Capítulo. LVII

Advertencia de contenido no apto para todo público.

Siglo XVII, 1697, 27 de agosto
16 horas después del atentado.

Abrí mis ojos, o lo intenté, despertando de mi eterna pesadilla. Mi párpado derecho pudo abrirse mas el izquierdo no cedió, impidiéndome ver bien. Moví mi cabeza de un lado, buscando algo inexistente.

—Dabria —mascullo, casi solo moviendo los labios.

En seguida una sombra se acercó y reincorporó mi cabeza sobre la superficie en donde estoy recostada. Levanté mi antebrazo tembloroso y herido, observé mis dedos vendados siendo sostenidos rectamente por pequeñas varillas de algún material fuerte, y la sombra tomó mi mano. Me llamaban a lo lejos, pero aún no comprendía qué estaba pasando.

¿Por qué no puedo despertar del todo? ¿Qué me impide poder levantarme?

—Dabria —repetí de nuevo en voz baja, pero no sé por qué la nombraba.

—¡Mavra! —Se escucha más claro mi nombre.

Abrieron mi párpado derecho a la fuerza y claramente observé la cara preocupada de mi profesor, sus ojos hinchados y su figura alborotada solo me dejan saber que tuvo un mal día.

—¡Mavra, por favor despierta!

Mi vista tembló, haciendo turbia su imagen y con ello desapareciendo a esa persona tan querida para mí. De su figura resurgió un hombre nuevo, uno completamente diferente que yo reconozco a la perfección.

Apreté su mano devuelta pero con mucha más fuerza, levanté mi torso de la superficie e intenté golpearlo.

—¿Dónde está la princesa? —le pregunto entre dientes y con rencor, dejándome caer en la superficie plana.

La sombra siguió hablando y yo me quejé a gritos por el dolor.

—Princesa... Princesa... —digo para mí misma entre dientes.

Tosí y me doblé por el dolor que creaba al tensar los músculos de mi espalda y abdomen. Escupí hasta que el líquido se tornó carmesí, la sombra preocupada me reincorporó en la superficie y yo la miré con odio.

—¡¡No me toques!! —le digo fuerte y claro, para retorcerme del dolor y seguir tosiendo.

Apreté mi puño derecho intacto frente a mi pecho y gruñí, gruñí recordando todo lo que pasó y el porqué estoy aquí.

—¡¿Dónde está la princesa?! —le grito a la sombra.

Esta brincó en su lugar por la sorpresa y se acercó a mí de nuevo, me llamaba pero mi nombre se escuchaba tan lejos que no parecía mío.

—¿Dónde está Dabria? —le pregunto en un susurro para cerrar los ojos de nuevo.

Desperté parada en medio de un pasillo, cubierta por una fuerte armadura plateada y con una espada inmensa en la mano. El reflejo de la luna sobre el ventanal hacia refulgir mi armadura, la observé bien hasta que otra cosa capturó mi atención.

Una figura grande, poderosa y siniestra estaba parada en las oscuridades del pasillo, aquellas donde la luz de la luna nunca podría alcanzar por más que se moviera. El contraste brillante detrás de él hizo que se remarcara como una sombra filosa.

Negó con su cabeza en desaprobación y yo jadeé asustada, es el hombre de mis sueños.

—¡¿Quién eres?! —le grito, sorprendiéndome más por mi capacidad de hablar que por el tono de mi voz tan seguro.

—Despierta —dice con su voz grave.

—¿¡Quién eres?! —le inquiero de nuevo alzando la espada, como si fuera una pluma, entre nosotros.

Negó con su cabeza en desaprobación y aires decepcionados soplaron entre nosotros.

—¿Por qué apareces en mis sueños? ¿De dónde vienes? —insisto inquieta—. ¿Qué eres?

—Despierta —me pide sereno.

—¡¡Respóndeme!!

—Despierta —me manda en un suspiro.

Intenté dar un paso pero no podía avanzar, la armadura es tan pesada que no puedo permitir mover más que mi brazo.

—¡¿Qué eres?!

—Despierta —repite.

—¡No voy a despertar hasta que me respondas!

La sombra salió a la luz, permitiéndome ver ese rostro cicatrizado tan espeluznante y familiar a la vez.

—Nunca debiste de venir aquí.

—¡¿Por qué?!

—Despierta —me dice tranquilo.

—¡¿No tienes más que decir?! —le pregunto frustrada.

—Dabria —espeta después de un silencio—. Despierta por Dabria. —Lo miré con ojos temblorosos, hasta él me lo decía. Tengo que ir a buscar a la princesa.

La armadura se me cayó a pedazos y yo me asusté por todo lo que estaba pasando, el hombre nunca me quito sus ojos oscuros de encima y cuando mi vista se nubló le eché un último vistazo, su rostro se veía preocupado.

—Mavra.

Abrí los ojos hasta donde me lo permitieron mis párpados irregulares y me senté rígida.

—No, no te levantes —me pide una voz suave y cálida.

Gruñí entre dientes y miré mi alrededor.

—Recuéstate, por favor. —Me tomó de los hombros y me empujó gentilmente de regreso a la camilla.

—No, no. —Miré el ventanal y de nuevo la luna me estaba saludando.

—¿Qué horas son? —le inquiero asustada, tomándolo por sus muñecas para apretarlas.

—Casi las nueve, ¿por qué? —me responde triste.

—¿Dónde está la princesa? ¿Sigue siendo veintisiete de agosto? ¿Qué pasó?

Se sentó a mi lado, soltando mis hombros para agarrar entre sus manos mi mano izquierda.

—Mavra... No fue tu culpa —me dice, acariciando suavemente mis dedos rotos.

—No —me niego en un hilo de voz—, la princesa... Donde...

Una gota cayó en mi regazo, absorbiéndose entre las vendas de mi muslo. Mi torso también está completamente vendado, como si quisiera retener todo aquello que tengo que sanar. Más gotas cayeron, impregnando la venda, dándole un tono más oscuro a su color.

—No fue tu culpa —me susurra cálidamente.

Apreté su mano con los tres dedos que aún podía doblar y lloré, derramé lágrimas llenas de dolor y tristeza por ella.

—¿Dónde está el rey? —le inquiero entre sollozos.

—Planeando cómo irrumpir el lugar donde tienen a Dabria si no funciona la negociación.

Alcé la vista en cuanto dijo su nombre, lo miré con esperanzas y él me regaló una cálida sonrisa.

—¿Podemos salvarla? —Él asintió con la cabeza y yo lloré más, grité y pataleé con mis piernas—. ¡Está viva! —digo alegre mientras lloro mares salados y dolorosos.

Me atrajo a sus brazos y yo me aferré a él para llorar más, grité en su pecho y él no dijo ni una sola palabra para permitirme desquitarme libremente.

—Vamos —le digo, limpiando las lágrimas.

—¿A dónde? —me inquiere dudoso.

—A donde la tienen, estoy segura de que el rey tiene una tropa haciendo guard...

—No, te prohíbo ir.

—¡¿Por qué?! —le pregunto desesperada, sintiendo las lágrimas recorrer mis mejillas calientes—, ¡necesito saber si está bien!

—Solo te vas a hacer daño Mavra, sé que quieres respuestas pero no estás en la posición para hacer preguntas —me dice, viendo mis piernas.

—¡No!, no me importa —le replico molesta.

—¡A mí sí! —me alza la voz frustrado—. ¡Es difícil, Mavra, todo esto es difícil!

—¡Por favor, tengo que ir!

—No te voy a dejar —concluye firmemente para levantarse de la camilla.

—¡No!, profesor —le digo para tomarlo de la mano—. Por favor, lléveme... Si no lo hace el rey me va a matar.

—No se lo voy a permitir... y no vas a ir. —me replica seguro, limpiándose con la otra mano una lágrima que cayó de sus ojos.

—Profesor... tarde o temprano voy a hacer algo similar por ella —le insisto—. Incluso en peor estado... así que por favor...

—No.... —me responde mirándome a la cara, sus ojos oscuros temblaban al negarse a derramar más lágrimas—. No quiero que tú pertenezcas a todo esto —agrega en un hilo de voz.

—Perdóneme.

—No, Mavra, no te voy a llevar... —Varias lágrimas cayeron por su rostro, y esta vez no las limpió u ocultó.

—Perdóneme, profesor —le digo desesperada—. Tengo que hacerlo.

—No... No, no, no —se niega a sí mismo.

—Perdóneme —le imploro llorando al igual que él.

—No quiero, Mavra... No puedo arriesgarte de nuevo —murmura con la voz quebrada.

—Lo está haciendo... El rey vendrá por mí si se niega y usted no podrá detenerlo.

—Sí puedo —me dice determinado, forzándose a no llorar más.

—No puede, profesor... —le digo en un hilo de voz.

Cubrió sus ojos con su mano y colapsó hasta el piso sin soltarme.

—¿Por qué, Mavra? ¿Por qué quieres ir?

—Porque tengo que salvarla.

—Tú no, tú no tienes que ha...

—Para eso estoy aquí, esa es la única razón por la que estoy aquí —lo interrumpo más tranquila—. Solo por ella.

—No... apenas eres una niña —susurra, mirándome, negando con su cabeza de un lado a otro.

—Déjeme ir, profesor, estoy aquí por eso...

—No... Yo te protegeré de Athan, lo juro.

—Yo sé que lo hará —le digo, regalándole una sonrisa sincera—, no tengo dudas sobre ello, pero tengo que ir.

—No tienes que —me responde en un hilo de voz.

—Lo quiero mucho, profesor, y aprecio demasiado como se preocupa por mí...

—No, Mavra, no puedo llevarte.

—Y yo no puedo dejar morir a mi familia —le replico áridamente, sosteniendo las lágrimas que hay en mis ojos.

Jadeo asustado, mirándome para rendirse en esta guerra que siempre fue solo mía. Se levantó, con su semblante sombrío y me cargó entre sus brazos.

—Si no fueras igual de determinante que yo no te hubiera dejado ir... —me comenta mientras salimos de la enfermería, regalándome una sonrisa incompleta y honesta—. Iremos bajo mis condiciones, cuando estemos allá en todo momento vas a estar a mi lado, no vamos a hacer absolutamente nada y tú me vas a prometer ser fuerte. ¿Entendido?

—Sí, profesor —le digo con una media sonrisa.

Recorrimos todos los pasillos sin decir otra palabra, mi corazón apenas podía latir por el inmenso dolor que sentía. Dabria está metida en un lugar horrible dentro de esta tierra y yo fui la única causa de ello.

Derramé más lágrimas que el cálido viento se llevó en cuando salimos del castillo, me dio un corto beso en la cabeza y me ayudó a subir a su caballo blanco. Se sentó detrás de mí y fuimos despacio.

—No te culpes, Mavra, nada de esto fue tu culpa —espeta detrás mío.

Yo lloré más, preguntándome dónde está, cómo está y qué pasará. Yo no pude protegerla, no fui capaz de salvarla en ese momento y ahora estamos así.

Aquellos hombres, no los recuerdo bien pero no cabe duda que son de aquí. La forma de su hablar los delata, pero no sabían luchar del todo por lo que no deben pertenecer al ejército o la realeza. Pensé en ellos, me golpeé la cabeza intentando recordar sus rostros pero no hubo tiempo.

—Estamos en Maragda —habla mi profesor, a la vez que bajamos de su caballo.

Varios caballeros se acercaron sospechando de nosotros, el profesor se presentó y todos aliviaron sus tensiones. Yo miré a mi alrededor, este es el paisaje que tanto admiraba cuando aún vivía aquí, no está muy lejos mi hogar.

—Denme un informe —pide mi profesor serio.

—¡Capitán general, señor! —saluda un soldado respetuosamente—, por el momento nos encontramos establecidos a más de cincuenta metros de la escena. Estamos a punto de entrar al área establecida por los perpetradores para comenzar con la negociación.

—¿Qué piensan negociar? —les inquiere con el mismo semblante.

—El rey está dispuesto a pagar cualquier precio, pero el general de brigada irá tanteando el terreno —le responde el mismo soldado.

—¿El general está aquí?

Siguieron hablando y yo exploré el lugar con la mirada. Caminé un poco más adentro hacia donde estaba su fortaleza improvisada y miré a muchos soldados correr de un lado a otro.

—¡¡Mavra!! —me grita una voz mandona.

Brinqué en mi lugar por la sorpresa y cuando giré para ver quien era mi profesor me estaba fulminando con la mirada, es la primera vez que lo veo con el ceño fruncido. Tal vez sea por la luz de la luna y el impacto que tiene sobre él porque justo ahora se parece al rey.

—¡Ven aquí! —me ordena y yo sin dudar lo hice.

En cuanto me paré a su lado me tomó del hombro y varios soldados me miraron raro.

—Sí, señor, lo entiendo pero estamos esperando la siguiente ord...

—¡Dante! —dice alguien.

Todos giramos para ver quien era y me sorprendí de lo que vi. Un hombre con cabello oscuro, con el rostro lleno de cicatrices y con un parche en el ojo, se acercaba risueño hacia nosotros. Su caminar es raro, pero su rostro es casi irreconocible.

—Ikal —lo saluda con una reverencia de la cabeza.

—Capitán —le responde seriamente—, qué bueno que llegas. —Dirigió sus ojos hacia mí y me regaló una sonrisa—. ¿Y a quién tenemos por aquí?

—Es mi... alumno —le responde forzadamente—, Ansel Domènech.

Abrió sus ojos sorprendido pero rápidamente compuso su expresión.

—Con que tú eres el caballero que viste de negro —me dice alzando su mentón—. Hiciste bien en defenderla, soldado, nosotros nos encargaremos del resto. —Posó su mano sobre mi cabeza y la removió un poco para despeinarme más de lo que estaba.

—Gracias. —Escucho decir a mi profesor en un suspiro.

—Acompáñenme, si son tan amables, necesito discutir unas cosas contigo. —Nos dio la espalda y caminó hacia una carpa improvisada.

—Él es el general de brigada, está por debajo de mí en la jerarquía del ejército —espeta mi profesor a mis espaldas.

Alcé la vista hacia él y su expresión aún no ha cambiado, apretó mi hombro y caminamos juntos para seguir al general.

—Él me remplazará algún día.

—¿Podrá hacerlo? —le inquiero pensando en sus cicatrices.

—Sí, es el único que puede hacerlo.

Entramos en la carpa y al centro había una mesa con un mapa, mi profesor me pidió que me sentara en una de las bancas que había adentro.

Miré la nada, pensando en ella y en como podía tenerla entre mis brazos de vuelta. Escuché su conversación lejana y hasta que el general se acercó a mí desperté, se detuvo a mi lado y siguió hablando.

—Allá, Dante —dice abriendo la tela que cubría todo el lugar—, está la única persona que puede sentarse en el trono de Vreoneina.

Me asomé por la brecha y miré a lo lejos, entre árboles y matorrales, un edificio estable.

—¿La fábrica de telas? —pregunto en un hilo de voz, buscando a mi alrededor señales de que así fuera.

Mis ojos temblaron al ver más allá de la estructura, es imposible que esté tan lejos del centro de Maragda.

—No, pero es muy parecida ¿cierto? —me inquiere el general.

—No... Es la granja —espeto anonada al procesar donde estábamos.

El general se interpuso entre la brecha y yo, doblando su torso para que su rostro quedara frente al mío.

—Tú me vas a servir de mucho —dice observándome.

—Ikal —le habla mi profesor en un tono árido.

—Bien, bien —dice recomponiéndose con una sonrisa en el rostro.

Cerró la brecha aún cuando yo quería ver más.

—Dabria —mascullo cuando la tela roza mi nariz.

Cerré mis ojos y lloré más, mi cuerpo me duele, mi corazón me duele y no hay forma en que puedan sanar.

Un grupo de hombres entró, frente a mí, a la carpa con un bullicio detrás persiguiéndolos. El profesor y el general se alarmaron y todos comenzaron a platicar. Escondí mi rostro entre las palmas de mis manos y sollocé en silencio.

—Domènech —me llama alguien conocido.

Alcé la vista y no pude ver quien era, las lágrimas nublaban mi mirada. Cerré mis párpados y mientras las gotas saladas se deslizaban por mi rostro el coronel me miró indiferente.

—Acompáñanos, vamos a entrar y te necesitamos.

Me tomó del brazo derecho y me levantó de la silla, me guío hasta otra fortaleza improvisada y un pequeño grupo de hombres se reunió abajo de ella.

—Presten atención, mientras yo hablo con los perpetradores ustedes se van a mantener a mi lado cubriendo al caballero Domènech —les explica apretando mi hombro en cuanto dice mi nombre—. Él va a entrar y nos dará una señal cuando la princesa esté a salvo con él, una vez que nos informe entraremos a la fuerza.

—Pero, coronel, ¿no tenían pensado negociar primero? —le pregunta un soldado.

—No, aunque el rey así lo hubiera dicho nunca estuvo en sus planes negociar con unos traidores —escupe áridamente.

Todos los soldados estuvieron de acuerdo y se prepararon con arcos y lanzas. El coronel me llevó a una zona alejada de donde estaban todos y se agachó hasta quedar a mi altura.

—¿Puedes moverte bien con eso? —me pregunta serio, señalando mis prendas.

—Con la camisa no.

—Te daré una ahora, pero toma esto primero. —Me entregó un objeto desconocido, pero tengo una idea clara de lo que es—. Es una pistola de chispa de tres cañones, aunque esté prohibido usar una el rey me dio el permiso de solo un disparo.

Mi mano tembló al ver el arma, pesaba mucho y su tamaño alcanzaba el de mis dos manos juntas.

—No la muevas mucho, ya está preparada por lo que solo falta jalar el gatillo. No dejes que su boca mire el suelo porque la bala se puede caer.

—No puedo hacerlo —mascullo sin quitar los ojos de la pistola.

—Tú eres el único que puede. —Me tomó por los hombros y me observó determinado—. Encontramos una apertura descuidada a un costado del edificio, pero solo alguien pequeño puede entrar y mis hombres no tienen ese tamaño.

—No puedo...

—Sí puedes, tienes que salvar a la heredera de toda Vreoneina. —Apreté la empuñadura del arma y miré su gatillo bien esculpido.

Pensé en Benedict en cuanto vi los patrones de su mango, pensé en mi familia y en todas las personas que me han ayudado hasta el día de hoy.

El coronel se levantó y me dejó allí, parada en medio de la nada. Caí de rodillas, ahogándome en mi dolor y cuidando de no mover mucho el arma, mirando más allá de la tierra.

—Tengo miedo —espeto para mí misma.

Apreté el mango y repasé su patrón bien tallado, más lágrimas salieron de mis ojos y la desesperación de no poder hacerlo me consume.

—Toma.

Jadeé por el susto y tomé la camiseta oscura que el coronel me estaba entregando. Le di el arma y lloré, grité y maldecí en voz baja, golpeando la tierra y moviéndola para pintar mis sentimientos sobre ella.

—Vamos —me dice una vez que me detengo.

Me hice un ovillo, tomando mi cabeza con mis dos manos con temor a que se me cayera.

—No puedo.

—¿Por qué no? —me pregunta a mis espaldas.

—¿Cómo podré salvarla si no pude protegerla?

—Porque nosotros estamos aquí, esa es la única y gran diferencia —me responde tendiéndome su mano.

Miré sus callos, sus uñas cortas y quebradas, sus cicatrices profundas y los arañazos que tenía. La tomé y me ayudó a levantarme, en el camino me quité mi camisa con cuidado de no lastimar más todo el lado izquierdo de mi cuerpo para ponerme la que me entregó.

Terminé de acomodar la que me dio el coronel y todos estaban listos para partir. Comentaron unas cosas y nos adentramos al área que les pertenecía a las sombras.

—Llévatelo, Balam —habla el coronel en cuanto nos adentramos al bosque.

—Sígueme, caballero —me pide el teniente que conocí cuando practicaba para las justas.

Yo le hice caso y nos fuimos por un costado alejado del camino principal.

—Yo te cubriré en el proceso de que entres, no hay ventanas o algún orificio por donde puedan vigilar por lo que será sencillo —me dice con una sonrisa.

—Se parece al general de brigada —le comento temblorosa, forzándome a pensar en otra cosa para tener agallas.

—¿Sí? —me inquiere entre risillas—, es mi hermano.

Miré las cicatrices de su cuello y era de esperarse, los dos debieron de sufrir mucho juntos, pero a pesar de eso tienen una inmensa sonrisa en el rostro.

—Agáchate —me pide y yo le hice caso.

Doblé mi torso mientras el caminaba en cuclillas para que no nos vieran, en cuanto nos detuvimos frente a la granja yo me estremecí.

—Mira, es allá —murmura, señalándome con su dedo la apertura.

Era lo suficientemente grande para que yo cupiera pero... no quiero hacerlo. Tensó un arco que no vi que traía y apuntó hacia arriba buscando algo, la flecha es grande y su punta filosa se ve dolorosa.

Respiré hondo y el aire puro entró a mi cuerpo, con la cabeza me dio una pequeña señal para que fuera y yo dudé. Podría quedarme a su lado y decirle que no puedo o podría regresar silenciosamente, miré no muy lejos al pelotón del coronel y me puse más nerviosa.

En cualquier momento las sombras saldrían a acechar su territorio para buscar a sus invasores y ese momento sería el peor de todos para que yo entre.

Mordí mis labios temblorosos hasta penetrar uno de ellos con mis dientes, metí la pistola con su boca hacia arriba en uno de los bolsillos de mi pantalón y salí corriendo de entre los árboles para escurrirme dentro del agujero.

Me tapé la boca con la palma de mi mano y respiré agitada, miré al teniente y no lo encontré. Lo busqué asustada y hasta que vi como destensó su arco pude encontrarlo, se camufló perfectamente en su área. Agitó su mano como si estuviera saludándome y me regaló una sonrisa que por alguna razón logré visualizar aún estando tan oscuro.

Miré el interior negro y espeluznante y busqué algo, algo que me dijera donde estoy o qué puedo hacer para salir de aquí. Mis ojos se detuvieron en una parte que alcanzaba a ser iluminada sobre el techo, tanteé con mis manos todo mi alrededor para no chocar con algo y caminé por el lugar para ver de donde provenía la luz.

«Un establo podría ser», pensé. La luz me permitió ver la sombra del esqueleto superior de la granja. En este cubículo había una columna que mantenía de pie el techo, le eché un vistazo a los pedazos de madera y primero me fijé si la que tenía a mi disposición es segura.

Me abracé a ella y subí mis dos piernas para aferrarme de forma segura, la madera rechinó y yo me mordí los labios por el nerviosismo. Subí mis brazos y después mis piernas, poco a poco el dolor se fue esparciendo por todo mi cuerpo pero me detuve en seco cuando escuché voces a lo lejos.

Respiré hondo y contuve mi respiración para escuchar atentamente, parecían susurros lejanos que el viento me traía, ¿serán los hombres y sombras que están negociando afuera?

Me elevé más hasta llegar a una altura considerable, pasando más allá del cubículo donde me encontraba. El sonido se detuvo y yo lo hice con él, y entre en medio del silencio la escuché.

Gimoteando y sollozando, los quejidos de la princesa llegaron a mis oídos.

Abrí la boca para llamarla pero mi mente no le permitió a mi corazón darse ese lujo, si me descubren aquí todo se acabó. Probé la sangre de mis labios una vez más y subí hasta llegar al esqueleto del techo.

Me senté en una de las columnas horizontales que mantenían la estructura y busqué con la mirada a la princesa, no estaba. La luz procedía de un cuarto y su llanto también, ¿estará allí, llorando lágrimas doradas como el sol?

Mis ojos se volvieron cristalinos al ver qué tan lejos estaba de mí, me tallé bruscamente la cara y me llené de coraje. Miré hacia abajo y la altura me mareó, me senté bien y me aferré con las manos a la columna cuadrada.

Poco a poco me arrastré hasta llegar al primer extremo, me levanté cuidadosamente para cruzar al otro lado de la siguiente parte de la misma columna, aferrándome al pilar vertical para no caer.

Tragué a secas en cuanto me senté sobre la columna horizontal y me arrastré hasta llegar al otro extremo, me quedaban tres más hasta poder llegar al segundo piso donde está el cuarto. Pisé la madera y un estruendo a lo lejos me asustó, me abracé de la columna divisora y el llanto de la princesa cesó.

—Dabria —mascullé.

Escuché pasos pesados y varios hombres hablar, miré cuanto faltaba y me pareció eterno. Abandoné el pilar y corrí hasta el otro para estamparme contra él y ahogar mi dolor en la nada. Intenté pasar al otro lado pero la camiseta se atascó, intenté separarme pero se estaba desgarrando hilo por hilo.

Me desesperé al escuchar como se acercaban más y más las sombras, tomé un extremo roto y desgarré completamente la camiseta para quitármela. Las vendas se hicieron flácidas, cayéndose de mi cuerpo a pedazos; me quité las que ya no podía volver a amarrar rápidamente y las lancé lejos para que no me estorbaran.

Corrí hacia las otras dos columnas de la misma forma, estampándome y recordando con el dolor que lo logré, intenté fundir mi ruido con el de las sombras traidoras pero el dolor me impedía hacerlo. Mi torso descubierto y sensible solo me traicionaba más.

En la última columna no lo pensé dos veces y me lancé directamente al segundo piso, caí de rodillas, causando el estruendo más grande del lugar.

—¡¿Otra vez se levantó?! —grita alguien a lo lejos.

Aturdida me puse de pie y corrí hacia el cuarto, abrí la puerta y la encontré. Tendida sobre el piso, amarrada a una silla y cubierta de suciedad yacía la princesa entre lágrimas.

—Dabria —la llamé en un susurro tembloroso.

Me derrumbé frente a ella, intentando desatar las cuerdas y cadenas que la tenían paralizada. La luz de la vela tembló bruscamente y Dabria forcejeó contra mí.

—¡¡Corre!! —me grita asustada.

Mi cara recibió un golpe de nuevo, haciéndome caer sobre mi espalda lejos. Levanté mi torso adolorido mientras se acercaba hacia mí una sombra determinada a matarme, saqué de mi bolsillo la pistola y sin dudar un segundo le disparé.

El arma salió volando de mis manos, apreté los ojos en cuanto escuché el cuerpo caer y no hacer ningún sonido. El grito de Dabria me alarmó y en seguida me levanté hacia ella.

—¡No! ¡No te me acerques! —me grita, pataleando y luchando contra mí, deshaciéndose de todo lo que tenía encima.

Cojeé hasta llegar a ella con los brazos extendidos para tenerla entre mis brazos, pasé por encima de la sombra y la cubrí con mi ser. Temblé en cuanto sentí su calor sobre mi cuerpo adolorido y la escuché estallar en llanto sobre mi oído.

—No veas —le digo cubriendo sus ojos con mi mano temblorosa y llena de un polvo oscuro—. No veas... No veas.

Se rompió en un llanto inmortal, me abrazó desesperada y yo temblé ante su tacto.

—Shh, ya estás conmigo —espeto, diciendo esas palabras reconfortantes para tranquilizar mis nervios—. Ya estás conmigo.

Un estruendo lejano nos asustó a las dos, intenté levantarme pero Dabria seguía aferrada a mí.

—¡Tengo que cerrar la puerta! —le grito anonada—, están viniendo más sombras.

—¡No! ¡No me sueltes, Mavra!

Me arrastré hacia la puerta, a sabiendas de que aun así no lo iba a lograr. Miré con miedo el espacio oscuro que había detrás de ella, busqué el arma que traía conmigo pero no la encontré por ningún lado. Mi vista se nubló y grité con miedo, me hice un ovillo con Dabria y las dos lloramos asustadas.

—¡¡Princesa!! ¡¡Caballero!!

***

—Toma, toma, cúbrela bien —me dice un soldado a la par de que nos pone encima a Dabria y a mí una manta oscura.

Escondió su rostro hinchado sobre mi cuello y di un pequeño brinco para que no se me resbalara hasta el suelo mientras ponía mis manos debajo de sus piernas.

Caminé con pasos pesados y lentos, ya no había nada que me importara ni me llamara la atención en estos momentos.

Soldados corrían de un lado a otro diciendo: «La princesa está a salvo» o «Lo logramos». Atravesé el bosque con ella en mis manos hasta llegar a la primera fortaleza.

—¡Ey, niño! —me llama el general, brincando lo más rápido que puede con una sola pierna hacia la carpa— ¡¡Controla a tu padre o nos va a matar a todos!! —me pide llorando falsamente.

Yo lo miré indiferente, no me importaba, no quería ver a nadie ni tener nada. Apreté a la princesa dormida contra mí y suspiré tranquila, mi corazón dejó de palpitar como si fuera a estallar desde hace rato pero aún así me sentía tan despierta... tan despierta que no podía pensar en algo.

Caminé hacia la carpa y en el instante que vi al general abrir una brecha en ella para entrar vi un desastre dentro. Me tomé mi tiempo al ir hacia ella, contando mis pasos y la respiración de la princesa. Dabria suspiraba y a veces sentía como una que otra lágrima caía sobre mi hombro, yo también derramé lágrimas de alivio.

La cortina se abrió y dentro miré a mi profesor con algo en su mano ensangrentado, el general respiraba agitado por andar con una sola pierna a su lado, le señalaba el exterior pero mi profesor no hacía nada.

—¡Está allá afuera, Dante! —le grita desesperado.

Mi profesor alzó lo que tenía en su mano y lo azotó contra algo. Llegué a la carpa y dentro había nada más que hombres caídos, la mesa estaba afuera y partida en muchos pedazos, frente al profesor yacía el coronel dormido y con la cabeza roja mientras que el general le estaba sujetando el brazo a la fuerza.

—Detente, por favor, te está viendo.

Mi profesor volteó a verme y yo temblé bajo su mirada, con el rostro lleno de sangre y su semblante asesino me observó.

—¿Dónde estabas? —me inquiere hostil.

—Fui por la prince...

—¡¿Por qué me desobedeciste?! —me grita agitado.

La princesa brincó en cuanto lo escuchó, pero no fue lo suficiente como para despertarla.

—Voy a colapsar... Por favor, tome a la princesa —espeto seria.

El general se acercó a mí a brincos y tomó a la princesa entre sus brazos, manteniendo un equilibrio irreal.

—Perdóneme, profesor —le pido con lágrimas en los ojos.

Se mantuvo quieto, observándome y juzgándome con la mirada. Yo le regalé una sonrisa y caí hacia adelante, perdiendo la consciencia antes de impactar el frío suelo.

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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing

Dato importante/curioso:
Pistola de chispa de tres cañones, fabricada en Italia en 1680 por Lorenzoni.

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