Capítulo. LII

Siglo XVII, 1697, 23 de agosto
4:17 A.M.

El cuartel y la fortaleza, que se extendió más allá del territorio del castillo, son un desastre. Había tanto ruido que ni a gritos podía hablar con mis compañeros, los juegos comienzan a las siete de la mañana pero tenemos que estar preparados desde estos momentos.

—Permítanme en lo que entrego todo esto, sus armaduras están atrás —nos dice Benedict, cargando miles de cosas entre sus brazos, asomando los ojos entre un espacio para mirarnos.

—¿En qué te ayudamos? —le pregunto determinada en ayudarle.

—Emm, no sé... —dice indeciso y estresado, torciendo su cuello por lo abrumador que es.

—Te ayudaremos a sacar las cosas para que las tengas al frente, todo está bajo el nombre de cada soldado ¿no? Nazaire y Maël pedirán nombres, yo y Asmodeo ayudamos a sacar y tú y el herrero entregan —le propongo decidida.

Me miró con sus ojos brillantes, llenos de esperanza y cariño, me regaló una sonrisa y accedió.

—Vamos, jóvenes, que no hay tiempo qué perder —los mando.

Asmodeo y yo nos perdimos detrás de la cortina para encontrarnos con pilas organizadas de armas y armaduras.

—Si que son trabajadores, eh —espeta impresionado.

—Claro que lo son, mi hermano así es por naturaleza.

Arrastramos los barriles para llenarlos con espadas, lanzas, arcos y un montón de armas más. Todos están divinos y lo malo es que serán repartidos al azar por lo que no aseguramos su regreso.

Asmodeo se los llevó y yo organicé las armaduras sobre las mesas y el piso para que solo las recojamos y las entreguemos en frente.

—Anda tú, que bueno que viniste, pequeña —espeta Benedict detrás de mí.

Analizó todas las armaduras y cuando clavó la mirada en una que estaba en la mesa no dude en levantarme y entregársela.

—Gracias —me dice cuando nuestros brazos se rozaron al entregarle la armadura.

—No hay de qué —le respondo correspondiendo su tierna sonrisa.

Me lanzó un beso y yo hice como si me lo comiera en respuesta, se rio y se fue. En seguida Asmodeo entró con la respiración agitada y me preguntó que qué hacía.

—Ayúdame a ordenarlas, así si las piden solamente agarramos sus partes y se las aventamos —le respondo concentrada.

—Me gusta la última parte de tu idea.

—Lo sé —le digo entre risillas.

Mientras él buscaba los pares por medio de los patrones que Benedict talló en las armaduras yo llenaba el suelo con una tela para que no se rasparan o ensuciaran.

—Tu hermano tiene buena mano —espeta acomodando las armaduras.

—La mejor que he visto en mis años de vida —le digo sonriente.

—Pero solo es un aprendiz aún ¿no?

—Sí —le respondo cargando varias armaduras.

—Cuando se haga herrero hay que raptarlo, va a servir de mucho en las guerr...

—No —lo interrumpo en seco—, él no se va a relacionar con eso. Nunca se lo voy a permitir.

—¿De qué hablas? —me inquiere extrañado pero molesto al mismo tiempo—. ¿Sabes de lo que ese crío es capaz?

—Sí y por eso no lo voy a dejar en el matadero, ni si quiera sabrá en él. Forjará para el cuartel y hasta ahí va a llegar, no irá más allá de Diamant o Maragda nunca.

—Claro que lo hará —me replica.

—No lo hará aunque así lo quieras, Asmodeo.

—¿Aun cuando es la realidad? —me contesta burlón.

—¿Crees que todo es como t...?

—Deja de lado esa mentalidad, Mavra, no la construyas de esa manera. Piensa en lo que él podría querer, independientemente de mí.... Sabes que la probabilidad de que lo haga es alta, así que no te bloquees tú sola de esa forma —me recalca serio.

—¡No es tu decisión! —le grito molesta.

—¡Tampoco la tuya!

Me miró con el ceño fruncido pero los ojos perplejos de Benedict me sorprendieron más.

—¿Por qué están peleando? —nos inquiere preocupado.

—Cállate —le ordeno a Asmodeo en cuanto volteo a verlo para responderle—, sigue acomodando las cosas. ¿Qué necesitan, Bene?

—Necesito llevarme estas cuatro, ya están los caballeros afuera —me dice señalando las armaduras.

Los tres tomamos las partes de las armaduras sin decir nada y Benedict se las entregó a los soldados en cuanto nos paramos afuera. Uno que otro lo miró raro porque se topaban con alguno de los patrones decorativos, pero en cuanto hacían eso Asmodeo y yo nos interponíamos.

Pasó el tiempo rápido, me di cuenta porque poco a poco la horda de caballeros se hacía pequeña y menos ruidosa. El herrero estaba cansado y le dijimos que nos podía dejar el trabajo, Benedict siguió estresado hasta que nuestras armaduras fueron las últimas en el lugar.

—Bueno, ya fue todo. Pónganselas y váyanse, creo que pronto será hora —nos comenta anonado, guardando varias herramientas en el cofre gigante.

Le hicimos caso, en ningún momento vi a Asmodeo a los ojos porque si lo hacía sabía que lo iba a golpear, los hermanos estaban muy relajados y los aires victoriosos del presumido me sofocaban.

Me acerqué a Benedict con la armadura puesta y lo abracé.

—Eres un artista, Bene, lo hiciste increíble —le digo apretándolo contra mí.

—Y tú un gran modelo —me responde destensándose.

Suspiró sobre mi hombro y yo le di unas palmadas en la espalda para tranquilizarlo.

—Ten muchísimo cuidado, por favor, y ríndete si ya no puedes hacer nada más. Papá y mamá nunca me perdonarían si algo te pasa mientras yo esté aquí —me comenta entre risitas tristes.

—Lo tendré, tú ten cuidado de Asmodeo por si te roba o algo así —bromeo con tal de sacarle una risa.

—Así será, pequeña —me dice entre risillas—. Suerte, ¡tú puedes! —me anima con una sonrisa.

—¡Claro que puedo! —le respondo carismática.

—Cuídenla por mí... por favor —les pide sincero a los hermanos y Asmodeo, viéndolos desde la entrada como verdaderos caballeros.

—Lo haremos, muchas gracias por todo —dice Nazaire.

Maël asintió a sus palabras e hizo una corta reverencia, me despedí de mi hermano con un abrazo más apretado por si era la última vez que nos veíamos y me fui.

—Nos dirán ahí mismo qué juegos serán los de apertura, esos mismos son los que se harán por la noche —espeta Asmodeo mientras nos dirigimos al cuartel.

Caminamos con pasos pesados, aunque cada uno tuviera sus zapatos Benedict se tomó el tiempo de hacernos a todos unos escarpes y viéndolo todo ahora no hay forma en la que podamos agradecerle la dedicación y tiempo invertido en cada una de ellas.

Los gritos se hacían más claros y cuando atravesamos la primera pared de la entrada nos dimos cuenta que no íbamos a entrar al cuadrilátero, apenas y podíamos ver más allá del pasillo.

—¿Qué pasa? —pregunta Nazaire alarmado.

—¿Qué está sucediendo? —le inquiere Asmodeo a un soldado que tenía enfrente de él.

Lo miró como si fuera un alienígena y se giró en su lugar para seguir gritando como un loco.

—¡¿Serás animal?! —le grito al caballero.

Frunció el ceño en cuanto me escuchó y me miró furioso.

—Te están preguntando algo interesante —le grito sarcástica.

Se abrió paso entre los hombres, dejando a Asmodeo de lado, para llegar hasta a mí y tomarme por el filo donde terminaba mi pechera. Me jaló hacia él para que nuestras caras casi chocaran pero la palmada de una mano sobre su espalda cubierta nos sorprendió a los dos.

—¿Piensas besarla? —le pregunta mi profesor con una cara seria pero capaz de asesinar si así quisiera.

—Capitán general —espeta tartamudeando mientras se inclina, casi arrodillándose, para saludarlo.

Poco a poco los demás se dieron cuenta, inclinándose sobre sus piernas para demostrarle el respeto que le tienen.

—¿Tú qué estás haciendo aquí, Mavra? —me inquiere inexpresivo, como si fuera una persona diferente.

No pude hablar, no sé si por los nervios o por el miedo que sentía por como iba a reaccionar si le decía todo aquí. Miró al frente y caminó, me empujó con su mano hacia enfrente para avanzar con él y así lo hice, abriéndose paso entre todos los hombres que se encontraban aquí.

A medida que avanzábamos la ola en vez de escalar hacia arriba se hundía para quedarse quieta hasta que el profesor le diera la espalda, resurgían de nuevo poderosas las corrientes en cuanto salían de su vista para regresar a su nivel normal.

—Capitán general —lo saluda el coronel con una corta reverencia una vez que llegamos al centro.

El cuadrilátero estaba lleno, incluso este mar se desbordaba de tantos minerales y cuerpos corpulentos que tenía dentro.

Sacó de uno de los bolsillos de su traje lujoso un reloj en un estado deplorable, lo miró y suspiró. Mientras hablaba con el coronel yo solo pude observar mi entorno, estaba rodeada de un muro vigoroso agitado y emocionado, ningún caballero despegó los ojos de los hombres que formaban el pico de este ejército.

—Aquí hay casi trescientos caballeros, calculamos unos cuatro o tal vez cinco días para el torneo —comenta un subordinado.

—Elija usted qué juegos deberían de abrir las puertas el día de hoy, capitán general, todos están preparados para lo que sea —habla el coronel.

El profesor me tendió la mano, poniéndola enfrente de mí para no pasarla por alto, y yo la tomé. Alcé la vista y él ya tenía esa mirada tan cariñosa sobre mí, me regaló una sonrisa y se agachó. Todos jadearon e hicieron una reverencia, la ola invertida se extendió hasta llegar a la entrada del cuartel, nadie más que los hombres más importantes de mantuvieron de pie mientras mi profesor estaba agachado por mí.

—¿Qué juegos quieres que sean los primeros, Mavra? —me pregunta en voz baja, como si quisiera que nuestra conversación fuera íntima.

—No sé —le digo tartamudeando, sintiéndome presionada.

—Está bien, está bien —dice entre risillas—. No tiene que ser uno en donde participes, puede ser el que quieras.

—Pero tiene que elegir usted, profesor... digo, capitán general —me corrijo apenada y asustada.

Miré al coronel detrás de él, su mirada provocó que miles de escalofríos recorrieran mi cuerpo pero la mano del profesor sobre mi rostro hizo que me olvidara de ello. Nuestros ojos se encontraron y en ellos vi a la princesa, su recuerdo me alentó, el calor de mi profesor me llenó de coraje y su sonrisa me dijo: «Todo está bien».

—Las carreras, profesor —le respondo más tranquila, recargando mi cabeza sobre su mano para no olvidar nunca su tacto.

—¿Las carreras? —me cuestiona.

—Sí, véame ganar —le digo con una sonrisa grande.

Se carcajeó y se reincorporó, los segundos que parecieron eternos para todos se terminaron para nosotros dos. Se levantaron de su lugar, imponentes de poder, y escucharon a mi capitán.

—Las carreras serán —le dice risueño al coronel.

—¿Las carreras? —le pregunta dudoso.

—Sí, fue petición de alguien especial. Tú podrás entenderlo —le responde, apretando mi mano a la par que pone la otra sobre su hombro.

—¡¡Prepárense todos los de las categorías de carreras!! —grita en una sola voz, firme y mandona— ¡¡Los demás se quedan aquí!!

Escuché a varios quejarse en voz baja, pero no de forma clara porque mi profesor ya me estaba arrastrando hacia fuera del cuartel. Mientras corríamos todos los que estaban a nuestro alrededor no sabían si inclinarse o no, dudaron en si lo valía y cuando giré mi cabeza para mirar atrás pude ver a cientos de soldados reverenciados solo por mi profesor.

Esa escena cautivó más allá de mis ojos, incluso pudo tocar una parte de mi corazón. ¿Cuánta admiración o respeto tiene que haber para lograr esto?

—¿Y esa armadura tan bonita? —me inquiere entre risas, en estos momentos mi profesor es más deslumbrante que el mismo sol saliendo por el horizonte.

Nos detuvimos lejos de todo, lejos del mundo entero. Frente al muro divisor tomó asiento y me invitó a hacerlo también, lo miré raro y él me regaló una tierna sonrisa.

Torpemente me senté con la armadura puesta y él se rio de mí.

—Oiga, no se ría... Es complicado —agrego lo último apenada.

—Lo sé, yo también estuve allí —enfatiza entre risas.

Miré su traje azulado lleno de medallas por doquier, su vestimenta era realmente elegante y le quedaba muy bien.

—¡Cortó su cabello! —exclamo sorprendida al verlo bien.

—¿Apenas te diste cuenta, pequeña Mavra? —me inquiere divertido.

Pasé mi mano, inconscientemente, por la parte de su nuca que es donde está más corto. Admiré su nueva imagen y me reí por el cambio repentino.

—¿Te gusta?, siento que no se ve muy bien... Solo lo hice para verme más presentable —me confiesa dudoso.

—¡Se ve muy bien! —le aclaro.

—¿Y tú?, no puedo negar que te ves muy linda en esa pequeña armadura pero al final sigue siendo una armadura —señala un tanto disgustado.

—No haré nada riesgoso —le aclaro, pero recordé las justas y cambié de opinión—, tal vez, sinceramente no le prometo nada.

Se carcajeó por mi respuesta y suspiró, miró más allá del cuartel y la fortaleza para pensar profundamente.

—Se ve más feliz —pienso en voz alta.

—¿Sí? —me pregunta sin mirarme.

Me mordí los labios por hablar, me recargué avergonzada sobre la pared y miré lo que él estaba mirando.

—Desde tu llegada... ya sabes, cambiaron muchas cosas. Últimamente han cambiado para bien, y pronto serán excelentes —me confiesa risueño—. Te conseguí un pase para salir más de siete días del castillo.

—¡¿En serio?! —le pregunto emocional.

—Sí, pequeña, ¡lo logramos!

Los dos nos unimos en un abrazo sentimental, yo sollocé sobre su hombro por el simple pensamiento de ver a mi familia completa de nuevo y él me acompañó en silencio.

—Muchas gracias, profesor —le susurro con la voz quebrada.

—No me tienes qué agradecer, Mavra... ¿Sabes algo? Yo siempre voy a querer lo mejor para ti, no importa qué.

Lo apreté contra mí y sollocé más fuerte.

—¡Ay! Me rompes en dos —exclama adolorido.

—Lo siento —le digo entre risas para soltarlo.

Me atrajo hacia él de nuevo y me dio un segundo abrazo mientras yo lo aceptaba llena de gratitud.

—Poco a poco iremos mejorando esto, ¿sí? Todo va a estar bien.

—No tengo duda acerca de ello, profesor.

—¿En qué categoría vas a competir hoy? —me inquiere, alejándose lentamente de mí.

—En la carrera con armaduras, creo que en otra más porque Asmodeo se va a hacer cargo de las carreras largas —le comento pensativa.

—¿Hacer cargo? —dice entre risas—. Ustedes sí que piensan ir solo por los premios.

—¿Hay premios? —le inquiero emocionada.

—¡Claro!, pero no son para ustedes.

—¿Por qué no? —le pregunto haciendo una mueca como si fuera a llorar.

—Porque es para personas mayores, aunque el trofeo si se lo pueden quedar. Solo va a haber un ganador por categoría, en total van a ser nueve y esos nueve van a subir de rango en el ejército además de que van a recibir como premios fiestas y celebraciones por parte del castillo —me explica, moviendo las manos a la par de hablar.

—¿El trofeo cómo es? —le inquiero.

—Tú me lo enseñarás cuando ganes, ¿no? —me dice divertido.

—Tiene razón, yo lo veré con mis propios ojos —concuerdo con él entre risillas.

Se levantó de su lugar y me tendió la mano, regalándome una inmensa sonrisa tan refulgente como la plata.

—Vamos, se nos hace tarde.

La cola de su saco se columpió junto al viento mientras corríamos, nos carcajeamos en el camino y por cada soldado que nos miraba extrañado recibíamos una corta reverencia.

Había un carruaje muy lujoso esperando en el camino que iba directo al cuartel.

—¿Te ayudo? —me pregunta divertido, al ver que mi armadura me complica varias cosas.

—No, muchas gracias... Pero, profesor, ¿está bien que me vaya dejándolos atrás? —le inquiero desde adentro del carruaje, pensando en mis compañeros.

—Sí, ya están preparando sus transportes. Solo vendrán los que compiten por lo que irán casi detrás de nosotros —me comenta, subiéndose y cerrando la pequeña puerta detrás de él.

El interior es acogedor pero la mirada de mi profesor lo es aún más, me hace sentir a salvo, como si no hubiera absolutamente nada de qué preocuparse.

***

Todos ya estaban en posición, Asmodeo se fue a otra sección del coliseo porque ellos entran por otra parte, y el nerviosismo no me quería dejar ir. Revisaron muchas veces mi armadura, porque además de ser muy pequeña me veía muy sospechosa, pero bastaba con decir mi nombre para responder todas sus dudas.

Muchos me miraban raro, como si fuera un insecto, como uno de los escarabajos del rey.

Me espanté en cuanto las puertas se abrieron, gritos eufóricos y porras se escucharon a lo lejos. Los caballeros con armaduras relucientes trotaron a la arena, yo me colé en medio del grupo para no quedarme atrás, entre codazos y pisadas pude mezclarme correctamente. Nos detuvieron en la entrada de forma estricta y seca.

—¡Las reglas son simples! —nos dice un subordinado a gritos para que podamos escucharlo—, ¡no pueden quitarse la armadura en ningún momento y el último hombre en pie gana! ¿Entendido?

—¡Sí, señor! —gritaron todos al unísono con afán.

A lo lejos vi a los demás grupos, Asmodeo iba a correr dándole vueltas a la arena completa mientras que nosotros junto con otro grupo íbamos a correr justo por la mitad del terreno. Nos separaba de todo una soga delgada que no podíamos traspasar, al centro como división nos pusieron una barrera más pequeña que en las justas; todo se veía muy ordenado pero dudo mucho que termine igual de limpio.

Todos nos posicionamos, a mí me empujaron hasta atrás entre golpes e insultos pero no me desanimé. Miré a lo lejos al grupo de Asmodeo pero no lo encontré a él, no sé exactamente como funcione su juego pero no creo que sea fácil.

Un silencio reinó dentro de la arena y fuera de esta, está tan tenso el ambiente que la armadura me empezó a pesar.

—¡¿Listos?! —grita una voz familiar.

Todos se tensaron, miré como rápidamente las armaduras refulgieron bajo el sol, preparándose para lo que sea que venga.

Sonó un cuerno y temblé, en seguida todos los que estaban delante de mí corrieron. Los seguí sin despegarme, la cabeza del grupo era un hombre grande y ni hablar de lo rápido que va.

Llegamos hasta el otro extremo del coliseo y dimos la vuelta como una manada de corderos guiados. El brillo de las armaduras me llegó a lastimar los ojos pero no tanto como para detenerme.

La primera vuelta pasó y cuando iba a terminar la segunda delante de mis ojos quedó mi profesor, se veía tan preocupado que nunca pensé verlo de esa forma. Tenía su mano frente a su boca, como si estuviera comiéndose las uñas, y se veía muy inquieto. No muy lejos de él encontré a la princesa sentada al costado del rey y al otro la reina, justo en el centro del coliseo. Mientras la niña me buscaba con la mirada el rey se veía aburrido y la reina distraída por otras cosas.

Intenté buscar a Benedict o a los hermanos pero no los encontré, igualmente no dudo en que estén por aquí viéndome.

Las vueltas pasaban y pasaban, cuento como unas diez hasta ahora y varios soldados se han quedado atrás de mí. Pero no fue hasta otras seis más que vi algo, la cabeza superó al soldado que iba más atrasado y de inmediato se retiró de la pista.

Miré embobada al soldado que se salió y al regresar mi atención a la carrera vi a otro salir, faltaba uno más para que llegara hasta donde estoy yo. Aceleré el paso y otras tres vueltas pasaron, la cabeza rebasó a otro soldado y a él lo sacaron a gritos. Ahora yo soy la última.

Di la vuelta en la esquina de la pista y crucé mi mirada con el hombre que llevaba el liderazgo del grupo, temblé bajo sus aires y ese momento me pareció muy duradero. Se guardaron en mi memoria sus ojos, incluso aún podía verlos cuando los tenía bien puestos en mi espalda.

—¡¡Espera!! —le grito jadeante al sentirlo tan cerca.

Escuché un bufido detrás de mí y corrí como nunca, corrí asustada y preocupada por mi vida. Sí ese hombre me rebasa me camina por encima sin dudarlo.

Corría hasta que las piernas se me cayeran en cuanto llegaba a la zona recta de la pista, pero cuando quedaba delante de la curva tenía casi que deslizarme por el suelo arenoso con tal de no perder velocidad.

Estuve preocupada tantas vueltas que olvidé por completo la cuenta, solo quedaban cuatro soldados de pie para cuando cobré consciencia de mi cuerpo. Estaba agotada, el sol ya casi alcanzaba su punto más alto y no podía cargar más mi armadura.

«Voy casi una vuelta atrás de la cabeza», me recordé a mí misma.

Busqué una nueva táctica y por suerte la encontré, de alguna forma tenía que dar las vueltas lo más pegado posible a la barrera para no perder segundos valiosos y para eso tenía que tocarla... o casi.

Corrí sin aire hasta el extremo contrario donde me encontraba, en la curva me apegué lo más que pude a la barrera y por encima de ella crucé mi brazo, casi mi torso completo, para reincorporarme rápido y salir volando.

Olvidé que había audiencia, en ella se encontraban varias personas que son muy valiosas para mí. Presté atención a mi exterior y gritos agudos casi destruían mis oídos. Miré a todas las personas sentadas en las gradas y cuando regresé mis ojos a la pista vi a la cabeza del grupo sola. Solo quedo yo.

—¡¡Ríndete ya!! —me grita en cuanto quedamos al mismo nivel, pero del lado contrario.

—¡¡Tú hazlo!! —le contesto, quedándome sin aire en el intento, cuando quedamos cara a cara en la siguiente vuelta.

Para cuando terminé de recorrer un circuito más lo vi del lado contrario, se estaba cansando. Ya no corría tan rápido como antes por lo que esta era mi oportunidad, sacudí la arena en cuando tenía el pie al aire mientras corría y cuando quedamos de nuevo cara a cara ya no pude ver nada.

Abrí los ojos anonada, sentí un ardor doloroso en mi cara y cuando intenté levantarme ya no podía escuchar nada. Sacudí la arena que entró en mi armadura y troté hacia donde me dirigía antes, la barrera estaba destrozada frente a mí por lo que tuve que seguirla aún con sus irregularidades.

Desperté poco a poco, cobrando consciencia cuando el hombre me pasó por un lado. Me detuve en seco, miré como dio la vuelta y me agarré de la barrera para no caer. Corrió hacia mí, parecía una vaca molesta, y cuando estuvo a punto de pasarme por encima le lancé una sección de la barrera.

Corrí sin nada en mis pulmones, mi cabeza me daba vueltas y ni hablar del dolor que siento en el cuerpo. Di vuelta a la curva quejándome por el dolor, pero cuando el caballero quedó frente a mi vista me olvidé de él.

Tomé una parte de madera rota, que pertenecía antes a la barrera, y corrí hacia el caballero para estampársela en la cara. Di la vuelta y brinqué sobre su cuerpo tendido en el suelo, corrí despacio esta vez hasta el otro extremo para recuperarme.

Respiré hondo y me apoyé de mis rodillas en cuanto llegué a la curva contraria donde estaba el caballero, alcé la vista nublada y lo miré moverse. Tomé otra parte de la barrera y corrí asustada antes de que pudiera levantarse, me sujeté de la soga para no desviarme y cuando terminé de recorrer mi última vuelta lo miré aún en el suelo.

—Te hubieras rendido, esto no hubiera terminado así —espeto para brincarlo y por fin rebasarlo dentro de la pista.

Me desplomé en el piso y a lo lejos escuché a la audiencia gritar alborotada. Sentí algo caliente recorrer mi frente, intenté acariciar esa zona sensible con mi mano pero mis párpados pesados me ganaron.

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Pintura: "Retrato de un hombre en armadura" por Antonis Mor (1558)

Dato curioso/importante:
"Alienígena" etimológicamente proviene del latín 'alienigĕna', cuyo significado literal era 'de otra tierra' o 'de otro origen', y se utilizaba para hacer referencia a aquellas personas que no habían nacido en el Imperio Romano e incluso a las mercancías no autóctonas que llegaban a Roma.

También se utilizaba el término en latín 'alienigĕnus' (alienígeno en español) cuyo significado es 'extraño, no natural'.

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