El brillo del ángel

—Oh, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? —Yixing lo miró con ojos atentos, quizás intentando hacerle cambiar de opinión, pero Sehun era obstinado—. Solo los provocarás, eso no es bueno.

—Me importa una mierda, Xing. Que hagan lo que quieran con sus asuntos, pero primero tengo que dejarles en claro que con los míos no se meten.

El chino lo observó por un rato, tal vez decidiéndose sobre algo. Pasados unos largos segundos, habló. —Bien, Oh, no me interpondré en tus asuntos. Ya le avisé a Minseok y a Maika, les dije que te reunirás con ellos mañana, no sé qué otra cosa necesites. ¿Irás de encubierto esta vez?

—¿Me conoces por ser el mejor en algún otro trabajo, Xing?

Sehun no esperó respuesta alguna y simplemente abandonó la casa, yendo directo hasta su departamento.

Empieza a notar un regusto amargo en la garganta y lo siente empeorar cuando introduce la clave de la puerta, percibe la misma agonía de siempre invadiéndole hasta los poros y quiere morirse allí de pie.

Los muebles grises se burlan de él apenas entra a la sala, le dicen en voz jocosa que aún conservan el aroma del champú de Baekhyun entre la tela. El espejo le devuelve una mirada triste que no tarda en hacerle sentir peor y un moretón en el brazo izquierdo que apenas empieza a irse le refresca la memoria.

Como si ninguno de sus miedos existiera, Sehun se lanza en mitad de las almohadas de su cama, con la esperanza inocente de poder dormir las horas necesarias para repararse a sí mismo, pero las luces están apagadas.

Y Sehun solo puede quedarse dormido si las luces de su departamento están encendidas.

Entre su somnolencia, acaba de darse cuenta que en esa esperanza hay más mentiras que palabras, porque Sehun nunca podrá repararse ni tampoco descansar por un rato.

No importa si hace parte de la mafia más codiciada de Asia o si carga en la espalda miles de misiones exitosas, porque para cerrar los ojos y descansar no es necesario saber manejar una pistola.

Para Sehun es indispensable la luz, porque estar en medio de la oscuridad le asusta.

Le asusta porque la oscuridad le hace recordar gritos, susurros apagados y llamadas de auxilio que pudo haber evitado. La oscuridad le hace recordar todo lo que pudo haber hecho para salvar a Baekhyun.

Baekhyun, Baekhyun, Baekhyun.

La buena fama que se ha ganado por el trabajo bien hecho no basta para hacerlo menos culpable.

Existen ocasiones donde el cansancio le hace imaginar de más, le hace olvidarse de su cordura. Y es ahí cuando le hormiguean los dedos porque cree tocar esa piel suave, es ahí cuando los labios sienten algo más que polvo. Sienten vida.

Pero solo dura el tiempo necesario para que se vuelva una forma de tortura y lograr que luego se le destroce el alma en agonía.

Sin embargo, Sehun no se permite a sí mismo debilitarse. No en ese momento. Por lo que se levanta de la cama, abandona su departamento sin preocuparse por usar algo abrigado y extraña esa falsa calefacción de su casa apenas sale a la calle.

Las luces amarillentas de Tokio durante la noche le enferman, le pican en la piel y eso no le gusta. Sehun no tarda mucho bajo la atenta mirada de esos pequeños soles falsos burlándose de él.

Pasa el resto de la noche entre jadeos obscenos, retazos de tela desperdigada por el suelo y palabras de un amor falso que no saben ser dichas, que le saben a cereza rancia sobre la lengua, y eso no le hace sentir mejor.

Ese alcohol mezclado con sudor y esas manos que saben exactamente dónde tocar no pueden ayudarle a salir de ese infierno en vida, de esa agonía interminable.

Horas antes de que salga el sol, Sehun vuelve a quedarse solo. El hechizo se rompe, las manos que le acariciaban la piel se desvanecen y otra vez sus oídos se llenan con esos lastimeros jadeos que escuchó durante el día más frío del otoño.

Y mientras espera a que lleguen los primeros rayos del alba a sus retinas, Sehun piensa en Baekhyun.

Piensa en sus cabellos dorados, en su sonrisa infantil, en sus ojos adormilados y en sus manos gráciles. Piensa una vez más en los besos suaves que compartieron y en las palabras de amor que le musitaba al oído.

Piensa en todas las veces en las que su ángel anduvo con su cámara al cuello alrededor del departamento que compartían, fotografiando cada una de las cosas que le gustaban acerca de Sehun. Piensa en lo mucho que le pidió que dejara de hacerle fotos, con la excusa de que él no era para nada guapo, que no las merecía. Logra oír de nuevo la respuesta a eso, como si el mismo Baekhyun se la susurrara al oído.

—Probablemente nadie nunca te dijo cuán guapo eras, supongo que por eso crees eso, Sehun. Pero es que en realidad las obras maestras no pueden ser tocadas por cosas tan simples como las palabras de un ser humano. Nadie nunca se atreve a hacer tal cosa.

—¿Y tú, Baek? ¿Tú sí te atreves?

—¿Por qué crees que te tomo tantas fotografías, tontito?

Sehun ríe levemente, dejándose llevar por la suave brisa de la memoria y es ahí donde vuelve a quebrarse.

Es en ese instante en que se abandona entre recuerdos coloridos que logran que lo poco que le queda de su existencia se haga añicos. Las ganas de vivir que se habían aferrado a él se le escapan de los dedos y el corazón ahora bombea solo por inercia. Ya no tiene entre los latidos razón para seguir funcionando, porque el nombre que tenían grabado en ellos se borró con la sombra del viento.

Sehun comienza a llorar.

Llora lágrimas amargas, ácidas, que le irritan las mejillas y le oscurecen la mirada. Llora dolor, tristeza y culpabilidad.

Llora sin consuelo, sin nada a lo que sostenerse.

Llora sin que haya manos para acariciarle la espalda, o dedos para entrelazarse entre las hebras de su cabello oscuro.

Llora porque la culpa le desgarra el alma y el recuerdo de la sonrisa preciosa de Baekhyun, de ese ángel dorado suyo le hace doler el alma entera. Le hace caer en cuenta de todo lo que pudo haber sido, de todo lo que pudo haber vivido junto a él si lo hubiese protegido siquiera un poco más.

Si lo hubiese protegido más, mi angelito continuaría aquí conmigo.

Sehun llora pidiendo de vuelta a su Baekkie, a su niño de luz. No hace más que pedirles a las estrellas que le regresen a su niño, que prometerá ser mejor solo para salvarlo. Ya se le ha cansado el corazón de tanto rogar en vano, de tanto conservar esperanzas frágiles y falsas que no hacen más que herirlo.

Sin embargo, muy en el fondo, Sehun sabe que no se puede salvar a nadie del destino, porque tarde o temprano las personas terminan por enredarse entre los hilos trazados con esmero de ese ente tan traicionero.

Curiosamente, fue su Baekhyun quien le enseñó eso. Como si de antemano le estuviese preparando el corazón para que no sufriera demasiado una vez se hiciera pedazos. No fue de mucha ayuda, porque de igual manera la culpa y el remordimiento, las incontables probabilidades le seguirían inundando sin avisar.

Y entre quejidos lúgubres y peticiones que nunca fueron ni serán escuchadas, regresa caminando lento hasta su departamento. Tiene la planta de los pies desgastada, le duelen las piernas y no sabe en dónde quedó su bléiser, pero no le importa.

Quizás está demasiado cansado como para pensar en eso.

No sabe dónde dejó las llaves, pero se las arregla para recordar que no las necesita. No recuerda exactamente los dígitos para desbloquear la puerta, pero se las arregla para pasar a través de ella luego de pensarlo un rato.

Tiene los destrozos de sus llantos pasados atascados en la garganta y no puede respirar. No puede oír nada más que sus pulmones pidiendo aire, algo parecido a llamadas de auxilio. Comienza a creer que no puede vivir correctamente.

Necesita a su ángel de cabellos dorados para existir y lo sabe.

Quizás por eso antes de caer rendido sobre el sofá, Sehun escucha la voz dulce de Baekhyun cantándole versos inconexos y eso funciona para hacer que el pelinegro olvide que está hecho un desastre.

No pasa más de una hora cuando las cosas regresan a la inestabilidad usual y se retira de esa paz momentánea que le hizo descansar contra su propia voluntad.

Aún entre sueños, el ritmo de los latidos del corazón de Sehun acelera de sobremanera, porque las memorias están regresando.

Las lágrimas de ese ángel dorado que tanto ama están a pocos metros de sus ojos y se le están clavando en las palmas. Su rostro crispado, sus labios temblorosos e incluso sus cejas le están haciendo encogerse con sentimientos mezclados en el lugar donde está.

Las cosas empiezan a empeorar, porque Sehun está oyendo las cortadas hacerse contra la piel. Empieza a oír el filo de las navajas y la mezcla espantosa que forman junto con el dolor.

Dolor.

Entonces despierta.

Despierta, pero aún tiene a su ángel moribundo entre los brazos y aún las cosas están difusas.

Despierta, pero aún siente las heridas sangrantes y las palabras entrecortadas del último suspiro que se atreven a dar los pulmones desgastados de Baekhyun.

Despierta, pero sigue respirando aire sucio y gastado en medio de la oscuridad.

Necesita que Baekhyun le guíe el camino con sus fotografías, con su sonrisa brillante. Necesita que Baekhyun se vuelva una vez más su luz.

Maldita sea, mi Baekkie, ¿dónde estás? Ayúdame, bebé, por favor.

Abre los ojos para encontrarse cara a cara con el alba, que se burla de su soledad y su sufrimiento. Abre los ojos, pero se siente a oscuras todavía, como si no estuviese amaneciendo.

Sehun oye un ruido extraño, pero no siente las piernas y se rehúsa a levantarse. Es el timbre del departamento. Alguien está tocando su puerta, pero no quiere recibir a nadie, no quiere ver a nadie. Solo quiere dejar de existir.

La persona detrás de la puerta logra entrar, pero a Sehun no le importa. Así como no le importa estar descalzo en pleno invierno y tener la calefacción averiada.

Escucha que alguien llama su nombre, pero el no haber dormido correctamente en días le pasa factura y no puede ni siquiera distinguir la voz de quien le habla. No quiere cerrar los ojos, porque cerrar los ojos significa oscuridad y la oscuridad no es más que un lugar del que nunca escapa con cordura.

Pero no puede evitar sentirse cada vez más adormecido, no puede evitar sentir que se deja caer sobre los brazos de alguien.

Alza la vista y ve a su ángel sonriéndole con demasiada dulzura, pero sabe que es falso. Sabe que las cosas buenas no vienen de la nada. Sabe que algo más está ocurriendo.

Sehun siente ardor en la mejilla derecha. Le duele. Alguien le ha golpeado.

Hay un breve momento donde el cansancio le permite enfocar bien y encuentra frente suyo un rostro pálido, delgado con ojos grandes y expresión alterada. Tiene el cabello rubio despeinado y aspecto de roedor.

Minseok.

—¡Sehun, contéstame, imbécil! —Sehun siente de nuevo el mismo ardor anterior, pero en el lado contrario de la cara. Quiere abofetear a Minseok de vuelta, pero simplemente no puede y se limita a incorporarse con parsimonia.

Sin embargo, ya no existe el sopor de antes dentro de su cuerpo. Hay algo más.

—¿Y a ti qué te pasa, Hun? —la voz cantarina de Maika hace eco en los oídos de Sehun—. No pensé que el muerto ibas a ser tú, porque con esa cara...

—Kyungsoo nos dijo que ibas a... que necesitabas ayuda de nosotros para poder resolver asuntos pendientes con los Yu.

—¿No son los Yu... los responsables de... Byun Baekhyun y...? —Sehun la escuchó, pero no le hizo caso. Maika se calló sola al darse cuenta de que había estado hablando en voz alta por centésima vez consecutiva.

Sehun se queda callado el tiempo necesario para que tanto Maika como Minseok entiendan que deben ponerse a trabajar cuanto antes, y en medio de su silencio repentino, el pelinegro se pregunta cuántas estrellas alcanzará contar mientras espera a que la vida, o quizás la muerte, le den la oportunidad de tener entre los brazos a su ángel de cabellos dorados. 

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