13. Un poco más
Las hojas continuaban cayendo de los árboles a medida que los días pasaban, cubriendo más y más las veredas con sus ocres y dorados.
Estaba seguro —o casi seguro— de que Emilia sentía lo mismo por él que él por ella, pero no estaba muy seguro de por qué seguía con el grandote marmota.
No quería presionarla, de eso también estaba seguro. Le había dicho que podían tener el tipo de relación que ella quisiera, y lo cierto es que, aunque ella hubiese querido tenerlo de alfombra para limpiarse los zapatos, él habría aceptado. Porque era mejor que no estar cerca de ella. Y porque era un gilazo monumental. Al menos eso opinaba Alan. Se lo dijo mientras bajaban las escaleras del subte.
—Justi, amigo querido..., sos un gilazo monumental —meneó la cabeza.
—Dale, che, no seas así.
—Pero lo sos, papu. Te dejás pisotear. No tenés ni un toque de amor propio. Esa minita está jugando con vos y se te caga de risa en la cara. Y en la del cornudo también. ¿No te dije que no te enganches con una pirada?
—No es eso. Solo... está confundida.
—Claro, está confundida con cuál de las dos chotas es más grande, no lo tiene claro.
—Pará, Alan, te estoy hablando en serio, flaco.
—Y yo también, guachín. ¿Por qué no le tirás la idea de un trío? —dijo, entre risas— Así va a poder compararlas mejor, en vivo y en directo, sin tener que acordarse de ninguna.
—Dios... —su mueca de disgusto empezó a torcerse en una sonrisa—, sos un pelotudo —concluyó, entre risas, que terminaron convirtiéndose en una carcajada que se contagió a su amigo.
—La verdad es que no quiero apurarla —continuó después de un minuto, con una sonrisa que se diluía—. Siento como si ella me hubiera dado un permiso especial para poder entrar a su vida, algo así como una llave de oro para usar cuando quiera, pero solo porque le gustó mi cara —suspiró, mirando al piso—. Y si entro con un soplete y prendo fuego todo, imaginate, lo único que lograría sería que quiera apagarlo y mandarme a la mierda.
—¿Y de qué te preocupás, amigo? ¿Tenés miedo de que se te gaste la llave de oro de tanto meterla? —dijo Alan entre risas—. Dale... ¿Y que encima podés usar cuando se te cante y sin tener versearla todos los días? Te ganaste la lotería, papá. ¿Qué más querés?
—Quiero mucho más. La quiero entera para mí. Quiero ese coqueteo diario. Quiero algo en serio con ella.
—No te conviene algo más serio, pa. Te va a gorrear igual que lo gorrea al otro gato. Y me parece que no te cabió cuando te pasó.
—Ella es honesta, chabón. Es un ángel. No es ese tipo de personas; esto fue...
—¿Una excepción? ¿Solo por vos? Dale, macho, ni vos te lo crees.
Justi se restregó la frente y suspiró, con la mirada perdida en el extremo más distante y oscuro del túnel del subte.
—Yo sé que ella también siente algo en serio, real, que no es puro garche. Estoy seguro. Lo veo en su forma de mirarme cuando hablo, en su sonrisa, en nuestras charlas... No te me cagues de risa, boludo. —Alan había soltado un resoplido risueño, pero intentaba volver a su cara seria—. Yo solo aparecí ahí, de la nada. Ni siquiera nos conocíamos... Y ella ya tiene la vida hecha con un tipo con el que está saliendo desde hace un par de años, y no es un tipo cualquiera, es un tipo redecente y con guita, con una carrera, un buen laburo, no un croto como yo. Yo soy una mierda al lado del otro... No tengo nada para ofrecerle... Me siento como caminando en una cuerda floja.
—¿Sabés qué pasa, pa? Que lo único que tenés que ofrecerle sos vos mismo. No tenés que quemarte el lomo para ganarte su amor. De eso va. De que solo tu cara de gil y tu actitud de mamerto sean suficientes. Si vos no sos suficiente para ella así, entonces ella no es suficiente para vos, pa. Y parece que no lo sos. O hay algo tuyo que no le cabe. ¿Por qué no se lo preguntás, de una? Y si tiene algo para decirte que te lo diga de frente.
—No sé, capo.
—¿De qué tenés miedo, papu? ¿De que se enoje y te meta un cachetazo? ¿Es de esas, no? Seguro que te pisa los huevos cuando cogen.
Justi rio entre dientes y después se puso serio.
—De que se arrepienta, chabón. De que se arrepienta. No quiero hablarle de esto y cagarla, como siempre —soltó un sonoro y largo suspiro—. Ya fue... Supongo que las cosas se van a acomodar solas, tarde o temprano. O eso espero.
—¿Tarde o temprano? Amigo, ¿hace cuánto están saliendo?, ¿dos, tres meses?, ¿no te parece que ya tuvo suficiente tiempo? No seas boludo, Justi. Tenés que decírselo ahora, sin berretines, papá. No te lo guardes más..., eso solo te pudre por adentro. Créeme, sé lo que digo. —Le dio unas palmadas en la espalda y deslizó un brazo encima de sus hombros—. Sabés, yo puedo acelerar las cosas por vos, si querés.
—¿Eh?
—Solo decime dónde encontrarlo, y te lo saco de encima —dijo en voz baja, guiñándole el ojo y con una sonrisa ladina—. Solo va a sufrir un pequeño accidente. —Justi rio por lo bajo.
—No, Dios, que lo único que me falta es que el tipo se enferme o accidente; ella estaría al lado de él hasta que se cure o se muera y se olvidaría de que existo.
—Aaah, ¡está fácil entonces!, ¡hacemos que vos te accidentes! —decía entre risas—. ¿Qué decís?, ¿te rompo una gamba?
Entonces Justin le dio un empujón en el hombro, mientras reían.
Justi bajó del subte, después de un estrechón de manos con Alan, y se encaminó a esa discoteca que Emilia había mencionado. La luna permanecía oculta tras los altos edificios de cemento, pero las calles estaban iluminadas por luces de neón y vidrieras brillantes, y cientos de lamparitas colgando de cables que iban de un lado al otro, donde multitud de gente se reunía para tomar tragos y soltar carcajadas en plena calle, parados o sentados en mesas dispuestas sobre la vereda. Otros pasaban a su lado, charlando y fumando. Se tentó y encendió el suyo propio.
La noche estaba viva y palpitante.
Quería sorprenderla. Le había mencionado que iba a ir a una fiesta, una despedida de soltera de una de sus compañeras de trabajo que se casaba con otro compañero. Se lo mencionó justamente para contarle por qué esa noche, a pesar de tenerla libre, no iban a poder verse: era una noche de chicas. Pero el lugar iba a estar lleno de gente, después de todo. Solo se sumaría a la multitud, y listo. Y se moría de ganas de verla.
Apagó el cigarrillo con la suela de la zapatilla y entró a ese sitio que no conocía. El lugar estaba bastante iluminado y cubierto con paneles de madera en todas las paredes. Todo estaba limpio y sano, al contrario de los cuchitriles a los que acostumbraba ir. Se sentó en la barra y pidió un trago de vodka con limón, que era su favorito, para ponerse más a tono. Estaba repleto de gente, y muchos de los que entraban iban directamente a unas escaleras anchas que bajaban a otra área, el verdadero boliche. De ahí venía música fuerte.
Supuso que Emilia todavía no habría llegado, así que se giró en la silla para dejar la puerta en su línea de visión, y se puso a esperar. Cuando el trago llegó y tanteó el bolsillo para pagarlo, se topó con esa cosita que había comprado para ella, un regalito. Emilia había mencionado que el relojito que usaba en el trabajo para medir el pulso estaba descompuesto. No había sido barato, pero a Justi le ilusionaba imaginarla pensando en él cada vez que lo usara, y había elegido uno con la imagen de un búho en el clip, como a ella tanto le gustaban. Se lo daría al día siguiente, en el desayuno en su casa.
Durante la espera, una mujer voluptuosa y entrada en años se le acercó para preguntarle si necesitaba compañía, pero él respondió que estaba esperando a su novia. Ella se alejó con una sonrisa torcida. Si tan solo fuese cierto...
La vio llegar con un grupo de chicas, bastante tiempo después, unas cinco o seis, y todas parecían un poco tomadas. Ahí iba ella. Tenía un vestido corto y ceñido de color rosa pálido que parecía soltar destellos a cada paso.
Se apuró a bajar las escaleras para seguirlas. La música fuerte le aturdió los oídos. Les siguió el rastro con dificultad, con cuerpos transpirados y piernas vibrantes y codazos que seguían interrumpiendo su paso, luces láser que pasaban volando sobre su cabeza y humo de tabaco y marihuana que nublaba su visión. Se concentró en la cabellera platinada de una de las chicas, que casi parecía brillar en la oscuridad, y se mantuvo cerca del grupo cuando por fin dejaron de avanzar.
A su paso notó unas líneas blancas sobre una pantalla de teléfono y un grupo de pibes alrededor, y no pudo evitar enfocarse en ellos. Uno sostenía el celular, mientras otro, lleno de granos y con un aro en la nariz, se agachaba para aspirar. Su pecho retumbó y se tanteó los bolsillos sin pensarlo, pero ver a la chica platinada alejándose lo apuró a moverse, antes de perderla.
Hasta que las chicas llegaron al medio de la sala y ahí se quedaron, bailando como locas por un buen rato.
Justi miró cómo Emilia se movía. Cómo bailaba con sus amigas y reía con ellas. Le pareció escuchar su risa fresca en su propio oído, a pesar de que estaban a varios metros de distancia. Se movía al compás del ritmo, sin prestar atención a quienes la rodeaban. Solo ella, su cuerpo y la música. Contempló cómo sacudía su pelo a un lado, mientras sonreía, cerraba los ojos y meneaba la cadera. Cómo sus tetas rebotaban dentro de su vestido con cada movimiento. Vio una gota de sudor que resbalaba desde su frente y se deslizaba por su mejilla. La vio relamer sus labios distraídamente, y él relamió los propios, deseándolos.
Justi volvió en sí cuando una de ellas lo notó. Se había acercado un poco más, sin notarlo, mirándola con los ojos muy abiertos y el cuerpo muy quieto, y se dio cuenta de que debía de parecer un desquiciado de mierda. Una chica lo notó y le dio un codazo a Emilia, mientras lo señalaba con la cabeza. Ella miró donde su amiga le indicaba. Una sonrisa apareció inmediatamente en sus labios al verlo ahí parado, pero enseguida se disolvió en una mueca dubitativa, al tiempo que miraba a la compañera que tenía más cerca.
Justi intentó enfocarse y atenerse a su plan original, así que se acercó a ella mientras restregaba las palmas sudadas en las piernas de su pantalón.
—Hola... Me llamo Justi. —Ella había dejado de bailar y lo miraba con atención. Todas ellas habían bajado el ritmo a uno mucho más lento y se arremolinaban cerca de Emilia—. Encantado de conocerte. —Ella lo captó, y sonrió de vuelta con libertad, mientras estrechaban manos torpemente—. Te vi bailando y..., y... —Y se perdió en su mirada y en su sonrisa, y en esos labios rojos y brillantes, y quiso saborearlos.
—¿Y? —dijo ella, con una mueca risueña.
—¿Bailás conmigo? —preguntó al fin, mientras le ofrecía una mano con la palma hacia arriba.
Dios, sí que estaba oxidado. Ya casi no recordaba cómo invitar a una chica a bailar. Emilia pareció pensarlo, solo para divertirse, mientras se acariciaba la barbilla y paseaba la mirada desde su cabeza hasta sus pies. Hasta que una de sus amigas se le acercó, clavando sus ojos en Justi.
—Si no vas vos, voy yo, amiga.
Emilia la miró, enarcando las cejas. Intercambiaron unas palabras al oído y risas, hasta que Emilia lo tomó de la mano y se alejaron unos metros.
—¿Qué hacés acá, corazón? —susurró Emilia en su oreja, con su dulce sonrisa.
—No aguantaba las ganas de verte —respondió Justi, mientras apreciaba su tersura de su mano.
Comenzaron a bailar al ritmo de la música, acercándose más a cada minuto sin siquiera notarlo, dos cuerpos imantados que buscaban su lugar correspondiente al lado del otro.
Bailaron juntos durante horas. Y tomaron y rieron y siguieron bailando. Las chicas encontraban cualquier motivo para brindar, tanto en honor a la homenajeada y por sus últimos días de libertad, como por el nuevo corte de pelo de Andrea, o por un nuevo jefe.
Justi incluso llegó a cruzar algunas palabras con las amigas, quienes también se habían conseguido sus propios acompañantes temporales, tuviesen o no pareja, en esta noche en que todas habían sellado un acuerdo tácito de silencio en nombre de la diversión. Diversión con unos toques de desenfreno. ¿Qué daño podía hacer, después de todo, bailar un poco con un chico al compás de la música, enredar sus cuerpos y entremezclar su sudor? ¿O compartir algunos besos, un poco de alcohol o algún que otro porro? ¿O incluso quizás, solo quizás, un poco de...? No. Mierda. Estaba con Emilia y no quería que ella lo notara diferente. Solo tragos. Se excusó con ella para ir a conseguirlos, con la plata que Alan le había prestado.
Atravesó el gentío para llegar a la barra, y tuvo que gritar para ser oído. El barman acercó la oreja, pero Justi ni siquiera notó que le pedía que se lo repitiera. Alguien había acaparado su completa atención: el granudo del aro en la nariz estaba a su lado. Justi volvió a palparse el bolsillo involuntariamente. El dinero podía alcanzar para un par de tragos, pero no alcanzaría para un poco de coca. No en esa zona, y menos en ese lugar. Sacó el relojito, que seguía rondando en su bolsillo hasta poder ser de utilidad. Quizás..., quizás podría ser de utilidad esta misma noche. Lo apretó en el puño y fue tras el granudo.
Emilia seguía bailando, disfrutando del alcohol y de la música en sus venas. Hasta que sintió que algo le rozaba el culo y se volteó. Era un borracho sacudiendo la pelvis en una suerte de baile descompuesto, que se había acercado tanto que casi la chocaba desde atrás. Había muchos de esos, por lo que Emilia solo se alejó unos pasos y retomó. Era una canción que le gustaba especialmente y quería vibrar al son de su pulso. Pero otro tipo más se había acercado, desde el otro lado. También él bailaba a su propio ritmo, atravesándola con una mirada que, seguramente, creía seductora. Tampoco le hubiera importado mucho, si no hubiese sido que ambos continuaban acercándose para cercar su área. Quiso alejarse, pero uno la tomó del brazo y le manoteó el muslo mientras le preguntaba a dónde iba y si no quería bailar. Lo empujó con fuerza para hacerse espacio y se alejó tan rápido como pudo, al tiempo que sus ojos examinaban a cada rostro y cada cuerpo en busca de Justi. ¿Dónde estaba?
Divisó a alguien muy parecido a él cerca de la barra, con un grupo de muchachos, pero descartó que fuese Justi cuando lo vio inclinarse sobre la encimera, llevar las manos a la nariz e incorporarse sacudiendo la cabeza. Intentó atravesar el humo con la mirada, los vapores, las luces, incluso la oscuridad de las zonas más alejadas, pero no lo encontró.
Justi reapareció al cabo de un minuto.
—Tardaste mucho, ¿qué pasó? ¿Y los tragos?
—¿Tragos? Ah, es que estaba lleno de gente, esperé un rato pero eran demasiados, va a ser mejor volver a intentarlo más tarde. —Se lo dijo mientras recorría su cuello con labios ansiosos, deseosos del sabor de su piel—. No te preocupes por los tragos, hermosa.
Una de sus manos se empezaba a deslizar bajo la tela de su vestido, y a subir demasiado alto por su muslo.
Emilia lanzó una mirada disimulada a sus amigas: estaban dispersas, algunas seguían bailando, otras se entretenían examinando las profundidades de la garganta de algún tipo. Esperó a que estuviesen distraídas para aferrar a Justi de la mano y arrastrarlo hasta uno de los baños del lugar.
Entraron directamente y se besuquearon frente a los espejos y a otras chicas que empezaron a rezongar y lanzar frases del tipo "ay no", "otra vez", "vayan a un telo" y similares, hasta que una de las cabinitas de los baños se desocupó y entraron, haciendo oídos sordos. Cerraron la puerta con el cerrojo y continuaron besándose salvajemente, mientras Justi le apretujaba la cola bajo el vestido y ella le desabrochaba el pantalón. Él abrió su escote todavía más y mordisqueó ese par de tetas con desesperación, y cada tanto chocaban con los paneles de madera o con la puerta y reían, hasta que Justi abrió el paquetito con los dientes y se lo puso con cuidado mientras ella se sacaba la tanga húmeda. Después aferró a Emilia de los muslos y le levantó las piernas, haciendo que la falda del vestido se levantara con ellas; apoyó su espalda contra una de las paredes del cubículo y la sentó sobre su pene erecto, mientras ella atrapaba su cuerpo con sus piernas y anudaba los pies detrás de su cintura. La embistió con fuerza mientras le mordía el cuello, y ellos creían que estaban siendo discretos, con sus jadeos y susurros, pero no pudieron evitar un sonoro gemido al momento del orgasmo, tras el cual se escucharon algunos aplausos fuera. Ellos se miraron y rieron, con la respiración agitada.
Justi tiró el preservativo usado al tacho y se subió el pantalón, mientras Emilia se acomodaba el vestido y el pelo. Ella se volteó para abrir la puerta, pero Justi la detuvo con una mano para impedirlo y, estando a sus espaldas, comenzó a besarle la oreja y el mentón, mientras ella cerraba los ojos y disfrutaba de las ondas de electricidad que recorrían su cuerpo.
—Dejálo —susurró en su oído.
—¿Mmh? —dijo ella, mientras recibía besos en su mejilla, su cuello y su hombro.
—Dejálo. ¿Por qué seguís saliendo con el otro?
Entonces Emilia se giró de nuevo para ver su rostro, y pasó una mano por su pelo negro y alborotado con suavidad. Tragó saliva con dolor y vio recuerdos invisibles deslizándose por la pared del baño mientras un escalofrío la recorría entera. Apretó los ojos, tomó una bocanada de aire y la soltó en un suspiro trémulo, sintiéndolo pasar por su garganta anudada.
—Justi..., no quiero verte sufrir..., no quiero lastimarte —le dijo en voz baja mientras acariciaba sus mejillas. Sus propios ojos también comenzaron a nublarse—. Pero necesito tiempo. No es fácil... ¿Entendés? Por favor..., decime que lo entendés.
Justi soltó un suspiro entrecortado y le dio un largo y tierno beso. Intentó sonreírle, pero su sonrisa se quebró. Emilia rodeó su mentón con ambas manos y le dolió ver que sus ojos estaban demasiado húmedos y sus cejas demasiado caídas. Pero lo que más le dolió fue ver el pozo negro de sus pupilas dilatadas.
—Justi..., ¿te drogás?
Justi bajó la mirada, mientras meneaba la cabeza.
—Cómo cambiaste de tema.
—Dale, sé sincero.
—No... Esta bien, voy a ser sincero. Alguna vez sí, pero hace bocha —respondió, mientras restregaba las palmas en los muslos de sus pantalones.
—¿Hace bocha, eh?
La contempló unos segundos antes de abrir la boca para responder, pero una voz fuera sonó más fuerte que los demás murmullos.
—¿Ya terminaron? ¿Pueden salir del baño de una puta vez? —dijo de pronto alguien fuera.
Salieron, tomados de la mano, y empezaron a atravesar la pista para ir a donde estaban las amigas de Emilia.
De pronto escucharon a un tipo que gritaba el nombre de una chica —"Vanessaaaa"— a viva voz, con un tono exageradamente dramático y teatral, que llamó la atención de ellos y de todos los que llegaron a escucharlo.
—Uy, mirá quién apareció. Y no se puede ni sostener —dijo, mirando al recién llegado que bajaba las escaleras a duras penas, completamente borracho.
—¿Lo conocés? —preguntó Justi, mirando a Emilia y después al tipo otra vez.
—Sí. Es el novio de la que se casa, otro de mis compañeros. Él tuvo su propia despedida de soltero también hoy.
El borracho siguió bajando las escaleras, gritando entre risas ese nombre. La solicitada apareció de pronto entre la multitud y saltó a sus brazos y se deshicieron en besos mientras él le decía que la había extrañado y que no podía vivir un minuto alejado de ella.
Emilia y Justi los miraban, a cierta distancia. Entonces Emilia volcó su atención en él otra vez. Puso las manos en sus mejillas.
—Escuchá, sé que tenemos que hablar. Y vamos a hacerlo, pero ahora va a ser mejor que te vayas, corazón, ahora que llegó él. Es amigo de..., ya sabés.
Justi lo entendió, y quiso darle un último beso antes de irse. Así que miró una vez más a esa pareja para comprobar que el tipo estuviese distraído, y lo estaba, así que le dio a Emilia un beso apretado y profundo.
De pronto una mano más grande e inidentificable apareció entre medio de ambos y aferró a Justi por el cuello. Justi no entendió enseguida lo que estaba pasando, pero sintió que algo aplastaba su garganta y luego distinguió que unos dedos se hundían dolorosamente en su carne y que no podía respirar. Intentó quitarse de encima la mano que lo aferraba, pero tenía la fuerza de un gorila, entonces subió la vista y vio al dueño de aquella garra, de quién su rostro se le hacía familiar, pero que no reconoció hasta que escuchó a Emilia decir su nombre.
—¡Soltálo Seba, por el amor de Dios, soltálo! —gritaba.
Entonces el grandote apretó un poco más, clavándole una mirada enfurecida y desorbitada, y la visión de Justi comenzó a nublarse y sus bordes a ennegrecerse, hasta que al fin lo soltó de empujón hacia atrás y Justi cayó contra otras personas, tosiendo. Después el tipo miró a Emilia con ojos empañados y perturbados, se dio media vuelta y se fue. Emilia se acercó rápido a Justi.
—Dios, ¿estás bien? —preguntó, con el ceño fruncido y apretando las muelas.
Justi asintió, mientras se restregaba el cuello e intentaba respirar una bocanada de aire, pero se sentía como arena hiriendo cada centímetro de su garganta. Entonces Emilia se levantó y dio media vuelta, dispuesta a ir tras el tipo, pero Justi la agarró de la mano.
—¡Dejame! —exclamó ella, y se soltó de un tirón y fue corriendo tras el grandote.
Justi vio como Emilia se alejaba... y el dolor en su garganta fue por algo más que por el apretón. Se quedó quieto por un rato mirando a la escalera por la que ella se había ido, mientras escuchaba murmullos muy distantes preguntándole si estaba bien. Se acercó hasta una pared y se apoyó en ella, pero sus temblorosas piernas no parecían poder sostenerlo, y acabó deslizándose hasta sentarse en el piso, donde permaneció unos minutos con los codos en las rodillas y la cara cubierta por sus manos temblorosas.
Al rato volvió a levantarse y a subir las escaleras, todavía con el corazón bombeando demasiado rápido. Se pidió una botella de vodka puro antes de salir. El barman notó su semblante descompuesto y le preguntó si era por un mal de amores, pero Justi ni siquiera le respondió.
Escondió la botella bajo su chaqueta para poder viajar con ella y fue tomándola de a sorbos durante todo el camino.
Llegó tambaleándose a la plaza Providencia, con la primera luz de la mañana. La cruzó, tropezó y cayó sobre el pasto mojado por el rocío, y su botella rodó por una pendiente. La persiguió, trastabillando, y de pronto vio que un pie con una zapatilla gastada y roñosa la detenía. Levantó la vista y vio a Alan, agachándose para agarrarla. Después estiró una mano para ayudarlo a incorporarse y lo examinó con una mirada profunda.
—La puta madre, amigo... Ya me imaginaba que esto iba a pasar —dijo al cabo de un minuto, tendiéndole la botella.
Justi no respondió.
Alan pasó uno de sus brazos sobre sus propios hombros y lo llevó hasta el resguardo de la entrada de siempre. Ceferino estaba dormido sobre su manta y tenía un tobillo atado con una cuerda a la parte baja del chango de supermercado. Justi se tiró en el rincón libre y siguió tomando lo que había logrado no derramarse, que era muy poco. Alan se sentó a su lado, contra la pared.
—Bueno, contame, ¿qué onda?, ¿por qué esa cara?
Justi suspiró y meneó la cabeza, apesadumbrado. Tampoco respondió esta vez, tan solo tomó otro sorbo. Todavía le quedaban unos cuantos más.
—A ver si adivino. ¿Puede ser que... la gata Flora esa se haya decidido por el otro?
Justi inspiró hondo y soltó el aire lentamente.
—Eso creo —respondió, con voz quebrada.
Alan le pasó una mano por la espalda y la frotó con suavidad, mientras contemplaba esa mueca que no extrañaba en ese rostro que conocía al detalle. Vio lágrimas todavía estacionadas entre sus pestañas largas. Vio venas rojas en sus ojos hinchados. Vio sus mejillas húmedas y sus cejas caídas. Casi pudo ver su corazón partido. Pisoteado por esa puta. Lo abrazó, y su amigo tardó unos segundos, pero lo correspondió. Sintió los sollozos sordos sobre su propio hombro y bajo sus propias manos. Y una punzada atravesó su pecho y anudó su garganta.
—Amigo... No llores por esa trola..., no se merece ninguna lágrima tuya. No la necesitás, papi, no la necesitás. —Su mano subía y bajaba con lentitud por la espalda de su amigo. Quiso darle lo único que a él mismo le funcionaba mejor—. Pa..., ¿por qué no tratás de resucitar un poco, en lugar de ahogarte en tus penas? —dijo, tras darle unas palmadas y ver la mano de Justi todavía aferrada a la botella.
Sacó una bolsita y la golpeó un par de veces con el dedo anular, y aspiró un poco de su contenido con un papelito enrollado metido directamente en la bolsa y en su nariz.
Después se la dio a Justi.
Un escalofrío reptó por su piel y su corazón volvió a palpitar con fuerza mientras la veía en su mano y recordaba la pregunta de Emilia. Quería lanzar la bolsita tan lejos como pudiera, y recibir gustoso el golpe en la cara que le daría Alan, porque se lo merecía de verdad. Uno, dos, diez, todos los que quisiera darle. Quería pelear, rugir y patear. Pero lo que más quería era un poco más. Se dejó llevar y se la devolvió a Alan, quien repitió inmediatamente y luego limpió la gota de sangre que asomaba de su nariz con el dorso de la mano.
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