Capítulo. LIII

Siglo XVII, 1697, 23 de agosto
5:48 P.M.

Los últimos rayos de luz del sol lastimaron mis ojos, mi cabeza me dolía tanto que si en un momento se me caía no me iba a sorprender en lo absoluto.

—¡Ya está despertando! —dice alguien inquieto a lo lejos.

—¡Mavra! ¡Mavra! —Mi nombre se fue alejando, haciendo eco entre las paredes de mi ser, como si quisiera ser olvidado.

Cerré mis ojos y respiré lentamente, intentando recuperarme con ello.

—Eso me hace cosquillas —espeto en un susurro, sintiendo algo en la planta de mis pies.

Moví mis dedos para intentar quitar esa sensación pero persistió, me iba a quejar de nuevo pero algo levantó mis piernas desde mis tobillos. Moví la cabeza de un lado a otro, gruñendo por el dolor, me mecían de un lado a otro pero no fue hasta que doblaron mis rodillas hacia mi torso que me levanté.

—¡Duele como un dem...

Las caras perplejas, incluso las bocas semi abiertas de todos me sorprendieron. Cubrí mis labios cerrados con la palma de mi mano y los observé.

Benedict intentaba no reírse, Asmodeo me miraba raro, Maël solo tenía las cejas hacia arriba, Nazaire no sabía qué estaba pasando, la princesa también estaba mirando a todos nerviosa y mi profesor no podía creer lo que acabo de decir.

—¿Qué ibas a decir, niña? —me pregunta con los ojos entornados, sospechado de mí.

—Que duele como un demente —improviso, cerrando los ojos para tragarme el dolor.

—Sí, claro —dice para que Benedict suelte sus carcajadas.

Asmodeo lo acompañó con unas risitas y la princesa se acercó a mí, la reconozco incluso sin verla.

—¿Estás bien? —me pregunta preocupada.

—Sí, princesa, lo estoy —le respondo, abriendo un poco mis párpados para echarle un vistazo.

Me gusta que se preocupe por mí, me siento especial, incluso suertuda por tenerla. Aunque el precio fue alto creo que ya no me arrepiento tanto, ese rostro tan bonito vale cada gota de mi sangre.

—Bueno, como decía, no parece que tengas la columna rota o algo relacionado con ello. ¿Hay algo que puedas señalar dentro de ti, Mavra? —me inquiere mi profesor.

—No, solo son heridas externas.

—Perfecto, entonces descansa. Cuídenla hasta que pueda liberarme de la bola de descerebrados —les pide mi profesor a todos los que están en la enfermería.

Antes de salir por la puerta miró a Dabria, quien estaba casi encima de mí, y yo lo observé a él. Su semblante cambió en seguida, a uno más turbio y sombrío, para salir del cuarto.

—¿Qué te duele? —me pregunta la princesa.

—Mi costado —le digo quejosa.

Rodé de lado en la camilla y en una esquina miré mi armadura arrumbada, me alegré de que no tuviera algún daño muy notorio pero grité poco después al sentir unas manos en mis costillas.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa? —me inquiere asustada.

—Nada —le digo entre risillas, mordiendo la carne de mis mejillas por adentro para no llorar—, me duele.

Levantó mi camiseta y todos jadearon del susto y sorpresa.

—No me digan, no quiero saber —les advierto antes de que alguien abra la boca.

—No es tan malo, para mañana te recuperas —espeta Asmodeo—, y si me permiten yo me voy.

Se fue casi corriendo, mientras que Nazaire tomaba asiento en una silla y Maël se paraba a su lado fielmente. Benedict se acercó a mí y se agachó frente mi rostro.

—Lo hiciste muy bien, Mavra —me dice, tomándome de la mano, con una voz temblorosa y con lágrimas en los ojos.

—No llores, Bene, estoy bien —le susurro, apretando su mano con la mía.

—Te voy a vendar —espeta Dabria detrás de mí.

—Está bien —le respondí, sin apartar mis ojos de mi hermano.

—No sabes qué tan asustado estaba —me confiesa derramando lágrimas por mí.

—Lo siento —le digo cálidamente—, pero tenía que corresponderle de alguna forma a mi queridísimo compañero de pista.

Los hermanos se rieron y Benedict solo asintió con una media sonrisa en el rostro.

—En realidad te están esperando, Mavra —me comenta Nazaire.

—¿Quiénes? —le inquiero, dirigiendo mi mirada hacia él.

—Todos —me dice sonriente—. Tú ganaste la categoría de carrera con armadura y Asmodeo la categoría de carrera larga o más bien por aguante.

Suspiré por el recuerdo y me reí un poco por lo apurado que estaba el presumido en irse, apreté la mano de Benedict y le regalé una inmensa sonrisa.

—Llévale el trofeo que me van a dar a mamá y a papá —le digo alegre.

Él asintió a mi petición y se rio conmigo; Dabria me pidió que me sentara y con ayuda de mi hermano y mis fuertes quejidos lo logré.

—Mi tío ya te puso algo en las heridas, solo te voy a vendar para que el medicamento no se te quite —me comenta concentrada.

Levanté mi camiseta y le pedí a Benedict que me ayudara a sacar mis brazos, me tragué muchos gritos y muchos quejidos en el proceso.

—¿Me ayudas sosteniendo la punta? —le pide gentilmente Dabria.

—Sí, sí, su alteza —dice tartamudeando.

Levanté mi camiseta hasta dejarla en mi cuello como una bufanda y Benedict casi se cae en su lugar.

—¡¿Qué haces?! —me pregunta nervioso y sorprendido, poniendo sus manos frente a mi pecho para cubrirme pero sin llegar a tocarme.

—¿Que?

—¡¿Por qué te descubres así como así?!

—¿Qué tiene? —le inquiero extrañada.

—¡No, Mavra! —exclama avergonzado.

—Está bien, está bien —le digo entre risillas.

Bajé lo que sobraba de la camiseta frente a mi pecho para cubrirlo y él suspiró de alivio. Ayudó a Dabria a vendarme y cuando ya casi se acababan la venda comencé a quejarme.

—¿Está muy apretada? —me inquiere la princesa, a nada de terminar.

—No, está bien —le respondo aguantando mi respiración para contener el dolor, las manchas verdosas y moradas se ocultaron detrás de la tela suave de las vendas hasta ya no verse más.

—Bueno, ya está listo —me dice, haciendo un nudo al final para que no se suelte.

Benedict me ayudó de nuevo a ponerme la camiseta, su rostro rojo me sacó unas cuantas risas y él apenado me reprochaba.

—Dabria, muchas gracias pero creo que deberías de apurarte. Puede que te estén buscando, igualmente te tienes que ir ahora para que no coincidamos en los tiempos de llegada... yo iré después —le pido con una sonrisa, cerrando mis ojos por unos segundos para recuperar el aliento.

—Te daría un abrazo pero no quiero lastimarte —me dice preocupada, poniéndose ansiosa y sintiéndose abrumada por no saber qué hacer.

—Puedes decirme lo que sientes —le digo comprensiva.

—Son muchas cosas.

La miré preocupada, pero no con una preocupación grande y muy viva, sino con un sentimiento de malestar por no saber como ayudarla.

—Puede usar otro tipo de contacto, princesa —espeta mi hermano cálidamente—, a veces un abrazo puede no ser suficiente.

Lo miró con ojos brillantes, como si hubiera obtenido de él la respuesta a una de sus dudas más importantes.

Se acercó a mí con un paso dudoso, le pidió a Benedict el lugar y él amablemente se hizo a un lado. Se paró entre mis piernas y cuando alzó su cabeza supe que quería alcanzarme por lo que me agaché lentamente hasta que ella pudiera darme un beso en la frente. Podría verse como un beso corto pero para mí y para ella fue uno de los más duraderos que me ha dado, tanto que fue capaz de trasmitirme todo lo que quería decir.

Juntó nuestras frentes antes de que pudiera reincorporarme y en un susurro me pidió que tuviera cuidado, yo le pedí lo mismo y se fue junto con los hermanos.

—¿Ustedes dos qué...

Negué con la cabeza y me recosté con cuidado sobre la camilla.

—No hay ese tipo de relación aún, es solo que ella no sabe como expresarse adecuadamente —le respondo intentando pensar en ella realmente como parte de mi familia.

—Oh... Tiene sentido.

—Sí... no sé cómo enseñarle o cómo mostrarle los límites de cada una.

—Eso no te corresponde a ti, Mavra. —Se sentó al filo de la camilla y miró el ventanal.

—Lo sé, pero nadie más está dispuesto a enseñarle. Ni siquiera los reyes.

Giró su cabeza hacia mí en cuanto mencioné a sus padres y frunció el ceño.

—No son lo que aparentan ser, Bene. Tú y yo tuvimos una mejor infancia —le confieso entristecida por ella.

—No es de extrañar pero sí me sorprende un poco —me dice en un suspiro—. Tú no puedes hacer mucho, porque si intervienes puede y haya muchos malentendidos. Es mejor si solo le muestras los límites y nada más.

—Sí... eso pensé, pero quiero ir mucho más allá porque ella... No lo sé, no es que sea ingenua pero sí una presa fácil que en cualquier momento alguien podría aprovecharse de.

—Entiendo tu punto pero eso no te corresponde, Mavra... —Se rio unos segundos y después suspiró.

—¿Que? —le pregunto sonriente.

—No sé como terminamos así... Dentro del castillo, tú junto a la princesa, yo como alguien indeciso sobre lo que quiere hacer... O simplemente existiendo.

—Eso ya es muy profundo, ¿no?

—Sí —me dice entre risitas—. Ni siquiera tiene sentido.

Los dos nos reímos un rato más hasta que el sol comenzó a ocultar su cuerpo gigantesco. Benedict me ayudó a caminar, fuimos al ala izquierda del castillo y desde ahí seguimos el sonido para llegar hasta un salón.

—Dijeron que no servía de nada hacer la versión nocturna de las categorías porque sería lo mismo, además de que no había muchos soldados como para que fuera interesante —me explica mientras caminamos entre los pasillos inmensos del castillo.

—Entiendo, entonces no debí de elegir las carreras para que fueran los juegos de apertura —le digo un tanto arrepentida por mi decisión.

—¿Tú elegiste? —me pregunta sorprendido.

—Sí, el profesor me lo permitió.

—Él es un buen hombre, ¿no? —me inquiere, acomodando mi brazo sobre sus hombros para no resbalarme.

—Lo es —le digo en un quejido—, si pudiera elegir como ser en un futuro sería como él.

—No me sorprende, los dos se ve que tienen corazones nobles —me comenta sonriente.

Llegamos exactamente frente al salón de la fiesta. Sus puertas gigantes me dijeron que no era un salón pequeño por lo que no me sorprendió.

La habitación se desbordaba de tantos hombres que contenía dentro, varios de los que estaban afuera hablando se dieron cuenta de nuestra presencia y en seguida comenzaron a felicitarme. Me abrieron el paso hasta el centro para encontrarme con un comedor inmenso, mucho más largo que el del rey, fácilmente se sentaban allí más de setenta personas.

Todos se dividían en pequeños grupos, mientras la realeza estaba rodeada de subordinados importantes otros celebraban a Asmodeo y a los que casi ganaban el primer lugar. Rápidamente se hizo un nuevo grupo, el mío.

—¡Niño, estuviste muy bien! —me dice un hombre que desconozco.

—¡¡Pusiste a dormir al grandote!! —espeta otro para que todos se echaran a reír.

Pensé en aquel hombre y me sentí mal, emocionalmente, le debo una disculpa por haberlo golpeado de esa forma.

La noche estuvo llena de cumplidos y risas por mi participación en la carrera, hicieron la fiesta de apertura antes por lo que el rey, quien nos pedía nuestra atención, dará los premios justo ahora.

—Agradezco la presencia de todos y cada uno de ustedes. Hemos estado esperando estos juegos ansiosamente y el día de hoy les dimos una buena bienvenida, pero los siguientes juegos serán más memorables y aún mejores —comienza firme—. Hoy llamo a Sir Asmodeo Giordano y a Sir Ansel Domènech para entregarles su tan merecido premio por destacar dentro de estos dos primeros juegos, por favor pasen al frente.

Asmodeo sin dudar casi y hasta corrió al frente, yo caminé lento junto a Benedict. Asmodeo ya estaba arrodillado frente al rey cuando Benedict se detuvo y me soltó.

—Ve —me dice en un susurro no muy feliz.

Cojeé hasta donde estaba Asmodeo y me arrodillé igualmente, aguantando el dolor y reprimiendo mi forma de expresarlo.

—Hoy ustedes, hijos míos, han traído orgullo a sus nombres pues han demostrado que nuestra sangre vreoneana es capaz de ir aún más allá de lo que muchos pensarían. Hoy les entrego esto como un reconocimiento por su participación y destreza, además de su esfuerzo.

El profesor se acercó a nosotros con dos trofeos de oro con otros minerales incrustados en sus manos. A mí me entregó el trofeo de una armadura completa de pie y a Asmodeo un corredor en movimiento, nos felicitó y nosotros nos reverenciamos solo con el torso.

—Disfruten de su fiesta y ¡sean todos bienvenidos a este nuevo torneo!

Todos y cada uno de los hombres gritaron emocionados, festejaron y brindaron toda la noche. Asmodeo realmente lo disfrutó mientras que yo solo quería irme a descansar.

Benedict se mantuvo a mi lado todo el tiempo, incluso a veces respondía por mí pues yo ya no era capaz de hacerlo. Por el rabillo del ojo, no muy lejos, vi un vestido despampanante. La princesa a pesar de siempre estar al lado de la reina nunca despegó sus ojos de mí.

Suspiré, esperando que nadie se diera cuenta e implorando que el rey haya hecho algo a mis espaldas para que la princesa pudiera estar aquí libremente y que ella no se haya colado solo por mí.

—Vámonos —le pedí a Benedict en un murmullo.

Él se despidió por mí, lo guíe hasta el cuarto donde duermo y me tiré en la cama para ya no volver a despertar.

Siglo XVII, 1697, 24 de agosto
7:09 A.M.

—¡Niños! ¡Niños!

Me levanté aturdida, intenté abrir los ojos pero no podía. Suspiré con la boca cerrada y respiré profundo.

—Mavra, Benedict, ya nos tenemos que ir —me habla una voz familiar.

Desperté adolorida, lentamente me ayudaron a sentarme en la cama y a un costado vi a Benedict recargado y dormido.

—Bene —le susurro acariciando su cabeza.

—Veinte minutos más —pide cansado.

—No, Benedict —habla mi profesor en voz baja—, nos están esperando.

Con eso se levantó estrepitosamente, yo me reí y mi profesor me acompañó. Me ayudó a levantarme y los dos me ayudaron a cambiarme.

—Lo siento tanto, me quedé dormido —dice mi hermano apenado, mientras abrocha los botones de los zapatos que me regaló mi profesor.

—No, no, es mi culpa por dejarlos solos.

Terminaron de alistarme y Benedict suspiró apenado. Mi profesor me cargó entre sus brazos y salimos de la habitación.

—Ven, Benedict, puedes apoyarte de mi brazo. Ya vi que todavía estás dormido, pequeño —le dice mi profesor cálidamente y entre risillas.

Hizo lo que le dijo y se aferró de su antebrazo para bostezar después. Caminamos rápido, yo me tallé los ojos y también bostecé.

—Me van a hacer bostezar a mí también —dice mi profesor con una sonrisa—. ¿Cómo te sientes, Mavra?

—Estoy bien, me duele un poco pero nada de otro mundo —le respondo dormida.

—Perdón por despertarlos así, pero no los puedo perder de vista.

Salimos del castillo y un carruaje ya nos esperaba. Mi profesor le pidió a Bene que subiera primero y él simplemente lo hizo, nosotros le seguimos el paso y mientras nos acomodábamos el carruaje ya estaba caminando.

Yo me quedé sentada al lado de mi profesor mientras que Benedict ocupaba todo el espacio del asiento contrario, se quedó dormido y yo me reí de él.

—Déjalo, debió de quedarse toda la noche cuidándote para que no te lastimaras más —habla mi profesor tiernamente, observando a mi hermano con una sonrisa en el rostro.

—No lo dudo —le digo cabeceando por el cansancio.

Con su mano acarició mi cabeza y lentamente la apoyó en su hombro, quitó suavemente el cabello que tenía en el rostro y me pidió que también durmiera. Aunque el camino no es tan largo logré tan siquiera dormir unos minutos más.

—Mavra —me llama una voz lejana.

Esta vez abrí los ojos a la primera, mi profesor lentamente me reincorporó en mi lugar y se levantó con cuidado.

—¿Él se puede quedar aquí? —le pregunto, viendo por la apertura de mis párpados lo cómodo que se ve Benedict acostado.

—Sí, el carruaje se va a quedar aquí cerca.

—Entiendo. —Me levanté tambaleante y salí del carruaje con ayuda del profesor.

Entramos al coliseo y nos dirigimos a otra parte que desconozco, subimos por unas escaleras y me encontré frente a la tarima de la realeza. Mi profesor me dio la mano y me guío hasta unos lugares no muy lejos de la tarima, todos gritaron eufóricos al ver que estaba presente y continuaron con los juegos.

Dieciséis divisiones circulares fueron hechas dentro de la arena, acomodadas perfectamente para brindar el espacio necesario para cada enfrentamiento.

—La mitad es de esgrima y la otra de espadas de todo tipo —me comenta mi profesor al verme perdida.

—Ya entiendo.

Busqué a los hermanos y en una esquina divisé a Nazaire, él estaba en la categoría de esgrima mientras que no muy lejos vi a Maël con una espada grande en las manos. Mientras que Nazaire portaba prendas simples y pegadas a su cuerpo su hermano cargaba su armadura y espada pesada.

—Creo que ya pasó la primera eliminatoria, no veo a muchos caballeros esperando su turno —espeta mi profesor.

—Entiendo.

Los dos permanecimos quietos entre los gritos y ánimos del público. Nazaire no tardó mucho en ganar, sus movimientos eran tan precisos y eso de alguna forma le daba un toque de belleza único. Aplaudí y grité cuando alzó su mano y el contrincante se retiró de la arena.

Quedaban treinta y un caballeros jugando; rápidamente fueron saliendo los perdedores para poder continuar con el torneo. Maël aún seguía atorado con aquel caballero que le doblaba la estatura, su hermano estaba arrasando con todos y cada uno de los participantes que entraban con él. A Maël le estaba costando trabajo, incluso podría decir que se estaba cansando.

—¡Mira, Mavra! —me dice mi profesor encantado.

Miré a donde estaba apuntando con su mano y vi como un jugador se rendía ante Nazaire, hizo una reverencia como despedida y Nazaire mantuvo su guardia alta hasta que le dijeron que se rindió. Apenado se disculpó con el soldado por no poder observar lo que estaba haciendo, o eso es lo que yo interpreté por lo que estaba viendo.

—Nazaire pronto va a acabar con todos —dice entre risillas.

Y tenía razón, poco a poco pasaron más de treinta soldados con él y con ninguno se apiadó, Nazaire iba por esa victoria. Por otro lado, Maël también no pensaba rendirse, pudo quedarse atorado con uno que otro caballero pero eso no le impedía ir por la victoria.

El sol avanzó y cuando menos lo pensamos los hermanos Borbone fueron los únicos en pie. Nazaire con elegancia y Maël con su perseverancia derrotaron a casi cien soldados en un torneo tan aclamado.

En cuanto los nombraron ganadores los dos se unieron en un abrazo cálido y lleno de amor. El público sintió ternura por ellos y celebraron el doble su victoria. Yo ya estaba de pie, junto a mi profesor, aplaudiendo y gritando sus nombres, olvidándome del dolor que alguna vez sintió mi cuerpo.

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