La Paradoja de Scrhödinger (Parte 2)

«Se recomienda no salir de no ser necesario. En caso de presentar cualquier anomalía en su salud, acérquese a los campamentos móviles que el ejército ha desplegado cerca de usted»

La transmisión fue cortada por el sonido de estática que comenzaba a salir de las bocinas del antiguo radio. Los últimos rayos de sol descendían sobre la tranquila agua del lago, haciendo que un brillo casi hipnótico reflejara sobre la cabaña mientras una enorme nube negra se acercaba más allá de las montañas.

—Apuesto que Emir lo repararía en un segundo —Charlie se encontraba en el porche, sentado en la hinchada madera húmeda mientras movía la antena del radio intentando recuperar la señal.

—Emir lo hubiera desarmado y le hubieran sobrado piezas al reconstruirlo —respondió Roger mientras le entregaba un vaso con jugo de manzana.

—Al menos él sabría qué hacer, y lo haría —contestó Charlie mientras tomaba un gran sorbo de su bebida.

El sonido de un auto acercándose por el camino hizo que los chicos miraran en esa dirección. Una humvee militar se acercaba hacia la cabaña, levantando el lodo mientras se abría paso entre el bosque.

El vehículo se detuvo justo en frente de la casa mientras la puerta se abría detrás de los chicos, dejando salir a Giselle. Justo mientras los tripulantes bajaban, una camioneta del servicio forestal que Charlie reconoció de inmediato, junto con una patrulla, se estacionaron detrás del humvee.

—Buenas tardes —Una voz gruesa, que parecía resonar en todo el bosque, se dirigió a los chicos—, ¿están solos en casa?

—Sí —respondió Charlie mientras se incorporaba y bajaba los desgastados peldaños de la escalera que los separaban del suelo del bosque para encarar al propietario de la voz. Era un hombre alto, tanto que el chico no pudo evitar sentirse impotente, con cabello cano a rape, y una mirada severa que era acentuada con dos sombras oscuras debajo de sus ojos—, ¿hay algún problema con eso?

—Ninguno en realidad —contestó el hombre mientras rascaba la barba de tres días que crecía en sus mejillas—, necesitamos revisar la casa— explicó mientras caminaba hacia la cabaña, dejando a Charlie atrás de él, anonadado.

—¡No tienen derecho! — Giselle se plantó en la entrada del porche, impidiendo que el hombre avanzara más.

—Váyanse de mi propiedad, ahora —Charlie miraba firmemente la nuca del hombre, intentando tener algún efecto sobre él.

—No sé si lo sepan, pero la gobernadora declaró ley marcial en este lugar, y el presidente lo hizo en todo el país. Tengo todo el derecho de entrar a esta casa si creo que existe algo en ella que ponga en peligro el bienestar de los civiles y la integridad de la nación.

—¿Algo que ponga en peligro? ¿quién es usted? —preguntó Charlie, aún confundido.

—Soy el Coronel Geisler, el hombre a cargo de este lugar— habló mientras continuaba avanzando hacia la cabaña hasta el punto de invadir el espacio personal de Giselle—, y tengo la sospecha que dos personas que escaparon del centro de cuarentena.

—¿Qué le hace creer que están aquí? —preguntó Roger desde la posición que había tomado al lado de la puerta, listo para interponerse entre aquel hombre y el interior.

—Los fugitivos dieron este lugar como referencia al momento de ser admitidos, supuse que aquí sería a donde vendrían.

Charlie sintió el peso de su sangre caer a sus pies, dejando un vacío en su estómago y la sensación de hielo recorriendo sus venas. El chico compartió una mirada con Roger, quien la devolvió con el mismo sentimiento de angustia en sus ojos.

—Asad y Emir...

—Sí, me parece que esos eran sus nombres —respondió Geisler—, y les solicito que me dejen entrar, o los arrestaré y enviaré a la zona de cuarentena por tener contacto con dos personas infectadas.

—Déjenlo pasar —Charlie tomó a Giselle del brazo para quitarla del camino del militar. La chica tiró de su brazo, zafándose del agarre de su novio mientras le recriminaba con la mirada.

Roger miró como Geisler entraba a la casa con un aire de superioridad, mientras era seguido por otros soldados que habían salido del mismo vehículo.

Charlie miró hacia el camino mientras dos figuras se acercaban a ellos. Lambert miró fijamente al soldado que se había quedado al lado del humvee, como si este le fuera a apuntar el arma que llevaba en sus manos sin previo aviso. Detrás de él, el sheriff Abbadie intentaba mantenerle el paso al guardabosques, mientras le dedicaba un saludo al militar con un leve movimiento de su sombrero.

—Charlie —Lambert abrió los brazos preparándolos para abrazar al chico, mientras éste respondía el gesto de la misma manera, confundido, hasta que ambos se envolvieron con los brazos del otro—. Dime que no están aquí, por favor —suspiró el hombre al oído del joven.

—No sería tan idiota —respondió el chico de la misma manera—, pero ten por seguro que si supiera donde están, haría todo por ayudarlos.

—¡Lambert! —La voz de Geisler retumbó desde el portal de la cabaña mientras miraba fijamente a los recién llegados—. No sabía que este era un asunto que competía a un hombre con tu puesto y jurisdicción.

—Soy un guardabosques, estamos en medio de mi jurisdicción —respondió el hombre mientras miraba a Geisler con severidad—, además, yo respondo por estos chicos.

—Señor, todo está libre —dijo una de las militares que había revisado la cabaña mientras salía por la puerta hacia el pórtico.

—Ya nos podemos ir —Abbadie habló mientras se acercaba al grupo de personas, acomodándose el cinturón conforme avanzaba—, los chicos no están aquí.

Geisler caminó dejando atrás a Lambert, mientras se acercaba al humvee que esperaba en el camino.

—Espero que entiendan que pasaría si esconden a dos fugitivos —El militar subió al vehículo, seguido por el resto de los soldados que habían entrado a la cabaña y, tal como llegaron, recorrieron el camino de regreso a la carretera. Abbadie le dedicó una media sonrisa a Lambert llena de arrepentimiento, entró a la patrulla y siguió el mismo camino que el transporte anterior.

—Siguen en el bosque —Charlie entró a la casa sin explicar, y caminó hasta una de las puertas que llevaba a un pequeño armario. Abrió la puerta, encontrándose con el pequeño espacio y la pared de madera frente a él. Dio pequeños toques en cada una de las tablas, hasta que los golpes secos le devolvieron un eco. El chico presionó la parte superior del tablón, haciendo que la parte inferior se levantara dejando un espacio hueco al descubierto.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Roger mientras la culata de un arma aparecía a través de la abertura en el muro.

—Voy a ir por ellos —Charlie acomodó el rifle en su hombro y apuntó al suelo para inspeccionar la mira, en un intento de aparentar que sabía y entendía lo que hacía.

El chico salió del armario directo a la cocina, donde Giselle y Lambert miraban perplejos el objeto que llevaba entre los brazos. Charlie estiró su brazo para alcanzar una pequeña caja metálica de galletas que al abrirla dejó al descubierto una serie de cilindros dorados.

—Hay soldados por todas partes —Mencionó Roger mientras veía a su amigo cargar delicadamente la munición dentro del arma.

—¿Para qué crees que es el rifle?

—Ni siquiera sabes dónde están —Giselle habló desde el otro lado de la barra que delimitaba la cocina del resto de la casa, con un tono gélido en su voz.

—Yo no, pero él sí —Charlie señaló a Lambert con la cabeza mientras tomaba la mochila que descansaba sobre el suelo al lado del antiguo refrigerador, y comenzaba a llenarla con unas cuantas botellas de agua y barras energéticas.

—Dijiste que no eras tan idiota —El guardabosques miraba la escena recargado en una de las paredes de la sala. Al verlo ahí, junto con todos los muebles y la estructura de la cabaña, parecía que todos los objetos fueran escalas de una maqueta.

—No lo soy —respondió el chico con molestia.

—Entonces deja de actuar como tal —completó Giselle.

—Son mis amigos. Si Roger y yo estuviéramos en la misma situación, Emir no se detendría a pensarlo, tampoco Asad —El chico desplazó su mirada de Giselle a Lambert, buscando comprensión en sus ojos—. Sé que tú jamás dejaste a alguien atrás, así que te pido que entiendas y me des una dirección. Izquierda o derecha, yo empezaré a buscar desde ahí.

Un silencio incómodo se apoderó de la sala mientras todos se mantenían expectantes al siguiente comentario. Aaron Lambert, un militar retirado de 1.98, y que cada mañana se ejercitaba para mantener su buen físico, se sintió intimidado por aquel chico que lo perforaba con sus ojos castaños.

—Iré contigo, te mostraré el camino —respondió derrotado.

—No —lo interrumpió Charlie tajantemente—, necesito que te quedes aquí cuidando a Giselle y Roger. En caso de que no vuelva, tienes que sacarlos de aquí y llevarlos a la ciudad.

—No te voy a dejar ir solo —dijo Lambert en el tono más autoritario que encontró dentro de sí.

—No irá solo —Roger tomó la mochila que había llevado con él a aquel viaje y la colgó en sus hombros—. Emir y Asad irían por nosotros.

Charlie esbozó media sonrisa mientras miraba a su amigo con orgullo. Sus ojos saltaron hacia Lambert, esperando la respuesta de la pregunta que le había hecho.

—El centro de detención está en el antiguo centro deportivo, en el extremo norte de la ciudad —dijo al fin el hombre.

—En esa zona hay muchos arroyos que nacen del lago, si llegaron hasta alguno pudieron seguirlo en esta dirección —explicó Charlie. El chico salió de la cocina y se dirigió a la puerta de entrada seguido por Roger—. Si no hemos vuelto para el amanecer, llévala a la ciudad y dile a mis padres lo que pasó— Charlie le dedicó una mirada llena de culpa a Giselle mientras daba el primer paso fuera de la cabaña—. Te amo —dijo con un suspiro.

El exterior los recibió con una oscuridad repentina y una brisa helada ajena al verano. Charlie frotó sus antebrazos con las manos para calentarlos mientras se recriminaba internamente por no haber llevado una sudadera.

—¿Cómo llegaremos hasta ellos? —Roger tuvo que trotar un poco para alcanzar a su amigo que caminaba decidido hacia el bosque que se levantaba frente a la cabaña.

Charlie se detuvo un momento y miró directamente hacia el cielo por unos segundos. El cielo había sido completamente cubierto por densas nubes que ocultaban los últimos rayos que el sol emanaba en aquel día.

—Tenemos que llegar al otro lado del lago, pero dudo que podamos hacerlo en un bote antes del comienzo de la tormenta. Supongo que tendremos que rodearlo.

Roger asintió y avanzó directo hacia la gruesa línea de árboles que delimitaba el camino que llevaba a la carretera.

Los minutos pasaron mientras los chicos avanzaban entre raíces y ramas caídas que intentaban evadir en la oscuridad. El viento soplaba en fuertes ráfagas que se deslizaban entre los gigantescos troncos y las ramas, provocando sonidos similares a largos gritos y aullidos. Gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer desde el cielo, chocando contra todo lo que se encontrara a su paso.

Charlie se detuvo. Aquel lugar que había explorado años antes con sus padres se había convertido en un laberinto de pinos y rocas que parecía no cambiar sin importar cuánto avanzaran. La tormenta aumentó su intensidad, enormes relámpagos iluminaban el cielo, haciendo que las ramas proyectaran tétricas sombras en el bosque.

—¿Ahora hacia dónde? —gritó Roger, intentando que su voz se escuchara por encima del ruido a su alrededor.

—No lo sé —respondió Charlie, derrotado—, alguno de los arroyos debería estar aquí. Eso nos llevaría a ellos.

—¡¿Estás perdido?!

—¡No! Sólo no... —Charlie fue interrumpido por haces de luz que danzaban entre los troncos y voces apagadas por los ruidos a su alrededor. El chico tomó el hombro de su amigo y lo empujó al suelo hasta que logró tumbarlo, sólo para tirarse al igual que él, intentando ocultarse entre las enormes plantas que poblaban el lugar.

La lluvia había creado enormes charcos de agua en la tierra que sólo crecían con el agua que bajaba de la ladera. La sensación de la ropa mojada, de sus manos hundiéndose en el lodo y la tormenta cayendo sobre él, eran potenciadores para la sensación de vulnerabilidad que invadía a Charlie.

No tardó mucho para que tres figuras aparecieran a unos pasos de ellos, ajenas a su presencia.

—¿Seguro que vinieron por aquí? —habló alguien de los recién llegados.

—Estoy seguro, corrieron colina arriba —La figura que llevaba una linterna con la que alumbraba a su alrededor—, la tormenta borra las huellas que dejaron.

La luz de la linterna les permitió a los chicos ver los uniformes militares que llevaban las personas que habían llegado hasta ahí. El hombre que llevaba la iluminación empezó a alumbrar el suelo peligrosamente cerca del escondite. Charlie empezó a arrastrarse lentamente hacia atrás, intentando evadir la luz, pero Roger lo tomó del brazo, obligándolo a quedarse quieto.

—Deberíamos regresar —La tercera figura habló con una voz femenina mientras giraba hacia la dirección en la que habían llegado.

—¡No! —respondió el segundo soldado con enojo—. Ya vieron demasiado, no podemos dejar que se escapen.

El soldado de la linterna alumbró el camino hacia la cima de la ladera y, tal como llegaron, los tres militares avanzaron entre la maleza y los árboles, desapareciendo entre la espesura del bosque.

Charlie y Roger se quedaron quietos por unos minutos más mientras el cielo seguía siendo iluminado por los rayos y el bosque retumbaba con el impacto de los truenos. Los pequeños riachuelos que bajaban por la colina se habían vuelto verdaderas caídas de agua, haciendo que el charco donde se encontraban los chicos creciera hasta el punto que tenían que levantar la barbilla para evitar ahogarse.

—Los están buscando —murmuró Roger mientras intentaba mantener su boca lejos del agua.

—Eso espero —Charlie se apoyó las manos en el lodo para incorporarse, haciendo enormes agujeros en el suelo.

—¿Los seguiremos?

—Sí —respondió mientras asentía, con una mueca de preocupación.

La luz que emitía la linterna de los soldados apenas era visible por la distancia que había entre ellos. Charlie descolgó el rifle de su hombro y lo acomodó entre sus manos. Asintió de nuevo una vez, ahora más decidido, y comenzó a seguir a los soldados que apenas eran unas manchas ligeramente más oscuras de lo que era el bosque.

Con cada paso, el lodo de la ladera se deslizaba cuesta abajo, haciendo que fuera difícil continuar el trayecto. En una zancada, la bota de Charlie resbaló haciendo que el chico cayera de bruces contra el suelo y comenzara a deslizarse hacia el fondo de la colina.

—¡Charlie! —Roger se lanzó para intentar tomar la mano que estiraba su amigo hacia él en un intento de evitar que cayera sin éxito. El joven continuó cayendo, haciendo que una enorme cantidad de lodo se soltara y se deslizara junto con él. De un momento a otro, el rifle que mantenía firmemente entre sus manos golpeó el tronco de un árbol, haciendo que saliera disparado en una dirección desconocida.

Después de segundos que, con el choque de la adrenalina corriendo por su sistema, sintió como minutos, la ladera terminó dando paso a una caída libre inesperada. Charlie sintió el viento golpeando en cada parte de su cuerpo, haciendo que la sensación de tela fría y mojada erizara su piel. Sin previo aviso, la caída terminó cuando el cuerpo de Charlie chocó contra el crecido riachuelo, haciendo que se zambullera hasta quedar completamente hundido.

El chico se puso de pie, tosiendo toda el agua que había inhalado en los momentos que pasó bajo el agua. Aunque el nivel del riachuelo le llegaba hasta la mitad de su torso, la corriente era lo suficientemente fuerte para hacerle difícil el mantenerse de pie. Un nuevo relámpago iluminó el lugar, la falta de árboles en ese lugar hizo que la luz cayera sobre el joven y todo a su alrededor, haciendo que el color rojo óxido que se deslizaba sobre la superficie del cuerpo de agua fuera evidente.

El haz de luz se esfumó dejando a Charlie atónito. Lentamente, se sacó la mochila de los hombros y la abrió revolviendo todo lo que se encontraba dentro de ella hasta encontrar la linterna que llevaba consigo, la encendió e iluminó lo que le rodeaba. Una mancha borgoña se movía en el agua, siendo arrastrada en la misma dirección que corría el río. El chico comenzó a buscar el origen de aquella sustancia, siguiendo los hilos rojizos hasta la orilla contraria de donde él había caído.

Los ojos opacos de una mujer lo miraban directamente hacia él, atravesándolo. La piel de su rostro era totalmente blanca, hasta el punto en que las venas eran visibles en ella, y los labios tenían un tono azulado. Una herida perfectamente circular se postraba a la mitad de su frente, dejando caer hilos de aquella sustancia rojiza que manchaba el agua y la tierra en la que se encontraba parcialmente enterrada.

Charlie cayó de espaldas mientras intentaba alejarse del cadáver. Entre pataleos y manotazos, el chico alcanzó la misma orilla donde se encontraba el cuerpo y, aún con terror, se arrastró en el lodo sin quitarle los ojos para poner la mayor distancia entre él y el aterrador descubrimiento.

—Es mi hermana —La voz de una mujer hizo que Charlie saltara del susto. Sin pensarlo, apuntó la lámpara hacia el lugar de donde habían provenido aquellas palabras, revelando la presencia de otra mujer.

—¿Qué? —La luz que escapaba de la linterna comenzó a parpadear, dándole un toque aún más aterrador a la situación del que ya tenía.

—Por favor, ayúdame —respondió la mujer—, me están buscando, ayúdame.

—Yo no... —Charlie intentó contestar, pero la mujer avanzó hacia él mientras la lámpara emitía ahora una luz más tenue que seguía titilando. El chico empezó a patalear de nuevo, intentando alejarse.

—Me quieren hacer lo mismo, por favor —La mujer se tiró y avanzó el espacio que la separaba del chico en cuatro puntos como si fuera un animal salvaje acercándose a su presa. Cuando lo alcanzó, lo tomó por el tobillo y lo arrastró sin dificultades hacia ella, hasta lograr quedar sobre él—. ¡Ayúdame!

La mujer comenzó a golpear a Charlie con las manos, a lo que sólo pudo intentar protegerse la cara levantando sus brazos. La linterna había caído al suelo, proyectando su luz estrambótica en la escena. La atacante seguía gritando, sólo que ya no eran palabras lo que salían de su boca, eran gruñidos guturales y chillidos demasiado agudos como para ser hechos por un humano.

—¡Déjalo! —Una voz conocida salió del bosque, y una masa se lanzó contra la mujer, quitándola de encima de Charlie.

Asad comenzó a forcejear con la mujer, que intentaba desesperadamente escapar del agarre del chico. Sin mucho esfuerzo, el chico fue dominado por ella, y ahora era atacado de la misma manera que Charlie hace unos segundos.

—¡Ya basta! —Emir apareció desde detrás de los arbustos y, sin detenerse, golpeó a la mujer en el costado con la culata de un rifle que llevaba en sus manos.

La mujer profirió un sonido gutural que sólo era comparable con el rugido de un animal. Miró de nuevo al chico que seguía debajo de ella, y expulsó una sustancia negruzca sobre él, sólo para seguir atestando puñetazos. Emir siguió golpeándola mientras Charlie continuaba en el suelo, aterrado de la escena que sucedía frente a él.

Un golpe seco en la cabeza de la mujer hizo que los chillidos y los movimientos pararan de golpe. Los tres presentes se quedaron atónitos con la imagen de Roger llevando el rifle de Charlie, listo para atacar de nuevo.

—¡¿Qué mierda hacen aquí?! —gritó Emir mientras tomaba la linterna del suelo y la apuntaba a la cara de Roger.

—¡Venimos a buscarlos, idiota! —respondió Charlie, mientras intentaba limpiar el lodo rojizo que le manchaba la ropa.

—¡Nosotros ya estábamos en camino a la cabaña!

—¿Y qué hacían aquí? ¿Querían tomarse un tiempo para ser perseguidos por militares? Roger y yo llevamos horas buscándolos en esta maldita tormenta.

—Mierda... —Roger interrumpió la discusión con un susurro. Los dos chicos lo miraron mientras sus manos aún temblaban y sus ojos se mantenían sobre la mujer que ahora yacía en el piso. Al alumbrarla, Charlie y Emir notaron la enorme herida en su cabeza de donde todavía brotaba sangre.

—Está muerta —señaló Emir.

—Estaba loca, ¿viste cómo nos atacó? Sólo nos defendimos —Charlie seguía intentando quitarse el lodo con la lluvia que seguía cayendo inclemente—. ¿Qué hacía sola en medio del bosque?

—La vimos escapar de los soldados antes de que empezara la tormenta. La llevaban a una especie de fosa común junto con otras personas infectadas —respondió Emir con tono lúgubre—, están matando a cualquiera que presente síntomas.

—Chicos —Asad interrumpió a sus amigos quienes giraron y le apuntaron con la linterna, alumbrándolo. El traje quirúrgico azul claro que llevaba puesto, su cara y su cabello habían sido manchados por el líquido negruzco que había expulsado la mujer.

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