Capítulo. II

Siglo XVII, 1697, 24 de junio
1 día antes del atentado.

Mis piernas heridas ya no podían seguir corriendo más, estaba cansada y mi condición había empeorado.

No sabía qué fue lo que me salió mal, después de despedirme de Benedict robé dos sacos. Miré dentro y contenían pepitas de oro, estaba tan contenta porque esto cubría mucho más que nuestras simples deudas. Mi plan fue un éxito, pero cuando escuché a aquel hombre gritar: «¡Ladrón!» todo se fue abajo, antes de comenzar a correr miré atrás unos segundos y una tercera bolsa se encontraba en el piso, lo más probable es que haya caído tras deslizar las otras.

Arrojé una por otro camino con tal de despistar a los caballeros y funcionó, me dio una media hora para pensar y reponerme. Perdí la cuenta del tiempo que llevo escapando y aún no encuentro la salida a este problema, el cielo nocturno no me redimió de mi situación y el sol ya comenzaba a salir.

Mi garganta comenzó a cerrarse y la dificultad para respirar se hizo presente, mi mente no funcionaba de la forma correcta y mi vista se nublaba por cada inhalación forzada que daba. Empujaba a cualquier cosa o persona que estuviera en mi camino, el mercado se extendía varios campos de largo por el pueblo llenando las calles de sus abundantes colores.

El calor del clima no estaba a mi favor, pero al menos no tenía que cargar con una armadura de plata tan pesada como aquellos hombres que me perseguían. Los soldados bloqueaban, a medida que yo avanzaba y se corría la voz, cada ruta y cada callejón.

El pueblo es viejo y la naturaleza se ha hecho una con él, por cada sendero inaccesible el mapa de mi mente tenía que volver a planificar un escape; el camino principal tenía muchas ramas por la ciudad, pero, así como yo me sé de memoria todos los pasadizos de este lugar ellos los tienen como en la palma de su mano. Brincando pequeños puestos del mercado creaba segundos de ventaja, pero así como aumentaban los reducía rápido por mi cansancio.

Un carruaje que contenía mercancía para el mercado fue mi salvación. En la parte trasera de este tenía un segundo cajón de madera donde llevaba cajas llenas de materias primas. Usé las pocas fuerzas que les quedaban a mis brazos para subir, los soldados se quedaban atrás a medida que avanzaba el carruaje. Solté una carcajada no muy escandalosa y miré mi tesoro, aquella bolsa llena de mi alegría y preocupaciones que ya no van a existir. Al parecer nos dirigíamos al otro lado de la ciudad, específicamente al mercado blanco en la ciudad de Diamant.

Tomé asiento entre las cajas e intenté ocultarme para que el vendedor no notara mi presencia.

Ese mercado es reconocido por los materiales que vende, es un tanto diferente ya que todo allá es nuevo, limpio o fresco y siempre, es de ley, los desechos o sobrantes terminan en el mercado verde.

Si me pongo a pensar los reyes Vujicic se han administrado muy bien, hablando del reino, sacaron adelante a una nación entera después de ser abandonada por su antiguo rey. Los reyes decidieron nombrar a esta nación como Vreoneina, es un nombre llamativo mas no tiene un significado en sí o eso creo.

La generación pasada que vivía en estas tierras falleció en ella, no muchos han vivido para presenciar este cambio extremo que los reyes Vujicic han implantado.

Tengo la fortuna de conocer al bisabuelo de Benedict, quien fue una persona muy fuerte, ya que aun siendo tan joven logró defender a su grupo de pobladores con tal de no ser degradado por la monarquía de ese entonces; estas tierras les pertenecían a ellos pero cuando llegó aquel rey todo cambió. El antiguo monarca solo llegó a gobernar el territorio porque se aprovechaba y explotaba a los dueños, los asustó con su gran ejército y de esa forma logró tomar el poder supremo. A los pueblerinos solo los consideraba sus esclavos, pero su bisabuelo se atrevió a levantar la cabeza y ponerse al nivel de ese hombre que se nombró a sí mismo rey.

Desearía tener su sangre corriendo por mis venas, tal vez eso me hubiera hecho diferente o tal vez hubiera podido ser un poco más feliz.

Miré la bolsa que contenía mi tesoro con tristeza y me llevé una gran sorpresa, el pequeño saco de tela tenía un agujero. El pánico y un sentimiento extraño que despertaba todos mis sentidos invadió mi cuerpo, el pulso de mi corazón aumentó exageradamente y el eco de estos resonaba en mi cabeza. De todo el oro que robé solo me quedaba una miserable pepita. Mi mente se quedó en blanco.

Esto no iba a funcionar, el valor del oro que cargaba se redujo a un tres por ciento aproximadamente, la melancolía invadió mi corazón destruyendo mis planes y sueños. Una gran deuda que tenemos encima son los gastos médicos del bisabuelo, él se encuentra en el hospital con mala salud pero, no tanta como para debatir su vida.

Salí de mis pensamientos cuando el carruaje frenó en seco y caí contra las cajas lastimándome el torso. Un quejido salió de mis labios haciendo notar mi presencia; los pasos pesados, el choque entre metales y hierro golpeando el suelo resonaba en el campo abierto, el miedo me invadió todo el cuerpo pero mis piernas estaban listas para correr. Me coloqué en una buena posición para que en el momento en que me encontraran mis extremidades utilizaran todas sus fuerzas.

Un soldado me miró de reojo con la sangre hirviendo en su cara, regresé la mirada y una media sonrisa se formó en mis labios, la victoria es mía y nadie me la va a quitar. O eso pensé.

En el momento que iba a salir disparada mi cuerpo me traicionó, mis piernas no pudieron con el peso y caí de rodillas en el pequeño vagón de madera, golpeando mis costillas contra una caja. Un grupo de alrededor de cuarenta soldados me rodeó, y un caballero con apariencia de ser el comandante de aquel grupo me tomó del brazo arrastrándome hasta la parte trasera de una barrera humana creada por veinte hombres.

—Con que tú eres la gran ladrona de la que todo el mundo habla —dice una voz ronca.

Cuando me acerqué lo suficiente para notar de quién se trataba mi corazón sabía que era algo realmente malo, y así fue.

El soldado me arrodilló en el suelo, con su mano me tomó de la cabeza y me restregó en el piso. El enojo recorrió cada parte de mi cuerpo, la ira estaba intentando tomar riendas sobre mis acciones pero tenía que controlarla. Rechiné mis dientes para pensar en claro y no dejarme guiar por este problema.

—Quedas detenida por intento de robo, por traición hacia la monarquía y por falta de educación. Tus familiares, si es que tienes, serán sentenciados al mismo castigo que recibas; la sanción se decidirá en la corte —escupió el comandante.

—No por nada me llamo Ansel, en honor al dios de la guerra —respondí.

Mientras aquel hombre daba su pequeño discurso mi cerebro trabajó tanto que todas y cada una de las posibilidades para perder las descarté, me removí en el piso dejando mi espalda contra este y mis piernas justo en el torso del comandante, torciendo mi cabeza dolorosamente por la acción. La liza comenzó en el segundo que lancé lejos al caballero con solo mis piernas, me levanté en un abrir y cerrar de ojos tomando una posición de defensa segura.

Una barrera humana de veinte soldados protegía al rey; otros veinte tenían sus lanzas, espadas y hachas de plata apuntando a mi cabeza. En un movimiento rápido logré desarmar a un caballero, un hacha quedó a mi disposición mientras que la otra se quedó con su portador inicial. Tenía algo a mi favor y lo iba a explotar tanto como me lo permitiera, los arcos estaban cargados y las espadas listas para atacar. Tomé el mango de aquella hacha de una forma más cómoda, movía mi brazo de forma amenazante para perder el tiempo, haciendo como si me preparara, y así distraía a la orden de caballeros. Maniobraba el arma y los ojos de todos no salían de ella, el sol se estaba ocultando y sus últimos rayos de luz chocaron con el reflejo pulcro de la plata.

Lancé el hacha hacia la barrera del rey, los veinte caballeros que me rodeaban bajaron la guardia concentrándose en cómo detener aquel objeto cortante pesado. Corrí hacia el soldado a quien solo le quedaba un hacha y lo derribé, tomé su arma y con el mango de madera forrado con cuero logré dejarlo fuera de combate, un solo golpe en la cabeza funcionó. Utilicé la parte trasera del hacha para poner a dormir al siguiente caballero, quien portaba una espada. Cayó y se golpeó contra el duro suelo dejando sonar un golpe seco.

—¡Protejan al rey! —gritó un caballero.

De los veinte soldados que me rodeaban, dos estaban en el suelo y cinco se unieron a la barrera de plata del rey, dejando a los trece soldados, que a simple vista parecen los más rudos y fuertes, contra mí.

Tomé la espada del soldado caído y me preparé para lo peor, los arqueros que se encontraban protegiendo al rey estaban listos para disparar y eso es algo que necesito tomar en cuenta si quiero salir en una pieza de aquí.

Los caballeros formaron un círculo encerrándome en medio, eso solo me deja entendido de que se trata de una pelea uno a uno. El primer hombre que tuvo el valor para hacerme frente fue el dueño de una lanza, la distancia era su fuerte mas no me costó nada acortarla por mi tamaño.

Dando vueltas y vueltas como si de un baile se tratase, golpeando sus piernas con la punta de la espada dejaba pequeñas marcas y rayones en su armadura lisa. El caballero rozó muchas veces mi piel con la punta de su lanza, cortándola, abriéndola y dejando que lágrimas rojas salieran de mis heridas.

Me golpeaba cuando tenía una oportunidad con la base larga y delgada de la lanza, usualmente lanzaba los trancazos a mi torso pero no dejaba atrás mis extremidades. En una vuelta cerrada que pude dar terminé detrás de él, fueron los segundos más valiosos y no los pasé por alto; la armadura de plata de esta orden de caballeros nunca fue realmente segura ya que deja a la vista varias articulaciones en movimientos específicos.

La pierna izquierda la utilizó de base, manteniéndola recta para recargar todo su peso. Su armadura dejó a la vista un espacio justo en su hueco poplíteo, aseguré el agarre del hacha y con la parte opuesta a su filo golpeé esa zona haciendo caer a este gigante. El soldado cayó sobre su rodilla izquierda, ese pequeño movimiento me dio el tiempo suficiente para tomar el mango de la espada firmemente, golpear su nuca y poner a otro hombre a dormir. El soldado se fue de cabeza hacia el piso y su casco produjo un ruido que resonó entre el inmenso silencio.

Estaba a punto de rendirme yo también, gotas de sangre caían en la tierra seca, y la fuerza abandonó mi cuerpo. Dejé caer las dos armas pesadas y al parecer el dios de la guerra me volvió a sonreír.

—Detente, ¿por qué no les estás haciendo daño a mis hombres? —me inquiere el rey.

—Claro que les estoy haciendo daño, ese golpe en la nuca puede dejarlos en un estado luctuoso de por vida —respondí.

—La forma en como los golpeas no dice lo mismo, estás evitando grandes consecuencias —me dice sospechando, sonriendo sarcásticamente.

—Vaya, me ha descubierto mi rey.

El creador del reino soltó una carcajada ruidosa, me pregunto qué pasó por su cabeza, detuvo su risa en seco y prosiguió.

—Dime tu nombre, si mis hombres no fueron capaces de detenerte todo este tiempo no puedo imaginar lo que puedes hacer con un ejército entero sin ponerte límites. Te quiero ver en el castillo mañana por la mañana, quiero proponerte algo —espeta retándome.

—Mi nombre es Ansel Mavra Fallon, la ladrona de Maragda.

—Y tienes razón, no teníamos idea de que se trataba de una mujer y menos de una rapaza, ¿dónde has aprendido a pelear?

—Yo no sé luchar ni defenderme a la perfección, mi rey. Uso la lógica, es medir cada movimiento en su máxima obviedad además de que me dedico a estudiar a su ejército —le declaro, mareada, sin tener mucha conciencia en mis palabras.

Pero eso es una mentira, nunca les presté ni la más mínima atención. Los libros lo han sido todo para mí, y el profesor me dio la llave para acceder a ellos. He aprendido muchas ramas educativas, una de ellas fue medicina y anatomía humana. Aprendí herrería viendo a Eliezer trabajar de vez en cuando, además de que mi profesor un día me dejó estudiar un libro de defensa personal y armas. Los libros me han enseñado todo lo que sé ahora, unas simples hojas ocultan un sin fin de información tan valiosa.

—Una armadura de plata que terminó en este basurero fue lo suficiente para darme cuenta de que su ejército es nada —espeto, remarcando la última palabra.

El rey sonrió.

—¡Ja!, tú, miserable rata, qué sabes de guerras y armaduras si no has presenciado ni portado una —me dice en un tono arrogante.

—Al parecer más que usted mi rey, con todo respeto, pero una simple plebeya lo sabe.

—Te quiero enfrente del trono mañana por la mañana, niña, eres grande a pesar de tener un cuerpo tan pequeño y miserable.

No demostré ni una gota de emociones en mi rostro, pero el miedo me carcomía por dentro y mi corazón iba a detenerse en cualquier momento.

El sol se ocultó, dejando que la luna colocara su manto oscuro lleno de constelaciones sobre el mundo, una noche digna de recordar.

════════ ⚠️ ════════

Datos importantes/curiosos:

· El porcentaje ya era una herramienta de análisis en el siglo XV que tenía aplicación a la hora de calcular impuestos e intereses; sin embargo, el uso de este solo proviene de la abreviatura de una idea que databa desde hace mucho. En el antiguo imperio romano, el emperador Augusto estableció un sistema de impuestos en el que se dictaba que había que pagar el 1/100 sobre los bienes vendidos en subastas. Ya entonces, para facilitar los cálculos, utilizaban fracciones simplificadas a las centenas. La idea de «por ciento» surge de la necesidad de abreviar el uso de las fracciones en la cotidianidad.

· La adrenalina es una hormona que producen los humanos en momentos de alta tensión emocional, esta aumenta la presión sanguínea, la frecuencia respiratoria y el ritmo cardíaco, permitiendo enfrentar de mejor manera el peligro. La palabra adrenalina es acuñada en el año 1901 por su descubridor Jokichi Takamine. Mavra describe en este capítulo la adrenalina. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top