosotras y nos dejaron permanecer juntas unos momentos más.

Dabria nunca contuvo su dolor o miedo, ahogando el lugar en una paz perturbadora. Yo la acaparé entre mis brazos para nunca soltarla, la sostuve con fuerza para dejarle saber que realmente estaba allí con ella.

Cerré poco a poco mis ojos, los monarcas se acercaron precipitadamente asustados hacia mí a la par que yo dormía completamente. Dejé caer mis brazos y solté a la princesa, sentí como se levantó de mi pecho y yo abrí la boca una vez más.

—No digas mi nombre —mascullé, aferrando mis dedos a un pedazo de su prenda.

Hice un puño con mi mano derecha para no liberarla, luché contra mi cuerpo por no soltarla, pero no pude aguantar más y la dejé ir completamente.

***

Frente a mí había algo que me impedía ver más allá del amarillento blanquecino, me quité la sábana de encima pero el color no se iba. Forcejeé con el aire y al final mis manos cayeron sobre mi rostro, lentamente recorrí con mis dedos la venda que cubría la mitad de mi cabeza y me asusté.

—No llores, puedes infectar la herida —me pide mi profesor desde una esquina del cuarto.

Dejé mis brazos a mis costados y suspiré, no podía ver nada por lo que mis sentidos se agudizaron más.

—¿Qué hora es? —le inquiero al recordar a la princesa con los reyes.

—Las seis de la tarde —me responde tranquilo desde el mismo lugar.

—¿Los reyes ya se fueron?

—Hoy no vinieron.

—Pero si yo los vi esta tarde —le digo extrañada.

—Eso fue ayer, Mavra —me replica, más cerca de mí.

—¿Ayer? —me exalto.

—Tienes que descansar... ¿Cómo sientes tu nariz? —me pregunta frente a mí.

—Hinchada, siento que mi cuerpo va a estallar.

—Es normal, ¿pero no sientes algo más?

—No —le respondo honesta—, ¿por qué? ¿Hay algo malo?

—Te rompieron la nariz —espeta—, la reacomodé con las manos porque solo estaba desviada. Pero te pregunto, ¿no sientes algo extraño? ¿Puedes respirar como normalmente lo hacías?

—No siento nada, solo me duele, y sí puedo hacerlo.

—Perfecto —dice en un suspiro.

Un silencio incómodo se esparció por el aire y ninguno supo que decir.

—Perdón —espeto, mirando dentro de la venda.

Tomó mi mano y pegó mi dorso contra su piel caliente, sentí como frunció su ceño y tembló bajo mi piel.

—No me vuelvas a desobedecer de esa forma, Mavra —comienza con la voz seca, que poco a poco se hacía temblorosa—, ¿qué hubiera hecho si algo te pasaban?

—¿A quién mató? —intervengo antes de que se ponga emocional el ambiente.

—A nadie por suerte —dice entre risitas, separando su frente pero aferrándose a mi mano—, solo quise saber varias cosas.

—¿Y por eso casi lo mata?

—Algo así...

—¿Quién era?

—El segundo coronel de la primera brigada —me responde sereno.

—¿No es el segundo coronel de Diamant? —le pregunto pensando en el primo de Asmodeo.

—Eeeh —expresa dudoso—, se podría decir que sí.

—¡¿Cómo cree?! —exclamo preocupada.

—¿Cómo creo qué? —interviene dudoso.

—¿Por qué lo hizo? —le digo apretando su mano con la mía.

—Porque él fue el que te envío allá —me responde hostil—, el general de brigada ni siquiera estaba enterado de que tú eras el caballero que tenía esa misión fija.

—Ahora que habla del general de brigada, ¿por qué no tenía una pierna? —le inquiero recordando como brincaba de un lado a otro para no caerse, mordiendo mis labios para no reírme de su expresión de aquella vez.

—No te rías —me dice mi profesor divertido—, fue porque yo sé la quité.

—¡¿Usted se l...

—No, la falsa, no la real.

—Oh, entiendo —le digo tranquila, sonriendo por mis ocurrencias.

—Fue lo único que tenía a la mano, y como es madera maciza no tenía miedo de que se rompiera.

—Apuesto a que le rompió la cabeza al coronel...

—No lo hice pero se lo merece.

—Estoy de acuerdo —espeto sería.

Las carcajadas de mi profesor resonaron por todo el cuarto, escapándose por las grietas de la puerta para llegar a todo el hospital.

—¿De qué se ríe?

—De que a veces te pareces a mí —espeta cálidamente—, me recuerdas mucho a mí.

—¿Sabe? Usted tiene los aires del general de brigada y su hermano, el teniente —le comento pensativa.

—¿Ya los conoces? —me inquiere sorprendido.

—Sí, pero a veces me confundo.

—Supongo que soy parecido, yo crecí con el general y su hermano siempre estuvo junto a nosotros... Bueno, algo en lo que sí coincidimos completamente es en la perdida de personas importantes.

—¿Por qué? —le pregunto entristecida.

—Porque el general perdió a su primer hijo cuando aún era muy pequeño, al igual que el teniente un sobrino —espeta con calma.

Recordé de alguna forma su expresión junto con sus palabras: «Controla a tu padre o...» y ya no recuerdo más.

Sonreí por el momento, ¿qué sería de mi si realmente fuera hija de mi profesor? ¿Cuánto cambiarían las cosas?

—Lo quiero, profesor —espeto ahora yo con suavidad.

—Yo también te quiero mucho, Mavra —me responde apretando mi mano—. Pero ya no vuelvas a hacer algo así nunca más.

—No lo haré, ¿ya me perdonó?

—Sí, pequeña, siempre te voy a perdonar —me dice entre risitas tiernas.

—Le confesaré algo —le digo seria, vagando por mis recuerdos oscuros.

—Dime.

—Tengo miedo —sollocé sin derramar ninguna lágrima para que mis heridas no empeoraran—, no sé qué hacer. Es cierto que la princesa está a salvo ahora pero yo no pude protegerla, le tengo miedo a las sombras y a no poder hacer nada contra ellas...

—Mavra —interviene mi profesor suavemente—, no fue tu culpa. Y esas sombras ya nunca más van a regresar, te lo juro en nombre del río Estigia, yo te voy a proteger.

Sonreí débilmente por su promesa y sollocé más fuerte para no dejar salir lágrimas saladas.

—No debería jurar en nombre de ese río —le digo con la voz temblorosa y suaves risitas.

—Ya lo hice, y créeme que yo no voy a recibir un castigo peor que la muerte, porque soy fiel a mi palabra.

—Sé que no pasará...

—Duerme, Mavra, necesitas descansar más. Cuando te levantes te prepararé algo para que comas.

—Pero la princesa...

Una pequeña brisa de calor y una esencia perfumadora se detuvo en mi nariz, inhalé el perfume y mi cabeza dio vueltas. Aparté mi rostro de esa cosa pero mi profesor me enderezó, obligándome a asfixiarme con el efluvio que desprendía.

Cerré los ojos de nuevo y cuando los abrí todo era luz, flotaba en la nada mientras miraba a mi alrededor.

Estiré mis brazos como un bebé cuando quieren que lo carguen pero no había nada frente a mí, es un vacío sin serlo completamente. A lo lejos un puntillo negro se hizo notar en cuanto fue creciendo violentamente, se movía de un lado a otro alterado para multiplicarse cinco veces.

Las sombras crecieron, tomando formas aterradoras lejanas a la silueta del hombre. Intenté correr pero no había nada en lo que apoyarme para moverme, miré como se acercaban a mí lentas y perversas. Mi pulso aumentó y mi respiración se volvió rápida y cortante, el aire no estaba llenando mis pulmones y esa falta me hacía daño. Intenté gritar pero nada salía, las sombras me cubrieron completamente, entrando a mi cuerpo por medio de mi nariz, ojos, boca e incluso oídos. Me agité tanto como pude para que me soltaran pero solo me mostraron la oscura maldad que había dentro de ellas.

—¡Aah! —grito jadeante—, tengo que moverme —digo inquieta, arrancándome la venda de los ojos para sentarme en la camilla.

Miré el ventanal que tenía al frente y ya la luna había salido, cubrió la tierra con su manto perfecto y yo me estremecí en mi lugar por ello. Me removí en mi lugar, lentamente pegué mi pecho a la camilla para dejar mis pies desnudos en el suelo frío, despacio levanté mi espalda para apoyar poco a poco mi peso sobre mis piernas y un dolor agudo recorrió mis rodillas.

Me lancé de nuevo a la camilla, apretando los ojos y las sábanas para no quejarme en voz alta y lo volví a intentar. No sé qué horas son pero no es muy temprano eso si lo sé.

Me paré completamente y el vestido delgado con mangas cortas se extendió hasta mis pantorrillas. Mi cuerpo estaba completamente vendado, y puedo comprender por qué con solo dar un paso.

Me acerqué tambaleante a un mueble grande incrustado en la pared y me apoyé de él para ir hacia la puerta de la habitación, deslicé mi mano por su orilla filosa con tal de no poner todo mi peso en mis piernas pero Incluso mi brazo ardía por el contacto.

Mi mano chocó con un objeto de la mesa y yo lo miré, es un espejo. Lo levanté dolorosamente y miré mi reflejo en él.

—No —mascullo con la voz desafinada.

Tengo una mancha verde en uno de mis pómulos que abarca una gran parte de mi cara junto con varios rasguños del otro lado, también mi párpado izquierdo está morado pero lo más impactante es la herida suturada que tengo en el arco de mi nariz.

Es grande y lo malo es que es irregular, desde la mitad de mi arco baja hacia mi mejilla que es la parte menos profunda. Definitivamente va a dejar una gran cicatriz y no va a ser nada bonita.

Le eché un vistazo a mi cabello alborotado, que ha crecido desde que lo corté, y mi aspecto demacrado. Volteé el espejo y lo dejé en el mueble para no mirar mi figura horrible de nuevo.

Di unos pasos y abrí la puerta para encontrarme con un alboroto no muy lejos de aquí. Miré de donde venía y justamente es del cuarto de la princesa.

Mi profesor salió de allí junto a dos guardias cargando una bolita de carne que se rehúsa a cooperar con ellos.

—¡Ansel! —dice mi profesor dudoso en cuanto me ve.

Se acercó a mí a paso rápido y me pidió que entrara pero me negué.

—No puedes estar de pie, Mavra —me dice en voz baja para que no escuche Dabria, lo que se me hace extraño.

—¿Qué está pasando? —le pregunto extrañada.

—¡¡Suéltenme!! ¡No me toquen!

Mi profesor me puso una mano en el hombro y me empujó dentro, yo me aferré de la pared y me rehusé a entrar. Moví de un lado a otro la cabeza para mirar qué le estaban haciendo a la princesa sin que el profesor me estorbara en el camino.

—¡¡¡Suéltenme!!! —grita de forma aguda.

Apreté los ojos por el tintineo en mis oídos y di un paso hacia el frente para quitar a mi profesor.

—Dabria —susurro al ver sus piernas golpeando a uno de los guardias.

El otro cedió ante su forcejeo y la soltó en el piso, el guardia al que pateó se acercó a ella con la intención de volver a agarrarla pero ella pateó su pie y este se resbaló para caer hasta el piso.

Giró en su lugar, buscando con sus esmeraldas brillantes algo hasta que se detuvieron sobre mí. Di un paso hacia ella, recargándome en la pared para no caer y sus ojos destellaron como joyas preciosas.

Corrió hacia mí mientras yo abría uno de mis brazos para recibirla, su impacto contra mi cuerpo me dolió más que caminar sobre el mismo fuego.

—¡Aaaj! —exclamo para no llorar.

Ella derramó las lágrimas en mi lugar, escondió su rostro en mi pecho y se desquitó con el vestido delgado hasta hacerlo transparente.

Acaricié su cabeza y la apreté contra mí para sentirla, sentir que está conmigo y que está bien. Reiteré que ya no hay peligro que amenace su vida o la mía, lo hago para saber que ya no hay nada qué temer.

Me agaché hasta su cabello para darle un beso pero una mirada se posó sobre mí, entre una brecha que los cuerpos de los guardias creaban pude encontrarme con dos pepitas de oro atentas a todo lo que hago. Recargué mi mentón en su cabeza y respiré lentamente, correspondiendo la mirada.

Me asusté cuando los hombres levantaron sus manos hacia la princesa, temblé unos segundos pero la cubrí con mi cuerpo.

—No la toquen —gruño molesta—, no se atrevan a tocarla. —Los fulminé con la mirada y ellos se alejaron al instante.

La cubrí entre mis brazos y la mano de mi profesor se posó en mi otro hombro.

—Déjala, Ansel —me pide serio.

—No... No, no, no se las voy a entregar —le digo para voltear a ver a los guardias, sus rostros se borraron dejándome ver un vacío oscuro e infinito.

Negué con la cabeza y recargada de la pared fui retrocediendo hasta llegar a la puerta de mi cuarto, Dabria me siguió con pasos pequeños y me despedí de las pepitas de oro con un silencio.

Mi profesor nos miró preocupado pero se compadeció de nosotras, me pidió que me recostara y que no me preocupara por Dabria, que la cuidara mientras hablaba con el rey.

Dabria me ayudó a subir mis piernas a la camilla; dejé caer mi cabeza sobre la almohada y ella se deslizó entre las sábanas para acostarse conmigo.

—Perdóname —le digo con ojos cristalinos, girando solo mi cabeza hacia ella porque ya no podía mover el cuerpo.

Sus ojos se abrieron como dos vrencos preciosos, están tan rojos que dudo mucho que puedan salir más lágrimas de ellos.

—Tu cara —murmura con la voz quebrada.

—Perdóname por no protegerte... Por no poder ir detrás de ti...

—Yo sé que fuiste detrás de mí, Mavra —espeta entre lágrimas después de ver las mías caer—, tú fuiste lo último que vi antes de entrar a ese lugar.

Las dos lloramos ruidosamente, quejándonos y desquitándonos con la habitación como si ella tuviera la culpa. No duramos mucho tiempo así, pronto el sueño llegó y las dos dormimos juntas con los ojos hinchados y con la mente más tranquila.

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