Capítulo. LI
Siglo XVII, 1697, 19 de agosto
8:30 P.M.
—¿Entonces tú no duermes aquí? —le inquiero, husmeando qué más hay en su cuadernillo.
—No, mamá no me deja, pero si le digo que estás aquí muy probablemente me saque de la casa para estarte cuidando infinitamente —me responde entre risillas airosas.
—Sí, muy probablemente lo haga —le digo sonriente.
—¡Chico!, tráeme cuatro de acero —le pide el herrero en voz alta.
Este fue enseguida por ellos, tomando cuatro varillas grandes y pesadas de uno de los barriles, y salió para entregárselos.
—¿Te gusta? —espeto.
—¿Qué cosa?
—Esto —le digo señalando todo con la mirada, paseándola por todo el lugar.
—Me fascina, tengo la suerte de que apenas y me he lastimado con ello pero... No lo sé, no importa el sacrificio siento que aunque me mate nunca lo odiaría —me confiesa, mirando sus manos callosas y llenas mugre.
Escuchamos una conversación a lo lejos, entre el trabajo de muchos herreros, inaudible para nosotros.
—Entonces nunca lo dejes, si de verdad te apasiona nunca lo abandones —lo apoyo con una sonrisa gigantesca.
Estrepitosamente se abalanzó sobre mí para regalarme un cálido abrazo, uno lleno de amor. El carraspeo de alguien nos asustó, pero no tanto como para separarnos, y la imagen de Asmodeo con esa cara me hizo reír.
—¿Estamos interrumpiendo algo o...?
—No, para nada, pasa por favor —le dice Benedict alegremente.
Maël asomó la cabeza detrás de la cortina y con un gesto de la mano le dije que viniera.
—A mí me pusieron con ustedes para que me hagan mi equipo, ellos dos se filtraron —le aclara a Benedict.
—Claro, igualmente nuestra lista no está llena aún así que si no tienen herrero pueden entrar con nosotros —invita a los hermanos con una sonrisa grande—, ¿cuál es tu nombre? —le pregunta al presumido.
—Asmodeo Giordano —le responde como si él fuera importante.
—Ah, ¡sí! Aquí estás, Asmodeo —le dice buscando en su cuaderno su nombre.
—Ellos son los hermanos Borbone, Maël el más joven y Nazaire el ángel —le comento a mi hermano.
Nazaire se rio en voz baja y Maël se cruzó de brazos dándome la razón sobre el cumplido que le di a su hermano.
—¿Puedo apuntarlos? —les inquiere, observándolos atentamente.
—¡Por favor!, aún no creo que nos hayan asignado a uno. Igual me gustaría que los cuatro tuviéramos al mismo herrero —le comenta Nazaire risueño.
En cuanto nos señaló a los cuatro Benedict me lanzó una mirada que yo correspondí con una sonrisa.
—Hermanito, te presento a los jóvenes que me mantuvieron a flote dentro de este mar furioso. Fueron los únicos que se mantuvieron a mi lado, incluso se unieron a la tarea de cuidar a la princesa —espeto conmovida por el apoyo incondicional que me han brindado.
A Benedict le brillaron los ojos, jadeó sorprendido e inmediatamente se acercó a Asmodeo para darle un abrazo apretado, el presumido me miró raro y yo lo fulminé con la mirada. En seguida fue con los hermanos y les agradeció todo, Nazaire le dio unas palmadas en la espalda y Maël lo miró con ternura, como si comprendiera por qué lo hace.
—Muchas gracias por cuidar a Mavra... espero que no les de problemas —agrega lo último arremedándome.
—¡Oye! Yo no soy como tú —le digo entre risillas.
Benedict tomó sus medidas y mientras estaba con uno de ellos a los otros dos les presumía el talento de mi hermano. El herrero de vez en cuando entraba, con las manos manchadas pero su barba blanca intacta, para tomar varios materiales y herramientas.
—No puedo ver tus dibujos pero no dudo que sean bellísimos así como Ansel los describe —le comenta Nazaire a Benedict.
Él terminó de anotar las medidas de Maël y mientras se reincorporaba le preguntó:
—¿Hay algo que te impida abrir los párpados ahora? —le inquiere inocentemente.
—Sí, sufrí un accidente cuando era más joven y eso se llevó mis ojos para siempre —le responde sonriente.
—Lo siento tanto, no sabi...
—No hay ningún problema, en realidad me gusta decirlo porque no es nada común ver a un ciego que sea soldado —lo interrumpe entre risillas alegres.
Benedict sintió un alivio y también acompañó su alegría, mientras ellos dos platicaban Maël admiraba conmigo el cuaderno de mi hermano y Asmodeo se paseaba viendo todo el salón.
—¡Vaya!, tienes unas manos muy fuertes —espeta Nazaire.
Yo los miré y sonreí, mientras Benedict quedaba fascinado por cómo Nazaire había desarrollado otro tipo de vista el hermano admiraba a mi sol con todo lo que descubría en su cuerpo.
—¡Y también está muy fuerte! —exclamo entre risas—. Y sin duda le va muy bien el en amor, ¿qué se puede esperar de un solecito con casi quince años?
—Cállate —me dice meloso y apenado—. Y tú ya vas a cumplir once y qué, ¿me vas a traer malos partidos a casa para que los convierta en espadas?
—¡Ah! —grité al ver a Asmodeo casi pegando su cara a mi rostro.
—¿Once años? —pregunta serio—, once años —dice para carcajearse.
Benedict acompañó su risa y Asmodeo después lo calló.
—Tú no deberías de estar aquí —espeta, para marcharse en silencio.
—Es muy protector —le digo a Benedict, alzando mis hombros.
—Está bien, hace falta alguien así a veces —me señala risueño.
El tiempo pasó y la noche se fue haciendo más vieja. Maël y yo quedamos encantados con los diseños de Benedict, hasta le exigimos ser los modelos para unos, mientras que él y Nazaire se acercaban cada vez más para formar el sol más cegador que haya visto en mi vida, Maël aprobó mi punto de vista.
—Adiós, tengan linda noche —se despide Nazaire, caminando hacia el cuartel con su hermano.
El herrero se quedó observándolos y Benedict los despidió con la mano. Yo le di un abrazo muy apretado, además de que obtuve honradamente unas palmadas en la cabeza por parte del herrero.
—Me saludas a mamá y a papá —le digo, mientras camino lentamente lejos de él.
—Lo haré, te veo mañana, ¡disfruta tus zapatos! —me dice subiendo el tono de voz a medida que me alejo más.
—Lo haré, ¡te quiero mucho! —le digo sonriente.
—¡Yo más, pequeña... mucho más!
Me dirigí a toda prisa al castillo para irme a dormir, una sonrisa me sorprendió en el momento que me acostaba. Benedict sí que es encantador.
Siglo XVII, 1697, 20 de agosto
5:12 A.M.
Me levanté un tanto adolorida, mis brazos están cansados y mi espalda no creo que pueda cargar más.
Los hermanos y Asmodeo también se estaban despertando pero antes de que me vieran me escabullí fuera del cuarto. Corrí hacia el final del ala derecha, con tal de encontrar esa torre tan familiar.
No me topé a nadie en el camino, ese es el primero de los alivios, pero cuando llegué a la torre toqué la puerta suavemente para ver si no estaba Zil adentro. Nadie me contestó, toqué de nuevo y nada.
Lentamente abrí la puerta y antes de entrar asomé la cabeza para no encontrarme con una sorpresa, pero solo estaba la princesa dormida en su cama. Me escurrí en ella y me recosté junto con Dabria para abrazarla y suspirar en su cabeza con satisfacción, me acurruqué y cerré los ojos unos momentos.
En la ventana vi una que otra ave, cantando y revoloteando cerca de aquí, también observé las ramas que se asomaban de uno de los árboles que le trajo el rey. Apreté más el abrazo y ella se acomodó sobre mi cuerpo, suspiró suavemente y siguió durmiendo.
—Princesa —le digo tiernamente—. Tiene que despertar, usted tiene clases por la mañana.
Gruñó gentilmente y se apegó más a mí.
—Dabria, ya es hora, Zil me va a atrapar aquí contigo en cualquier momento.
—Un poquito más —me pide con la voz rasposa, escondiendo su rostro en mi pecho.
—Está bien... ya despierta.
—Más —me pide.
Me quedé en silencio, jugando con las puntas de su cabello, enredándolas y sujetándolas con mis dedos.
—Ya.
—Más.
—No, ya pasó tu «poquito» —le digo entre risillas suaves.
—Más —me pide en un gruñido.
—Muéstrame tus árboles y tu lámpara mejor —le comento, besando su cabeza repetitivamente para que no despierte de malas.
—Bien —dice para roncar segundos después.
—Dabria —le digo entre risas más fuertes.
Se sentó arriba de mi abdomen, con los ojos cerrados, y suspiro cansada.
—¿Qué hiciste ayer? —le inquiero curiosa.
—Leer —me dice medio dormida.
—¿Y qué más?
—Cuidar mis plantas... y árboles —me responde para bostezar y poco a poco abrir los ojos.
Le regalé una sonrisa en cuanto me vio claramente y se deslizó hasta su buró y tomó una vela. Se le quedó viendo y yo observé todo lo que hacía.
—Tienes que venir en la noche, ese es el precio para ver esta obra de arte —me propone con una sonrisa en los labios.
—Vamos, niña, sabes que no puedo —le digo seria.
—Tendrás que.
Bufé y me arrastré fuera de su cama, le tendí mi mano y ella sin dudar la tomó. Caminamos hasta su ventanal y lo abrí delicadamente, me senté sobre la moldura para darle la espalda al exterior.
—Ni siquiera son árboles de nuestro territorio, uno es un cerezo, otro es un glicina, otro de buganvilias y el ultimo es de jacarandas. Tres son de muy al norte y uno de ellos es del suroeste —me explica, perdiendo su mirada más allá de los árboles.
Los cuatro estaban pegados a su pared, con un margen mediano de separación para que no se deformen al crecer, ocultando su escalera y carreta mucho más.
—Son bonitos, espero tener la oportunidad de verlos cuando florezcan —le digo, observándola a ella.
—Lo harás, aunque no quieras —me amenaza serena.
—Ah, ¿gracias?
Nos reímos suavemente y no despegué mis ojos de su rostro, su palidez me sorprendía siempre pero esta vez realmente es irreal. Los tonos azulados que apenas se aclaraban en el cielo le daban un contraste tan especial y mágico.
—¿Recuerdas lo que te escribí recientemente? —espeta perdida en sus pensamientos.
—Como no hacerlo.
—Fue muy extraño, mi padre me ponía apodos muy lindos pero sé que él nunca sería capaz de llamarme así nunca. Mi madre estaba muy contenta, incluso celebró lo unidos que estábamos siendo... No me gusta eso.
—Sabes, yo una vez juré en mi interior que te ayudaría a mejorar tu relación con tus padres pero... no sé... yo ni siquiera tengo en estos momentos —confieso entristecida.
—Sé que eres capaz de ello, incluso lo lograrías pero el costo para este tipo de cosas es muy grande, Mavra, yo ya lo vi a los ojos y no te permitiría ir más allá de la línea nunca —me aclara segura de sí misma, mirándome a los ojos.
—Anhelo, deseo con el corazón que estés bien, Dabria. No quiero que llegues a experimentar lo que estoy viviendo, aunque sea de una forma completamente diferente... Nunca te lo voy a permitir —repito, mirando las palmas de mis manos, observando la cicatriz de mi juramento por ella.
—¿No somos muy jóvenes para todo esto? —espeta.
Alcé la vista y ella ahora tenía su mirada en su habitación.
—Lo somos... demasiado —le digo entre risillas, doblando mi espalda para no soportar unos segundos el peso que he estado cargando.
—Hay que apoyarnos entre nosotras. El ser humano no puede soportar un tormento solo, siempre va a necesitar de otro humano para poder seguir adelante, ¿por qué? Nadie lo sabe exactamente, pero así funcionamos... Siempre vamos a necesitar un apoyo carnal en nuestras vidas —me comenta rodeándome con sus brazos por mis hombros.
Correspondí su abrazo y así nos quedamos unos momentos, en un silencio cómodo y lleno de cariño. Plantó un tierno beso en mi mejilla y yo la miré perpleja, se quiso separar de mí pero no se lo permití. Mis orejas calientes sé que me van a traicionar.
—Pareces una flor —le digo acariciando su cabello dorado—, una flor muy hermosa.
—Y tú mi orquídea favorita —me responde en un susurro a mi oído.
Me despedí de ella en ese momento, no dejé que viera mi rostro por obvias razones, y salí de su cuarto rápido con la excusa de que Zil pronto vendría.
¿Por qué es capaz de hacerme eso? ¿Será porque nuestra relación se está volviendo más estrecha y estable? O quizá porque la estoy empezando a introducir en mi vida como si fuera parte de mi familia. Aún no puedo estar segura de la razón pero últimamente solo sus comentarios son capaces de hacerme sentir así, no importa de qué boca salga si no es ella no creo que alguien más sea capaz de hacerme sentir así.
***
Otros dos días pasaron, dos días que poco a poco ponían los aires tensos por cada hora que pasaba. Benedict ya estaba terminando con mi armadura, pues dice que la mía es la más especial de todas, y con todas las armas que tiene que hacer.
Mamá pudo arreglar mis zapatos y como un método de pago le lloré a Benedict un mar de lágrimas sobre él.
He estado entrenando día y noche, ya no he asistido a mis clases ni he podido hacer libremente alguna otra cosa que no esté relacionada con el torneo. Benedict y yo estamos en la búsqueda de las cartas desde afuera y dentro del castillo, pero por alguna razón no hay rastro de ellas. Ya no he visto al rey, a la reina o a la princesa. No he visto a mis padres en mucho tiempo y pronto se acerca algo muy importante para Vreoneina.
Siglo XVII, 1697, 22 de agosto
10:56 P.M.
—Vamos, Asmodeo, te tiene que entrar —dice Benedict haciendo un esfuerzo en ponerle una parte de la armadura.
—¡Me duele! —dice el otro.
—Una más, tres... dos... ¡uno! —Los dos empujaron y con la buena suerte de Benedict logró entrar—. Listo —concluye, dándole unas palmadas al mineral de su pierna.
—Nos quedan muy bien —comenta Nazaire—, además de que todas son preciosas. —Con sus dedos repasó de nuevo el patrón que tiene su casco.
—Muchas gracias —dice mi hermano con una sonrisa inmensa en el rostro.
Modelamos las armaduras y también presumimos nuestras armas, aunque no estuvieran hechas específicamente para nosotros teníamos que aprender a usarlas.
—Mavra, te tengo que mostrar algo —me señala Benedict.
Todos nos callamos en cuanto habló, caminó hacia una tela grande mucho más alta que él y la destapó. Una armadura azulada nos dejó boquiabiertos a todos, no hay palabras para describir cuán bonita es.
—Es... bellísima —espeto entre el silencio.
Los otros tres asintieron como tontos al mismo tiempo y yo me acerqué lentamente a ella. Miré mi reflejo y la observé con delicadeza.
—Dichoso sea aquel que la use... Es increíble.
—Tú lo harás —espeta Benedict.
Giré mi cabeza en menos de un parpadeo hacia él y alcé una de mis cejas con duda.
—La vas a usar para las justas —prosigue.
—No, no lo haré —le replicó—. Es muy bonita como para hacerla pedazos en algo que ni siquiera le llega a los talones.
—La hice especialmente para eso, para tu táctica. Por eso es más grande, para que te ocultes dentro de ella. Ya te he visto una vez y no puedes levantarte del asiento del caballo cuando juegues, ocupas engañar a todos para poder hacer lo qué haces —me explica, teniendo razón.
—No quiero —murmuro, admirando la armadura con tristeza.
—No importa la armadura, aquí lo que importa eres tú. Si algo te pasa yo me muero, ¿entiendes? —me dice sincero, con una cara llena de preocupaciones, poniendo su mano sobre mi cabeza.
—Está bien, la traeré con solo rasguños de vuelta —le digo rendida.
—Así está mejor, ahora ustedes ¿hay algo que quieran arreglar? Y no me importa lo que digan afuera sobre las configuraciones, me importan ustedes... su salud —agrega sincero.
—Si no es mucha molestia a mí sí me gustaría pedirte algo —habla Nazaire.
—Con confianza —le responde Benedict.
—No sé si puedas hacer mi casco completamente cerrado de la cara, igualmente no puedo ver, para que me de más seguridad en el rostro —le pide apenado.
—Claro que puedo, inconscientemente lo hice igual al de tu hermano pero tienes toda la razón. Lo arreglaré en mi casa porque nos mandaron a guardar todo, solo se quedan las herramientas para forjar por si tenemos que arreglar una armadura después de un juego —nos explica.
—Muchas gracias y una disculpa por eso —le dice en voz baja.
—No te preocupes, Nazaire, lo hago con todo el gusto del mundo —le responde alegre.
—¿Podemos probar rápido las armas? —le inquiere Asmodeo—, no las vamos a dañar... regresamos rápido.
—Claro, son todas suyas.
Nos quitamos las armaduras y los cuatro salimos hacia el lado contrario del cuartel, a un pequeño campo abierto, para practicar. La noche deslumbrante nos iluminaba el terreno de alguna forma, podíamos ver nuestras siluetas y si nos acercábamos suficiente el rostro, pero hasta ahí.
—Ven, Ansel, golpéame lo más fuerte que puedas —me pide Asmodeo tranquilo.
—¿Dónde? —le inquiero sin remedio.
—Enfrente, tu tira enfrente —me dice.
Alcé la espada con las dos manos y la deslicé frente a mí como si quisiera cortar a Asmodeo horizontalmente en dos, pero algo me detuvo en el proceso de llegar al lado contrario. Un sonido rechinante y agudo resonó por todas partes, en el impacto pude ver las dos hojas de las espadas claramente por las diminutas chispas amarillas que salieron.
—No juegues —dice Asmodeo después de un silencio—. Ustedes críos, vengan, denme sus espadas roperas.
Nazaire le hizo caso y se la entregó, Maël se quedó cruzado de brazos, con una cara tan graciosa, en el mismo lugar. Asmodeo alzó su espada y como si quisiera romper la hoja de la de Nazaire las azotó. El filo de la ropera se dobló con tanta flexibilidad que estuvo muy cerca de golpear a Asmodeo en la cara en cuanto regresó por el impulso.
Le entregó su espada indestructible y se quedó viendo la suya, con los ojos bien abiertos con tal de no perderse de ningún detalle.
—¿Sabes qué tenemos en las manos? —espeta anonado.
—No —le digo a secas.
—Tu hermano y ese herrero son unos genios.
A rastras nos llevó de regreso a la carpa de Benedict y fue directamente a estrecharle la mano.
—¿Qué pasa? —le pregunta tartamudeando por lo repentino que es.
—Sigue forjando así y te voy a robar solo para mí —espeta, aún moviendo sus manos de arriba a abajo.
—Ey, ey, ey, ese es mío —le replico bromista.
—Consíguete a otro —me contesta, girando su cabeza sin miedo a romper su cuello.
Yo tragué saliva por pensar de lo que es capaz si le respondo otra cosa y simplemente lo dejé ahí.
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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing
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