Capítulo. LV
Siglo XVII, 1697, 25 de agosto
5:23 A.M.
Me levanté energética, Asmodeo ya estaba terminando de arreglarse mientras que los hermanos estaban muertos en sus camas.
—¿Estás listo para verme ganar? —me inquiere al verme sentada en la cama.
Yo le regalé un bostezo como respuesta y el bufó.
—Dile a Nazaire que vaya, no sé si tú irás, tampoco es que me importe, pero sí dile a Nazaire que vaya. Lo estaré esperando —me pide para marcharse.
—¿Para qué lo quieres? —pregunto en voz alta a pesar de que ya se fue.
Tallé mis ojos con el dorso de mi mano y exhalé todo lo que acaparaba mi cuerpo, el suspiro se llevó tantas cosas que en estos momentos me siento en una paz tan irreal.
No tengo planeado ir a ver a Asmodeo pero si me gustaría ir a visitar a Benedict, igualmente falta mucho tiempo. Me acosté de nuevo sobre la cama y cerré mis ojos con la intención de dormir un poco más, pero una esencia dulce se coló por mis fosas nasales y gruñí por ello. Mi estómago rugió y abrí los ojos solo por eso, me senté de nuevo en la cama e inhalé profundamente el perfume suave y seductor.
Me levanté y para mi sorpresa aún tenía puestas las prendas que uso para entrenar, ayer las usé en el coliseo y no puedo creer que no me las quité.
—Asco —murmuré cuando vi mis pantalones manchados de tierra que contaminaron la cama.
Me puse los zapatos que me regaló mi profesor y seguí con mucho gusto aquel olor tan delicioso. Poco a poco se fue haciendo débil, impidiéndome seguirlo. Busqué por los alrededores algo y me di cuenta que estaba cerca de la cocina, caminé hacia sus puertas inmensas y me encontré con sus fieles guardias.
—¡Caballero! —me habla uno de los primos.
—¡Hola! —los saludo con una inmensa sonrisa.
—Apuesto a que viene por el aroma de los postres que está haciendo el chef —dice el otro, correspondiendo mi saludo con un gesto profundo con la cabeza.
—Y no estás equivocado —le digo entre risillas a la par que me detengo frente a las puertas.
—Sea bienvenido. —Los dos las abrieron al mismo tiempo y me mostraron el lujoso interior del comedor.
Apenas di un paso dentro y esos ojos, que son más como dos esmeraldas perfectamente redondas, me cautivaron.
—¡Ah! —jadea de alegría— ¡Mav...
—¡Oh, princesa! —la interrumpo, abriendo los ojos como vrencos para que note la situación—. No sabía que estaba aquí, una disculpa y buenos días —le digo haciendo una reverencia larga.
—No pasa nada —me responde con otra voz—, pasa, pasa.
Las puertas se cerraron detrás de mí y yo suspiré de alivio. Miré como se desparramó en la silla y me reí a la par de acercarme hasta donde estaba sentada.
—Hola —la saludo en voz baja mientras tomo lugar a su lado.
—Hola —me responde entre risillas.
—¿Qué haces despierta a estas horas?
—Mis padres me despertaron, querían ver si iba a ir a ver el torneo pero les dije que no porque hoy tú no compites —me comenta risueña, observándome.
—¿Y como sabes que no juego hoy? —le inquiero curiosa, alzando una de mis cejas.
—Porque yo lo sé todo —me responde, imitando mi expresión para echarnos a reír—. ¿Ya desayunaste? —me pregunta después de calmar nuestras risas.
—No, en realidad vine explorando estos rumbos por un aroma tan único y especial —le cuento con un tono de voz más grave y cantarina.
—Yo sé de qué habla, oh, explorador del mundo —me sigue el juego asimilando mi tono de voz.
Se levantó de su silla entre risas y fue a asomarse por la puerta hacia la cocina.
—¡Señor!, ¿puede hacer otro desayuno igual? —le inquiere en voz alta.
No escuché bien que le contestó pero a juzgar por su sonrisa apuesto a que fue una respuesta positiva.
—Les pedí que me hicieran un desayuno en base a un libro de recetas que encontré en la biblioteca ayer —me comenta emocionada, regresando a mi lado en la mesa.
—Entiendo, huele muy bien —le confieso, cerrando los ojos e inhalando profundamente la esencia dulce que provenía de la cocina.
—Sí —dice entre risillas—, ¿qué vas a hacer hoy?
—Por ahora nada, en la tarde tenía planeado ir a ver el torneo y de paso a mi hermano —le digo con una sonrisa recordando al sol andante.
—¡Tu hermano! Es cierto —dice alegre—. Ustedes dos se parecen mucho.
—¿Sí? —le inquiero entre risillas—, lo dudo mucho.
—Lo digo en serio, tienen el mismo carácter —me responde con una sonrisa.
—Ento...
El chef junto con sus ayudantes me interrumpieron al sacarme un susto, rápidamente dejaron frente a nosotras nuestros platos y el chef habló.
—Frente a ustedes, desde Gran Bretaña, se encuentran las crepas de trigo sarraceno. Como acompañantes están a su disposición las frutas como: el aguacate, la cereza, ciruela, frambuesa, higo, mango, manzana, melón y pera —nos comenta rápidamente—. Si desean alguna otra cosa estamos a su servicio, princesa y caballero.
Inhalé de nuevo el perfume tan dulce que desprendían las crepas y me derretí en mi asiento. Dabria se rio de mí mientras preparaba su comida y yo la miré.
—¿Qué le estás poniendo? —le inquiero, mirando los colores vivos que tiene en su plato.
—Frambuesas con cerezas y ciruelas.
—Muy lindo tu plato rimador —le digo entre risillas.
Tomé un cuenco pequeño y con la mano le puse los higos, también le puse un poco de mango. Corté unos pedazos y llevé la crepa con un pedazo de cada fruta a mi boca. Mastiqué lentamente, explorando todos los sabores que había y me deshice en mi silla.
—¡Que rico! —exclama Dabria al pasarse su primer bocado.
Yo aún seguía masticando el mío y no lo podía creer, es un manjar.
—Es lo mejor que he probado en toda mi vida, literalmente —comento tragando el alimento.
—¿Quieres probar? —me pregunta, acercándome su tenedor con una porción de crepa que envolvía los frutos que eligió.
Sin dudar me lo comí y analicé sus sabores, en cuanto di en el lugar correcto de mi lengua giré mi cabeza lentamente hacia ella para mirarla perpleja.
—Te dije que estaba rico —me recuerda entre risillas.
Yo me recargué en mi silla y de nuevo me derretí sobre ella, los sabores de todas las frutas estaban en su punto más perfecto y ni hablar de la obra de arte que hacia la mezcla entre ellas y la masa cocida de la crepa. Tragué a duras penas su mezcla y seguí comiendo de la mía, mi profesor estaba en lo correcto, el higo es demasiado bueno.
—¿Qué harías si mis padres entran y te ven usando esos cubiertos para el desayuno? —me inquiere entre risitas.
—Me escondo abajo de la mesa, como lo hice cuando apenas nos habíamos visto unas cuantas veces —le comento, concentrada en mi platillo.
—¿Cuándo fue eso? —me pregunta extrañada.
—¿Qué cosa? —le pregunto de vuelta, ahora si mirándola.
—Esconderte debajo de esta mesa.
—Oh... —Me golpeé internamente por decirle eso y me mordí los labios—. No es importante —le digo regresando mis ojos al plato.
—Dime, dime.
—No fue un buen momento, pasó entre los primeros días y estaba con el rey. Tu padre en ese entonces fue muy... insensible contigo.
—Así es siempre —dice entre risitas sin gracia.
—¿Recuerdas lo que te dije sobre la promesa interna que me hice de ayudarte con eso? —espeto, mirando los higos y pedazos de mango que hay en mi plato.
—Sí, lo recuerdo.
—Lo haré, no importa si yo no tengo padres en estos momentos —le confirmo risueña—. Aprendí mi lección, y me niego a que tú pases por algo parecido.
Me regaló una tierna sonrisa y asintió con la cabeza a mis palabras. Regresé mis ojos al platillo y seguí cortando piezas del tamaño de una mordida.
—Pero si te refieres a que no estoy siguiendo la etiqueta —le digo regresando al tema principal—, no sé. Primero me va a atravesar y después se va a fijar en si cumplí con la etiqueta o no.
—Tienes razón, eso es lo último en lo que se va a fijar —espeta para tomar un puño de frambuesas y hacerlo trizas con su mano.
Miré asustada lo que estaba haciendo y ella disfrutó el proceso, además de mi expresión.
—¿Quieres mermelada? —me inquiere seria, pasando de largo la etiqueta.
Dejo caer su puño en seco con sangre falsa sobre su crepa y las dos nos rompimos de la risa, derramando lágrimas de alegría y golpes sobre la mesa al no poder aguantarnos.
—¡Es que es cierto! A los únicos que les importaría es a ellos quizá —dice señalando el cuadro del rey.
Las dos nos asomamos entre las sillas para mirarlo y Dabria en seguida volteó a verme.
—Perturbador —espeto para que las dos nos echemos a reír de nuevo—. Pero ahora que recuerdo a tu padre, ¿qué te dijo ayer para que estuvieras en la ceremonia de premios?
—¿Ceremonia de premios?
—Sí, la de ayer. Te la pasaste al lado de la reina por lo que no me acerqué, no quería romper nuestra promesa si me equivocaba —le digo sincera.
—Pero... yo no estuve allí, Mavra.
—¿No? —le inquiero extrañada.
—No... ¿estás bien?
—Sí, sí —le digo pensativa—, igual ayer estaba muy cansada... puede que lo haya alucinado todo.
Terminamos de desayunar y yo esperé a la princesa en el comedor mientras ella iba a la cocina a lavarse las manos. Miré las mías, que no estaban tan sucias, e igualmente me colé en la cocina.
Fui directamente a donde se escuchaban más voces y risas, pronto me encontré con una bolita de carne con cabello dorado hablando con el chef y varios de sus ayudantes. Me acerqué y en lo que ella estaba distraída deslicé mis manos al lado de las suyas y también las lavé. Se sorprendió al verme y yo le regalé una sonrisa que ella correspondió para después voltearse y seguir platicando.
Perdí el tiempo tallándome hasta las uñas, la princesa se despidió y por alguna razón siguió con las manos en el agua. Ninguna de las dos dijo nada, yo froté mis manos y miré a todas partes, menos a ella, hasta que sentí un empujón en mis caderas. La miré extrañada y la empujé con mis caderas de forma más sutil.
Ella siguió lavándose las manos, giré mi cabeza para no verla y de nuevo sentí ese empujón pero más fuerte, tan fuerte que logró doblarme las piernas. La observé levantando mis cejas hasta arrugar mi frente y correspondí su empujón brusco con uno más suave.
Giré mi cabeza de nuevo pero esta vez la atrapé en el proceso de empujarme, abrí la boca para decirle algo pero me mandó tan lejos que tuve que agarrarme del mueble para no caerme.
—¡Ey! —le digo divertida.
Me acerqué a ella y salpiqué el agua que aún quedaba en mis manos, las removí en su cara para que las gotas le cayeran a ella y me alejé en cuanto levantó su mano hacia mí para hacerme lo mismo.
—¡Ven para acá! —me alza la voz en cuanto salí corriendo para que no me mojara.
—¡No!
—¡Ven, tú que no te has bañado! —exclama entre risas.
—¿Tan mal me veo? —le inquiero corriendo por mi vida.
—¡Y hueles! —me contesta.
—¡Ey! —le exclamo divertida.
Salimos del comedor, despidiéndome de los guardias con un grito para no detenerme, y corrimos entre los pasillos.
—¡Te voy a atrapar! —me amenaza.
—¡Lo dudo mucho, su alteza!
Nos carcajeamos hasta quedarnos sin aire, atravesando el ala derecha del castillo.
—¿A dónde vamos? —me inquiere en voz alta.
—¿A dónde quieres ir?
—¡A la biblioteca! —dice melódicamente.
En seguida corrí en dirección a la gran biblioteca del castillo, Dabria aún no me alcanzaba y poco a poco se iba quedando atrás por su cansancio. Llegué sin problemas a la entrada, admirando sus puertas gigantes como siempre lo hago. La belleza en ellas es tan irreal, pero de repente se ladearon, torciéndose frente a mí hacia otro lado.
Puse uno de mis pies delante mío para no caerme al piso además de aferrarme a los brazos de la princesa para que ella no caiga tampoco. Escuché su jadeo ahogado y asustado en cuanto se dio cuenta de lo que hizo, yo respiré agitada y con la vista temblorosa.
—¡Mavra! ¡¿Estás bien?! —me inquiere preocupada.
Respiré hondo y me reincorporé lentamente, riéndome en voz baja para hacer que doliera menos.
—Sí, princesa, es el lado derecho no el izquierdo —le digo sonriente.
—Perdóname —dice con lágrimas en los ojos—, lo olvidé por completo.
—Yo también —le confieso con mis risillas normales.
Se despegó de mis costillas lentamente y talló sus ojos con el dorso de su mano.
—¿Usted está bien? —le inquiero, observándola.
—Sí —murmura.
—No se sienta mal, fue un accidente —le digo sonriente.
Ella alzó la vista y yo le tendí mi mano, invitándola a pasar a la biblioteca. La tomó cabizbaja y yo acaricié su cabeza con una sonrisa inmensa por su preocupación. Entramos y quedé estupefacta como la primera vez. Sentí su mirada sobre mí y cuando intenté verla a la cara jaló mi mano para llevarme a un lugar en específico de la tan inmensa biblioteca.
Me trajo a un estante remoto y de él tomó un libro sin dudar, abrió una de sus páginas específicamente y el libro se tambaleó en sus manos.
—Espera, se me va a caer —dice para sentarse en el suelo, usando el estante como apoyo para su espalda.
Yo en seguida me senté sobre mis rodillas frente a ella para observar qué tanto hacía. Sacó de entre las páginas unas hojas y cuando me mostró lo que cada una contenía me mordí los labios.
—¿Por qué las tienes? —le pregunto apenada por mi letra horrible.
—Porque son las primeras cartas que alguien me ha enviado —me dice sonriente.
Me entregó una y yo la miré feo, intenté leer y no pude ni entender mis propias palabras. Alcé la vista y me encontré con otra obra de arte andante, su tierna sonrisa y la forma en la que brillan sus ojos al ver la carta hace que mi pecho se estruja.
—No las veas mucho, niña —le digo con vergüenza, apretando mis dedos sobre la carta que tengo a la mano.
—No la arrugues —me advierte, moviendo solo sus ojos para mirarme.
—Está bien, está bien —le digo con miedo para entregarle la carta ligeramente dañada.
Dejó el libro de lado y siguió viendo las cuatro cartas con mucho cariño, me estiré para alcanzar el libro y lo hojeé.
—¿De qué se trata?
—Botánica —me responde distraída.
—No intentes descifrar ese nuevo lenguaje, Dabria, no vale la pena.
—Sí lo vale —me dice seria.
Estaba a punto de contestarle cuando una hoja se deslizó de entre las páginas del libro.
—Lo siento —dije para recogerla y regresarla a su lugar.
La examiné y ella me miró perpleja, es un dibujo de alguna estructura del patio real.
—¡No puede ser! Qué bello —espeto impresionada por los detalles.
—Gracias.
—De na... ¿Tú lo hiciste? —le inquiero sorprendida.
—Sí, pero aún me falta mucho para que puedan ser realistas.
—Créeme que vas por un muy buen camino —le digo embelesada—, es impresionante.
Intentó quitármela pero yo esquivé su mano, llevando el dibujo a mi pecho.
—Dámelo —me pide con sus mejillas coloradas.
—No, quiero seguir admirando el bonito arte que crearon tus manos —le replico fanfarrona.
—¡Pero no quiero que veas!
—Entonces dame mis cartas —le propongo con una sonrisa ladeada.
—No, me gustan mucho como para que las destruyas.
—¿Más que yo? —le inquiero ofendida.
—Mmm... —Abrí la boca incrédula porque se tomó el tiempo de siguiera pensarlo, iba a contestarle pero agregó—: No, tú me gustas más.
Sin dejar de mirarla y de forma cortante dejé su dibujo en el libro y se lo entregué firmemente, ella se rio por mis ocurrencias y poco a poco el único color sobre su piel fue desapareciendo.
—Tenía sueño pero ya se me quitó —le comento, cubriendo mis orejas con mis manos para disminuir su temperatura.
—¿Sueño? —me inquiere relajada—, podemos ir a dormir, aún es temprano —me propone para levantarse y acomodar su libro en el estante.
Giró sobre sus talones y dio unos pasos hasta quedar frente mío.
—¿Así vas a estar todo el tiempo para mí? —espeta después de un silencio.
—¿Así cómo? —le inquiero mirando sus ojos.
—Por debajo de mí.
—Ay, ¿y eso de dónde viene? —le inquiero por su honestidad.
—No sé, me gusta tener personas a mis pies, supongo.
—Claro... tu doble mentón me lo secreteo antes de que pudieras hablar —le digo burlona para salir corriendo.
—¡Ey! ¡Me retracto, no quiero que apestes mi cama! —me alza la voz, intentando seguirme el paso para no llegar a gritar.
—¡Tú me la ofreciste y yo soy un invitado de honor!
***
—¿Qué te dije, Ansel?
—Ya te lo traje —le digo señalando a Nazaire con un gesto de mi cabeza.
—¿No pudo ser en la mañana? —me pregunta molesto.
—Ey, ey, no es mi culpa que te hayas lucido en la mañana y que ahora estés muy cansado para hacerlo —le replico burlona.
Alzó una de sus cejas incrédulo y soltó un «ja» presumidamente.
—Crío, yo voy a ganar toda la categoría.
—Eso estamos a punto de verlo, mi querido príncipe sin sangre dorada —le digo con la sonrisa más forzada que puedo hacer.
Nos mandó a las gradas y nosotros humildemente fuimos a sentarnos para verlo, el cielo estrellado está tan bonito esta noche que me arrepiento al desperdiciar mi tiempo aquí cuando puedo ir al campo a ver las estrellas con Benedict.
Sonó el cuerno y los arqueros se prepararon, Asmodeo tensó su arco pero enseguida lo dejó para quitarse su camiseta y lanzarla por ahí. El público gritó por su acción y Maël se rio de él, los arqueros estaban listos para la orden y en cuanto les permitieron disparar soltaron sus flechas.
—He de admitir que se ve bien el maldito —espeto, aplaudiendo por su victoria.
—Puedo imaginarlo —me dice Nazaire risueño.
—Sí, sí, pero no hay nada de lo que te estés perdiendo ¿sabes? —me corrijo al instante.
Asmodeo ganó la primera ronda, y la segunda, y la tercera, la cuarta, la quinta... Al final ganó todas las rondas donde participaba, hasta que llegaron a la semifinal.
Cuatro arqueros se alzaban poderosos, menos el presumido, y cuando les dieron la orden para tirar Asmodeo no lo hizo. Lanzó cuando se le dio la gana y para rematar falló.
Abucheé al presumido y en cuanto me buscó entre el público y dio conmigo me callé, miré para otro lado hasta dejar de sentir su mirada asesina sobre mí y Nazaire se rio.
—¿Por qué tan callado? —me inquiere divertido.
—Porque no quiero una flecha atravesándome la cabeza.
Asmodeo falló pero fue el que estuvo más cerca al centro por lo que le entregaron la victoria instantáneamente, yo abrí la boca incrédula por lo que acabo de presenciar.
El presumido me buscó y cuando me halló tensó su arco para lanzarme una flecha invisible, calculé en cuanto iba a impactar contra mí y cuando lo hizo arqueé mi espalda hacia atrás para hacer como si me hubiera atravesado.
Me reincorporé y el mendigo ya estaba celebrando con los otros caballeros, se veía muy incómodo.
—Mañana competiremos contra él —espeta Nazaire—, nos va a eliminar a la primera.
—Tal vez, tiene buena puntería. Si no gana mañana Maël y yo nos vamos a burlar toda la vida por su buena puntería... tradicional. —Hago énfasis burlona en la última palabra para que Maël asienta a mi propuesta.
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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing
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