10. Hasta que apareciste

Justi se preguntaba una y otra vez si habría entendido bien, si ella de verdad vendría y por qué su pecho parecía estar en ebullición, si apenas la conocía. Llegó temprano, apenas pasadas las ocho, para no tener que estar buscándola entre toda la gente que se juntaba más tarde, pero tuvo la suficiente sensatez como para no empezar a tomar: no quería estar borracho cuando ella llegara —si llegaba—.

Así que saludó al barman con la cabeza y le pidió algo de comer. Aprovechó mientras esperaba para observar su propio reflejo entre las manchas negras del espejo de detrás de la barra. No estaba tan mal. Hasta estaba pasable, con su nueva campera negra de gabardina. Se la acomodó un poco y fue a sentarse a una mesa y puso a comer: se pidió una picada, ahora tenía un poco de plata y la vida es una sola. Se entretuvo comiendo muy lento y disfrutando de la música; la mayoría eran temas de su gusto. Era un buen lugar. No dejaba de ser un bar de mala muerte, pero era su bar de mala muerte favorito, y los techos descascarillados, las paredes manchadas de humedad y las cerámicas rajadas del piso no iban convencerlo de lo contrario.

Alan le había deseado suerte y le había dicho que tal vez pasaba más tarde.

Comenzó a llegar más gente, entre ellos unos conocidos de él a los que miró jugar al billar, pero él no jugó, no quería distraerse demasiado y perderse de quiénes entraban. Después se puso a charlar con Simón, el barman, sin dejar de mirar la puerta con el rabillo del ojo, y acabó pidiéndose una cerveza, pero solo una.

No pudo con su ansiedad, así que salió a fumar mientras la esperaba. La buscó entre el humo y las risas de los que aún no entraban, e incluso la buscó en la oscuridad de la distancia, pero nada. Así que volvió a entrar y pidió otra cerveza, no pudiendo más con sus nervios.

El bar estaba comenzando a llenarse. Tal vez había entendido mal. ¿MN? Podía significar cualquier cosa: Mejor No. Me Niego. Malparido Narigón.

Siguió dándole vueltas al asunto, sintiéndose más idiota a cada minuto, hasta que, otra cerveza más mediante, alguien tocó su hombro.

—Hola, corazón.

Ahí estaba ella. Una dulce sonrisa adornaba su rostro. Su dulce sonrisa. Para él.

Por fin.

Justi percibió como todo el estrés de la espera y la incertidumbre se desvanecían en un instante.

Tenía el cabello de la misma manera que cuando la conoció, y los mismos labios rojos que esa noche.

El rostro de Justi se iluminó y, sin esperar más, se levantó, le rodeó la cintura con los brazos y le dio ese largo y hondo beso que incontables veces había imaginado repetir, erizándosele los vellos al sentir la tersura de su piel, la carnosidad de sus labios y su lengua masajeando la suya.

—Viniste —dijo al fin, con un centelleo en sus ojos.

Ella le dedicó una suave y relajada sonrisa.

—Y vos. Parece que mi culo es un buen mensajero —dijo traviesa, y ambos rieron—. Empezaste a tomar sin mí.

—¿Te unís? —preguntó Justi.

—Obvio.

—¿Vodka?

—Vodka.

—Entonces no te importa si vomito tus sábanas de nuevo, ¿no? —dijo Justi, con picardía.

—¿Y quién dijo que vas a llegar a mis sábanas? —preguntó ella, con una minúscula media sonrisa.

—Bueno, estás acá, así que...

—Claro, ¿no querías charlar?

—B-bueno, sí..., pero... —Bajó la mirada intentando encontrar las palabras. Ella rio por lo bajo.

—Sos un amor cuando te ponés nervioso... —dijo Emilia, y volvió a besarlo más fuerte, con una mano tras su nuca y apretándose contra él—. Si volvés a vomitar mi casa, lo limpiás vos, ¿estamos? —agregó, con una sonrisa amenazadora.

Justi pidió una botella de Absolut Elyx, porque se quería lucir y porque era delicioso, y charlaron, tomaron, rieron un poco más y tomaron otro poco, y, cuando estuvieron más a tono, Justi la sacó a bailar.

Alan y Lara llegaron juntos. Apenas entraron, él buscó a Justi con los ojos, después fue a ponerse bien puesto al baño, mientras ella se acercaba a la barra a pedir un trago bien colorido y llamativo, y ponía su mejor actitud sugerente. Pero, cuando salió Alan, le pidió que no se pusiera a trabajar tan pronto y que bailara un rato con él, que la noche era joven y todavía tenían largo rato para levantar algunos billetes. Así que Alan puso en práctica todas las habilidades de baile adquiridas a lo largo de varias noches semanales de joda acumuladas durante años, que la falta de responsabilidades y de un objetivo claro al día siguiente le permitían. Y Lara se permitió disfrutar, y que el trabajo se fuera a la mierda por un rato... Aunque sin dejar de aprovechar la oportunidad, claro, y haciendo uso de los movimientos más sensuales y atrevidos que se le pudieran ocurrir, dejando bien claro, amor, que se moría de ganas, y que cualquiera con unos pesos podría ser el afortunado de satisfacerla. ¿Quedó claro? Bueno, iba a hacer que su culo rebotara y se arrastrara por ese bulto un poco más, para que quedara clarísimo.

Alan había apoyado una botella de whisky en un estante que rodeaba una columna, y cada tanto se acercaba, tomaba un poco del pico y después volvía a bailar; y esta noche quería estar y no estar al mismo tiempo, así que no tardó en emborracharse más de lo usual. No le importaba, seguiría bailando hasta que sus pies se lo permitieran.

Justi hizo que su acompañante diera vueltas sobre sí misma y, cuando quedó de espaldas a él, la aferró de la cintura y acercó sus labios a su oído.

—Me gustás mucho —le susurró—. Me gustas mucho desde que te conocí.

Ella dio la vuelta otra vez, lo observó en silencio y sonrió.

—Ya sabés que estoy en pareja.

—Sí...

—Pero algo me dice que no querés solo sexo..., ¿no? —preguntó Emilia.

Justi la miró en silencio por unos segundos, con una leve sonrisa y cautela en sus ojos. Las palabras parecieron sobrar.

—¿Vos sí?

Ella bajó la mirada, dando un suspiro y meneando la cabeza ligeramente, y, unos segundos después, volvió a contemplarlo. Y se perdió en la profundidad de sus ojos.

—Entonces..., ¿por qué volviste? ¿No te importa?

—Quería agradecerte.

—¿Solo eso?

Justi se acercó más y la besó con ternura.

—Eso y todo lo que vos quieras.

Emilia lo contempló por unos segundos mientras soltaba un largo suspiro, después apoyó su cabeza en su hombro y él acarició su cuello desnudo.

—¿Vos sí estás soltero?

—Sí.

—¿Hijos?

—No.

—¿Alguna chica atrapada en tu sótano?

—Tal vez esta noche —dijo con una pícara sonrisa, y ambos rieron.

Se mecieron a su propio ritmo, ignorando la velocidad que la música sugería, ignorando los cuerpos calientes y acelerados que los rodeaban.

—Sabés, ese día, cuando nos conocimos, a mí también me gustaste mucho.

—¿Solo ese día? ¿Hoy ya no?

Ella rio entre dientes.

—Me refiero a que... no quiero que pienses que estaba jugando con vos. Esa noche solo quería ponerme en pedo y divertirme con mis amigas. No levantarme a un tipo. Pero entonces apareciste —comenzó a menear la cabeza, apenas esbozando una sonrisa—. Sabés, yo estaba muy bien, hasta que apareciste.

—Yo estaba muy mal, hasta que apareciste.

Ella lo miró con ojos brillantes.

—Me acuerdo que habías perdido el laburo ese día. ¿Cuál es tu historia? —preguntó, con creciente curiosidad.

—¿Hasta ahora? Una bastante deprimente. No te quiero arruinar la noche.

Ella rio.

—Dale, no me vas a arruinar la noche tan fácil. Me gusta estar acá, con vos. El otro día, lo de la clínica... Eso fue demencial.

—La verdad que sí... —dijo, un tanto ido, mirando a Alan bailar con Lara a la distancia.

—¿Estabas drogado?

—No..., solo estaba asustado.

—No te voy a mentir, corazón. Me parece que estás medio rayado.

Justi rompió a reír con una fresca carcajada.

—Pero solo un poco.

—¿Qué pasó después? Pudiste... Dios, ¿pudiste hacer lo que querías? —preguntó, mientras un escalofrío recorría su espalda.

Justi bajó la vista y tomó aire.

—Lo... Al final lo llevé con alguien que pudo coserlo. —Le costó gran trabajo sostener su mirada. De pronto el aire le parecía más áspero.

—¿Sí? Bueno, qué alivio. ¿Y está mejor?

Justi apuntó con la cabeza y los ojos a los bailarines más acelerados de todo el bar.

—Hablando de pirados, ahí lo tenés. ¿Qué te parece?

Emilia entrecerró los ojos y lo ubicó entre la multitud.

—Aaah, claro. Me podía haber imaginado que era él. Bueno, me había preocupado, pero parece que está más que bien, ¿no?

Justi resopló, sonriendo.

—Sí, más que bien, literalmente. —Volvió a mirar a Alan con una sonrisa.

Le gustaba ver a su amigo tanto mejor, pasándola tan bien con alguien que sabía que apreciaba muchísimo.

Sus ojos se cruzaron, y Alan le lanzó un guiño seguido de una mirada fija que no soltó por un largo minuto, mientras sus ojos se volvían cada vez más serios y fríos, a pesar de esa sonrisa que Justi no pudo descifrar. Intentó hacerlo, pero una caricia de Emilia hizo que volviera a centrar su atención en ella.

—No sé nada de vos... —dijo ella, de pronto.

—Y una de las pocas cosas que yo sé de vos es algo que me apena.

—No estaba segura si venir o no. Para nada segura. Por eso mismo. Pero ahora que estoy acá, me alegra haber venido.

Justi aún sonreía, pero sus ojos expresaban algo diferente. La tomó de las manos.

—Te propongo algo: esta noche solo disfrutemos... de la noche y del otro, sin preocuparnos de nada, ni de nadie —dijo, contemplando sus ojos pardos.

Sellaron el acuerdo con un beso suave, que se convirtió en uno apasionado, y que se hacía más y más intenso a medida que el alcohol se acumulaba en sus venas y que el tiempo se desvanecía entre sus dedos, sus caricias y sus apretones.

Justi y Emilia parecían estar pasándosela genial. Alan miraba con atención la forma en que se besaban, con una ternura que no recordaba haber visto hacía tiempo, y veía cómo Justi le sonreía, la contemplaba con ojos brillantes y después los cerraba y se apoyaba sobre ella por unos segundos, como si fuera un puto cachorro.

Parecía haber encontrado algo que buscaba desde hacía mucho tiempo.

Alan torció el gesto. Se vio asaltado por un repentino deseo de romperle la cara a alguien. A cualquiera, al primero que se le cruzara.

De repente dejó a Lara sola, quien encontró reemplazante en pocos segundos, y se encaminó a ellos dando zancadas, con una gran sonrisa en los labios que relucía su diente partido y todos sus amarillentos y picados compañeros. Se les abalanzó encima y apoyó un brazo sobre los hombros de Justi y el otro sobre los de Emilia.

—¿Qué tal, tortolitos? Hola lindura, ¿te acordás de mí?

—Obvio, sos fácil de recordar —respondió Emilia, sonriendo.

—¿Me la prestás? —preguntó Alan a Justi, con una sonrisa demasiado amplia que le costaba mantener quieta por los espasmos de su mandíbula.

Sin esperar respuesta, aferró su mano y la llevó de un tirón a dar vueltas con él en el centro del bar; ella se incomodó y estuvo a punto de abrir la boca para decirle que se calmara un poco y que ella no era una cosa, pero enseguida la sedujo lo fácil y divertido que era dejarse llevar por alguien que sí sabía lo que hacía. Mientras bailaban, notó que debajo de todo el pelo que le tapaba la frente estaba la famosa herida, y no pudo evitar contraer el rostro cuando sus ojos se desviaron hacia ese desastre.

—Eso... no está hecho por un profesional...

—¿Un profesional? ¿Entonces no te lo contó? —dijo Alan, sorprendido y entre risas, y miró a Justi de soslayo, a unos metros, solo y expectante—. Mirá, guachita, mejor que te vayas avivando: a tu flaco le falta un tornillo —concluyó, en voz baja, cerca de su oreja.

Emilia apretó los labios. Él la levantó en un movimiento rápido para hacerla girar a su mismo ritmo, luego la bajó, dieron unas vueltas más y con una mano en su espalda la hizo bajar casi hasta el piso antes de atraerla de vuelta para apretarla contra sí. Enganchó su brazo en el de ella y empezó a girar cada vez más y más rápido hasta que parecieron un torbellino frenético que les dio más impulso que una catapulta. De pronto la soltó —o quizás se le patinó— y Emilia salió disparada, lanzando un manotazo desesperado al aire. Alan intentó atrapar su mano, en un último instante, solo que..., ay, es que no la estiró lo suficiente. Error de cálculo.

Ella fue a parar encima de un par de tipos que se cayeron, y otro par de personas tropezaron con ellos, y un tipazo gordo cayó encima de todos y los aplastó con su tonelada, entonces todos los caídos pegaron un grito, pero el más estridente fue el de Emilia, que estuvo a poco de romperse el tobillo.

Alan se alejó y agarró su botella, porque, mierda, la necesitaba. No pudo sacar los ojos de encima de Emilia y de Justi, quien había ido corriendo a socorrerla y a sacar a los tipos que habían caído encima de ella. Después la había movido hasta un lugar más apartado, se había arrodillado a su lado y atendía su tobillo con una bolsa con hielo, con risas y con caricias. Al cabo de un rato vio a Justi agarrar a Emilia en brazos y llevarla a la salida mientras se tambaleaban y reían, tal novia que era llevada a la cama en su noche de bodas.

Alan apretó las muelas y se acabó lo que le quedaba de la botella de un trago larguísimo, mientras gotas se escapaban de su boca y se deslizaban por su barbilla y cuello, y después la lanzó tan fuerte adentro de un tacho que ésta estalló en su interior.

Se acercó a Lara dando tumbos, quien hablaba con un tipo que le rodeaba los hombros y tomaban unos tragos —ella apenas le había dado un sorbo al suyo—, y al idiota casi se le caía la baba mientras la miraba.

De pronto Alan la aferró de un brazo y la atrajo hacia sí de un tirón, mientras ella soltaba un quejido y el tipo un "¡EH!", y le rodeó la cintura tan fuerte y la apretó tan cerca suyo que sus pies ya no tocaban el piso, y comenzó a besarla con desesperación en un rabioso frenesí. Ella corrió la cara, absolutamente desconcertada y enojada.

—¡Alan! ¿¡Qué mierda...!? —intentó decir, pero sus besuqueos interrumpían sus palabras—. ¡Bajame, boludo! ¡Me vas a cagar al cliente, dijiste que me ibas a ayudar!

Alan prosiguió a intentar meterle la lengua en la garganta, pero ella se echó para atrás, sobresaltada, y le cruzó la cara de una cachetada, lanzándole una mirada llameante.

—¡Bajame! —le ordenó, severa.

—Dice que la sueltes, pelotudo. Ella está conmigo, búscate tu propia puta —dijo el tipo.

Alan la soltó, lo miró con una sonrisa burlona y le lanzó un puñetazo directo a la cara, pero la borrachera no le colaboró y la piña dio en el aire. El tipo respondió con un golpe al riñón que lo hizo doblarse, luego lo aferró del pelo para rematarlo con un rodillazo en la cara. Alan se agarró la nariz con ambas manos, lo miró de soslayo y se le abalanzó encima con un rugido, cual toro furioso, y le estrelló la cabeza entre las costillas. Ambos cayeron al piso y forcejearon, mientras un par de personas intentaban separarlos sin éxito. Alan logró subírsele encima para embocarle puñetazos que hacían saltar sangre y saliva, hasta que el hombre comenzó a ahogarse en sus propias gárgaras sanguinolentas. Entonces Alan aflojó un poco, unos tipos lo aferraron de los brazos y lograron arrancarlo de encima. Después lo arrastraron a la puerta de atrás y lo arrojaron al callejón, donde fue recibido por un coro de abucheos, silbidos y algún aplauso.

Se arrastró por el piso hasta llegar a la pared opuesta y se sentó con la espalda apoyada en ella.

Mierda... Le dolía la nariz... Quería sorber un poco de coca, no sangre.

Al rato salió Lara. Se encaminó hacia Alan a paso suave y se agachó frente a él, ignorando las obscenidades que le decían los demás. Alan tenía la cabeza gacha escondida entre sus rodillas; ella levantó su rostro, empujándolo desde la barbilla, y le clavó una mirada llameante.

—¿Qué mierda te pasó?

Sus ojos ardientes lo quemaron y bajó la vista, meneando la cabeza.

—No me pasó nada —dijo, apesadumbrado.

Chorreaba sangre por las fosas nasales y apestaba a alcohol.

—Mierda, ¿cuánto tomaste?

—¿Qué importa?

—¿Por qué viniste así? ¿Qué te pasó? ¿Te dio celos verme con un cliente?

Alan evitó su mirada y soltó un largo suspiro.

—Algo así, negra. Pero no por vos. Solo necesitaba..., no sé, descargarme, sacarme el fuego de encima, ¿sabés? Pero la pelea me vino igual de bien.

Lara contempló a Alan con atención. Giró su rostro con una mano para que la mirara, y notó esa angustia detrás de sus ojos. Entonces se dio cuenta de que había algo que le estaba pegando más fuerte que la droga o el alcohol.

—Hay algo que nunca voy a entender de vos Alan..., y es por qué mierda sos tan autodestructivo. ¿Por qué viniste, hoy?

—Ya te lo dije, ma..., solo quería...

—No. No me vengas con boludeces. Quiero la posta. ¿Por qué viniste? ¿Qué te pensabas?

—No sé...

—¿Por qué te hacés esto, boludo? ¿Te cabe sufrir? ¿Te prende?

—Dejá de decir giladas.

—¿Entonces qué? ¿Por qué lo llevaste conmigo la otra vez? ¿Por qué lo enganchas con minas? —Lara comenzó a menear la cabeza—. ¿Qué mierda tenés en la cabeza, negro?

—Solo quiero verlo feliz.

—No, no me vengas con eso... Ya te dije que no quería boludeces.

—No son boludeces —dijo, sacudiendo la cabeza.

—No te entiendo, Alan.

—Yo tampoco me entiendo, negrita —dijo Alan, y empezó a reír.

Abrió las piernas y la rodeó con ellas, y la sangre que se deslizaba desde su nariz se metió entre los dientes de su sonrisa, lo que provocó que Lara también riera, al tiempo que un escalofrío recorría su espalda.

—Estás remamado... ¿Te olvidaste de que sos gay?

—No me olvidé, todavía quisiera que tuvieras una buena pija... Fa, cómo quisiera que tuvieras una, ma. Una larga, gruesa y cabezona.

Lara soltó una carcajada, que tardó un rato en serenar.

—Tengo algunas amigas travestis, ¿por qué nunca me dijiste que te van? —dijo, tras recomponerse.

—Nah, ma... Si me fuera a comer a un trava primero que se saque la peluca y el corpiño con relleno —dijo, y ambos rieron entre dientes—. Pero sí me gustás vos.

Se adelantó una vez más y besó sus labios con suavidad. Ella sonrió, enternecida.

—Sabés, a veces sos dulce..., a tu manera medio loca y rara. —De súbito cambió la cara—. Pero eso no te da derecho a portarte como un pelotudo, como recién. Nunca más vuelvas a cagarme un cliente, ¿estamos?

Alan asintió. Lara hubiera querido una disculpa, pero sabía que no la iba a conseguir: solo le diría que no se arrepentía de nada o algo por el estilo.

Puso su mano sobre una de sus mejillas y lo miró de la misma forma que un doctor a un paciente que no quiere tomar el medicamento.

—¿Hace cuánto que no la ponés, Alan?

Él sacudió la cabeza, mirando al piso, y soltó un largo suspiro.

—Hace demasiado...

—¿Por qué no te buscás algún pibe copado?

—Porque... —resopló—. Nada, no lo vas a entender...

—Dale, probame.

Alan pareció un poco irritado y volvió a resoplar.

—Porque no puedo, amiga. No puedo. ¿Sabés lo que digo? Esta mierda ya no me sirve —dijo, mirando a su entrepierna.

—Ah... —Lara asintió lentamente varias veces, con la visita baja—. Bueno, tal vez pueda ayudarte con eso. Soy una profesional, ¿o no? ¿Querés... que te haga el favor? —le sonrió insinuante.

Alan rio por lo bajo.

—Te vas a decepcionar, ma, pero no creo que puedas. Te voy a decir un secreto: soy puto —agregó en un susurro, con una sonrisa.

—¡Uy, mierda! Perdoná, no tenía idea —le dijo ella, y los dos se largaron a reír—. Dale, en serio te digo. Me parece que lo necesitás. Solo cerrá los ojos e imaginá que soy un pibe.

—¿Hacés esos favores para todos tus amigos?

—Solo para los putitos —le respondió, al oído.

Se miraron a los ojos por unos segundos, sonriendo, y después se acercaron más y enredaron en un surreal beso alimentado por el alcohol, la envidia y la compasión.

Al rato Lara lo tomó de la mano y lo llevó de vuelta hasta su camper, que estaba estacionada en donde desembocaba el callejón: un espacio bastante amplio entre edificios donde había también otros coches, todos mal estacionados.

Alan se sacó la ropa ensangrentada y dio una ducha rápida, a pedido de Lara. En cuanto salió se lanzó sobre una silla; ella le puso algodones en la nariz, se sentó sobre él y empezó a frotarlo por encima del calzón.

—¿Y tu novio?

—¿Qué pasa con él?

—Bueno, si no me vas a cobrar..., ¿porque no me vas a cobrar, no? Entonces estarías metiéndole los cuernos.

—¿Y qué importa eso, negrito? Si mi corazón está con él. Solo estoy ayudando a un amigo.

—Bueno, si aparezco con un tiro en la espalda, ya sabés..., va a ser tu culpa.

—¿Vas a dejar de hablar algún día, flaco?

Siguió besándolo y frotándolo. Después metió la mano. Falta de sorpresa, se encontró con una masa blanda y flácida, así que puso todo de sí para que cambiara, porque no iba a permitir que quedara así, no, amor. Ella iba a lograr levantar ese mástil a base de trabajo duro, porque ella era la mejor. Así que se puso de rodillas e hizo su mejor esfuerzo: con los labios, con la lengua, e incluso con parte de su garganta, a lo largo, a lo ancho, por arriba y por abajo de cada centímetro de ese pedazo reblandecido de carne muerta, volcó todo su esfuerzo.

Después de un buen rato el asunto empezó a tomar forma, pero estaba lejos de servir para algo y no parecía querer avanzar de cierto punto.

Alan soltó un sonoro suspiro.

—Ya fue, Lara. No tiene caso.

—¿Es porque no soy un pibe? —dijo ella, limpiándose su propia saliva con el dorso de la mano e incorporándose. Se sentó a su lado.

Alan sacudió la cabeza.

—O sea que no soy tan buena como pensaba, nomás...

—Sí sos, mamita. Sos una experta. El que está fallado soy yo.

—¿Qué tan seguido te pasa?

—Cada puta vez.

—Uh...

Alan le dio una palmada en un muslo y después lo acarició.

—No importa tanto, ¿sabés? Me estoy acostumbrando —dijo, con resignación.

Ella soltó un suspiro, contemplándolo. Sospechó que debía ser por la coca, en cuanto notó que todavía apretaba las muelas, pero no solo no quería consumirla, no quería ni mencionarla.

—Tal vez deberías probar estando sobrio. De todo.

Alan soltó un bufido.

—Eso no va a pasar, ma.

—Bueno, ¿y si tratás de conocer a alguien nuevo?

—Ya no me interesa andar buscando culos, Lara..., sin poronga no tiene tanta gracia. Además, ya los conozco a todos.

—Me refiero a alguno que te mueva en serio, un pibe piola que te vuele la cabeza.

—Ya lo conozco... —dijo Alan por lo bajo, irritado.

—Dale, ya sabés lo que quiero decir, Alan. Uno al que también le gusten los pibes.

—No es tan fácil, Lara —replicó, más molesto—. Mi detector de putos está más roto que las ojotas del Cefe, aunque no lo creas.

»Cuando me gusta un flaco..., cuando me gusta de verdad, ¿sabés lo que digo?, que no es solo un orto marica, ¿entendés? Cuando me gusta cómo habla, cómo se mueve, cómo se ríe..., y todas las giladas que hace... y sus ojos..., ¡entonces al pelotudo le gustan las minas! —Finalizó con una risita quebrada e histérica, después dio un puñetazo en la mesita que tenía a un lado, se levantó de un salto y fue a la puerta.

—Esperá, esperá, esperá, negrito, ¿no te vas a ir así o sí?

—¿Qué querés?

—Estás en pedo, drogado y caliente. No pinta bien esa mezcla. ¿A dónde pensás ir?

—A seguir tu consejo.

Salió, y Lara salió tras él a los pocos segundos.

—¡Che!

Alan se dio la vuelta, y Lara le lanzó una remera que no era la suya, pero que le quedaba bien. Se la calzó y se puso a caminar. Notó que uno de los autos estacionados en la esquina arrancaba e iba a su paso y por su mismo camino a cierta distancia, hasta que, un par de calles después, dobló en una esquina y se alejó. La borrachera contrarrestaba todo lo alerta que la coca lo ponía, así que, a pesar de que lo notó, le importó poco.


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