22. Valés oro
Empapado. Roñoso. Herido. Con la cara cubierta de rasguños y barro seco en el cuello y abajo de las orejas. Roncando.
Así lo encontró Emilia, tirado en los escalones de la puerta de su edificio. Le surgieron muchas preguntas, pero la preocupación fue la que se clavó en su pecho y garganta en cuanto lo vio, porque era evidente que había pasado por algo más turbio que la realidad misma de vivir en la calle. Lo sacudió para despertarlo; el desasosiego le sacó toda la delicadeza que solía tener. Quería respuestas y saber qué tan lejos llegaba el daño. Justi se despertó con un sobresalto, y con un grito ahogado transmitió el terror de su pesadilla hasta el corazón de Emilia, que le devolvió una mirada espantada al ver sus ojos húmedos y temerosos. Se abalanzó hacia él y lo rodeó en un fuerte abrazo que él devolvió aun más fuerte.
Había caminado bajo la incesante lluvia durante horas, perdido en la oscuridad de esos laberintos..., y en la oscuridad de los rincones más desagradables de su mente. Enfurecido, con Alan, con él mismo, con el mundo, sintiéndose un boludo, un mierda, un sucio, confundido y enojado pedazo de mierda. Uno muy enojado, colérico.
Hasta que por fin logró salir de ahí, una vez ubicó algo conocido atrás de esa cortina de agua que lo opacaba todo. La lluvia se había llevado casi todo el barro que lo cubría. También había logrado llevarse esa furia que lo había envuelto.
Había dudado mucho si ir o no con ella. Temió que se lo tomara a mal, siendo que apenas habían regresado a buenos términos el día anterior; pero... Dios, la necesitaba tanto.
Justi le contó que habían chocado. Se había prometido serle sincero, pero su promesa tenía... ciertos límites. Límites que recortaron y moldearon esa sinceridad a la fuerza, resultando en una historia un poco más sencilla: habían salido a tomar algo y su amigo había tomado más de la cuenta. Fin. Y ella fue tan comprensiva, tan conmiserativa, tan extraordinariamente magnánima. Dios, no la merecía para nada. En momentos así le parecía que ella había bajado directo del cielo, rodeada de un halo de luz, para levantar una mierda pisoteada adentro de un pozo de una calle rota. Él siendo ese pedazo de mierda, claro.
Emilia se dio cuenta de que su malestar era más sentimental que físico; aun así insistió en llevarlo al hospital, pero Justi se negó rotundamente. Le daba miedo que la naturaleza misma del accidente requiriese una entrevista con un poli, tal como había sido la última vez, por lo del fuego. Estaba empezando a comprender un poco más la mentalidad de su amigo, al menos en ese aspecto. De hecho, solo en ese aspecto. El resto era un agujero negro, un pozo negro, incomprensible e inescrutable de misterio. Y, mierda..., que cada día lo entendía menos. Ahora sí que se le estaba yendo de las manos. Con esa mierda de adicción que tenía..., se hundía más y más profundo, y él simplemente se quedaba viéndolo hundirse, como un gil, sin hacer absolutamente nada, sin ofrecerle ni unas míseras palabras de consejo, sin darle su mano para sacarlo de ese pozo de vicio y crimen. Él sí, en cambio, le había tendido la suya cuando la necesitó. Solo que no había visto que cuando lo hizo estaba parado sobre las arenas movedizas de ese mismo pozo, disimulado por risas, buen humor y miseria. Y que unas garras ardientes lo tenían aferrado de los pies y lo arrastraban adentro, y ese pozo era tan profundo que llegaba hasta el mismísimo infierno. Y, a pesar de estar cayendo, Alan lo mantenía agarrado con todas sus putas fuerzas, hasta que terminó por arrastrarlo también, sin que él siquiera lo notara.
Mierda, tengo que dejar de mentirme a mí mismo, reflexionó. Claro que lo había notado. Y dejé que pasara. Mierda, quise que pasara. Salvarlo..., qué verso me mando. Cómo mierda voy a salvarlo si estoy embarrado, igual que él.
Todavía sentía a lo que había vivido como algo surreal. Una pesadilla disparatada de su mente enmarañada y caótica.
El agua caliente sobre su piel lo revitalizó en cierta medida. Dios, había tenido tanto frío..., ese frío que llega más allá de la piel, más allá de los músculos y de los huesos. Ese frío que solo una persona aterrada puede sentir. El mismo frío por el que aún temblaba después de haber entrado en calor, después de bañarse y cambiarse con la ropa de un vecino amable. Solo Emilia podía sacarle ese frío, y así lo hizo. Sus besos y caricias aliviaron su dolor físico. Sus susurros, su presencia, su calor..., aliviaron el dolor de su corazón.
Se durmió recostado en su regazo, bajo el tacto suave de las yemas de sus dedos acariciando su pelo, su frente, sus mejillas, deslizándose sobre cada una de sus magulladuras, sanándolas; sintiendo unas tremendas ganas de decirle lo que sentía por ella. Pero era demasiado pronto. No quería asustarla más.
Alan, por su parte, había ido hasta ese lugar que tenía clavado en la cabeza desde que subió al condenado auto: la amiga de Lara. Y, por esos lares, casi cualquiera podía convidarle un poco de merca, aunque fuese la mierda barata. O al menos un poco de paco o crack..., aunque lo que quería era sentirse tocado por los dioses, no garchado por el culo con una pipa venenosa que lo dejaría más fisura de lo que ya estaba, aterrado de todo mientras se arrastraba por el piso meado de alguna cueva, hurgando migajas. Lo tranquilizaba saber que tal vez podría recuperar la plata. Pero todavía no podía, o corría el riesgo de cruzarse con los chanchos: estaba seguro de que iban a buscar la mochila; la había lanzado durante la corrida con la esperanza de que la vieran y confundirlos un poco respecto a la ubicación real de la plata. Esos vigilantes de mierda no se iban a perder una oportunidad así, él los conocía.
El brazo izquierdo le ardía como la gran puta, lleno de cortes y algún músculo desgarrado. Su cuerpo entero sufría con alguna magulladura casi en cada puto centímetro, pero no le importaba. La guita y los teléfonos, tal vez podía recuperarlos, pero tampoco le importaban tanto. Su nuevo y recién adquirido compromiso tampoco. Lo que sí le importaba, lo único que tenía en su cabeza en ese momento, era un fragmento del tiempo repitiéndose en su mente una y otra y otra y otra vez: Justi con el arma en mano, apuntando al motociclista, ordenándole que fuese a arrodillarse con los demás. Justi poniéndose de su lado. Justi estando ahí para él, sacando esa fuerza escondida en su interior, esa valentía, pisoteando sus miedos para estar ahí... para él. Enfrentando al mundo a su lado.
Mierda..., era demasiado. Había sido como un subidón de falopa de la buena. Se sentía extasiado. En las nubes. No..., incluso más allá: flotaba tan alto que las había atravesado, junto a esa tormenta infinita, y recibía directo sobre su pecho todo el ardor de los rayos del sol, haciéndolo vibrar e hincharse. A pesar de estar bajo ese manto negro, grueso y pesado que cubría todo con su densa oscuridad, a pesar del tronar de nubes que se oía en lo alto, del fulgor de los rayos latigueando en el cielo, de las gruesas gotas de lluvia que se metían en la carne viva de sus heridas abiertas; él no lo sentía. No sentía nada de eso. Estaba en otro plano por completo. Mientras más vueltas le daba al asunto, más sentía esa euforia recorriendo su cuerpo de punta a punta como un excitante hormigueo que lo hacía estremecer.
Y quería ver a Lara, necesitaba hablar con ella, porque..., porque sentía que el corazón le estaba a punto de explotar. Y quizás ella tuviera una solución, un consuelo o lo que fuera. Porque se sentía maravilloso, pero insoportable al mismo tiempo.
Siguió chapoteando en el lodo por un rato hasta que encontró el graffiti del delfín. Así tenía un poco más de sentido, discurriendo agua por toda su superficie. El mismo tipo del ladrillo le abrió la puerta. No quería dejarlo pasar, pero Lara le juró que le clavaría un taconazo en las pelotas mientras dormía si no lo hacía. Cuando Alan le contó lo que había pasado le gritó y sermoneó un rato, después gimoteó y moqueó otro rato mientras continuaba gritándole y pegándole en el pecho como solía hacer ella. Después de convencer a la Yuli de permitirle pasar ahí la noche, se dedicó a remover con sumo cuidado los pedazos de vidrio incrustados en su carne, uno por uno. El pibe del ladrillo y una botella de licor de naranja amarga ayudaron bastante.
Pero no le contó nada acerca de lo hablado con Fran. No le dijo que le había contado todo lo que ella quería esconderle, ni el acuerdo al que llegaron. Ella nunca iba a entender que era la única forma que había encontrado para que todos fuesen libres: Justi y él, libres de las rejas, Lara, libre de los puños y amenazas de ese otro pedazo de mierda. No, ella no lo entendería..., iba a desesperarse y a hacer todo un revuelo. No tenía por qué saberlo.
Justi intentó continuar con la monotonía de sus días, porque necesitaba un poco de tranquilidad y no sabía de dónde sacarla sin abusar de la paciencia de Emilia, así que la buscó en la rutina. Despertaba en el parador, como siempre, viendo las manchas de mugre del colchón de la litera de arriba. Después tomaba una ducha helada y se perdía en sus pensamientos, mientras veía al agua luchando por escurrirse entre los revoltijos de pelos y mugre de la rejilla. Y sentía unas ansias con las que luchaba cada mañana, tratando de convencerse de que no eran reales, que ese reclamo nerviosos de sus entrañas no era más que el deterioro de su cuerpo agotado, y no podía evitar recordar las palabras de Alan una y otra vez —¿Sabes cuándo te das cuenta de que sos adicto?—, pero las apartaba sin miramientos, porque era lo más ridículo que había escuchado en toda su vida. Pero sobre todo, porque Emilia le había dado una oportunidad real. Y estaba decidido a no echarla a perder.
A ella la visitaba cada día. Porque era quien le daba esa fuerza que a veces le faltaba. Se enredaba en sus brazos y se perdía entre la tersura de su piel y la melodía de su risa. Pero intentaba no quedarse mucho tiempo: todo era demasiado nuevo aún, y temía atosigarla. Siempre lograba recuperar algo de estabilidad y energía vital cada vez que la veía. Pero todo volvía a ser negro en cuanto se separaba de su lado.
Apenas salía del parador se alejaba de ahí —y de esa condenada pizzería— lo más posible y volvía lo más tarde que pudiera, siempre con su capucha puesta y la mirada baja. Tenía miedo. Estaba confundido, triste, enojado... Con Alan y, sobre todo, consigo mismo. No habían vuelto a encontrarse. No había regresado a la plaza Providencia, pero tampoco creía que fuese a estar ahí. Y, aunque hubiese estado, no quería verlo. Pero había algo que lo preocupaba a sobremanera, y que no podría dilucidar hasta enfrentarlo: ¿por qué los habían liberado? ¿Qué le había prometido a ese poli? ¿La plata del robo? Temía que no fuese tan sencillo. Trataba de repasar las palabras exactas que les había oído hablar, pero no parecía poder recordarlas. Tenía la certeza de que le debía su libertad, pero no estaba seguro de querer saber cómo la había conseguido. Temía la respuesta a esa pregunta.
A pesar de lo mucho que intentó disimular su estado anímico, ellos lo habían notado. Emilia lo atribuyó al ataque del fuego, al amigo internado y a su accidente con el auto. En cambio Ceferino sabía que había algo más, era demasiado perceptivo..., pero quería que Justi se lo dijera por iniciativa propia. Y Justi sabía que lo sabía, pero no quería sacar el tema. Así que las siguientes veces que se vieron se dedicaron más que nada a compartir recuerdos propios y anécdotas del pasado de cada uno. Fue imposible no tocar recuerdos sensibles de Ceferino y su familia, pero esta vez se los transmitió con una sonrisa en el rostro. Eso le dio a Justi el valor para contarle algo a lo que había estado dándole vueltas en sus pensamientos.
—Cefe... Probablemente no te guste lo que tengo para decirte, pero... —Ceferino elevó las cejas e inspeccionó su rostro con atención—. Solo es una idea.
—Decílo.
Justi se rascó la nuca y el cuello. Ceferino lo contempló atento, sin inmutar su rostro siquiera una milésima.
—¿Por qué no... —hizo una pausa y levantó la mirada hacia él—, ya sabés, le hablas a ella? A tu esposa. Y le contás lo que pasó. Estoy seguro de que ella tiene más dibujos, y por ahí le podrías pedir algunos. Dijiste que no habían terminado peleados.
Ceferino tomó aire y soltó un larguísimo suspiro, mientras meneaba la cabeza.
—¿Por qué haría eso? Ella no merece que me aparezca nomás a molestar. Sé que no superó lo que vivimos, pensar eso sería una boludez, pero..., sí pudo aceptar lo que nos tocó, y tener la cabeza en el ahora. Verme a mí solo le serviría para abrir heridas viejas.
—Tal vez ella también necesita hablar con vos, ya sabés, a veces hay cosas que quedan en el tintero, sin decir..., y sería una oportunidad también para ella.
—No creo, Justi. Ella ya tiene una vida... de la que no soy parte. Ni siquiera en su corazón. Y es mucho mejor que siga siendo así. Solo le traería malos recuerdos.
—Bueno, tal vez es una buena oportunidad de hablar de eso, de esos malos recuerdos. Ya sabés, hablar ayuda a purificar. O eso dicen.
Ceferino le dirigió una mirada penetrante. Sus ojos límpidos se clavaron en los de Justi, y después escrutó cada rincón de ese rostro tenso, notando sus cejas caídas, sus ojeras profundas y cómo se relamía cada pocos segundos.
—Querés ayudarme —dijo al cabo.
—¡Y sí Cefe, claro que quiero! Me duele verte sufrir... Sé lo que significaba para vos esa carpeta.
—Sí..., pero hay algo más.
—¿De qué hablás? —dijo, echándose lentamente hacia atrás en su silla.
—Me gustaría que me lo digas vos. ¿Tal vez... hiciste algo malo, y sentís que necesitás contrarrestar haciendo algo bueno? ¿Por eso insistís tanto con mi esposa?
Justi se echó hacia delante otra vez, se restregó la cara con ambas manos y después se rascó el pelo con fuerza mientras soltaba un resoplido.
—Cefe, tenías que sacar el tema... Si ya te diste cuenta de que no quiero hablar de eso.
—Mhm...
Justi volvió a resoplar, finalizando con una larga y trémula exhalación, y procedió a contarle lo ocurrido unos días atrás, mientras mantenía el rostro oculto tras una mano, avergonzado de su propio actuar. De a partes continuaba el relato entre susurros, otras veces hacía una pequeña pausa para mirar por sobre su hombro. Al terminar pensó que Ceferino se iba a levantar para ahorcarlo, a pesar de sus manos heridas, pero solo meneó la cabeza, profundamente decepcionado.
—Vi a muchos amigos caer, Justi... Pero pocas veces a personas tan íntegras y honradas como vos. Pensé que ibas a ser más fuerte.
Justi sintió el calor de la vergüenza subiendo por su cara y cuello, y se sintió un inútil. Y el peor amigo sobre la faz de la tierra.
—Perdoname... —continuó Ceferino—. No estoy decepcionado de vos... Más bien de mí. Fui egoísta. Cuando llegaste noté enseguida la conexión entre ustedes. Y al poco tiempo noté que eras un pibe bien, recto, y también me di cuenta de cuánto te apreciaba él..., y pensé que solo alguien como vos iba a ser capaz de ayudarlo..., a sanar y parar un poco con tanta locura. Pero fue al revés.
—No fuiste egoísta. Pensaste en tu amigo. Fuiste un buen tipo, como siempre.
Ceferino soltó un largo suspiro mientras contemplaba el semblante descolorido y vacío de su amigo.
—Pero ahora te conozco, y también te aprecio mucho. No quiero verte perder lo poco que te queda. La verdad, Justi, es que creo que lo mejor sería que te alejes un poco de él. Solo un poco. Se está, eh..., cómo decirlo... Entusiasmando... demasiado con vos. Porque le seguís el juego, aunque no quieras. Vas a tener que ser más fuerte y no dejarte llevar. Espero que encuentres esa fuerza en Emilia. Parece una buena mina.
—Lo es... —respondió Justi, casi en un susurro, con los codos clavados en las rodillas, la mirada perdida y una mano restregando su frente.
—Sé que no tenés dónde ir, pero tenés el parador, la tenés a ella, me tenés a mí. Y a Alan también, solo que... Creo que se hacen mal, el uno al otro.
Esas palabras quedaron grabadas en la mente de Justi por el resto de la visita, a pesar de no haber vuelto a hablar de ello.
Se sentía entre el cielo y el infierno. Por un lado, su vida se desmoronaba entre la mierda y el fuego y la sangre, y, por el otro, se elevaba en la gloria misericordiosa de la mujer más extraordinaria de la existencia. Y él estaba en el medio..., pero no flotando, sino estirado, halado tan fuerte por ambos extremos que podía percibir cómo su cuerpo y su alma se despedazarían en cualquier instante.
Y esa pregunta que no podía sacar de su cabeza: ¿Qué le había prometido a ese poli?
Necesitaba un poco de paz. Se dirigió a la salida del hospital mientras pensaba en ello, a cada paso más convencido de que se mantendría alejado por un tiempo, e intentaba dilucidar cómo, consciente de que, tarde o temprano, Alan lo buscaría.
La noche ya se había asentado cómodamente. Una ráfaga de viento helado lo golpeó al salir, alborotando su pelo, escociéndole los ojos e irritando sus pulmones. Se subió el cierre de la campera hasta arriba del todo, encapuchó y escondió las manos en los bolsillos.
Bajaba las escaleras de la entrada cuando Alan apareció de pronto, cortándole el paso, mostrando su mejor sonrisa ladeada. Lucía mejor. Justi sintió el acelerar repentino de su corazón y la alegría inmediata por ver su mejoría, entremezclada con una ola de ira que inundaba su pecho y sus extremidades.
Se detuvieron uno frente al otro.
Justi tragó saliva y apretó las muelas cuando sintió las palmadas sobre su hombro izquierdo.
—Mi querido Justi —dijo, con una gran y honesta sonrisa, y una voz que rozaba la melosidad—. Te estuve buscando, amigo. ¿Cómo estás?
Deslizó una mano tras su espalda, pero él se apartó ante su tacto.
—Ah, seguís enojado... —continuó Alan, mientras su sonrisa decaía.
Justi le dirigió una dura mirada junto a un resoplido, tras el que continuó bajando esas enormes escalinatas, hasta llegar a la vereda. Alan lo siguió.
—¿Estás muy apurado? Dale, amigo, ¿es que me querés hacer trotar? Solo quiero hablar con vos, macho.
Justi no respondió. Continuaron caminando a paso apretado.
—¿A dónde vas tan rápido? —insistió.
—Lejos de vos.
—Auch. Eso dolió. Puedo entender que estés un poco enojado, pero no es para tanto.
—¿"No es para tanto"? —replicó Justi, invadido por una rabia repentina, aferrándolo del pecho de la campera—. ¿¿No es para tanto??
—Dale, rompeme la jeta si es lo que necesitás. Me lo merezco —dijo con tono tranquilo y amigable.
Justi apretó el puño y las muelas aun más. Lo soltó de un empujón unos segundos después, para continuar caminando.
Alan se sobrecogió al ver su semblante iracundo, y se quedó observándolo por unos segundos mientras se alejaba. Hasta que salió tras él y continuó caminando a su misma velocidad.
—Dejá de seguirme. Necesito un poco de aire, por Dios santo.
—Entonces ya para con la maratón, amigo, que te vas a quedar sin aliento.
Justi comenzó a restregarse la frente con una mano otra vez, sin dejar de caminar ni aminorar el ritmo de sus pasos.
—Necesito... —soltó un largo resoplido y meneó la cabeza mirando al piso—. Necesito que me dejes solo. Por un tiempo.
—¿Más tiempo? ¡Dale!, te vas a morir de aburrimiento.
—Prefiero aburrirme antes de que me frías el cerebro.
—¿Solo por hablar con vos te voy a freír el cerebro? ¡A la mierda, no sabía que podía hacer eso! La de huevos fritos que me hubiera morfado, de saber que solo tenía que hablarles.
—¡No estoy jugando, Alan! —exclamó, alzando la voz y ambas manos en un gesto exasperado.
—Escuchá, te voy a seguir por toda la ciudad si hace falta, pero tenemos que hablar, ¿no te parece?
—No. No tenemos nada de qué hablar. ¡Te pasas mis palabras por el culo! Así que, ¿para qué? No tenemos nada de qué hablar.
—Amigo, tus palabras valen oro para mí, ¿qué estás diciendo?
—¿Oro? Vos querías joder a medio mundo, y lo jodiste. Yo te había dicho que no, ¡y te importó una mierda!
—Te equivocás, pa. Claro que me importó. ¿Es que no entendés que no podía evitarlo? No podía, macho. Necesitaba hacerlo, necesitaba la guita, ya lo sabés. ¿Te pensás que yo la pasé bien, que me divertí mucho? Me sentía para el orto. Ya no podía aguantar ni un puto segundo más. Y todo salió como el ojete, no tenía que haber sido así; se suponía que ningún pelotudo iba a llamar a la cana, que ningún gil iba a llegar justo cuando me iba. Casi la cago, papá..., es solo gracias a vos que no lo hice. Porque estuviste conmigo y me salvaste del puto desastre.
»Escuchá —dijo, aferrándolo del brazo para detenerlo, a lo cual él se apartó con brusquedad—. Quiero darte algo. En realidad es tuyo.
Justi le dirigió una mirada extrañada, arrugando las cejas de manera inquisitiva, mientras era atrapado por un mal presentimiento. Alan lanzó una mirada rápida a su alrededor y, tras ver que no había nadie cerca, se descolgó de un hombro la mochila azul que traía y abrió el cierre unos centímetros. En su interior había un grueso fajo de billetes. Justi se echó hacia atrás mientras su corazón pegaba un salto.
—No —dijo, con voz firme y sacudiendo la cabeza con fervor—. Ni en pedo. No quiero esa mierda. No quiero ni un centavo. ¿Me oís? ¡Ni un puto centavo! —dijo, y continuó su camino.
—Ssshh, dale, no seas idiota, Jus, lo necesitás, y es tuyo. —Volvió a colgarse la mochila y a seguir a su amigo.
—¡Y una mierda! ¡Ya tuve suficiente con toda esa porquería, no quiero saber más nada, no quiero nada, no me interesa!
—¡No seas tan terco, pibe! No quiero que sigas revisando basura para poder comer, amigo, esto te va a durar bastante tiempo.
—No necesito que te preocupes por mí, puedo cuidarme solo, y si quiero comer mierda, voy a comer mierda; ¡pero no pienso tocar un solo centavo de eso!
—Nada va a cambiar, lo uses o no. Ya no podés cambiar lo que pasó, Jus. Así que, ¿por qué no?
—¡Porque me hace sentir sucio, roñoso, todavía más mierda de lo que soy! ¡Yo no quería hacerlo! Pero me presionaste, Alan, me presionaste demasiado y me seguiste presionando, porque es lo que sabés hacer mejor, ¡y si seguís así me vas a hacer perder la puta cabeza! ¿Eso es lo que querés? —dijo, sacudiendo las manos mientras miraba el semblante inexpresivo de Alan.
—Jus, hermano..., ya sé que no querías hacerlo. Pero lo hiciste. Y te estoy eternamente agradecido, guacho. Porque seguramente no estaría acá parado si no lo hubieras hecho. Me cuidaste la espalda. ¿Sabés cuánto vale eso para mí? Vale oro. Vos vales oro, amigo. —Justi lo miró de soslayo y aflojó un poco los puños cerrados adentro de los bolsillos de su campera.
—Si no querés aceptarlo, entonces dejame hacer algo por vos —continuó Alan—. Sé que necesitás un trago. Reconozco a un sediento en cuanto lo veo, sobre todo a vos, pa. Dale, dejame invitarte a tomar algo.
Justi bajó la velocidad mientras se rascaba el cuello y la nuca, hasta que por fin se detuvo, tras un largo resoplido. Restregó toda su cara con ambas manos y después clavó sus ojos sobre los de él. Y escrutó su semblante y cómo se suavizaba a medida que su sonrisa reaparecía y se ensanchaba.
—Alan... No quiero ir a tomar algo con vos, no quiero caminar con vos, no quiero hacer nada con vos, ¿no lo entendés? —dijo, agotado.
—Amigo, amigo... Me rompés el corazón —dijo con una mano en el pecho, ladeando la cabeza y frunciendo el ceño—. Dale, dejame hacer esto por vos. Es algo simple, no te estoy pidiendo nada del otro mundo. Nada que no quieras hacer. Solo salir a tomar algo. Hace mucho que no vamos juntos y nos vendría bien un traguito, ¿o no? Hay un bar acá mismo, doblando a la esquina. Podés seguir enojado conmigo mientras tomamos y decirme lo muy idiota que soy todas las veces que quieras. Es más, podés escupirme en la cara y darme unos sopapos; no me molestaría si sos vos... Por favor.
Justi detestaba estar peleado, en general, con cualquier ser humano sobre la tierra, pero especialmente con ese hijo de puta que tanto quería y que estaba arruinándole la vida. Así que se decidió a mantener en pie su plan de alejarse de él por un tiempo; pero deseaba muchísimo un trago, uno bien largo, uno de esos sin fondo; y también deseaba estar en paz con su amigo antes de comenzar "ese tiempo", por lo que, después de resoplar un par de veces y restregarse la frente otro par, acabó aceptando.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top