5. Puedo, pero no quiero
El sol de mediodía encendía el asfalto de las calles, que emanaban un ondulante vaho que ellos parecían arrollar con su corrida.
Siguieron unas calles más, por si acaso, hasta que se quedaron sin aliento. Se sentaron en el piso a respirar hondo, en un escondrijo entre dos casas, al lado de un gran contenedor repleto de basura.
—Pedazo de descerebrado, voy a matarte —dijo Justi, mientras su pecho se inflaba y desinflaba vertiginosamente.
Estaba enfurecido. Quería romperle la cara a su amigo, pero también... Mierda, otra vez no..., también quería estrujarlo en un abrazo y reírse a carcajadas. Y después embocarle otra piña más, romperle la nariz, por meterlo de nuevo en algo así.
Alan se secó el sudor de la frente con la mano y le tendió el celular recién robado.
—Para vos. Mi regalo de bienvenida. Dijiste que te hacía falta, ¿no?
Justi se sintió asaltado por un fuerte deseo de agarrarlo y lanzarlo con todas sus fuerzas contra la pared que tenía enfrente, pero se contuvo.
—¡No me lo dejes a mí, boludo, no lo quiero! La puta madre.
—Pará, guachín, sacate la gorra y dejá de bigotear. Dale, a ver si te recatás un poco que no es para tanto, amigo. No me vas a hacer quilombo por una cosa tan chiquita, ¿eh? Antes no eras tan monaguillo, ¿qué onda con vos?
Justi se rascó la cabeza con fuerza mientras apretaba las muelas.
—¡Pasó que ya no tenemos trece años, pelotudo, y ya no voy rateando boludeces por ahí! —gritó, exaltado.
—Sshhhh, cerrá la puta boca, macho —dijo Alan, tapándole la boca con una mano, por lo que Justi se apartó bruscamente y le dio un manotazo para sacársela de encima, exasperado.
—La puta que te parió, Alan. Encima me dejaste ahí parado como un pelotudo. ¡¿Por qué no te acercaste vos solo, si ibas a hacer... eso?!
—No lo tenía tan planeado, guacho, solo surgió..., ¡y fue tan fácil, amigo! —agregó con diversión, dándole un codazo amistoso.
Justi se restregó la frente y los ojos con ambas manos y ocultó su rostro en ellas. Un hormigueo recorría sus extremidades. Las comisuras de sus labios parecían querer levantarse, pero se apretó la boca con la mano para ponerlas en su lugar. Se había sentido tan... no, no. No. ¡Mierda!
—Ahora caigo de por qué tenías ese otro teléfono de la puta madre —dijo, cuando logró recuperar cierta compostura.
—Lo voy a vender ahora mismo. ¿Qué vas a hacer con el tuyo?
—¿El "mío"? —gruñó—. Dios...
Alan apoyó una mano en la pared, se giró un poco para verlo más de frente y le dirigió una mirada impaciente.
—Oíme, pa. Cortala con el drama, ¿sí? —dijo con un tono que se alejaba del tranquilo y amigable que lo caracterizaba—. Ya sé que te gusta quejarte, pero esas pendejitas pierden el celu cada dos por tres, porque son distraídas, se cagan de risa y sueltan un "¡ups!", y van y compran uno nuevo en cualquier lado, uno último modelo y con toda la tecnología y boludeces que pueda traer, y no les afecta un carajo, papu, porque en realidad no están poniendo un mango de su bolsillo. Ni siquiera saben lo que es romperse el lomo para ganarse la teca. Y tené esto bien claro: no lo menosprecies, porque esta mierdita —lo sacudió cerca de su cara— va a ser tu comida por los próximos días. No fue para divertirnos, Jus.
Justi lo miró a los ojos y se encontró que estos le devolvían una mirada seria y fría, y los cerró con fuerza mientras ocultaba la cabeza entre sus rodillas.
—Podés quedártelo, pero te conviene venderlo —continuó Alan—. Yo me encargo de eso si querés. Es de los últimos, te van a dar buena guita. Y esa guita te va a dar aguante por un buen tiempo, sobretodo a vos, que no tenés mucho gasto. Vas a poder morfar bien, comprarte ropa decente, chequear tu correo todos los días, viajar y buscar laburo, como tanto querés. ¿Cómo mierda hubieras hecho todo eso, si no? ¿Limosneando moneditas?
Justi soltó un largo suspiro.
—Por qué mierda habré venido con vos, ¿qué se me cruzó por la cabeza? —masculló para sí mismo, restregando su cara otra vez.
—Porque no podías vivir sin mí, putita —respondió Alan con un tono íntimo y una sonrisa pendenciera, y le guiñó el ojo mientras se ponía de pie.
—Vos querés que te baje los dientes, ¿no? —concluyó Justi, irritado, poniéndose de pie él también.
Comenzaron a caminar lentamente, mientras Alan ojeaba el teléfono celular y Justi refunfuñaba para sus adentros, aún recomponiéndose de la corrida. No estaba acostumbrado a correr tanto y los cigarrillos no ayudaban.
—Papu, créeme: esto va a gustarte —dijo Alan, sin soltar la vista de la pantalla.
Le tendió el aparato una vez más, el cuál Justi estaba listo para rechazar, hasta que enfocó los ojos en la pantalla y vio una chica posando con el torso desnudo y luciendo unas hermosas tetas de pezones pequeños y rosados. Justi miró a Alan enarcando las cejas y, sintiendo un calor repentino y creciente curiosidad, agarró el teléfono.
—Dios..., capo, esto es...
Su cuerpo se estremeció, enardecido, a medida que deslizaba el pulgar para pasar las fotos, cada una más obscena que la anterior, erizando toda su piel y tensando sus músculos. Apretó los dientes y se humedeció los labios, sin notarlo. Su miembro cobró vida propia y se comenzó a apretar en su pantalón, por lo que se apuró a acomodarlo debajo del cinturón para que no se evidenciara.
—¡Uuh, papu, pará! No te entres a tocar acá mismo, ¡estamos en la calle, guacho! —exclamó Alan, respingando a un lado al tiempo que soltaba una carcajada.
Justi rio entre dientes y se lo devolvió, ruborizado.
—No puedo con esto. Hoy no... —dijo, secando el sudor de sus manos en las piernas de su pantalón.
—Amigo, si estás tan caliente, ¿por qué no te vas de putas? Con esta guita te va a sobrar, y ahora que estás en la lona ya no te va a joder el ego tener que pagar, ¿o no? —dijo, dándole unas palmadas en el hombro—. ¿Qué decís?
Se lo pensó. Claro que quería, pero... rechazaba la idea de usar ese dinero. Además de que lo necesitaba para cosas más importantes, algo en su interior le decía que no lo hiciera, como si aceptarlo significara firmar un trato con el diablo en persona. Le dirigió a su amigo una mirada centelleante, después la rebotó nerviosamente por todas las porquerías y cachivaches que había desperdigados en la vereda, sin verlos realmente.
Se detuvo, decidido a rechazar la propuesta, pero cerró los ojos por un instante y, mientras soltaba un largo suspiro, las imágenes —pezones rosados— vistas en esa pantalla se entremezclaron en su cabeza con la chica hermosa —¡Ese corpiño de mierda!— que había conocido ayer.
Se mordió el labio y restregó la frente con una mano mientras sus pensamientos iban y venían..., y asintió.
—Está bien... Dale, ¿por qué no?
—¡Bien ahí, loco, mandale mecha, papá! A ver si con eso bajás todo ese vapor que tenés encima. —Alan le dio unas palmadas más.
Continuaron caminando por el medio de una de las pocas calles empedradas que quedaban en el barrio.
—¿Te acordás de Lara, una flaca amiga mía? Te hablé de ella.
—Lara... Sí, me acuerdo. Me la mencionaste varias veces. Nunca llegué a conocerla, igual —respondió, mientras sorteaban un gran pozo de adoquines robados.
—Es relaburadora la negra, no tiene mucho tiempo. ¿Te conté que trabaja de puta, no?
—No, eso seguro que no me lo habías dicho.
—¿Qué te parece si te la presento, pa?
—¿Con ella? Pero es tu amiga. ¿No sería medio..., no sé, incómodo para vos?
—Naaah, para nada, ¿qué mejor que mis compas conociéndose más?
—¿Y está buena?
—Nunca viste una mina más hermosa —respondió Alan, con ojos brillantes y una gran sonrisa.
Pasaron la tarde caminando por ahí, sin ir a ningún lugar específico, charlando de tonterías, anécdotas de eventos sucedidos en el tiempo en que no se habían visto.
Después fueron juntos a recolectar la plata del botín, aunque Justi no lo considerara un botín en absoluto, solo algo que quería sacarse de encima lo más pronto posible. Ni siquiera quiso entrar al lugar en donde compraban la mercadería robada.
Chantas de mierda, pensó, después te lo venden como si fuera nuevo.
Mientras esperaba, mirando a la gente pasar con nerviosismo e imaginando con aversión al fajo de billetes que les darían, también comenzó a notar cierta incomodidad. Miró sus manos: se veían limpias. Las cerró y volvió a abrir y le pareció notar una extraña untuosidad. Las restregó en el pantalón, pero, por mucho que lo hiciera, esa sensación de suciedad parecía no querer irse.
Cuando Alan salió fueron a un Burger King a comer y a repartirse el dinero. Justi le preguntó si estaba seguro de dárselo, no era mucho, pero era mucho más que nada, y, en realidad, él no había tenido nada que ver. ¿Está claro? Absolutamente nada. Alan le respondió que quería dárselo, que era su regalo, y que no lo olvidara. Justi lo repartió por todos sus bolsillos y hasta en las medias, ya buscaría algún escondite más adelante. Después volvió a lavarse las manos varias veces más, a ver si servía de algo, pero la sensación seguía ahí, latente.
Estaba entrada la tarde y ya comenzaba a distinguirse el característico tono rojizo de un cielo cansino, que festejaba el fin de su jornada adornando las nubes de hermosas tonalidades, deseoso del cambio de turno.
Justi empezó a mostrarse preocupado por tener que pasar la noche en la calle, hasta que Alan le contó que conocía un parador nocturno para los sin techo al que podía ir, si quería, que la directora era una gran tipa, en todos los sentidos.
Justi agradeció al cielo. No podía imaginarse ni una sola noche durmiendo en la calle, como su amigo; aunque a él parecía no importarle mucho e incluso se rehusó a acompañarlo, alegando que estaba lleno de maricones reprimidos y que no tenía ganas de agarrarse a piñas con nadie.
Justi sospechó que solo quería falopearse durante la noche entera, y sabía que en el parador te revisaban antes de entrar. Ya lo había agarrado varias veces durante el día. Estaba seguro de que no estaba tan enganchado la última vez que vio, un par de años atrás.
Ya no había mucho más que hacer, así que fueron a lo de Lara, la amiga de Alan; él parecía deseoso de visitarla.
Ya se había puesto el sol cuando llegaron a un gran estacionamiento público detrás del enorme centro comercial de la avenida Poniente. Estaba bastante descuidado, como todo por ahí, y desolado, a excepción de unos vagos más al fondo y un hombre rodeado de bolsas que abría el capó de su auto. Caminaron entre los autos mientras Alan miraba con excesiva atención a los más sofisticados. Al otro lado del estacionamiento había un telo y Justi estaba seguro de que iban ahí, pero Alan parecía estar guiándolo hacia otro lugar.
De pronto chocó con él, que se había parado en seco entre los autos y clavaba una mirada de ceño fruncido en algo a la distancia. Justi siguió el trayecto de sus ojos, intrigado. ¿Una pareja? Besándose en la puerta de una camioneta camper estacionada. Alan se quedó quieto, viéndolos por un minuto. Después siguieron caminando, acercándose más, mientras él continuaba observándolos con una expresión cada vez más tensa y las muelas cada vez más apretadas.
Los de la pareja se dieron un último y tierno beso, él se alejó medio metro y ella lo aferró de la cintura y lo atrajo hacia sí para darle otro más, mientras reían. Entonces sí, él se alejó con una gran sonrisa estampada en la cara.
Alan escupió cerca de sus pies cuando lo cruzaron en su camino. El tipo solo soltó una risa ligera y le sostuvo la mirada por un rato, mientras se alejaba. Justi le preguntó si lo conocía.
—Es de la gorra —explicó Alan.
Justi se sobresaltó. Nunca había tenido miedo de un policía. Cuando era chico le resultaban intimidantes, y todavía le seguían causando una tonta e infundada paranoia al cruzarse con alguno, pero ahora ya no era tan infundada, y el corazón se le aceleró inevitablemente, a pesar de que el poli ya se iba y de que estaba claro que no estaba ahí por ellos. Justi se calmó un poco al verlo alejarse aun más.
—Me revuelven el estómago, los hijos de puta.
—¿Y cómo sabés que el flaco es cana?
—Los tengo junados a todos, Jus. Y a este ya lo tengo refichado, siempre lo veo dando vueltas con la patrulla, especialmente por acá. Es un pobre infeliz que flashea con Lara. Puto vigilante —agregó, mascullando.
Justi comprendió que esa chica parada en la puerta de la casa rodante debía de ser Lara.
Ella miraba al policía alejarse. Justi comenzó a saborearla con la vista a medida que se acercaban: parecía muy joven, aunque probablemente algunos años más que ellos. Piel morena, pelo largo y lacio, oscuro, aunque con las puntas de un rojo intenso. El flequillo se le pegaba a la frente. Aros enormes, ojos enormes, o quizás era el efecto del maquillaje. Una gran sonrisa y una mirada soñadora que la hacían parecer aun más atractiva. Justi empezó a imaginarla desnuda y siendo penetrada y tuvo que secar el sudor de sus manos en su pantalón.
Ella soltó los ojos de ese culo de poli en cuanto los notó acercarse, y una expresión de sorpresa se sumó a la alegría que denotaba su semblante.
—¡Alan! ¡Hola, amor! ¡No caí que eras vos! Nunca venís acompañado.
—Hola, turrita —dijo con una amplia sonrisa, agachándose para abrazarla con fuerte achuchón y plantarle un beso en la mejilla, otro en el mentón y otro en el cuello mientras ella reía—. Es que no quiero compartirte.
Ella resopló.
—Me parece que es un poco tarde para eso, ya me comparten demasiados. ¿Y él? ¿Con este bomboncito sí me querés compartir? —preguntó Lara, mirando a Justi.
—Sí, negrita. Con él sí. Es que, ¿saben algo? Ustedes dos son como mis almas gemelas. Son tan importantes para mí, que un garche entre ustedes va a ser como una fusión de todo, una conexión cósmica, ¿me entienden? —dijo Alan entre risas—. No se caguen de risa, es así. —Después puso un brazo sobre los hombros de Lara y el otro sobre los de Justi, lo cual le resultaba cómodo debido a su altura, y los atrajo hacia sí—. Porque yo les conozco hasta el olor de los pedos, amigos, pero entre ustedes no hay nada, nada de nada, y eso es retriste. Me parte el corazón, pa. Pero eso se acaba hoy. —Los soltó y se acercó más a la cabeza de Lara—. Además, amiga, este pibe esta recontra sediento, ¿sabés? Desesperado. Una buena cogida lo va a ayudar bastante.
Justi miró rápido a otro lado, avergonzado.
—Bueno, dale, pero ni siquiera me dijiste su nombre.
—¿No te dije? Es mi querido amigo Justino, Lara.
—Justi —dijo él mismo, haciendo un ademán con la mano, todavía con mirada evasiva—, todos me dicen Justi. O Jus.
Lara ladeó la cabeza y frunció levemente el ceño, entrecerró los ojos unos segundos y pareció intentar recordar. Miró de soslayo a Alan, y después a Justi de vuelta, recorriéndolo de arriba a abajo con fascinación.
—¿Justi? ¿Ese Justi? —preguntó, lanzándole una mirada inquisitiva a Alan.
—¿Así que soy famoso?
—Claro, famoso por ser el fracaso más grande de la década —respondió Alan, apoyando una mano en la camioneta y otra en su cintura.
Justi lanzó un bufido mientras meneaba la cabeza y sonreía.
—Escuchá —continuó, dirigiéndose a Lara y señalando a Alan con el pulgar—, lo que sea que te haya dicho este gil de mí, es puro verso, no le des bola.
—No te preocupes, no me dijo nada malo. ¿Tenés plata?
—Un poco —dijo nerviosamente, sabiendo que tenía mucho más encima de lo que su conciencia podía considerar cómodo.
—Bueno, después vemos para qué te alcanza.
—Che, hacele algún descuentito pa los amigos, ¿sí?, al menos dejale algunos manguitos, porfa, que si no me mata.
—Bueno, eso va a depender de él, y de qué quiere hacer y cuántas veces —dijo, y guiñó a Justi un ojo. Después volvió a dirigirse a Alan—. ¿Y vos qué vas a hacer, negrito? ¿O querían un trío?
—No, ¡qué trío! Dios, solo vos y yo —intervino Justi, nervioso.
Alan y Lara parecieron cruzar miradas y sonrisas cómplices. Justi sintió que se había perdido de algo, pero no dijo nada.
—Che, ¿puedo esperar en tu camioneta? Tengo un perfume de alta gama, ¿sabés?, con extractos puros de flores del Himalaya, y tengo que, ya sabés, inhalarlo profundamente para poder apreciarlo.
Lara soltó un suspiro.
—Solo no rompas nada, ¿sí? —dijo, estirando una mano con las llaves.
Alan entró a la casa rodante mientras los otros iban al hotel.
Justi la miró para decirle algo y romper el hielo, pero enseguida sus ojos se desviaron a su pronunciado escote, y un cosquilleo le recorrió en ondas todas las extremidades. Respiró hondo antes de hablar.
—Y... ¿Se conocen desde hace mucho, no?
—¿Con Alan? Sí, hace bastante.
—Pero imagino que no como cliente —dijo Justi, con una sonrisa. Ella soltó una carcajada.
—No, como cliente no. Vivíamos juntos. Casi. En el mismo lugar, mejor dicho.
Justi enarcó las cejas, un poco desconcertado.
—Bueno, conociendo a Alan, que no se avergüenza de nada, supongo que ya te lo habrá contado: vivíamos en la calle, en la misma ranchada.
—Ah, sí, me contó... Así que de ahí se conocen —dijo Justi, rascándose la nuca.
—Sí. Hasta que conocí a alguien que me sacó de ese basurero. Y acá estoy.
Entraron al hotel y subieron directamente al piso de arriba, sin cruzar palabra con nadie, y entraron a una habitación con una cama grande y luces rosadas tenues que iluminaban el ambiente. Justi recorrió el lugar con la mirada, tragó saliva sonoramente y secó las manos en su pantalón una vez más; después empezó a sacarse las zapatillas.
—Esperá, amor. Mostrame tu billetera primero —ordenó.
Justi sacó unos billetes del bolsillo trasero del pantalón.
—Con eso solo te alcanza para una mamada. —Sacó algunos billetes más—. Ahora sí nos entendemos —concluyó ella con una sonrisa, mientras tomaba los billetes y los guardaba en su cartera.
Se acercó a él y comenzó a desabrocharle el cinturón.
—¿Puedo...? —preguntó Justi.
Apoyó las manos en su cola y cerró los ojos, sintiendo su curvatura. Después las deslizó debajo de su pollera y acarició y apretó sus suaves y firmes nalgas, mientras su propia piel se erizaba. Se acercó a su cuello para oler su perfume. Olía bien, pero había otro olor debajo que olía aun mejor: era el olor de su piel, su piel sudada de mujer. Mordió su oreja con suavidad y la estrechó contra sí cuando el fervor comenzó a invadirlo.
Apuró a desvestirse mientras ella se sacaba los zapatos de tacón alto, y acarició su pelo mientras ella le ponía un preservativo. Ella comenzó a desvestirse, pero a Justi le pareció que le tomaba e una bendita eternidad, así que no tuvo más paciencia y la agarró por la cintura y lanzó entera a la cama mientras ella soltaba un gritito de sorpresa. Él era fuerte y ella pequeña, así que lo hizo con facilidad. Se le abalanzó encima y tiró hacia abajo el escote de su blusa, mientras su pene se endurecía más al ver ese par de redondas tetas de pezones puntiagudos. Se estremeció al tocarlas, sin poder aguantar las ganas de partirla en dos. Levantó su pollera hasta la cintura, le sacó la tanga con encajes y la lanzó a un costado. Lara separó los muslos. Estaba claro que el pibe quería ir directo al grano. Él la miró de soslayo a los ojos antes de penetrarla, y después se dejó invadir por ese fuego delicioso que había extrañado. Se arrimó más sobre ella para poder apretujar sus tetas y lamer sus pezones mientras la embestía. Sus cuerpos se calentaron más y más mientras la llama del placer iba en aumento y los envolvía, hasta que pequeñas perlas de sudor aparecieron en sus frentes. Cuando estuvo cerca de llegar puso las piernas de Lara de a una sobre sus propios hombros, aferró su cadera y se inclinó un poco más, para darle más fuerte y más rápido.
Lara tenía un truquito que casi siempre lograba satisfacerla: cerrar los ojos e imaginar que esas manos fuertes que la aferraban, que esa cadera que la embestía con furia y que ese pene ardiente que la penetraba eran de él. Contuvo la respiración en el momento justo y un orgasmo la hizo estremecerse, uno de los buenos; él acabó al poco tiempo, soltando un sonoro gemido.
Salió con cuidado, se sacó el preservativo y se desplomó en el colchón al lado de Lara.
—Gracias —dijo agitado, mientras se limpiaba el sudor de la frente con el antebrazo.
Ella rio entre dientes.
—De nada, lindo.
Se quedaron en silencio unos minutos, en los que Lara encendió un cigarrillo y le dio una sola y profunda calada. Tenía que tirar la mierda de paquete de una vez. Miró cómo el humo subía lentamente y buscaba desesperado una rendija por dónde escapar. Se giró para ofrecerle el cigarrillo al tal Justi, pero se había dormido, así que aprovechó para observarlo con más detenimiento. Alan le había hablado de él. Le pareció lindo, pero ya no parecía tan especial, con los ojos cerrados. Un hilito de baba empezaba a salir de su boca abierta.
Lara apagó el cigarrillo en el cenicero que había sobre la mesita de su lado, se vistió y avisó al salir que el pobre pibe se había dormido, pero que solo había pagado por una hora, así que alguien tendría que despertarlo al rato.
Fue hasta la furgoneta, haciendo caso omiso a los vagos del estacionamiento que le decían obscenidades a la distancia.
Estaba ansiosa por hablar con Alan. Tenía algo importante que decirle.
Un halo de luz que entraba por una ventanita en el techo iluminaba el pequeño espacio. Había música en volumen bajo flotando en el aire. Alan estaba sentado en la penumbra, detrás del haz de luz, en una mesita sobre la cual se podían distinguir con facilidad un par de líneas blancas sobre el reflejo de un espejo. Alan sostenía un papelito enrollado con una mano y con la otra se limpiaba los mocos. Había visto entrar a Lara y esperó a que cerrara la puerta y se acercara.
—¿Y? ¿Estuvo bueno? —preguntó.
—Te acordás que esto es laburo, ¿no? —respondió Lara, mientras lanzaba la cartera sobre una butaca.
—Aunque volviste al toque, ¿no?
—Sí, no era joda lo de que estaba remanija. Se mandó con todo y después se durmió.
Alan soltó una risotada.
—Bueno, ¿conciso pero contundente, al menos?
Ella le sonrió y dirigió una mirada pícara.
—¿Y vos qué onda, por qué tanta curiosidad?
—No sé... Para joder nomás. A ver si lo puedo gastar cuando se despierte.
—Mirá, si querés te cuento todos los detalles, y vos te fijás si hay algo para joderlo —dijo ella, y comenzó a caminar lentamente hacia él. Se sentó en su regazo de frente, con una pierna a cada lado, y él apoyó las manos en sus muslos y las deslizó hasta su cadera—. Pero la posta es que no creo que tantos detalles te sirvan para gastarlo..., aunque por ahí te sirven para otra cosa —dijo, con mirada sugestiva, acariciando con un dedo la barbilla de Alan—. ¿Querés que te cuente que tan grande se le puso cuando se le paró? —continuó en un libidinoso susurro, cerca de su oído.
—Pará, no empieces... —Alan cerró los ojos y giró la cabeza a un lado, mientras un escalofrío recorría su espalda.
—¿O preferís que te cuente cómo me acarició el ombligo desde adentro? —Los labios de Lara estaban tan cerca que su tibio aliento rozaba su oreja.
Alan puso una mano detrás del cuello de Lara y la otra en su mejilla y la miró a los ojos, alternando entre uno y otro.
—Sos una turra bien guacha, Lara —dictaminó, con esa sonrisa de lado que lo caracterizaba.
Ella lo miró con mucha diversión, hasta que notó cómo su semblante cambiaba a uno más serio.
—Escuchá... —continuó Alan, tras un largo suspiro—. Lo que vos sabés..., él no lo sabe. Nunca se lo dije... Porque él no es puto, Lara, como ya viste. Y ya fue además, quedó atrás..., y quiero que siga siendo así. No me la compliques.
Lara observó su mirada grave y sincera de ojos color miel y, sin decir más, recostó su cabeza sobre su hombro, y él rodeó su cintura con los brazos, percibiendo su cuerpo todavía caliente. Y se quedaron así, dándose un largo abrazo, sintiendo la respiración del otro en su pecho, perdidos en sus propios pensamientos.
—Es un poco tímido, ¿no? —concluyó Lara al rato, incorporándose.
—Y, sí, es medio cagón. Se pone nervioso por cualquier gilada —respondió Alan, rascándose la cabeza—. Pero es repiola ¿eh?, lo que pasa es que le falta calle. No te das idea del lío que hizo por un puto teléfono, no sé cómo carajo voy a hacer pa convencerlo de que me acompañe a algún laburito.
—¿Acompañarte a un labu...? ¡Ay, boludo! ¡No lo metas en tus movidas, che! —dijo Lara, al tiempo que le pegaba un manotazo en un hombro, mientras Alan reía entre dientes—. No es gracioso. Parece un buen pibe, por lo que me contaste.
—Bueno, solo espero que lo hayas deslumbrado, Lara, así no me cuesta tanto.
—Tarado. ¿Y no te podés arreglar solo?
—Puedo, pero no quiero.
—Sos bastante hijo de puta, ¿sabías? —dijo Lara.
Sus ojos se desviaban constantemente al tentador polvito sobre la mesa, dispuesto en dos líneas perfectamente paralelas. Dos gruesas, largas y seductoras rayas, de impoluta blancura, como la nieve. Se mordió el labio inferior. Alan notó su ansia y le ofreció su papelito enrollado.
—No —dijo, sacudiendo la cabeza efusivamente, sobresaltada. Parecía haber despertado de una pesadilla—. No, ya fue eso. De hecho, es de lo que quería hablarte.
—¿Ya fue qué cosa?, ¿la merca?
—Todo. Ya no me voy a meter nada más nada.
—¿Posta me decís, ma? ¿Vas a tratar de cortar con todo? Bueno... Suerte —dijo, incrédulo y con cierta ironía en su voz, al tiempo que tapaba una de sus fosas nasales y aspiraba otra raya, apuntando debajo de su ojo derecho, su lugar favorito. Apretó los dientes, soltó el aire con una exhalación temblorosa. Ya estaba medio duro, y en poco tiempo iba a estarlo más. Mierda, que se sentía bien, cuando llegaba. El paladar dormido, el retumbar en el pecho, y ese cosquilleo eléctrico que encendía todos los sensores de placer de su cerebro. Lara tenía que estar tomándole el pelo.
—Sí, no es joda. Ya lo hice, negrito. Fue heavy, pero tuve banda de ayuda..., y ya pasé lo peor —suspiró hondo mientras se estremecía—. Y esta vez no me voy a mandar ninguna cagada. Voy a pegar el corte en serio, con todo.
—¡Fa, negra! —Alan la miró perplejo—. ¡Tas re convencida! ¡Tenés una confianza de la concha de la lora, amiga! ¿Pero qué onda, ma, qué pasó? ¿Viste la luz al final del túnel o algo por el estilo?
—No, nada que ver. Es que... Nada, quiero estar mejor. Pero ché, necesito que estés en esto conmigo. Nada de falopa ni de chupi cuando estés cerca mío, ¿está bien? Solo eso te pido. ¿Me vas a ayudar?
Alan la miró receloso, entornando los ojos y girando un poco la cabeza.
—Estás muy misteriosa, Lara. Decíme, solo para sacarme una duda que tengo desde hace un tiempo... Y sé sincera. —Hizo una pausa y le dirigió una mirada penetrante—. ¿Tiene algo que ver con el boludo ese que vimos salir hace un rato?
Lara miró al piso al mismo tiempo que una sonrisa iluminaba su rostro y sus mejillas se enrojecían. Abrió la boca para hablar, pero Alan habló primero.
—Mierda, Lara, ¿me estás jodiendo? —preguntó, y sacudió la cabeza—. Oíme bien, amiga, no es por arruinarte la fiesta, pero ese pelotudo solo quiere que caigas en su trampa, ¿entendés?
—No, no, no lo conocés...
—Te quiere en cana.
—No, negrito, no es como pensás. Él no es así.
—Te va a enchufar con falopa, o lo que sea, algo va a encontrar —continuó Alan, encimando sus palabras con las de Lara, sin paciencia.
—Estás re dado vuelta, negro, por eso estás tan paranoico. No me va a clavar por drogas, ya te dije que las dejé.
—¡Dale, Lara! ¿En serio te la creés? —replicó, subiendo la voz y con un mirada eléctrica—. ¿En serio te pensás que es tan fácil? ¿Que un día lo decidís y chau? Vos sabés cómo es.
—No voy a recaer, ya dejé todo.
—¡¿Y por qué?! —gritó, exasperado—. ¿Por qué dejaste todo? ¿Qué pensás hacer? ¿Estar sobria todo el tiempo mientras unos roñosos hijos de puta te revientan el orto? ¿Qué ganás con eso?
Lara soltó un resoplido fuerte y áspero.
—Sabía que me ibas a venir con esa pendejada, por esta actitud de mierda no te pude decir nada —masculló, apretando los párpados—. ¡A ver si lo entendés, negro, ese es mi problema!, ¡no tuyo!
Alan se paró y empezó a caminar nerviosamente, sin dejar de mirarla.
—Te pensás que ese flaco va a sacarte de esta vida de mierda, ¿no? Amiga, va a chamuyarte hasta que estés hasta las manos, así puede fanfarronear más cuando te mande a la jaula —hablaba rápido, moviendo las manos—. Estás poniendo demasiado por él, y vas a comerte un palazo cuando te des contra la pared y caigas de que solo se aprovecha de vos, y de paso te caga la vida.
—¡Lo hago por mí!, no por él. Por mí y por... alguien más.
Ella se sentó, apoyó los codos en las rodillas y hundió su rostro en sus manos. Se escuchó un largo suspiro.
—Estoy embarazada —dijo desde detrás de sus manos.
—Puta madre..., Lara... ¿no me jodés?
—Y lo voy a tener. —Una fina capa de lágrimas empezó a empañar su mirada.
Alan se tapó los ojos con una mano, apretándolos hasta sentir dolor. Después le dirigió una larga y pesada mirada. Podía sentir el aire turbio y opresivo aplastándole la carne. Empezó a comerse las uñas.
—¿Y pensás que tu Amo y Señor te va a dejar tenerlo? ¿Y que te va a bancar salir con un cana y criar un pibe con él? ¿A vos te falla?
—No vamos a estar paseándonos de la mano y juntando margaritas, Alan. Y Lu no es mi amo y señor, él... —dio un suspiro y se revolvió en su asiento—. Fran me va a cuidar.
Alan no dejaba de menear la cabeza, comerse las uñas y apretar las muelas.
—No puedo creer que seas tan pelotuda.
—¡Y yo no puedo creer que vos seas tan forro! —gritó, parándose de un salto—. ¡Solo sabés tirar mierda, loco! Se supone que sos mi amigo, que estás para apoyarme, ¡y ni siquiera pude contar con vos para ayudarme con la mierda de abstinencia por culpa de esa forma de pensar de mierda que tenés! ¡me importa un carajo que sea gorra! ¡Al menos él sí está para mí cuando lo necesito!
—¡Te está usando!, ¿no te das cuenta? ¡Si no es por vos quiere a alguien más, negra! Solo quiere sumar números, ser el cana que más atrapa. Sabe que venís de la calle, que conoces un montón de faloperos y chorros.
—¿Como vos? —replicó Lara, mordaz.
—A veces sí te da la cabeza, ¿ves? —respondió él en voz baja.
Lara se acercó a tan solo unos centímetros de Alan.
—Solo te importás vos mismo, ¿no? Te importa una mierda todo lo que te acabo de contar: que dejé la falopa, que estoy enamorada, que voy a tener un hijo. Que quiero cambiar de vida. ¡Te chupa un huevo! —vociferó, golpeándole el pecho con el lado del puño—. ¡Todo se trata de vos, todo! ¡Pedazo de mierda!
—¡Solo me preocupo por vos! —Aferró su mano para que dejara de golpearlo—. ¿No te das cuenta? ¡Te estoy protegiendo!
—¡Y un carajo! ¡No me estás protegiendo! —Tiró de su mano para soltarse—. Venimos de la misma mierda y te da bronca que yo quiera mejorar... Te da miedo que te deje solo, hundido en esta porquería.
—Oíme bien, Lara. Te estás engañando. No sé qué fantasías de mierda te armaste en la cabeza, solo te estoy avisando que no tenés idea en lo que te estás metiendo, y si seguís con esta pelotudez vas a terminar presa o muerta en una zanja.
—¡¡Andate a la mierda, Alan!! —rugió, empujándolo hacia la puerta, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Alan salió y ella cerró la puerta con tanta fuerza que toda la furgoneta se sacudió.
Lara se quedó restregando sus mejillas y estrujando sus manos, hasta que notó que todavía quedaba una raya olvidada en la mesa, encima del espejito. Se detuvo un minuto a contemplarla, mientras su corazón latía vertiginosamente. El rayo de luz que entraba desde el techo la iluminaba, y cada partícula parecía brillar como si fuese la puta salvación divina. Se acercó dando zancadas y le pegó un manotazo para desperdigarla, rugiendo. El espejo cayó y se destrozó.
Se sentó en el piso, rodeó sus rodillas con los brazos y hundió su rostro en ellas, sollozando, mientras su pecho todavía palpitaba con violencia. Se quedó así unos minutos, hasta que divisó a la distancia un pedazo de vidrio. Aún tenía partículas de polvo blanco adherido a él... Se acercó gateando, lo tomó y lo lamió y relamió hasta que la lengua ardió por un corte. Se limpió la gota de sangre con un pulgar y la miró. Cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, lanzó asqueada el pedazo de vidrio con toda la fuerza que pudo.
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