La Paradoja de Schrödinger (Parte 1)

El chirrido metálico, esa era la señal que indicaba la presencia de la camilla en aquella sala. Asad abrió los ojos lo más discretamente posible, dejando que hebras de su cabello cayeran sobre su cara para ocultarlo. A través del plástico que delimitaba las improvisadas habitaciones pudo observar la distorsionada silueta que se desplazaba por el pasillo.

El chico intentó ajustar la vista a la escasa luz del lugar para comprender la figura que pasaba frente a él. Movimientos violentos y lo que parecían gruñidos amortiguados por algo que tapaba la boca de quien se encontraba en la camilla.

Los murmullos fueron acallados por una nueva serie de rechinidos que emanaban las ruedas de aquella camilla, alejándose poco a poco. Asad giró sobre su cama hasta fijar la vista en el techo, el murmullo de las respiraciones y ronquidos de las personas a su alrededor eran lo contrario a un arrullo. El chico observó cómo la luz que proyectaba la luna y se filtraba por las pequeñas ventilas al ras del techo se iba moviendo junto con las horas de la noche. Poco a poco, el tono azulado de la noche fue sustituido por el amarillo brillante del alba, mientras los pájaros cantores comenzaban su función diaria.

Aun con el plástico que separaba las improvisadas habitaciones, Asad escuchó el rechinido que provocó Emir al levantarse de la desgastada cama donde dormía.

—Se llevaron a alguien más —Asad salió de su cama y caminó hasta la falsa pared que lo separaba de su amigo. Poco a poco, el chico se acomodó sentándose en el suelo, apoyándose contra el endeble plástico.

—¿Sigues contándolos? —respondió Emir mientras se estiraba para espabilarse.

—Se han llevado a más de los que han traído.

—Puede que estén infectados, los están llevando a un lugar donde puedan tratarlos —Emir caminó hasta la entrada de su habitación y comenzó a golpear lentamente el plástico—. ¿Qué tiene que hacer alguien para conseguir el desayuno aquí?

—Llevamos casi dos semanas aquí, y no he visto ni una sola vez a Ollie— respondió Asad a la queja de su amigo.

—No quiero sonar por un idiota, pero Ollie no me importa —El silencio reinó entre los dos chicos. Asad intentaba buscar los ojos de su amigo a través del plástico mientras Emir dejó caer todo su peso sobre el catre que tenía por cama—. Estamos encerrados lejos de casa, lo único que me interesa es aguantar hasta que tú y yo estemos a salvo. La única persona por la que me preocupo en este lugar, además de mí, eres tú.

Asad sintió la necesidad de abrazar a su amigo, de sentir cualquier tipo de contacto humano. El chico rodeó su cuerpo con sus brazos en un intento de suprimir aquella necesidad mientras caminaba a la esquina más lejana de la entrada de aquel lugar.

El día siguió avanzando sin que las horas se inmutaran por la existencia de las personas encerradas en aquel lugar. El desayuno que habían entregado en una charola al empezar el día seguía ahí a la hora de la comida, esperando en el suelo mientras Asad intentaba ser indiferente a lo que pasaba a su alrededor.

—¿No ha comido nada? —preguntó una figura detrás del plástico a otra silueta un poco más pequeña.

—No, no ha tocado su desayuno —respondió una voz femenina—, dijo que le avisáramos de cualquier cambio en los comportamientos.

—Está bien —El cierre que mantenía aislada la habitación comenzó a moverse, revelando a un doctor y una enfermera que veían hacia el interior del lugar. Asad alzó la mirada, encontrándose con los ojos del hombre que se escondían detrás de unos gruesos anteojos—. Calma, todo estará bien ahora.

El doctor estiró su mano hacia la enfermera en ademán de pedir algo. La enjuta mujer le entregó una delgada jeringa al hombre quien lentamente se acercaba a Asad, como si este fuera un animal salvaje a punto de atacar.

—¿Qué es eso? —preguntó el joven mientras pegaba su espalda lo más que podía a la pared detrás de él, intentando crear alejarse lo más posible del doctor.

—Esto es sólo un relajante, queremos que estés tranquilo mientras descubrimos qué es lo que te pasa.

—No, ustedes no me llevarán como a los otros —Asad se proyectó contra el doctor, empujándolo y haciendo que la jeringa saliera disparada de sus manos. Hizo lo mismo con la enfermera sin mucho esfuerzo, lanzándola hacia la cama.

El chico corrió hacia la salida de la habitación con el corazón latiéndole en los oídos. Casi podía sentir el tacto frío y húmedo del aire boscoso sobre su piel cuando su camino fue interceptado por dos hombres en traje militar.

—Por favor, no. Por favor —Uno de los soldados apuntó con su arma al chico mientras el segundo tomó sus brazos y los sostuvo detrás de su espalda.

—Llévenlo al pabellón —la voz del doctor sonó detrás del chico, aún intentando regular su respiración—, necesitamos hacerle pruebas.

Ambos soldados asintieron y comenzaron con el recorrido. Asad apenas había dado un paso cuando una fuerza se proyectó contra sus captores desde el interior de la habitación a su izquierda, destruyendo el plástico que la mantenía aislada y derribando a los dos hombres que mantenían al chico prisionero.

—Round dos, hijos de puta —Emir golpeó con su puño directo en la barbilla de uno de los soldados que aún se encontraban en el suelo, dejándolo inconsciente. El chico se puso de pie entre Asad, quien miraba la escena completamente desconcertado, y el militar que intentaba incorporarse después de la embestida.

El soldado lanzó un gruñido gutural como un animal salvaje iracundo, y cargó contra Emir, haciendo que la espalda del chico impactara contra la pared detrás de él. Uno tras otro, los puños del hombre aterrizaron en el cuerpo del chico, creando cardenales en cada parte visible de su piel y abriendo pequeñas heridas por donde escapaban hilos carmesíes.

—¡Basta! —La voz de Asad hizo eco en el lugar, haciendo que ambos hombres se detuvieran. El militar giró con ira llameando en su mirada, la cual se tornó en confusión cuando se encontró al joven sosteniendo el arma que hasta hace unos momentos se encontraba en sus manos—. Tira la pistola y aléjate de él, ahora.

El hombre tomó lentamente la pistola que colgaba de su cinturón y la lanzó hacia Asad, después, levantó lentamente las manos mientras bufaba con enojo e impotencia. Emir tomó el hombro del militar, y tiró de él, haciendo que diera un giro de 180 grados hasta quedar frente a él. El chico sonrió con malicia, y lanzó un gancho izquierdo directo hacia el rostro de su contrincante, haciendo que cayera sobre su espalda.

—No sabía que sabías usar un arma —dijo Emir mientras escupía un poco de saliva combinada con sangre.

—No la sé usar —respondió Asad.

—Bueno, que ellos no se enteren —Emir tomó el segundo rifle de asalto y la pistola que había lanzado el militar.

—Creí que sólo querías esperar a que nos dejaran ir.

—También te dije que tú eras la única persona por la que me preocupaba en este lugar —Emir asintió, recibiendo una sonrisa de Asad en respuesta mientras lo rodeaba con sus brazos, abrazándolo—. Tenemos que irnos de aquí.

Los chicos tomaron un momento para entender el lugar donde estaban. Al final del pasillo en el que se encontraban había una puerta de emergencia con el letrero luminoso de "salida" aún encendido. Asad sonrió para sus adentros con ironía, imaginando cómo algo tan simple seguía funcionando cuando todo alrededor se iba a la mierda.

Ambos comenzaron a recorrer el espacio que los separaba de la salida. Emir mantenía la vista fija en la puerta mientras avanzaba lo más rápido que podía sin correr, intentando poner la mayor distancia entre ellos y las personas que habían dejado inconscientes detrás. Asad, por otro lado, caminaba mirando cada uno de los cuartos que estaban a su derecha mientras aquellos que estaban del otro lado del plástico los miraban suplicantes.

—No podemos dejarlos aquí —dijo Asad mientras alcanzaba a su amigo en la puerta.

—Tampoco podemos hacer algo por ellos —respondió Emir mientras se cubría a un costado del acceso, haciendo lo posible para pasar inadvertido por los soldados, enfermeras y doctores y que caminaban del otro lado. Al ver la posición de su compañero, Asad se agachó hasta quedar por debajo de las pequeñas ventanillas que se encontraban en las planchas de metal que conformaban la puerta—, somos sólo tú y yo contra un ejército, no habría oportunidad.

Emir estiró su mano hasta alcanzar la perilla de la puerta y, muy lentamente, comenzó a girarla hasta abrir una pequeña rendija por la cual se colaba el aroma a musgo y pino.

—Ok, esto es lo que pasará —exclamó Emir en la voz más baja que encontró en su cuerpo para que Asad pudiera entenderlo—, vamos a salir por esta puerta y vas a correr en línea recta hasta llegar a esa colina— El chico le señaló a su amigo el exterior, un pequeño patio los separaba de una empinada subida llena de altos árboles y arbustos. Esa era su salida—, y vas a seguir, vas a seguir avanzando en línea recta sin importar qué pase o qué escuches, ¿entendiste?

—No puedo hacerlo —respondió Asad, casi en un suspiro.

—¡Claro que sí puedes!, y lo vas a hacer —Emir tomó el rifle de su amigo y giró el pequeño pestillo que se encontraba en el costado del arma—. Cada vez que aprietes el gatillo va disparar una bala. No dispares a menos que sea necesario —lo único que podía hacer Asad en ese momento era asentir. Las palpitaciones empezaban resonar de nuevo en sus oídos mientras sentía un agujero negro tragando todo dentro de su vientre. Sintió ganas de derramar lágrimas de sus ojos, pero las controló aguantando la respiración—. Iré detrás de ti, pero no te detengas si no me ves. Sólo síguete moviendo hasta que encuentres agua corriendo. Eso te llevará a la cabaña.

Emir se asomó de nuevo por la rendija mientras un militar con un poblado bigote pasaba frente a ella. Miró a los alrededores y calculó el tiempo que tendrían. Su mente saltó a aquella vez donde había ido a un campo de gotcha con Asad, Charlie y Roger, recordó la adrenalina que sentía correr por sus venas mientras las balas de pintura volaban sobre su cabeza y trazaba un plan para no ser eliminado del juego. Todo aquello era muy similar, sólo que aquí no serían eliminados si eran alcanzados por una bala.

—Prepárate, ya casi es el momento —Esas palabras hicieron que el estómago de Asad diera un vuelco completo. En ese momento era completamente consciente de su cuerpo, de cada una de las sensaciones que se manifestaban en él. El viento soplando a través de su cabello, el sudor escurriendo en todo lo largo de su espalda, el suave roce de la pijama quirúrgica que llevaba puesta con su piel. Un golpe de ansiedad hizo que deseara empezar a correr, dejando atrás la cárcel de plástico en donde había sido prisionero.

Entonces, el tiempo se detuvo. Cuando la puerta se abrió con un rechinido el mundo enmudeció para Asad. Sus piernas se quedaron inmóviles, incapaces de dejar aquella posición agazapada que mantenía. La enorme mano de Emir lo tomó por la manga de su playera, levantándolo como si fuera un muñeco de trapo y lanzándolo al exterior.

Con sus piernas haciéndolo dar tumbos, el chico cruzó el patio hasta alcanzar la tierra húmeda del bosque. El musgo y lodo que había en el suelo hicieron que el chico resbalara al dar el primer paso dentro de él. El costado izquierdo del rostro de Asad impactó contra una enorme raíz que sobresalía del suelo, haciendo que un dolor punzante recorriera desde su ceja hasta la comisura del labio.

El golpe reactivó la realidad alrededor del chico, sólo que acelerada mil veces. Cada grito que venía detrás de él. Cada detonación que resonaba en las paredes del patio. Cada bala impactando en los troncos que lo rodeaban. Asad apoyó sus manos en el suelo, hundiéndolas en el fango, y comenzó a correr de nuevo.

El chico saltaba entre las raíces de los árboles que formaban una red irregular en el suelo mientras la culata del rifle golpeaba sus costillas. Lo único que veía frente a él eran gruesos troncos erigiéndose más allá de donde alcanzaba su vista.

Asad cayó de nuevo contra el suelo. Tenía el corazón en la garganta. El chico intentó enfocar lo que lo rodeaba, intentando encontrar algo que le indicara el camino hacia la cabaña. Pero no podía, todo alrededor de él era una mancha verde.

Un sonido detrás de él hizo que instintivamente levantara el arma y apuntara en esa dirección. Una masa de color claro avanzaba torpemente hacia él. Asad aún intentaba recuperar el aliento, tomando la mayor cantidad de aire en la menor cantidad de tiempo. El sudor que corría desde su cabeza hacía que su largo y lacio cabello negro se pegara a la piel de su rostro, tapando su campo de visión. Sus manos temblaban tanto que le era imposible mantener el blanco en la mira.

—¡Espera! —Una voz retumbó en la cabeza de Asad sacándolo del trance en el que había entrado gracias a la adrenalina. La forma borrosa empezó a aclararse poco a poco hasta el punto en que Emir apareció frente al chico—. Soy yo, baja el arma.

—¿Emir? —Poco a poco, el mundo alrededor de Asad comenzó a tornarse más normal. Los sonidos del bosque comenzaron a colarse en sus oídos, dejando de lado los latidos que antes había escuchado. El chico se tomó un momento para mirar a su alrededor, intentando reconocer el lugar donde se encontraba.

—Vamos, dámelo —Emir se colgó el rifle en el hombro mientras estiraba sus manos hacia el arma de su amigo. Lo tomó lentamente y giró de nuevo el pestillo que tenía en el costado. Miró al chico frente a él, quien aún intentaba entender lo que había sucedido en los últimos minutos.

—¿Qué le hiciste? —preguntó Asad mientras recibía su rifle de regreso.

—Sólo le puse el seguro, así no habría peligro.

—¿Y dónde demonios aprendiste a hacer eso?

—He jugado demasiados videojuegos violentos en mi vida —Emir lanzó una mirada cómplice a Asad mientras él seguía revisando el arma, como si fuera un acertijo que debía ser resuelto.

Una pequeña risa escapó de entre los labios de Asad que, poco a poco, empezó a crecer hasta convertirse en carcajadas histéricas. El sentimiento fue contagiado a Emir, quien se dobló mientras reía. Por un momento, el mundo que los rodeaba retrocedió en el tiempo, donde ellos sólo eran unos chicos comunes pasando el rato.

La fantasía terminó con un súbito crujido proveniente del piso. Una fina grieta apareció en el suelo, separando a Emir de su amigo. La tierra debajo de Asad desapareció, haciendo que el chico cayera por una pendiente, aterrizando en un pequeño arroyo.

—¡¿Estás bien?! —Emir comenzó a bajar, deslizándose por el lodo fangoso de la ladera hasta alcanzar el agua donde Asad se encontraba.

—No lo sé —contestó el otro chico, mientras intentaba incorporarse. Asad escupió comenzó a toser después de tragar un poco del agua que corría a su alrededor—. ¿Qué mierda es esto?

Al ponerse de pie, Emir pudo notar lo que había sorprendido al joven. La pijama quirúrgica, que había sido de un pálido color azul al momento de salir de la zona militar, estaba manchada hasta las rodillas de un color oscuro característico del lodo, pero el resto del frente estaba cubierto de un tono rojizo.

Ambos chicos miraron la corriente que pasaba entre sus pies. El agua estaba teñida de rojo.

—Dijiste que cualquier río o riachuelo que encontráramos aquí nos llevaría al lago donde está la cabaña, ¿verdad? —murmuró Asad mientras intentaba deshacerse de las manchas que tenía en la cara y el cabello.

—Es demasiada, no puede ser de ellos...

—Las personas desaparecidas... Ollie...

—¡Basta! —Emir levantó la voz mientras tomaba por el cuello de la ropa a Asad—, estamos aquí afuera para regresar con los demás, con nuestros amigos. Ellos no importan.

—¿Y podrás vivir contigo mismo si decides no hacer nada? —Asad empujó a Emir, liberándose de su agarre mientras retrocedía por la fuerza—. Yo no —El chico caminó unos pasos hasta el lugar donde había aterrizado su rifle, lo levantó y giró el pestillo en el costado del arma, liberando el seguro.

Emir vio como Asad comenzaba a alejarse caminando por el lecho del río. Miró por unos segundos hacia el cielo donde los rayos de luz atravesaban las ramas de los árboles como lanzas. Suspiró, y comenzó a avanzar para alcanzar a su amigo.

—Será mejor que camines por el agua —gritó mientras sus pasos chapoteaban—, así no les darás un rastro que seguir.

—¿Un último consejo antes de partir? —preguntó Asad con sarcasmo.

—No, ya es tiempo que le dé un uso a esos conocimientos que me dieron los juegos —Emir soltó una risa melancólica tan sutil que escapó de sus labios como un resoplido—. Además, la cabaña queda en la misma dirección.

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