Las Páginas Rotas de la Historia
https://youtu.be/JyK80j7TuMI
Cuando salimos de la cabaña me encuentro con un paisaje que me resulta conocido, pero extraño al mismo tiempo. Árboles de tronco oscuro, un marrón que está a un tono de ser negro y copas grises. El cielo está pintado con una paleta anaranjada y rojiza. El paraje se siente tan desolador que tengo que hacer un ejercicio de fuerza de voluntad para no salir corriendo de vuelta a Dëkifass.
—Estoy de verdad en Efasthereth —sentencio desanimada.
—Vuestra historia no nos tiene como personajes muy veraces, pero te aseguro que está dentro de mis intereses que encuentres a tu hija.
—¿Por qué la secuestraron?
Por cómo se tuerce su expresión, hice la pregunta incómoda que él no quiere responder o, que al menos, tiene una respuesta complicada.
—¿Qué te hace pensar que se la llevaron?
—Dijiste que había desaparecido.
—Exacto, pero nunca dije que la secuestraran.
—Si es mi hija no podría haber sido de otra forma. Le habríamos enseñado a temer al bosque y no la habríamos dejado escaparse con... ¿dos, tres años?
No hay forma posible en la que mi hija pudiera irse por su propia voluntad sin que yo lo supiera. No podría abrir las puertas de... Convivo con Orph... ¿Dónde estará nuestra casa? ¿Cerca de nuestros padres o a las afueras de Dëkifass? Toda esa información es relevante en la desaparición. Es posible que alguno de nuestros vecinos pudiera haber visto algo. ¡Esta falta de recuerdos me exaspera!
—No tengo respuesta para eso. Aunque la podrías encontrar aquí.
Creo que Erenz me está ocultando algo. Puede ser que se deba a que me enseñaron a desconfiar de los seres del bosque —especialmente de los eremaven. Que, según él, me haya salvado y ayudado hasta el momento no prueba otra cosa más que su deseo de que cumpla con mi parte del trato. De lo contrario, estaría muerta.
Iniciamos la marcha. Erenz va un par de pasos por delante y, aunque no veo un camino definido, él tiene claro la ruta a seguir. El paisaje se mantiene tal cual: desolador y extraño. No recordaba que desde la ciudad se viera igual. Es posible que sea un efecto de los espíritus que viven aquí y su interacción con el ambiente.
—¿Por qué no confían en ti en el bosque? —pregunto. El enemigo de mi enemigo es... ¿mi amigo?
—Eres directa.
—No. Lo que soy es desconfiada —espeto vehemente.
—¿Cómo puedes creerme entonces?
—Te concedo el beneficio de la duda. En toda mentira o manipulación hay algo de verdad.
—En limen berehe gal tenise.
—¡Ah, sí! Totalmente de acuerdo —replico sarcástica.
—¿No os enseñan el mal llamado galame en vuestras escuelas?
—¿Cómo? Ahora me vas a decir que el galame es la lengua de los vampiros.
—En absoluto. Su origen es hédrerin. Y tú, como descendiente de Hidria deberías de hablarlo. Sabes el origen del nombre de la isla, al menos.
—Hid boyr driath. Bañada por las aguas.
—Un consuelo.
—No te pierdas por el bosque y respóndeme. Ya debatiremos qué robaron los galameth a los hédrerin en otro momento.
Erenz es un maestro del escapismo y va a tratar de confundirme con la dialéctica. ¡Lo tiene claro conmigo!
—No es una historia que me agrade contar.
—A mí no me hace gracia estar contigo aquí y no me queda otra.
—¿Tienes respuesta para todo? —Asiento, provocando un suspiro de Erenz—. Estoy en la duda si eso me gusta o no. En fin, ¿qué sabes de la refundación de tu ciudad?
—¿Tan atrás nos vamos a ir? Lo básico: la valiente reconquista de Meur Glarfeld de las ruinas de Togash, conseguida tras una terrible batalla contra los dioses que dejó a ambas fuerzas diezmadas. Eso los llevó a pactar el fin de la guerra y repartirse el bosque para los dioses y Togash para los hombres de Glarfeld.
—No sería exactamente así. Estás hablando como si las tropas galameth les hubiera plantado cara a los dioses como si de iguales se trataran.
—¿No fue así?
—Ni mucho menos, querida. Está visto que la casa de Glarfeld contó la historia como le dio la gana. Primero: los eremaven apoyamos a Meur en aquella ocasión.
—Eso no puede ser verdad...
—Querida mía, ya has visto la fuerza de los dos dioses menores a los que te has enfrentado. Repito: menores. —Mi cara lo dice todo—. ¡Cierto! No te acuerdas de nada. Que sepas que venciste a uno, he de decir con mucha suerte. Del segundo, o segundos, te salvé yo. De otra forma, no serías más que un montón de Zhora aplastada a la vera del río.
Un escalofrío recorre mi espalda ante aquella imagen. No puedo recordar lo cerca que estuve de la muerte.
—Si recuerdas la extensión de Efasthereth, concordarás conmigo que es una de las regiones de mayor tamaño de Tie-Galam, por ende, aquí viven más seres que los ciento ocho desgraciados que llevó Glarfeld con él. El número de sus habitantes se cuenta por miles. No obstante, el rey de los dioses, Themegherö Qinand, llevó exactamente el mismo número. No te pienses que fue en deferencia para que la batalla fuera justa. ¡Qué gracioso! Sus ciento ocho podrían haber conquistado Tie-Galam si se lo hubieran propuesto. Bueno, la mediación de la casa Valdemir permitió que hoy habitéis ese lugar maldito.
Aquella revelación iba en contra de todo lo que nos enseñaban desde chicos. El cimiento de nuestras creencias, educación y costumbres. El eremav tiene que estar jugando conmigo. Escudriño su expresión buscando duda o algún mohín que revele su mentira sin éxito.
—N-no puedo creerlo.
—Con tus recuerdos verías las cosas bien distintas. Cuando los recuperes, gracias a la bruja, me darás la razón. Pero no nos diluyamos en esto, porque no terminé. La intervención de mi casa en la guerra en contra de los dioses le costó a mi padre, Kelter Valdemir su vida, la destrucción total de su ejército y que me convirtiera en un paria en Efasthereth. Por lo que, conforme nos vamos acercando al Gherökestl, el Castillo de los Espíritus, la morada del rey de los dioses, que está en el centro de Efasthereth, menos puedo hacer por ayudarte. Incluso mi seguridad no está garantizada.
—Sólo dime que mi hija no está allí.
—No. No lo está.
Exhalo aliviada. Saber que no tengo que ir a la misma morada del más poderoso de los dioses ya es algo que me alegra.
—¿Dónde entonces?
—En Kaenpolus. Antigua morada de mi pueblo. Y lugar en donde se sacrifican las ofrendas por la paz entre Dëkifass y Efasthereth.
—E-espera un momento. ¿Qué ofrendas?
Aquello no suena nada bien.
—Ese es el segundo punto que quisieron ocultaros al común de los mortales. Una vez fuimos aplastados por las fuerzas de los dioses, el valiente e inefable Meur Glarfeld pidió una audiencia privada con Themegherö Qinand. En ella también estuvimos mi padre y yo, un joven y prometedor eremav, siendo testigos de la negociación entre ambas partes. Los eremaven, como te dije, nos llevamos la peor parte; demasiado drástico, pero yo habría hecho lo mismo en su lugar. —No me cabe duda de eso. Tiene el brillo de un depredador en sus ojos violetas—. Meur no podía irse de allí sin recuperar Togash. Aquello sería una vergüenza para él y su familia. Quería restregarle esa victoria a los, usando las palabras textuales, malnacidos de los Galam. Themegherö Qinand le dijo que Togash sería suya si le entregaba a su primogénito en sacrificio y agregó que, cada veintisiete años, se repetiría esa misma liturgia si querían mantenerla.
Aquello me dejó sin respiración. La historia contaba que Meur había perdido a su primogénito Jensen durante aquella cruenta batalla. El relato de Erenz era desolador y al mismo tiempo plausible. La imagen que se nos vendió de los dioses era de seres todopoderosos en contraste con los ejércitos de los mortales galameth. Ahora bien, ¿qué tenía eso que ver con...?
—¡No! No puede ser.
La realidad me golpea y me deja sin respiración. Hay demasiadas similitudes con los dos eventos: el sacrificio de Jensen y la desaparición de-de mi hija...
—Tenemos que llegar a esa bruja. ¡Necesito mis recuerdos!
—Todo va teniendo más sentido, ¿no?
—¡No puedo creer algo así! —exclamo ante el comentario de Erenz—. No de Orph, ni que mi familia o yo lo permitiera.
—Que estés en Efasthereth prueba que tú no sabías nada. ¿Cómo, si estuvieras de acuerdo, habrías decidido venir? O, perdona que sea yo quién te muestre la realidad, ¿por qué estás sola? ¿No debería estar contigo tu pareja?
No puedo evitar que mis ojos se humedezcan. ¡No quiero llorar delante de Erenz! Todo debe de tener explicación lógica. Es posible que la historia del eremav sea cierta. Que la recuperación de Dëkifass no haya sido tan gloriosa como se ha contado. Lo que no puedo admitir es que mi hija haya sido elegida para ser el sacrificio...
¡No puedo haber vivido engañada toda mi vida! Tiene que ser una mentira. ¡Mis padres no pueden haberme hecho eso! ¡Orph no puede habernos hecho eso!
—¿Cada veintisiete años sacrifican a alguien por esa maldita ciudad? No puede ser verdad. Es... una barbarie. Mi familia no puede ser parte de eso.
—Me gustaría poder decirte que es una invención mía, pero ¿qué sentido tendría que te mintiera? La historia no romperá nuestro acuerdo. Lo que sí hará será abrir tus ojos a los sucios secretos de tu pueblo —dice con una perturbadora sonrisa en sus labios.
No hace falta que diga nada para que retomemos el camino.
Una opresión en mi pecho hace que me cueste respirar. Es una angustia que me está costando resistir. Quiero dejarme caer y llorar. Está claro que tiene que haber una explicación. Es más. ¡Puede ser una coincidencia planeada para hacer quedar mal a Orph! Para dañar a nuestras familias.
Uno de los comentarios de Erenz sigue resonando en mi cabeza y me está envenenando y se está esparciendo como una enfermedad: ¿por qué no está Orph a mi lado? Y las derivaciones de ese pensamiento: ¿por qué mi familia no presionó para que se mandara algún equipo de asalto a por mi hija? Esas dudas chirrían con el comportamiento que recuerdo de todos ellos. ¡No tiene sentido ni lógica!
¿Cuánta gente sabía del peligro que corría mi hija? ¿Por qué no me alertaron de nada? ¿Es posible que yo formara parte de eso y me arrepintiera? ¡No! De todas las opciones, esa no es posible. ¡Yo jamás podría sacrificar a mi hija por nada! Ahora bien, estos que me dicen amar, ¿de verdad despreciaron la vida de una niña por un pedazo de tierra? ¿Qué clase de maldición ata a Dëkifass para que no haya más que desgracias aquí que los galameth no sean capaces de abandonarla de una vez por todas?
El eremav va por delante con un paso firme. ¿Qué clase de influencia tiene en mí para que mis alarmas estén desactivadas ante él? Es un desconocido... ¡No! ¡Más que eso! En un hijo de Lavos. ¿Es necesario que le dé tanta entidad a sus palabras? ¿No estoy siendo demasiado imprudente dejando que me lleve mansamente a la profundidad de Efasthereth? ¿Qué se esconde tras sus fieros ojos violetas y su sonrisa de suficiencia? ¿Por qué no puedo oponerme a él? ¿Es la fuerza de la verdad lo que me está haciendo confiar en él? ¿La desesperación? O ¿será tal vez una muestra de los inevitables hechizos eremaven?
Las pruebas son consistentes, al menos. Mis heridas y mi presencia condicen el relato de Erenz. Y el misterio y la duda que ha sembrado han enraizado tan fuerte que no puedo dar marcha atrás. No ahora. Necesito descubrir qué es verdad, aunque eso me cueste la vida.
¡Vaya capítulo!
Todo lo que rodea a Zhora parecen ser mentiras y, la verdad, no es el mejor momento para descubrirlas. La amnesia no la beneficia y aún duda de todo: de las palabras Erenz e ¡incluso de la existencia de Ricca! Pero ¿quién la culpa? Es todo tan improbable a sus ojos...
Igualmente, todo esto es un aperitivo, todavía queda mucho por descubrir y muchas emociones y aventuras para nuestra querida Zhora.
¡Que Thelos la guíe!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top