27. Si me amás
Necesitaba recargar. Había ido hasta ese bar que estaba a la vuelta de la esquina del hospital, tras su encuentro con la trola de Justi..., a pesar de todo lo que había pasado en ese lugar. Tal vez ahí, en ese baño, entre las rendijas llenas de pis de las baldosas, encontrase alguno de los fragmentos de su corazón roto. Porque así se sentía desde ese día: roto. Hueco. Muerto.
Y acababa de enterrarse aun más profundo con lo que acababa de hacer. Ahora no solo iba a tener su desprecio... Ahora iba a odiarlo.
Pensó que se iba a sentir muy bien apretar el cuello de esa puta. Ese cuello que era tan frágil como el tallo de una flor. Había sentido el impulso de quebrarlo. Pero no... No se sintió bien. No hay manera de conseguir satisfacción a través del odio. Necesitaba sentir algo más que esa rabia. Apretó buscando ese anhelado sentimiento, ese algo que lo llenara, algo que uniera sus pedazos, que le devolviera un poco de vida. Los dedos rodeando su cuello no lo encontraron. Apretó más, deseando encontrarlo hundido entre su carne. Tampoco. Quería apretar todavía más, con todas las fuerzas que tenía, hasta poder sentir eso que buscaba. Pero esa vieja lo despertó de su trance. Esa vieja lo salvó. Porque lo que menos quería en esta vida era provocarle a Justi más sufrimiento. Y parecía que ya le había provocado demasiado. Esa puta ya se iba a encargar solita de hacerlo sufrir más, pero no podía hacer nada para evitarlo.
Tomaba una cerveza mientras pensaba en todo eso, cuando de pronto notó por el rabillo del ojo que alguien se le acercaba atropellando a quien se le cruzara, y ese alguien lo tomó del hombro y lo giró hacia él con brusquedad.
Justi. Hacía días que no lo veía. No desde esa noche.
El lugar era oscuro, pero pudo distinguir su rostro descolocado y maltrecho y sus ojos llenos de turbación. Entonces notó la sangre en su propia campera y cuando cayó en cuenta de que provenía de Justi se echó hacia atrás e incorporó en un abrupto movimiento.
—Carajo —exclamó, mientras lo examinaba de pies a cabeza en busca de heridas—. Amigo, ¿qué mierda te pasó?
Justi lo tomó de los hombros y acercó su rostro al suyo.
—Te necesito.
—¿Qué carajo pasó? ¿¡Quién te hizo esto!? —preguntó casi en un grito, tomando su mano cubierta con un trapo empapado en sangre y sosteniéndola cerca de sí.
Justi se soltó y le corrió el pelo que tapaba sus ojos en un movimiento que intentó ser suave pero resultó torpe y brusco, y después deslizó ambas manos sobre sus mejillas, manchándolas de rojo, mientras clavaba su mirada azulada en esos ojos color miel.
—Si me amás, me vas a ayudar. Aunque la odies, me vas a ayudar.
—¿A qué? ¿Qué pasó? ¡Decíme, macho!
—La agarraron. A Emilia —dijo, con voz temblorosa y entrecortada—. Se la llevaron. Te necesito, Alan, necesito que me digas adónde.
Fue un golpe bajo. Alan ni siquiera sabía a qué se refería, pero esas palabras fueron como un golpe duro en el estómago. Se quedó sin palabras durante unos segundos, mientras intentaba comprenderlo.
—¿Qué? ¿Qué estás...?
Entonces Justi lo aferró del brazo con la mano sana y tiró de él para que lo siguiera. Salieron y se alejaron de la entrada algunos metros, alumbrados por los carteles de neón que resplandecían sobre ellos con su titilante luz. Justi comenzó a soltar palabras enredadas de forma nerviosa mientras caminaba algunos pasos y volvía y agitaba las manos en el aire y se restregaba la frente con la sana.
—Alan, creo que los conocés. E-ellos te conocen a vos, hablaban, hablaban como si lo hicieran, hablaban como, como si...
—Amigo, respirá, respirá... Empezá por el principio.
—¡¡No quiero respirar!! —rugió Justi de improviso—. ¡Quiero morirme! ¡Quiero matarlos! ¡Quiero tenerla de vuelta, Alan, se la llevaron, boludo!
—¿¡Quiénes!? La reputa madre, Justi, hablame claro. ¿Unos tipos se llevaron a tu flaca? ¿Qué dijeron, por qué decís que me conocen?
—Vinieron a buscarme a mí. Vinieron cuando salí del hospital, dijeron algo de que, de que sabían que yo era importante para vos, creo, creo que querían matarme, creo que...
—¿Cómo eran? —interrumpió Alan, apretando las muelas con más fuerza a cada segundo, y con la sangre comenzando a bullir dentro de sus venas.
—Uno era pelado y alto y tenía cara como de calavera, con los ojos negros y muy ojerosos. Al otro no lo vi bien, pero era corpulento y, y, no sé, creo que tenía el pelo oscuro, no me lo acuerdo bien.
—¿Cara como de calavera? ¿El cuello tatuado?
—Sí, ¡sí!, me parece, sí. Ya lo había visto el otro día, acá mismo, sé que te conoce. —Justi hablaba vehemencia y todos sus movimientos eran bruscos, toscos y temblorosos—. Y me cagaron a piñas y empezaron a arrastrar, creo que querían llevarme a su auto, pero apareció Emilia y la agarraron, y hablaron de un tal Lu, de que por ahí él le sacaba provecho, a ella ¿entendés? ¿Es el mismo Lu que yo pienso, Alan?
—¿Lu? ¿Estás seguro de que dijeron Lu? —inquirió, al tiempo que su corazón se apretaba y un escalofrío le erizaba la piel.
—Sí, estoy seguro —confirmó, asintiendo con la cabeza.
—No puede ser... Está muerto.
—¿Eh?
—Lo maté. Ya está muerto.
—¿Muerto? ¿Qué...? Dios... ¿Lo viste? —Se giró hacia él con brusquedad y lo aferró de ambos brazos para clavar sus ojos en los suyos y escrutar su contenido—. Viejo, ¿lo viste morirse?
Alan sostuvo su mirada, apretó las muelas y tragó saliva. Lo tenía enfrente, pero dejó de verlo. En su mente se comenzó a reproducir ese momento que tanto había anhelado: vio la punta temblorosa de su arma mientras la apuntaba a la nada, vio los dos destellos anaranjados. Después vio ese abdomen con sangre y una mano torpe tapándola. Pero Samantha había estado chillando como una loca, así que se había escapado tan rápido como había podido.
Sacudió la cabeza.
—Dios, es por eso... ¡Te dije que no lo hicieras! ¡La reputísima madre, loco! Te lo dije, Dios, todo este bardo es por vos, por meterte con ese hijo de remil puta, ¡todo este quilombo es culpa tuya! —gritó en un arrebato, dándole un fuerte empujón.
—Tenía que hacerlo, pa.
—¡¡Entonces lo hubieras hecho bien!! —reclamó con desesperación, sacudiendo las manos con violencia.
—Le metí dos plomos.
—¡Le hubieras metido veinte! ¡El cargador entero! ¡Puta madre! ¡Mierda! ¡La reputa madre que lo parió! Esto es una puta pesadilla, boludo... —Su laringe seca quebró su voz, y comenzó a agacharse, arrastrando sus manos por el brazo de su amigo, hasta soltarlo y caer rendido sobre las baldosas. Comenzó a sollozar sin poder evitarlo, sintiendo que el tiempo se apretaba alrededor de su pecho y garganta como una serpiente, mientras él lloriqueaba como un idiota. Alan se agachó a su lado, lo rodeó con sus brazos y apretó su cabeza contra su pecho.
—Tranqui, Jus, tranqui... Ya sé quién la tiene, le dicen Pelusa. Es un transa, y siempre anda con pibes que se regalan porque les da merca. Pero él y sus amigos son todos putos, no le van a hacer nada, ¿sí? La flaca va a estar bien, pa —dijo, mientras apretaba su cabeza aun más contra su corazón, hundiendo una mano en su pelo y acariciando su espalda con la otra, sintiendo rabia en igual cuota que su amigo sentía dolor—. No te preocupes, papu, tranqui... Todo va a salir bien. Voy a traértela de vuelta, ¿dale? Es una promesa.
Se quedaron así durante algunos segundos más, hasta que Justi volvió a sentir el apretón de esa serpiente, que estrujaba con tanta fuerza que volvía a dejarlo sin aire.
—Dios. Dios santo, no podemos perder el tiempo. Tenemos que ir ahora, ahora mismo —dijo de pronto, incorporándose.
—¿Tenemos? No, amigo.
—Voy con vos.
—No.
—¡No te lo estoy preguntando, Alan, voy a ir con vos!
—¡No podés venir conmigo! ¿Sos pelotudo? Estos tipos quieren matarte.
—¡Sí, a vos también y no voy a dejarte solo, ni a vos ni a ella! ¡Y me importa una mierda que quieran matarme, Alan, una mierda! Solo quiero que esté bien. ¿No que querías que te cuidara el culo? ¿Que querías ir conmigo a todas partes? ¡Entonces vamos de una puta vez!
Alan puso ambas manos en las mejillas de Justi y acercó su rostro al suyo.
—Te quieren matar, Justi. ¿No te entra en la cabeza? No vamos a afanarle unos mangos a algún gil, estos tipos no juegan. Te quieren hacer boleta. Yo los conozco, sé cómo manejarme. Si vos caes ahí van a matarte, después de lastimarte, y mucho, y ella va a seguir ahí, pa, sin enterarse de que fuiste al muere por ella como un pelotudo.
Justi sacudió la cabeza y sacó las manos de Alan de su cara.
—¡Me importa un carajo, loco! No vas a decirme qué hacer Alan, esta vez no. Ella no tiene nada que ver con esto. Voy a hacer todo lo que pueda para sacarla de ahí. Lo que sea, no me importa meterme en la puta boca del lobo si es por ella. ¡Haría lo que sea! ¿No lo entendés?
—¡¡Sos vos el que no lo entiende!! ¡No voy a perderte por culpa de una puta cualquiera! —gritó de pronto—. ¡No voy a dejar que vayas a hacer que te maten por dártelas de héroe! Acá no hay héroes Jus, solo boludos haciendo pendejadas.
—¡No le vuelvas a decir así, pedazo de pelotudo! —exigió.
Lanzó un puñetazo en su dirección, del que Alan logró protegerse con sus propios brazos. Justi volvió a intentarlo, pero la desesperación entorpecía sus sentidos y la mano le dolía y solo logró lanzarse encima de él con torpeza y aferrarlo de la ropa. Examinó sus ojos dorados buscando una pizca de comprensión y otro tanto de compasión.
—¡Está ahí por mi culpa, yo la metí en esta mierda, vos y yo! —dijo con la voz ronca y quebrada—. ¿No entendés? ¡Vos y yo le hicimos esto! Tenemos que sacarla de ahí, Alan. Me muero si le hacen algo, boludo, te juro que me muero. No podría vivir con eso, Dios...
Alan le dirigió una larga mirada con la que intentaba entrar en la profundidad de esos ojos, mientras un nudo estrangulaba su garganta.
—¿Tanto la querés?
—Alan..., la amo, chabón...
Alan lo escrutó durante varios segundos, apretando los dientes, rodeado de sombras que oscurecían su rostro y envolvían su corazón. Se tragó su frustración con amargura.
—¡Reaccioná, puta madre, decí algo, carajo! —dijo Justi, exasperado.
—Está bien, pa, tranquilo... Lo vamos a hacer juntos. Se me ocurren un par de lugares donde pueden haberla llevado, pero primero tenemos que ir con Lara. Esa mina va a tener la posta, de dónde se esconde ese hijo de puta.
Justi sacudió la cabeza frenéticamente en asentimiento, mientras los nervios carcomían todo su ser.
El viento había parado. Una capa de neblina que se elevaba desde el piso comenzó a envolverlos, cubriéndoles el cuerpo con su frío y tenso silencio. Y así viajaron, a través de la noche, invadidos por esa tensión que los enmudecía, estremeciéndose por los oscuros pensamientos que ese silencio dejaba fluir con libertad.
Lara se despertó alarmada cuando oyó una discusión en la habitación contigua.
Volvió a hundir la cabeza en la almohada cuando notó que los protagonistas eran Yuli y Alan; ellos solían discutir. Hasta que oyó una voz diferente, entonces se incorporó en la cama. De pronto entró Alan, agitado, con Justi pisándole los talones, y encendió la lámpara de esa minúscula ratonera que compartían temporalmente.
—¿Pero qué...? ¿Trajiste a tu amigo? ¿Qué hace acá? Por favor, decime que no lo trajiste para...
—No, no, no, preciosa, no te preocupes, pero voy a necesitar tu ayuda, ¿sí?
—¿Mi ayuda? Mierda —exclamó en cuanto lo notó la tela ensangrentada que envolvía la mano de Justi; corrió las mantas apolilladas y se levantó de un salto—. ¿Qué pasó?
—Escuchá. Sé que me pediste que no lo hiciera, pero... —Alan tomó una profunda bocanada de aire, dándose unos segundos para prepararse para el inevitable arrebato—, fui a buscar a Lu. Y lo lastimé. Bastante. Sé que no lo vas a entender, Lara, pero no... —Ella se adelantó de una zancada y le dio un fuerte bofetón en la mejilla. Después otro.
—¿Qué le hiciste?
—Eso no importa.
—¿¡Qué mierda le hiciste!? —gritó mientras lo empujaba contra una de las paredes.
—¡Mucho menos de lo que tenía que haberle hecho, Lara!, ¡y muchísimo menos de lo que quisiera! —respondió, acercándose a ella aun más, con los brazos abiertos.
—¡Sos un idiota! ¡UN IDIOTA! ¡Me lo juraste, Alan! ¡Me juraste que no ibas a ir a buscarlo! —Continuó dándole empujones que se convirtieron en golpes en el pecho y los brazos, que él usaba para protegerse.
Justi se adelantó unos pasos y se detuvo, sin estar muy seguro de qué hacer.
—¡Pará, Lara, pará, mierda! ¡No tengo tiempo para esto! ¡Sabés muy bien que ese guacho hijo de puta se la buscó! —gritó, agarrándola de los brazos para frenarla.
—¿Qué mierda le hiciste? —preguntó una vez más, resollando y con la voz quebrada.
—Escuchame... Sabés que es vengativo, lo sabés demasiado bien, negra... —Lara le dirigió una mirada apesadumbrada y después asintió, mientras se limpiaba las lágrimas que comenzaban a empañar sus ojos con el dorso de la mano—. No llores por ese forro. Se merece el puto infierno. Mandó a Pelusa a matar a Justi. No sé cómo sabe que... —Alan levantó la mirada involuntariamente y sus ojos se cruzaron con los de su amigo, mientras un escalofrío recorría su piel y lo dejaba sin palabras.
—Estaba con una chica. Y se la llevaron. A ella —continuó Justi con nerviosismo—. Dijeron algo de Lu, de que le podía servir. —Se acercó mucho a Lara y le dirigió una mirada suplicante, tomándola de ambas manos—. Por favor..., ya sé que no me conocés de verdad, o por ahí ni siquiera te acordás de mí, pero necesito tu ayuda... Necesito saber a dónde la llevaron.
Ella miró sus ojos profundos y pudo notar el pavor y la agonía que encerraban. Entonces sintió la humedad de su sangre en su propia mano y tomó su mano herida para observarla.
—Mierda... Hay que cambiar ese trapo por unos vendajes —dijo, dando un paso hacia la puerta.
—Quedate. Yo voy —replicó Alan, y salió fuera inmediatamente, cerrando la desvencijada puerta tras de sí.
Lara le dirigió una mirada conmiserativa.
—Justi... Cómo no me voy a acordar de vos. Te conozco más de lo que pensás. Me da mucha bronca por esa flaca, yo... no lo viví así, pero sé lo que es estar atrapada. Pero Lu no es así, Justi. Él no va agarrando minas desprevenidas por ahí. No sé qué onda con eso de que ella le podría servir, pero estoy segura de que no es lo que pensás, y que fue solo una idea muy boluda de Pelusa.
—No la quería a ella, me quería a mí. Estoy casi seguro de que me quería muerto, pero ese par de tipos, sobre todo el pelado, querían llevarme, pero entonces apareció Emilia y, y, Dios... Dios, al final se la llevaron solo a ella porque yo logré zafar a último momento, y gracias a ella.
—Sí, entiendo lo que decís, Justi. Pero si realmente se la hubieran llevado a Lu, él los hubiera sacado cagando. Les hubiera dicho que son un par de pelotudos y que se la lleven por donde la trajeron o que la dejen por ahí.
—¡Claro, que la tiren por ahí después de...!, ¡de...! —Las palabras se atoraron en su garganta ante esa dolorosa imagen. Apretó los ojos e intentó sacudirla de su mente—. ¡¡Me recago en todo!! Dios, todo esto es mi culpa, es mi culpa...
—Tranquilo, tranquilo, a Pelusa no lo conozco tanto, solo sé que es un tipo que anda en la movida de la falopa, y que a veces Lu le compra, pero lo que sea que hagan, lo hacen por guita, y si solo querían joder a Alan, o a vos, a ella no tienen por qué tocarla, ¿sabés? Porque Lu no va a querer nada con ella —dijo, mientras deslizaba una mano por esa espalda que no dejaba de temblar y estremecerse.
—Por favor, te lo ruego. Solo decinos dónde puede estar ese Lu.
—No entendés, Justi. Lu no tiene escondites.
Justi se arrodilló frente a ella en un súbito movimiento y bajó su cabeza hasta sus pies.
—Te lo ruego, Lara, te lo ruego... Decíme dónde puede estar —dijo, entre sollozos.
Lara lo observó, sobrecogida. Justo en ese momento entró Alan con una botella de licor en una mano y un rollo de cable en la otra. Lara lo miró confundida mientras daba unos pasos hacia atrás. Entonces Justi se incorporó un poco y volteó y de pronto vio a Alan moviéndose con brusquedad y percibió, por el rabillo del ojo, algo que se acercaba hacia su cabeza como un veloz borronazo. Oyó un estruendo en su oreja y, por un instante, todo lo que lo rodeaba pareció perder definición atrás de un nebuloso velo negro. Al siguiente instante todo había sido sumergido tras esa negrura, él mismo incluido.
Lara quedó estupefacta mirando cómo el cuerpo de Justi caía inerte sobre el piso de cemento. Después vio cómo Alan lo alzaba y colocaba sobre la cama y comenzaba a atar sus manos a la misma con el cable que había traído.
—¿Qué...? ¿Qué carajo hacés, Alan? —logró decir ella con un hilo de voz, tras recomponerse un poco.
—¿¡Es que no escuchaste nada de lo que dije!? ¡Este pelotudo quiere ir a que lo maten! —exclamó mientras le daba otra vuelta al cable y lo ajustaba—. Para esto te lo traje, negra... Para que lo cuides y vigiles, mientras voy a buscar a esa puta suya. Si Lu le pidió a Pelusa que matara a Justi, no va a ir a verlo hasta que lo haya hecho, no es tan boludo. Seguramente la va a tener escondida hasta después de hacerlo. La debe tener en su cueva.
—¡Alan, no! ¡Ni en pedo, negro, ni se te ocurra! ¡Si Pelusa casi mata a Justi, imagináte a vos! ¡Ni se te ocurra mandarte para allá!
—¡Voy a ir, voy a traerla de vuelta! ¡A esa hija de puta de mierda!, ¡a esa puta de mierda que cagó todo! ¡Pero el boludo de Justi la...! Él la... —Su voz se quebró. Tragó con dificultad y limpió con rabia sus ojos húmedos—. ¡El muy pelotudo! Se la voy a traer de vuelta. Tengo que hacerlo.
—A la mina la van a largar en cualquier momento, Alan, Lu no va a querer saber nada con ella, él no se maneja así. Y si quiere hacerte mierda o matarte, lo va a hacer. Quedate acá conmigo. Por favor, Alan, por favor. Acá estamos bien.
—¡Carajo, Lara, no estamos bien! ¡No estamos bien, nada de esto está bien! Ese hijo de puta lo mandó matar, y no va a parar hasta hacerlo, a él o a vos o a todos. ¿Te pensás que va a parar si nos escondemos en un agujero por unos días? ¡Le metí dos putos corchazos! ¡¡Y el hijo de puta sigue vivo!! ¡No va a parar nunca Lara, nunca, ni yo, hasta que esté muerto!
—¿¡Hiciste qué!? —exclamó horrorizada.
—¡Lo que escuchaste, negra! Y después de buscar a la trola de Justi voy a terminar lo que empecé. Voy a buscar al forro de mierda de Lu. Ese hijo de puta de esta no sale. —Alan hablaba mientras revisaba bajo el armario y tomaba su arma.
—¡Alan no, no, no! —gritó, aferrándole el brazo y la ropa. Él intentó soltarse y lanzó a Lara por el piso con un violento sacudón—. ¡Alan! ¡Alan...! —Él volteó y sus miradas se cruzaron—. No lo hagas, te lo ruego —suplicó, con los ojos empañados.
Alan solo apretó las muelas mientras le dirigía una mirada feroz que ardía con el fuego de su ira.
Dio media vuelta y salió.
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