La Tormenta

—¡Enciéndelo de nuevo! —La estática inundó la parte posterior de la Grand Cherokee mientras las pesadas gotas chocaban contra el exterior metálico del vehículo.

—Lo está, sólo que ya no capta nada —Roger movía la perilla de un lado a otro intentando sintonizar de nuevo la transmisión que todos había escuchado minutos antes.

—Sigo sin señal —interrumpió Asad mientras tecleaba desesperadamente en la pantalla de su celular—. Debe ser una broma, ¿no? Unos montañeses con algún transmisor.

—No lo sé — Giselle se inclinaba sobre el tablero del auto, imitando las acciones de Roger en el estéreo.

Charlie mantenía la vista al frente, intentando adivinar el curso del camino a través de la gruesa capa de agua que escurría sobre el parabrisas. La senda de tierra que los llevaría a la carretera rumbo a Pomme Rouge se había vuelto un lodazal que hacía patinar las llantas de la camioneta.

En cuanto llegaron a la carretera, Charlie aceleró lo más que pudo, aun cuando sabía que no debía hacerlo en un clima semejante, y se dirigió al pueblo. El tranquilo trayecto que habían recorrido hace unas horas se transformó completamente. Los rayos que iluminaban el cielo hacían que los árboles de manzana proyectaran sombras espeluznantes.

Asad se tomó un segundo para descansar de los mensajes que intentaba hacer llegar a sus padres. El chico miró por la ventanilla para encontrarse con una oscuridad atrapante que se veía interrumpida por los destellos que los relámpagos proyectaban sobre la tierra. Por un segundo, juró que cientos de figuras humanoides los veían desde la línea de árboles en aquellos huertos.

La tormenta aumentó de intensidad cuando el grupo llegaba al pueblo, siendo recibidos por las calles totalmente desiertas iluminadas tenuemente por los faroles. Charlie manejó directamente hasta la tienda de Ollie, esperando encontrar a alguien conocido en ella. Cuando llegaron, los enormes aparadores del lugar les mostraron el lugar prácticamente destrozado y sumergido en la misma oscuridad que envolvía el exterior.

—¿Qué pasó aquí? — Giselle miraba atónita la escena a través del parabrisas mientras los demás se acomodaban para tener una mejor vista. Charlie abrió la puerta dejando que el viento helado, junto con algunas gotas, entrara a la camioneta.

El agua helada recibió al chico en el exterior, envolviendo su cuerpo en cuestión de segundos mientras traspasaba la tela de su ropa. Se acercó lentamente hacia la tienda de Ollie haciendo que los cristales en el suelo crujieran bajo sus pies.

Charlie sintió una mano posándose sobre su hombro, al girar se encontró a Asad y Emir sosteniendo unas linternas que iluminaban el interior del establecimiento. Los tres chicos se internaron al interior del establecimiento, donde algunos de los productos restantes aún se encontraban en el piso.

—Parece como si hubiera habido un terremoto —expresó Asad, mientras se arrodillaba frente a una bombilla hecha pedazos que aún descansaba en el suelo.

—Más como un saqueo que viene después del terremoto —respondió Emir quien iluminaba los pasillos esperando que algo lo atacara—, ¿recuerdan el de hace un par de años?

—Sí —dijo Charlie mientras una creciente incomodidad reinaba en su estómago. La piel entera de su cuerpo se erizo, pero no reconoció si era por el frío que le provocaba tener la ropa empapada, el estar rodeado de una oscuridad que era apenas aplacada por los pasajeros rayos de luz que proyectaban las linternas, o el recuerdo de estar atrapado en una situación que él no podía controlar. Siguió caminando hasta el mostrador donde hace unas horas había pagado por todos los víveres, y lo cruzó para tener acceso al resto del lugar. El chico se encontró con dos puertas cerradas y, ignorando el miedo que sentía, acercó temblorosamente la mano hacia la perilla de la que quedaba a su izquierda—. ¡Mierda! —Un estruendo detrás de la segunda puerta hizo que todos se sobresaltaran. Charlie retrocedió de tal manera que tropezó con unas cajas de cartón detrás de él, haciendo que cayera sobre sus cuartos traseros.

—No creo que sea una rata, ¿o sí? —preguntó Asad mientras ayudaba a su amigo a levantarse.

—No lo creo —Emir llegó del otro lado del mostrador blandiendo una raqueta de juguete como si fuera un arma letal. El chico tomó posición frente a la puerta e hizo una seña con la cabeza para que alguien la abriera. Charlie se paró a un costado de la puerta, ahora con un valor contagiado por sus amigos y tomó la perilla. Esperó por la siguiente señal de Emir y, en cuanto él asintió, la abrió para dejar salir lo que fuera que los esperara adentro.

—¡Ahhhh! —Un grito de terror salió de aquél pequeño cuarto que, ahora sabían, era un armario de limpieza.

—¡Ahhhhhh! —El grito de Emir fue el doble de fuerte. El chico siguió la misma trayectoria que su amigo, tropezando con las mismas cajas y aterrizando sobre Asad, quien se había escondido detrás de él.

Charlie se movió apenas, aterrado por lo que podría descubrir en el interior. Se asomó por el umbral de la puerta mientras tragaba la suficiente saliva para humedecer su garganta. La luz de la linterna apuntaba directamente al interior del armario, así que el chico no tuvo dificultad para ver a Ollie, sentado contra la pared más alejada de la entrada mientras sostenía un bate de baseball que temblaba entre sus manos.

—¡¿Qué carajo están haciendo aquí?! —gritó el hombre mientras intentaba levantarse, y cayendo con su peso completo cuando sus zapatos resbalaron por un líquido verdoso derramado en el suelo.

—Ayudándolo a levantarse —Charlie ofreció su mano a Ollie. El hombre estiró para tomarla, y el chico puso su peso entero para ponerlo de pie—. ¿Qué pasó aquí?

—Esos imbéciles se volvieron locos, vinieron y se llevaron todo —Ollie salió del armario mientras Emir y Asad apenas se incorporaban. Charlie alcanzó a ver la ropa del hombre, manchada de un color óxido a la altura de su enorme barriga.

—¿Quiénes son los "imbéciles"? — preguntó Asad, mientras levantaba la linterna del suelo.

—Las personas que viven aquí, los pobladores —explicaba el hombre, mientras agitaba las manos enérgicamente—. Mierda, sonó ese jodido mensaje en las radios y todos se volcaron a la tienda más cercana para asaltarla. Me pregunto si hubieran hecho lo mismo en el Wal-Mart— terminó con tono molesto.

—¿Y dónde están todos ahora? —cuestionó Emir.

—¡Al diablo si yo sé! Lo único que me preocupaba era salir vivo de ésta. ¡Los imbéciles me golpearon! Los consideraba mis amigos, vi crecer a algunos de ellos, y me golpearon —gritó Ollie exasperado.

—¿Charlie? —La voz de Giselle se escuchó desde la entrada, llamando a su novio— ¿Están todos bien?

—Sólo algo magullados, pero bien —contestó el chico mientras pasaba el brazo de Ollie sobre sus hombros para ayudarlo a caminar.

—Entonces vengan, tienen que ver esto —Emir tomó el otro brazo del herido y copió a su amigo. En unos instantes, los cuatro hombres salieron de la tienda hacia una tormenta que había aumentado su intensidad.

Como pudieron, metieron a Ollie en el maletero de la camioneta para mantenerlo cómodo, después, cada uno regresó a sus asientos.

—¿Qué pasó? —preguntó Charlie a Giselle, mientras la chica exprimía el agua de su cabello sobre el tapete del vehículo.

—Un par de personas corrieron por esa calle— explicó la chica, mientras señalaba a través del cristal —, tal vez ellas sepan algo.

—Deben de dirigirse hacia el ayuntamiento —intervino Ollie mientras Charlie alcanzó a ver cómo hacía una mueca de dolor al intentar acomodarse—, queda en esa dirección.

—Entonces hacia allá vamos —Charlie encendió la Grand Cherokee y avanzó en reversa sobre la calle—. ¿Puedes decirnos dónde está? No recuerdo bien cómo llegar —preguntó a Ollie mientras miraba por el retrovisor.

—Sólo conduce en esa dirección, sabrás cuando llegues al ayuntamiento.

Charlie condujo por aquellas húmedas calles que reflejaban la luz de los faroles. No pasó mucho tiempo antes de toparse con un enorme edificio colonial con jardines al frente.

—Supongo que ese es el ayuntamiento —suspiró Emir.

—Supones bien —contestó Ollie en medio de un ataque de tos. Charlie detuvo la camioneta al otro lado de la calle, la apagó, y todos salieron de ella.

Asad sintió las gotas un poco más frías y gruesas que unos minutos antes, haciendo que su cabello se pegara a la piel de su cara y obstruyendo su visión. El chico lo recogió en una coleta y alcanzó a sus amigos. quienes ya habían avanzado hacia el edificio.

El grupo alcanzó las puertas de cristal que daban acceso al ayuntamiento, al cruzarlas, un ambiente cálido los envolvió, haciéndolos sentir a gusto. El vestíbulo era contrastante al estilo rústico que Charlie y el resto conocían de Pomme Rouge, unas cuidadas escaleras de mármol y madera se partían en dos frente a ellos, mientras otras cuantas puertas de madera se encontraban a cada uno de los lados del salón.

Amigos, por favor, debemos entender —Una voz que apenas se alzaba sobre murmullos apagados resonó en el vestíbulo. Todos miraron a Ollie, quien miraba fijamente a una puerta al lado de las escaleras—. Estas son medidas para su seguridad.

—Deben de estar en la sala de conferencias —dijo el hombre mientras señalaba el camino con la cabeza. Todos atravesaron el salón en la dirección señalada, pero el sonido de Ollie tosiendo desesperadamente hizo que todos se giraran para mirarlo. El hombre se estremecía violentamente mientras hacía su mayor esfuerzo para respirar con normalidad—. Estoy bien, sólo necesito un minuto— Apenas terminó de mascullar las palabras, sus piernas empezaron a temblar haciendo que se apoyara sobre uno de los lujosos pasamanos de las escaleras para evitar caer de bruces contra el suelo.

—Sigan, en un momento los alcanzamos —dijo Emir, mientras él y Asad se acercaron para ayudarlo a sentarse en los escalones.

Charlie asintió, y junto a Giselle y Roger continuaron el trayecto. Al cruzar la puerta que Ollie les había señalado, los chicos se encontraron con al menos 300 personas gritando a un puñado de mujeres y hombres parados en lo que parecía un escenario.

—Sé que esto es algo totalmente inesperado, pero no es la primera vez que nos enfrentamos a una crisis, y como un pueblo unido, Pomme Rouge podrá salir adelante —Las palabras, que tenían la intención de calmar a la muchedumbre, hicieron que una nueva ola de reclamos estallara en la sala. Una de las mujeres que esperaba detrás del hombre avanzó hasta él y ocupó su lugar frente al micrófono.

—Lo que el alcalde Ericksen quiere decir —dijo mientras empujaba gentilmente al hombre lejos del centro del escenario—, esto es una emergencia global, y estas medidas que intentamos implementar es para la protección todos nosotros, y nuestras familias.

—Gracias por su oportuna intervención, Gobernadora Cunha —dijo el hombre, mientras lanzaba una mirada molesta a la mujer.

—Tenemos que trabajar, ¡necesitamos llevar comida a nuestras mesas! —gritó un hombre de la multitud, siendo coreado en afirmación por el resto de los asistentes.

—Entendemos la preocupación de todas y todos ustedes, y tengan por seguro que el gobierno verá por sus necesidades —explicó la Gobernadora.

—¡Ni siquiera si esos videos son reales!

—¿Videos? —preguntó Giselle mientras compartía miradas desconcertadas con Charlie y Roger.

—El material que recientemente se filtró por medio de redes sociales ha sido desmentido por el secretario de salud. Sin embargo, la OMS no niega la existencia de una pandemia y la necesidad de activar los protocolos de cuarentena de manera inmediata.

La sala estalló de nuevo en gritos molestos mientras la gobernadora y el alcalde intentaban calmar los ánimos. Charlie sacó el celular de su bolsillo y lo desbloqueó, percatándose que ahora había recepción en el pueblo.

—Miren —dijo Roger mientras les mostraba al resto un video en su celular. El metraje mostraba una caótica escena donde personas corrían despavoridas por una calle rodeada de vegetación selvática en medio de la noche. Los gritos que envolvían el ambiente hacían que fuera imperceptible lo que decían.

—¿Están hablando en francés? —preguntó Charlie a Giselle, quien veía atentamente la pantalla del aparato.

—Sí —contestó la chica con un tono entre el miedo y la preocupación—, pero su acento no me deja entenderlos.

Sin previo aviso, el camarógrafo cayó al suelo, haciendo que la imagen cambiara a una toma estática de un cielo oscuro, iluminado sólo por un fulgor naranja lejano. Poco a poco, un hombre apareció a cuadro, sus ojos eran oscuros casi en su totalidad, como si el globo ocular se hubiera tornado de un completo color azabache, y de su boca escurría una sustancia de la misma tonalidad. Sin previo aviso, el video paró.

—¿Qué mierda? —masculló Roger, incrédulo de lo que había visto.

La puerta detrás de ellos se abrió de golpe, dejando entrar a un enfurecido Ollie seguido por Asad y Emir. La mitad de los asistentes giró por el golpe, mientras el sheriff Abbadie se ponía torpemente de pie después de estar sentado en una de las sillas sobre el escenario.

—¡Quiero que los arrestes, Max! ¡Quiero que arrestes a estos imbéciles malagradecidos! —gritó el recién llegado, llamando la atención del resto de personas que no habían notado su presencia.

—Ollie, amigo, cálmate —Abbadie levantó las manos en un intento de calmar al hombre, mientras éste se acercaba al escenario, haciendo que las personas se alejaran de él mientras avanzaba.

—¡Mira lo que me hicieron! ¡Mi tienda está destruida! —Ollie se encontraba a pocos metros de Abbadie, quien, junto con un hombre alto vestido con lo que parecía un costoso traje, se habían parado frente a la gobernadora y al alcalde en un intento por protegerlos.

—Hombre, todo el pueblo se volvió loco con ese mensaje, pero ellos son nuestros, y estoy seguro de que ayudarán a reconstruir tu tienda, y pagarán por lo que tomaron.

—Ellos me golpearon, Max... Ellos me encerraron cuando me intenté defender... —Mientras hablaba, la voz de Ollie se transformaba en un susurro apenas audible desde donde Charlie, Giselle y Roger esperaban. Un silbido apareció en la siguiente inhalación que el hombre dio al intentar respirar. El silencio se apoderó por completo de la sala cuando todos miraron al hombre, expectantes mientras él se llevaba las manos a la garganta sin poder articular una sola palabra.

La tensión se rompió cuando una tos explotó desde el pecho del afectado, expulsando una masa sanguinolenta desde su boca. Ollie cayó de rodillas mientras la sangre continuaba escapando de su cuerpo. Gritos de horror y comentarios llenos de pánico empezaron a elevarse mientras el hombre de traje sacaba una radio de entre su ropa y hablaba a través de él.

De las puertas al costado del salón comenzaron a salir al menos dos decenas de militares vestidos con trajes protectores, quienes rápidamente rodearon a Ollie, lo pusieron de pie, y se lo llevaron de aquel lugar.

—Amigos, por favor, mantengan la calma. Esto es justo lo que debemos evitar, de lo que los queremos proteger —La voz del alcalde Ericksen emanó de los altavoces que se encontraban en las paredes del lugar, en un nuevo intento por controlar la situación.

Charlie notó al hombre de traje, quien señaló a Emir y Asad. Los militares que aún quedaban en el lugar tomaron a sus dos amigos por los brazos y comenzaron a arrastrarlos en la misma dirección que habían llevado a Ollie.

—¡Quítame las manos de encima! —Emir empujó al soldado que lo detenía, tirándolo por la fuerza del golpe. Segundos después, tres hombres saltaron sobre el chico, haciendo que le fuera imposible defenderse.

Charlie le lanzó una mirada llena de complicidad a Roger, y avanzó en dirección de Emir y Asad para ayudarlos, listo para pelear en caso de tener que hacerlo.

—Quédate aquí —Un apretón firme sobre el hombro del chico hizo que se detuviera en seco. Cuando giró, se encontró con los ojos café oscuro de Lambert viéndolo fijamente.

—Son mis amigos, tengo que ayudarlos —contestó mientras intentaba escapar del agarre.

—Les serás de más ayuda aquí —Lambert abrazó a Charlie por la espalda y lo arrastró en la dirección contraria mientras el chico seguía peleando para poder ir con el resto de sus amigos.

—Desde ahora, habrá Ley Marcial en Pomme Rouge —La gobernadora Cunha habló desde el escenario, logrando de algún modo romper con el ruido de los gritos y llantos del público—. Aquellos que hayan tenido contacto con personas infectadas, o presenten los síntomas descritos en este panfleto —continuó mientras sostenía un tríptico en sus manos—, serán puestos en cuarentena obligatoria para observación y, en dado caso de que exista una infección, tratamiento. Esto es por su bien.

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