26. Odio
Alan tomó un profundo suspiro. Dale... No seas gil, se dijo. Estuviste más rodeado de agonía y peste a muerte que acá. Apretó los ojos y sacudió los hombros en un vano intento de sacudir los malos recuerdos y el sabor amargo que bajaba por su garganta. No pudo, pero no importó. No sería tan difícil esta vez. Respirar era más difícil. Pensar era más difícil. Sentir era más difícil. Pero todo lo demás era más fácil, ahora que ya nada importaba. Ahora que nada tenía sentido. ¿Qué tan complicado podía ser, cruzar el umbral de un edificio?
Apretó las muelas y la garganta en un dificultoso trago mientras lo cruzaba, y se sintió un poco idiota después de haberlo hecho. Solo era un puto edificio. Lleno de enfermedad, dolor y muerte. Nada que no conociera.
Olía a lejía. La entrada era un amplio pasillo de techo alto lleno de personas cojeando y de uniformados que avanzaban apresurados y los empujaban sin verlos, arrastrando camillas sin interés alguno, fingiendo seriedad o soltando risotadas, sin importarles una pizca el dolor ajeno. Completamente rodeado por un enfermizo color amarillo verdoso que le revolvía el estómago. Le había parecido amplio al entrar, pero le parecía más estrecho a cada segundo, como si las paredes se le vinieran encima.
Apenas había avanzado algunos metros y no tenía la más puta idea de a dónde dirigirse. No hablaría con nadie, de poder evitarlo. Desconocía por completo el horario de visita, pero ya se acercaba la noche, así que era muy probable que ya hubiese terminado. Observó los carteles que lo rodeaban, divisó el que indicaba las habitaciones de los internados y comenzó a dirigirse hacia allá.
Hasta que la vio a ella.
Ahí venía, acercándose a él desde el otro extremo del pasillo.
Esa puta que había arruinado todo. Tan tranquila. Llevándose al mundo por delante. Llevándose a quienes quisiera y haciendo lo que quisiera. Haciendo que se arrastraran por ella, pisoteando a todos a su paso. Inmune. Sin importarle nada ni nadie.
Puta sucia.
Sintió rabia solo de verla. Le comenzó a hervir la sangre cuando la tuvo más cerca. Se detuvo por completo en medio del pasillo, observándola, apretando las muelas mientras pasaba a su lado.
La muy puta apenas había notado que había seres vivos rodeándola. Avanzando delicadamente, dando pasos suaves que apenas se oían, sumergida en su propio mundo ideal donde todo salía exactamente como ella quería. Tenía la vida perfecta. Tenía al hombre perfecto. Todo en su vida era rosa, como su suéter, como sus labios. Rosa y negro. Porque era una muñequita perfecta por fuera y podrida por dentro. Contaminada por su propia malicia.
Quería abalanzarse hacia ella y destrozar su delicadeza con sus puños, aplastar su fragilidad bajo sus pies.
Ella había arruinado todo.
Ella se lo había sacado.
Se volteó por completo y comenzó a seguirla. La siguió tan de cerca que casi respiraba sobre su cabeza.
Emilia notó una presencia muy cercana y se volteó distraídamente, al principio. Se le apretó un poco el corazón en cuanto lo vio. Justi ya le había contado que habían discutido y peleado. Y aún recordaba como un escozor en el brazo esa vez que la trató como una basura humana cuando fue al bar a pedir su ayuda.
Él se acercó a ella aun más, respirando su mismo aire, cargándolo con su denso olor a sudor y a mugre de esa manera prepotente e invasiva, de la misma forma que la última vez que se habían encontrado.
Emilia se obligó a plantarse en el lugar y no caminar hacia atrás como había hecho esa noche.
—¿Qué querés? —preguntó ella, con firmeza.
Alan resopló una risa despectiva.
—No querés saberlo, lindura.
Se quedó ahí, bufando con cada respiración, casi pegado a ella, clavándole una mirada que denotaba desprecio. Emilia intentó devolvérsela y no demostrarse atemorizada, pero el tipo era demasiado alto y estaba demasiado cerca, y no logró aguantar esa visión perturbadora de sus ojos vacíos. Bajó la vista y se volvió hacia la salida. Hubiera querido correr, pero no sé permitiría que el tipo lo supiera. Él se adelantó y le tapó el camino con su propio cuerpo, impidiéndole continuar. Ella se hizo a un lado y volvió a intentarlo, pero él volvió a impedírselo.
—¿¡Qué mierda querés!? —exclamó ella, irritada.
—¿Qué mierda quiero?
De pronto Alan puso una mano en el pecho de Emilia y comenzó a empujarla hasta hacerla chocar contra la pared. Una ola fría la recorrió, desde su pecho hasta la punta de sus pies, mientras se repetía mentalmente que estaban en un lugar público, que no podría hacerle nada ahí.
Pero entonces la mano sobre su pecho subió hasta su cuello, y sus dedos largos y esqueléticos comenzaron a apretarse a su alrededor. Sintió su tráquea aplastándose, impidiendo el paso del aire, e inmediatamente llevó las manos sobre las suyas para sacarlas, sorprendida de la inmensa fuerza que parecían tener. Vio esos ojos muertos que destilaban oscuridad. Y vio en ellos algo que no había visto antes: odio. Se preguntó cómo era siquiera posible, si no la conocía en absoluto.
—Quiero que desaparezcas. Que dejes de existir. Quiero que al fin se dé cuenta de que solo sos una puta arrastrada.
Emilia comenzó a sentirse más débil. Lanzaba manotazos desesperados a los brazos y manos de su atacante, pero apenas rasgaba su piel, incapaz de arrancar aquellas tenazas. Sus pulmones sacudían todo su pecho en un reclamo inútil. Su vista se nubló y los bordes de su visión se hicieron más negros mientras notaba que sus pies ya no tocaban el piso.
Hasta que la mano aflojó su agarre. Podía respirar de vuelta. Notó a una vieja que lo zamarreaba, tiraba de su ropa y le gritaba. La veía gesticular, pero apenas podía oírla, con sus sentidos todavía trastornados. Él parecía una estatua enorme e inquebrantable al lado de esa señora, apenas afectado por su intervención.
Emilia tomó una bocanada de aire áspero y no pudo evitar toser, mientras Alan daba unos pasos hacia atrás, clavándole una mirada glacial. La señora aún le gritaba cuando él se dio la vuelta y dirigió hacia la puerta de salida.
Ella miró a su alrededor, desesperada, mientras él se alejaba. Nadie más parecía haber visto lo ocurrido. Él se fue sin más, como si no hubiera pasado nada. Excepto haberla dejado adolorida, perturbada y aterrada.
Salió de ahí con las palpitaciones de su corazón retumbando en sus oídos, tambaleándose, con los ojos enrojecidos y empañados y la garganta ardiendo. Cada bocanada de aire era dolorosa.
Se alivió profundamente de que Justi se hubiese peleado con ese hijo de puta. Era un tipo peligroso, un enfermo mental de mierda.
Bajó las escaleras, todavía temblando, con cuidado de que sus pensamientos enredados no enredaran sus pasos.
Caminó hasta el auto, creyendo que lo vería ahí dentro, esperando, pero a mitad de camino se extrañó y preocupó de que no fuese así. Justo ahora, que deseaba tanto hablar con él. Que lo necesitaba tanto.
Aminoró sus pasos mientras lo buscaba por los alrededores con la mirada.
Todavía tenía los nervios electrizados, las manos temblorosas y los latidos acelerados. Y no ver a Justi ahí solo lo empeoró. El miedo aún la sobrevolaba como un cuervo y saber que ese hijo de puta también había salido y andaba cerca hacía que se intensificara.
Hasta que vio algo que hizo que ese miedo que la sobrevolaba bajara con rabia a por su presa y le hundiera las garras en los hombros y envolviera completa con sus enormes alas negras: vio sangre. En el lateral de su auto. La claridad del día ya había desaparecido y la penumbra comenzaba a ganar terreno, pero aun así logró divisarla, cerca de la puerta. Su corazón dio un vuelco y comenzó a agitarse en su pecho como una apretada y enloquecida masa.
¿Ese hijo de puta lo habría ido a buscar a él, después de atacarla a ella? Estaban peleados, y el tipo estaba mal de la cabeza.
Encendió la pantalla de su teléfono para poder ver mejor esa mancha. Resaltaba con facilidad sobre su auto blanco. Entonces notó que no era la única, había gotas en el piso que se alejaban por detrás de la camioneta contigua. Un frío gélido se arrastró por su piel, erizándola, al tiempo que un leve mareo le debilitaba las rodillas. Lanzó una mirada a todo su alrededor con la esperanza de poder preguntar a alguien si habían visto u oído algo. No había nadie. Ni una puta alma.
Cada segundo que pasaba esas pesadas alas negras se ceñían más sobre ella, y apretaban, ahogaban, convertían el miedo en desesperación.
Siguió el rastro de gotas, intentando no pensar en nada, intentando convencerse de que podían ser otra cosa, de otra persona o hasta de otra realidad. Continuó hasta pasar al estacionamiento por completo, cruzó un portón abierto y derruido y siguió el rastro hasta el patio trasero del edificio adyacente. Era un espacio pequeño con un par de cajas de madera podrida y macetas rotas que daba a un pasillo. Escuchó una especie de pelea que parecía provenir de ahí. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal mientras preparaba su mente para lo que fuera.
Se asomó y vio a Justi forcejeando con unos tipos que lo tenían agarrado. Lo sintió como un golpe en el pecho, que se desinfló con una dolorosa exhalación. No la habían visto. Se escondió presurosa detrás de una pared y se esforzó por que sus pensamientos no quedasen aplastados bajo la sangre que latía con fuerza en sus orejas. No sabía qué hacer, no podía concentrarse. El embrollo de su mente parecía querer enredarla entera. Oía los forcejeos, los quejidos mudos, los pies arrastrarse con violencia. Se obligó a pensar, a actuar. Comenzó a correr hacia el estacionamiento para cruzarlo y volver al hospital a pedir ayuda. Pero..., no quería dejarlo. No había nadie cerca y podía ser demasiado tarde para cuando estuviese de vuelta. Marcó 911 mientras regresaba sobre sus pasos. Susurró a la voz del teléfono lo que estaba ocurriendo y dónde. La voz le pidió que se mantuviese en línea, pero la ignoró.
La desesperación le ganó a su claridad mental: no podía dejar todo en manos de unos tipos que siempre aparecían demasiado tarde. Revisó adentro de su cartera: sí, aún lo tenía. Lanzó su mirada por todo el piso y por cada rincón que sus ojos tocaran en una frenética búsqueda por algo que pudiese serle útil. Tomó un pedrusco de buen tamaño y un par de bocanadas de aire mientras se obligaba a armarse de coraje.
Justi siguió forcejeando con los tipos, sacudiéndose, intentando frenarse con los pies cada tanto, pero lo tenían bien aferrado entre ambos. El tipo de su derecha volvió a encajarle un fuerte puñetazo en el costado que lo hizo doblarse al medio una vez más. Escupió un poco de sangre, que se unió en el piso a la que chorreaba el corte profundo de su mano derecha.
De pronto el tipo que acababa de golpearlo soltó un alarido y lo soltó y se tambaleó hasta la pared más próxima, aferrando una parte detrás de su cabeza, con sangre entre sus dedos.
Justi se volteó, confundido, mientras una persona se acercaba echando en los tipos todo el contenido de un spray, que supo qué era en cuanto sintió él mismo algo de ese fuego arder dentro de sus ojos. Se tapó el rostro con la urgencia del dolor repentino, casi deseando poder arrancárselos a él mismo. Por un momento creyó que su garganta se había cerrado y que no podía respirar. Dio unos pasos torpes hacia atrás mientras intentaba hacerlo, con los chillidos y puteadas de los tipos de fondo; fue entonces que notó que lo habían soltado. Abrió los párpados a duras penas, lo poco que pudo, y se abalanzó sobre el pelado hijo de puta, lanzando golpes en su dirección con la esperanza de embocar alguno. Lo logró, aunque sin saber dónde. De pronto vio, a través de la minúscula rendija de sus ojos empañados, a una figura pequeña acercándose a él, que le aferraba el brazo y tiraba. Cayó en cuenta de que era Emilia justo cuando el otro tipo se abalanzaba sobre ella y la aplastaba en el piso como un elefante a una hormiga, mientras ella soltaba un quejido lastimoso. Sus músculos se paralizaron por un instante y un escalofrío recorrió toda su espalda en el momento que vio, a través de esa cortina sobre sus ojos, a un puño elevarse en el aire y bajar con fuerza hacia esa pequeña figura rosa.
Entonces cada célula viva de su cuerpo se encendió con el fuego de la rabia y le gritó que no le tocara un pelo. Se lanzó encima del tipo con el ardor quemándole los ojos, la piel y la garganta, fluyendo por sus venas en un arrebato, y lo aferró con ambas manos, ignorando el dolor de su herida, y logró sacárselo de encima usando todas sus fuerzas: el hijo de puta pesaba una tonelada, pero su rabia pesaba aun más.
—¡Corré Emi, corré! —gritó con desesperación.
Emilia se arrastró hacia atrás, aturdida por la piña que acababa de recibir en la cara, se paró como pudo y salió a correr, intentando regresar al estacionamiento
—¡Puta de mierda, te vas a arrepentir! —gritó el tipo mientras la corría, enceguecido por el gas y por la furia.
Corrió con el corazón en la boca y la mente ennegrecida por la conmoción y comenzó gritar por ayuda como una desquiciada. El tipo se tambaleaba, pero sus piernas eran enormes y fuertes.
Logró regresar al estacionamiento justo cuando él la atrapó, y ambos vieron a un grupo de hombres, al otro lado del mismo, acercándose alarmados por los gritos. Le tapó la boca y la levantó por el aire como si fuera una pluma y comenzó a traerla de vuelta al trote mientras el otro seguía entretenido con Justi.
—¡Dale, perro, a fondo que viene gente! ¡carajo!, ¡por esta yegua que no para de hacer quilombo! ¡Cortale el cuello al pibe y rajemos!
—No, no, no, no lo voy a desperdiciar así. Este se viene con nosotros —dijo el pelado, al que el gas parecía no haberle afectado demasiado.
Se levantó con Justi a rastras, quien se tambaleaba debilitado por los golpes, y comenzaron a llevarlos hasta el otro extremo del pasillo. El otro tenía a Emilia bien aferrada, aunque ella pataleaba y gritaba bajo la mano que tapaba su boca.
—¿¡Pero qué hacés todavía con esa puta!? ¡Déjala ahí y ayúdame con este flaco!
—Nos vio demasiado bien... —respondió, resollando y con los ojos apretados por el dolor—. No podemos largarla así nomás. Llevémosla con Lu y que él decida, por ahí le saca provecho.
En eso aparecieron esos hombres que se habían estado acercando. Eran cuatro, parecían un grupo de empleados de limpieza del hospital, y comenzaron a trotar con más velocidad al confirmar sus sospechas de que había alguien en problemas.
—¡Mierda!
Apretaron el paso, salieron a donde el pasillo desembocaba, y estaban a punto de entrar en un auto destartalado y mal estacionado que había ahí, cuando Emilia, que no dejaba de patalear, le encajó al pelado que aferraba a Justi una patada en la cabeza. El tipo lo soltó con un quejido.
—¡PUTA DE...! —gritó mientras se aferraba la oreja y veía que Justi se alejaba, dando pasos torpes y tambaleantes hacia atrás.
—¡La reputísima madre! —rugió el otro mientras se metía adentro con Emilia—. ¡Dale, no importa, ya lo vamos a agarrar, dale, dale!
El hombre cerró la puerta sobre el tobillo de Emilia, que soltó un chillido, y volvió a intentarlo mientras el otro cerraba la suya.
Justi se sintió aterrado cuando cayó en cuenta de que se iban sin él, pero sí con ella. Intentó incorporarse, mantener el equilibrio, y se lanzó sobre el auto, tambaleándose, mientras el motor rugía. Alcanzó a darle un golpe con ambas manos al vidrio de la ventana trasera, viendo aterrado a los pies de Emilia sacudiéndose adentro, justo cuando el auto arrancaba con un violento chirrido de ruedas.
El humo del escape se le metió por los ojos y la nariz mientras corría detrás de ellos.
—¡¡EMILIA!! —gritó, con la voz rasgada y ronca y el corazón desbordando de pánico en un último, desesperado e inútil intento por impedir lo que acababa de ocurrir.
Corrió el auto por varios metros hasta que tropezó con sus propios pies y cayó en medio de la calle, sintiendo una punzada en el pecho que lo ahogaba y cerraba su garganta. Creyó que se desmayaría. Su frenético corazón golpeaba demasiado fuerte y demasiado rápido, como si quisiera salirse destrozando su carne y sus huesos. Se quedó ahí, resollando, observando a ese auto sin placa alejarse y doblar en la primera esquina. Bajó la mirada hacia sus manos temblorosas, sin verlas realmente. Las apretó con rabia contra el asfalto, y las apretó y siguió apretándolas, con todas sus fuerzas, viendo como la sangre comenzaba a sobresalir bajo la palma de su mano derecha y a acumularse a su alrededor. Entonces soltó un rugido que le desgarró la garganta y le vació los pulmones, mientras le daba manotazos al piso, hiriéndose aun más.
Se levantó con dificultad y recién notó los tipos a su alrededor cuando uno de ellos intentó ayudarlo a incorporarse. Se alejó de él con brusquedad, viéndolo con ojos llenos de turbación, como si nunca hubiese visto a otro ser humano en toda su vida. Lo rodeaban. Eran los tipos que habían venido a ayudar, pero su presencia lo asfixiaba. Uno de ellos lo tomó por el brazo mientras mascullaba algo. Sus palabras no lograban adquirir sentido en su confundido cerebro, pero logró comprender algo acerca de la policía y del hospital. Sostenía un teléfono en la oreja. Se soltó de un sacudón y quiso alejarse de ellos, pero sus palpitaciones demasiado aceleradas lo debilitaban, haciendo temblar sus rodillas y caer una vez más. Otro tipo se acercó, pero se detuvo y alejó al ver la reticencia de Justi.
Volvió a levantarse y a restregarse la frente mientras intentaba aclarar sus pensamientos. También intentó tomar un par de bocanadas de aire, pero éste se resistía a entrar. Caminó unos metros, con el agobio estrangulando su garganta y su mente, impidiéndole pensar.
El tipo estaba llamando a la policía. Le aterrorizaba la sola idea y, aunque deseaba su ayuda, no creía que pudiesen hacer nada. Nunca podían. Pero sabía de alguien que sí: Alan.
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