4. Solo seguime

Los sonidos de bocinazos en la distancia provocaron que sus sueños se entremezclaran con sus recuerdos, y se convirtieran en pesadillas. Despertó sobresaltado tras soñar con un auto que se acercaba a toda velocidad a él, quien estaba en medio de la calle, sin poder moverse.

Ya era la mañana siguiente y estaba recostado en la misma suave y cómoda cama en la que... ¿Qué había pasado? Tenía una migraña terrible y en cierta parte detrás de su cabeza sentía un dolor especialmente intenso. Tocó el sitio y soltó un gruñido. Chequeó que su mano no tuviera sangre, pero no tenía. Apenas podía abrir los ojos por la dañina y abrasadora luz. Más lento. Sus ojos se fueron acomodando poco a poco a la intensidad.

De pronto recordó el vómito y se giró con un movimiento abrupto para ver si seguía ahí: no estaba. De hecho, no había ni rastro. Miró sus pies: también estaban limpios. Entonces se la imaginó a ella limpiándolos... con la lengua. Sí, limpiando vómito..., y después mirándolo sugestivamente y guiñándole el ojo. Dios. Dejar el asunto a medias le había afectado.

Recorrió la habitación con la mirada y vio su remera en una silla. La silla estaba arrimada a un escritorio con una estantería encima, repleta de libros. Le dio curiosidad saber qué leía, pero estaba muy lejos para ver los títulos. También tenía una curiosa colección de búhos de madera de distintos tamaños. No había muchos muebles más, salvo un armario empotrado y un radiador —apagado, era pleno verano después de todo— con algunas ropas de ella tiradas encima. Se quedó mirando el techo un rato, después al suave sol que entraba por la cortina traslúcida, que rozaba las mantas con su luz. A pesar de la migraña y del dolor corporal, se encontraba increíblemente cómodo. Dios, esa cama era gloriosa. No quería levantarse jamás.

La puerta del dormitorio se abrió.

—¡Por fin! Se despertó el bello durmiente. Mirá, justo venía a eso —dijo, mientras se apoyaba en el marco de la puerta y cruzaba los brazos.

Justi apenas la reconoció, sin todo el maquillaje. Le pareció que seguía siendo hermosa, pero no tan sensual. Ahora parecía mucho más delicada, con su pequeña boca de labios rosados y sus ojos almendrados.

—Disculpame, por lo de ayer.

Ella negó con la cabeza.

—No te disculpes, corazón, no lo hiciste a propósito. Yo también vomité este piso varias veces —dijo, y ambos soltaron risitas entre dientes.

Él le dirigió una larga mirada mientras le dedicaba una amplia sonrisa.

—Limpiaste mis pies.

—Y sí, no quería que ensuciaras las mantas.

—¿Los lamiste? —preguntó Justi libidinosamente, y ella rio con ganas.

—Ay, ¡sos un guarro! —Entró, tomó la remera de Justi y se la lanzó sobre la cara. Él la apartó, riendo. Entonces ella notó de nuevo los golpes en sus costillas, hombros y brazos.

—¿Cómo estás? —Parecía preocupada de verdad.

—Vivo —respondió, sonriente.

—¿Me contás qué te pasó? Digo, lo que te pasó en serio.

Justi lanzó un gruñido y se tocó el ojo dañado.

—El tarado de mi jefe y su hijo.

—¿Tu jefe y su hijo? Uy, claro, nunca termina bien si te metés con tu jefe y su familia. ¿Te acostaste con su esposa?

Justi soltó una carcajada.

—No, el único que salió garchado ahí, fui yo. Resulta que el hijo era compañero mío y era un pelotudo monumental. El tema es que yo no lo sabía, que era su hijo. Le dije al viejo algunas cosas de él..., nada bueno, te imaginás. Y era justo el día de cobrar y el forro hijo de puta no me quiso pagar. Armé quilombo y me echaron a patadas, literalmente.

—Ah te cagaron feo. ¿Habías estado laburando mucho tiempo ahí, no podés hacer nada?

—Nada, solo una semana, y todo en negro pero... De verdad que necesitaba ese laburo.

—Qué lástima, flaco. Eso sí que es una recontra cagada.

—Sí, la verdad que sí... No tenés idea qué día de mierda tuve ayer. Bueno, hasta que apareciste. Aunque eso tampoco terminó muy bien, ¿no? —dijo, y ambos rieron.

—No, no mucho.

—Estamos a tiempo de cambiarlo... ¿Qué te parece? ¿Terminamos lo que empezamos? —dijo Justi con una voz más suave y seductora.

Ella soltó una risa ligera mientras él esperaba su respuesta con atención.

—Me imaginé que ibas a decir eso —dijo ella, y soltó un largo suspiro—. Mirá, fue divertido, no te lo niego. Pero fue ayer, y hoy es hoy. —Lo examinó de la cabeza a los pies, sonriendo y entornando los ojos—. Y digamos que... ya perdiste tu encanto. Ahora solo te veo como el "pibe vómito" —y ambos rieron—. No, pero, hablando en serio... Ayer estaba muy en pedo. En pedo y... Bueno, digamos que en un mal momento, pero no tenía que haberte traído. Dejé que te quedaras porque me dio pena cómo la palmaste después del golpe. De verdad, me pegué un susto de muerte; escuché el golpazo y después te vi ahí tirado. Pero me quedé tranquila cuando te escuché roncar.

Él intentó levantarse y ponerse la remera, pero la jaqueca le pegó duro en la nuca, el dolor por los golpes le ardió, y volvió a derrumbarse en la cama.

—Mierda... —dijo, apretándose la nuca.

—Te conviene comer algo. Vení a la cocina, que tengo café.

El departamento era pequeño, una sala de estar combinada con cocina tenía una puerta que daba al baño, otra a la habitación y otra para salir. Estaba desordenado, pero limpio. En la sala había una gran ventana un poco abierta por la que entraba el sol del mediodía, que debía de pegar fuerte estando fuera, pero acá corría una suave y refrescante brisa que resultaba en una temperatura perfecta. Se sirvió café y engulló unas rodajas de pan.

Ella estaba de espaldas, en la cocina, cortando unas verduras. Él iba a acercarse por atrás y a deslizar sus manos sobre su cintura, pero se lo pensó dos veces al verla con un enorme cuchillo en mano.

Se apoyó en la mesada, a su lado.

—¿Te ayudo?

Ella terminó de cortar la zanahoria en rodajas y, cuando sus ojos se encontraron, su mirada de ojos pardos se distendió y suavizó. Le dedicó una dulce sonrisa. Justi quiso tocarla una vez más para sentir la frescura y suavidad de su piel tersa, y levantó una mano para acariciar una de sus mejillas. Ella cerró los párpados al sentir su tacto, mientras la sonrisa se desvanecía de sus labios, pero permanecía latente en su semblante. Aflojó los hombros y soltó un ligero suspiro. Pero de pronto abrió los ojos, azorada, y se separó de Justi para buscar con la mirada el reloj de pared.

—Che, mirá, mi novio va a venir a almorzar acá en un rato, así que... Supongo que vas a querer ducharte. Pero lo ideal sería que te apures y te vayas pronto.

—Ah, ahora entiendo... Dale. No te hagas drama. —Se le apretaron las entrañas, y no estuvo seguro de por qué.

Ella le dejó terminar el café y ducharse, siempre y cuando lo hiciera en menos de cinco minutos, que le alcanzaron para hacerse una paja imaginándose a sí mismo arrancándole ese corpiño y apretujando esas tetas que ayer no había podido ver enteras. Corpiño de mierda.

El agua fría discurriendo por su espalda le vino de maravilla, como si cada gota le diera un poco de vida. Los moretones dolían, pero el frío aliviaba y sanaba. Se le ocurrió el truco barato de salir del baño con una toalla pobremente sujeta a su cintura para después dejarla caer, pero mientras miraba su semen escurrirse por la rejilla le pareció que era una idea muy boluda, y que ella había sido demasiado buena con él como para ponerse pesado. Ya le había dicho que no.

Salió completamente vestido. Ella se acercó a la puerta del departamento, apenas lo vio, y comenzó a abrirla.

—Bueno, ahora sí.

Él avanzó muy despacio, todavía no se quería ir. Se detuvo a su lado y le sonrió.

—Esperá, tengo algo para vos —dijo ella.

Se giró y sacó de un cajón algo que sostuvo entre dos dedos con una sonrisa: una curita. Ambos rieron.

—Sé que no va a arreglar todos tus problemas, pero seguro te va a servir para que no se te infecte esto. —La abrió y se la puso con delicadeza sobre una herida pequeña en el mentón, que ya había cerrado, pero vuelto a abrirse al ducharse.

Justi le clavó la mirada mientras disfrutaba de la ligera presión de sus dedos sobre su piel, para que la vendita quedara bien adherida.

—Sos un ángel. Gracias. Por todo. Por dejarme dormir, especialmente. No te das una idea de cuánto lo necesitaba.

—Se te notaba.

Él le dedicó una última sonrisa, se dio media vuelta y comenzó a caminar.

—¿Te duelen menos? —Oyó, tras haberse alejado un par de metros.

—¿Eh? —preguntó él, dándose la vuelta.

—Los golpes.

—Ah, sí, sí, ni los siento, tranqui... —mintió, sacudiendo el aire con una mano—. Che, si te gustan puedo ir a pelear con cualquiera que me cruce y tener algunos más frescos, ¿qué decís?

Ella rompió en una risa alegre.

—Estás medio loco, ¿no?

—Hasta me puedo quedar un rato más y que me los dé tu novio, ¿qué te parece?

Pero entonces ella dejó de reír y su mirada se tornó severa.

—Uy, me fui a la mierda, ¿no? Disculpá, solo estaba jodiendo. Mejor me... —Señaló con el pulgar hacia atrás y, después de un corto titubeo, se fue.

Entonces recordó lo que le había dicho su amigo: "No cualquiera podría"... ¡No cualquiera podría ser tan pelotudo, por el amor de Dios!

Caminó sin rumbo por un rato, sin dejar de pensar en ella, un tanto mortificado al darse cuenta de que ni siquiera le había preguntado su nombre. Sacó la pequeña libreta del bolsillo trasero del pantalón y empujó el gastado lápiz fuera de la espiral que lo retenía. Se detuvo y dibujó parado. Un boceto rápido, para recordarla mejor.

Había comenzado con el pie izquierdo, pero su día apenas empezaba. Un nuevo día en su nueva, arruinada y miserable vida.

Un nuevo comienzo siempre suena bien. Suena esperanzador. Pero también puede significar el comienzo de un descenso sin escalas hasta el mismísimo infierno.

Justi pretendía que no fuese así, quería hacer las cosas bien. Sabía que su amigo estaba un poco desviado, pero él no se dejaría convencer de nada raro, no haría nada que no quisiera hacer, así que, aunque estuviera en la calle, se iba a andar con cuidado. Iba a hacerlo bien. Buscaría trabajo, y, aunque le costara conseguir algo decente, lo lograría, porque sería perseverante y no se daría por vencido ante el primer rechazo. Viviría con lo mínimo, para poder juntar la plata del alquiler y recuperar su habitación. O hasta podría intentar conseguir algo más accesible, olvidarse del señor Ramírez y encontrarse una pequeña habitación acá mismo, donde había vivido casi toda su vida, ¿por qué no?

Conseguiría algo, lo que fuera. Buscar trabajo podía ser agotador. Incluso podía llegar a ser como un campo de guerra: cientos de idiotas esperanzados presentándose a un mismo puesto, desesperados y dispuestos a lo que fuera por conseguirlo.

¿Y si el tipo encargado de la selección, cansado del tedio de las mismas preguntas y las mismas respuestas, saliera de la oficina y mandara a todos los postulantes a definir el puesto a las piñas, ahí mismo, en el momento?... Mierda, sería un baño de sangre. Al principio se mirarían unos a otros, dudando, hasta que al fin uno daría un empujón y recibiría una piña a cambio. La sonrisa del encargado de selección y la gota de sangre sobre la cerámica serían el bocinazo de arranque para desatar la locura. Se acercarían corriendo unos a otros dando gritos de guerra y mostrando los dientes, y, después de los empujones y las trompadas, pasarían a arrancar carne a mordidas con sus dientes cepillados hasta brillar, a cortar carne con el vidrio roto de ese espejo en el que se habían acomodado el nudo de la corbata, y a romper huesos con el extintor que habían mirado con aburrimiento mientras esperaban. Y el piso se convertiría en un gran charco de sangre con cuerpos desparramados. Hasta que quedara uno, el último candidato en pie, con la camisa blanca ahora completamente roja. El tipo que ofrecía el puesto le diría, un poco asqueado, que ya estaba, que había ganado, que el laburo era suyo. Bien, colega. Lo hiciste bien. El ganador miraría sus manos empapadas y temblorosas, a los cuerpos por el piso. Y le preguntaría al tipo del puesto cuáles serían sus horarios.

Ya había estado buscando trabajo durante los últimos meses, y, mientras imaginaba esa escena, comprendía que odiaba tener que continuar con la misma mierda. Igualmente lo haría, claro..., porque quería hacer las cosas bien.

Sin embargo, antes de seguir con la búsqueda laboral, tenía algunas cuestiones que solucionar, como comer, cagar y coger —sí, se había quedado con las ganas—. Y no estaba muy seguro de cómo saciar alguna de esas necesidades básicas estando en la calle y sin un peso, así que acudió nuevamente al único experto en materia de vagabundeo que conocía.

Alan le había dicho que podría encontrarlo en alguna parte de la plaza Providencia, una de las tantas de San Aurelio. Era una plaza de perros, de adolescentes porreros y de vagabundos. Casi nunca veías niños alegres jugando por ahí. Frente a la plaza había algunos comercios con las vidrieras destrozadas, ahora tablonadas y tapiadas. Un par de linyeras se resguardaban en el espacio cubierto de una de sus entradas.

No vio a Alan por ninguna parte. Recorrió la plaza y pasó frente a los sin techo varias veces en una búsqueda nada exitosa. Comenzó a sospechar que podía ser el que estaba dormido tras unos cartones, pero no quería acercarse a despertarlo y que después resultara ser algún otro loco dispuesto a hacerle un tajo solo por molestarlo.

Notó que el ciruja despierto no le sacaba los ojos de encima. Se armó de coraje y detuvo frente a él y le preguntó si conocía a Alan. Era un viejo desharrapado que apestaba a mugre vieja, cubierto con unos trapos andrajosos que ya ni siquiera podían llevar el calificativo de ropa. El pelo gris y rastoso, barba casi blanca y enmarañada y una mirada alerta.

—¿Y vos quién sos? —preguntó con voz ronca, apenas audible.

—Un amigo.

El hombre lo miró a los ojos un rato, después de arriba a abajo, y al final se giró sobre sí mismo con desgano para lanzar una botella vacía de plástico a los pies del dormido, pero éste no se inmutó. El viejo se volvió y se puso a revisar un carro de supermercado repleto de bártulos, pasando a ignorar al visitante por completo.

Justi sorteó las botellas y demás basura para adelantarse hasta su amigo (Permiso... Solo quiero...) y darle unas pataditas en la pierna, aunque no logró provocar reacción alguna. Le sacó el cartón que tenía encima y lo miró por unos segundos, mientras el olor a alcohol de la noche anterior y a los meados del sitio invadía sus fosas nasales. Le dio unas palmaditas suaves en la mejilla y, de nuevo, nada. Pero las palmaditas suaves se convirtieron en un buen cachetazo cuando recordó cómo le había robado plata a la chica del bar la noche anterior. Alan despertó sobresaltado, lo aferró del brazo y tiró hacia él en un movimiento rápido. Un ligero pinchazo bajo las costillas y el tufo de su aliento sobre la piel. Hasta que aflojó el agarre, unos segundos después, y Justi entendió que el pinchazo era una navaja, cuando vio que la guardaba. Loco de mierda.

—¡La reputa madre, Jus! ¿Pero vos querés que te mate, guacho?

—Pará, ché, solo quería despertarte... Boludo, si no me matás con esa navaja me matás igual de un infarto.

Intentaron recuperarse del sobresalto y, tras respirar profundamente, Alan rio, y Justi también, aunque con cierto nerviosismo.

—Ah, así que ya conociste al Cefe, ¿eh? —preguntó, incorporándose y restregándose los ojos—. Seguro te hablé de este loco alguna vez. Es un tipo piola, Ceferino. Aunque medio callado, pero después te acostumbrás —Ambos lo miraron, y el viejo los miró de reojo—. Parece medio marmota, pero la tiene reclara el don.

—Te estoy escuchando —dijo el hombre.

Alan le sonrió y se fue bostezando a mear a un rincón entre las paredes, después se agachó un poco y aspiró algo que tenía en la mano, antes de volver a subirse el cierre y continuar hablando mientras se restregaba la nariz.

—¿Sabías que es licenciado en Bellas Artes? Y el loco tiene talento, bah, tenía. Mirá, ustedes dos podrían pegar onda, vos que te la das con el dibujo y eso. En serio, era un capo. Ah, pero, ¿sabés qué? Su verdadero talento era otro: era un crack encontrando la vena, pa. O eso decían. Teníamos un amigo que..., el que palmó, ¿te acordás? Te conté. El loco decía que ni te dabas cuenta de que te la mandaba hasta que pegabas viaje, que era una locura. Entonces un día me animé, ¿sabés?, y le dije, dale, Cefe, pinchame. Pero no quiso. De un día para el otro tiró un "nunca más, ni a mí ni a nadie". Algo así. Salió con la huevada de que lo hacía sentir culpable, o algo por el estilo. ¿Podés creer al guacho ese?

—Me parece bien. Sos un buen tipo, Cefe.

El viejo lo miró y le guiñó el ojo.

—Alan, no quiero ni enterarme de toda esa mierda —continuó—, me chupa un huevo quién es el rey del paco ni el transa más piola del barrio, ni nada de eso, ¿está? No me interesa, ya lo sabés.

—Tranqui, pa. Sí, ya lo sé. Solo te estoy presentando a este ilustre caballero y, de paso, contándote una anécdota.

—Bueno, cortá con las anécdotas de falope. A mí lo único que me importa es llenar la panza y vaciar las pelotas.

Alan rio.

—Te estás perdiendo lo mejor, guachín. Pero bueno. —Se restregó los ojos con el dorso del puño—. Yo también tengo un poco de lija. Dale, yo invito.

Se encaminaron arrastrando los pies hasta un negocio de comida rápida que había ahí mismo, frente a la plaza, que solo tenía atención a la calle y servían en una barra corta y pegajosa que estaba llena de tarros de aderezos. Se sentaron en los taburetes atornillados al piso y pidieron hamburguesas con papas y café.

—¿Y qué tal te fue ayer con esa minita, pa, estuvo bueno el levante? ¿Te pagó bien por tu servicio? —preguntó Alan con sorna.

—No me hagas acordar, boludo, qué servicio —Justi rio entre dientes—, ni siquiera concretamos, al final.

—¡Noo, qué garrón!, ¡y yo brindando por tu conquista, como un tarado! Pensé que todo había salido de diez, papu, y que estabas pasándola bomba en una cama espectacular al lado de una minita en bolas.

—Bueno, la cama espectacular sí que la tuve, ¿eh?, aunque sin la minita. Fuera de eso, fue bastante desastroso. Pero, ¿sabés qué?, aunque no cogimos, me encantó: me llevó a su casa, me trató bien todo el tiempo, me dejó dormir en su cama toda la noche... —Justi no dejaba de revolver el café con una sonrisa en los labios; la chispa en su mirada había vuelto—. Me podía haber dejado tirado en el piso encima de mi charco de vómito, pero no. Me desperté en la cama, limpio, comodísimo. Hasta curó mis heridas. —Señaló risueño su vendita—. Y ella, hermosa, con esa mirada dulce... No sé explicarlo bien, pero no puedo dejar de pensar en ella.

—¡Y claro que no podés! Justo porque no se la clavaste, amigo, si parecía que se armaba telo encima de la mesa del bar, boludo. Esa mierda puede ser traumática. Contame, ¿no te respondió el soldado, o qué onda?

—No, nada que ver. Es más, creo que todavía lo tengo en alerta —dijo entre risas.

—Pará, pará, ya sé lo que pasó: te dormiste.

—Me dormí, sí. —Hizo una pausa mientras pasaba una mano por el relieve hinchado de su cabeza—. Ah, pero antes de eso me di un palazo en la cabeza cuando me resbalé en mi propio vómito.

Alan escupió un poco de café en un intento por contener una carcajada, pero se le empezó a chorrear por la barbilla, y ambos rompieron a reír con más ganas todavía, mientras daban puñetazos en la barra. Tuvieron que limpiar sus lágrimas, además del café escupido, en cuanto lograron calmarse un poco.

Qué bueno era estar juntos. Así era tan fácil, reír de sus frustraciones... Casi parecía que todos sus problemas no eran más que un mal chiste, uno de esos de un show barato del que te arrepientís un poco de haber ido, porque, aunque el chiste sea muy bueno, el centro de la diversión sos vos. Pero, ¿acaso importa? Siempre es mejor reír que llorar.

—Y todavía no te conté lo peor: tiene novio —dijo, restregándose la cara con ambas manos.

Alan bufó, riendo.

—¿Y por qué eso es lo peor, amigo? Si así y todo te llevo a su casa, no creo que le importe mucho.

—No, capo, sí que le importa. Al menos lo suficiente como para mandarme a la mierda hoy. Eso arruinó todo, cuando me dijo que tenía novio y que me rajara porque estaba por llegar. Y aunque a ella no le importe, a mí sí me importa —soltó un gruñido—. Ya me cansé de ser el de repuesto.

—Uh, es de las que menean el culo pero no muestran la concha. Justi, las minas están todas locas, pero esas son las peores. Ayer te fue a buscar, te llevó a su casa y te metió en su cama. Prácticamente te lo pedía a gritos, ¿y hoy te echa a la mierda, con esa excusa del novio? ¿Ayer no lo tenía, al novio? ¡Qué hija de puta! Alta calientapijas —dijo Alan, y sacudió la cabeza—. Mejor olvidate, pa.

Justi masticaba su hamburguesa un tanto apesadumbrado, con la mirada perdida en el tipo que seguía friendo papas en la cocina.

—No sé, no creo que sea una calientapijas, la verdad. Me pareció buena mina. Y además... No sé, vas a pensar que estoy loco, pero siento que hubo algo..., algo más, como una conexión, ¿entendés? —dijo, mientras miraba a la distancia con los ojos brillantes—. Igual, tampoco me dio pie como para volver. Más bien lo contrario. —Soltó un largo suspiro, meneando la cabeza—. Así que sí, supongo que me puedo ir olvidando.

—No te hagas drama, pa, minas hay para levantar con pala. No te quedés pegado con una loca.

—Supongo que debería concentrarme en conseguir trabajo, casa, y toda esa mierda. Pero ni sé cómo, si ni ropa limpia tengo... Ni celu, ni dirección, nada. ¿Cómo me van a ubicar? Puedo dar mi correo, pero sin guita no voy a poder chequearlo muy seguido. ¿Vos no tenés, che?

—¿Celu? Mirá, papá, en la calle el celu te dura menos que una seca. Está lleno de forros sin códigos, por acá. Y lo de andar limpio y empilchado, se te va a complicar en serio, más sin un peso partido al medio. ¿Por qué no dejás de pensar un poco en esas movidas, pa?, y disfrutás un toque de tu tiempo libre.

—¿Haciendo qué? Para todo lo que me interesa se necesita guita.

—Bueno, hay otras formas de conseguir guita, ¿sabés?

—¿Querés que me prostituya? —preguntó Justi con una sonrisa.

Alan soltó una carcajada limpia y dio un fuerte aplauso con las manos.

—Si te pinta, pa. Pero no es a lo que me refería.

—¿Y a qué te referís? Che, no lo había pensado antes, pero, ¿y vos?, ¿qué hacés en todo el día?

Alan rio entre dientes y le dirigió una mirada risueña y penetrante.

—Busco, papu, busco. Me la paso dando vueltas por ahí. Busco a alguien que me venda buena merca y no me rompa el orto con el precio, y necesito a varios, porque, viste cómo es, un día te podés quedar sin alguno y no vas a querer quedarte con las ganas. Busco a algún boludo distraído entre la gilada, para que colabore con mi economía, ¿sabés lo que digo? Y también busco pasarla bien, ya sabés, algún lindo culito con el que jugar; aunque eso es lo que menos me importa, últimamente.

Justi se quedó un poco pensativo y abrió la boca para preguntarle si había entendido bien lo de los colaboradores distraídos, pero Alan, que había fijado su atención en unas personas más lejos, habló primero:

—Mirá, pa, hablando de lindos culitos... —dijo con una sonrisa pícara, mientras señalaba a un grupo de chicas jóvenes que se sacaban fotos sin parar frente a un nuevo graffiti de unas gigantescas alas de ángel que alguien había hecho en un muro frente a la plaza, varios metros más allá. Justi se había girado sobre su silla para verlas—. ¿Las ves? Mirá qué taradas que son.

—Sí, un poco. Aunque las envidio, la verdad. Parece que nada les preocupa. Ni se les cruza por la cabeza a dónde van dormir esta noche, o cómo van a conseguir comida mañana. Ni siquiera tendrían que perder el tiempo buscando laburo, si quisieran uno. Solo les piden a los viejos un puesto en la empresa y listo.

—O podrían levantar la pollera y mostrar un poco de carne. Cualquier pelotudo con plata les conseguiría lo que quieran, cuando viera esos culitos cero kilómetro.

—Sí, probablemente, pero hay que ser bastante trola para eso. Supongo que no todas se animarían.

—Tal vez no por plata. Pero todas quieren algo... —Se acercó a Justi y dijo, por lo bajo—. Tal vez solo quieren un pibe lindo de ojos azules que las haga reír, ¿sabés? —Le guiñó un ojo con exageración mientras sus labios se estiraban.

—No, capo, miralas bien. Son muy pendejas, ni siquiera deben tener dieciocho.

—¿Y qué, pa? Solo vamo a charlar, no a hacerlas a debutar en la vereda.

Justi las miró con más atención: se podían distinguir fácilmente sus cuerpos con marcadas curvas, y también estaban bien sus rasgos faciales, al menos lo poco que pudo distinguir a la distancia.

—Están buenas, no te lo voy a negar.

—Mirá a esa, alta burra tiene. Amigo, están para partirlas en cuatro, hasta un trolaso como yo se da cuenta de eso. Pero no nos adelantemos. Vamos a charlar con ellas y vemo qué onda, ¿qué te parece?

Justi no lo pensó mucho. Se moría de ganas, en el fondo. Especialmente desde la metida de pata de ayer. Y, a esta altura, ya no le importaba si tenían veintiuno, dieciocho, dieciséis o si eran muñecas de goma. Valía la pena intentarlo de nuevo, ¿no? Ahora estaba descansado y bañado, así que probablemente no saldrían corriendo tan solo verlo.

—Está bien, dale... —Tamborileó nerviosamente los dedos en la grasienta barra—. Vamos.

Las chicas chillaban y soltaban carcajadas a medida que se turnaban entre ellas para sacarse fotos bajo esas enormes alas plasmadas con talento.

Ellos se acercaron caminando a paso tranquilo y se pusieron detrás, como esperando su turno, mientras las veían posar y reír, riéndose un poco de ellas y un poco con ellas.

Hasta que ellas notaron su presencia y les hicieron lugar, al comprender que venían a lo mismo. Entonces Alan se adelantó y le dio a Justi un tremendo teléfono celular de la gran puta, último modelo y tecnología de punta, y Justi casi se quedó con la boca abierta al verlo dárselo, especialmente después de haberle dicho que no tenía hacía tan solo unos minutos.

—A ver si captás mi vibra, papá. ¿Chicas, nos dan una manito para conseguir unas fotos decentes?

Ellas sonrieron y asintieron. Alan se adelantó unos metros hasta estar junto a la pared, en medio de las alas del graffiti, y se puso a posar como si fuera un modelo barato y borracho, levantándose la remera hasta el ombligo, tocando sus pectorales, mirando a la distancia con su mejor cara de Brad Pitt. Todas ellas, unas cinco o seis, empezaron a reír entre dientes, y él comenzó a exagerar sus posturas, y, mientras las chicas más reían, más ridículas poses hacía.

Hasta que se acercó a la manada y tomó el teléfono de vuelta, mientras decía a Justi que ahora era su turno. Él fue, un poco a regañadientes y con una sonrisa avergonzada, y se quedó quieto con los brazos cruzados y la mirada al frente, sintiéndose un idiota.

—Él es muy malo para esto chicas, lamento decepcionarlas. ¡Ponele un poco de onda, guachín! A ver, levantá el mentón.

—Por ahí si abrís los brazos, como en Titanic, ¿conocés esa peli? —agregó una de ellas.

Un escalofrío recorrió la espalda de Justi al escuchar eso, y sintió que su vida no era más que un gran chiste concebido por algún pelotudo, y empezó a reírse suavemente, intentando contenerse. Abrió los brazos como una marioneta, pero no pudo aguantarse más y rompió en una larga e histérica risotada; y los demás rieron con él, aunque medio confundidos.

—¡Che, amigo, no te me ahogué! —gritó Alan, entre risas—. Me encanta. Este pelotudazo vale oro —dijo Alan sonriendo y meneando la cabeza.

Justi se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano mientras todavía trataba de contener algunas risitas más.

—Chicas, les voy a contar un secreto —dijo Alan en voz baja, y las chicas, que ya estaban cerca para ver la pantalla de su teléfono, y ver las fotos que tomaba, se acercaron aun más, intrigadas—. Ese boludo que está ahí cagándose de risa, es reimportante para mí... Es mucho más que un simple amigo. —Las chicas se miraron entre sí y se escucharon cuchicheos y risitas—. Así que porfa, cuando lo vean ahí solo, perdido y mirándolas con la boca abierta como un pelotudo, no me lo lastimen, ¿dale?... Y ya que estamos, ¿qué tal si nos sacan una foto juntos?

Entonces le dio su teléfono a una de ellas y después se acercó a su amigo al trote. Apoyó un brazo encima de los hombros de Justi y buscó sus ojos con la mirada. Le corrió gentilmente un mechón de pelo que se entrometía y, cuando sus ojos se encontraron, le guiñó uno. Volvió su atención a las chicas y susurró:

—Vos corrés rápido, ¿no?

Un mal presentimiento se posó sobre Justi como un oscuro velo.

Regresaron junto a ellas después de la foto.

—Gracias, preciosas. Ahora, si quieren, les puedo sacar una foto a ustedes, todas juntas, ¿qué dicen?

Intercambiaron teléfonos: la que sacó la foto devolvió a Alan su celular, y a la vez le dio el propio con la cámara encendida. Después fueron todas a posar para la foto grupal, muy contentas.

—A ver, ¡júntense más! —Alan miró de soslayo a Justi y le dijo en voz baja—. Vos seguíme. No lo pienses mucho, solo seguíme.

Justi lo miró confundido y después lo vio salir corriendo con el teléfono de las chicas en la mano. Ellas apenas comenzaban a reaccionar, abriendo sus bocas para proferir sus mejores insultos mientras veían a su amigo alejarse, con miradas entre coléricas e incrédulas, y alguna mirándolo a él. Cuando vio los primeros pasos de una de ellas dirigiéndose hacia él, por fin reaccionó y se largó a correr tras su amigo.

El muy hijo de puta. EL MUY HIJO DE PUTA.

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