Refundación
Mi comportamiento durante la cena es digno de un premio. Nada más termina el postre, agarro de la mano a Ricca y le digo de irnos al centro de Dëkifass donde ya tienen que haber muchos puestos de artesanos vendiendo juguetes, adornos, ropa, alimentos o dulces.
—Tenemos que escoger un lugar para ver los fuegos —comento emocionada. De verdad necesito olvidarme de todo y esta fiesta pueda ser que me ayude.
Es costumbre que, para celebrar la refundación de la ciudad, se enciendan hogueras en la plaza principal en las que se lanzan figuras de las más variadas formas que representan los sacrificios que todo fassi hizo, hace y hará para mantener el pacto con los espíritus del bosque. Bueno, ese era el significado inicial de todo. Con el paso del tiempo se convirtió en un ritual que sólo sirve para pasar un buen rato con la familia y amigos.
Ricca asiente y, nuevamente agarradas de la mano, dejamos la casa de mis padres. Los demás nos seguirán después de su sesión de hablemos a las espaldas de Zhora. Estoy segura de que alguno de mis padres comunicará la buena nueva. Thelos sabrá qué dirán de mí. A estas alturas, no me interesa. Mi prioridad es mi hija y que ella lo pase bien.
Conforme nos acercamos al centro, las calles se anegan de familias, parejas y grupos que hablan de todo lo posible: desde sus nuevos proyectos, las bendiciones de los dioses por habernos cuidado, de lo que harán después de la fiesta... De todo.
Ricca me aprieta la mano cuando recalamos en la plaza y vemos ocho hogueras pequeñas alrededor de una de mayor tamaño. Es impresionante para una niña ver unos pebeteros más grandes que ella con unas columnas ardientes que crecen hasta el cielo —para mí lo fue hasta que cumplí los doce.
Caminamos hasta unas gradas instaladas para aquellos que quieran disfrutar del evento de luz y sonido que ocurrirá nada más cambie el día y la gobernación haya lanzado sus figuras al fuego mayor. El resto de la noche será nuestra para ofrecer nuestros sacrificios.
—Mamá. ¡Nueztoz muñecoz! —alerta Ricca.
—Los tiene tu padre. Tendría que estar viniendo ya con tus tíos y tus abuelos.
No termino la frase que los veo aparecer de la misma calle por la que llegamos. Orph se adelanta con una mirada triste. Suspiro y alejo esos pensamientos que no harían nada más que arruinarme más la noche. Al menos lleva las figuritas como esperaba y no decepcionará a su hija.
—Llegué a tiempo —dice con una sonrisa forzada y triste. Acierta cuando elige sentarse al lado de Ricca.
Los ojos de Orph se humedecen. Me encantaría saber qué se le está pasando por la cabeza. Sé que está sufriendo por su padre, por mí, por todo lo que estar por ocurrir. Aun así, no puedo pasar esto por alto. ¿Acaso no soy yo más importante que mis padres o que mis hermanas? ¿En qué me convertí para él? Me ve como una pesada y problemática mujer. Le es más fácil comunicarse con el resto de mi familia que conmigo.
Me encantaría decir que yo me lo busqué, pero no es así. Creo que jamás he dicho o hecho nada como para que me mantenga a la sombra de algo tan importante.
Un golpe de percusión me sobresalta y veo como una comitiva compuesta por el secretario de cultura y mis suegros caminan con rostro solemne hacia la hoguera central. Fanir y Sumenon llevan entre los dos la figura que lanzarán al fuego. Este año será una flor: una rosa negra. El silencio es total en la plaza. Tan sólo el crepitar de las llamas, los pasos reverberantes y el aullido de una esporádica brisa llenan ese silencio. Por un instante siento miedo y, por como aprieta de nuevo mi mano, Ricca también se siente impresionada por la ambientación.
La pequeña comitiva frena al lado de la hoguera y el secretario levanta las manos. Espera a que la concurrencia calle y empieza a hablar con una voz no tan profunda como habría requerido la actuación:
—Cuenta la historia que esta tierra era un lugar maldito para toda la nación. Los espíritus del bosque campaban a sus anchas en lo que antaño fue Daudëki, la morada de nuestros ancestros. Por siglos sus campos han sido ignorados, sus estrellas no fueron contempladas, su muir no calentaba. Hasta que el heredero de la casa Glarfeld decidió que era tiempo de recuperar aquello que nos pertenecía por derecho.
»Hace doscientos cuarenta y tres años Meur Glarfeld, acompañado por su ejército, marchó hacia el reino de los dioses y libró la batalla más importante jamás contada. Fue necesaria la vida de gran parte de los ciento ocho soldados, incluido el primogénito de Meur, Jensen, para que hoy llamemos hogar a Dëkifass.
»Es nuestra labor recordar cada año el sacrificio de nuestros hermanos. Hoy estamos aquí gracias a ellos. Nuestro pacto para ellos es sacrificar algo nuestro, para que los espíritus de Efasthereth sepan que no tienen nada que temer de nosotros, ni nosotros de ellos.
Fanir y Sumenon se acercan a la hoguera y tiran la rosa que arde de inmediato y se consume en un abrir y cerrar de ojos por la virulencia del fuego. Los presentes vitorean, aplauden y algunos idiotas insultan a los dioses del bosque.
Mi abuelo materno bien me decía que no debemos menospreciar a las fuerzas que viven allí. Son seres poderosos, dioses antiguos que —sólo Thelos sabe por qué— nos permitieron vivir aquí. La historia del secretario es la linda fábula que se le cuenta a los críos y que se suele repetir en los eventos oficiales.
—Vamoz mami. Quiedo tidad loz muñecoz —avisa Ricca mientras me tira de la camiseta.
Miro a Orph y se pone en pie. Irá con nosotros. El ritual es familiar y, aunque siento que esta familia está rota, tengo la pequeña esperanza —diminuta y bastante estúpida— de que no sea demasiado tarde.
Ricca nos agarra la mano y nos lleva hacia la hoguera más cercana. Cuando es nuestro turno, me acuclillo y le digo que pida un deseo.
—Pero no nos lo digas. Si no, no se cumple.
—Vale, mami. —Entrecierra los ojos y hace como la que piensa. Segundos después los abre con una cara de felicidad tremenda—. Ya podemoz tidaloz.
Asentimos, contamos hasta tres y tiramos tres figuritas a la hoguera. Esperamos hasta que el fuego ha consumido los muñecos y nos damos un abrazo grupal.
Cada uno de nosotros tiene que pedir un deseo. No sé qué habrá pedido Orph, pero yo pedí que todo se resolviera. Que Thelos nos guiara hacia la mejor solución. Al fin y al cabo, no quiero otra cosa más que ser felices.
—¡Feliz día, hermosura! —saludo y Orph hace lo mismo—. Bueno, pequeñaja. Ahora vamos a casa que te espera tu regalo.
—¡Zíiiiiiiiiiii! —exclama emocionada mientras hace como si volara—. Vamoz.
Ricca me espera en el salón, mientras salgo con una caja envuelta en una tela de regalo de flores brillantes. Los ojos se le abren de par en par cuando reconoce el patrón del tejido. Es uno que había visto, no hace mucho tiempo, en la juguetería y que le había encantado. Todavía ni sabe lo que cubre. Esa será otra sorpresa mayor.
Si hay algo que puede alegrarme la noche esa es su carita de felicidad al recibir el paquete. Quita la cinta que une las puntas de la tela, les da un beso y los tira nada más reconoce la caja que tiene dibujado su regalo. Sus ojos se abren de par en par cuando ve la muñeca de su programa favorito. La abraza como si fuera una amiga a la que no veía desde hacía mucho tiempo. No se va a despegar de ella nunca más. Ya la veo durmiendo con ella, yendo al salón, al baño... ¡a todos lados!
—¡Gaciaz, mami! ¡Gaciaz, papi! —exclama emocionada mientras nos abraza y seguidamente empieza a saltar como un conejo.
—De nada, cariño. Ahora a lavarte y que hay que dormir.
—Pedo no jugué.
—Mañana es día de descanso y podrás jugar todo el día —intervino Orph mientras le revolvía su cabello cariñosamente.
—Aleis puede acostarse contigo. Vamos.
Me da la mano y juntas vamos al baño.
—¿Está durmiendo? —pregunta Orph cuando aparezco por la puerta pasado un buen rato.
—Sí. Estaba bastante revolucionada —respondo cortante.
—Hace tiempo que soñaba con Aleis.
—¿Qué esperas lograr con esta conversación? ¿Que se me haya pasado el dolor de tus ocultamientos y mentiras?
—Perdón, Zhora. No sabía cómo decirte algo así. No tienes ni idea las presiones que tengo desde que me enteré y todo lo que esto está provocando.
—¿Cómo puedo saberlo si no me lo dices? ¿Era necesario que se lo hubieras dicho a todo el mundo menos a mí? ¡Entiendes lo miserable que me siento!
—No es tan simple.
—¿Cómo es, entonces?
Espero que diga algo más, pero calla.
—¿Qué ha pasado para que mañana puedas contarme tu secreto tras más de dos meses?
—Mañana presentaré mi candidatura al Efast Liceon y al final de la semana ya sabremos quién sucederá a mi padre.
—Y necesitas que esté contigo. —Río con amargura porque entiendo el motivo por el que me cuenta todo—. Algo me dice que no sabría nada si te presentaras otro día.
—En serio, Zhora. No poder decirte esto me dolió mucho más de lo que te imaginas.
—Recuerda una cosa: no me dijiste nada. ¡Yo me enteré por mis padres!
Salgo del dormitorio y corro hasta el salón. Me tiró en el sofá y rompo a llorar. Los cojines, cada vez más húmedos, enmudecen mis sollozos, pero no cubren el dolor que mana de las heridas del ocultamiento de Orph. No puede ser tan difícil confiar en la persona que amas. No debe de serlo. Sólo me queda pensar que ya no me ama y que no es capaz de decírmelo. Se cansó de mí, de mi trabajo, de mis aspiraciones. Él necesita a una mujer como Tarine: ambiciosa y deseosa de ser adorada por todos.
Tal vez habría sido mejor haber escuchado a todos los que me dijeron que estar con Orph supondría muchos sacrificios. Mis padres, mis suegros —entre más personas. Yo pensé en su momento que era por envidias o celos, hasta que mi madre me dijo que yo soy una persona tan tierna y cariñosa y que mi luz se desvanecería si seguía con él. Es posible que haya tenido razón. Hoy me siento tan débil, tan abatida que sólo tengo ganas de desaparecer
—El camino que tiene que recorrer el primogénito de la familia Glarfeld no está exento de responsabilidades, hija mía —me dijo ella cuando les informé que estaba saliendo con Orph—. Tú-tú eres muy especial y no estoy segura de que él sea el hombre que realmente necesitas.
No me había esperado esa reacción. A decir verdad, me sentó muy mal y me peleé con ellos. Siendo ambos altos cargos dentro del MEF, imaginé que estarían contentos de verme con alguien con tantas aspiraciones. No puedo negar que no era consciente en ese momento de que el sueño de Orph se cumpliría a costa del mío. Apenas había cumplido los dieciocho. Era una adolescente ilusa que todavía no sabía en lo que se metía. Pensé que el amor sería más fuerte que todo. Y eso pensaba hasta hace un año, cuando Orph me informó que ser gobernador supondría mi futuro como instructora del MEF. Creía de verdad que nuestros caminos podrían discurrir de forma paralela. ¡Por Thelos sigo siendo una ilusa!
Nota del autor: Thelos y Nâtar son las deidades principales de Henyêr. Sumamos a Lavos como antagonista de ambos.
Nuestra Zhora está abriendo los ojos a una realidad que la aplasta. Vivimos tanto tiempo creyendo en fantasías y leyendas, que con una determinada edad, cuando nuestro castillo de naipes se derrumba, vemos que no todo es tan fácil y mágico como pensábamos.
El golpe de realidad no terminó para ella. Uno de los peores ocurrirá en el siguiente capítulo.
¡Os espero con mucha ilusión!
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