ENIGMA
"Habitaban en el bosque otros pocos nobles, pero el linaje de sus padres los convertía en Nobles Selectos, en algún momento, de haber esperado, uno de ellos ocuparía el trono. No, el Primogénito lo haría, y allí parecía radicar el infortunio. La nobleza consistía en imperio, mercedes e inmortalidad; adjetivos sin importancia para el hermano mayor, el heredero, y que significaban todo para el menor, el resguardo improbable, por no decir innecesario del sucesor".
El Magistrado Mayor meditaba sobre lo anterior, mientras caminaba de forma pausada y distraída por la larga galería, adornada con una sucesión sin orden especifico de cuadros de distintos tamaños, compuestos de paisajes, escenas y/o retractos.
El Consejo de Estado había dictado su sentencia, justa o no, al menos resultaba conveniente para ellos, y él se dirigía a comunicarla al igual que aplicarla; mientras su agudo raciocinio examinaba al azar los sucesos que conformaban la realidad de los Gemelos Germanos: semejantes y diferentes. Uno, sensitivo y humilde; el otro, desafecto y vanidoso.
El hermano mayor, un hábil artista, impenetrable de mente y alma, con una enérgica, mordaz y limpia prosa en su obra; a su vez el menor, vestía distinguida e implacablemente la falacia, y siempre estaba armado con una filosa espalda, que no podría negarse resultaba infalible y diestra en sus manos. El primero, un bondadoso amante de los animales, mientras el segundo, un cazador experimentado, desalmado e infalible.
El corredor llegaba a su fin, pero el Magistrado continuaba en sus meditaciones.
"Estos hermanos se criaron juntos y permanecieron inseparables, quizás no voluntariamente, pero sí durante buena parte de su existencia. Desde su niñez hasta su adultez temprana habitaron apartados de todo contacto exterior, en este enorme castillo con paredes de piedra caliza, vehementemente pulida, y almohadas de suaves plumas. Jugaban con figuras talladas en piedras preciosas y se vestían con finas telas cortadas y cosidas a medida, pero eran infelices y desdichados, desterrados entre las seis torres, demás muros y barrotes. Allí solo se tenían el uno al otro, sus sombras y su imaginación. En principio eso bastó, no obstante, sus personalidades confinadas se desarrollaban, año tras año, contrarias y contenciosas entre sí que, ya no quedaba aire suficiente para los dos en aquel encierro, y antes del porvenir indiscutible de una espantosa tragedia, se les concedió una aparente libertad".
El Magistrado se detuvo a examinar los dos últimos cuadros que enmarcaban la entrada y despedían el corredor. Del lado derecho, un sublime lobo plateado con el bosque de fondo, el animal requería a través de su mirada se le reverenciara con ovación y alabanza. Del izquierdo, no estaba seguro si colgaba un auto retracto del artista.
Con la mirada perdida en el lobo, volvió nuevamente al hilo de sus pensamientos.
"Si bien uno de ellos, aun imaginaba dos tronos y dos reyes, compartiendo el mismo reino abundante y pacífico; el otro suponía un único rey verdadero, que desnaturalizaba al impostor, éste hermano se tenía a sí mismo ilegítimamente, como un gobernante totalitario que miraba hacia lo alto, y a su similar como un prescindible subordinado que miraba sus pies".
Negó y entro en el atelier, que se encontraba a oscuras, salvo un espacio circular iluminado directamente por la luz diurna proporcionada por una alta e inmensa claraboya, bajo la cual se encontraban dos caballetes uno al lado del otro y en medio de aquellos, sobresaliendo varios pasos por delante un tercer atril, cada uno con su respectivo lienzo; en el piso se hallaban dispersos pinceles, espátulas y varias paletas con colores.
Se dirigió al caballete más cercano, se trataba de un retrato, especialmente realista, que transmitía un terror muy vivo, al grado que el Magistrado se giró instintivamente a examinar en la oscuridad circundante, aunque sabía que allí no había de que temer.
Observando nuevamente los detalles del dibujo noto una jovencita veinteañera de aspecto demacrado, con cabello mal cortado de color castaño, su imagen en general es descuidada, su piel tostada y escamada tiene un tinte rojizo, quizás debido a una larga exposición al sol. Pero lo que impacta es la mirada café de la joven, con ojos especialmente abiertos, desorbitados que muestra lágrimas a desbordarse, y una marcada mueca de zozobra, sus labios delgados están muy tensos, estirados hacia atrás. Por último, distinguió el lago tras ella.
En el lienzo de al lado se divisaba una segunda joven, de cuerpo completo, aunque a ésta él le conocía, sin embargo, no sonrojada, sonriente, y relajada, como en la tela. No, ella en el juicio, temblaba y tenía un aspecto enfermo. Pero acá el artista, le pinto como si de fuego artificiales se tratase. Le coloreo después de un buen momento, al desnudo, y estaba seguro que no olvido colocar ninguna de sus pecas, que a bien debió haber contado despues del placer.
En el último lienzo, el sobresaliente, trabaja aun el artista, pues se hallaba incompleto en cuanto a color, pese a ello era el bosquejo a blanco y negro del finado Guardián.
El Primogénito Heredero, apareciendo silenciosamente de entre la oscuridad, con pincel y paleta en mano, se colocó junto al Magistrado.
—Eres siempre bienvenido a mi taller, mi humilde orbe; puesto que, es conocido el hecho que todo artista necesita de al menos un crítico justo y concienzudo, con preferencia a miles de entusiastas, pero es educado tocar para entrar. —Comento el Primogénito. —Con tu cortés permiso, me gustaría culminar antes esta obra. continuó agregando, a la vez que comenzaba a realizar rápidas pinceladas en el lienzo. —Lamente profundamente su muerte, créeme, y en especial mi torpe participación en la misma. —Acabo por agregar con tono apesadumbrado.
—En desacato no asististe al juicio, a tu juicio. —Le respondió parco el Magistrado.
—No lo considere necesario. Mi concurrencia no hubiese afectado el resultado. Él cual supongo has venido a anunciarme. Lo que tomare como un amable gesto por parte del Consejo.
—Nacido rey, nunca sujetaste ni sujetaras el cetro. —Decreto severo.
—No podría impórtame menos, mi estimado mentor.
—Quizás justo por ese motivo, como una coincidencia pocas veces dadas, no solo naciste para, si no que eras el más conveniente portador.
El Primogénito sonrió de forma irónica como única respuesta.
—La joven castaña del retracto, ella...
—Me confirmo al culpable directo del crimen sin decir una sola palabra. Precavido grave su contundente declaración en la tela. Esa mirada me la dirigió a mí.
El Magistrado mantuvo una serie de interrogantes en su gesto, pero comprendió la clave brindada. El Primogénito asintió con un movimiento de la cabeza.
—Aunque se nos abrieron las puertas, cual cobarde no salí, en cambio me encargue de volverlas a cerrar, y me dedique desde entonces a mi musa y mi arte. Soy consciente de que, al ser mayor, mi deber era protegerlo aun de sí mismo, como era mi destino asumir el imperio, al igual que me correspondía la responsabilidad de velar por el mandato del bosque, pero en cambio, vil cobarde obvie todo ello, me oculté tras de ti y se los serví en bandeja.
—¿A quiénes?
—Confió en que podrás averiguarlo, yo asumiré mi culpa para brindarles una oportunidad, mientras tu redimirás la tuya, salvaguardando y colocando todo nuevamente en su posición.
—¿Aceptaras la condena pese a desconocer el castigo?
—Dame tu palabra de que les protegerás y no tendré de que arrepentirme.
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