Infección
Harrison sentía los dos pares de ojos en su espalda, clavados como cuchillos. Él mantenía la vista al frente, fijo en la pantalla que proyectaba al hombre a su derecha siendo entrevistada en la fachada del hospital. Sin previo aviso, el televisor sólo mostró una pantalla negra.
—¿Tiene algo que decir, doctor Emmerett? —La voz de Cunha retumbó en toda la oficina como si sólo estuvieran él y el acusado en una habitación vacía.
—Debo decirle, secretario, que las cámaras en verdad resaltan la estupidez en sus ojos —Harrison giró sólo para encontrarse con la mirada iracunda de Cunha, a lo que respondió torciendo su boca en una media sonrisa.
—Entiendo que esto es muy grave, Emmerett —Fossati se dejó caer pesadamente en su silla, derrotado y harto de la situación—, ha habido ataques, motines.
—Ha habido muertos. Han muerto más personas por la negligencia del imbécil Harrison Emmerett que por esta enfermedad— remató Cunha.
—Ya una vez lo callé, no pida que lo haga de nuevo —Harrison amedrentó a Cunha acortando lo más que pudo la distancia entre ellos—. Además, yo no lo hice.
—¿Entonces esta es sólo una coincidencia? —preguntó el secretario de manera arrogante.
—Exactamente, sólo eso.
Un silencio incómodo reinó en la habitación. Los dos hombres se mantenían en la misma posición, esperando a que cualquiera lanzara el primer golpe.
—Supongo que esta situación no es lo único que lo trae aquí, ¿verdad secretario? —dijo Fossati, en un desesperado intento por quitar la atención del conflicto.
—No —El secretario se separó de Harrison y tomó asiento frente al escritorio del director—. La OMS y el gobierno creen que, debido a los acontecimientos recientes —Cunha hizo una pausa y miró de reojo a Emmerett, quien sólo le dedicó una sonrisa burlona—, lo mejor que podemos hacer es dar a conocer la situación actual junto con un plan de acción.
—¿Qué conllevará este "plan de acción"? —Emmerett tomó asiento en la silla a la izquierda de Cunha. El hombre sacó una barra de chocolate de su bata, la abrió, y comenzó a comerla sin miramientos frente a los dos hombres.
—Se ubicarán los casos y se pondrán en cuarentena para evitar cualquier contagio —respondió el secretario con exasperación.
—No tenemos el personal suficiente para eso, tampoco la infraestructura —La cara de Fossati mostró preocupación mientras recordaba a todas aquellas personas infectadas en su hospital y a los doctores que las atendían.
—El ejército se encargará de eso —respondió Cunha—, en tres horas, aproximadamente, el presidente, al igual que otros países, ejecutarán la ley marcial.
—Y al fin quedarán como los idiotas que son —resopló Harrison con cierta arrogancia en su voz. El hombre llevó las manos hasta su nuca y entrelazó los dedos adoptando una posición de superioridad. Todo estaba bien, ¡había ganado una batalla contra el imbécil de Fossati y el estúpido de Cunha! Poco a poco, el sabor de la victoria empezó a desvanecerse de sus pensamientos mientras una nueva idea mellaba en ellos—. ¿Por qué?
—¿Qué? —respondió Cunha exasperado.
—¿Por qué el ejército? ¿por qué adoptar la ley marcial si no ha habido muertes aquí?
Fossati miró al secretario con expectativa. El hombre sólo resopló y entregó un sobre que había mantenido en el bolsillo interior de su saco.
—Una fuente extraoficial nos informó que las primeras personas que murieron eran pacientes de ébola en Sierra Leona —Cunha empezó hablar mientras el director leía con atención el documento en sus manos—, el brote no fue detectado debido a los síntomas.
Harrison se levantó de su asiento y caminó hasta el otro lado del escritorio para poder leer lo que decía el documento. Cunha bajó la mirada mientras los hombres revisaban la hoja de papel.
—¿Siguen sin saber lo que lo causa? —preguntó Fossati.
—Por su forma de propagación, por los síntomas, la manera en que muta, se cree que es un patógeno viral, pero no uno del que tengamos registro —El secretario llevó sus manos al bolsillo de su pantalón, sacó su celular y lo desbloqueó. Ninguno de los otros presentes lo notó hasta que lo dejó sobre el escritorio mientras reproducía los primeros segundos de un video—. La OMS aún no tiene un nombre para referirse a él, pero los miembros de la prensa que han tenido acceso a este y otros videos ya tienen un mote —La pantalla del aparato mostraba el interior de una carpa humanitaria. En cada uno de los flancos había catres, dejando un pasillo por el medio. Cada una de las camas estaba ocupada. Algunos de los pacientes en ellas abrazaban su vientre y se retorcían, mientras que otros simplemente estaban acostados, con gotas de sudor resbalando por su piel. De un momento a otro, la cámara enfocó a un hombre que se había sentado súbitamente, Harrison pudo notar sus venas resaltándose en un color negruzco sobre su piel oscura. El hombre empezó a vomitar una sustancia parecida al alquitrán, y sin mayor aviso saltó hacia la persona que grababa—. Le llaman la demencia negra.
—¿Qué pasa con el resto del video? —Fossati estaba estupefacto. Sabía lo que acababa de ver, pero le era imposible racionalizarlo.
—Lo que acaban de ver era un campamento de los Cascos Azules en Somalia, estaban reportando el estado de los pacientes en directo. Después de lo que vieron, las Naciones Unidas perdieron contacto con ellos.
—¿Qué era eso, Cunha? —ladró Harrison. Parte de él quería información para poder atender a sus pacientes. Otra parte, la que ahora dominaba en su mente, le hacía tener un miedo primordial que jamás había sentido en su vida.
—Aún no tenemos datos —respondió con vergüenza—. Necesitamos obtener información de los pacientes que están en este hospital.
Harrison no había bebido tanto como hacía una semana para ese punto de la reunión. Aun así, de nuevo sintió hervir sus mejillas y la ira dominar su cuerpo.
Antes de poder vociferar en contra de Cunha, una explosión hizo vibrar la ventana detrás de él. Los tres hombres miraron en aquella dirección, donde una columna de humo empezaba a elevarse mientras el localizador de Harrison pitaba frenéticamente.
—¿Tienes un dos? —preguntó Wallace lanzándole una mirada retadora.
—No. Ve a pescar —Megan sonrió juguetonamente.
Los días pasaban de manera extraña cuando no se tenía contacto con el sol, la chica lo descubrió al tercero. Ahora sabía que había pasado una semana sólo por su teléfono.
—¿Cómo es que siempre ganas? —reclamó el chico. En algún punto de la semana, Megan entendió que Wallace era su única compañía en aquel lugar, así que no le mataría empezar a convivir con él.
—Es porque eres terrible en este juego —Antes de que el chico le reclamara el comentario, un grupo de militares pasaron frente a su habitación, haciendo que los jóvenes los miraran atentamente.
Megan se levantó de la silla al lado de la cama de Wallace y se estiró lo más que pudo para encender el televisor que colgaba del techo. La pantalla se iluminó mostrando al secretario de salud de la ciudad dando un discurso sobre los videos que se habían filtrado unos días atrás.
—¿Viste esos videos? —preguntó el chico a sus espaldas.
—Sí, son sólo hospitales llenos de gente —Megan sintió un escozor en su vientre y en su antebrazo en cuanto recordó las imágenes que había visto en la pequeña pantalla de su celular.
—¿Crees que eso esté pasando aquí?
—No lo sé, y deberías de hacer tantas preguntas —respondió molesta.
La chica se quedó anonadada con las imágenes que se proyectaban en la pantalla. Todo parecía tan normal como siempre, guerras, inseguridad, enfermedades y muerte; siempre con una nota que irradiaba felicidad en algún punto para dar esperanza de que algún día todo estaría mejor.
—Esto es nuevo —Wallace miró su palma detenidamente mientras un nuevo ataque de tos hizo que su cuerpo temblara por completo. Megan no podía ver lo que pasaba hasta que varios hilos escarlata bajaron por su antebrazo manchando las mangas de su pijama.
La chica quedó perpleja mirando la escena mientras la boca de su compañero seguía expulsando sangre. Wallace dejó de toser sólo para llevarse las manos hacia su cuello mientras empezaba a luchar por respirar.
—¡Enfermera! —gritó mientras corría hasta la puerta de la habitación. Golpeó en el cristal intentando llamar la atención de alguien—. ¡Necesitamos ayuda!
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